La acción, en Madrid, época actual.
Escena I
|
|
LEANDRO y TOMÁS.
Aquél echado en el sofá, leyendo un libro;
éste sale por la puerta del foro, con blusa azul y
gorra.
|
TOMÁS.-
¡Perezoso! Dos horas ha que te dejé
en la misma postura. |
LEANDRO.-
Estoy leyendo. |
TOMÁS.-
Alguno
de esos librotes de extranjis donde aprendes tanta divina
tontería. |
LEANDRO.-
¿Qué sabes tú?
|
TOMÁS.-
¿Yo qué he de saber, si tú te
lo sabes todo? |
LEANDRO.-
¿Has preguntado? |
TOMÁS.-
Sí.
|
LEANDRO.-
¿Cómo está? |
TOMÁS.-
Ya no
le duele nada. |
LEANDRO.-
¿Se ha muerto? |
TOMÁS.-
Hasta
las uñas. |
LEANDRO.-
¡Pobre viejo! |
TOMÁS.-
Linda
ocurrencia andar solo un hombre de su edad por calles extraviadas
después de medianoche. |
LEANDRO.-
Volvía del
teatro. Según informes, era un viejecito muy listo,
que aún bullía por todas partes como un muchacho.
|
TOMÁS.-
A los setenta y nueve años no se resiste
una medrana como la que el infeliz debió pasar. ¡Verse
entre dos ladrones, armados de cuchillos, y enfurecidos por
no hallar su bolsa tan repleta como esperaban! Y acaso hubieran
hecho con él una barbaridad, a no pasar tú
por allí y correr en su ayuda. |
LEANDRO.-
¿Y qué
se ha logrado con eso? No murió de una puñalada,
pero ha muerto del susto. |
TOMÁS.-
Siquiera ha tenido
tiempo de pensarlo; y, de todas maneras, tú hiciste
lo que debías. ¡Buena acción, Leandro, buena
acción! |
LEANDRO.-
Ya me lo has dicho sobre unas quinientas
veces. |
TOMÁS.-
Te lo diré quinientas mil.
|
LEANDRO.-
Cualquiera otro hiciera lo mismo que yo. |
TOMÁS.-
O
no, que está más abajo. |
LEANDRO.-
Además,
el riesgo me atrae. Voy cansándome de vivir. |
TOMÁS.-
¿Empezamos
ya con las lamentaciones? |
LEANDRO.-
Pues ¿cómo no
he de lamentarme? ¡Sin oficio ni beneficio a los veintisiete
años de edad! ¡Viviendo hace tres a tus expensas mi
prima y yo! |
TOMÁS.-
La canción de todos los
días. Cantaré yo también. (Tararea una
canción popular.) |
LEANDRO.-
¡Y no hay recursos! ¡No
hay esperanza! Todas las puertas se cierran para el pobre.
|
TOMÁS.-
Eso no es verdad. Una vez te ofrecieron un
portal, para que te metieses a memorialista. |
LEANDRO.-
¡Yo
memorialista! ¡Yo en un portal! |
TOMÁS.-
Otra vez te
quisieron hacer ayuda de cámara de un grande, y tampoco
eso te pareció bien. |
LEANDRO.-
¡Ayuda de cámara!
¡Qué vergüenza! |
TOMÁS.-
En ganarse el
pan honradamente no hay vergüenza ninguna. ¡Ojalá
hubieras sido zapatero, como tu padre, que otro gallo te
cantaría! Pero te empeñaste en ser leído
y escribido, y está visto que la sabiduría
no da de comer. Ya te prediqué yo bastante cuando
murió don Diego. ¡Que si quieres! Traspasaste la tienda;
hiciste versos, en lugar de hacer zapatos, y ¿qué
sucedió? Que al poco tiempo no te quedaba ya una peseta,
y un día te encontraste en mitad del arroyo, con la
huerfanita que tu padre te había encomendado al morir.
|
LEANDRO.-
Tomás, no nacieron los hombres como ya para
pasarse la vida cortando cuero detrás de un mostrador;
hay vocaciones irresistibles; sentía arder en mi mente
la llama del genio. |
TOMÁS.-
No digo lo contrario;
sé que tienes mucho de aquí. (Dándose
con la mano en la frente.) Sólo que los hombres de
talento ¡hacen unas tonterías!... Yo, que no tengo
ninguno, a Dios gracias, seguí contento el oficio
con que vi que mi padre mantenía su casa, y hoy, aunque
me esté mal el decirlo, no hay en todo Madrid oficial
de ebanista que me eche la pata. Verdad que esto a ti y a
tu prima os lo debo. Tenía yo bastante de flojo y
tumbón cuando me hallaba solo como un hongo; pero
desde que os traje a mi lado, desde que me vi hecho un padre
de familia-vamos al decir-, ¡sentí un afán
de ser algo en el mundo! Trabajar para uno solo cansa y aburre.
