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El Ahijado de Dios

Mihai Eminescu

Traducción de Catalina Iliescu Gheorghiu

Un cuento es un cuento, y, aunque yo naciera mucho después de que en el mundo se forjaran los cuentos, pues nací en tiempos más cercanos al lector, el otro día, mientras visitaba a mi suegra, me encontré un saco lleno de cuentos. De camino a casa, mientras iba con él a cuestas, se cayó y se rompió, así que los cuentos se esparcieron por el mundo, que se llenó de ellos, y yo, a mi vez, me he hecho con uno, que, sin más dilación, comparto con mi lector.

Érase una vez un padre que tenía dos hijos. La mujer volvió a quedarse encinta y le trajo un tercero, pero eran pobres y no tenían a nadie que quisiera ser el padrino del benjamín. En esas estaban cuando pasaron por ahí Dios y San Pedro. Entonces Dios bautizó al niño y este quedó para siempre tocado por su gracia.

El hombre aún tuvo una hija después de este hijo, y era tanta su hermosura que la mirada antes aguantaba de frente la luz solar que toda esa belleza cegadora. Su cometido era llevar la comida a los labradores al campo. Pero un día, mientras llevaba la comida, un ogro la vio y quiso raptarla. No obstante, el Ahijado de Dios tenía poderes y le dijo a su hermana: «Voy a arar una franja hasta la hora de la comida y tú solo por esa franja has de andar para llevar la comida a tus hermanos, sin apartarte». Ahora bien, ya sabemos que el Ahijado de Dios tenía poderes, pero el ogro ¡tenía todavía más! Adivinó lo que el hermano le había pedido a la muchacha y enseguida aró una franja de tierra hasta su propia casa. Al llevar la comida al campo, la muchacha fue a parar justo a las puertas del ogro. Mientras, los hermanos la esperaban con la comida, y espera que te espera y venga a esperar y ¡ni rastro de la muchacha!

-Escúchame, madre, voy a buscar a mi hermana, que el ogro se la ha llevado, dijo el Ahijado de Dios.

Se fue entonces donde los gitanos herreros y mandó que le hicieran una peonza de hierro a guisa de brújula para lanzarla al camino y seguir su rumbo.

Llegó a un pozo con un árbol. Mientras se disponía a descansar, oyó una voz decir:

-¡Ay, Señor, Señor, ojalá regrese pronto madre, que, como se retrase, el dragón nos come en un santiamén!

¿De quién podría ser aquella voz? Levantó la mirada y en lo alto del árbol vio a dos polluelos de águila.

-¿Y por dónde anda ese dragón que os iba a comer, hijos?

-Está aquí, en el pozo.

-¿Y se ha comido a muchos de vosotros ya?

-Pues, a unos veinticuatro.

- ¡Vaya! pues descuidad, que estoy aquí para salvaros.

Se encaramó al árbol y se quedó junto a los polluelos. El dragón alargó una de sus cabezas para llevarse a uno de ellos. Entonces el muchacho sacó el sable y le cortó la cabeza. Luego el dragón alargó la otra y también se la cortó. Los polluelos más felices que unas perdices no sabían qué hacer y dijeron:

-De todos los hermanos que fuimos, se nos fue comiendo hasta quedar solo nosotros dos. Si apareciera ahora madre, se llevaría tal alegría de vernos que te engulliría de la emoción. Escóndete bajo mi ala.

Eso fue lo que hizo, se escondió, y pasó inadvertido. Se acercaba el águila. Se oyó un gran rugido, pues el águila era la madre de los vientos.

-Queridos hijos, ¡no fuisteis devorados!

-Nos salvó el Ahijado de Dios.

-¿Y dónde está? ¡Que me lo como de lo feliz que me ha hecho!

-Te rogamos, madre, si te lo comes, devuélvelo luego.

-Decidme, ¿por dónde anda?

-Está por Levante.

Entonces ella, chillando, empezó a planear hacia Levante. En esto, los polluelos le dijeron al Ahijado de Dios:

-Con lo que tarde en ir a Levante y volver, a madre se le apaciguarán las ansias de comerte.

Ella ahora volvía.

-Querido hijo, no lo he hallado.

-Aquí está, madre.

Ella lo engulló y luego lo devolvió a este mundo transformado en un joven tan hermoso que llenaba de luz todo a su alrededor.

-¿Qué puedo darte por el bien enorme de haber salvado a mis hijos? -dijo el águila.

-Quisiera que me dijeras dónde está el ogro que se llevó a mi hermana.

