Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

Del dicho al hecho...

Proverbio en tres actos tomado del francés

Manuel Tamayo y Baus



PERSONAJES
 

 
LEANDRO
TOMÁS
GABRIELA
DON ESTEBAN DE AGUILAR
DON VICENTE

La acción, en Madrid, época actual.






ArribaAbajoActo primero

 

Habitación de un sotabanco. Las paredes, blanqueadas. Una ventana a la derecha. Puertas laterales y en el foro. Sofá y sillas de paja.

 

Escena I

 

LEANDRO y TOMÁS. Aquél echado en el sofá, leyendo un libro; éste sale por la puerta del foro, con blusa azul y gorra.

 

TOMÁS.-  ¡Perezoso! Dos horas ha que te dejé en la misma postura.

LEANDRO.-  Estoy leyendo.

TOMÁS.-  Alguno de esos librotes de extranjis donde aprendes tanta divina tontería.

LEANDRO.-  ¿Qué sabes tú?

TOMÁS.-  ¿Yo qué he de saber, si tú te lo sabes todo?

LEANDRO.-  ¿Has preguntado?

TOMÁS.-  Sí.

LEANDRO.-  ¿Cómo está?

TOMÁS.-  Ya no le duele nada.

LEANDRO.-  ¿Se ha muerto?

TOMÁS.-  Hasta las uñas.

LEANDRO.-  ¡Pobre viejo!

TOMÁS.-  Linda ocurrencia andar solo un hombre de su edad por calles extraviadas después de medianoche.

LEANDRO.-  Volvía del teatro. Según informes, era un viejecito muy listo, que aún bullía por todas partes como un muchacho.

TOMÁS.-  A los setenta y nueve años no se resiste una medrana como la que el infeliz debió pasar. ¡Verse entre dos ladrones, armados de cuchillos, y enfurecidos por no hallar su bolsa tan repleta como esperaban! Y acaso hubieran hecho con él una barbaridad, a no pasar tú por allí y correr en su ayuda.

LEANDRO.-  ¿Y qué se ha logrado con eso? No murió de una puñalada, pero ha muerto del susto.

TOMÁS.-  Siquiera ha tenido tiempo de pensarlo; y, de todas maneras, tú hiciste lo que debías. ¡Buena acción, Leandro, buena acción!

LEANDRO.-  Ya me lo has dicho sobre unas quinientas veces.

TOMÁS.-  Te lo diré quinientas mil.

LEANDRO.-  Cualquiera otro hiciera lo mismo que yo.

TOMÁS.-  O no, que está más abajo.

LEANDRO.-  Además, el riesgo me atrae. Voy cansándome de vivir.

TOMÁS.-  ¿Empezamos ya con las lamentaciones?

LEANDRO.-  Pues ¿cómo no he de lamentarme? ¡Sin oficio ni beneficio a los veintisiete años de edad! ¡Viviendo hace tres a tus expensas mi prima y yo!

TOMÁS.-  La canción de todos los días. Cantaré yo también.  (Tararea una canción popular.) 

LEANDRO.-  ¡Y no hay recursos! ¡No hay esperanza! Todas las puertas se cierran para el pobre.

TOMÁS.-  Eso no es verdad. Una vez te ofrecieron un portal, para que te metieses a memorialista.

LEANDRO.-  ¡Yo memorialista! ¡Yo en un portal!

TOMÁS.-  Otra vez te quisieron hacer ayuda de cámara de un grande, y tampoco eso te pareció bien.

LEANDRO.-  ¡Ayuda de cámara! ¡Qué vergüenza!

TOMÁS.-  En ganarse el pan honradamente no hay vergüenza ninguna. ¡Ojalá hubieras sido zapatero, como tu padre, que otro gallo te cantaría! Pero te empeñaste en ser leído y escribido, y está visto que la sabiduría no da de comer. Ya te prediqué yo bastante cuando murió don Diego. ¡Que si quieres! Traspasaste la tienda; hiciste versos, en lugar de hacer zapatos, y ¿qué sucedió? Que al poco tiempo no te quedaba ya una peseta, y un día te encontraste en mitad del arroyo, con la huerfanita que tu padre te había encomendado al morir.

LEANDRO.-  Tomás, no nacieron los hombres como ya para pasarse la vida cortando cuero detrás de un mostrador; hay vocaciones irresistibles; sentía arder en mi mente la llama del genio.

TOMÁS.-  No digo lo contrario; sé que tienes mucho de aquí.  (Dándose con la mano en la frente.) Sólo que los hombres de talento ¡hacen unas tonterías!... Yo, que no tengo ninguno, a Dios gracias, seguí contento el oficio con que vi que mi padre mantenía su casa, y hoy, aunque me esté mal el decirlo, no hay en todo Madrid oficial de ebanista que me eche la pata. Verdad que esto a ti y a tu prima os lo debo. Tenía yo bastante de flojo y tumbón cuando me hallaba solo como un hongo; pero desde que os traje a mi lado, desde que me vi hecho un padre de familia-vamos al decir-, ¡sentí un afán de ser algo en el mundo! Trabajar para uno solo cansa y aburre. Trabajar para personas queridas, ya es otra cosa.

LEANDRO.-  Sí, por nosotros te sacrificas; por nosotros, que hemos venido a empobrecer más y más a un pobre.

TOMÁS.-  ¿Yo pobre? ¡Me gusta! ¡Pobre con veinte reales de jornal!

LEANDRO.-  Si no hallo pronto una ocupación decorosa, me pego un tiro, como esa luz.

TOMÁS.-  Pues, alma de cántaro, ¿lo pasarás mejor en el infierno? Aunque no fuese más que por no afligirme, no deberías decir esas tontunas. Te doy lo que tengo. ¿Qué más puedo hacer? ¿Qué te falta? ¿Qué quieres?

