Escena IV |
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EL CONDE,
NELL; después,
DOLLY.
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EL CONDE.-
¡Ah! Nell... ¿qué
traes ahí?
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NELL.-
¿Cómo habíamos de
consentir que no te desayunaras? Hemos reñido a Gregoria.
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EL CONDE.-
¡Oh!, ¡qué
ángel!... A ver... ¡Oh, esto sí que es bueno!...
recién hecho... ¡qué aroma!... Dios te bendiga.
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NELL.-
No merezco yo las bendiciones, sino
Dolly, que es quien te lo ha hecho.
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EL CONDE.-
Pero la idea habrá sido tuya.
(Se sirve.)
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NELL.-
No quiero engalanarme con plumas
ajenas. La idea fue de ella... Se ha puesto furiosa... Y a Venancio, le ha
echado una buena peluca.
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EL CONDE.-
¡Atrevidilla!
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NELL.-
Le gusta cocinar... y sabe...
¿Qué tal está?
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—268→
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EL CONDE.-
Riquísimo... ¿Dices que
Dolly sabe cocinar?
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NELL.-
Le gusta. Quiere aprender. Pues ahora
está preparando un guisote, y luego te hará fruta de
sartén. Verás qué bueno.
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EL CONDE.-
¡Qué criatura! Dile que
venga.
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NELL.-
Cree que estás enfadado con
ella, y no se atreve a venir.
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EL CONDE.-
(Imperioso.) Que venga, digo.
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NELL.-
(En la puerta
de la casa, llamando.) A Dolly, que venga. Dolly, ven... Dice que no
está enfadado.
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DOLLY.-
(Con mandil de
arpillera, remangados los brazos.) Abuelito, con esta facha no
quería presentarme a ti.
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EL CONDE.-
Ven... no seas tonta... Gracias,
chiquilla, por el excelente café que me has hecho.
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DOLLY.-
Y si me dejase Gregoria, te
haría un arroz... que te chupabas los dedos.
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—269→
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EL CONDE.-
(Sonriendo
benévolo.) Bien, bien... Vaya, posees el genio de dos artes muy
difíciles: la pintura y la culinaria.
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DOLLY.-
(Haciendo una
graciosa reverencia.) Para servir a usía, señor
Conde.
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NELL.-
Mientras nosotras estemos aquí,
no te faltará nada papaíto.
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EL CONDE.-
(A
DOLLY.) Pues aplícate, hija,
aplícate, y serás una excelente cocinera. Quizás te
conviene más de lo que tú crees. ¿Y Nell, no guisa?
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NELL.-
¡Ay!, yo no sirvo para eso. Me
da repugnancia... Además, no sé; vamos, que no me gusta.
|
EL CONDE.-
Cada cual según su
temperamento.
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DOLLY.-
(Sonriendo.) Esta es tan
finústica, que para fregar un plato,
es preciso que el plato esté limpio.
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NELL.-
(Riendo.) Esta es tan a la pata llana que no lava las
cosas sino cuando están muy sucias.
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DOLLY.-
Claro.
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—270→
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EL CONDE.-
Cada cual, chiquillas, es como es, y
no puede ser de otra manera. ¡Y yo que no veía diferencia entre
vosotras! Ahora, no sólo os distingo, sino que os considero con absoluta
desigualdad. Ya separo vuestros caracteres, separo vuestras voces, separo
vuestras almas... Sois el día y la noche, el alfa y la omega... la...
No, no os digo lo que pienso, pobrecitas; no me entenderíais.
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Escena V |
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EL CONDE,
NELL y
DOLLY,
EL CURA; después
D. PÍO.
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EL CURA.-
La paz sea en esta casa.
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EL CONDE.-
Curiambro;
buenos días... Yo bien, ¿y tú?
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EL CURA.-
Pasando... Ya me enteré...
Venancio y Gregoria se han llevado un mediano réspice. No se
repetirá el disgusto; yo se lo aseguro al noble
león de Albrit.
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EL CONDE.-
El león de
Albrit, que no teme las fieras, pero siente repugnancia por las
alimañas inferiores, tendrá que buscar otra cueva.
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—271→
|
EL CURA.-
A propósito de cuevas, el Prior
de Zaratán, que, entre paréntesis, quedó ayer
encantadísimo de la exquisita cordialidad con que usted le
recibió, nos invita hoy a tomar un bocadillo en su Monasterio.
|
EL CONDE.-
¿A mí
también?
|
EL CURA.-
A usted principalmente. Iremos
Monedero, Angulo y yo, en calidad de séquito, de cortesanos o
chambelanes de Vuestra Señoría, por no decir majestad.
|
EL CONDE.-
Gracias... Pues no me opongo. A
cortesía nadie me gana. Visitaré gustoso el Monasterio.
|
EL CURA.-
(A
NELL, que le hace señas.) No, si
vosotras no vais. No queremos estorbos. Además, Vicenta Monedero, por mi
conducto, os invita a comer en su casa, y a pasar allá la tarde.
|
EL CONDE.-
¿La Alcaldesa?
|
EL CURA.-
Celebra su fiesta onomástica...
Allí tendréis a toda la juventud florida de Jerusa.
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—272→
|
DOLLY.-
Lo siento... Mejor me estaba yo todo
el día en mi cocinita.
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NELL.-
¡Tonta, si el abuelo no ha de
comer aquí!
