Escena
III
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Dichos; DOÑA
PERFECTA por la derecha.
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DOÑA
PERFECTA.- (Con
zalamería.) ¿También a
mí?
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PEPE
REY.- A usted no...
(Dudando.) Querida tía... A
usted no.
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Por qué tan furioso?
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PEPE
REY.- Porque me siento extranjero en esta ciudad
tenebrosa de pleitos, de antiguallas, caciquismo y envidia
solapada... No puedo vivir más tiempo aquí. Me voy,
me voy; pero entiéndase bien, sin desistir de lo que
aquí me trajo. Señora, yo vine a casarme con su hija
de usted. Démela usted, y me voy.
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Lo ven ustedes? Si es una centella.
¡Qué carácter, Dios mío! Y hay que tener
cuidado con él, -34-
pues a lo mejor, por cualquier palabrita, se dispara y nos
llama bárbaros, supersticiosos...
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DON
CAYETANO.- Querido Pepe, ten calma. Ya sabes que mi
hermana con muchísimo gusto te llamará su hijo.
Rosario no se opondrá tampoco queriéndolo ella.
¿Qué falta, pues? Nada más que un poco de
tiempo.
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DOÑA
PERFECTA.- Vamos, como tú no piensas
más que en máquinas, todo quieres llevarlo al vapor,
¡hala, hala! Espera, hombre, espera. Ese aborrecimiento que
le has tomado a nuestra pobre ciudad, es una monomanía
absurda.
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PEPE
REY.- (Descorazonado.) Es
que hasta las piedras parecen levantarse contra mí.
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Lo dices por los pleitos?
¿Tengo yo la culpa? Que te diga este (Por
JACINTO.)
la chillería que anoche le eché al buen Licurgo.
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JACINTITO.- Sí, sí; buena peluca
se llevó, por su furor jurídico y litigante.
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PEPE
REY.- Y hay más: desde que estoy aquí no
he recibido carta de mi padre.
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DON
CAYETANO.- No te habrá escrito.
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PEPE
REY.- Imposible. (Oyendo aldabonazos en
la puerta de la casa.)
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DOÑA
PERFECTA.- El correo.
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DON
CAYETANO.- Veremos lo que trae. (Vase
DON CAYETANO por la
izquierda.)
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DOÑA
PERFECTA.- Puede que hoy recibas carta.
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PEPE
REY.- Señora doña Perfecta, o yo tengo
la cabeza trastornada, o me salen enemigos de todas las grietas de
todos los rincones de este pueblo fatídico. Veo sombras que
corren tras de mí, o se adelantan buscándome las
vueltas, rostros entapujados que me acechan...
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Pero, hijo, tan científico,
y crees en fantasmas?
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JACINTITO.- Don José, no recele de esta
hidalga gente.
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DON
CAYETANO.- (Entrando con varias
cartas.) Hay una para ti.
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DOÑA
PERFECTA.- Gracias a Dios. A ver si es de tu
padre.
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PEPE
REY.- (Cogiendo la
carta.) No, no es de mi padre. ¡Si es un
pliego del Ministerio! (Lo abre y lee
rápidamente.) ¡Oh!
(Atónito.)
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-35-
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Qué es eso, hijo?
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DON
CAYETANO.- ¿Qué?
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PEPE
REY.- Una comunicación del Ministro de Fomento,
relevándome del cargo que me confirió en esta
zona.
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Cómo! ¿Es
posible...?
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JACINTITO.- Pero de un gobierno así,
¿qué se puede esperar?
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DON
CAYETANO.- ¡Infamia mayor!
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PEPE
REY.- (Muy nervioso, arrojando el
pliego sobre la mesa.) ¡Oh, yo
descubriré la mano misteriosa...!
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Ay, Dios mío!
¿También de esto le echas la culpa a nuestra pobre
patria, donde todo es buena voluntad, paz, sencillez...?
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PEPE
REY.- (Con tenacidad.)
¡Ah, sí, este tiro ha salido también de
aquí! Mi corazón lacerado me lo dice a gritos. No
puedo, no puedo dudarlo. En esto, como en lo otro, veo una
persecución sistemática, una guerra insidiosa.
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DON
CAYETANO.- Pepe, no seas niño.
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JACINTITO.- Nada, es manía...
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DOÑA
PERFECTA.- Iluso, vuelve tus ojos a Madrid, dirige tus
sospechas a los políticos corrompidos, a los
compañeros envidiosos...
(Vivamente.) Te advierto una cosa, y
es que si quieres ir allá para averiguar la causa de este
desaire, y pedir explicaciones al gobierno, no dejes de hacerlo por
nosotros...
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PEPE
REY.- ¿Qué? (Fija los ojos
en el semblante de su tía, como queriendo escudriñar
sus más escondidos pensamientos.)
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DOÑA
PERFECTA.- (Con calma admirable, y tono
de la más perfecta lealtad.) Digo, que si
quieres ir, sobrino mío... vayas... ¿A qué ese
asombro?
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PEPE
REY.- (Después de una
pausa.) No señora... no pienso ir
allá.
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DOÑA
PERFECTA.- Mejor... mejor.
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DON
CAYETANO.- Aquí estás más
tranquilo. ¿Qué te falta?
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PEPE
REY.- Ver a Rosario (A DOÑA PERFECTA.)
¿Hoy tampoco?
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DOÑA
PERFECTA.- Hoy no puede ser. Mañana.
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PEPE
REY.- Lo mismo dijo usted ayer: mañana.
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DOÑA
PERFECTA.- El médico ha mandado que no entre
nadie a verla. -36-
Pero está mejor. Se va calmando, calmando...
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DON
CAYETANO.- ¡Ah, los condenados nervios! el mal
de la familia. Pero todo esto, señores míos,
señora hermana, no será obstáculo, supongo,
para que cenemos.