LEANDRO.-  Tomás, quiero subir.

TOMÁS.-  Ciento veintisiete escalones subes todos los días dos o tres veces, y ¿aún te parece poco?

LEANDRO.-  Tú, en cambio, nada ambicionas. ¡Qué calma la tuya!

TOMÁS.-  Con paciencia se gana el cielo.

LEANDRO.-  Feliz tú, que posees la virtud del pollino.

TOMÁS.-  Más vale ser asno que tigre; y se me figura a mí que no es pobreza tener poco, sino desear lo que no se tiene.

LEANDRO.-  Las echas de filósofo, ¿eh?  (Con sonrisa burlona.)  ¿Si con el tiempo serás tú otro Séneca?

TOMÁS.-  No me pongas motes, que no me gustan. Por carecer de sabiduría, no carece uno de sentido común.

LEANDRO.-  Vamos, señor filósofo, que si ahora llamase un caudal a sus puertas, no dejaría usted de abrírselas.

TOMÁS.-  Se las abriría de par en par.

LEANDRO.-  Y serías más dichoso.

TOMÁS.-  ¡Qué sé yo! En la cara del pobre veo, por regla general, más alegría que en la del rico.

LEANDRO.-  Cada cual goza a su manera.

TOMÁS.-  Soy un pobre regularcillo; podría muy bien ser un rico detestable, Diz que con el dinero todo se alcanza, y me dan a mí a veces unos caprichos tan bestiales... Figúrate que un día se me pusiese entre ceja y ceja beber perlas disueltas en vino, como esa reina, a quien has compuesto una... ¿qué? ¡Ah, ya! ¡Una oda!

LEANDRO.-  ¿Y por qué no se te había de ocurrir emplear tu dinero en hacer bien a tus semejantes?

TOMÁS.-  Quizá me diese por ahí, pero no es seguro.

LEANDRO.-  Únicamente los ricos pueden tener esa noble satisfacción.

TOMÁS.-  ¡Bah! Tanto bien hace el que de tres da uno, como el que de nueve da tres. Sube a las guardillas, entra en las gazaperas de las casas de vecindad, y verás cómo personas que no cuentan con espacio bastante para poder moverse, ni con el sustento preciso para poder vivir, reparten magníficamente su pobreza con otros, aún más necesitados. Créelo, chico: el que tiene caridad, siempre tiene algo que dar.

LEANDRO.-  Es cierto; con tales sacrificios se honran los pobres, esos infelices desheredados por la injusticia humana de todos los bienes de la tierra. En los pobres hay virtud; en los ricos, tan sólo egoísmo y vanidad.

TOMÁS.-  No digas despropósitos. Ricos y pobres, todos somos hijos de Adán. Señores conozco yo que han secado más lágrimas que agua trae el Lozoya. ¿Y sabes lo que se me ocurre?

LEANDRO.-  ¿Qué?

TOMÁS.-  Que eres algo envidioso del bien ajeno.

LEANDRO.-  Y ¿puedes tú ver con paciencia que unos tengan tanto y otros tan poco? ¿No da rabia que bribones y sandios naden en la opulencia, y que hombres de honradez, como tú, y de talento, como yo, carezcan hasta de lo más preciso? ¡Ay, Tomás, este mundo está muy mal arreglado!

TOMÁS.-  Tú lo arreglarías mejor.

LEANDRO.-  Si yo pudiera, con el ejemplo haría ver a los ricos que, poseyendo aún más de lo necesario, raya en locura estar siempre deseando más; que el tener dinero no da derecho para tener vanidad y mal corazón; que es deber suyo amparar a los pobres y respetar a los humildes. ¡Oh, si yo fuese rico!...

TOMÁS.-  Sabe Dios lo que harías. Del dicho al hecho hay mucho trecho, y creo yo que para llegar a saber usar bien de las riquezas se necesita aprendizaje; creo que es bobada declamar tanto contra los ricos, y que, en su lugar, muchos de nosotros lo haríamos tan mal como algunos de ellos, y quizá peor.

LEANDRO.-  No deseo sino que se me ponga a la prueba.  (Óyese dentro la voz de un chico, gritando: «La Correspondencia», «La Correspondencia».) 

GABRIELA.-  ¡Chico! ¡Chico! Aquí... En el sotabanco... Espera.  (Dentro.) 

LEANDRO.-  ¿Qué es eso?  (A TOMÁS, que se habrá asomado a la ventana.) 

TOMÁS.-  Gabriela, que llama desde la ventana a un chico que pasa vendiendo La Correspondencia. Como a ti te gusta leer ese papel...

LEANDRO.-  Sí; da tantas noticias...

TOMÁS.-  ¿Verdad, Leandro, que Gabriela es ya una mujer hecha y derecha?

LEANDRO.-  Como que el mes que viene cumplirá diecinueve años.

TOMÁS.-  La pobre no está bien viviendo con dos solteros  (Cortado y con segunda intención.)  ¿No te parece que sería bueno casarla?

LEANDRO.-   (Con ansiedad.)  ¿Sabes tú que tenga novio?

TOMÁS.-   (Con mucho interés.)  No... Y tú, ¿sabes algo?

LEANDRO.-  Yo, nada.

TOMÁS.-  Entonces....  (Sin atreverse a explicarse.) 

LEANDRO.-  Entonces, ya ves que no puede casarse.

TOMÁS.-  Leandro... ¿Has querido tú alguna vez?

LEANDRO.-  Amo ahora, y también por este motivo detesto mi pobreza.

TOMÁS.-  ¡Qué cosa tan particular! También yo estoy enamorado...

LEANDRO.-  Sí, ¿eh?  (Sonriéndose.) 

