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Como la vida misma

Juan Carlos Olivares



  •          Título: El verdugo, de Luis García Berlanga y Rafael Azcona.
  • Adaptación teatral: Bernardo Sánchez.
  • Dirección: Luis Olmos.
  • Escenografía: Gabriel Carrascal.
  • Vestuario: María Luisa Engel.
  • Iluminación: Juan Gómez Cornejo.
  • Música: Yann Díez Doicy.
  • Intérpretes: Juan Echanove, Luisa Martín, Alfred Lucchetti, Vicente Díez, Pedro G. de las Heras, Fernando Ransanz, Luis G. Gámez, Ángel Burgos y David Lorente.
  • Teatre Victòria.




En el Victòria han estrenado El verdugo. Que nadie imagine que la sala del Paral·lel ha entrado en crisis y en una noche alevosa se ha transformado -cual última pirueta suicida y romántica- en un cine dedicado a recuperar las glorias de la cinematografía española. El Victòria es un teatro, como teatro es El verdugo que se anuncia en su marquesina.

Luis Olmos y el Teatro de la Danza de Madrid, con la colaboración de Bernardo Sánchez -responsable de la dramaturgia del guión original de Berlanga y Azcona- han conseguido transformar una obra maestra de la comedia negra española en una eficaz pieza dramática. La comparación es imposible, injusta, inadecuada, innecesaria y fuera de lugar. Pero la memoria es testaruda y no se deja ningunear fácilmente. El recuerdo de Pepe Isbert, Nino Manfredi y Emma Penella acompaña al espectador hasta su butaca y allí se instala aunque en el escenario el universo en blanco y negro de la España de los primeros sesenta adquiere una sombra cromática y otros actores dan vida a ese extraordinario ejercicio de intrahistoria imaginado por Berlanga y Azcona.

El argumento es el conocido: la cruda historia de un hombre corriente que para lograr un techo de protección oficial y mantener mujer, un vástago en ciernes y un suegro de peculiar oficio, acaba ejerciendo -contra su voluntad- de matarife del Estado.

Un relato descarnado de la realidad más triste, la que casi nunca merece ni una línea de arte porque habla de hipotecas, pequeñas deudas de fin de mes y de achaques corrientes. Tragedias cotidianas, la mediocridad en estado puro. Un material explosivo si se combina con el humor macabro de la mejor tradición española; una esencia mimada y respetada por la adaptación teatral dirigida por Olmos. Otro logro del director es haber mantenido la fluidez en el engarce de las distintas escenas, con una sabia utilización de los recursos escénicos. Una calidad de producción que habla del mimo con el que los responsables de esta versión para teatro se han acercado al mito de El verdugo.

Lo que había sido imposible de mantener y reproducir es el estado de gracia que exhibió el trío protagonista dirigido por Berlanga. La corrección de Alfred Lucchetti, un verdugo con un talante más autoritario y maquiavélico que su predecesor, se muestra en ocasiones insuficiente para llenar sus líneas de diálogo, para mantener el interés de las escenas en las que, en principio, es el protagonista. Juan Echanove tarda en mostrar lo mejor de sí mismo; más cómodo en los tramos finales, con el personaje ya definitivamente instalado en su tragedia.

La sorpresa es Luisa Martín, una actriz formidable, con una pasmosa facilidad para interpretar la vida como la puede entender cualquiera de nosotros. Pocas cosas más difíciles que crear un personaje sin ningún rasgo especial -normal hasta la exasperación y la impotencia artística- y convertirse en el centro de atención del público.

Luisa Martín trasmite sin ningún esfuerzo el posible atractivo de la vulgaridad, como Carmen Maura en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?!!, con la dificultad añadida de que ella no tiene drogodependencias evidentes (aunque en su futuro igual le espera una copita de más de Machaquito) o patas de jamón asesinas a las que agarrarse. Nada más difícil que ser nada y arrancar un sentido aplauso al espectador.





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