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[Donald: reseña de «Umberto D»]




Rialto: «Cuarta sesión de la Semana del 'film' italiano»

Anoche, en el escenario del Rialto, el propio Vittorio De Sica, cuya presencia había saludado el público que asiste a las sesiones de la Semana del «film» italiano, con una larga y entusiasta ovación, dijo unas palabras preliminares a la proyección de su película: Umberto D, y explicó sucintamente su intención y su contenido. Advirtió que su empeño, y el de su colaborador el guionista Cesare Zavattini, que permanecía silencioso a su lado, estaba dirigido a las minorías, y que ninguno de los dos había pretendido que cristalizase en obra para grandes masas de espectadores. Y, en efecto, yo creo, con el famoso realizador de Ladrón de bicicletas1 y de Milagro en Milán, para citar sólo dos de sus títulos últimos y cimeros, que el episodio del anciano y, más que modesto, pobre ex-funcionario, tiene mucho de personal recreo en un tema, y es en este caso, como el aria cantada por un divo, o como el concierto ejecutado por un consagrado virtuoso.

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Mucho hay de preciosismo en Umberto D; mucho de estilística cinematográfica; mucho de orfebrería a lo Gabriel Miró en su cuento «Corpus», por ejemplo. Y por eso la cinta interesa profundamente a técnicos, a versados y a esos aficionados que no se conforman con el «cine» cotidiano, y piden la continua inquietud, la continua búsqueda, la audacia, siempre dentro del arte, continua.

Desde ese ángulo hay que juzgar Umberto D, y en la empresa se hallarán raros y exquisitos valores: la emoción y la ternura en cada imagen, junto con la máxima desnudez realista. La peripecia casi se escapa de las manos: es el drama del desamparo de un anciano, que no posee más afectos que el de un perrillo, al que sacrifica su miserable comida, y el de una criadita de la dudosa casa en la que tiene alquilada una sórdida habitación. El triste drama lo va desarrollando De Sica en tempo lento, quizá lentísimo, porque escudriña todos sus perfiles, y «recrea» un poco, por la minucia, el libro de Zavattini, a manera de páginas proustianas, sin relación, claro está, con nada de lo argumental de Proust, y alejadísimo de las visiones del novelista francés, pero en el orden de su procedimiento narrativo, aquí convertido en relato plástico.

Umberto D no es únicamente, y en esto quiero salir al paso para que nadie pueda confundirse, una magnífica sucesión de imágenes, sino una angustiosa historia contada con morosa belleza, en la que, al final, hay un destello de optimismo, para que no resulte demasiado amarga; excesivamente pesimista. No hay amor en ella; ni siquiera se resuelve el problema de la criadita, problema personal. No hay galanes, ni damas. Sólo un mundo como angustiado y cansado con un rayo de sol, como punto final, de un parque con niños, donde un viejo decide seguir viviendo y no abandonar la callada lucha por la existencia, en la medida de sus débiles fuerzas.

¡Pero cuánto hay que aprender en esta película de Vittorio De Sica! ¡Cuánto de esas vidas oscuras y de esos rincones ignorados o que uno se obstina en ignorar! Y ¡cuánto, cuánto! de la maestría de un realizador...

Antes de Umberto D se brindaron, como es costumbre en estas sesiones, unos documentales: Nasce un cavallo, de Vittorio Gallo; La mantide religiosa, de Alberto Ancilotto; y A sua immagine e somiglianza, de V. Lucci Chiarissi, en un ferraniacolor muy agradable de tonalidades.





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