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Doña Blanca de Portugal

Antonio Sánchez Moguel





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El estudio comparativo de las literaturas portuguesa y española en el presente siglo, nos revela bien á las claras que no ha dejado de subsistir nunca la homogeneidad indestructible del genio peninsular, á pesar del alejamiento en que en algunos órdenes hemos vivido realmente portugueses y españoles en las últimas centurias.

En la esfera literaria es acaso más patente que en ninguna otra semejante homogeneidad, mucho mayor, sin duda, de lo que nos figuramos españoles y portugueses. Así, por ejemplo, el romanticismo moderno nació de igual modo en Portugal que en España y siguió los mismos pasos desde su origen hasta su triunfo completo y decisivo. El Duque de Rivas y el Vizconde de Almeida Garret, son hermanos gemelos en las aptitudes principales, en la educación y transformación de sus facultades poéticas, en los géneros que, con mayor gloria cultivaron, y en el influjo que ejercieron en las literaturas de sus respectivas naciones. Liberales   —535→   ambos y ambos emigrados á consecuencia de la incalificable reacción de 1823, en contacto con el romanticismo extranjero, bien pronto abandonaron el clasicismo en que habían sido educados para abrazar resueltamente las nuevas doctrinas. Épicos y dramáticos, sobre todo, á los poemas Florinda y El Moro Expósito, del duque de Rivas, corresponden los poemas Dona Branca y Camões, de Almeida Garret; al Romanceiro de éste, los Romances históricos de aquél, y al Don Alvaro ó la Fuerza del Sino, piedra angular del moderno teatro español, el Frei Luiz de Souza, principio y fundamento del teatro portugués en nuestro siglo.

Dejo para otra ocasión el examen de las recíprocas influencias literarias de ambos poetas. Pero no es cosa de olvidar aquí que el vinculo más hermoso que estrechamente enlaza los nombres del vate portugués y del poeta español, es, á no dudarlo, el del común esfuerzo en restaurar la poesía genuinamente hispánica en sus dos géneros fundamentales, el épico y el dramático, inspirándose, de consuno, en las tradiciones poéticas de la península.

Algunas de estas tradiciones pertenecen, no exclusivamente á Portugal ni á España, sino á las dos naciones y con iguales derechos. En este caso se encuentran la leyenda de Florinda ó la Cava, argumento del poema de este título del Duque de Rivas, y la infanta Dona Blanca, hija de Alfonso III de Portugal y nieta de D. Alfonso X de Castilla, que tuvo su cuna en Guimaraens y su sepulcro en las Huelgas de Burgos, donde yace, asunto del poema Dona Branca de Almeida Garret. Desfigurada en las ficciones poéticas y en las mismas crónicas la hermana del Rey Don Dionisio, ha sido hasta aquí objeto de suposiciones infundadas que importa desvanecer con la ayuda que nos prestan los documentos y las pruebas históricas, olvidadas unas, ignoradas otras; ensayemos este trabajo.

Y comencemos por la Doña Blanca que Garret nos pinta en su poema, reduciéndonos á los rasgos principales de nuestra heroína. Joven, muy joven, Prelada del Monasterio de Lorvão, en Portugal, Doña Blanca viene á Castilla llamada por su abuelo el Rey Sabio para ser Abadesa de las Huelgas. En el camino, es robada por el moro Aben-Afan, quien valiéndose de encantamientos logra al fin que se apasione locamente de él la virgen portuguesa.   —536→   Rescatada por la victoriosa espada de su padre, sepulta en las Huelgas la siempre viva memoria de su amor, más resignada que arrepentida.

En este relato hay solamente de histórico el nombre de Doña Blanca, y el hecho de haber tenido ésta un amante, pero ni fué Prelada de Lorvão, ni Abadesa de las Huelgas, ni fué robada por ningún moro, ni amó á éste, con ó sin encantamientos, nada, en suma, de lo que nos refiere el poema portugués. Y sin embargo de tantas invenciones, sólo una corresponde á Garret, la de los amores de Doña Blanca con un moro; las demás pertenecen por completo á las viejas narraciones. Aun los amores de una cristiana y un moro no pueden ser tenidos por nuevos en la poesía peninsular, anterior á Garret.

