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Doña María de Vaca, o el plazo de las veinte lunas

José de Grijalva

Pilar Vega Rodríguez (ed. lit.)

CANTO PRIMERO

Grande poder y noble señorío

Castilla junta con cristiano anhelo,

sobre la margen del undoso río

que fértil riega el toledano suelo,

porque perezca el agareno impío

que a España trajo por azote el ciclo,

cuando Rodrigo, al musulmán que odiaba,

le dio su trono por la hermosa Cava.

Con el francés y el ítalo esforzado

y el alemán y aragonés denuedo,

el sexto Alfonso, de su empresa honrado,

el muro asedia de la imperial Toledo;

su numeroso ejército afamado

las huertas tala, montes y viñedo,

y a fuego y sangre las campiñas pone,

porque a tomarla en breve se dispone. —221—

Pero no falla quien atento vela,

y a un lado y otro cuidadoso viene,

buscando a un noble conde que Don Vela1

llama Guipúzcoa, do su estado tiene.

Nadie le encuentra, y mucho se recela

por el favor y liga que mantiene

con sus parientes, grandes poderosos

allá en Pancorbo, muchos y briosos.

-«¿Qué hará (preguntan) nuestro rey cristiano?,

por una muerte que sin causa hiciera,

le castigó en el suelo castellano

donde su noble alcurnia se venera:

que es gran señor por rico y cortesano,

y por las villas que la unión le diera

de una su esposa, en Burgos celebrada,

y en parentesco con el Cid ligada.

«¿Qué hará? (prosiguen) ¿si murió? ¿si acaso

oculto está en Guipúzcoa por cobarde?

-¡Yo sé, señores, la verdad del caso,

(dijo un guerrero en presuntuoso alarde)

dadme de Toro o de Rioja un vaso

de vino tinto que la lengua se arde,

y a explicaciones claras reducido,

os diré el caso cierto y sucedido.

«El conde Vela es poderoso y bravo,

Doña María Vaca es muy hermosa,

y que viniera de Guipúzcoa alabo,

si noble es él, buscando tal esposa;

mas lo que yo de comprender no acabo

es cómo, altivo, herida peligrosa

dio a un hombre rico y principal un día,

que grande deudo con el rey tenía.

»Alfonso sexto, que justicia ordena

en sus estados con balanza justa,

cuando a su oído el desacato suena,

con razonable causa se disgusta;

y le castiga, en merecida pena,

a que ni en guerra ni en palenque2 a justa,

en veinte lunas su armadura ponga,

ni a sus vasallos a la lid disponga.

»Y a que si el moro en insolente brío

llega a turbar la paz de sus estados,

y le invadiere el noble señorío

de sus antiguos pueblos heredados,

sufra con calma el popular desvío

viendo sus altos timbres3 usurpados,

sin oponerse al moro y su fiereza

hasta quedar sumido en la pobreza».

«-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! (prorrumpen) ¡qué locura!...».

«-¿Y él lo hace así -responde Méndez-Recio».

«-Así (siguió) la corte lo asegura,

y su nobleza de obediente aprecio,

que no es noble, es villano, el que procura

burlar la ley por poderoso o necio;

y más gana perdiendo sus estados

que con tenerlos contra el rey alzados».

«-Sí, mas el rey en tal suceso pierde

lo que al conde Don Vela perjudica»

-dijo el señor de Amposta y Campo-verde,

que atento estaba a lo que Recio explica.

«-¿Veamos?». -«La conciencia me remuerde

si error muy grave (prosiguió) no implica;

pues cuanto invada el bárbaro en su encono,

perderá el rey de su cristiano trono».

«-No perderá». «¿Y si coge a sus vasallos,

y en sus mazmorras hondas los sepulta?».

«-¿Procurará el monarca rescatallos?».

«-¿Y si los mata con venganza oculta?».

-«No matará, que el rey sabe guardallos,

y sitiando a Toledo, dificulta

con el poder y reinos que acaudilla,

todo rebato4 al moro por Castilla.

»Solo ha querido que su conde vea

con gran despecho y envidiosos ojos,

mientras en sus villas triste se pasea

solo y sin armas, los pendones rojos

de ricos-hombres que en Toledo emplea,

y han de partir del moro los despojos;

pues con desvelo mirará en su tierra

sea triunfo suyo la emprendida guerra.