TOMÁS.-  Aunque uno sea algo cerrado de mollera..., el corazón a veces...

LEANDRO.-  ¿Y quién es el dulce objeto de tu amor?

TOMÁS.-  Gabriela viene.  (Viendo entrar a GABRIELA por la puerta del foro.)  Calla.



Escena II

 

DICHOS y GABRIELA.

 

GABRIELA.-  Te he comprado La Correspondencia. Tómala.  (Dando «La Correspondencia» a LEANDRO, el cual se recuesta en el sofá, y lee el periódico.) 

LEANDRO.-  Gracias, primita.

TOMÁS.-  Venga usted acá, señora, que tengo que reñirle muy formalmente.  (Llevándosela a un extremo del escenario.) 

GABRIELA.-  ¿De veritas?

TOMÁS.-  ¡Y tan de veritas! ¿Por qué estás pálida y ojerosa?

GABRIELA.-  ¡Toma! ¿Qué sé yo?

TOMÁS.-  Pues yo sí lo sé. Porque te has pasado la noche cosiendo y bordando para las tiendas.

GABRIELA.-  ¡Ay, qué mentira!

TOMÁS.-  ¡Ay, qué verdad! Lo he averiguado casualmente. Ya decía yo: ¿cómo diablos hace cundir tanto mi jornal esa muchacha? ¡Ah, picaronaza, y qué bien nos ha engañado usted!

GABRIELA.-  Egoistón, ¿quieres ser tú solo el que gane para los tres?

TOMÁS.-  No es razón que, después de estar todo el día de Dios trajinando en la casa, te pases las noches en vela, a pique de perder la salud.

GABRIELA.-  ¡Qué salud ni qué niño muerto! Yo haré lo que me acomode.

TOMÁS.-  ¿Sí? ¡Leandro!  (Llamándole.) 

LEANDRO.-  ¿Qué?  (Respondiendo, sin apartar la vista del periódico.) 

GABRIELA.-  No, no por Dios; no se lo digas.

LEANDRO.-  ¿Qué?

TOMÁS.-  Nada ya.  (LEANDRO se acomoda mejor en el sofá y sigue leyendo.) 

GABRIELA.-  ¡Cuidado que tienes unas cosas!...

TOMÁS.-  ¡Si supiera que te estás sacrificando por él!... Un hombre puede vivir sin bochorno a costa de un amigo, pero a costa de una mujer...

LEANDRO.-  Mira: lo que yo te decía.  (Levantándose y acercándose a TOMÁS y GABRIELA con el periódico en la mano.)  Mira si no es natural que uno se desespere.

TOMÁS.-  Pues, ¿qué dice ahí?

LEANDRO.-  Escucha: «Hoy, a las nueve de la mañana, ha fallecido el señor don Juan de Villarroel, a consecuencia del susto que recibió anteanoche, cuando unos ladrones quisieron matarle. No tenía parientes cercanos, y aún se ignora quién será su heredero. Deja un caudal de cerca de dieciséis millones.» ¡Dieciséis millones!

GABRIELA.-  ¡Pobre señor! ¡De qué poco le ha servido el dinero!

TOMÁS.-  Se ha muerto lo mismo que si no hubiera tenido un ochavo.

LEANDRO.-  ¡Dieciséis millones!

TOMÁS.-  ¿Apuestas a que el viejo te ha dejado alguna manda en su testamento?

LEANDRO.-  ¡Ca! Los ricos piensan que todo se lo merecen. Y si me hubiera dejado alguna limosna, yo no la aceptaría.

TOMÁS.-  ¿Que no?

LEANDRO.-  No.

GABRIELA.-  ¿Y por qué?

LEANDRO.-  Porque el servicio que le presté no se paga con una limosna; porque yo no estoy en el caso de recibir unos cuantos duros.

TOMÁS.-  Pues maldecido de cocer, ¿a quién pueden venirle mejor unos cuantos duros que a quien no tiene un solo maravedí?

LEANDRO.-  Bien sé que no tengo nada, Tomás; bien sé que estoy viviendo a tus expensas.

TOMÁS.-  ¡Caramba, no seas mal pensado!

LEANDRO.-  ¡Ojalá que pueda librarte pronto de una carga que, con razón, se te va haciendo molesta.

TOMÁS.-  ¿Ves, Gabriela; ves qué cosas me dice? ¡Anda, que tienes mal corazón!

GABRIELA.-  ¡Válgame Dios, Leandro! Algunos días estás insufrible. A Tomás se le han saltado las lágrimas.

LEANDRO.-  No sé lo que me digo. Perdóname.

TOMÁS.-  Con una condición. Has de creer a pie juntillas que lo mío es tuyo.

LEANDRO.-  Con una condición. Has de creer que cuanto yo pueda poseer en lo sucesivo es tuyo también.

TOMÁS.-  Trato hecho, y para poner a prueba tu buena fe, empiezo por decirte que tengo ahorrados cincuenta y siete reales, y que sé que a ti te hacen falta.

LEANDRO.-  ¿A mí? Te equivocas.

TOMÁS.-  Al primer tapón, zurrapas.

LEANDRO.-  Te aseguro que no necesito ese dinero.

TOMÁS.-  ¿No ha estado aquí esta mañana tu amigo Pablo Ortiz a ver si podías socorrerle?

LEANDRO.-  Ah, sí; es cierto.

GABRIELA.-  ¡Pobre muchacho! ¡Cuánta lástima da!

TOMÁS.-  La madre, anciana e impedida; el hijo, tísico; con hambre los dos... Pues teniendo tú cincuenta y siete reales, ¿has de negar un socorro a esos infelices?

LEANDRO.-  Bien; si tú lo dispones...

GABRIELA.-  ¡Qué bueno eres, y cuánto te queremos Leandro y yo!