Trabajar para personas queridas, ya es otra cosa. |
LEANDRO.-
Sí,
por nosotros te sacrificas; por nosotros, que hemos venido
a empobrecer más y más a un pobre. |
TOMÁS.-
¿Yo
pobre? ¡Me gusta! ¡Pobre con veinte reales de jornal! |
LEANDRO.-
Si
no hallo pronto una ocupación decorosa, me pego un
tiro, como esa luz. |
TOMÁS.-
Pues, alma de cántaro,
¿lo pasarás mejor en el infierno? Aunque no fuese
más que por no afligirme, no deberías decir
esas tontunas. Te doy lo que tengo. ¿Qué más
puedo hacer? ¿Qué te falta? ¿Qué quieres?
|
LEANDRO.-
Tomás, quiero subir. |
TOMÁS.-
Ciento
veintisiete escalones subes todos los días dos o tres
veces, y ¿aún te parece poco? |
LEANDRO.-
Tú,
en cambio, nada ambicionas. ¡Qué calma la tuya! |
TOMÁS.-
Con
paciencia se gana el cielo. |
LEANDRO.-
Feliz tú, que
posees la virtud del pollino. |
TOMÁS.-
Más vale
ser asno que tigre; y se me figura a mí que no es
pobreza tener poco, sino desear lo que no se tiene. |
LEANDRO.-
Las
echas de filósofo, ¿eh? (Con sonrisa burlona.) ¿Si
con el tiempo serás tú otro Séneca?
|
TOMÁS.-
No me pongas motes, que no me gustan. Por
carecer de sabiduría, no carece uno de sentido común.
|
LEANDRO.-
Vamos, señor filósofo, que si ahora
llamase un caudal a sus puertas, no dejaría usted
de abrírselas. |
TOMÁS.-
Se las abriría
de par en par. |
LEANDRO.-
Y serías más dichoso.
|
TOMÁS.-
¡Qué sé yo! En la cara del pobre
veo, por regla general, más alegría que en
la del rico. |
LEANDRO.-
Cada cual goza a su manera. |
TOMÁS.-
Soy
un pobre regularcillo; podría muy bien ser un rico
detestable, Diz que con el dinero todo se alcanza, y me dan
a mí a veces unos caprichos tan bestiales... Figúrate
que un día se me pusiese entre ceja y ceja beber perlas
disueltas en vino, como esa reina, a quien has compuesto
una... ¿qué? ¡Ah, ya! ¡Una oda! |
LEANDRO.-
¿Y por qué
no se te había de ocurrir emplear tu dinero en hacer
bien a tus semejantes? |
TOMÁS.-
Quizá me diese
por ahí, pero no es seguro. |
LEANDRO.-
Únicamente
los ricos pueden tener esa noble satisfacción. |
TOMÁS.-
¡Bah!
Tanto bien hace el que de tres da uno, como el que de nueve
da tres. Sube a las guardillas, entra en las gazaperas de
las casas de vecindad, y verás cómo personas
que no cuentan con espacio bastante para poder moverse, ni
con el sustento preciso para poder vivir, reparten magníficamente
su pobreza con otros, aún más necesitados.
Créelo, chico: el que tiene caridad, siempre tiene
algo que dar. |
LEANDRO.-
Es cierto; con tales sacrificios
se honran los pobres, esos infelices desheredados por la
injusticia humana de todos los bienes de la tierra. En los
pobres hay virtud; en los ricos, tan sólo egoísmo
y vanidad. |
TOMÁS.-
No digas despropósitos.
Ricos y pobres, todos somos hijos de Adán. Señores
conozco yo que han secado más lágrimas que
agua trae el Lozoya. ¿Y sabes lo que se me ocurre? |
LEANDRO.-
¿Qué?
|
TOMÁS.-
Que eres algo envidioso del bien ajeno. |
LEANDRO.-
Y
¿puedes tú ver con paciencia que unos tengan tanto
y otros tan poco? ¿No da rabia que bribones y sandios naden
en la opulencia, y que hombres de honradez, como tú,
y de talento, como yo, carezcan hasta de lo más preciso?
¡Ay, Tomás, este mundo está muy mal arreglado!
|
TOMÁS.-
Tú lo arreglarías mejor. |
LEANDRO.-
Si
yo pudiera, con el ejemplo haría ver a los ricos que,
poseyendo aún más de lo necesario, raya en
locura estar siempre deseando más; que el tener dinero
no da derecho para tener vanidad y mal corazón; que
es deber suyo amparar a los pobres y respetar a los humildes.
¡Oh, si yo fuese rico!... |
TOMÁS.-
Sabe Dios lo que
harías. Del dicho al hecho hay mucho trecho, y creo
yo que para llegar a saber usar bien de las riquezas se necesita
aprendizaje; creo que es bobada declamar tanto contra los
ricos, y que, en su lugar, muchos de nosotros lo haríamos
tan mal como algunos de ellos, y quizá peor. |
LEANDRO.-
No
deseo sino que se me ponga a la prueba. (Óyese dentro
la voz de un chico, gritando: «La Correspondencia», «La Correspondencia».)
|
GABRIELA.-
¡Chico! ¡Chico! Aquí... En el sotabanco...
Espera. (Dentro.) |
LEANDRO.-
¿Qué es eso? (A TOMÁS,
que se habrá asomado a la ventana.) |
TOMÁS.-
Gabriela,
que llama desde la ventana a un chico que pasa vendiendo
La Correspondencia. Como a ti te gusta leer ese papel...
|
LEANDRO.-
Sí; da tantas noticias... |
TOMÁS.-
¿Verdad,
Leandro, que Gabriela es ya una mujer hecha y derecha? |
LEANDRO.-
Como
que el mes que viene cumplirá diecinueve años.
|
TOMÁS.-
La pobre no está bien viviendo con
dos solteros (Cortado y con segunda intención.) ¿No
te parece que sería bueno casarla? |
LEANDRO.-
(Con
ansiedad.) ¿Sabes tú que tenga novio? |
TOMÁS.-
(Con
mucho interés.) No... Y tú, ¿sabes algo? |
LEANDRO.-
Yo,
nada. |
TOMÁS.-
Entonces.... (Sin atreverse a explicarse.)
|
LEANDRO.-
Entonces, ya ves que no puede casarse. |
TOMÁS.-
Leandro...