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DOÑA
PERFECTA.- Aún es temprano. Pero si quieren
ya...
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PEPE
REY.- Yo no ceno.
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Otra!
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PEPE
REY.- No tengo gana. He merendado en el Casino.
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DOÑA
PERFECTA.- Bueno. Tú, Jacintillo, te
quedarás a cenar.
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JACINTITO.- Si usted lo manda...
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DOÑA
PERFECTA.- (A PEPE REY.)
¿Sales?
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PEPE
REY.- No: tengo que escribir.
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JACINTITO.- Don José, no deje de
enterarse (Señalándole los
papeles.)
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PEPE
REY.- (Con
hastío.) No por Dios. Quedamos en que no
transijo...
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JACINTITO.- Lo siento... Usted
verá...
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DOÑA
PERFECTA.- Eso, eso. ¡A sangre y fuego!
Consúmete la figura, revuélvete los humores, hombre
rencoroso y soberbio. Aprende de mí; mírate en mi
serenidad, en mi mansedumbre ante las adversidades. Estas, como las
dichas, vienen de Dios. Yo las acepto... y callo.
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PEPE
REY.- (Con calma sombría,
mirándola fijamente.) Ya aprendo,
señora, en ese libro; ya me miro en ese espejo.
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DON JUAN
TAFETÁN.- (En la puerta del
foro.) ¿Se puede?
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DOÑA
PERFECTA.- Aquí tienes a tu gran amigote y
compinche.
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Escena
V
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PEPE REY;
DON JUAN
TAFETÁN.
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DON JUAN
TAFETÁN.- ¿Nos echamos a la calle?
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PEPE
REY.- No: estoy fatigadísimo.
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DON JUAN
TAFETÁN.- Como que anduvimos hoy todas las
estaciones, Casino, botica, alameda, tienda del Valenciano, y por
fin, paseo por las calles para ver las niñas guapas.
¡Y que las hay hermosas!
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PEPE
REY.- Para mí no hay hermosura, ni amenidad, ni
alegría en ninguna parte.
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DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Ji, ji!... Vamos, ¿a
que le pongo yo a usted en un periquete, con dos palabritas,
más alegre que unas Pascuas?
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PEPE
REY.- ¿A que no?
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DON JUAN
TAFETÁN.- A que sí. ¡Ji, ji!...
(Con misterio.) Quiero ayudarle a
usted de una manera práctica y eficaz en la lucha que
sostiene... Nada, queridísimo amigo, que este cura,
Juan Tafetán, le va a sacar a usted de penas.
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PEPE
REY.- Veámoslo.
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DON JUAN
TAFETÁN.- Deme usted un abrazo, ¡ji,
ji!...
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PEPE REY.-
Explíquese.
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-38-
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DON JUAN
TAFETÁN.- La señora doña
Perfecta, que es tremenda... esa sí que es tremenda,
tremebunda... ya la irá usted conociendo... le ha cortado a
usted toda comunicación con la angelical Rosarito.
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PEPE
REY.- Sí... Y que no hay en el mundo criados
más incorruptibles que los de esta casa.
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DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Ji, ji!...Venga otro abrazo. Y
la más incorruptible, Librada, guardiana o cancerbera de la
señorita. Usted ha intentado sobornarla...
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PEPE
REY.- Inútilmente. Su fidelidad es arisca,
punzante, feroz...
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DON JUAN
TAFETÁN.- Feroz... ¡ji, ji!... esa es la
palabra. Pues bien, a esa fiera, ya la tiene usted domada.
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PEPE
REY.- ¿Qué me dice, don Juan?
¿Por qué medio?
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DON JUAN
TAFETÁN.- Por uno tan fácil como grato
para mí. Es mi genio, ¡ji, ji!... Es mi flaco,
¡ji, ji!... mi fuerte, mejor dicho.
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PEPE
REY.- ¿Pero cómo?
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DON JUAN
TAFETÁN.- Haciéndole el amor...
¡ji, ji!...
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PEPE
REY.- ¡El amor!
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DON JUAN
TAFETÁN.- No se escandalice. Es
platónico... Restos, amigo Pepe, restos marchitos de una
existencia consagrada a la galantería, ¡ji, ji!...
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PEPE
REY.- ¿Pero es de veras?
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DON JUAN
TAFETÁN.- Como usted lo oye. Esta tarde en la
plaza, después de dejarle a usted, y esta noche en la
tienda, hemos quedado de acuerdo. ¡Oh, yo soy de una sombra
increíble para estas cosas! La he vuelto loca, Pepe,
loquita. Con esto, y con ofrecerle colocar en el Fielato a su
novio, se ha pasado del partido de la tía al del sobrino. En
suma, que Librada, el cancerbero implacable, se compromete a llevar
y traer toda la correspondencia que exijan estas aflictivas
circunstancias.
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PEPE
REY.- (Con viveza.)
¡Oh, felicidad! Voy a escribirle.
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DON JUAN
TAFETÁN.- Espérese usted. La niña
está acongojadísima. No hace más que
llorar.
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PEPE
REY.- Y maldecir su forzoso encierro.
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-39-
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DON JUAN
TAFETÁN.- Del cual se consuela pensando en su
primo, a quien adora, y saliendo en su busca...
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PEPE
REY.- (Sorprendido.)
¿Cómo es eso?
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DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Ji, ji!... No hay jaula
bastante segura para un pajarito que quiere volar...
(Bajando la voz.) Anoche, Rosario y
Librada, mientras doña Perfecta dormía... la
señora duerme al lado de acá... allá la
niña...
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PEPE
REY.- Sí.
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DON JUAN
TAFETÁN.- Pues la cautiva y su carcelera se
salieron del cuarto muy entapujaditas, y silenciosas bajaron
aquí, y recorrieron todo este piso como dos fantasmas,
¡ji, ji!... Salieron al patio, volvieron acá,
revolvieron todo... Rosario se consolaba mirando a la puerta del
cuarto de usted...