TOMÁS.-  (Me cree bueno..., dice que me quiere...)  (Abre el cajón de una mesa y saca dinero.)  Toma; llévaselos  (Dando el dinero a LEANDRO.) 

LEANDRO.-  Le diré que se los llevo de tu parte.

TOMÁS.-  ¡Qué desatino! Tú eres su amigo y un señor como él. Dándoselos tú, los recibirá con menos empacho que si yo se los diera. Ya sabes que los pobres tenemos el feo vicio de ser orgullosos.  (Con intención.) 

GABRIELA.-   (A LEANDRO.)  Haz lo que te dice.

LEANDRO.-  Corriente. Voy allá.  (Quítase el gabán y pónese una levita, bastante raída, que habrá en una silla; se mira a un espejo, se arregla la corbata, se ahueca el pelo y se pone el sombrero.) 

GABRIELA.-   (A TOMÁS.)  ¿Oyes?

TOMÁS.-  Sí; el señor Leal, que quiere pasar adelante, y araña la puerta para que se le abra.

GABRIELA.-  Tendrá apetito. Esta mañana se fue sin probar bocado.

TOMÁS.-  Es un calaverón de marca mayor. Ahora estaba en la calle rodeado de una caterva de camaradas de todos tamaños. Vínose a mí loco de alegría, y poniéndome las patas en el pecho, me dijo: guau, guau, guau, con lo cual quería dar a entender: «Que sea usted bien venido, señor amo.» Y luego, para echarla de guapo a mis ojos, fue a caer, botando como si fuera de goma elástica, encima del apiñado corro de sus amigos, que salieron pitando y poniendo el grito en el cielo. Cuando se vio solo volvió la cara con mucho sosiego hacia donde me había dejado, y me hizo un guiño, como diciendo: «Ya ve usted que aquí soy yo quien cobra el barato.»

GABRIELA.-  Voy a abrirle, que se impacienta.

TOMÁS.-  Dime, Gabriela, ¿estás contenta de mí?

GABRIELA.-  No hay un mozo mejor que tú debajo de la capa del cielo.  (Vase por la puerta del foro.) 



Escena III

 

TOMÁS y LEANDRO.

 

TOMÁS.-   (Vamos, es cosa averiguada: esta chica me corresponde.)  ¡Eh, tú!, ¿vas a estarte acicalando hasta el día del juicio? Más veces te pones y te quitas la levosa al cabo del día...

LEANDRO.-  ¿He de salir a la calle hecho un puerco?

TOMÁS.-  Pues vivo, que te esperan con hambre.

LEANDRO.-  Ya me voy. Hasta luego.

TOMÁS.-  ¡Ah, oye!... Me has dicho que estás enamorado.

LEANDRO.-  Sí, como tú.

TOMÁS.-  Pues sepamos de quién.

LEANDRO.-  No es razón que tengamos secretos el uno para el otro.

TOMÁS.-  ¡No faltaba más!

LEANDRO.-  ¿A quién quieres tú?

TOMÁS.-  ¿Yo?... Habla tú primero.

LEANDRO.-  No; primero tú.

TOMÁS.-  No, tú.

LEANDRO.-  Así no acabaremos nunca. Yo quiero a mi prima.

TOMÁS.-  ¡Eh! ¿A quién? ¿A Gabriela?

LEANDRO.-  ¿Por qué te sorprende?

TOMÁS.-  ¿Qué sé yo? Como es tu prima.

LEANDRO.-  ¿Y qué?

TOMÁS.-  Justo: ¿y qué?

LEANDRO.-  ¿No te parece Gabriela digna de ser amada?

TOMÁS.-  Sí... ¡Lo que es eso!...

LEANDRO.-  Pues entonces, ¿qué tiene de particular que me haya enamorado de ella?

TOMÁS.-  No...; la verdad es que no tiene nada de particular.

LEANDRO.-  Y tú, ¿a quién quieres?

TOMÁS.-  Yo..., ¡qué sé yo!

LEANDRO.-  ¿Que no sabes?... ¿Me obligas a confiarte mi secreto, y ahora te niegas a descubrirme el tuyo? No lo consentiré: habla.

TOMÁS.-  (¡Qué apuro!)

LEANDRO.-  ¿Quién merece tu amor?

TOMÁS.-  ¿Quién?... Pues, sí; la chica del portero,

LEANDRO.-  ¡La chica del portero! Pero, hombre, ¡si es jorobada!

TOMÁS.-  ¡Ah!... Sí..., cierto: es jorobada. Quizá sea la joroba lo que a mí me ha hecho tilín.

LEANDRO.-  ¿Hablas con formalidad?

TOMÁS.-  Sí.

LEANDRO.-  Pues con formalidad te digo que tienes un gusto...

TOMÁS.-  De mil demonios.

LEANDRO.-  Es preciso que se te quite eso de la cabeza. Dicen que una mujer es carga pesada, figúrate lo que será una mujer con joroba.

TOMÁS.-  Anda, no te detengas más.

LEANDRO.-  Adiós.

TOMÁS.-  ¿Le has declarado ya tu amor a Gabriela?

LEANDRO.-  No... Tú me ayudarás a declarárselo.  (Vase por la puerta del foro.) 



