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ArribaAbajoEl encuentro



Le he encontrado en el sendero.
No turbó su ensueño el agua
ni se abrieron más las rosas;
pero abrió el asombro mi alma.
¡Y una pobre mujer tiene  5
su cara llena de lágrimas!

Llevaba un canto ligero
en la boca descuidada,
y al mirarme se le ha vuelto
hondo el canto que entonaba.  10
Miré la senda, la hallé
extraña y como soñada.
¡Y en el alba de diamante
tuve mi cara con lágrimas!

   Siguió su marcha cantando  15
y se llevó mis miradas...
Detrás de él no fueron más
azules y altas las salvias.
¡No importa! Quedó en el aire
estremecida mi alma.  20
¡Y aunque ninguno me ha herido
tengo la cara con lágrimas!
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   Esta noche no ha velado
como yo junto a la lámpara;
como él ignora, no punza  25
su pecho de nardo mi ansia;
pero tal vez por su sueño
pase un olor de retamas,
¡porque una pobre mujer
tiene su cara con lágrimas!  30

   Iba sola y no temía;
con hambre y sed no lloraba;
desde que lo vi cruzar,
mi Dios me vistió de llagas.
Mi madre en su lecho reza  35
por mí su oración confiada.
¡Pero yo tal vez por siempre
tendré mi cara con lágrimas!



  —123→  

ArribaAbajoAmo amor



   Anda libre en el surco, bate el ala en el viento,
late vivo en el sol y se prende al pinar.
No te vale olvidarlo como al mal pensamiento:
      ¡le tendrás que escuchar!

   Habla lengua de bronce y habla lengua de ave,  5
ruegos tímidos, imperativos de mar.
No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave:
      ¡lo tendrás que hospedar!

   Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas.
Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar.  10
No te vale el decirle que albergarlo rehusas:
      ¡lo tendrás que hospedar!

   Tiene argucias sutiles en la réplica fina,
argumentos de sabios, pero en voz de mujer.
Ciencia humana te salva, menos ciencia divina:  15
      ¡le tendrás que creer!

   Te echa venda de lino; tú la venda toleras.
Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir.
Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras
      ¡que eso para en morir!  20



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ArribaAbajoEl amor que calla



   Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, ¡tan oscuro!

Tú lo quisieras vuelto un alarido,  5
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.

   Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.  10
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!



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ArribaAbajoÉxtasis



   Ahora, Cristo, bájame los párpados,
pon en la boca escarcha,
que están de sobra ya todas las horas
y fueron dichas todas las palabras.

   Me miro, nos miramos en silencio  5
mucho tiempo, clavadas,
como en la muerte, las pupilas. Todo
el estupor que blanquea las caras
en la agonía, albeaba nuestros rostros.
¡Tras de ese instante, ya no resta nada!  10

    Me habló convulsamente;
le hablé, rotas, cortadas
de plenitud, tribulación y angustia,
las confusas palabras.
Le hablé de su destino y mi destino,  15
amasijo fatal de sangre y lágrimas.

   Después de esto ¡lo sé!, ¡no queda nada!
¡Nada! Ningún perfume que no sea
diluido al rodar sobre mi cara.

   Mi oído está cerrado,  20
mi boca está sellada.
¡Qué va a tener razón de ser ahora
—126→
para mis ojos en la tierra pálida!
¡ni las rosas sangrientas
ni las nieves calladas!  25

   Por eso es que te pido,
Cristo, al que no clamé de hambre angustiada:
ahora, para mis pulsos,
y mis párpados baja!

   Defiéndeme del viento  30
la carne en que rodaron sus palabras;
líbrame de la luz brutal del día
que ya viene, esta imagen.
Recíbeme, voy plena,
¡tan plena voy como tierra inundada!  35



  —127→  

ArribaAbajoÍntima



   Tú no oprimas mis manos.
Llegará el duradero
tiempo de reposar con mucho polvo
y sombra en los entretejidos dedos.

   Y dirías: -«No puedo  5
amarla, porque ya se desgranaron
como mieses sus dedos».

   Tú no beses mi boca.
Vendrá el instante lleno
de luz menguada, en que estaré sin labios  10
sobre un mojado suelo.

   Y dirías: -«La amé, pero no puedo
amarla más, ahora que no aspira
el olor de retamas de mi beso».