¿Has querido tú alguna vez? |
LEANDRO.-
Amo ahora, y
también por este motivo detesto mi pobreza. |
TOMÁS.-
¡Qué
cosa tan particular! También yo estoy enamorado...
|
LEANDRO.-
Sí, ¿eh? (Sonriéndose.) |
TOMÁS.-
Aunque
uno sea algo cerrado de mollera..., el corazón a veces...
|
LEANDRO.-
¿Y quién es el dulce objeto de tu amor?
|
TOMÁS.-
Gabriela viene. (Viendo entrar a GABRIELA
por la puerta del foro.) Calla. |
Escena II
|
|
DICHOS y GABRIELA.
|
GABRIELA.-
Te he comprado La Correspondencia. Tómala.
(Dando «La Correspondencia» a LEANDRO, el cual se recuesta
en el sofá, y lee el periódico.) |
LEANDRO.-
Gracias,
primita. |
TOMÁS.-
Venga usted acá, señora,
que tengo que reñirle muy formalmente. (Llevándosela
a un extremo del escenario.) |
GABRIELA.-
¿De veritas? |
TOMÁS.-
¡Y
tan de veritas! ¿Por qué estás pálida
y ojerosa? |
GABRIELA.-
¡Toma! ¿Qué sé yo? |
TOMÁS.-
Pues
yo sí lo sé. Porque te has pasado la noche
cosiendo y bordando para las tiendas. |
GABRIELA.-
¡Ay, qué
mentira! |
TOMÁS.-
¡Ay, qué verdad! Lo he averiguado
casualmente. Ya decía yo: ¿cómo diablos hace
cundir tanto mi jornal esa muchacha? ¡Ah, picaronaza, y qué
bien nos ha engañado usted! |
GABRIELA.-
Egoistón, ¿quieres
ser tú solo el que gane para los tres? |
TOMÁS.-
No
es razón que, después de estar todo el día
de Dios trajinando en la casa, te pases las noches en vela,
a pique de perder la salud. |
GABRIELA.-
¡Qué salud
ni qué niño muerto! Yo haré lo que me
acomode. |
TOMÁS.-
¿Sí? ¡Leandro! (Llamándole.) |
LEANDRO.-
¿Qué? (Respondiendo, sin apartar la vista
del periódico.) |
GABRIELA.-
No, no por Dios; no se
lo digas. |
LEANDRO.-
¿Qué? |
TOMÁS.-
Nada ya.
(LEANDRO se acomoda mejor en el sofá y sigue leyendo.) |
GABRIELA.-
¡Cuidado que tienes unas cosas!... |
TOMÁS.-
¡Si
supiera que te estás sacrificando por él!...
Un hombre puede vivir sin bochorno a costa de un amigo, pero
a costa de una mujer... |
LEANDRO.-
Mira: lo que yo te decía.
(Levantándose y acercándose a TOMÁS
y GABRIELA con el periódico en la mano.) Mira si no
es natural que uno se desespere. |
TOMÁS.-
Pues, ¿qué
dice ahí? |
LEANDRO.-
Escucha: «Hoy, a las nueve de
la mañana, ha fallecido el señor don Juan de
Villarroel, a consecuencia del susto que recibió anteanoche,
cuando unos ladrones quisieron matarle. No tenía parientes
cercanos, y aún se ignora quién será
su heredero. Deja un caudal de cerca de dieciséis
millones.» ¡Dieciséis millones! |
GABRIELA.-
¡Pobre
señor! ¡De qué poco le ha servido el dinero! |
TOMÁS.-
Se ha muerto lo mismo que si no hubiera tenido
un ochavo. |
LEANDRO.-
¡Dieciséis millones! |
TOMÁS.-
¿Apuestas
a que el viejo te ha dejado alguna manda en su testamento? |
LEANDRO.-
¡Ca! Los ricos piensan que todo se lo merecen.
Y si me hubiera dejado alguna limosna, yo no la aceptaría. |
TOMÁS.-
¿Que no? |
LEANDRO.-
No. |
GABRIELA.-
¿Y por qué? |
LEANDRO.-
Porque el servicio que le presté no se paga
con una limosna; porque yo no estoy en el caso de recibir
unos cuantos duros. |
TOMÁS.-
Pues maldecido de cocer,
¿a quién pueden venirle mejor unos cuantos duros que
a quien no tiene un solo maravedí? |
LEANDRO.-
Bien
sé que no tengo nada, Tomás; bien sé
que estoy viviendo a tus expensas. |
TOMÁS.-
¡Caramba,
no seas mal pensado! |
LEANDRO.-
¡Ojalá que pueda librarte
pronto de una carga que, con razón, se te va haciendo
molesta. |
TOMÁS.-
¿Ves, Gabriela; ves qué cosas
me dice? ¡Anda, que tienes mal corazón! |
GABRIELA.-
¡Válgame
Dios, Leandro! Algunos días estás insufrible.