»-Harto castigo, como rey prudente,

juzga tenerle en sus estados preso,

y si como noble, paga de obediente

le da a su rey, por lo que fue travieso.

Así, en Castilla, esposo reverente,

con dulce abrazo y cariñoso beso,

de su María Vaca enamorado,

olvida a veces el combate ansiado».

Esto dijeron a la orilla undosa

del fértil Tajo, en un corrillo puestos

varios guerreros, en la lid dudosa

del duro asalto a combatir dispuestos;

cuando, de pronto, por la vega hermosa

dieron señal los avanzados puestos,

que repitió la real trompetería

con confusión de estruendo y gritería.

«-¡Al arma! ¡Al arma!» -en descompuestas voces

sonó en el campo al despuntar la aurora.

Y los cristianos ármanse veloces,

y al muro asoma la atalaya mora;

cuando a Sancho Martínez de Armendoces

vieron entrar al pabellón do mora

el rey Alfonso, con sus deudos godos,

los más ilustres de sus finos lodos.

«-¿Qué hará? ¿Qué fue? ¿do vino? ¿quién acierta?»

-prorrumpen todos al mirar el caso.

Y en tanto dice el centinela alerta,

y abren los jefes por las turbas paso,

para llegar del rey hasta la puerta

por si peligra su persona acaso.

Nadie se entiende, todos van y escuchan,

y entre proyectos y esperanzas luchan.

Quién el ariete, quién la dura peña,

quién la saeta y el cortante acero,

casco y escudo en preparar se empeña

para el asalto y el combate fiero;

quien saca al campo la cristiana enseña

sobre el bridón5 de Córdoba ligero,

quién la trompeta o el lanzón o el dardo,

sobre el corcel de Nájera gallardo.

En tanto, dentro de la real morada,

pasa una escena misteriosa y grave,

libre a la multitud amontonada,

que cuanto más pregunta menos sabe:

escena oculta que quedó guardada

para que aquí, cual mereció, se alabe,

porque se enlaza al singular suceso

de mi heroína y de mi conde preso.

Sobre su estrado, en rica sedería,

y terciopelos y almohadones de oro,

formaba Alfonso, al asomar el día,

grandes proyectos por vencer al moro.

Cuando lo anuncian que en entrar porfía

un su vasallo que llegó de Toro,

a quien el campo que al pasar le aclama,

Sancho Martínez de Armendoces llama.

«-Que entre; (dice el monarca) libre quiero

hablar y a solas con el buen vasallo,

que algún desastre de Castilla espero,

y he de tratar con tiempo de estorballo».

Ya al pabellón el noble caballero

entró bajando de su fiel caballo,

y ante su rey, cual suele su linaje,

rodilla en tierra préstale homenaje.

«-Señor, (le dice) faldeando el Duero

de Badajoz el bárbaro insolente,

toda Castilla, en ímpetu altanero,

va a conquistar si no dobláis mi gente.

Valladolid sucumbirá, lo espero,

y el moro Olit se vengará inclemente

de los que el valle, que en cobrar se afana,

dieron gozosos a la ley cristiana».

«-Y el conde Vela (dijo el rey), ¿qué piensa

mientras el moro la Castilla invade?».

«-En sus dominios, de su pena intensa

habla a su esposa, y la humildad persuade

a sus vasallos, y al eterno inciensa

en los altares, porque aún se apiade,

y acabe el plazo que en cumplir porfía».

Pesóle al rey lo que mandado había;

su gran peligro en el presente caso, —272—

Más reportóse y meditando cuerdo

su gran peligro en el presente caso

le dijo al fin:

«-Martínez, mucho pierdo

en dar tan solo de Toledo un paso,

por rescatar con diligente acuerdo

lo que me roban en Castilla acaso;

más es preciso que dos mil ballestas

marchen al Duero a combatir dispuestas.

»Un jefe experto y noble personaje

con mil caballos a añadir me obligo,

que mandará también el peonaje

de ballesteros que saldrá contigo:

es muy soberbio en armas, y en linaje

es más que tú, y escucha lo que digo,

que no le trates como a igual, prudente

sigue su voz, y acátale obediente.