-Ni he visto, ni he oído.

-Otro agradecimiento no acepto.

-Espera, rugiré para llamar a mi hijo, el Viento de Levante.

Al primer rugido se presentó un hombre -su altura era de un palmo, su barba de un codo y cabalgaba sobre un conejo cojo.

El águila le dijo:

-Estatura-de-un-palmo-y-barba-de-un-codo a lomos de un conejo cojo, ¿dónde está el ogro que se llevó a la hermana del Ahijado de Dios?

-Ni he visto, ni he oído. Igual lo sabe mi hermano, el Viento de Mediodía.

Entonces sopló con fuerza y apareció su hermano. Su estatura era grande, igual que sus labios, pero no tenía. Eso sí, cuando soplaba, se oía por toda la comarca.

-¿Has visto o has oído por dónde puede estar el ogro que se llevó a la muchacha, hermana del Ahijado de Dios?

-Ni he visto, ni he oído.

-¿Qué nos queda por hacer? -dijo el águila.

-¿No lo sabrán nuestros hermanos de sangre?

-¿Y por dónde paran?

-Esos están muy lejos de aquí. Hay que andar muchas leguas. Toma, llévate un cabello mío, también un pelo de mi barba y no te demores, hijo, ponte en camino. Los pelos tenlos juntos y cuando te veas en apuros, has de soplar en ellos y yo, o nosotros, acudiremos en tu ayuda. Toma este atajo, te encontrarás un bosque, pero tú sigue adelante.

Se puso el muchacho a caminar y caminó hasta que llegó al bosque y en medio del bosque vio una tremenda humareda y, a medida que se acercaba, sudaba a más no poder. Fue acercándose más, pues no había otra, atravesando el humo, cuando de repente se encontró a la madre del ogro... estaba chamuscándose los pelos de las piernas porque le daban calor, se achicharraba en esos días tórridos.

-Buenos días, comadre.

-Gracias y lo mismo digo, pero ¿adónde vas, valiente?

-Busco la hacienda del ogro, comadre.

-¡Ay, valiente! Mucho camino te queda y si te acercas, tus días estarán contados.

-Te lo ruego, comadre, dime cuál es el camino, pues miedo no le tengo... Allá que voy.

-Yo no conozco el camino, querido.

Así que el muchacho siguió cruzando el bosque cuando, de repente, oyó una voz de hombre que decía:

-¡Dios mío, Dios mío, qué hambre tengo!

Se acercó. ¿Quién sería el que gritaba? Vio a un hombre sentado en el suelo a la turca:

-¿Por qué te quejas, buen hombre?

-He plantado trigo en nueve campos, lo he recogido, he hecho pan, me lo he comido y sigo teniendo hambre.

-Ven conmigo.

-Voy.

Siguió andando y oyó otra voz de hombre quejarse:

-Dios, ¡qué sed tengo!

-Buen día, hombre. ¿Cómo es que tienes tanta sed? ¿No encuentras agua para saciarte?

-Todas las fuentes que hay en este bosque las he vaciado y sigo teniendo sed.

-Ven conmigo.

-Voy.

Siguieron andando los tres juntos y entraron en otro bosque donde oyeron un crujido bajo la hojarasca ¿Quién era? Era el Viento de Mediodía, el de los labios gruesos.

-Buenos días, viento. ¿Qué tal tú por aquí?

-Estoy aguantando la respiración para poder dispararle a un mosquito. Quiero atinar, pero sin reventarle la piel.

-¿Y dónde está el mosquito, que no lo veo?

-Está justo al lado del sol.

-Olvídalo, mejor ven conmigo.

-Ya iré. Primero debo cazar al mosquito. Id vosotros delante.

Siguieron andando hasta llegar al palacio del ogro. El ogro había ido de caza y la muchacha estaba sentada en el pórtico.

-Buenos días, hermana.

-Ya me dijo el ogro que vendrías por mí. Pero vuélvete ahora mismo y no te detengas que te va a aplastar.

-No le tengo miedo.

-No tardará. Está cazando.

En eso que llegó el ogro.

-¡Bienvenido, Ahijado de Dios!

-¡Bien hallado, ogro repugnante!

-Luchemos.

-Luchemos.