   Y me angustiara oyéndote,  15
y hablaras loco y ciego,
que mi mano será sobre tu frente
cuando rompan mis dedos,
y bajará sobre tu cara llena
de ansia mi aliento.  20
—128→

   No me toques, por tanto. Mentiría
al decir que te entrego
mi amor en estos brazos extendidos,
en mi boca, en mi cuello,
y tú, al creer que lo bebiste todo,  25
te engañarías como un niño ciego.

   Porque mi amor no es sólo esta gavilla
reacia y fatigada de mi cuerpo,
que tiembla entera al roce del cilicio
y que se me rezaga en todo vuelo.  30

   Es lo que está en el beso, y no es el labio;
lo que rompe la voz, y no es el pecho:
¡es un viento de Dios, que pasa hendiéndome
el gajo de las carnes, volandero!



  —129→  

ArribaAbajoDios lo quiere




I

   La tierra se hace madrastra
si tu alma vende a mi alma.
Llevan un escalofrío
de tribulación las aguas.
El mundo fue más hermoso  5
desde que yo te fui aliada,
cuando junto de un espino
nos quedamos sin palabras,
¡y el amor como el espino
nos traspasó de fragancia!  10

   Pero te va a brotar víboras
la tierra si vendes mi alma;
baldías del hijo, rompo
mis rodillas desoladas.
Se apaga Cristo en mi pecho  15
¡y la puerta de mi casa
quiebra la mano al mendigo
y avienta a la atribulada!


II

   Beso que tu, boca entregue
a mis oídos alcanza,  20
porque las grutas profundas
me devuelven tus palabras.
—130→
El polvo de los senderos
guarda el olor de tus plantas
y oteándolas como un siervo,  25
te sigo por las montañas...

   A la que tú ames, las nubes
la pintan sobre mi casa,
Ve cual ladrón a besarla
de la tierra en las entrañas;  30
mas, cuando el rostro le alces,
hallas mi cara con lágrimas


III

   Dios no quiere que tú tengas
sol si conmigo no marchas;
Dios no quiere que tú bebas  35
si yo no tiemblo en tu agua;
no consiente que tú duermas
sino en mi trenza ahuecada.


IV

   Si te vas, hasta en los musgos
del camino rompes mi alma;  40
te muerden la sed y el hambre
en todo monte o llanada
y en cualquier país las tardes
con sangre serán mis llagas.
   Y destilo de tu lengua  45
aunque a otra mujer llamaras,
y me clavo como un dejo
de salmuera en tu garganta;
y odies, o cantes, o ansíes,
¡por mí solamente clamas!  50
—131→


V

   Si te vas y mueres lejos,
tendrás la mano ahuecada
diez años bajo la tierra
para recibir mis lágrimas,
sintiendo cómo te tiemblan  55
las carnes atribuladas,
¡Hasta que te espolvoreen
mis huesos sobre la cara!



  —132→  

ArribaAbajoDesvelada



   Como soy reina y fui mendiga, ahora
vivo en puro temblor de que me dejes,
y te pregunto, pálida, a cada hora:
«¿Estás conmigo aún? ¡Ay!, ¡no te alejes!»
   Quisiera hacer las marchas sonriendo  5
y confiando ahora que has venido;
pero hasta en el dormir estoy temiendo
y pregunto entre sueños: -«¿No te has ido?»



  —133→  

ArribaAbajoVergüenza



   Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.

   Tengo vergüenza de mi boca triste,  5
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.

   Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada  10
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.

   Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca  15
y en la tremolación que hay en mi mano...

   Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
la que besaste llevará hermosura!  20



  —134→  

ArribaAbajoBalada



   Él pasó con otra;
yo le vi pasar.
Siempre dulce el viento
y el camino en paz.
¡Y estos ojos míseros  5
le vieron pasar!

   Él va amando a otra
por la tierra en flor.
Ha abierto el espino;
pasa una canción.  10
¡Y él va amando a otra
por la tierra en flor!

   Él besó a la otra
a orillas del mar;
resbaló en las olas  15
la luna de azahar.
¡Y no untó mi sangre
la extensión del mar!

   El irá con otra
por la eternidad.  20
Habrá cielos dulces.
(Dios quiere callar)
¡Y él irá con otra
por la eternidad!



  —135→  

ArribaAbajoTribulación



   En esta hora, amarga como un sorbo de mares,
      Tú sosténme, Señor.
¡Todo se me ha llenado de sombras el camino
      y el grito de pavor!
Amor iba en el viento como abeja de fuego,  5
      y en las agitas ardía.
Me socarró la boca, me acibaró la trova,
      y me aventó los días.