»¡A Dios! y espera desde aquí a dos horas

para tomar al punto tu camino,

sin que descubran las espías moras

el encubierto fin a que os destino;

no habrá atambor6 ni músicas sonoras,

que en tal peligro fuera desatino;

y el jefe aquel tan entendido y grave

lo que conviene a mi servicio sabe».

Cesó el monarca, y Sancho de Armendoces

siguió a un arquero que le dio por guía

a otra tienda cercana en do las voces

del campamento militar oía;

y así sus pasos rápidos, veloces,

de tienda en tienda a encaminar volvía,

hasta que, al fin de hilera dilatada,

llegó a una casa entre arboleda alzada.

«-Este es el sitio donde Alfonso pone

(dijo el arquero) a los recién llegados;

quede con Dios, y mire que propone

mientras reúno a todos los soldados

que trae de Toro, como el rey dispone,

y los coloco entre estos arbolados,

para después con diligente modo

cumplir su encargo como cumplo todo».

Fuese el arquero, y Armendoces duda

cuando recuerda lo que el rey le dijo:

«-Con los caballos que me da de ayuda

(pensó) y ballestas venceré de fijo,

como ese jefe con valor acuda,

y elija el campo que en Castilla elijo

para quitar el moro en esta guerra

todo el botín que atesoro en mi tierra.

»Mas ¿quién es él? ¿qué jefe o personaje

es más que yo en Castilla señalado?

¿Yo, que a veces ni al rey doy vasallaje,

y tengo al conde Vela por cuñado,

y traigo de Favila7 mi linaje,

y estoy al de Aragón emparentado,

y por mis cuatro abuelos hoy heredo

feudo en Pancorbo, en Nájera y Olmedo

»Por Dios que el riesgo de Castilla toda

templa el enojo que mi orgullo enciende,

y que solo por esto se acomoda

mi voluntad a lo que el rey pretende:

que no se diga que mi sangre goda

por revoltosa a la prudencia ofende

y que no sufro, con afrenta mía,

en bien de todos superior ni guía».

Calló Armendoces y en mullido lecho

fue a descansar del áspero camino,

que sin pararse el más pequeño trecho

de su frontera hasta Toledo vino,

y el noble mozo, aunque a los lances hecho,

rendido está; y con frutas que previno

y la vianda que del rey le viene,

recobra el sueño, y su vigor mantiene.

Alfonso, en tanto, y un anciano grave

de los Ansúrez, que en aquella era

fueron ilustres mucho, cual se sabe,

y escrito en letras de oro se venera,

dentro en su tienda, muy pausada y suave

plática entablan, que copiar quisiera,

porque si el caso en suma no es errado,

quede aquí del suceso fiel traslado.

«-Ansúrez, sois de mi amistad y deudo,

y honrado estáis en mi familia toda;

os doy dos villas de mi hermana en feudo,

y a un hijo vuestro heredaré a su boda,

y os pagaré lo que en mi atraso adeudo

con mi moneda real, si os acomoda

un gran secreto sepultar prudente

que importa a Dios y a la cristiana gente».

«-Señor (llorando por entrambos8 ojos)

dijo el anciano ante su rey postrado

cuantos trofeos traje por despojos,

vuestro palacio real han adornado;

y los jaqueles9 de mi escudo rojos

testigos son de mi valor sobrado,

y de que villas y honras de batallas,

con vuestro padre las partí al ganallas.

»Mandadme pues, que la obediencia mía».

con lealtad que en Burgos fue jurada,

noble y prudente en sepultar porfía

vuestro secreto de su encargo honrada,

¡Feliz mi casa, en tan solemne día,

con tal honor por siempre acrisolada!

¡Felice yo, que, anciano y sin aliento,

fuerza y valor para serviros siento!

»Mis ascendientes todos han vertido

la última gota de su sangre goda,

y yo, a vuestro servicio encanecido,

pronto estaré para verterla toda,

para romper mi timbre esclarecido

quedándome villano, y si acomoda

para olvidar al hijo, al heredero,

de todos en el mundo el que más quiero».

«-Basta, Ansúrez, sí, basta: fiel has sido

sostén del trono en ocasiones varias,

y el rey moro de Oporto envanecido

por parte igual nos concedía parias10;

por tu virtud y autoridad querido,

vences las disensiones temerarias

de ricos-hombres, que en Castilla alzados

al trono insultan, entre sí ligados.