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EL CONDE.-
¿Cómo no?
|
EL CURA.-
Segura mente, los señores
frailes no nos soltarán a dos tirones. Me figuro el convitazo que
habrán dispuesto, algo así como las bodas de Camacho, o los
festines de Lúculo. Ea, chiquillas, hoy secuestro al león. Yo
cuidaré de que no se aburra lejos de vosotras.
|
DOLLY.-
Malditas ganas tengo yo de
festejo.
|
NELL.-
(Gozosa.) Sí que iremos. Nos divertiremos
mucho.
|
EL CURA.-
Nell es más sociable que
Dolly...
(A
DOLLY.) Pero, tonta, ¿no te
avergüenzas de que te vean tiznada?... ¡Uy!, ¡cómo
apestas a cebolla!
|
DOLLY.-
Mejor. Pues a usted bien le gusta que
le den comiditas buenas... y bien se regodea y se relame.
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—273→
|
EL CURA.-
Veremos lo que te dura esa ventolera
de los afanes domésticos...
(Mira al
CONDE como pidiéndole su parecer; pero
D. RODRIGO, profundamente abstraído, no
atiende a la conversación.)
|
EL CONDE.-
(Con una idea
fija.) Cada cual, según es...
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D. PÍO.-
(Con timidez,
desde la puerta.) ¿Dan permiso?
|
EL CURA.-
Adelante, gran Coronado.
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DOLLY.-
Hoy no hay lección, Piito.
Tengo mucho que hacer.
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NELL.-
¡Qué gracia! El juego de
las comiditas.
(Al
CURA.) Pues hoy me da a mí por
estudiar de firme, ea.
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EL CURA.-
¡Bravísimo!
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NELL.-
(Con
estímulo de amor propio.) Quiero aprender, quiero instruirme. La
ignorancia me avergüenza, y empieza a estorbarme. Hoy estudiaré por
las dos. ¿Te gusta, abuelito?
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EL CONDE.-
(Divagando.) Cada una, según su natural...
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—274→
|
D. PÍO.-
(A
NELL.) ¿Vamos?
|
DOLLY.-
Yo, a mis cacerolas.
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NELL.-
Y yo, a darle la jaqueca a D.
Pío.
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EL CURA.-
Y yo, a ponerme de acuerdo con el
Alcalde sobre la hora a que hemos de salir.
(Dando su mano al
CONDE.) Vendremos por usted.
|
EL CONDE.-
Hasta luego, hijo.
|
EL CURA.-
(A las
niñas.) Cuando terminen, la una sus lecciones, la otra su
trajín, prepárense para la fiesta de Vicenta. Que os
pongáis bien guapas, ¿eh?... Cuidado, chiquillas, que
representáis en el mundo la gloria, la nobleza, la tradicional elegancia
de Albrit.
|
DOLLY.-
Bueno, bueno. Estamos enteradas.
(Se detiene, esperando que el abuelo le
diga algo.)
|
EL CONDE.-
Dolly...
|
DOLLY.-
(Presentando
su mejilla.) Abuelito...
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—275→
|
EL CONDE.-
(Besándola.) No estoy enfadado contigo.
¿Y tú conmigo?
|
DOLLY.-
Lo estuve... pero ya pasó...
(Vase gozosa.)
|
EL CONDE.-
(Tomando el
brazo de
NELL.) Nell, aguarda... Quiero asistir a
tu lección. Llévame, hija mía. (Entran en casa seguidos de
D. PÍO.)
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Escena VI |
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Dormitorio del
CONDE.
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EL CONDE, que entra;
DOLLY, barriendo.
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EL CONDE.-
¿Qué haces,
chiquilla?
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DOLLY.-
Ya lo ves: arreglándote la
leonera. ¿No has reparado que esa bribona de Gregoria, ni limpia
aquí, ni barre?... Toda la casa la tiene como una tacita de plata, menos
esta alcoba tuya, que debiera ser el sagrario...
|
EL CONDE.-
Hija mía, como no veo
bien...
|
DOLLY.-
Te digo que la maldad de esta gente me
subleva... Entérate de lo que he dispuesto. Entre
—276→
la
Pacorrita y yo hemos traído el lavabo bueno, que esos indinos quitaron
de aquí para ponerlo en nuestro cuarto. Luego te mudaremos la cama,
poniéndola en aquel rincón, para que estés más
resguardadito del aire que entra por las rendijas de la ventana.
|
EL CONDE.-
(Embelesado.) ¡Admirable! ¿Y a ti se te
ha ocurrido todo eso?
|
DOLLY.-
Todito ha salido de esta cabeza.
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EL CONDE.-
(Besándola.) ¿Y has acabado ya tus
guisotes?
|
DOLLY.-
Como te vas a comer con los frailes,
he suspendido lo que tenía preparado para hoy. Pero mañana te
haré una cosa muy rica, que a ti te gusta mucho.
|
EL CONDE.-
(Se sienta; la
abraza.) Eres un ángel... Lo uno no quita lo otro. Cabe en lo
humano que seas lo que eres... y al propio tiempo criatura inocente, buena...
quizás rematadamente buena. ¿Verdad que sí?
|
DOLLY.-
Pero tú no me quieres.
|
EL CONDE.-
(Confuso.) Sí te quiero. Es que...
|
—277→
|
DOLLY.-
No vayas a creerte que hago yo estas
cosas porque me quieras. Pégame, y haré lo mismo. Las hago porque
es mi deber, porque soy tu nieta, y no puedo ver con calma que a un caballero
como tú, poderoso en otro tiempo y dueño de toda esta comarca, le
desatiendan gentes groseras, que no valen lo que el polvo que llevas en la
suela de tus zapatos.
|
EL CONDE.-
(Con viva
emoción.) Deja que te bese una y mil veces, criatura.