Tú viste que dormía al margen del sendero,
      la frente de paz llena;  10
Tú viste que vinieron a tocar los cristales
      de mi fuente serena.
Sabes cómo la triste temía abrir el párpado
      a la visión terrible;
¡y sabes de qué modo maravilloso hacíase  15
      el prodigio indecible!

Ahora que llego, huérfana, tu zona por señales
      confusas rastreando,
Tú no esquives el rostro, Tú no apagues la lámpara,
      ¡Tú no sigas callando!  20
—136→
Tú no cierres la tienda, que crece la fatiga
      y aumenta la amargura;
y es invierno, y hay nieve, y la noche se puebla
      de muecas de locura.

¡Mira! De cuantos ojos veía abiertos sobre  25
      mis sendas tempraneras,
      de un cuajo de neveras...



  —137→  

ArribaAbajoNocturno



   Padre Nuestro que estás en los cielos,
¡por qué te has olvidado de mí!
Te acordaste del fruto en Febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,  5
y no quieres mirar hacia mí!

   Te acordaste del negro racimo,
y lo diste al lagar carmesí;
y aventaste las hojas del álamo,
con tu aliento, en el aire sutil.  10
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aun no quieres mi pecho oprimir!

   Caminando, vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados,  15
por no ver más Enero ni Abril.

   Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has herido la nube de Otoño
y no quieres volverte hacia mí!  20
—138→

   Me vendió el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di,
y en mi noche del Huerto, me han sido  25
Juan cobarde y el Ángel hostil.

   Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;  30
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!

   Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto  35
el clamor aprendido de Ti:
¡Padre Nuestro que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí!



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ArribaAbajoLos sonetos de la muerte




I

   Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.
   Te acostaré en la tierra soleada con una  5
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

   Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvareda de luna,  10
los despojos livianos irán quedando presos.

   Me alejaré cantando mis venganzas hermosas,
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!


II

   Este largo cansancio se hará mayor un día,  15
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
—140→

   Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.  20
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡y después hablaremos por una eternidad!

   Sólo entonces sabrás el porqué, no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.  25

   Se hará luz en la zona de los sinos, oscura;
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
y, roto el pacto enorme, tenías que morir...


III

   Malas manos tomaron tu vida desde el día
en que, a una señal de astros, dejara su plantel  30
nevado de azucenas. En gozo florecía.
Malas manos entraron trágicamente en él...

   Y yo dije al Señor: -«Por las sendas mortales
le llevan. ¡Sombra amada que no saben guiar!
¡Arráncalo, Señor, a esas manos fatales  35
o le hundes en el largo sueño que sabes dar!

   ¡No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor».

   Se detuvo la barca rosa de su vivir...  40
¿Qué no sé del amor, que no tuve piedad?
¡Tú, que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!



  —141→  

ArribaAbajoInterrogaciones



   ¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,
las lunas de los ojos albas y engrandecidas,
hacia un ancla invisible las manos orientadas?
¿O Tú llegas después que los hombres se han ido,  5
y les bajas el párpado sobre el ojo cegado,
acomodas las vísceras sin dolor y sin ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho callado?

   El rosal que los vivos riegan sobre su huesa
¿no le pinta a sus rosas unas formas de heridas?  10
¿no tiene acre el olor, siniestra la belleza
y las frondas menguadas de serpientes tejidas?

   Y responde, Señor: cuando se fuga el alma,
por la mojada puerta de las hondas heridas,
¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma  15
o se oye un crepitar de alas enloquecidas?
o se oye un crepitar de alas enloquecidas?

    ¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?
¿El éter es un campo de monstruos florecido?
¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?  20
¿O lo gritan, y sigue tu corazón dormido?
—142→

   ¿No hay un rayo de sol que los alcance un día?
¿No hay agua que los lave de sus estigmas rojos?
¿Para ellos solamente queda tu entraña fría,
sordo tu oído fino y apretados tus ojos?  25

   Tal el hombre asegura, por error o malicia;
mas yo, que te he gustado, como un vino, Señor,
mientras los otros siguen llamándote Justicia,
no te llamaré nunca otra cosa que Amor!

   Yo sé que como el hombre fue siempre zarpa dura;  30
la catarata, vértigo; aspereza, la sierra,
Tú eres el vaso donde se esponjan de dulzura
los nectarios de todos los huertos de la Tierra!