»De tus virtudes necesito ahora

y la experiencia que la edad le presta,

porque contengas la intención traidora,

y la malicia a revolver dispuesta,

y los ataques de la gente mora

que ya rendida a negociar se apresta,

mientras me ausento con alguna gente

a un grave caso de peligro urgente.

»Voy a Castilla, el moro me la invade

como aluvión rompiendo inesperado;

y tú, en tanto, al ejército persuade

que aquí quedé como antes encerrado:

cuando a tu gusto y tu conciencia agrade,

de sello y firma real autorizado,

mandas y ordenas, de mí mismo modo,

cuanto presumas conveniente a todo.

»Tú, mi alimento por algunos días

recogerás, sin permitir entrada

a mis parientes, ni aun a mis espías,

ni servidumbre de mi real morada:

hasta en tu propia sombra desconfías,

que, si se sabe, la ciudad cercada

se alentará, y los nuestros aturdidos

sin verme aquí se juzgarán vendidos.

»¡Mandé al Vela, por su error pasado,

que en veinte lunas desarmado fuera,

sin levantar ejército en su estado

aunque le invada el moro la frontera:

ya lo mandé, y a fe que me ha pesado,

que con su esposa gran refuerzo diera,

más aunque el riesgo y su baldón me aflige,

no he olvidar lo que monarca dije.

»¡A Dios, a Dios! armado cual me miras,

con el disfraz que cumple a lo que ordeno,

he de torcer las agarenas miras

al recobrar por palmos mi terreno».

«-Buen rey, valor con tu valor inspiras

al noble anciano de inquietudes lleno».

«-¡A Dios! ya cruza mi pendón el río,

¡Mi reino todo a tu prudencia fío!». —278—


(Continuará)

CANTO SEGUNDO

Luchando van junto al Pisuerga, armados

el rey Alfonso y Sancho de Armendoces,

de briosos jinetes amparados

y ballesteros en correr veloces:

todos los pueblos miran saqueados,

con daño mucho y lágrimas y voces

de sus vecinos, que huyen a los riscos,

juntos cristianos viejos y moriscos.

Toda Castilla saqueada ha sido,

muy poco espacio se libró de afrenta,

y el moro Olit se venga enardecido

del territorio que perdido cuenta.

Y el rey pensó: «-¿Del conde, que habrá sido

en la pasada confusión cruenta?

¿Se huyó, sin duda, de ignominia lleno,

para cumplir como vasallo bueno?».

»-Pobre señor, honrando mi decoro,

por obediencia mía no se bate,

y tal vez viendo al ambicioso moro

dejó sus tierras, y esquivó el combate;

lágrimas muchas por su afrenta lloro,

y la ignominia que sufrió me abate;

mas yo soy rey, y autorizar es fuerza

lo que mandé, sin que piedad lo tuerza».

Cubierto siempre, se ocultó a la vista

de sus soldados, que quién es ignoran;

y aunque en Toledo les pasó revista,

y sus brillantes armas enamoran,

y hacen pensar que nadie se resista

al fino temple y lujo que atesoran,

y aunque presumen su nobleza cierta,

nadie su nombre y calidad acierta.

Solo un arquero de su guardia sabe

que es el monarca de Castilla amado,

y su orden cumple reservada y grave

cuando conviene, como buen soldado.

El rey, en tanto, evita que recabe

Sancho de Armendoces, cuando está a su lado,

la voz que finge, y el disfraz y el modo

con que se concilia y se dispone todo.

Valladolid corrieron, y en seguida

a Cabezón dejaron a la espalda,

viendo confusa tropa repartida

que, del Pisuerga en la arenosa falda,

dormía acaso, hollando su extendida

variada alfombra de tomillo y gualda,

y al avanzar turbantes distinguieron,

y que eran moros y caballos vieron.

«-Moros y muchos, Armendoces -dijo-,

son los que montan a caballo armados;

dejadme el mando, y este punto elijo

para vencerlos si me dais soldados».

«-Que sois novato capitán colijo

(le dijo el rey) en lances apurados.

Si conocierais quién yo soy, por viejo

Tal vez guardareis el gentil consejo».