¿Con que tú...?
|
DOLLY.-
Y a esos indecentes, que no se
acuerdan de la miseria que tú les remediaste, ni de que crecieron,
yerbecitas chuponas, en el tronco de Albrit; a esos puercos, arrastrados,
canallas, les estaría yo dando en la cabeza con el palo de esta escoba,
hasta que aprendieran a respetar al que honra su casa sólo con pisar en
ella.
|
EL CONDE.-
(Empañada la voz por la emoción.)
¡Y tú... tú piensas eso!
|
DOLLY.-
Y lo digo... y lo hago...Esta noche,
cuando vuelva del convite, te arreglaré toda la ropa, que la tienes bien
destrozadita. Esa pánfila de Gregoria no da una puntada en tu ropa.
Fíjate en la de Venancio, que parece un Duque.
|
—278→
|
EL CONDE.-
(Cruza las
manos y la contempla extático, tratando de estimular la visión en
sus ojos enfermos.) ¡Y lo haces por mí, por mí!
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DOLLY.-
(Se sienta a
su lado, la escoba entre las manos.) Sabiendo que me quieres menos que
a Nell. Reconozco que Nell lo merece más que yo, porque es más
fina... y además tan buena...
|
EL CONDE.-
(Algo
perturbado.) Pero a ti... a ti te quiero también. Dime la
verdad: ¿te incomodaste porque no te dejé subir conmigo?
|
DOLLY.-
¡Vaya con el desprecio que me
has hecho... dos noches seguidas! La primera vez, D. Carmelo y el
Médico, que cenaron aquí, me consolaban... Pero anoche...
¡ay!, me entró tal tristeza, que no pude dormir, y los ratos que
dormí tuve sueños muy malos.
|
EL CONDE.-
¿Qué soñaste? A
ver si lo recuerdas.
|
DOLLY.-
(Con
emoción un tanto picaresca.) Pues soñé... Primero
soñé que tú eras malo... ¡Ya ves qué
desatino! Después soné que entraba en nuestro cuarto mi
papá... con una cara tan triste, tan triste... y se llegaba a mi cama, y
me daba muchos besos...
|
EL CONDE.-
Antes iría a la cama de Nell...
|
—279→
|
DOLLY.-
Ni antes ni después... Yo
soñaba que Nell no dormía en mi cuarto. Ya ves, otro
desatino.
|
EL CONDE.-
¿Y no te dijo nada tu
papá?
|
DOLLY.-
Sí: algo me dijo, juntando su
cara con la mía; pero no puedo acordarme: de eso sí que no me
acuerdo... ¡Luego hablaba tan bajito, tan bajito...!
|
EL CONDE.-
Es lástima...
|
DOLLY.-
(Con
donaire.) No hagas caso. Lo que soñamos es todo mentira,
ilusión.
|
EL CONDE.-
No aseguro yo tanto. Mi vejez resulta
más candorosa que tu infancia. Yo creo en los sueños.
|
DOLLY.-
¡Pues cuando tú lo
dices...!
(El anciano cae en profunda
meditación.
DOLLY le observa cariñosa, esperando que
reanude la conversación.) ¿Qué tienes,
papaíto? ¿Por qué estás triste?
|
EL CONDE.-
Hija mía, tu charla inocente,
tu ingenuidad, tu alma, que sale con tu voz, y aletea en tus
—280→
resoluciones, hacen en mí el efecto de un tremendo huracán...
¿no entiendes?... sí, de un huracán que me envuelve, me
arrebata, me arroja en medio de la mar...
|
DOLLY.-
¡Abuelo...!
|
EL CONDE.-
(Levantándose, consternado.) Sí:
aquí me tienes forcejeando en medio de este oleaje de la duda. Una onda
me trae y otra me lleva... y yo... ahogándome sin morir en esta
inmensidad negra y fría... ¡Oh, no puedo vivir, no quiero
vivir!... Señor, o la verdad o la muerte... No te asustes, niña
querida. Son arrebatos que me dan. Tras esta duda quizás venga la
certidumbre que deseo, que pido a Dios con toda mi alma; certidumbre que no
será la que perdí: será otra, qué sé yo...
(Con intensa ternura.) Dolly,
¿dónde estás? Ven a mí; suelta la escobita y
abrázame.
(La abraza estrechamente y la besa
llorando.) Si eres tú, porque lo eres... si no, porque... no
sé por qué... porque sí... no lo sé.
|
Escena VIII |
|
Monasterio de Zaratán
(Jerónimos).
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|
Hállase situado en un fértil
llano, con ligera inclinación y corriente de aguas hacia el
Mediodía. Lo resguardan de los vientos septentrionales el verde muro de
una selva espesísima, y la fortaleza de un monte, estribación de
la sierra que por el Este se extiende en escalones hasta la mar.