  —143→  

ArribaAbajoLa espera inútil



   Yo me olvidé que se hizo
ceniza tu pie ligero,
y, como en los buenos tiempos,
salí a encontrarte al sendero.

   Pasé valle, llano y río  5
y el cantar se me hizo triste.
La tarde volcó su vaso
de luz ¡y tú no viniste!

   El sol fue desmenuzado
su ardida y muerta amapola;  10
flecos de niebla temblaron
sobre el campo. ¡Estaba sola!

   Al viento otoñal, de un árbol
crujieron los secos brazos.
Tuve miedo y te llamé:  15
«¡Amado, apresura el paso!

   Tengo miedo y tengo amor,
¡amado, el paso apresura!»
Iba espesando la noche
y creciendo mi locura.  20
—144→

   Me olvidé de que te hicieron
sordo para mi clamor;
me olvidé de tu silencio
y de tu cárdeno albor;
   De tu inerte mano torpe  25
ya para buscar mi mano;
¡de tus ojos dilatados
del inquirir soberano!

    La noche ensanchó su charco
de betún; el agorero  30
búho con la horrible seda
de su ala rasgó el sendero.

   No te volveré a llamar
que ya no haces tu jornada;
mi desnuda planta sigue,  35
la tuya está sosegada.

   Vano es que acuda a la cita
por los caminos desiertos.
¡No ha de cuajar tu fantasma
entre mis brazos abiertos!  40



  —145→  

ArribaAbajoLa obsesión



   Me toca en el relente;
se sangra en los ocasos;
me busca con el rayo
de luna por los antros.

   Como a Tomás el Cristo,  5
me hunde la mano pálida,
porque no olvide, dentro
de su herida mojada.

   Le he dicho que deseo
morir, y él no lo quiere,  10
por palparme en los vientos,
por cubrirme en las nieves;

   Por moverse en mis sueños,
como a flor de semblante,
por llamarme en el verde  15
pañuelo de los árboles.

   ¿Si he cambiado de cielo?
Fui al mar y a la montaña
y caminó a mi vera
y hospedó en mis posadas.  20

   ¡Que tú, amortajadora descuidada,
no cerraste sus párpados,
ni ajustaste sus brazos en la caja!



  —146→  

ArribaAbajoCoplas



   Todo adquiere en mi boca
un sabor persistente de lágrimas:
el manjar cotidiano, la trova
y hasta la plegaria.

   Yo no tengo otro oficio  5
después del callado de amarte,
que este oficio de lágrimas, duro,
que tú me dejaste.

   ¡Ojos apretados
de calientes lágrimas!  10
¡boca atribulada y convulsa,
en que todo se me hace plegaria!

    ¡Tengo una vergüenza
de vivir de este modo cobarde!
¡Ni voy en tu busca  15
ni consigo tampoco olvidarte!

   Un remordimiento me sangra
de mirar un cielo
—147→
que no ven tus ojos,
¡de palpar las rosas  20
que sustenta la cal de tus huesos!

   Carne de miseria,
gajo vergonzante, muerto de fatiga,
que no baja a dormir a tu lado,
que se aprieta, trémulo,  25
al impuro pezón de la Vida!



  —148→  

ArribaAbajoCeras eternas



   ¡Ah! Nunca más conocerá tu boca
la vergüenza del beso que chorreaba
concupiscencia como espesa lava!

   Vuelven a ser dos pétalos nacientes,
esponjados de miel nueva, los labios  5

   ¡Ah! Nunca más conocerán tus brazos
el mundo horrible que en mis días puso
oscuro horror: ¡el nudo de otro abrazo!...

   Por el sosiego puros,
quedaron en la tierra distendidos,  10
¡ya, Dios mío, seguros!

   ¡Ah! Nunca más tus dos iris cegados
tendrán un rostro descompuesto, rojo
de lascivia, en sus vidrios dibujado!

   ¡Benditas ceras fuertes,  15
ceras heladas, ceras eternales
y duras, de la muerte!
—149→

   ¡Bendito toque sabio;
con que apretaron ojos, con que apegaron brazos,
con que juntaron labios!  20

   ¡Duras ceras benditas,
ya no hay brasa de besos lujuriosos
que os quiebren, que os desgasten, que os derritan!



  —150→  

ArribaAbajoVolverlo a ver



   ¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas
de temblor de astros, ni en las alboradas
vírgenes, ni en las tardes inmoladas?

   ¿Al margen de ningún sendero pálido,
que ciñe el campo, al margen de ninguna  5
fontana trémula, blanca de luna?