Escena IV

TOMÁS.-  ¡Yo!... ¡Pues no estaría malo! Para todo necesita ayuda el señorito. ¡Es un perezoso..., un egoísta! Cree que todo se lo merece por su linda cara, y que él no debe nada a nadie... ¿Qué es esto? Vamos a cuentas, señor Tomás. ¿Por qué se enfurece usted, contra su amigo, notándole ahora defectos que en tres años no le había notado? ¿Y por qué quiere a su prima? ¿Y por qué no la ha de querer? ¿No la quiero yo? Vivir a su lado y no amarla, esto si que no hubiera merecido perdón de Dios. Haberse enamorado de Gabriela es quizá lo único bueno que ha hecho ese bolonio en toda su vida. ¡Y yo que había llegado a concebir esperanzas de casarme con ella!... ¡Qué se le ha de hacer! Paciencia. Tengamos la virtud del pollino, como dice su señoría. Los casaré... Trabajaré para ella y para él... y para sus hijos... Me vengaré haciéndolos felices; y yo también seré dichoso..., así..., de cierta manera..., pues... hasta cierto punto..., eso es..., hasta que no pueda aguantar más, y reviente como un triquitrate. ¡Porvíchele! ¡Porvíchele!  (Se sienta en el sofá, pone los brazos sobre el respaldo y reclina en ellos la cabeza.)  Pero Leandro no le ha dicho aún esta boca es mía, ¿Quién sabe si le querrá Gabriela? ¿Quién sabe si me querrá a mí? ¡Ca! Él gasta levita...; yo, blusa o chaqueta...; él tiene humos de gran señor...; yo soy un pelele... No hay que devanarse los sesos: Leandro será el preferido..., claro está, ¿Y por qué ha de estar claro? Su cabeza, sí, señor, su cabeza vale más que la mía; pero mi corazón, ¿por qué no he de decirlo?, mi corazón vale más que el suyo. ¡Ah!  (Viendo salir a GABRIELA por la puerta del foro.)  Salgamos de dudas, y al vado o a la puente.



Escena V

 

TOMÁS y GABRIELA.

 

GABRIELA.-  Ya se ha comido su merced una cazuela de sopas.

TOMÁS.-  ¿Quieres a tu primo, Gabriela?

GABRIELA.-  ¡Qué pregunta! ¿Pues no le he de querer, si es mi primo? Ni le quiero por esto sólo. Desde que se arrojó a salvar a ese anciano con riesgo de su vida, le quiero mil veces más que antes.  (Con mucho calor.) 

TOMÁS.-  (¡Que no hallase yo por ahí otro viejo!...)

GABRIELA.-  Además  (Reprimiéndose.) , ya sabes que su padre me recogió cuando quedé huérfana, y que después él me tuvo también a su lado.

TOMÁS.-  No hizo más que cumplir una obligación.

GABRIELA.-  ¡Rara suerte la mía, Tomás! Siempre amenazada de quedarme sola en el mundo, y siempre hallando amparo y cariño en corazones generosos. Primero, don Diego, que en gloria esté; luego, Leandro; luego. tú. Tú sí que no tenías obligación ninguna de ampararme. Por eso a nadie debo tanta gratitud como a ti

TOMÁS.-  (Algo es algo. Y como el que da primero da dos veces... ¡Pecho al agua! Declarándome primero que el otro... )

GABRIELA.-  ¿En qué piensas?

TOMÁS.-  Gabriela, has de saber... (Guarda, Pablo. Las calabazas me gustan poco. Hagamos antes una prueba.) Gabriela.

GABRIELA.-  ¿Qué?

TOMÁS.-  Leandro tiene un disgusto.

GABRIELA.-  ¡Un disgusto! ¿Cuál?

TOMÁS.-  Está enamorado.

GABRIELA.-  ¿Enamorado? ¡El! ¿De veras?  (Con ansiedad.) 

TOMÁS.-  (¡Malo!) De veras.

GABRIELA.-  No puede ser. ¡Ca! Figuraciones tuyas.

TOMÁS.-  Lo sé de buena tinta.

GABRIELA.-  ¿Por dónde lo sabes?

TOMÁS.-  El mismo me lo ha dicho.

GABRIELA.-  ¿Con que no hay duda? ¿Con que es verdad?  (Con enojo.) 

TOMÁS.-  (¡Malo, malo!) Verdad es, por desgracia.

GABRIELA.-  ¿Por desgracia dices? ¿No es digna de su cariño esa mujer? Entonces hay que abrirle los ojos, hay que impedir que haga un desatino.

TOMÁS.-  (¡Malo, malo, malo!)

GABRIELA.-  No faltaba más sino que una picarona... Salvémosle del peligro que corte. Tú me ayudarás a desengañarle.

TOMÁS.-  (Todo el mundo quiere que yo le ayude, y nadie quiere ayudarme a mí.)

GABRIELA.-  Apostaría cualquier cosa a que ella no le ama.

TOMÁS.-  Pues perderías. Le ama, le adora sin saberlo.

GABRIELA.-  ¿Sin saberlo?

TOMÁS.-  Es una criatura angelical, que aún no se ha dado cuenta a sí misma de lo que pasa en su corazón. Cree que es amistad el amor que tiene a Leandro; pero sólo al pensar que ama a otra mujer siente celos.... se pone pálida...-sus ojos echan chispas..., se altera su voz.... su mano tiembla...  (Asiéndola una mano.) 

GABRIELA.-   (Muy turbada.)  Tomás...

TOMÁS.-  Te digo que le quiere, le quiere mucho.  (Óyese un campanillazo.)  ¿No opinas tú lo mismo que yo?

GABRIELA.-  Suéltame; están llamando.  (GABRIELA se va corriendo por la puerta del foro.) 

TOMÁS.-  La pobre huye avergonzada al ver descubierto su cariño. ¿Qué rompería yo? ¡Yo quiero romper algo! Hay hombres que nacen de pie. ¡Yo nací en martes y lloviendo! Bueno que se quieran; bueno que se casen; pero esto de que se quieran en mis barbas; esto de que se casen en mis hocicos... Si pudiera huir... Ojos que no ven... ¿Y cómo hago yo eso? ¿Cómo los abandono? No hay más: tendré que casarlos yo mismo. ¡Buen bromazo voy a correr! Sudando estoy. Se me arde la frente. Si me diera un tabardillo pintado, ¡qué bien me vendría!