«Para que inventar uns amores com o mouro Aben-Afan», escribe Teófilo Braga, añadiendo que el trovador João Soares de Paiva, de quien se cuenta que estuvo muerto de amores por una infanta de Portugal, hubiera, sido «um melhor protagonista». Y ¿por qué? preguntamos nosotros. ¿Es que Soares de Paiva fué, en efecto, amante de Doña Blanca? Con la misma verdad que el moro Aben-Afan, tendría forzosamente que respondernos Teófilo Braga. Luego si es así, si no se trata de rectificaciones históricas, sino de reemplazar un amante imaginario con otro imaginario igualmente, en el terreno de las invenciones, Garret, con el mismo derecho que Braga prefiere un trovador á un moro, prefirió el moro al trovador, figura más dramática y de mayor alcalice estético en la concepción del poema, fundada cabalmente en los sacrílegos amores de una monja con un enemigo de su Dios y de su patria.

Há poco que en la escena española arrancaba grandes aplausos el drama Mar y Cielo, de Guimerá, basado precisamente en los amores de otra virgen cristiana, monja, en deseos, si no profesa, y otro moro, también su robador, testimonio irrefragable de que tales conflictos dramáticos son por igual del gusto de portugueses y españoles en todos los tiempos.

A la luz de la historia, es evidente que la infanta Doña Blanca tuvo, en realidad, amores con un caballero, dicho en las Crónicas, Pero Esteves Carpintero, ó Carpintero á secas, quien hubo   —537→   en ella á D. Juan Núñez, Maestre que fué de Calatrava. Consta por testimonio antiguo y fehaciente, a saber, la Crónica de Don Alfonso XI, de Castilla, la cual, refiriendo la elección de Maestre de Calatrava del Núñez, añade: «Et este Maestre Don Joan Nuñez fué fijo de la Infanta Doña Blanca, Señora de las Huelgas de Burgos, fija del Rey Don Alonso de Portogal, et hermana del Rey Don Donis de Portogal; et óvolo en ella un Caballero que decían Carpentero».

En vano han pretendido negar estos amores, sin prueba alguna, los portugueses Brandão, Barbosa y Souza. En cambio, Ruy de Pina, Rodrigues Acenheiro, Faria y Souza y Duarte Núñez de Leão, cuya Crónica de Alfonso III, manejó Almeida Garret, según nos confiesa, están contestes en reconocer la existencia real y efectiva de dichos amores, de conformidad con la vieja crónica castellana, contra la cual no ha sido aducido hasta el presente ningún otro texto de igual ó análoga autoridad en este punto. «Não he crivel», escribe, candorosamente, por toda razón Barbosa, considerando increible que una infanta pudiese tener hijos naturales, como si no estuvieran ahí para acreditar lo contrario tantos otros ejemplos antiguos y modernos, no sólo en la península, sino en la redondez de la tierra. Sin ir más lejos, ¿qué fué Doña Beatriz de Guzmán, madre de Doña Blanca, sino hija natural de D. Alfonso el Sabio?

En confirmación de la Crónica de D. Alfonso XI, creo oportuno añadir que en una Lista de los Caballeros de la Orden de la Banda, en el año 1330, que existe manuscrita en la Biblioteca de nuestra Real Academia, después de los infantes D. Pedro, Don Enrique, D. Fernando, D. Tello y D. Juan, el primer nombre que sigue al de estos es el de D. Juan Núñez, indicio fundadísimo de que se trataba de un casi infante ó hijo natural de infante ó infanta, único modo de explicarse que su nombre preceda á los grandes del reino en aquella lista, y á continuación de los propios infantes. Es de advertir que D. Juan Núñez no era aún Maestre de Calatrava. El hecho mismo de haber alcanzado luego tan encumbrada dignidad, es nuevo indicio en pro del origen que la Crónica de Alfonso XI le señala.