   ¿Bajo las trenzaduras de la selva
donde llamándolo me ha anochecido,
ni en la gruta que vuelve mi alarido?

   ¡Oh! ¡no! Volverlo a ver, no importa dónde,  10
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo una lunas plácidas o en un cárdeno horror!

   ¡Y ser con él todas las primaveras
y los inviernos, en un angustiado
nudo, en torno a su cuello ensangrentado!  15



  —151→  

ArribaAbajoEl surtidor



Soy cual el surtidor abandonado
que muerto sigue oyendo su rumor.
En sus labios de piedra se ha quedado
tal como en mis entrañas el fragor.

   Y creo que el destino no ha venido  5
su tremenda palabra a desgajar;
que nada está segado ni perdido,
que si extiendo mis brazos te he de hallar.

   Soy como el surtidor enmudecido.
Ya otro en el parque erige su canción;  10
pero como de sed ha enloquecido,
¡sueña que el canto está en su corazón!

   Sueña que erige hacia el azul gorjeantes
rizos de espuma. ¡Y se apagó su voz!
Sueña que el agua colma de diamantes  15
vivos su pecho. ¡Y lo ha vaciado Dios!



  —152→  

ArribaAbajoLa condena



   ¡Oh fuente de turquesa pálida!
¡oh rosal de violenta flor!
¡cómo tronchar tu llama cálida
y hundir el labio en tu frescor!

   Profunda fuente del amar,  5
rosal ardiente de los besos,
el muerto manda caminar
hacia su tálamo de huesos.

   Llama la voz clara e implacable
en la honda noche y en el día  10
desde su caja miserable.

   ¡Oh, fuente, el fresco labio cierra,
que si se bebiera se alzaría
aquel que está caído en tierra!



  —153→  

ArribaAbajoEl vaso



   Yo sueño con un vaso de humilde y simple arcilla,
que guarde tus cenizas cerca de mis miradas;
y la pared del vaso te será mi mejilla,
y quedarán mi alma y tu alma apaciguadas.

   No quiero espolvorearlas en vaso de oro ardiente,  5
ni en la ánfora pagana que carnal línea ensaya;
sólo un vaso de arcilla te ciña simplemente,
humildemente, como un pliegue de mi saya.

   En una tarde de éstas recogeré la arcilla
por el río, y lo haré con pulso tembloroso.  10
Pasarán las mujeres cargadas de gavillas,
y no sabrán que amaso el lecho de un esposo.

   El puñado de polvo, que cabe entre mis manos,
se verterá sin ruido, como una hebra de llanto.
Yo sellaré este vaso con beso sobrehumano,  15
y mi mirada inmensa será tu único manto!



  —154→  

ArribaAbajoEl ruego



   Señor, tú sabes cómo, con encendido brío,
por los seres extraños mi palabra te invoca.
Vengo ahora a pedirte por uno que era mío,
mi vaso de frescura, el panal de mi boca.

   Cal de mis huesos, dulce razón de la jornada,  5
gorjeo de mi oído, ceñidor de mi veste.
Me cuido hasta de aquellos en que no puse nada;
¡no tengas ojo torvo si te pido por éste!

   Te digo que era bueno, te digo que tenía
el corazón entero a flor de pecho, que era  10
suave de índole, franco como la luz del día,
henchido de milagro como la primavera.

   Me replicas, severo, que es de plegaria indigno
el que no untó de preces sus dos labios febriles,
y se fue aquella tarde sin esperar tu signo,  15
trizándose las sienes como vasos sutiles.

   Pero yo, mi Señor, te arguyo que he tocado,
de la misma manera que el nardo de su frente,
todo su corazón dulce y atormentado
¡y tenía la seda del capullo naciente!  20

   ¿Qué fue cruel? Olvidas, Señor, que le quería,
y que sabía suya la entraña que llagaba.
—155→
¿Qué enturbió para siempre mis linfas de alegría?
¡No importa! Tú comprende: ¡yo le amaba, le amaba!

   Y amor (bien sabes de eso) es amargo ejercicio;  25
un mantener los párpados de lágrimas mojados,
un refrescar de besos las trenzas del cilicio
conservando, bajo ellas, los ojos extasiados.

   El hierro que taladra tiene un gusto frío,
cuando abre, cual gavillas, las carnes amorosas.  30
Y la cruz (Tú te acuerdas ¡oh Rey de los judíos!)
se lleva con blandura, como un gajo de rosas.