Escena VI

 

TOMÁS y LEANDRO.

 

LEANDRO.-  ¡Qué casa aquélla, Tomás! Un chiribitil en que se da con la cabeza en el techo: un catre con un jergón para la madre; un jergón en el suelo para el hijo; una silla desvencijada para los dos; un fogón sin lumbre, ni ceniza siquiera, que da frío de sólo verlo. Allí recordaba con espanto que ese viejo que ha muerto hoy poseía dieciséis millones. ¡Qué monstruosa desigualdad!  (Quítase la levita y pónese el gabán.) 

TOMÁS.-  Perora, hijo, perora, y quítate la levita.  (Con soflama.) 

LEANDRO.-  No tengo más que ésta; si no la cuido...  (Óyese un fuerte campanillazo y ladridos de perro.) 

TOMÁS.-  ¡Caramba! Ese quiere entrar.

LEANDRO.-  ¿Quién podrá ser a estas horas?

TOMÁS.-  A Leal no le ha hecho gracia el campanillazo.

LEANDRO.-  Siempre que oigo llamar a la puerta me entra un desasosiego...  (El perro ladra cada vez más fuerte.) 



Escena VII

 

DICHOS y GABRIELA.

 

GABRIELA.-   (Saliendo muy turbada por la puerta del foro.)  Leandro, Leandro.

LEANDRO.-   (Con ansiedad.)  ¿Qué hay?

TOMÁS.-  ¿Quién es?  (Notando la turbación de GABRIELA y acercándose a ella.) 

GABRIELA.-  Un lacayo que ha preguntado si estás en casa.

LEANDRO.-  ¡Un lacayo!

GABRIELA.-  Su amo, que se había quedado en el coche, va a subir en seguida.

TOMÁS.-  ¡Calla! ¿Te visitan a ti señores de coche?

LEANDRO.-  ¿Un señor de coche buscarme a mí? ¿Qué me querrá?

GABRIELA.-  ¿Le abro?

LEANDRO.-  Pues ¿qué has de hacer? Anda, y abre en seguida.  (Vase GABRIELA por la puerta del foro. LEANDRO se quita el gabán, que echa dentro de un cuarto, cuya puerta cierra; se pone la levita, arregla los muebles, se ahueca el pelo con la mano, mirándose al espejo; se estira el chaleco, se mira el pantalón, tose y escupe. todo con mucha precipitación y azoramiento.) 

TOMÁS.-  ¿Otra te pego, Mateo?

LEANDRO.-  ¿Recibir aquí a un caballero que tiene coche?

TOMÁS.-  Ya supondrá que aquí no vive el emperador de los cochinchinos.  (El perro ladra desaforadamente.) 

LEANDRO.-  Y a ese maldito animal, que nunca ladra, se le ocurre ahora alborotar así.

AGUILAR.-   (Dentro.)  ¡Chucho! ¡Chucho!

GABRIELA.-   (Dentro.)  ¡Leal! ¡Leal!

TOMÁS.-   (Asomándose a la puerta del foro.)  No le deja pasar de la puerta.

LEANDRO.-  (¡Qué bochorno!)

TOMÁS.-   (Riéndose) ¡Y el hombre tiene una cara de espanto!...

LEANDRO.-  Anda tú, ¡por los clavos de Cristo!

TOMÁS.-  ¡Largo de ahí, Leal, largo!  (Yéndose por la puerta del foro. El perro deja de ladrar y empieza a gruñir.) 

LEANDRO.-  ¿Qué idea formará de mí ese caballero viéndome en esta casa?



Escena VIII

 

LEANDRO, TOMÁS, AGUILAR y GABRIELA.

 

AGUILAR.-  ¡Pícaro bicho!... ¡Cómo ladra! Beso a usted la mano.

LEANDRO.-   (Saludándole muy cortado.)  Caballero...

AGUILAR.-  Creí que se me venía encima. ¡Qué feo es el condenado!

TOMÁS.-  (¡Feo mi perro! Más feo es él y pasa.) Diré a usted: Leal es muy pacífico  (Haciendo cortesías.) ; pero se conoce que usted le ha chocado. Como no tiene costumbre de recibir visitas tan majas...  (LEANDRO le hace señas para que calle.) 

LEANDRO.-  (¡Qué necio!) Hágame usted el favor de sentarse.

AGUILAR.-   (A LEANDRO.)  Gracias. Y usted, ¿no se sienta?

LEANDRO.-   (Sentándose a alguna distancia de AGUILAR.)  Sí..., si, señor.

AGUILAR.-  Más cerca...

LEANDRO.-   (Acercándose un poco.)  Sí.... como usted guste.

AGUILAR.-  ¿Tengo la honra de hablar con el señor don Leandro Jiménez?

LEANDRO.-  Servidor de usted.

AGUILAR.-  Muy señor mío. Pues yo soy don Esteban de Aguilar, pariente, aunque lejano, del señor don Juan de Villarroel, a quien usted salvó anteanoche valerosamente de unos ladrones. Los hombres capaces de arriesgar su vida por la del prójimo merecen, cualquiera que sea su condición social, el aprecio y respeto de todo el mundo, y yo vengo a manifestarle a usted mi gratitud y a estrechar su mano.

LEANDRO.-   (Dándole la mano.)  ¡Tanta bondad!

TOMÁS.-   (Bajo a GABRIELA.)  (¡Me revienta este tío!)

GABRIELA.-   (Bajo a TOMÁS.)  (Pues me parece muy bueno.)

AGUILAR.-  ¡Es usted un bienhechor de la Humanidad! (¡Canalla!) ¡Un héroe!