Rodeándolo frondosas arboledas de sombra, adorno y fruto, y tierras de
cultivo y pasto, cerradas por tapia o setos vivos, en extensión
considerable.
|
|
La construcción románica de la
iglesia y de parte del convento aparece bastardeada, y en algunos puntos
ridículamente sustituida por horribles superfetaciones del pasado siglo,
de una imbecilidad que causa enojo y tristeza. En el frontis de la iglesia, en
distintas puertas y ventanas, campea el escudo de Albrit, león rampante
con banderola en la garra, y el lema:
Potestas Virtus.
|
|
No lejos de la fachada de la iglesia, separado
de ella por anchurosa calle de chopos viejos, podados, llenos de jorobas y
arrugas, está el portalón de ingreso. Es una
—282→
plazoleta mal pavimentada de losetones verdinegros y resbaladizos, que fuera de
él se extiende, se para el coche que conduce al
CONDE DE ALBRIT y su acompañamiento. Sale toda
la Comunidad a recibirle, con el Prior a la cabeza.
|
|
El CONDE DE ALBRIT,
EL CURA,
EL MÉDICO,
EL ALCALDE,
EL PRIOR y monjes.
|
|
(Es el
PADRE MAROTO varón tosco y
agradabilísimo, con sesenta años que parecen cincuenta; ni bajo
ni flaco, ni gordo, admirablemente construido por dentro y por fuera, con
equilibrio perfecto de músculos, hueso y cualidades espirituales. La
ingeniosa Naturaleza supo armonizar en él, como en ninguno, la potente
estructura corporal con la agudeza del entendimiento. Su índole nativa
de organizador y gobernante en todo se revela; pero reviste tan
hábilmente de dulzura y gracia el báculo de su autoridad, que ni
siquiera duelen los estacazos que suele aplicar a los díscolos de su
corto rebaño. Sin su energía, actividad y metimiento prodigioso,
el fénix de Zaratán no habría renacido de sus
cenizas.)
|
EL CONDE.-
(Muy
afectuoso, contestando con exquisita urbanidad al saludo de bienvenida que en
el portalón le dirige
EL PRIOR.) Me anonada usted, señor
Prior, saliendo a recibirme con la dignísima Comunidad... Vamos, que
esto es hacer de mí un Emperador Carlos V.
|
EL PRIOR.-
Para nosotros, imperio ha sido la casa
de Albrit, y las glorias de Zaratán se confunden en la historia con la
grandeza de las Potestades.
(Entran en la calle de chopos jorobados;
detrás, respetuosamente, el séquito civil y
frailuno.)
|
—283→
|
EL CONDE.-
(Con
tristeza.) ¡Oh, grandezas desplomadas!... Albrit y Laín no
son ya más que polvo y ruinas.
(Pausa solemne.) Y agradezco
más los honores que en esta ocasión se me tributan, porque veo en
ellos un absoluto desinterés. Señor Prior de Zaratán, el
último Albrit no puede corresponder a tan noble agasajo con ninguna
clase de beneficios. Es pobre.
|
EL PRIOR.-
Nosotros también. En los
tiempos que corren, no hay más riquezas que la virtud y el trabajo, y
más vale así.
|
EL CONDE.-
(Parándose con intento de admirar las hermosas
campiñas que a un lado y otro de la chopera se ven.) Admirable
cultivo. Esta santidad agricultora es un encanto... y un gran progreso, el
único progreso verdad.
|
EL PRIOR.-
Trabajamos porque Dios lo manda. Dios
quiere que no cultivemos sólo el cielo, sino la tierra; la tierra, que
es el complemento de la fe.
|
EL CONDE.-
Y, como la fe, la tierra no
engaña. Ella nos alimenta vivos; muertos nos acoge...
|
|
(Entran en el convento, y pasan a una sala cuadrilonga, en cuyas
paredes se ven rastros de un fresco decorativo, que borroso asoma por entre los
remiendos de yeso. La sillería es moderna y ordinaria, porque los monjes
no
—284→
tienen para más.
EL PRIOR hace al
CONDE la presentación de los Padres
más ancianos, o más significados por sus talentos. El uno es
notable por su facultad oratoria; el otro despunta en la agronomía;
aquél es teólogo insigne; esotro, arquitecto. No falta el
organista ni el veterinario, que al propio tiempo es algo canonista, y muy buen
castrador de colmenas. Terminadas las presentaciones,
EL PRIOR quiere obsequiar al
CONDE y acompañamiento con un Málaga
superior, que le han enviado de su tierra para celebrar. Acéptalo
EL CONDE con galantería y
D. CARMELO con júbilo. Sirve un lego y catan
todos el finísimo licor.)
|
EL ALCALDE.-
(Repantigado
en un sillón.) ¡Compadres, vaya una vida que se dan
ustedes!
|
EL CURA.-
(Repitiendo.) ¡Bendita sea la cepa que da este
caldo! Debe de ser la que plantó Noé.
|
EL MÉDICO.-
(En voz baja,
a un fraile con quien platica.) Conviene que vea y aprecie las
excelencias de Zaratán bajo el punto de vista de la vida orgánica
y de las comodidades, porque, como buen aristócrata, se inclina al
sibaritismo.
|
EL ALCALDE.-
(A un monje
que despunta en la agronomía.) Dígame, compañero,
¿de dónde demonios han sacado ustedes la simiente de esa
remolacha forrajera que he visto en algunos tablares?
|
EL FRAILE.-
(Con acento
italiano.) Es de Lombardía, y también el
grano turco.
|
—285→
|
EL ALCALDE.-
¿Qué es eso?...