   Aquí me estoy, Señor, con la cara caída
sobre el polvo, parlándote un crepúsculo entero,
o todos los crepúsculos a que alcance la vida,  35
si tardas en decirme la palabra que espero.

   Fatigaré tu oído de preces y sollozos,
lamiendo, lebrel tímido, los bordes de tu manto,
y ni pueden huirme tus ojos amorosos
ni esquivar tu pie el riego caliente de mi llanto.  40

   ¡Di el perdón, dilo al fin! Va a esparcir en el viento
la palabra el perfume de cien pomos de olores
al vaciarse; toda agua será deslumbramiento;
el yermo echará flor y el guijarro esplendores.

   Se mojarán los ojos de las fieras,  45
y, comprendiendo, el monte que de piedra forjaste
llorará por los párpados blancos de sus neveras:
¡toda la tierra tuya sabrá que perdonaste!



  —156→  

ArribaAbajoPoema del hijo

A Alfonsina Storni.




I

   ¡Un hijo, un hijo, un hijo! Yo quise un hijo tuyo
y mío, allá en los días del éxtasis ardiente,
en los que hasta mis huesos temblaron de tu arrullo
y un ancho resplandor creció sobre mi frente.

   Decía: ¡un hijo!, como el árbol conmovido  5
de primavera alarga sus yemas hacia el cielo.
¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos,
la frente de estupor y los labios de anhelo!

   Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados;
el río de mi vida bajando hacia él, fecundo,  10
y mis entrañas como perfume derramado
ungiendo con su marcha las colinas del mundo.

   Al cruzar una madre grávida, la miramos
con los labios convulsos y los ojos de ruego,
cuando en las multitudes con nuestro amor pasamos.  15
¡Y un niño de ojos dulces nos dejó como ciegos!
—157→

   En las noches, insomne de dicha y de visiones,
la lujuria de fuego no descendió a mi lecho.
Para el que nacería vestido de canciones
yo extendía mi brazo, yo ahuecaba mi pecho...  20

   El sol no parecíame, para bañarlo, intenso;
mirándome, yo odié, por toscas, mis rodillas;
mi corazón confuso, temblaba al don inmenso;
¡y un llanto de humildad regaba mis mejillas!

   Y no temí a la muerte, disgregadora impura;  25
los ojos de él libraran los tuyos de la nada
y a la mañana espléndida o a la luz insegura
yo hubiera caminado bajo de esa mirada...


II

   Ahora tengo treinta años, y mis sienes jaspea
la ceniza precoz de la muerte. En mis días,  30
como la lluvia eterna de los polos, gotea
la amargura con lágrima lenta, salobre y fría.

   Mientras arde la llama del pino, sosegada,
mirando a mis entrañas pienso qué hubiera sido
un hijo mío, infante con mi boca cansada,  35
mi amargo corazón y mi voz de vencido.

   Y con tu corazón, el fruto de veneno,
y tus labios que hubieran otra vez renegado.
Cuarenta lunas él no durmiera en mi seno,
que sólo por ser tuyo me hubiese abandonado.  40
—158→

   Y en qué huertas en flor, junto a qué aguas corrientes
lavara, en primavera, su sangre de mi pena,
si fui triste en las landas y en las tierras clementes,
y en toda tarde mística hablaría en sus venas.

   Y el horror de que un día con la boca quemante  45
de rencor, me dijera lo que dije a mi padre:
«¿Por qué ha sido fecunda tu carne sollozante
y se henchieron de néctar los pechos de mi madre?»

   Siento el amargo goce de que duermes abajo
en tu lecho de tierra, y un hijo no meciera  50
mi mano, por dormir yo también sin trabajos
y sin remordimientos, bajo una zarza fiera.

   Porque yo no cerrara los párpados, y loca
escuchase a través de la muerte, y me hincara,
deshechas las rodillas, retorcida la boca,  55
si lo viera pasar con mi fiebre en su cara.

   Y la tregua de Dios a mí no descendiera:
en la carne inocente me hirieron los malvados,
y por la eternidad mis venas exprimieran
sobre mis hijos de ojos y de frente extasiados.  60

   ¡Bendito pecho mío en que a mis gentes hundo
y bendito mi vientre en que mi raza muere!
La cara de mi madre ya no irá por el mundo
ni su voz sobre el viento, trocada en miserere!