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PEPE
REY.- ¡Aquí... anoche!... ¿A
qué hora?
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DON JUAN
TAFETÁN.- Entre diez y once.
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PEPE
REY.- ¡Y yo en el Casino, estúpidamente
aburrido!... (Impaciente.) Voy a
escribirle.
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DON JUAN
TAFETÁN.- (Cogiéndole por
un brazo.) Calma. Ella será la primera que
escriba. La pobre carecía de utensilios de escritura. Yo le
di a Librada esta tarde papel, sobres y un lapicito, ¡ji,
ji!... Esta noche habrá cartita. Librada se la traerá
a usted dentro de un ratito.
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PEPE
REY.- ¿Aquí?... ¡Oh, es muy
peligroso!
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DON JUAN
TAFETÁN.- Aquí: en las barbas de la
mismísima inquisidora, de la papisa Juana... ¡Ah,
señora doña Perfecta, no hay enemigo pequeño!
(A PEPE
REY.) Ya dije a usted que su señora
tía, con esa suavidad y esa diplomacia santurrona que ella
gasta, me quitó mi placita en el Ayuntamiento, para
dársela al sobrino de Licurgo, de su genízaro... y
esa no se la perdono, ¡ji, ji!... no se la perdono.
|
PEPE
REY.- Duro en ella. Pero la carta...
|
DON JUAN
TAFETÁN.- Verá usted; en la
portería del Casino, había un pliego para usted.
Está abierto: no es más que una circular... Lo
cogí, se lo di a Librada... En -40-
él mete la cartita, lo cierra, ¡ji, ji!... Ya
ve usted qué sencillo...
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PEPE
REY.- Muy ingenioso.
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DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Ji, ji!... ¡Ay, Pepe, no
se pare usted en barras!... Saque usted a la niña, aunque
sea por el tejado... y cásese usted pronto... obsequie usted
a su tía con un berrinche muy gordo... a ver si
revienta...
|
PEPE
REY.- ¿Bajarán esta noche... cree usted
que bajarán?
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DON JUAN
TAFETÁN.- Usted lo verá luego...
¡ji, ji!... Lo que fuere sonará. Y ahora, querido
Pepe, creo que debo retirarme... No vayan a sospechar nuestra
conspiración.
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PEPE
REY.- ¿Volverá usted?
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DON JUAN
TAFETÁN.- Me parece que no debo volver.
Mañana me contará usted...
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PEPE
REY.- Pero no deje de advertir... (Entra
MARÍA REMEDIOS,
viniendo de la calle.)
|
MARÍA
REMEDIOS.- Santas y buenas noches.
|
DON JUAN
TAFETÁN.- (Chist... que esta es de cuidado.
Métase en su cuarto). (Alto.)
Hasta mañana, don José. A descansar. Eso no
será nada.
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PEPE
REY.- Abur, don Juan. (Entra en su
cuarto.)
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DON JUAN
TAFETÁN.- Adiós, señora
doña María Remedios. ¡Usted siempre tan
guapetona, tan amable...! ¡Ji, ji!...
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MARÍA
REMEDIOS.- Y usted, señor de Tafetán,
siempre tan perdido, tan disoluto...
|
DON JUAN
TAFETÁN.- ¡Ji, ji, ji!... Muchas gracias.
Usted me favorece... (¡Así te parta un rayo!).
(Vase riendo.)
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Escena
VI
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MARÍA
REMEDIOS; DOÑA
PERFECTA.
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MARÍA
REMEDIOS.- El uno se queda, el otro se va...
¿Qué tramarán los dos libertinos, los dos
escandalizadores del pueblo? ¡Oh, mundo inmoral, mundo de
vilipendio...!
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DOÑA
PERFECTA.- (Presurosa; viene del
comedor.) ¡Remedios!...
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-41-
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MARÍA
REMEDIOS.- Señora.
|
DOÑA
PERFECTA.- Te vi entrar... ¿Y tu
tío?
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MARÍA
REMEDIOS.- Cena esta noche en casa del señor
Deán. A la vuelta entrará por aquí.
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Cuánto deseo hablarle!...
¿Y qué novedades hay?
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MARÍA
REMEDIOS.- ¡Ah, señora...!
¿Novedades? Diga usted horrores.
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Jesús, me asustas!
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MARÍA
REMEDIOS.- Horrores, sí, y tales, que no sabe
una cómo contarlos.
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Ave María
Purísima!
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MARÍA
REMEDIOS.- Ya sabe usted que su sobrinito y ese
esperpento vicioso de Tafetán...
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DOÑA
PERFECTA.- Son amigos, sí. Tafetán le
entretiene, le lleva y le trae. ¡El pobrecito Pepe
está tan aburrido...!
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MARÍA
REMEDIOS.- Diga usted que el ingenierito las mata
callando. Del otro no digamos. Bien sabemos que toda su vida no ha
hecho más que cortejar mujeres. Él dice que por lo
fino. ¡Sabe Dios qué finuras serán esas!... En
fin, señora, da vergüenza verles por esas calles.
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DOÑA
PERFECTA.- ¿Qué hacen, pues?
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MARÍA
REMEDIOS.- Esta tarde, iban por la calle de la Santa
Faz Tafetán y su discípulo. Pasaron las de Troya; la
mayor, María Juana, que es guapísima, y la
pequeñuela, tan mona... ¿Qué creerá
usted que hizo el cotorrón de Tafetán? Pues pararlas
en mitad de la calle, y ponerse a decirles unas cosas... ¡ay
qué cosas! Yo estaba en mi ventana baja, y sin quererlo,
oí... digo, me entró por el oído, y me puse
como la grana.
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DOÑA
PERFECTA.- ¡Galanteos inocentes!... ¿A
ver?...
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MARÍA
REMEDIOS.- Que si eran bonitas, que si eran...