Lucharon durante tres días y tres noches, y estaban tan igualados que no había manera de que ninguno se hiciera con la victoria, y ninguno de los dos quería darse por vencido, ni el ogro, ni el Ahijado de Dios. Entonces el muchacho encendió los dos pelos y enseguida llegaron en su ayuda el Viento de Levante y el Viento de Mediodía y con los labios de los tres juntos, soplaron hasta que partieron al ogro de tres cabezas por la mitad. Una mitad murió, la que tenía una cabeza, pero la otra mitad, la de las dos cabezas, sobrevivió. El Ahijado de Dios dirigió entonces sus súplicas hacia Estatura-de-un-palmo-y-barba-de-un-codo o, dicho más breve, Estatu-palmo-barba-codo. Pero este le dijo:

-No puedo ayudarte, pues el ogro antes acudió al Rey de estas tierras para contarle lo que le hiciste. Así que a partir de ahora tendrás que batallar contra el Rey.

Se puso en camino con su hermana. Cuando llegó al palacio del Rey, no había manera de entrar, pues estaba fortificado, así que lo rodeó andando, hasta que dio con una charca. En la charca había tres muchachos peleándose por tres objetos: un gorro, un látigo, y un punzón.

-¿Por qué os peleáis, muchachos?

-Porque esto es lo que nos dejó nuestro padre y no nos lo podemos repartir.

-¿Y para qué queréis estos objetos?

-Porque el gorro te hace invisible cuando te lo pones, el látigo, al golpear te lleva a la corte del Rey y cuando dices las palabras «punzón de metal» te desvaneces y apareces en la Colina de Cristal.

-¿Y qué hay en la Colina de Cristal? ¿Qué busca uno allí?

-Es que en la Colina de Cristal es donde tiene el Rey a su hija.

-¿Y por qué la tiene allí?

-Para que no se la rapten los ogros.

-¿Y la tendrá allí para siempre?

-No, solo hasta que encuentre a un valiente que mate al ogro... El que lo consiga se lleva a la hija del Rey.

-A ver, muchachos, voy a hacer justicia, meteos todos en el agua y yo tiraré cada vez un objeto; el que primero lo alcance, suyo será.

Astuto, recoge los tres objetos, mete a los muchachos en el agua y acto seguido, da un latigazo y aparece justo en la loma donde tenía el Rey su corte.

En la corte había un lujo que las palabras no pueden describir. El Rey estaba fuera -era viejo y fumaba en pipa.

-¡Buenos días, Alteza!

-¡Qué así sean, valiente! Debes de ser un hombre fuerte para haber llegado hasta mí...

-Así es, Alteza, vengo a matar al ogro y a salvar a vuestra hija.

-El ogro todavía no me ha buscado. Pero he oído que en el valle hay un estanque y de ahí sale el ogro de noche e intenta subir a la Colina de Cristal para llevarse a mi hija.

-¡Que nos volvamos a ver pronto, Alteza!

-¡Ve con Dios, valiente!

-Voy a vérmelas con el ogro. Si lo mato, me darás a tu hija.

-Te la daré.

Llegó nuestro joven al estanque donde los tres hermanos. Se puso el gorro en la cabeza, se hizo invisible y se quedó detrás de un matorral. Ya ves, él era hermoso y fuerte, pero pobre. En el estanque había una artesa boca abajo. A medianoche oyó un rugido estremecedor. El estanque era satánico, de noche llegaban los demonios y daban órdenes. Llegó el mayor de los diablos, que se sentó a horcajadas sobre la artesa (Lucifer). Se puso a silbar y aparecieron diablos cojos, tuertos. Y, entonces, Lucifer empezó a preguntarles qué faenas habían hecho.

-Yo metí cizaña entre tres hermanos para ver si se mataban todos o, al menos, alguno. Una lástima de faena porque vino el Ahijado de Dios y se llevó el motivo de la cizaña.

-¿Y tú?

-Yo he azuzado al Viento de Mediodía para partir por la mitad al ogro de tres cabezas, y dos cabezas se escaparon, aunque la otra mitad está muerta.

-No habéis hecho nada de provecho, escuchad lo que debéis hacer. Camino abajo, pasado este estanque hay un cofre con dinero. Es el tesoro de un viejo que morirá esta noche. Id allí y haceos con el cofre y que el dinero que hay dentro sea nuestro.

-¿Y si alguien nos lo arrebata con poderes divinos?

-Nadie podrá acercarse si conseguimos llevárnoslo.

-¿Nadie, nadie en el mundo podría, sin excepción?

-Bueno, la única excepción sería si llegara el Ahijado de Dios antes de que vosotros tocarais el cofre con la mano y si tuviera por casualidad consigo agua de la que usaron para bautizarlo y nos rociara con ella, entonces nos quemaría y él se llevaría el dinero.