   La selva hecha cenizas retoñará cien veces  65
y caerá cien veces, bajo el hacha, madura.
—159→
caeré para no alzarme en el mes de las mieses;
conmigo entran los míos a la noche que dura.

   Y como si pagara la deuda de una raza,
taladran los dolores mi pecho cual colmena.  70
Vivo una vida entera en cada hora que pasa;
como el río hacia el mar, van amargas mis venas.

   Mis pobres muertos miran el sol y los ponientes
con un ansia tremenda, porque ya en mí se ciegan.
Se me cansan los labios de las preces fervientes  75
que antes que yo enmudezca por mi canción entregan.

   No sembré por mi troje, no enseñé para hacerme
un brazo con amor para la hora postrera,
cuando mi cuello roto no pueda sostenerme
y mi mano tantee la sábana ligera.  80

   Apacenté los hijos ajenos, colmé el troje
con los trigos divinos, y sólo de Ti espero,
¡Padre Nuestro que estás en los cielos! Recoge
mi cabeza mendiga, si en esta noche muero!



  —160→  

ArribaAbajoCoplas



   A la azul llama del pino
que acompaña mi destierro,
busco esta noche tu rostro,
palpo mi alma y no lo encuentro.

   ¿Cómo eras citando sonreías?  5
¿Cómo eras cuando me amabas?
¿Cómo miraban tus ojos
cuando aún tenían alma?

   ¡Si Dios quisiera volvérteme
por un instante tan sólo!  10
¡Si de mirarme tan pobre
me devolviera tu rostro!

*  *  *


   Para que tenga mi madre
sobre su mesa un pan rubio,
vendí mis días lo mismo  15
que el labriego que abre el surco.

    Pero en las noches, cansada,
al dormirme sonreía,
porque bajabas al sueño
hasta rozar mis mejillas.  20
—161→

   ¡Si Dios quisiera entregárteme
por un instante tan sólo!
¡Si de mirarme tan pobre
me devolviera tu rostro!

*  *  *

   En mi tierra, los caminos  25
mi corazón ayudaran:
tal vez te pintan las tardes
o te guarda un cristal de aguas.

   Pero nada te conoce
aquí, en esta tierra extraña:  30
no te han cubierto las nieves
ni te han visto las mañanas.

   Quiero, al resplandor del pino,
tener y besar tu cara,
y hallarla limpia de tierra,  35
y con ternura, y con lágrimas.

   Araño en la ruin memoria;
me desgarro y no te encuentro,
¡y nunca fui más mendiga
que ahora sin tu recuerdo!  40

   No tengo un palmo de tierra,
no tengo un árbol florido...
Pero tener tu semblante
era cual tenerte un hijo.

   Era como una fragancia  45
exhalando de mis huesos.
¡Qué noche, mientras dormía,
qué noche, me la bebieron!
—162→

   ¿Qué día me la robaron,
mientras por sembrar mi trigo,  50
la deje como brazada
de salvias junto al camino?

   ¡Si Dios quisiera volvérteme
por un instante tan sólo!
¡Si de mirarme tan pobre  55
me devolviera tu rostro!

*  *  *

   Tal vez lo que yo he perdido
no es tu imagen, es mi alma,
mi alma en la que yo cavé
tu rostro como una llaga.  60

   Cuando la vida me hiera,
¿a dónde buscar tu cara,
si ahora ya tienes polvo
hasta dentro de mi alma?

   Tierra, tú guardas sus huesos:  65
¡yo no guardo ni su forma!
Tú le vas echando flores;
¡yo le voy echando sombra!



  —163→  

ArribaAbajoLos huesos de los muertos



   Los huesos de los muertos
hielo sutil saben espolvorear
sobre las bocas de los que quisieron.
¡Y éstas no pueden nunca más besar!

   Los huesos de los muertos  5
en paletadas echan su blancor
sobre la llama intensa de la vida.
¡Le matan todo ardor!

   Los huesos de los muertos
pueden más que la carne de los vivos.  10
Aun desgajados hacen eslabones
fuertes, donde nos tienen sumisos y cautivos!



  —164→  

ArribaAbajoCanciones en el mar




I.-El barco misericordioso

   Llévame, mar, sobre ti, dulcemente,
      porque voy dolorida.
¡Ay! barco, no te tiemblen los costados,
      que llevas a una herida.

   Buscando voy en tu oleaje vivo  5
      dulzura de rodillas.
Mírame, mar, y sabe lo que llevas,
      mirando a mis mejillas.