¡Ah!... el maíz... Buenas cañas. Me han de dar ustedes unas
mazorcas. Pues ¿y la alfalfa? Dan ganas de comerla... También
quiero simiente... Yo no ando con repulgos; soy muy francote... barro para
adentro... Verdad que también doy cuanto tengo... el corazón
inclusive...
(Pasando junto al
CONDE.) Señor D. Rodrigo, yo que
usía, francamente, me dejaría ya de hacer el caballero andante, y
me vendría a vivir con estos compadres, que me parece... vamos... que no
lo pasan mal.
|
EL PRIOR.-
(Que,
descuidándose a veces, emplea los tratamientos italianos.)
¡Oh!... si
monseñor viviera con nosotros, nos
honraría extraordinariamente.
|
EL CURA.-
(Repitiendo.) Yo... se lo he dicho... ¡las veces
que se lo he dicho!... Pero no quiere hacerme caso... Él se lo
pierde.
|
EL PRIOR.-
Eccellenza, otra copita.
|
EL CONDE.-
No... Muchísimas gracias.
|
EL MÉDICO.-
No puede desechar el recelo de que en
Zaratán carecería de libertad. ¿Verdad, señores,
que aquí estaría tan libre como en su casa?
|
—286→
|
EL PRIOR.-
Viviría en la más
hermosa y abrigada celda que tenemos; comería lo que más fuese de
su agrado; se pasearía de largo a largo por nuestros plantíos y
praderas, y estaría dispensado de asistir a los oficios, y de ayunos y
penitencias. Si esto no es buena vida, que me traigan al que descubra otra
mejor.
|
EL CURA.-
(Repitiendo.) Su edad exige cuidados exquisitos, que
aquí tendría como en ninguna parte.
|
EL CONDE.-
(Con
afabilidad.) Señores míos, yo agradezco infinito su
solicitud, y me siento orgulloso del afecto que me demuestran, deseando tenerme
en su compañía. Lo agradezco en el alma; pero no puedo acceder a
sus nobles deseos, no y no. Y rechazo la oferta, no por mí, sino por la
Comunidad, por lo mucho que la quiero, la respeto y la admiro.
|
EL MÉDICO.-
(Aparte a un
fraile.) ¡Viejo más marrullero!...
|
EL ALCALDE.-
Veremos por dónde sale.
|
EL CONDE.-
Estoy bien seguro de que los
señores monjes, a los pocos días de alojarme aquí, no me
podrían
—287→
aguantar, y renegarían de haberme
traído. Créanlo: tengo un genio imposible.
|
EL PRIOR.-
¡Eccellenza... por Dios...!
|
EL ALCALDE.-
(Volviendo al
grupo distante.) ¡Zorro de Albrit, remolón, pamplinero, si
acabarás por venir aquí y tomar lo que te den, aunque sean
sopas!
|
EL CONDE.-
Sí, soy inaguantable. Cuando no
ha podido domarme el infortunio, ¿quién me domará?
|
EL PRIOR.-
(Echándose a reír y palmeteándole en el
hombro.) Yo... sí,
monseñor, yo...
¡También suelo gastar un geniecillo!...
|
EL CURA.-
(Repitiendo.) La dulzura, el tacto, el don de gentes
del Padre Maroto, son una garantía de concordia... Vivirán en
santa paz.
|
EL CONDE.-
Además, hay otro inconveniente.
En mi vejez triste no puedo vivir sin afectos; me moriría de pena si no
pudiera tener a mi lado a mis nietecillas, una de ellas por lo menos, la que
escogiera yo para mi compañía.
|
—288→
|
EL ALCALDE.-
(En voz
alta.) Pues que las traigan. Es lo único que falta en
Zaratán para que esto sea completo: un par de niñas...
|
EL PRIOR.-
¡Ah!, eso no. Aquí no
pueden vivir mujeres. Las señoritas le escribirían con
frecuencia.
|
EL CURA.-
(Repitiendo,
sin beber, y aplicándose, con finura, la palma de la mano a la
boca.) Ya se iría
jaciendo. Y alguna vez podrían las
niñas venir a visitarle.
|
EL CONDE.-
(Un poco
molesto.) Que no me conformo. ¿Cuántas veces he de
decirlo?
|
EL PRIOR.-
Sí, sí... No se hable
más.
|
EL CONDE.-
(Con fina
marrullería.) No desconozco la fuerza de las razones expuestas
para convencerme. Ni quiero que vean ustedes en mí un hombre terco,
atrabiliario y desagradecido... No, Prior; no, amigos míos. Mal genio
tengo; pero de las tempestades de mis nervios suele surgir el juicio sereno y
claro. Hermoso es Zaratán, simpáticos y agradabilísimos el
Prior y sus dignos cofrades. ¿Quieren tenerme por compañero y
amigo? No digo que sí; no digo que no... No debo aparecer ingrato, ni
tampoco ansioso de un bien que no merezco.
|
—289→
|
EL PRIOR.-
(Repitiendo
los palmetazos afectuosos.) ¡Si al fin,
monseñor, hemos de comer juntos
muchos potajitos... y nos hemos de pelear aquí... como buenos
hermanos!
|
EL ALCALDE.-
(Dando
resoplidos.) ¡Si digo que...!
|
|
(EL
MÉDICO y
EL CURA cambian una mirada de satisfacción.