Corrióse mucho el infanzón, y estuvo

a punto ya de desnudar su espada:

«-Errado (dijo) Don Alfonso anduvo

dando a tal hombre el mando en la jornada,

que harta razón en este día tuvo

mi fuerte diestra, a su venganza armada

para romper su casco en dura prueba,

y ver el rostro que encubierto lleva.

»-¿Quién es? ¿quién es? ¡Por Dios que ya se acaba

con su arrogancia mi prudencia y modo

y otro en mi caso!...». «-De ocultarse acaba

(dijo con calma el rey) tras un recodo

la gente mora que juzgué muy brava,

y a que observéis su intento me acomodo.

Idla siguiendo, Sancho de Armendoces,

mas cerca a mí, porque escuchéis mis voces».

Bajo su casco en bullidor tumulto

la sangre a Sancho en las mejillas brota,

que al ver tal calma y meditado insulto

del encubierto jefe, se alborota:

«-¿Quién es? (exclama) que su rostro oculto

conserva siempre, y tan brillante cota

y tal arreo lleva y tal ropilla,

y tal bridón, que es único en Castilla?».

Mas en el punto les salió al encuentro

un aldeano que azaroso huía,

y los contó que, cerca, de un encuentro

el espantoso batallar se oía,

que una villa cercada desde dentro

la voz del rey Alfonso mantenía,

mientras los moros, dominando un alto,

muros y torres toman al asalto.

«-Vamos allá, librémosla de robos

si es que es posible (dijo el rey valiente),

mas ¿quién la manda». «De Durango Cobos

vino ha tres días (prosiguió) con gente;

mas, el caudillo principal, dos lobos

lleva en su escudo de oro reluciente

y al derredor una orla colorada,

con amarillas aspas matizada».

«-Él es, él es, el conde ¡oh desacato!

¡oh lucha incierta que me agobia dora!

Yo no quisiera parecer ingrato

al castigarle ¡oh, Dios! que al fin procura

en tal peligro armado de rebato,

librar al reino de su mancha.

¡Y si lo salvo, mi sentencia dada,

por débil rey se quedará olvidada!

«Mas ¿qué he de hacer? corramos a salvarlos,

que yo el primero a perecer me obligo,

antes que sin socorro abandonarlos,

después que fui de su valor testigo.

El conde Vela supo levantarlos,

y premio a un tiempo le daré y castigo,

premio que en pago a su valor le abono,

castigo justo por rebelde al trono».

Ya en llamaradas la oprimida villa

con combustibles se derrumba y arde,

cuando del sexto Alfonso de Castilla

llegó la gente en belicoso alarde.

Y en tanto, dentro, el jefe que acaudilla

la población, sin que refuerzo aguarde,

sale cantando en himnos por la puerta,

con sus soldados su victoria cierta.

Cual espantoso inmenso torbellino,

que el horizonte en ráfagas colora,

con encendida nube y remolino

do impensada borrasca asoladora,

que robles mil entre el nogal y el pino

del alto monte arranca atronadora,

con polvo y piedra y rayos afilados,

por el infernal estrépito lanzados:

así el caudillo con su escudo y lanza,

del encerrado ejército seguido,

con sed de sangre y gritos de venganza,

con estruendoso choque y alarido,

contra el soberbio moro se abalanza

entre el clamor y bélico estampido,

y hombres y brutos, invencible fiera,

derrumba, arrastra y hiende en la carrera.

¡Qué airado está! ¿Quién su valor detiene?

¿Quién se le opone, temerario o loco,

cuando el incendio que agitando viene

arde y chispea en el abierto foco?

Asoladora mortandad previene,

que es a su afrenta desagravio poco,

y al duro choque del marcial estruendo,

destruye, airado y vengador rompiendo. —279—

Ceden al fin los moros divididos

y huyen cobardes por la hermosa vega

donde el Arlanza y Arlanzón unidos

buscan las aguas que el Pisuerga allega.

«-¡Día de gloria! (a todos reunidos

les dice el jefe) de Toledo llega

nuevo refuerzo corto aunque brillante.

¡¡Viva Castilla, que venció al turbante!!».

Los moros, muchos prisioneros quedan,

y otros del río en la corriente ahogados,

sin que salvarles los esfuerzos puedan

que hacen a veces entre sí enlazados;

otros, heridos, del castillo ruedan

donde tuvieron su pendón armados;

pocos se salvan que a la fin perdidos

no vengan juntos a quedar rendidos.