¡saladas, señora, saladas! Que si el pie chico, que si
la mano blanca, que si el... En fin, me callo.
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DOÑA
PERFECTA.- Y Pepe no dejaría de echarles
algún requiebro.
|
MARÍA
REMEDIOS.- Aunque se hacía el indiferente, yo
vi...
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Qué?
|
MARÍA
REMEDIOS.- Que se le encandilaban los ojos... Pero en
esto -42-
sale Caballuco de la tienda de Macho y ve aquel cuadro...
¡Ay, qué cuadro de liviandad, de corrupción y
concupiscencia!... Ya sabe usted que Cristóbal es novio de
María Juana... Es celoso como un gallo y fiero como un
tigre. Pues señor, siguen las muchachas su camino; ellos van
por otro lado. Cristóbal... pim, pam... tras ellos. Yo
salí al instante...
|
DOÑA
PERFECTA.- Para calmarle...
|
MARÍA
REMEDIOS.- Sí señora, para calmarle. Le
dije que don Pepe le había mirado así... con mofa
despreciativa... ¡Ay, cómo bramaba el muy bruto!...
Dice que ha de desafiarle, y que viene acá esta noche a
pedirle explicaciones...
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡A mi casa! No; no quiero querellas
en casa. Si viene, verás qué pronto le despacho.
¡Yo qué tengo que ver...!
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MARÍA
REMEDIOS.- Otra cosa. Desconfíe la
señora de toda la servidumbre de esta casa... menos de
Librada. ¡Es un ángel! Por esa pongo yo mi mano en el
fuego.
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DOÑA
PERFECTA.- En punto a confianza, Librada es como yo
misma.
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MARÍA
REMEDIOS.- Luego, tan calladita, tan... Y en la
iglesia da gusto verla. ¡Qué recogimiento, qué
devoción! Es una chica que da ejemplo.
|
Escena
VII
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Dichas; DON
INOCENCIO.
|
DON
INOCENCIO.- Eso es lo que hace falta: buenos
ejemplos.
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DOÑA
PERFECTA.- (Alegre, yendo a su
encuentro.) ¡Ah, don Inocencio...! ¿Con
que novillos esta noche...?
|
DON
INOCENCIO.- (Bondadoso.)
Señora mía, no me riña usted. Ya hice
propósito de no retirarme a casa sin dar una vueltecita por
aquí.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Y el señor Deán?
|
DON
INOCENCIO.- Ya puede usted suponer. Hemos hablado
largamente de la desagradable escena de esta mañana
-43-
en la Catedral. Yo no estaba allí... y me alegro.
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DOÑA
PERFECTA.- Bien merecido le está a mi
sobrino... Que aprenda.
|
DON
INOCENCIO.- Hallábase, según me
contaron, embebecido en la contemplación de retablos,
pinturas y sepulcros...
|
MARÍA
REMEDIOS.- A la hora de misa mayor. ¡Qué
irreverencia!
|
DOÑA
PERFECTA.- Ya sé... Y el señor
Deán creyó procedente mandarle salir de la santa
iglesia.
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DON
INOCENCIO.- Justo. Paréceme, y así se lo
he manifestado, un rigor excesivo.
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DOÑA
PERFECTA.- El hecho carece de importancia.
|
DON
INOCENCIO.- Tal creo. Ya sabemos lo que son los
artistas, los que sólo entran en el templo movidos de la
fiebre del arte pictórico y monumental.
|
MARÍA
REMEDIOS.- Infernales artes, digo yo...
|
DOÑA
PERFECTA.- Pues bien, don Inocencio de mi alma, yo
deseaba verle a usted esta noche porque, verdaderamente, estoy algo
inquieta... Tengo que dar a mi hermano una
explicación...
|
MARÍA
REMEDIOS.- ¡Silencio!... Las puertas oyen.
(Acechando en la puerta del cuarto de PEPE REY.)
|
DON
INOCENCIO.- (Bajando la
voz.) ¡Explicación! Es muy sencilla. Si
no mediara la conciencia, tendría usted que apurar el
entendimiento para buscar razones. Pero mediando la fe sacrosanta,
los grandes fines del alma, ante los cuales nada significa la
conveniencia material, nada los vanos intereses y afectos de este
mundo, no tiene usted que discurrir para expresar su
resolución. Si la conciencia dice «no puede
ser», fácilmente y sin ninguna turbación lo
repetirán los labios.
|
MARÍA
REMEDIOS.- (Que lo ha oído con
admiración, apoyando sus palabras con movimientos de
cabeza.) ¡Qué bien!
|
DOÑA
PERFECTA.- (Reflexiva y
melancólica.) «¡No puede
ser!». ¡Qué duras palabras cuando median afectos
de familia!
|
MARÍA
REMEDIOS.- ¡Ay, mundo pérfido...!
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-44-
|
DON
INOCENCIO.- No le faltarán a usted disgustos,
amarguras... Pero...
|
DOÑA
PERFECTA.- Sí; para eso está la
paciencia.
|
MARÍA
REMEDIOS.- La resignación cristiana...
|
DON
INOCENCIO.- Y a estas alturas, créame usted, lo
mejor es arrostrar de frente la negativa, abandonando ya los
procedimientos indirectos, por más que sean suaves...
Sí, sí, señora mía. Pues él no
parece comprender que debe alejarse y renunciar al matrimonio,
convendría...
|
MARÍA
REMEDIOS.- (Sintiendo abrir la
puerta.) ¡Chitón, que sale!
|
Escena
X
|
|
PEPE REY,
DON INOCENCIO,
DON CAYETANO, JACINTITO, después DOÑA PERFECTA.
|
DON
CAYETANO.- ¿No saben la gran noticia?
|
DON
INOCENCIO.- ¿Qué?
|
DON
CAYETANO.- Tropas en Orbajosa.
|
JACINTITO.- Esta noche llegan a Villahorrenda...