Propone
EL PRIOR enseñar la sacristía, y dar
un paseo por la huerta antes de comer, y a todos les parece idea
felicísima. Aunque el buen
ALBRIT ve poco, se presta con galana urbanidad a que
le muestren prolijamente las imágenes, los ornamentos, los vasos
sagrados. El pobre señor, en obsequio a los bondadosos frailes, hace
como que lo ve todo, y con discreta lisonja de buena sociedad, todo lo admira y
alaba, hasta que
EL PRIOR, abriendo un estuche, saca de él un
cáliz y se lo enseña, diciéndole: «Esta hermosa
pieza es donación de la
CONDESA DE LAÍN». Inmútase el
anciano, y después de preguntar a
MAROTO si celebra en la
hermosa pieza, y de responderle el fraile
que sí, suelta un terno... y tras el terno una denominación que
es escándalo y azoramiento de todos los que cerca están. Hace
EL PRIOR como que no ha oído nada, y
siguen.)
|
|
(Se sirve la suculentísima y
abundante comida en una salita próxima al refectorio, mientras come la
Comunidad, y sólo asisten a ella, a más de los forasteros,
EL PRIOR y un monje anciano, el más
calificado de la casa. Muéstrase, desde la sopa al café, decidor
y jovial el buen
PRIOR, arrancándose a contar salados
chascarrillos andaluces de buena ley; y
EL CONDE, aunque con pocas ganas de
conversación, y como atacado de tristeza o nostalgia, se esfuerza en
cumplir la tiránica ley de cortesía, riendo todos los chistes
incluso los del Alcalde, el cual, después de un impertinente disputar
sobre cosas triviales, barre
—290→
para su casa, sosteniendo la
supremacía de las pastas españolas para sopa entre todas las del
mundo, incluso las italianas. Termina despotricando contra el Gobierno, porque
no protege la industria nacional recargando fuertemente en el Arancel... ¡el
fideo extranjero!)
|
|
(De sobremesa, propone
EL PRIOR un agradable plan para la tarde: siesta, el
que quiera dormirla; después, paseo hasta la casa de labor de abajo, que
es la más interesante; visita a los corrales, establos y cabañas,
y, por fin, solemnes vísperas con órgano, Salve, etc.)
|
Escena IX |
|
Coro de la iglesia conventual de
Zaratán.
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EL PADRE MAROTO, en la silla
prioral. A su lado
EL CONDE DE ALBRIT. Siguen a derecha e izquierda los
monjes, ocupando con sus venerables cuerpos más de la mitad de la
sillería. En el centro, frente al facistol, los cantores. No hay verja
que separe el coro de la iglesia, que es tenebrosa, sepulcral, cavidad cuyos
límites y contornos se deslíen en un misterioso ambiente,
tachonado por las luces de los cirios. En el fondo lejano se adivina,
más que se ve, el altar mayor, disforme carpintería barroca y
estofada. A la derecha un órgano pequeño, nuevecito, de excelente
son. Toca con maestría el mismo fraile italiano que antes hablaba de la
simiente de alfalfa y remolacha forrajera.
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EL CONDE.-
(Que sin darse
cuenta de ello, entrelaza y confunde su rezo con sus meditaciones.)
Señor de los cielos y la tierra, ilumíname, dame la verdad que
busco... No muera yo sin conocerla... Que acabe mi vida con mis dudas
horribles...
Padre nuestro que estás...
Creí que la
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falsa es Dolly, y la legítima Nell... y
ahora creo lo contrario: Dolly es la buena, Nell la mala, la intrusa...
Señor, que no prevalezca en mi familia la usurpación infame...
El pan nuestro...
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EL CORO.-
Recordare Domine
quid acciderit nobis... Intuere et respice opprobrium
nostrum.
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EL CONDE.-
No me tengas, Señor, sobre esta
zarza de las dudas... Me revuelco en ella, y mi cuerpo es todo una llaga...
Dame la verdad, y que la verdad sea puerta para entrar en la muerte...
Líbrame del oprobio de mi nombre, y aparta de mi descendencia el
deshonor.
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EL CORO.-
Haereditas nostra
versa es ad alienos, domus nostrae ad
extraneos...
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(Suena con dulcísimos
acordes el órgano. Encantado de oírle,
EL CONDE se inclina hacia
EL PRIOR para elogiar el instrumento y las
hábiles manos que lo tocan.)
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EL PRIOR.-
¡Excelente organito!... Regalo
de su hijo de usted, el señor Conde de Laín, que nos lo
mandó de París. La carta en que me anunciaba este obsequio fue la
última que de él recibí.
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EL CONDE.-
(Que
desvaría un poco, afectado de la solemnidad del lugar y ocasión y
de la lúgubre poesía que allí emana de todas las
cosas.) Pues me lo había figurado... Como apenas veo, mi
oído tiene una sutileza extremada, y
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en esos dulces
acentos escuché la propia voz de mi pobre Rafael resonando en la
iglesia... ¡Desdichado hijo mío! ¿Verdad, P. Maroto, que mi
hijo merecía mejor suerte? Pero la felicidad no es para los buenos.