A Tomás se le han saltado las lágrimas. |
LEANDRO.-
No
sé lo que me digo. Perdóname. |
TOMÁS.-
Con
una condición. Has de creer a pie juntillas que lo
mío es tuyo. |
LEANDRO.-
Con una condición. Has
de creer que cuanto yo pueda poseer en lo sucesivo es tuyo
también. |
TOMÁS.-
Trato hecho, y para poner
a prueba tu buena fe, empiezo por decirte que tengo ahorrados
cincuenta y siete reales, y que sé que a ti te hacen
falta. |
LEANDRO.-
¿A mí? Te equivocas. |
TOMÁS.-
Al
primer tapón, zurrapas. |
LEANDRO.-
Te aseguro que no
necesito ese dinero. |
TOMÁS.-
¿No ha estado aquí
esta mañana tu amigo Pablo Ortiz a ver si podías
socorrerle? |
LEANDRO.-
Ah, sí; es cierto. |
GABRIELA.-
¡Pobre
muchacho! ¡Cuánta lástima da! |
TOMÁS.-
La
madre, anciana e impedida; el hijo, tísico; con hambre
los dos... Pues teniendo tú cincuenta y siete reales,
¿has de negar un socorro a esos infelices? |
LEANDRO.-
Bien;
si tú lo dispones... |
GABRIELA.-
¡Qué bueno
eres, y cuánto te queremos Leandro y yo! |
TOMÁS.-
(Me
cree bueno..., dice que me quiere...) (Abre el cajón
de una mesa y saca dinero.) Toma; llévaselos (Dando
el dinero a LEANDRO.) |
LEANDRO.-
Le diré que se los
llevo de tu parte. |
TOMÁS.-
¡Qué desatino! Tú
eres su amigo y un señor como él. Dándoselos
tú, los recibirá con menos empacho que si yo
se los diera. Ya sabes que los pobres tenemos el feo vicio
de ser orgullosos. (Con intención.) |
GABRIELA.-
(A
LEANDRO.) Haz lo que te dice. |
LEANDRO.-
Corriente. Voy allá.
(Quítase el gabán y pónese una levita,
bastante raída, que habrá en una silla; se
mira a un espejo, se arregla la corbata, se ahueca el pelo
y se pone el sombrero.) |
GABRIELA.-
(A TOMÁS.) ¿Oyes? |
TOMÁS.-
Sí; el señor Leal, que quiere
pasar adelante, y araña la puerta para que se le abra. |
GABRIELA.-
Tendrá apetito. Esta mañana se fue
sin probar bocado. |
TOMÁS.-
Es un calaverón
de marca mayor. Ahora estaba en la calle rodeado de una caterva
de camaradas de todos tamaños. Vínose a mí
loco de alegría, y poniéndome las patas en
el pecho, me dijo: guau, guau, guau, con lo cual quería
dar a entender: «Que sea usted bien venido, señor
amo.» Y luego, para echarla de guapo a mis ojos, fue a caer,
botando como si fuera de goma elástica, encima del
apiñado corro de sus amigos, que salieron pitando
y poniendo el grito en el cielo. Cuando se vio solo volvió
la cara con mucho sosiego hacia donde me había dejado,
y me hizo un guiño, como diciendo: «Ya ve usted que
aquí soy yo quien cobra el barato.» |
GABRIELA.-
Voy
a abrirle, que se impacienta. |
TOMÁS.-
Dime, Gabriela,
¿estás contenta de mí? |
GABRIELA.-
No hay un
mozo mejor que tú debajo de la capa del cielo. (Vase
por la puerta del foro.) |
Escena III
|
|
TOMÁS y LEANDRO.
|
TOMÁS.-
(Vamos, es cosa averiguada: esta chica me
corresponde.) ¡Eh, tú!, ¿vas a estarte acicalando
hasta el día del juicio? Más veces te pones
y te quitas la levosa al cabo del día... |
LEANDRO.-
¿He
de salir a la calle hecho un puerco? |
TOMÁS.-
Pues
vivo, que te esperan con hambre. |
LEANDRO.-
Ya me voy. Hasta
luego. |
TOMÁS.-
¡Ah, oye!... Me has dicho que estás
enamorado. |
LEANDRO.-
Sí, como tú. |
TOMÁS.-
Pues
sepamos de quién. |
LEANDRO.-
No es razón que
tengamos secretos el uno para el otro. |
TOMÁS.-
¡No
faltaba más! |
LEANDRO.-
¿A quién quieres tú? |
TOMÁS.-
¿Yo?... Habla tú primero. |
LEANDRO.-
No;
primero tú. |
TOMÁS.-
No, tú. |
LEANDRO.-
Así
no acabaremos nunca. Yo quiero a mi prima. |
TOMÁS.-
¡Eh!
¿A quién? ¿A Gabriela? |
LEANDRO.-
¿Por qué te
sorprende? |
TOMÁS.-
¿Qué sé yo? Como
es tu prima. |
LEANDRO.-
¿Y qué? |
TOMÁS.-
Justo:
¿y qué? |
LEANDRO.-
¿No te parece Gabriela digna de
ser amada? |
TOMÁS.-
Sí... ¡Lo que es eso!... |
LEANDRO.-
Pues entonces, ¿qué tiene de particular
que me haya enamorado de ella? |
TOMÁS.-
No...; la verdad
es que no tiene nada de particular. |
LEANDRO.-
Y tú,
¿a quién quieres? |
TOMÁS.-
Yo..., ¡qué
sé yo! |
LEANDRO.-
¿Que no sabes?... ¿Me obligas a confiarte
mi secreto, y ahora te niegas a descubrirme el tuyo? No lo
consentiré: habla. |
TOMÁS.-
(¡Qué apuro!) |
LEANDRO.-
¿Quién merece tu amor? |
TOMÁS.-
¿Quién?...