El muchacho lo oyó todo. Se levantó por la mañana y se puso en camino hacia casa sin dilación. Su mente no dejaba de darle vueltas al tesoro. Llegó a casa.

-Madre, ¿dónde guardas agua de la que se utilizó en mi bautismo?

Su madre se fue a la iglesia a buscar el agua y la encontró junto a la eucaristía. Él se la llevó y deprisa emprendió el camino de vuelta. Al llegar al sitio, los diablos estaban todos alrededor del dinero. Se acercó y los roció. Los demonios gritaban diciéndole:

-Te rogamos, Ahijado de Dios, haremos lo que digas, no nos quemes.

-Si me traéis al ogro que se escapó, os liberaré.

-Está bien, vamos a traértelo.

Dicho esto, se llevó a una colla de diablos, un buen montón de ellos.

-Es posible que no te lo podamos traer vivo.

-Muerto no lo quiero, vivo me lo debéis traer.

Entonces los diablos se pusieron a construir un tonel de hierro para enjaular al ogro y se fueron en su busca. Cuando lo trajeron preso, el tonel era tan pesado que solo los diablos lo podían levantar del suelo.

-Ponedlo aquí.

En eso que el muchacho, pegando un golpe de látigo, subió a la corte del Rey cargado con el tonel. El Rey le preguntó:

-¿Qué traes ahí?

-Aquí está encerrado todo mi poder, Alteza... enseñadme a vuestra hija, o si no, lo libero aquí mismo.

De repente, el Rey se sintió atemorizado, aunque luego, el muy ladino trajo a su hija para que la viera el muchacho. Nadie sabía por dónde subía el Rey a la Colina de Cristal, pues tenía poderes insospechados y muy grandes. Trajo a su hija, y al verla, el muchacho se volvió loco por ella enamorándose en el acto. Y, para qué os voy a mentir, ella también de él.

-Te casarás con mi hija, valiente, pero antes has de decirme cómo liberas tu poder.

El muchacho, de lo prendado que se quedó de la princesa, había perdido la serenidad.

-Alteza, os he engañado. Aquí dentro está el ogro.

-Mátalo, valiente, que estará a punto de romper el tonel, a mí ya me pasó una vez, atraparlo y que se escapara.

Él, con la ilusión de quedarse con la princesa, se dispuso a matar al ogro. Vertió dentro del tonel resina prendiéndole fuego y el ogro empezó a bramar tanto, que temblaba el palacio del Rey. Una vez hubo muerto el ogro, empezó a salir humo, y el olor que despedía era tan hediondo que el Rey, contento de ver eso, cogió al muchacho y lo metió dentro del tonel de hierro y le dio un puntapié loma abajo. Luego se llevó a su hija de nuevo a la Colina de Cristal. El pobre valiente, al caer fulminado, se había dejado el punzón en el pórtico del Palacio Real. ¡Qué bien le hubiera venido el punzón en estos momentos, al despertarse enjaulado!

-¡Ay, señor! Yo fui astuto, pero el Rey lo fue más que yo. Y ahora ¿qué puedo hacer?

Empezó a dar golpes para salir de allí. Pero a pesar de su fuerza, no podía romper el tonel de hierro. Sin embargo, todavía le quedaba un pelo de la barba de Estatu-palmo-barba-codo. Lo encendió y enseguida el conejo-cojo se subió al tonel que hacía de jaula.

-¡Libérame!

El conejo se puso a golpear hasta que lo hizo añicos. (Ya se sabe que todo el poder del Viento de Levante está en el conejo; ¿cómo si no, correría tanto?). Una vez se hubo escapado el muchacho, Estatu-palmo-barba-codo le dijo lo siguiente:

-Si me llamas otra vez, aún vendré en tu ayuda, pero ya será la última, porque con tres veces basta para devolverte el bien que nos has hecho.

El joven dio un latigazo y enseguida estuvo en la corte, ante el Rey; pero el Rey se había deshecho del punzón.

-Alteza, he venido por la mano de vuestra hija. El Rey fingía no recordar haberle empujado loma abajo enjaulado en el barril de hierro.

-Te daré a mi hija si vas hasta la Colina de Flores y me traes del centro del jardín una flor; entonces te daré a mi hija.

Se puso el muchacho otra vez en camino y anduvo casi un año. Cuando llegó al jardín ¿quién estaba dentro? Estatu-palmo-barba-codo.

-Así que ¿hasta aquí me has venido a buscar, valiente?