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(EL PRIOR contesta con
cabeceos, por no creer que es ocasión de largas conversaciones, y
continúa rezando. Pasa tiempo. La placidez del sitio, la suave
temperatura, el monótono canto, determinan en el viejo
ALBRIT una sedación dulcísima, y
recostándose sobre la derecha en el amplio sitial, se adormece. A ratos
se despabila, y perdida la noción de la realidad, olvidado de
dónde está, dirige al
PRIOR palabras que este estima de una
incongruencia absoluta. En aquel sopor, cuyas intercadencias no es posible
apreciar, ve y oye el desdichado prócer extrañísimas
cosas. Si al despertar tiene algunas por disparates, otras quedan en su mente
como verdades incontrovertibles. No puede dudar que su hijo Rafael se aparece
en el coro, viniendo de la iglesia, vestido de monje, y avanzando lentamente se
llega a su padre, y le habla... Bien seguro está de que le dice algo, y
más le dijera si su imagen no desapareciese súbitamente como una
luz que el viento apaga.)
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EL PRIOR.-
¿Qué dice el
señor D. Rodrigo?
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EL CONDE.-
Me parece que hablo claro... La falsa
es Nell. Me lo dice quien lo sabe...
(Enteramente despabilado.)
¡Ah!... perdone usted... No he dicho nada. Estas cosas no deben decirse.
(Mira en torno suyo, y nada ve. Pero
advierte que han cesado los cánticos, y que el oficio ha concluido. La
Comunidad se retira.)
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EL PRIOR.-
(Levantándose.)
Eccellenza... hemos terminado
nuestro rezo. Tome usted mi brazo, y saldremos.
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EL CONDE.-
(Apoyado en
el brazo del
PRIOR.) Es hermoso poseer la verdad...
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EL PRIOR.-
Cuando se posee.
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EL CONDE.-
Yo la tengo.
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EL PRIOR.-
Verdades hay, amigo mío, que no
merecen que las poseamos. Vale más la duda que ciertas verdades. Lo que
hay que tener es fe.
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EL CONDE.-
También la tengo. A ella me
acojo, y de ella tomo mi energía para esta batalla con la espantosa
duda...
(Con grande extrañeza.)
Pero dígame, ¿dónde se meten Carmelo y el Alcalde y el
Médico de Jerusa? No les siento. ¿Es que están
todavía examinando carneros y vacas?
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EL PRIOR.-
(Retardando la
contestación, que supone ha de ser penosa para el anciano.) Pues
D. Carmelo...
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EL CONDE.-
¿Es que duerme aún la
siesta para empalmar mejor la comida con la merienda? Me asombra que el
Alcalde, que es tan beato... por dar ejemplo a las
masas, como él dice... no haya
venido a las vísperas.
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EL PRIOR.-
(Arrancándose, por aquello de «el mal camino
andarlo pronto».) Señor Conde de Albrit, esos
señores se han vuelto a Jerusa.
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EL CONDE.-
(Parándose en firme, erguido. El estupor contiene
aún el estallido de su ira.) ¡Se han vuelto a
Jerusa...!
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EL PRIOR.-
(Resuelto.) Esos caballeros piensan, como yo, que el
señor Conde debe permanecer aquí.
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EL CONDE.-
(Airado.) Me han traído con engaño, me
dejan con perfidia... se van... Me encierran como a una bestia dañina...
¡Me ponen en manos del carcelero, que es usted, la Comunidad...
Zaratán maldito!
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Escena X |
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Atrio de la iglesia. Alameda.
Portalón.
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EL CONDE,
EL PRIOR; algunos monjes, que a distancia se mantienen
observando la escena, prontos a intervenir en ella, si lo ordena el Superior
con seña o simple mirada.
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EL PRIOR.-
Yo ruego al ilustre Albrit que se
sosiegue, y que vea en esto un acto sencillísimo, dictado por la
amistad, por el afecto que todos le profesamos.
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EL CONDE.-
¡Encerrarme traidoramente, como
a un loco, como a un criminal!
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EL PRIOR.-
(Empleando la
persuasión y buenos modos, que estima más eficaces.)
Eccellenza, considere que
está en su casa... ¿No dice nada a su espíritu la paz de
este santo instituto? Cuantos aquí vivimos con sagrados al servicio de
Dios y al trabajo de la tierra, somos sus amigos, no sus carceleros.
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EL CONDE.-
Estimo la buena intención,
señor mío; pero a mí no se me enjaula, atentando
inicuamente a mi libertad.
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EL PRIOR.-
¿Y para qué quiere usted
esa libertad más que para calentarse los sesos, acometiendo empresas
ideológicas en busca de una luz que no ha de encontrar?
(Queriendo acariciarle.)
Créame a mí, que soy su amigo. Estos señores dejan a mi
cuidado al
león de Albrit, y yo respondo de
que, pasada esta efervescencia de amor propio,
monseñor nos lo agradecerá.
Mi orden me manda acoger al desvalido, y practicar en todo caso las obras de
Misericordia.
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EL CONDE.-
(Decidido a
partir.) Muy bien. La novena dice: «No encerrar al prójimo
contra su voluntad...». Dígame usted por dónde se sale.
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EL PRIOR.-
(Dominándose, y persistiendo en los procedimientos de
dulzura.) Por segunda vez, Sr. D. Rodrigo, le invito a considerar que
es locura oponerse a esta santa reclusión, dispuesta por la familia,
patrocinada por los amigos, aconsejada por la Facultad... En ninguna parte
tendrá
monseñor la paz, la tranquilidad y
los bienes materiales que aquí le prodigaremos sin tasa.