Pero no sabemos si vendrán aquí, o seguirán a
la capital de la provincia.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Qué atrocidad!
(Mal humorada.) Ya tenemos aquí
las plagas de Faraón. ¡Soldados!...
|
JACINTITO.- No es más que una
provocación de ese Gobierno infame.
|
PEPE
REY.- El Gobierno no provoca, caballerito; se previene
contra las provocaciones. ¿Cuántas partidas han
salido ya?
|
JACINTITO.- Tres, la de Francisco Acero, la de
Chispa, la de...
|
DON
CAYETANO.- Pero no valen tres cominos.
|
PEPE
REY.- ¿Y el gran Caballuco no sale?
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Oh, si este saliera...!
|
PEPE
REY.- ¡Si esto sonara!
|
DON
CAYETANO.- Ha dado su palabra al gobernador,
según dicen.
|
DOÑA
PERFECTA.- Y la palabra de Caballuco es la paz de
Orbajosa.
|
DON
CAYETANO.- Yo creo que ese batallón y los dos
escuadrones que dicen, no vienen acá.
|
JACINTITO.- Y si vienen, no es más que a
presumir.
|
PEPE
REY.- Pero señor, dejarles que vengan. Por algo
les manda el Gobierno.
|
DOÑA
PERFECTA.- (Irritada.)
Calla... ¡Ni qué falta nos hacen aquí
militronches!
|
DON
CAYETANO.- Señores, tocan a retirada.
|
DON
INOCENCIO.- (A JACINTO.)
Niño...
|
DOÑA
PERFECTA.- (A PEPE REY.) Y tú,
¿qué haces?
|
-47-
|
PEPE
REY.- Tengo que escribir... Enterarme de esto...
contestar...
|
DON
INOCENCIO.-
(Despidiéndose.) Sí, sí, que
trabaje. Cada lobo por su senda... En vez de correr tras lo
imposible, vaya usted tras lo posible y fácil. Ingeniero a
tus ingenios, empresario a tus empresas...
|
PEPE
REY.- A mis empresas voy.
|
DON
INOCENCIO.- Adiós.
|
DOÑA
PERFECTA.- Descansar.
|
DON
INOCENCIO.- Buenas y santas noches.
|
JACINTITO.-
(Despidiéndose.) Señor don
José... Señora...
|
DON
CAYETANO.- Pepe, que descanses. (Sale
acompañando a DON
INOCENCIO y JACINTITO.)
|
Escena
XIV
|
|
PEPE REY;
ROSARITO, envuelta en un
chal de color claro, calzada con chinelas que no hacen
ningún ruido. La escena débilmente iluminada por la
lámpara que PEPE
REY ha llevado a su cuarto. La puerta de este
abierta.
|
ROSARITO.- Pepe... ¿estás
aquí? (Avanza palpando.)
|
PEPE
REY.- Vida mía, ven, dame la mano.
(Le da la mano para evitar que tropiece en los
muebles, y la lleva al centro de la escena.) Por
aquí.
|
ROSARITO.- Si veo, tonto. La luz de tu cuarto
nos alumbra.
|
PEPE
REY.- (La lleva al
sillón.) Siéntate.
|
ROSARITO.-
(Suspirando.) ¡Ay!...
¡qué viaje, qué ansiedad! Creí que no
llegaba. (Tiritando.)
|
PEPE
REY.- (Besándole las
manos.) Alma mía, estás helada.
¿Por qué tiemblas? (Se sienta a su
lado.)
|
ROSARITO.- No tiemblo, no... El deseo de
verte... la alegría de verte... El miedo de que mamá
no esté dormida.
|
PEPE
REY.- (Tocándole la
frente.) Tu frente abrasa.
|
-50-
|
ROSARITO.- De pensar, de sufrir, de temer...
Pero no estoy enferma. Con verte sólo, ya me siento
bien.
|
PEPE
REY.- Has padecido horriblemente.
|
ROSARITO.- Sí. (Vencida de
la emoción, rompe en sollozos. Saca del seno un crucifijo, y
lo besa con ardor.) ¡Jesús mío,
Redentor mío, ampáranos!
|
PEPE
REY.- (Tocando la
imagen.) ¿Tu crucifijo?
|
ROSARITO.- El que tengo a la cabecera de mi
cama. Le traje para que me saque en bien de este paso terrible.
Pepe, (Se lo da.) bésalo.
|
PEPE
REY.- Sí, vida mía: una y mil veces.
(Pausa. PEPE
REY besa el crucifijo.)
|
ROSARITO.- Más, más.
|
PEPE REY.-
(Después de besar
nuevamente.) Ya te entiendo: dudas de mi fe.
|
ROSARITO.- No dudo, no quiero dudar. Que duden
todos. Yo creo en ti. Dámelo ahora. (Recibe de
manos de él el crucifijo, y lo guarda en su
seno.)
|
PEPE
REY.- Dime la verdad: tu madre te dirá horrores
de mí.
|
ROSARITO.- No lo creas. Sabe que te quiero, y
que me mataría diciéndome que eres malo. Me dice que
espere, que tú decidirás, que te vas, que vuelves...
Háblame con franqueza: ¿has formado mala idea de mi
madre?
|
PEPE
REY.- (Después de vacilar en la
respuesta.) No.
|
ROSARITO.- ¿Crees que me quiere mucho,
que a ti, a ti te quiere también?
|
PEPE
REY.- Nos quiere... no digo que no... a su manera...