Pues, sí; la chica del portero, |
LEANDRO.-
¡La chica
del portero! Pero, hombre, ¡si es jorobada! |
TOMÁS.-
¡Ah!...
Sí..., cierto: es jorobada. Quizá sea la joroba
lo que a mí me ha hecho tilín. |
LEANDRO.-
¿Hablas
con formalidad? |
TOMÁS.-
Sí. |
LEANDRO.-
Pues
con formalidad te digo que tienes un gusto... |
TOMÁS.-
De
mil demonios. |
LEANDRO.-
Es preciso que se te quite eso de
la cabeza. Dicen que una mujer es carga pesada, figúrate
lo que será una mujer con joroba. |
TOMÁS.-
Anda,
no te detengas más. |
LEANDRO.-
Adiós. |
TOMÁS.-
¿Le
has declarado ya tu amor a Gabriela? |
LEANDRO.-
No... Tú
me ayudarás a declarárselo. (Vase por la puerta
del foro.) |
Escena V
|
|
TOMÁS y GABRIELA.
|
GABRIELA.-
Ya
se ha comido su merced una cazuela de sopas. |
TOMÁS.-
¿Quieres
a tu primo, Gabriela? |
GABRIELA.-
¡Qué pregunta! ¿Pues
no le he de querer, si es mi primo? Ni le quiero por esto
sólo. Desde que se arrojó a salvar a ese anciano
con riesgo de su vida, le quiero mil veces más que
antes. (Con mucho calor.) |
TOMÁS.-
(¡Que no hallase
yo por ahí otro viejo!...) |
GABRIELA.-
Además
(Reprimiéndose.) , ya sabes que su padre me recogió
cuando quedé huérfana, y que después
él me tuvo también a su lado. |
TOMÁS.-
No
hizo más que cumplir una obligación. |
GABRIELA.-
¡Rara
suerte la mía, Tomás! Siempre amenazada de
quedarme sola en el mundo, y siempre hallando amparo y cariño
en corazones generosos. Primero, don Diego, que en gloria
esté; luego, Leandro; luego. tú. Tú
sí que no tenías obligación ninguna
de ampararme. Por eso a nadie debo tanta gratitud como a
ti |
TOMÁS.-
(Algo es algo. Y como el que da primero
da dos veces... ¡Pecho al agua! Declarándome primero
que el otro... ) |
GABRIELA.-
¿En qué piensas? |
TOMÁS.-
Gabriela,
has de saber... (Guarda, Pablo. Las calabazas me gustan poco.
Hagamos antes una prueba.) Gabriela. |
GABRIELA.-
¿Qué? |
TOMÁS.-
Leandro tiene un disgusto. |
GABRIELA.-
¡Un
disgusto! ¿Cuál? |
TOMÁS.-
Está enamorado. |
GABRIELA.-
¿Enamorado? ¡El! ¿De veras? (Con ansiedad.) |
TOMÁS.-
(¡Malo!)
De veras. |
GABRIELA.-
No puede ser. ¡Ca! Figuraciones tuyas. |
TOMÁS.-
Lo sé de buena tinta. |
GABRIELA.-
¿Por
dónde lo sabes? |
TOMÁS.-
El mismo me lo ha dicho. |
GABRIELA.-
¿Con que no hay duda? ¿Con que es verdad? (Con
enojo.) |
TOMÁS.-
(¡Malo, malo!) Verdad es, por desgracia. |
GABRIELA.-
¿Por desgracia dices? ¿No es digna de su cariño
esa mujer? Entonces hay que abrirle los ojos, hay que impedir
que haga un desatino. |
TOMÁS.-
(¡Malo, malo, malo!) |
GABRIELA.-
No faltaba más sino que una picarona...
Salvémosle del peligro que corte. Tú me ayudarás
a desengañarle. |
TOMÁS.-
(Todo el mundo quiere
que yo le ayude, y nadie quiere ayudarme a mí.) |
GABRIELA.-
Apostaría
cualquier cosa a que ella no le ama. |
TOMÁS.-
Pues
perderías. Le ama, le adora sin saberlo. |
GABRIELA.-
¿Sin
saberlo? |
TOMÁS.-
Es una criatura angelical, que aún
no se ha dado cuenta a sí misma de lo que pasa en
su corazón. Cree que es amistad el amor que tiene
a Leandro; pero sólo al pensar que ama a otra mujer
siente celos.... se pone pálida...-sus ojos echan chispas...,
se altera su voz.... su mano tiembla... (Asiéndola
una mano.) |
GABRIELA.-
(Muy turbada.) Tomás... |
TOMÁS.-
Te
digo que le quiere, le quiere mucho. (Óyese un campanillazo.)
¿No opinas tú lo mismo que yo? |
GABRIELA.-
Suéltame;
están llamando. (GABRIELA se va corriendo por la puerta
del foro.) |
TOMÁS.-
La pobre huye avergonzada al ver
descubierto su cariño. ¿Qué rompería
yo? ¡Yo quiero romper algo! Hay hombres que nacen de pie.
¡Yo nací en martes y lloviendo! Bueno que se quieran;
bueno que se casen; pero esto de que se quieran en mis barbas;
esto de que se casen en mis hocicos... Si pudiera huir...