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EL CONDE.-
(Cada vez
más colérico.) Maldigo a la familia, maldigo a los
amigos, a la Facultad y a este endiablado laberinto de Zaratán, donde
quieren que yo me vuelva loco... Pronto, señor Prior, mande usted que me
franqueen la salida.
(Avanza con paso resuelto por la alameda
de chopos jorobados.)
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EL PRIOR.-
(Tras
él, suplicante.) Reflexione usía, señor Conde;
considere que ofende a Dios renegando de este santo recogimiento, en que la
Religión y la Naturaleza le ofrecen descanso y paz...
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EL CONDE.-
(Revolviéndose furioso.) No me hable usted de
religión... Aquí no la quiero... ¡aquí, donde
tendría que oír las misas que dice usted con ese cáliz!...
(Con ligera inflexión
humorística, que chisporrotea en medio de su
indignación.) Del cáliz nada tengo que decir, porque
está consagrado... ¡Qué culpa tiene el pobre
cáliz!... ¡Pero la misa... usted... esa
tal!... No, no quiero vivir en
Zaratán, no quiero estar preso... ¿Ni quién esa
cuál para encerrarme a
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mí?... Me encierra porque no haga públicas sus ignominias...
¡Y el Prior de Zaratán es su cómplice; el Prior de
Zaratán dice misa en su cáliz; el Prior de Zaratán se
presta a ser mi carcelero para que no hable, para que no investigue, para que
no descubra la verdad odiosa!... Pero no les vale, no, porque ahora mismo,
señor D. Maroto o señor don Diablo, va usted a mandar que me
abran aquella puerta, que jamás, jamás ha de volver a abrirse
para el Conde de Albrit.
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EL PRIOR.-
(Ya cargado,
con fuertes ganas de meter mano al prócer, y hacerle entrar en
razón por el procedimiento más expedito.) Señor
Conde, que ya me va faltando la paciencia.
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EL CONDE.-
¡La salida... pronto, la
salida!
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EL PRIOR.-
(Apretando los
puños.) Le digo a usted que conmigo no se juega. Albrit es un
niño, y como a tal habrá que tratarle. A los niños
mañosos se les sujeta y se les...
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(Acércanse varios frailes, a
quienes
EL PRIOR ha hecho seña.
EL CONDE, que en sus tiempos ha sido un excelente
boxeador, se prepara de puños y brazos, dando a entender su
propósito de romper cráneo o clavícula, si hay alguien tan
osado que ponga la mano en su ancianidad venerable.)
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EL CONDE.-
(Con bravura
caballeresca.) Abusas tú, Prior, de la desigualdad de nuestras
fuerzas, y porque me ves solo pretendes acoquinarme. Pero yo te aseguro que si
me
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vence el número, no será sin que caiga al suelo
alguno de estos bigardones, y bien podría suceder que el que caiga no se
levante más.
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EL PRIOR.-
(Aunque no ha
boxeado nunca, es hombre de empuje; sus puños cerrados igualan a la maza
de Fraga, y los músculos de su brazo compiten en elasticidad y fuerza
con el acero. La actitud guerrera del anciano le saca de quicio, y su primer
impulso es dar cuenta de él, sin ayuda de sus cofrades.) Ahora
lo veremos. ¡Leoncitos a mí!...
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EL CONDE.-
(Ciego de ira,
poniéndose en guardia.) ¡Aquí te espero!
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(Rodean los frailes al
PRIOR, haciéndole ver con gestos y palabras
expresivas la inconveniencia de emplear la fuerza. Basta un momento de
reflexión para que así lo comprenda
MAROTO; se domina; encuéntrase en la
posesión plena de sus facultades perfectamente equilibradas; se
ríe de sí mismo, se ríe del
CONDE con más lástima que menosprecio,
y manda que se le abra la puerta.)
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EL CONDE.-
¡Ah! Se me obedece al fin...
Abierta la jaula, el león recobra su libertad... ¡Ay del que
quiera sujetarle!
(Sale presuroso, y se aleja con tal
viveza, sacando bríos de sus piernas cansadas, que su rápido
andar parece milagroso.)
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EL PRIOR.-
(Rodeado de
los frailes, viéndole partir.) ¡Pobre demente! Te
ofrecemos el descanso y lo rehúsas; te damos el olvido de lo pasado, y
prefieres revolver las escorias inmundas de tu deshonrada familia. Rechazas
nuestra dulce compañía por correr tras un enigma cuya
solución
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no has de encontrar... no, no la
encontrarás, porque Dios no lo quiere...
(Hablando para sí.) No, no
lo quiere; yo, único mortal que sabe la verdad, no puedo
decírtela, y aunque pudiera, menguado y díscolo viejo, no te la
diría...
(Alto.) Mirad, mirad cómo
corre. Ni una sola vez ha mirado para atrás. La inseguridad de su paso
denuncia el tumulto de sus ideas...
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UN FRAILE.-
Toma la dirección del
Páramo.
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EL PRIOR.-
Quiere ir como hacia la mar.
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OTRO FRAILE.-
Hacia el cantil de Santorojo.
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EL PRIOR.-
Dios ataje sus pasos si van en busca
de la muerte. Recémosle un Padrenuestro.
(Rezan.) Ya no se le ve... Cae la
tarde, hermanos; vámonos a cenar en paz y en gracia de Dios.
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