Pero si me tienes amor, Rosario de mi vida, y no desmayas en tu
resolución de ser mía para siempre, es preciso que no
hagas caso de nadie más que de mí, y estés
dispuesta a obedecerme ciegamente cuando yo te diga:
levántate y sígueme.
|
ROSARITO.-
(Valerosa.) ¡Sí, sí!
|
PEPE
REY.- Rosario, disponte a salir de aquí.
|
ROSARITO.- ¿Cuándo?
|
PEPE
REY.- Mañana... Mañana por la noche. Yo
lo prepararé -51-
sin ninguna violencia. No hay otro medio. Tu madre es
inflexible... No cederá nunca.
|
ROSARITO.- (Herida por el
recuerdo, se desploma súbitamente, perdiendo el
valor.) ¡Mi madre! Sólo con nombrarla,
el valor se me disipa... me siento cobarde... tiemblo de pavor...
¡Mi madre! Su mirada me paraliza. El respeto me anonada. La
quiero... es mi madre. Me dio la vida... me da la muerte.
|
PEPE
REY.- (Con solemnidad.)
Rosario, en las ocasiones graves de la vida, los sentimientos
elementales, sagrados, sufren, pueden sufrir dolorosa prueba.
Guarda en tu alma el respeto, guarda el cariño a tu madre...
Pero convéncete de que ya no es ella, sino yo, yo, quien
gobierna y dirige tus acciones, yo, tu esposo.
|
ROSARITO.- Sí, Sí.
(Con inspiración súbita, se arrodilla.
PEPE REY permanece en pie
tras ella, inclinada la cabeza.) ¡Señor
que adoro, Señor Dios del mundo y tutelar de mi casa y
familia, Jesús bendito, que moriste en la Cruz por
redimirnos del pecado: ante Ti, ante tu cuerpo herido, ante tu
frente coronada de espinas, digo que este es mi esposo, y que
después de Ti, es el que más ama mi
corazón!
|
PEPE
REY.- (Con gran
emoción.) Mía serás.
|
ROSARITO.- Dame la mano.
(PEPE REY le
estrecha la mano.)
|
PEPE
REY.- ¡Mía! Ni tu madre, ni nadie lo
impedirá. ¡Júrame que no desistirás!
|
ROSARITO.- ¡Te lo juro! (Con
grave acento.) Que unidos en muerte como en vida,
reposemos bajo una misma losa, cuando Dios quiera llevarnos de este
mundo.
|
PEPE
REY.-
(Abrazándola.) ¡Oh, mi
bien!
|
ROSARITO.-
(Estremeciéndose.) ¡Oh!...
¡Escucha!
|
PEPE
REY.- ¿Qué?
|
ROSARITO.- Pareciome sentir...
|
PEPE
REY.- ¡No!... ¡Es tu miedo!...
|
ROSARITO.-
(Aterrada.) ¡Ah!... ¡Siento
pasos!...
|
PEPE
REY.- ¡Alguien baja!
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Escena
XVI
|
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PEPE REY;
DOÑA
PERFECTA.
|
DOÑA
PERFECTA.- (Con
gravedad.) ¡Gracias, sobrino mío,
gracias! ¿Merezco yo esa conducta? Rosario no se
habría atrevido a bajar aquí, mientras yo
dormía, si tú no la hubieras instigado a la
liviandad, a la desobediencia.
|
PEPE
REY.- ¡Es verdad! La culpa es mía.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Y lo confiesas!
|
PEPE
REY.- Sí, señora. Soy todo sinceridad,
lo contrario de otras personas; y puesto que a la lucha se me
incita, lucharé; pero a cara descubierta. Sí
señora; necesitaba ver y hablar a su hija de usted; era
indispensable absolutamente que hablásemos los dos... y
hemos hablado.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Calla!... ¡Qué
atrevimiento! Paso que no ames a la hermana de tu padre, que
correspondas a mi cariño con esta traición...
¿Pero no merezco siquiera respeto?
|
PEPE
REY.- Señora, perdóneme usted... pero
aun el respeto he de negarle. Nunca lo creí. Estos
sentimientos amargan horriblemente mi vida.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Me aborreces... di la verdad!
|
-53-
|
PEPE
REY.- Sí señora... ¡Qué
desgracia! Perseguido y atormentado por un poder tenebroso, he
aprendido lo que nunca supe, he aprendido el rencor, véalo
usted en mí. (Con bravura.)
Míreme usted a la cara, de frente. Arroje usted sobre
mí su mirada siniestra, como yo le arrojo la mía,
leal... Estoy frente a mi enemigo, y antes que dejarme matar,
quiero arrancarle la máscara con que encubre su rostro.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Loco! ¡Qué
desvarío es ese! (Asustada, procura dominarse
y sostener su altanería.)
|
PEPE
REY.- (Con gran calor y energía
creciente.) Yo vine aquí con el candor de un
niño y la lealtad de un caballero. Mi padre, de acuerdo con
usted, me mandó para que viese a Rosario y la hiciera mi
esposa. Desde que la vi, la amé. Usted aparentó
aceptarme por hijo; usted, recibiéndome con engañosa
cordialidad, empleó desde el primer día todos los
ardides de su fina astucia para estorbar el cumplimiento de las
promesas hechas a mi padre; usted trató de extraviar los
sentimientos de su hija presentándome como un hombre
abominable, sin fe, enemigo de Dios: y con los labios llenos de
sonrisas y de palabras cariñosas, me ha estado matando, me
ha estado achicharrando a fuego lento. Usted ha lanzado contra
mí, en la obscuridad y a mansalva, una nube de litigantes;
usted, por influencias que desconozco, me ha destituido del cargo
oficial que traje a Orbajosa; usted me ha privado del consuelo de
recibir las cartas de mi padre; usted me ha desprestigiado en el
pueblo; usted me ha expulsado de la Catedral; usted me ha tenido
días y días en dolorosa ausencia de la elegida de mi
corazón; usted ha querido dominar a su hija con un encierro
inquisitorial, que pondría en peligro su existencia si no
estuviera yo aquí, yo, decidido a salvarla, cueste lo que
cueste y caiga el que caiga.
|
-54-
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Dios mío, Santa Virgen del
Socorro!... ¡Ay!... (Anonadada, cae en un
sillón y se cubre el rostro con las manos.)