Ojos que no ven... ¿Y cómo hago yo eso? ¿Cómo
los abandono? No hay más: tendré que casarlos
yo mismo. ¡Buen bromazo voy a correr! Sudando estoy. Se me
arde la frente. Si me diera un tabardillo pintado, ¡qué
bien me vendría! |
Escena VII
|
|
DICHOS y GABRIELA.
|
GABRIELA.-
(Saliendo muy
turbada por la puerta del foro.) Leandro, Leandro. |
LEANDRO.-
(Con
ansiedad.) ¿Qué hay? |
TOMÁS.-
¿Quién
es? (Notando la turbación de GABRIELA y acercándose
a ella.) |
GABRIELA.-
Un lacayo que ha preguntado si estás
en casa. |
LEANDRO.-
¡Un lacayo! |
GABRIELA.-
Su amo, que se había
quedado en el coche, va a subir en seguida. |
TOMÁS.-
¡Calla!
¿Te visitan a ti señores de coche? |
LEANDRO.-
¿Un señor
de coche buscarme a mí? ¿Qué me querrá? |
GABRIELA.-
¿Le abro? |
LEANDRO.-
Pues ¿qué has de hacer?
Anda, y abre en seguida. (Vase GABRIELA por la puerta del
foro. LEANDRO se quita el gabán, que echa dentro de
un cuarto, cuya puerta cierra; se pone la levita, arregla
los muebles, se ahueca el pelo con la mano, mirándose
al espejo; se estira el chaleco, se mira el pantalón,
tose y escupe. todo con mucha precipitación y azoramiento.) |
TOMÁS.-
¿Otra te pego, Mateo? |
LEANDRO.-
¿Recibir aquí
a un caballero que tiene coche? |
TOMÁS.-
Ya supondrá
que aquí no vive el emperador de los cochinchinos.
(El perro ladra desaforadamente.) |
LEANDRO.-
Y a ese maldito
animal, que nunca ladra, se le ocurre ahora alborotar así. |
AGUILAR.-
(Dentro.) ¡Chucho! ¡Chucho! |
GABRIELA.-
(Dentro.)
¡Leal! ¡Leal! |
TOMÁS.-
(Asomándose a la puerta
del foro.) No le deja pasar de la puerta. |
LEANDRO.-
(¡Qué
bochorno!) |
TOMÁS.-
(Riéndose) ¡Y el hombre tiene
una cara de espanto!... |
LEANDRO.-
Anda tú, ¡por los
clavos de Cristo! |
TOMÁS.-
¡Largo de ahí, Leal,
largo! (Yéndose por la puerta del foro. El perro deja
de ladrar y empieza a gruñir.) |
LEANDRO.-
¿Qué
idea formará de mí ese caballero viéndome
en esta casa? |
Escena VIII
|
|
LEANDRO, TOMÁS, AGUILAR
y GABRIELA.
|
AGUILAR.-
¡Pícaro bicho!... ¡Cómo
ladra! Beso a usted la mano. |
LEANDRO.-
(Saludándole
muy cortado.) Caballero... |
AGUILAR.-
Creí que se me
venía encima. ¡Qué feo es el condenado! |
TOMÁS.-
(¡Feo
mi perro! Más feo es él y pasa.) Diré
a usted: Leal es muy pacífico (Haciendo cortesías.) ;
pero se conoce que usted le ha chocado. Como no tiene costumbre
de recibir visitas tan majas... (LEANDRO le hace señas
para que calle.) |
LEANDRO.-
(¡Qué necio!) Hágame
usted el favor de sentarse. |
AGUILAR.-
(A LEANDRO.) Gracias.
Y usted, ¿no se sienta? |
LEANDRO.-
(Sentándose a alguna
distancia de AGUILAR.) Sí..., si, señor. |
AGUILAR.-
Más
cerca... |
LEANDRO.-
(Acercándose un poco.) Sí....
como usted guste. |
AGUILAR.-
¿Tengo la honra de hablar con
el señor don Leandro Jiménez? |
LEANDRO.-
Servidor
de usted. |
AGUILAR.-
Muy señor mío. Pues yo
soy don Esteban de Aguilar, pariente, aunque lejano, del
señor don Juan de Villarroel, a quien usted salvó
anteanoche valerosamente de unos ladrones. Los hombres capaces
de arriesgar su vida por la del prójimo merecen, cualquiera
que sea su condición social, el aprecio y respeto
de todo el mundo, y yo vengo a manifestarle a usted mi gratitud
y a estrechar su mano. |
LEANDRO.-
(Dándole la mano.)
¡Tanta bondad! |
TOMÁS.-
(Bajo a GABRIELA.) (¡Me revienta
este tío!) |
GABRIELA.-
(Bajo a TOMÁS.) (Pues
me parece muy bueno.) |
AGUILAR.-
¡Es usted un bienhechor de
la Humanidad! (¡Canalla!) ¡Un héroe! |
LEANDRO.-
¡Héroe
yo! El favor que tuve la dicha de prestar al señor
don Juan de Villarroel... |
AGUILAR.-
Fue inmenso. Lo que él
decía: «Por ese mozo he vivido algún tiempo
más, y puedo morir en mi lecho cristianamente, con
la esperanza de resucitar a vida mejor.» Era un santo. Ya
habrá recibido en el cielo la recompensa de sus virtudes. (Fingiendo
que llora, y restregándose los ojos con un pañuelo.) |
GABRIELA.-
(Conmovida.) ¿Ves cómo llora? |
TOMÁS.-
¿Llora,
o finge llorar? |
LEANDRO.-
¿Es usted su heredero? |
AGUILAR.-
No.
señor; no lo soy, contra lo que todo el mundo esperaba.