-He venido porque me dijiste que aún me ayudarías una vez más. Necesito la flor que hay en el centro de este jardín.

Y se la consiguió. Era tan majestuosa y olía tan bien esa flor que te adormecía. Al llegar ante el Rey, se la dio.

-Una última cosa y luego te daré a mi hija. Voy a hacer un asado -imaginad cuántas piezas y entrañas de ternera podía tener el Rey- y si te lo comes todo en una noche, te daré a mi hija.

Se sometió a lo que había dispuesto el Rey. Llamó al insaciable compañero de viaje que se lo comió todo en una noche. Y por fin, el hombre se sació, aunque hacia el amanecer pasó a mejor vida. Tanta era su ansia de comer que fue capaz de tragarse incluso las paredes del granero. El Rey se asombró de tanto poder.

-Si bebes todos los pozos de agua que tengo en la Corte, te daré a mi hija.

Entonces llamó a su otro hermano de sangre, el que no tenía nunca bastante agua, y este se bebió todos los pozos salvo uno, en el que quedaba un poco de agua, porque el hombre antes pasó a mejor vida. Junto a la Corte del Rey había un bosque imponente.

-Si soplas en mi bosque y consigues que se junten todos los mosquitos a la puerta del palacio, te daré a mi hija.

Cogió el pelo que le quedaba del Viento de Mediodía y lo encendió. Este acudió, y con sus varios pares de labios sopló tanto que casi se tragó al Rey. Había tantos mosquitos y zumbaban tan fuerte que parecía aquello un mercadillo lleno de pobres y mendigos.

-Tienes un gran poder. Di a los mosquitos que se vayan.

-No, hasta que me deis a vuestra hija.

El Rey le habló con palabras dulces y lo engañó. Él pidió al viento soplar para ahuyentar a los mosquitos de las puertas del palacio.

-Si subes la Colina de Cristal y llegas hasta ella, te doy a mi hija.

-Por aquí perdí un punzón la última vez.

-Yo no lo he visto.

Se quedó el muchacho pensando qué hacer durante tres días y tres noches hasta que tuvo una idea: llamar de nuevo al Viento de Mediodía. Y este le dijo:

-Te voy a ayudar esta vez y ya es la última. Me sentaré en el pórtico del Rey y me pondré a soplar.

En cuanto lo hizo, el palacio empezó a temblar hasta que estuvo a punto de derrumbarse.

-Alteza, dadme a vuestra hija y pararé el viento.

-Sube a la Colina de Cristal y llévatela.

-Necesito mi punzón, Alteza.

-Lo tiré en medio del estanque, cerca de la artesa..., por donde se reunían los demonios.

Estaba tendido en el suelo, para que el viento no se lo llevara, aunque el viento ya había terminado su faena. Lo cierto es que el Rey estaba agotado.

El muchacho se puso a caminar hacia el estanque, donde había un palacio grandioso construido por los demonios; allí guardaban sus riquezas. Sobre el agua flotaba una casa muy hermosa y dentro se oía un llanto. Se subió a una pequeña balsa que había por ahí y se dirigió a la casa. Dentro había un príncipe apresado por los diablos quienes lo sometían a toda clase de torturas sin parar.

-¿Qué haces, compadre, en esta casa?

-Pues que los demonios me cogieron tocando el dinero y ya no puedo escapar de aquí. Tengo un reino esplendoroso, hagámonos hermanos de sangre.

-Hagámonos.

-Seremos hermanos de sangre, pero debes huir, que se acerca la medianoche y vendrán los demonios.

Al muchacho le quedaba un poco de agua de su bautismo. Esperó que los diablos llegaran y los roció.

-Por favor, Ahijado de Dios, pide lo que quieras, pero no nos quemes.

-Quiero el punzón que está en medio del estanque.

Entonces el diablo fue y le trajo el punzón.

-Y ahora nos tenéis que llevar a ambos hasta la colina y yo prometo no rociaros más.

Asustados, los demonios los sacaron del estanque. Entonces, el muchacho pronunció las palabras:

-Punzón de metal, llévanos a la Colina de Cristal.

En cuanto llegó, el Ahijado de Dios se encontró una bañera llena de lágrimas de tanto que había llorado la hija del Rey por él.

Entonces el Rey no tuvo más remedio que darle a su hija como esposa. Se celebró una boda por todo lo alto y luego el muchacho se trajo a su hermana de la casa del ogro y esta se casó con el príncipe que se había hecho hermano de sangre del Ahijado de Dios.

FIN

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