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Crónicas desde Segobriga (15). Los alumnos aventajados de Vitruvio

Juan Manuel Abascal Palazón

[Publicado originalmente en El Día de Cuenca, 26 de noviembre de 2004, p. 20.]

Cada vez es más fácil y cómodo excavar en Segobriga; y no solo porque disponemos ahora de más medios y tecnología que hace una década, sino porque hemos llegado a un grado de total entendimiento con el arquitecto romano que diseñó la parte monumental del centro de la ciudad.

A finales del siglo I antes de nuestra era, este personaje recibió el encargo de remodelar la vieja colina de Cabeza del Griego y convertir un ruinoso poblado indígena en una floreciente ciudad romana. Sin duda alguna, fue la obra más importante de su carrera, pues se le ofreció la posibilidad de derribar todo lo existente y aterrazar el terreno a su entera conveniencia para construir desde la nada. A decir verdad, cumplió las instrucciones con absoluta eficacia, pues de lo que allí hubiera antes solo nos han quedado catorce fragmentos de cerámica por todo testimonio; cabañas, viviendas, rediles de ganado de épocas anteriores, todo desapareció con este empuje edilicio en el que se impuso aquella máxima de que para construir primero hay que destruir.

Sabía que la inclinación del terreno era el principal obstáculo que debía salvar a la hora de diseñar los edificios y programó la talla de la roca natural del terreno en grandes mesetas escalonadas hasta que el cerro en su totalidad fue un gigantesco solar listo para ser edificado.

Al menos tres grandes terrazas, las que hoy ocupan el foro y sus edificios anexos, fueron edificadas al mismo tiempo bajo la atenta dirección de este personaje, cuyos modos de actuar y sus pequeñas manías nos son ya familiares después de varios años de excavar en su obra.

Trabajaba con el libro de Vitruvio en la mano, siguiendo atentamente sus consejos y aplicando sus directrices a la hora de construir. Dio al conjunto la orientación adecuada, respetó los cánones de distancias y volúmenes adaptándolos a las dimensiones de los edificios y jugó con los estilos decorativos con una exquisita habilidad. Sabedor de que la humedad del terreno podía complicar la estabilidad de los edificios, llegó a emplear arcillas que funcionan como aislantes en algunas zonas. Su cálculo de la resistencia del terreno y del empuje sobre las cimentaciones fue exacto, como lo demuestra el que solo el expolio de los edificios para recuperar sus piedras consiguiera convertirlos en ruinas muchos siglos después.

Cuando excavamos en 1999 las modificaciones de la muralla oriental, situada junto al teatro, descubrimos que la puerta estaba flanqueada por una torre octogonal y que su interior estaba compartimentado con muros de mampostería formando un peine, de modo que los espacios que delimitaban se rellenaron con tierras y cenizas mezcladas. Un segundo arquitecto, casi un siglo posterior al que diseñó el foro, había seguido también las recomendaciones de Vitruvio que aconsejaba que las torres de las ciudades fueran redondas o poligonales y que su interior se rellenara con este tipo de materiales para reducir el peso y la presión sobre los muros.

Si los edificios de Segobriga se acabaron viniendo al suelo no fue por culpa de sus constructores, sino por el continuo saqueo de las ruinas durante siglos para robar sus materiales de construcción. Buena prueba de ello es un edificio excavado en el año 2003 en que los expoliadores de sillares provocaron el desplome de una parte de la estructura y el desplazamiento de parte de un lienzo, de modo que durante la excavación de esta zona tuvimos que adoptar precauciones especiales para evitar accidentes.

En Segobriga convivimos siempre con la obra genial de sus antiguos arquitectos y con las huellas de quienes saquearon sus obras, de modo que al interpretar los resultados siempre hay que ponerse en la piel del que construye y del que destruye. En esa cadena de intervenciones, la excavación arqueológica es solo el penúltimo eslabón, porque el último de verdad será recuperar las ruinas para el disfrute de todos.

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