¡Oh que algazara y gritería! el suelo

se asorda y tiembla en impensado modo;

y el rey Alfonso en incesante anhelo,

cubierto siempre lo contempla todo.

«-Llegó el momento (dijo) ¡oh santo cielo!

en que castigo y premios acomodo.

¡Llegó el momento en que monarca honrado

sea de todos en mi reino amado!».

«Id, Armendoces, id; y al conde Vela

que el duro alcance sigue valeroso,

decidle habéis que acaso no recela

que ofende al rey soberbio y revoltoso:

decidle habéis que mi persona vela

para que rinda cuentas presuroso

de aquel castigo de las veinte lunas,

porque aún le quedan que cumplir algunas».

«-¡Cómo! (Armendoces, de furor bramando

dijo al rey que desconoce ciego)

¿Pensáis tener autoridad y mando

sobre D. Vela y sobre mí? ¡Lo niego!

¿Quién sois? ¿Quién sois por vuestra casa? ¿Y cuándo,

si sois señor de estado y palaciego

visteis al conde, por valor o cuna,

menos que vos en ocasión alguna?».

«-Calle el vasallo que insolente mucho

rompió respetos que guardar no sabe,

(le dijo el rey) y sepa que le escucho

con grande enojo; y no impedí que acabe,

por ser quien es; y entre el recuerdo lucho

le que salvó mi vida en lance grave

Para no darle muerte».

«-¿Vos?». «-¡Sí!». «-¡Oh rabia!».

-«¡Calle la lengua que a su rey agravia!»...

-«¡¡Cielo!! (Armendoces que a su rey se humilla

dijo mirando su castigo cierto:

»¿y el rey?». «Yo soy Alfonso de Castilla

que os da perdón (le dijo descubierto)

y aunque el tono que usáis me maravilla,

que es en defensa de un cuñado advierto

para no castigaros, cual debiera,

por tal soberbia y bárbara manera.

»Mas pues el plan que imaginé en Toledo

ya desbaratasteis hoy por imprudente,

y ya encubrirme y disculpar no puedo

al proceder del conde irreverente

pues que monarca de Castilla quedo

desde este instante, admirará mi gente

que no se ultraja al trono sin venganza

en la justicia que mi reino alcanza.

»Vamos al punto; que del conde armado

he de asolar las vastas posesiones:

no ha de quedar dominio en su condado

que no sufra mis duras condiciones;

no ha de quedar caudillo ni soldado

que no escarnezca y rompa sus blasones:

¡No veinte lunas, veinte primaveras

ha de servir sin mando en mis fronteras».

Airado el rey, la cólera y despecho

muestra en el rostro que el furor enciende;

en vano el noble combatido pecho

calmar su justa indignación pretende.

Y, lentamente, en dilatado trecho

la nueva corre, y sin cesar se extiende

que es el rey, y llega a hasta la villa,

y sale luego y cunde por Castilla».

«-¡El rey!, ¡el rey Alfonso el poderoso

¡vino a salvarnos!» (gritan por la vega),

y en revuelto concurso estrepitoso

el pueblo todo a recibirle llega.

Camina el rey, y grave y silencioso,

coge las llaves que la villa entrega;

y en orden marcha, y sigue, y con despacio,

entra en la plaza, y llega hasta palacio.

Mas por el frente en escuadrón y armados

cruzando el pueblo en rápida carrera,

llegan cuarenta nobles bien montados

que al punto forman en vistosa hilera.

Con escarceo y vueltas de costados,

al rey suspenden, que saber quisiera

quién es el jefe que les manda experto

con ricas armas y antifaz cubierto.

Pero ¡ay! que advierte en su lujoso escudo

dos lobos pictos11 sobre campo de oro,

que bien le muestran con lenguaje mudo

al conde Vela, vencedor del moro.

«-¡Él es, él es! (prorrumpe) ¿por qué dudo,

y al son del parche12 y pífano13 sonoro

no pido cuenta de las veinte lunas,

que no cumplió, porque me debe algunas».

«Sancho Armendoces, que tu deudo al punto

deje el bridón en que cabalga airoso,

y venga a mí que airado le pregunto:

¿qué cuenta da del plazo rigoroso

que le otorgué, vengando del difunto

la muerte injusta que le dio alevoso?

