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Contemplad...

Miguel Hernández

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   Si queréis el goce de visión tan grata

que la mente a creerlo terca se resista;

si queréis en una blonda catarata

de color y luces anegar la vista;

   si queréis en ámbitos tan maravillosos

como en los que en sueños la alta mente yerra

revolar, en estos versos milagrosos

contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra.

   Que un cuadro de tantos puros horizontes,

raras hermosuras y soberbias galas,

otearéis alzados a los magnos montes

de la fantasía que os nacerán alas.

   Y en un vuelo solo, bravo y estupendo

ganaréis las nubes con el viento en guerra,

y entre sus vapores estaréis bebiendo

pozos de hermosura... ¡contemplad mi tierra!

    Una sierra aurífera de un lado la apoya

y las ruinas muestra de un viejo castillo;

una huerta espléndida de verdor la enrolla

y un río de perlas siémbrala y de brillo,

   y como un acero de descomunal

dimensión la corta corvo y homicida;

y un palmar egregio y un regio rosal

brota en cada punto de la inmensa herida...

    Dentro de la huerta que con mil rosarios

de inflamadas rosas llénanla de efluvios,

yace, salpicada con mil campanarios

de cien monasterios de altos rasgos rubios.

   Campanarios de oro que por las mañanas,

cuando el alba virgen sobre el éter arde,

nuncios de los días, vuelcan sus campanas

que no más se duermen al rodar la tarde.

   Campanarios áureos que en fingidas pomas

de granito ocultan nidos de avestruces,

y donde sus picos funden las palomas

que al hender el cielo son aladas cruces.

    Barrios pintorescos con olor a establo

súrcanla en confuso laberinto ameno,

y plazuelas blancas con algún retablo

de una Virgen cándida o un Cristo moreno.

   Hondos callejones y ásperas callejas

con el brujo encanto de los andaluces,

por que tienen moras y floridas rejas,

sombras transparentes, y furiosas luces.

   Y por que en las rejas tienen muy galanas

hembras de ojos negros y de bocas fresas:

con el fuego en ellos de las sevillanas,

con la gracia en ellas de las cordobesas.

    Hembras que salmodian lánguidos cantares

mientras por sus manos rueda la costura;

que a claveles huelen, a nardos y azahares

y de sus vergeles tienen la frescura.

    Hembras que amorosas bañan en las brisas

de las frescas noches pomos de albahacas:

y que tan sonoras brótanles las risas

como de una fiesta las potentes tracas.

    Hembras que, cuando aman, fuentes de ternura

son; dulces panales de sabores fuertes;

y aman con tal brío, con tanta bravura

que el amor robarles no logran mil muertes.

    Y que se envenenan de melancolía

si a la luz opaca de la luna vieja

que en las calles llueve, ven la bizarría

del doncel amado cabe de otra reja.

    ¡Contemplad mi tierra...! Mágicos jardines

de belleza henchidos, verdes la circundan;

músicas la ofrecen plúmeos clarines;

flores, resplandores y aromas la inundan.

   Típicos paseos no en silencios parcos;

rotos paredones con enredaderas

de azulados cálices y con combos arcos

hechos con los brazos de árabes palmeras.

   Líricas acequias que el río brillante

lanza por ocultos lóbregos caminos

a la abierta huerta, mientras retumbante

cae en cascada y hace retronar molinos.

    Cielo tan hermoso que de terciopelo,

de cristales límpidos y turquí parece;

cielo-maravilla, cielo-asombro, cielo

que como ascua viva de oro resplandece.

    Sol de gloria y triunfo, sol de soberanos

llamarazos ígneos que mirar aterra,

y ensoñante ambiente... ¡Contemplad humanos!

Ahí tenéis el cuadro... ¡¡Contemplad mi tierra!!


MIGUEL HERNÁNDEZ