Cualquiera otro en mi lugar hubiera tomado el cielo con las
manos. Yo, no. Lejos de condenar su conducta, la admiro,
la aplaudo. (Con vehemencia fingida.) ¡Qué hombre
aquél, qué hombre! ¡Qué corazón!
(Fingiendo enternecerse otra vez.) |
TOMÁS.-
(¡Cuánta
pamema!) |
AGUILAR.-
El objeto de mi visita es darle a usted
una buena noticia. |
LEANDRO.-
¿A mí? |
AGUILAR.-
He querido
ser quien primero se la diese a usted. El señor don
Juan lega por su testamento la mitad de sus bienes para dotar
hospitales y otras obras de beneficencia... |
TOMÁS.-
(Acercándose
a LEANDRO.) ¡Bravo! Y luego se dirá que los ricos... |
LEANDRO.-
¡TOMÁS! |
TOMÁS.-
(Retirándose.) (Tente, lengua.) |
AGUILAR.-
La otra mitad, que ascenderá
en fincas rústicas y urbanas a unos ocho millones
de reales, sobre poco más o menos, se la deja a usted. |
LEANDRO.-
(Levantándose.) ¡Eh! |
GABRIELA.-
¡Dios mío! |
TOMÁS.-
¡Caracoles! |
LEANDRO.-
Dice usted que... |
TOMÁS.-
Eso
debe ser una broma. |
AGUILAR.-
Digo que a estas horas es usted
dueño de un caudal de ocho millones. |
LEANDRO.-
¡Será
posible!... ¡Tanto dinero!... Se me va la vista... Todo da
vueltas a mi alrededor. (Apoyándose en una silla.) |
GABRIELA.-
(Corriendo a sostenerle.) ¡Leandro! |
TOMÁS.-
Vamos,
hombre, que la cosa no es para tanto. (Sosteniéndole
también y haciendo que se siente en una silla.) |
AGUILAR.-
Serénese
usted. (¡Si reventara!) |
GABRIELA.-
Te daré agua con
unas gotas de vinagre. |
LEANDRO.-
No es menester. Ya pasó.
¡Ocho millones! |
AGUILAR.-
La presencia de un extraño
en este momento debe serle a usted enojosa. |
LEANDRO.-
No;
de ningún modo... Al contrario... |
AGUILAR.-
Ya nos
veremos. Creo que esta señorita es prima de usted.
¡Preciosa criatura! |
GABRIELA.-
(¡Jesús, qué
sofoco) |
AGUILAR.-
Mi sobrina y pupila, la marquesita de Torregalindo,
tendrá mucho gusto en ser amiga de usted. |
GABRIELA.-
(¡Amiga
yo de una marquesa!) |
AGUILAR.-
¿Usted no conoce a mi sobrina?
(A LEANDRO.) ¡Oh, es una perla! Toca el piano como Listz,
canta como la Patti, habla el francés como un francés.
El hombre que logre llamarla esposa será el más
feliz de los mortales. Conque lo dicho, seremos muy amigos. |
LEANDRO.-
Caballero.... usted.... la marquesa..., el difunto....
yo... |
AGUILAR.-
Los pondré a ustedes en relaciones
con la grandeza. |
LEANDRO.-
¡Con la grandeza! |
AGUILAR.-
Tengo
palco en el teatro Real, y cuando ustedes gusten favorecerme... |
GABRIELA.-
¡Palco! |
LEANDRO.-
¡Palco en el teatro Real! |
TOMÁS.-
¡Ave
María Purísima! |
LEANDRO.-
(Déjase caer
en una silla.) ¡Otro vahído! |
AGUILAR.-
(Dándole
la mano.) Estoy abusando... |
LEANDRO.-
(Queriendo levantarse
y volviendo a caer en la silla como atontado.) Mi gratitud...,
mi... |
AGUILAR.-
Quieto... quieto... Entre amigos íntimos
como nosotros... (A GABRIELA, alargándole la mano;
ella le da la suya con rubor.) Va usted a volver locos a
todos los pollos del gran mundo. |
GABRIELA.-
(Tiemblo de pies
a cabeza.) |
AGUILAR.-
¿Éste será su criado de
usted? Abur, tú, muchacho. |
TOMÁS.-
¡Me gusta! |
LEANDRO.-
(Turbado y como haciéndose violencia.) No...
Es... mi amigo. |
AGUILAR.-
(Dándole la mano.) Ah...
¡Mil perdones! |
TOMÁS.-
(¡El demonio del tío
ése!...) |
AGUILAR.-
Señores... Señorita...
(Saludando.) (Me conviene. Puede pasar.) (Mirando a LEANDRO.
Vase por la puerta del foro.) |
LEANDRO.-
(Como alelado.) No
sé que me sucede. |
GABRIELA.-
¡Ni yo! |
TOMÁS.-
¡Ni
yo! (Óyese ladrar al perro con furor.) |
AGUILAR.-
(Dentro,
dando un grito.) ¡Ay! |
LEANDRO.-
(Yendo hacia el foro.) ¡El
perro! |
TOMÁS.-
¡Otra vez! |
AGUILAR.-
(Sale corriendo
y despavorido por la puerta del foro, hasta donde debe suponerse
que le ha perseguido el perro ladrando.) ¡Chucho, quieto!
|
LEANDRO.-
(Haciendo ademán de dar un puntapié
al perro, que se retira aullando.) ¿Quieres callar? |
AGUILAR.-
¡Eso
no es perro, es una fiera, es el mismo demonio! |
LEANDRO.-
Le
hemos dejado a usted salir solo... Nuestro aturdimiento... |
AGUILAR.-
¡Bah! Cuando hay confianza... Hasta la vista, (Vase
por la puerta del foro precedido de LEANDRO.) |
GABRIELA.-
(Como
asombrada.) ¿Qué dices, Tomás? |
TOMÁS.-
Yo,
nada. ¿Y tú? |
GABRIELA.-
¡Qué cosa tan rara!