Dile que venga, y alce la visera

al rey Alfonso el sexto que le espera».

«-Aquí estoy ya (bajando el caballero

de su bridón, a su monarca dijo);

mas advertid, Alfonso el justiciero,

que al conde Vela mancilláis, de fijo

sin prueba clara y modo valedero:

y el desagravio en el momento exijo.

»-Le exijo, sí, monarca castellano,

vasallo yo y no más, vos soberano».

«El conde Vela, desarmado y triste,

guarda su afrenta y se consume y llora,

y enfermo, huyendo siempre, no resiste

al deshonor que su virtud desdora;

y en tanto ¿vos, cuya justicia existo

desde el Pirene hasta Toledo ahora,

con ligereza o prevención o encono,

al conde holláis, cuya obediencia abono.

»Este es su acero: y estas son las armas

que hay en Ayala su heredada villa,

donde burló del moro las alarmas,

asegurando el trono de Castilla.

»Si tú a D. Vela con la ley desarmas,

y él sufre solo y llora su mancilla,

su esposa soy, y tu sentencia dada

no habla en mi esfuerzo ni en mi nombre nada.

»Perdí mi estado, que en Castilla ha sido

presa del moro sin hallar estorbo:

y hoy tu villa realenga he defendido;

con estas armas, de su alfanje corvo

cuarenta dueñas ves, que se han valido

cual soldados armadas, de Pancorbo

y de Durango solo protegidas,

con gentes nobles desde allí venidas.

»Si tú quisiste avergonzar al conde,

solo y errante y desdichado gime;

si quisieres saber dónde se esconde,

sin dilación lo que pretendas dime

si arrasar sus estados ¿desde dónde?

que lo que al moro en su furor se exime,

lo incendiaré yo misma, porque acabes

tanto rigor, y mi victoria alabes».

Absorta oyó la población entera

que se agolpaba al caso no pensado,

el decoroso término y manera

que la heroína ante su rey ha usado.

y Alfonso. «-Error, Doña María, fuera,

que vuestro claro nombre celebrado

no ensalzara yo mismo, cual conviene

al nuevo lauro14 que adquirido tiene.

»Este palacio y defendida villa

vuestros serán por juro y señorío —280—

como el dominio y feudo, que en Castilla

os dio en legado mi difunto tío,

porque ejerzáis con horca y con cuchilla

vuestro absoluto mando y poderío,

sin que tributo me paguéis, ni en nada

estéis con rentas ni pensión cargada.

»Las nobles dueñas territorio tienen

en la campiña, y en la vega undosa,

y en los viñedos que ligados vienen

en feudo antiguo a vuestra joya hermosa.

»Y pues con honra y con valor mantienen

el nombre DUEÑAS, en la lid dudosa,

llamar debéis, honrando mi Castilla,

DUEÑAS desde hoy ya la invencible villa.

»El conde Vela disculpado queda

desde este instante de las veinte lunas;

para que armarse en sus estados pueda,

aunque le falten que cumplir algunas.

»Decidle vos, que Alfonso no le veda

que arme su gente, y rompa medias-lunas,

y que a Toledo, denodado, asista,

con mando y voto, y parte en la conquista.

«¡A Dios! no puedo descansar, que urgente

es el peligro que mi reino corre.

Marcha, Armendoces, y ármese la gente

que aloja en DUEÑAS, y a Toledo acorre,

sin que te ciegue la ocasión presente,

ni en tu memoria el deshonor se borre

de los cristianos, que, con mal consejo,

entre peligros sobre el Tajo dejo».

«-¡Viva el monarca! ¡Viva Alfonso el sexto!»

(con grito agudo resonó en la villa)

y él su Toledo a conquistar dispuesto,

sin detenerse atravesó Castilla.

Dando a su reino autoridad con esto,

y a DUEÑAS todo asombro y maravilla;

y a mi valor para que en verso grave

el caso cuente, y mi HEROÍNA alabe.


FUENTE

Grijalba, José de, «Doña María Vaca o el plazo de las veinte lunas», Semanario pintoresco español, Año VII, n.º 34, 21/8/1842, pp. 271-272; y 28/8/1842, n.º 35, pp. 278-280.

Edición: Pilar Vega Rodríguez.