LEANDRO.-  ¡Héroe yo! El favor que tuve la dicha de prestar al señor don Juan de Villarroel...

AGUILAR.-  Fue inmenso. Lo que él decía: «Por ese mozo he vivido algún tiempo más, y puedo morir en mi lecho cristianamente, con la esperanza de resucitar a vida mejor.» Era un santo. Ya habrá recibido en el cielo la recompensa de sus virtudes. (Fingiendo que llora, y restregándose los ojos con un pañuelo.) 

GABRIELA.-   (Conmovida.)  ¿Ves cómo llora?

TOMÁS.-  ¿Llora, o finge llorar?

LEANDRO.-  ¿Es usted su heredero?

AGUILAR.-  No. señor; no lo soy, contra lo que todo el mundo esperaba. Cualquiera otro en mi lugar hubiera tomado el cielo con las manos. Yo, no. Lejos de condenar su conducta, la admiro, la aplaudo.  (Con vehemencia fingida.)  ¡Qué hombre aquél, qué hombre! ¡Qué corazón!  (Fingiendo enternecerse otra vez.) 

TOMÁS.-  (¡Cuánta pamema!)

AGUILAR.-  El objeto de mi visita es darle a usted una buena noticia.

LEANDRO.-  ¿A mí?

AGUILAR.-  He querido ser quien primero se la diese a usted. El señor don Juan lega por su testamento la mitad de sus bienes para dotar hospitales y otras obras de beneficencia...

TOMÁS.-   (Acercándose a LEANDRO.)  ¡Bravo! Y luego se dirá que los ricos...

LEANDRO.-  ¡TOMÁS!

TOMÁS.-   (Retirándose.)  (Tente, lengua.)

AGUILAR.-  La otra mitad, que ascenderá en fincas rústicas y urbanas a unos ocho millones de reales, sobre poco más o menos, se la deja a usted.

LEANDRO.-   (Levantándose.)  ¡Eh!

GABRIELA.-  ¡Dios mío!

TOMÁS.-  ¡Caracoles!

LEANDRO.-  Dice usted que...

TOMÁS.-  Eso debe ser una broma.

AGUILAR.-  Digo que a estas horas es usted dueño de un caudal de ocho millones.

LEANDRO.-  ¡Será posible!... ¡Tanto dinero!... Se me va la vista... Todo da vueltas a mi alrededor.  (Apoyándose en una silla.) 

GABRIELA.-   (Corriendo a sostenerle.)  ¡Leandro!

TOMÁS.-  Vamos, hombre, que la cosa no es para tanto.  (Sosteniéndole también y haciendo que se siente en una silla.) 

AGUILAR.-  Serénese usted. (¡Si reventara!)

GABRIELA.-  Te daré agua con unas gotas de vinagre.

LEANDRO.-  No es menester. Ya pasó. ¡Ocho millones!

AGUILAR.-  La presencia de un extraño en este momento debe serle a usted enojosa.

LEANDRO.-  No; de ningún modo... Al contrario...

AGUILAR.-  Ya nos veremos. Creo que esta señorita es prima de usted. ¡Preciosa criatura!

GABRIELA.-  (¡Jesús, qué sofoco)

AGUILAR.-  Mi sobrina y pupila, la marquesita de Torregalindo, tendrá mucho gusto en ser amiga de usted.

GABRIELA.-  (¡Amiga yo de una marquesa!)

AGUILAR.-  ¿Usted no conoce a mi sobrina?  (A LEANDRO.)  ¡Oh, es una perla! Toca el piano como Listz, canta como la Patti, habla el francés como un francés. El hombre que logre llamarla esposa será el más feliz de los mortales. Conque lo dicho, seremos muy amigos.

LEANDRO.-  Caballero.... usted.... la marquesa..., el difunto.... yo...

AGUILAR.-  Los pondré a ustedes en relaciones con la grandeza.

LEANDRO.-  ¡Con la grandeza!

AGUILAR.-  Tengo palco en el teatro Real, y cuando ustedes gusten favorecerme...

GABRIELA.-  ¡Palco!

LEANDRO.-  ¡Palco en el teatro Real!

TOMÁS.-  ¡Ave María Purísima!

LEANDRO.-   (Déjase caer en una silla.)  ¡Otro vahído!

AGUILAR.-   (Dándole la mano.)  Estoy abusando...

LEANDRO.-   (Queriendo levantarse y volviendo a caer en la silla como atontado.)  Mi gratitud..., mi...

AGUILAR.-  Quieto... quieto... Entre amigos íntimos como nosotros...  (A GABRIELA, alargándole la mano; ella le da la suya con rubor.)  Va usted a volver locos a todos los pollos del gran mundo.

GABRIELA.-   (Tiemblo de pies a cabeza.) 

AGUILAR.-  ¿Éste será su criado de usted? Abur, tú, muchacho.

TOMÁS.-  ¡Me gusta!

LEANDRO.-   (Turbado y como haciéndose violencia.)  No... Es... mi amigo.

AGUILAR.-   (Dándole la mano.)  Ah... ¡Mil perdones!

TOMÁS.-  (¡El demonio del tío ése!...)

AGUILAR.-  Señores... Señorita...  (Saludando.)  (Me conviene. Puede pasar.)  (Mirando a LEANDRO. Vase por la puerta del foro.) 

LEANDRO.-   (Como alelado.)  No sé que me sucede.

GABRIELA.-  ¡Ni yo!

TOMÁS.-  ¡Ni yo!  (Óyese ladrar al perro con furor.) 

AGUILAR.-   (Dentro, dando un grito.)  ¡Ay!

LEANDRO.-   (Yendo hacia el foro.)  ¡El perro!