¿Es posible que yo merezca tan atroces injurias...?
(Pausa.) Pepe, hijo mío,
¿eres tú el que habla? Si aciertas en tu juicio, en
verdad que soy una gran pecadora.
|
PEPE
REY.- No habría para mí mayor dicha hoy
que convencerme de que estoy equivocado. Demuéstreme usted
que es ofuscación, engaño...
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Con que yo soy una intrigante, una
mujer hipócrita y malvada, que...!
|
PEPE
REY.- (Con viveza.)
¡Que no lo sea, Dios mío; que por alguna parte venga
la demostración de que no lo es!...
|
DOÑA
PERFECTA.- (Con ira.)
¡Desdichado! ¿Y quién eres tú para
juzgar mis hechos, para desvirtuarlos con una interpretación
de mala fe?
|
PEPE
REY.- (Estupefacto.)
Según eso, usted no los niega.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Qué sabes tú lo que
son actos buenos y malos, ni qué criterio tienes tú,
necio, para fallar sobre ellos?
|
PEPE
REY.- (Impaciente.)
Dígame pronto si los niega o no los niega.
|
DOÑA
PERFECTA.- (Con
arrogancia.) Esperabas que yo te contestase con una
denegación cobarde y pueril, y que por desenojarte y tener
contento al señorito, yo sería capaz de sacrificar,
de pisotear mi conciencia... (Con fuerte
voz.) ¡No! Mi conciencia, en la que no permito
penetrar a un descreído como tú, es bastante fuerte y
pura para que ante ella, con ella, pueda yo hacerte la
declaración que vas a oír. (Se levanta
con majestuoso orgullo.) Esos actos que desfigura tu
ligereza... yo no los niego.
|
PEPE
REY.- (Estupefacto.)
¡Los reconoce!
|
DOÑA
PERFECTA.- (Con gran
energía.) Sí.
|
PEPE
REY.- ¿Como suyos...?
|
DOÑA
PERFECTA.- Como míos.
(Despreciativa.) ¿Con
qué derecho los pobrecitos matemáticos se permiten
juzgar estas o -55-
las otras acciones humanas, si no ven, si no pueden ver el
fin de ellas, porque su ceguera moral se lo impide?
(Creciéndose al ver que PEPE REY, poseído de asombro,
no le contesta.) ¿Qué dices,
qué contestas?
|
PEPE
REY.- ¡Nada, señora!... ¡Estoy
aterrado; no puedo hablar!
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Y cuándo ha sido
vituperable, señor mío, que para conseguir un fin
justo y bueno se empleen medios que produzcan males
insignificantes, pasajeros? ¡Ni qué valen estos, si
con ellos se impiden males hondos, irreparables!... ¿Pero no
lo entiendes?
|
PEPE
REY.- (Perplejo.) No
señora... no lo entiendo.
(Bruscamente.) ¿Por qué
no me negó usted con lealtad la mano de su hija?
|
DOÑA
PERFECTA.- (Vivamente.)
Porque no podía hacerlo, (Transición
del tono severo a otro en que pone notas de ternura y
piedad.) ¡ay de mí! no podía.
Habría sido preciso decir a tu padre el motivo de mi
denegación. Pepe, si nunca me ha faltado valor para resistir
las mayores adversidades, no lo tengo ¡ah! no lo tengo para
decirle a mi hermano, a tu padre: «no puedo dar mi hija a un
hombre de ideas negativas en materias religiosas». Sí;
esta es la causa, la terrible causa, y cree que se me desgarra el
corazón al tener que manifestarla. (Con
aflicción.) ¿Y cómo decirle
esto a tu padre?... ¡Imposible, imposible!... A sus
años, agobiado de achaques, habría sido asestarle un
golpe mortal... No, no; todo antes que eso.
|
PEPE
REY.- ¡Y si es verdad que existe ese abismo
entre sus ideas y las mías; si es verdad que...!
|
DOÑA
PERFECTA.-
(Interrumpiéndole.)
¿Cómo si es verdad? Abismo tan hondo, que no veo que
se pueda llenar con nada de este mundo. ¡No, Pepe; entre tus
ideas y las mías, entre mis creencias y tu manera de ver la
vida, la muerte, el mundo, el más allá, hay, no digo
distancia, sino la inmensidad infinita! La -56-
discordia, la repulsión, la antipatía entre
tú y yo son irreductibles. Conciliar el cielo con el
infierno, ¡quién lo pudo soñar!
|
PEPE
REY.- Pues si es así, ¿por qué no
me dijo usted a mí, no a mi padre, a mí:
«apártate; no te quiero por hijo, no te quiero:
vete»?
|
DOÑA
PERFECTA.- Porque rechazarte de frente, en tonos de
maldición irreparable, me parecía, además de
cruel, peligroso. (Con zalamería creciente,
llegándose a él, y tocándole suavemente en los
hombros, con afecto, casi con cariño.) Te
hubiera irritado, te hubiera impelido a la violencia, a la
desesperación, quizás a cometer actos criminales...
Preferí el sistema de apartarte suavemente, gradualmente,
por medio de acciones aisladas, procurando que tú mismo
comprendieras la conveniencia de alejarte... y que te alejaras, te
desviaras, casi sin sentirlo tú mismo. Y te lo arreglaba de
modo que la iniciativa de ruptura partiera de ti. Ya ves, te dejaba
esta salida airosa: que fueras tú quien quisiera irse, no
que salieras arrojado por mí... ¡Y me vituperas, sin
ver que mis acciones entrañaban el bien de mi hija, y el
tuyo, el tuyo también, porque yo te amaba como hijo de mi
hermano!
|
PEPE
REY.- ¡Qué sarcasmo!
|
DOÑA
PERFECTA.- Te amaba, sí... Yo he procedido
contigo en la forma que me parecía más eficaz... y
más caritativa.
|
PEPE
REY.- ¡La caridad! ¡Se atreve a invocar la
santa caridad!...
|
DOÑA
PERFECTA.- Sí... porque dejándote casar
con Rosario, habrías sido muy desgraciado... y ella
más, y yo, y tu padre, y todos. Ciego, ¿no lo
comprendes...?
|
PEPE
REY.- (Descorazonado y con profunda
aflicción.) No señora, no lo
comprendo, por mi desgracia. Aquí estoy
(Echándose mano al
cráneo.) luchando con mi mente, para
convencerla, para convencerme de que no es usted
-57- un monstruo... (Cerrando los ojos
horrorizado.) No quiero, no quiero que usted lo sea.