¿Verdad? (Óyese cerrar la puerta de la escalera y
gruñidos del perro.) |
TOMÁS.-
Muy rara, mucho.
|
Escena IX
|
|
TOMÁS, GABRIELA y LEANDRO.
|
LEANDRO.-
¡Tomás!
¡Gabriela! (Óyese ladrar al perro y arañar
a la puerta.) ¿Estoy soñando? Vosotros lo habéis
oído como yo. Tengo dinero, mucho dinero... Cierta
es mi felicidad. |
TOMÁS.-
Bien me maliciaba yo que
el buen viejo haría algo por ti. Pero, ¿quién
se había de figurar?... Mira..., mira... Esta se ha
quedado patidifusa. |
LEANDRO.-
Alégrate, chica, soy
millonario. |
GABRIELA.-
Sí, me alegro...: sólo
que una alegría tan repentina... |
TOMÁS.-
Le
compraremos un collar de plata a Leal, ¿eh? |
LEANDRO.-
¡De
oro! ¡Llegó la mía! ¡Ah, señores ricos, qué
buena lección os voy a dar! |
TOMÁS.-
¿No serás
vanidoso? |
LEANDRO.-
¿Yo vanidoso? ¡Quita allá! |
TOMÁS.-
¿No
te olvidarás de que hay pobres que tienen hambre? |
LEANDRO.-
Simple, ¿quién ha de tener hambre teniendo
yo tanto dinero? ¡Se acabaron los pobres! |
TOMÁS.-
(Alargándole
la mano.) Toca ahí. |
LEANDRO.-
(Abrazándole.)
¡Tomasillo! |
GABRIELA.-
¡Qué gusto! |
TOMÁS.-
(Fijando
la vista en GABRIELA.) ¡Ah! |
LEANDRO.-
¡Ocho millones! ¡Ocho
millones! |
TOMÁS.-
¿Te parece que tener ocho millones
es gran ventura? |
LEANDRO.-
Me parece que es la mayor felicidad
de la tierra. |
TOMÁS.-
Calla, bárbaro. Aún
hay dicha mayor, ocho millones de veces mayor, |
LEANDRO.-
¿Te
chanceas? |
TOMÁS.-
¡Gabriela te ama! |
GABRIELA.-
¡Oh! |
LEANDRO.-
¿Qué dices? |
TOMÁS.-
La verdad. |
LEANDRO.-
¡Gabriela! |
GABRIELA.-
Pero... |
TOMÁS.-
Él te ama a ti. |
GABRIELA.-
(Con íntimo gozo.) ¿De veras? |
TOMÁS.-
(A LEANDRO, señalando a GABRIELA.) Mira cómo
le sale el gozo a la cara. |
LEANDRO.-
Pues también
Tomás está enamorado. ¡Pero si vieras qué
mal gusto ha tenido!... ¡Ja, ja!... (Riendo.) |
GABRIELA.-
Pues,
¿a quién quiere? |
TOMÁS.-
Calla. (¡Maldita jorobada!
Sólo me faltaba que ella creyese...) Con que no hay
más que hablar. Os casaréis inmediatamente.
Seré padrino de la boda. Hazla muy dichosa, Leandro:
sí, muy dichosa..., porque si no... (Llorando.) |
LEANDRO.-
¿Y
a qué viene ahora llorar? |
TOMÁS.-
Viene...
¿Qué sé yo a qué viene? Lloro... porque...
Justo y cabal... Porque estoy contento... (Riendo y llorando.)
Pero dile algo, bobo; dile..., pues.... lo que se dice en
tales casos. |
LEANDRO.-
¿Me quieres? |
GABRIELA.-
Creo que sí. |
LEANDRO.-
Pues yo te adoro, te idolatro. |
TOMÁS.-
(No
hay más remedio que ir tragando saliva.) No se anden
ustedes con repulgos de empanada. Un abrazo. (Arrojando a
GABRIELA en los brazos de LEANDRO.) |
LEANDRO.-
¡Gabriela! |
GABRIELA.-
¡Leandro! |
TOMÁS.-
¡Así me gusta!...
¡Vivan los novios! |
GABRIELA.-
¡Viva Tomás! |
TOMÁS.-
(Llorando
otra vez.) Sí, ¡viva Tomás! (¡Grandísima
pícara!) |
LEANDRO.-
¡Dale! No llores. |
TOMÁS.-
Se
acabó. ¡Alegría, alegría! Viva el dinero,
que ha de servir para hacer el bien. |
LEANDRO y GABRIELA.-
¡Viva!
¡Viva! |
TOMÁS.-
(Cogiéndole y empezando a bailar
con ella una polca.) Ven acá, tú, muchacha.
|
TOMÁS y GABRIELA.-
(Tarareando una polca.) Tararí... |
LEANDRO.-
(Tarareando también la polca, y bailando
solo.) Tararí... Ocho millones... Tararí...
Ocho millones... |