   Entre la carga de los rojos frutos,
      entre tus jarcias vividas  10
y los viajeros llenos de esperanza,
      llevas mi carne lívida.

   Más allá volarás con sólo frutos,
      y velas desceñidas.
Pero entre tanto, mar, sobre este puente  15
      mecerás a la herida.


II-Canción de los que buscan olvidar

   Al costado de la barca
mi corazón he apegado,
al costado de la barca
de espumas ribeteado.  20
—165→

   Lávalo, mar, con sal eterna;
lávalo, mar, lávalo mar.
que la Tierra es para la lucha
y tú eres para consolar.

   En la proa poderosa  25
mi corazón he clavado.
Mírate barca que llevas
el vértice ensangrentado.

   Lávalo, mar, con sal tremenda,
lávalo, mar, lávalo mar  30
O me lo rompes en la proa
que no lo quiero más llevar.

   Sobre la nave toda puse
mi vida como derramada!
Múdala, mar, en los cien días  35
que ella será tu desposada.

   Múdala, mar, con tus cien vientos.
Lávala, mar; lávala, mar,
que otros te piden oro y perlas,
y yo te pido el olvidar!  40


III-Canción del hombre de proa

   El hombre sentado a la proa,
el hombre con faz de ansiedad...
¡que ardiente navega hacia el Norte;
sus ojos se agrandan de afán!

   Los rostros que yo amo, los míos,  45
quedaron atrás,
y mi alma los teje, los borda
encima del mar.
—165→

   El hombre que piensa en la Proa
padece de ansiar.  50
¡Qué lento que avanza su barco
y vuela fugaz!

   Y mi alma quisiera la marcha
tremenda quebrar,
¡que todos los rostros que amo  55
se quedan atrás!

   Al hombre que sufre en la proa,
el viento del mar
le anticipa los besos que espera,
y arde de ansiedad.  60

   Pero el viento del Norte
¡qué beso pondría en mi faz,
si los rostros que amo
quedaron atrás!

   El viajero de proa me dice:  65
¿Qué vas a buscar,
si en la tierra no espera la dicha?
¡No sé contestar!

   Me llamaba en mis costas inmensas
la lengua del mar,  70
y en mitad de la mar voy llorando,
caída la faz!



  —167→  

ArribaAbajoSerenidad



   Y después de tener perdida
lo mismo que un pomar la vida,
-hecho ceniza, sin cuajar-
me han dado esta montaña mágica,
y un río y unas tardes trágicas  5
como Cristos, con qué sangrar.

Los niños cubren mis rodillas;
mirándoles a las mejillas
ahora no rompo a sollozar,
que en mi sueño más deleitoso  10
yo doy el pecho a un hijo hermoso
      sin dudar...

   Estoy como el que fuera dueño
de toda tierra y todo ensueño
      y toda miel;  15
¡y en estas dos manos mendigas
no he oprimido ni las amigas
      sienes de él!

   De sol a sol voy por las rutas,
y en el regazo olor a frutas  20
se me acomoda el recental:
tanto trascienden mis abiertas
entrañas a grutas, y a huertas,
y a cuenco tibio de panal!
—168→

   Soy la ladera y soy la viña  25
y las salvias, y el agita niña:
¡todo el azul, todo el candor!
Porque en sus hierbas me apaciento
mi Dios me guarda de sus vientos
como a los linos en la flor.  30

   Vendrá la nieve cualquier día;
me entregaré a su joya fría,
(fuera otra cosa rebelión).
Y en un silencio de amor sumo,
oprimiendo su duro grumo  35
me irá vaciando el corazón!



  —169→  

ArribaAbajoPalabras serenas



   Ya en la mitad de mis días espigo
esta verdad con frescura de flor:
la vida es oro y dulzura de trigo,
es breve el odio e inmenso el amor.

   Mudemos ya por el verso sonriente  5
aquel listado de sangre con hiel.
Abren violetas divinas, y el viento,
desprende al valle un aliento de miel.

   Ahora no sólo comprendo al que reza;
ahora comprendo al que rompe a cantar.  10
La sed es larga, la cuesta es aviesa;
pero en un lirio se enreda el mirar.

   Grávidos van nuestros ojos de llanto
y un arroyuelo nos hace sonreír;
por una alondra que erige su canto  15
nos olvidamos que es duro morir.

   No hay nada ya que mis carnes taladre.
Con el amor acabose el hervir.
Aun me apacienta el mirar de mi madre.
¡Siento que Dios me va haciendo dormir!  20