Ahora bien: ¿es cierto que Doña Blanca fué Abadesa de Lorvão   —538→   y que vino luego á Castilla para serlo del Monasterio de las Huelgas, llamada por su abuelo? Responde cumplidamente á estas invenciones el mismo D. Alfonso el Sabio, el cual en su testamento, otorgado en 22 de Enero de 1284, es decir, cuando Doña Blanca, nacida en 1259, contaba 25 años de edad, dice á la letra lo siguiente: «Otrosi, mandamos á Doña Blanca, nuestra nieta, fixa del Rey Don Alonso de Portugal y de la Reyna Doña Beatriz, cien mill marcos de la moneda nueba, que fazen seiscientos mill marabedis de la Moneda de la Guerra, para en casamiento».

Once años después, á los 36 de su edad, en 1295, no era aun monja Doña Blanca. Consta del modo más auténtico por la carta que en 15 de Abril, de dicho año, dirigió al Monasterio de las Huelgas el Rey D. Sancho IV, descubierta y publicada por Flórez, y reproducida luego en Portugal en la revista O Panorama, sin indicar su procedencia. Copio aquí esta carta, no sólo en justificación de mi aserto, sino porque contiene las causas que motivaron la profesión de Doña Blanca. Dice así:

«Sepades que Nos por vos fazer merced et honrra, et á vuestro pedimiento, et por que nos feciesties entender et que vos cumplie et vos fazie mester, rogamos á la Infant doña Blanca, nra sobrina, que quisiese seer monja desse Monesterio, et tomar el Señorío desse logar et comienda et guarda de todo lo vuestro. Et como quier que fasta aquí non lo quiso fazer; pero agora por que su voluntad es de assossegar su fazienda et su vida en Orden, et por que la nos affincamos que quisiesse essa vra Orden et en esse Monesterio ante que en otro; otorgonoslo. Et nos con vra voluntad diemosgelo. Et por que vos mandamos et vos rogamos, que la recibades como debedes, et la fagades honrra et servigio et lo quel' pertenesce como á la que ella es, et el debdo que connusco a, et segund ficiestes á las otras infantas que y fueron fasta aquí. Et por ella vos faremos nos mucho bien et mucha mced. Et tal es la Infant que siempre fallaredes en ella bien et lo que devedes fallar. Dada en Toledo XV dias de Abril. Era Mill et CCC et XXX III años».



No existe la menor prueba ni el más insignificante indicio de que Doña Blanca, una vez monja, incurriese jamás en sacrílegos devaneos. Por consiguiente, es de creer que los amores que dieron   —539→   por fruto el nacimiento del Maestre de Calatrava, corresponden al período anterior de su estado seglar. De sus tiempos monacales no quedan sino memorias ilustres de sus virtudes, de sus servicios á la religión y á la cultura de la patria. Columna de gentium, necnon totius ordinis cisterciensium sustentaculum, le llaman los necrólogos de las Huelgas.

Digna nieta del Rey Sabio de Castilla, y no menos digna hermana del Rey Sabio de Portugal, promovió la versión castellana del Libro de las batallas de Dios, por Rabí Abner, judío burgalés converso. Trasladolo de hebraico en lengua castellana por mandado de la Infanta Doña Blanca, Señora del Monasterio de las Huelgas de Burgos, decía, á la letra, el manuscrito original, que vió Ambrosio de Morales en el Monasterio de San Benito de Valladolid, y que mencionan Nicolás Antonio, Rodríguez de Castro y otros.

Murió Doña Blanca, en 1321, á los 62 años de su edad y 26 de religiosa. Está su sepulcro en la nave principal del coro de las Huelgas, en compañía de los de los Reyes fundadores D. Alfonso VIII y Doña Leonor, Doña Berenguela, madre de San Fernando, y otras princesas. Órnanlo al par los escudos de Portugal y de Castilla, independientes, pero en fraternal consorcio, emblema feliz de aquellos días en que en la vida religiosa é intelectual de la península no existían alejamientos ni fronteras convencionales, en que un aragonés, el infante D. Sancho, hijo de D. Jaime el Conquistador, podía ser Arzobispo de Toledo, y una infanta de Portugal, señora del primer Monasterio de Castilla.





Madrid, 1º de Diciembre de 1893.



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