TOMÁS.-  ¡Otra vez!

AGUILAR.-   (Sale corriendo y despavorido por la puerta del foro, hasta donde debe suponerse que le ha perseguido el perro ladrando.)  ¡Chucho, quieto!

LEANDRO.-   (Haciendo ademán de dar un puntapié al perro, que se retira aullando.)  ¿Quieres callar?

AGUILAR.-  ¡Eso no es perro, es una fiera, es el mismo demonio!

LEANDRO.-  Le hemos dejado a usted salir solo... Nuestro aturdimiento...

AGUILAR.-  ¡Bah! Cuando hay confianza... Hasta la vista,  (Vase por la puerta del foro precedido de LEANDRO.) 

GABRIELA.-   (Como asombrada.)  ¿Qué dices, Tomás?

TOMÁS.-  Yo, nada. ¿Y tú?

GABRIELA.-  ¡Qué cosa tan rara! ¿Verdad?  (Óyese cerrar la puerta de la escalera y gruñidos del perro.) 

TOMÁS.-  Muy rara, mucho.



Escena IX

 

TOMÁS, GABRIELA y LEANDRO.

 

LEANDRO.-  ¡Tomás! ¡Gabriela!  (Óyese ladrar al perro y arañar a la puerta.)  ¿Estoy soñando? Vosotros lo habéis oído como yo. Tengo dinero, mucho dinero... Cierta es mi felicidad.

TOMÁS.-  Bien me maliciaba yo que el buen viejo haría algo por ti. Pero, ¿quién se había de figurar?... Mira..., mira... Esta se ha quedado patidifusa.

LEANDRO.-  Alégrate, chica, soy millonario.

GABRIELA.-  Sí, me alegro...: sólo que una alegría tan repentina...

TOMÁS.-  Le compraremos un collar de plata a Leal, ¿eh?

LEANDRO.-  ¡De oro! ¡Llegó la mía! ¡Ah, señores ricos, qué buena lección os voy a dar!

TOMÁS.-  ¿No serás vanidoso?

LEANDRO.-  ¿Yo vanidoso? ¡Quita allá!

TOMÁS.-  ¿No te olvidarás de que hay pobres que tienen hambre?

LEANDRO.-  Simple, ¿quién ha de tener hambre teniendo yo tanto dinero? ¡Se acabaron los pobres!

TOMÁS.-   (Alargándole la mano.)  Toca ahí.

LEANDRO.-   (Abrazándole.)  ¡Tomasillo!

GABRIELA.-  ¡Qué gusto!

TOMÁS.-   (Fijando la vista en GABRIELA.)  ¡Ah!

LEANDRO.-  ¡Ocho millones! ¡Ocho millones!

TOMÁS.-  ¿Te parece que tener ocho millones es gran ventura?

LEANDRO.-  Me parece que es la mayor felicidad de la tierra.

TOMÁS.-  Calla, bárbaro. Aún hay dicha mayor, ocho millones de veces mayor,

LEANDRO.-  ¿Te chanceas?

TOMÁS.-  ¡Gabriela te ama!

GABRIELA.-  ¡Oh!

LEANDRO.-  ¿Qué dices?

TOMÁS.-  La verdad.

LEANDRO.-  ¡Gabriela!

GABRIELA.-  Pero...

TOMÁS.-  Él te ama a ti.

GABRIELA.-   (Con íntimo gozo.)  ¿De veras?

TOMÁS.-   (A LEANDRO, señalando a GABRIELA.)  Mira cómo le sale el gozo a la cara.

LEANDRO.-  Pues también Tomás está enamorado. ¡Pero si vieras qué mal gusto ha tenido!... ¡Ja, ja!...  (Riendo.) 

GABRIELA.-  Pues, ¿a quién quiere?

TOMÁS.-  Calla. (¡Maldita jorobada! Sólo me faltaba que ella creyese...) Con que no hay más que hablar. Os casaréis inmediatamente. Seré padrino de la boda. Hazla muy dichosa, Leandro: sí, muy dichosa..., porque si no...  (Llorando.) 

LEANDRO.-  ¿Y a qué viene ahora llorar?

TOMÁS.-  Viene... ¿Qué sé yo a qué viene? Lloro... porque... Justo y cabal... Porque estoy contento...  (Riendo y llorando.)  Pero dile algo, bobo; dile..., pues.... lo que se dice en tales casos.

LEANDRO.-  ¿Me quieres?

GABRIELA.-  Creo que sí.

LEANDRO.-  Pues yo te adoro, te idolatro.

TOMÁS.-  (No hay más remedio que ir tragando saliva.) No se anden ustedes con repulgos de empanada. Un abrazo.  (Arrojando a GABRIELA en los brazos de LEANDRO.) 

LEANDRO.-  ¡Gabriela!

GABRIELA.-  ¡Leandro!

TOMÁS.-  ¡Así me gusta!... ¡Vivan los novios!

GABRIELA.-  ¡Viva Tomás!

TOMÁS.-   (Llorando otra vez.)  Sí, ¡viva Tomás! (¡Grandísima pícara!)

LEANDRO.-  ¡Dale! No llores.

TOMÁS.-  Se acabó. ¡Alegría, alegría! Viva el dinero, que ha de servir para hacer el bien.

LEANDRO y GABRIELA.-  ¡Viva! ¡Viva!

TOMÁS.-   (Cogiéndole y empezando a bailar con ella una polca.)  Ven acá, tú, muchacha.

TOMÁS y GABRIELA.-   (Tarareando una polca.)  Tararí...

LEANDRO.-   (Tarareando también la polca, y bailando solo.)  Tararí... Ocho millones... Tararí... Ocho millones...



 
 
FIN DEL ACTO PRIMERO
 
 


IndiceSiguiente