(*)4
|
DOÑA
PERFECTA.- Es que no entiendes el alma humana, pobre
filósofo de la Naturaleza y de los números. Con tus
sabidurías de la materia no acertarás nunca a
discernir el mal del bien. No ves más que lo que tienes
delante; ves los efectos, no las causas, sientes los medios que
duelen, no la santidad de los fines que salvan.
|
PEPE
REY.- (Sin poder contener su
ira.) Señora, no sé si admirarla a
usted por la sutileza de su ingenio, o si... no sé lo que
digo... (Reprimiéndose con gran
esfuerzo.) No, no, perdóneme usted. Usted me
irrita, usted me escarnece después de matarme...
¡Horrible, horrible! (*)
|
DOÑA
PERFECTA.- Me juzgas inicuamente. No me importa.
(Con falsa mansedumbre.) Sé
padecer. Oféndeme, injúriame más.
|
PEPE
REY.- (Con vivo dolor.)
Sí, veo que es usted mala y no quiero que lo sea, no quiero,
no quiero... porque es usted madre de la mujer que adoro, y por la
ley lo será usted mía también.
|
DOÑA
PERFECTA.- (Con mucha
arrogancia.) ¡Nunca! Se acabaron las blanduras
contigo. Tu ingratitud me pide rigor. Ya no más caridad, ya
no más cariño. Pepe, lo que tú crees que
debí decirte el primer día, te lo digo ahora. Mi hija
no será nunca tu mujer.
|
PEPE
REY.- Así, así se habla, señora
mía, así se lucha, cara a cara. Contesto en la misma
forma de leal reto: su hija de usted será mi esposa.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Necio! ¡Tu esposa, no
queriendo yo!
|
PEPE
REY.- Ella quiere.
|
DOÑA
PERFECTA.- No es verdad.
(Amenazadora.) Y aunque quisiera,
cegada por tus amaños, ¿no hay en el mundo padres, no
hay sociedad, no hay conciencia, no hay Dios?
|
-58-
|
PEPE
REY.- Porque hay todo eso, digo y juro que me
casaré con ella.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Menguado! Piensas atropellarme. Yo
sabré defenderme de tus violencias.
|
PEPE
REY.- Si la ley no me ampara, la violencia, la fuerza
será mi salvación.
|
DOÑA
PERFECTA.-
(Burlándose.) ¡Fuerza... tú...
aquí! En esta noble ciudad, mi persona, mi nombre, son
sagrados.
|
PEPE
REY.- En esta ciudad sediciosa, obscura y salvaje, hay
leyes, las leyes de todo el país; y si no las hay, debe
haberlas, y las habrá.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¿Qué sabes tú de
leyes? Tenemos aquí las eternas, y en ellas descanso. No
podrás, no podrás nada contra mí. Estoy en mi
santo terreno, en mi ciudad protectora.
(Óyense clarines de caballería muy
lejanos. DOÑA
PERFECTA, súbitamente poseída de terror,
presta atención.) ¡Oh!
¿Qué es eso?
|
PEPE
REY.- (Con
júbilo.) Es la ley, señora; la ley que
viene en mi ayuda.
|
DOÑA
PERFECTA.- (Rabiosa.)
¡La brutal soldadesca!
|
PEPE
REY.- (Con
exaltación.) Es la patria armada, nuestra
madre, a quien adoramos, defectuosa, imperfecta, como quiera que
sea. Por ella vivimos, por ella morimos. Oígala usted; ya se
acerca. Viene a sofocar la rebelión infame.
(Suenan los clarines más
cerca.)
|
DOÑA
PERFECTA.- Esos locos no cuentan con nuestra valiente
raza.
|
PEPE
REY.- Valor contra valor, vencerá la
razón, vencerá la justicia.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Oh, qué ignominia!
(Furiosa.) Vete, vete pronto de mi
casa.
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PEPE
REY.- Ya mi vida, mi derecho, mi amor, no están
desamparados. ¡Lucharemos! Tras de mí, tras de
nosotros, hay una contienda espantosa, principios contra
principios. Es nuestra misma guerra en proporciones colosales. En
medio de esa lucha, pisando charcos de sangre, nos batimos usted y
yo.
|
DOÑA
PERFECTA.- ¡Indigno, me amenazas con la
fuerza!
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-59-
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PEPE
REY.- Con la fuerza, no; con la ley.
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DOÑA
PERFECTA.- La verdadera ley está
aquí.
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PEPE
REY.- ¡Aquí! ¡Tierra de bandidos,
raza de hipócritas!
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DOÑA
PERFECTA.- Eres sanguinario, brutal.
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PEPE
REY.- Tan brutal el uno como el otro. Sólo que
yo tengo razón, y usted no la tiene. Veremos quién
cae. (Suenan los clarines muy cerca de la
casa.)
|
DOÑA
PERFECTA.-
(Desesperada.) ¡Ah!... ¡Malditos,
malditos seáis, demonios de la guerra!
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PEPE
REY.- ¡Benditos, mil veces benditos! Venid,
venid. (Abre la ventana. Suenan los clarines con
estruendo, y siguen sonando mientras cae el
telón.)
|