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El amor y erotismo lírico en la poesía de Rafael Alberti1

Diego Martínez Torrón

De Rafael Alberti se ha hecho a veces una lectura arcangélica -lo digo por Sobre los ángeles- que puede hacernos olvidar el drama de un poeta que amaba profundamente a España y que vive durante mucho tiempo la tragedia del exilio. Este Alberti exilado en Latinoamérica es un escritor que conmueve.

Hay otros registros en su obra, como el de la canción popular, el verso breve, el verso abarrocado, la imagen surrealista, la poesía cívica o la ironía de Roma, peligro para caminantes. Es por ello un autor de muchos estilos, que abarcan desde el lirismo alado -lleno de matices- en un modo casi infantil de su primera época hasta la denuncia social, que hoy podemos ver más que como un rasgo de valor literario como un reflejo de su actitud biográfica que recoge con emoción humana el testimonio de una parte -hay también otra, no lo olvidemos- de una España convulsa y difícil, sacudida por la guerra civil.

Alberti es inteligente, inocente, afectivo, y siempre profundamente humano. Quizás el más humano de todos los poetas del 27.

Alberti fue un autor moderno que se adelantó a su época, también en el tema que nos va a llevar a hacer un recorrido por toda su obra: el de la sugerencia erótica, que aunque está, como veremos, muy localizada en algún libro suyo, es representativa de su actitud ante la vida y la poesía. Y en este rasgo se muestra siempre con un profundo lirismo, tan inteligente como lleno de pureza, que nunca cae en el narcisismo juanramoniano, pues el poeta está siempre en contacto con el pueblo.

Vayamos a este viaje por la obra de Alberti.

El tema juanramoniano de la mujer desnuda aparece en un primer libro, Marinero en tierra (1924) que aunque original y propio ya apunta una influencia directa del poeta de Moguer2. La sugerencia es aún tenue. Pero en ese mismo libro hay otro poema que se refiere a la falda de la niña que va al mar, que no la manche la tinta del calamar3.

El posible erotismo se diluye sin embargo en otros temas líricos, tiene un sentido tenue y unido siempre al motivo del amor. El amor y el erotismo unidos son poderosos, fuertes, y permiten al poeta defenderse de la tragedia luego del exilio, la injusticia de la sociedad, la persecución. De todos modos debe destacarse que en Marinero en tierra predomina aún el amor de cancionero, los ojos de la niña4, o la alusión a los dos «senos grises, yertos» de la marinera normanda5.

En La amante (1925) ya habla directamente de amor en un hermoso poema que muestra su concepción al respecto6:

«Por amiga, por amiga.

Sólo por amiga.

Por amante, por querida.

Sólo por querida.

Por esposa, no.

Sólo por amiga».



Es un canto a la mujer compañera, con un sentimiento muy moderno, extraño en una época machista. Insistirá luego en que la mujer es «¡Mi amante, hermana y amiga!» en otro hermoso poema7.

Aquí ya apunta tenuemente el lirismo erótico: la muchacha herida por una zarza y por el rosal8, teniendo en cuenta que la agresión amorosa de los objetos punzantes creo es de herencia de García Lorca. Hay efectivamente una huella del poeta granadino, pero en un verso depurado, convertido en cantar breve.

Aparece el mundo de los marineros, y la amada que sufre su ausencia en el puerto, con la característica letanía de lamentos en imperativo («Dejadme...», etc.)

La amada es ante todo amiga, como he señalado antes9.

Aparece el peine que pierde la amante, que tiene que ir despeinada a misa. Hay que destacar la profunda religiosidad popular, muy marinera, en esta época10. Notemos que peinar los cabellos es en el período de nuestra literatura áurea popular un símbolo de connotaciones sexuales, según pude ver en un relato mío a propósito de la leyenda vasca de la dama de Amboto11.

En El alba del alhelí (1925-1926) se mantiene en los modos del cancionero lírico popular español, entendido con una visión y estilo personal y moderno. En este libro no hay pulsión erótica explícita pero sí implícita, como por otra parte en todo el cancionero tradicional español.

Así por ejemplo el señor que quiere dormir en el carro de la muchacha que le rechaza12.

Hay en todo el libro un tono de nostalgia, muy propio de la poesía de cancionero, patente por ejemplo en el poema de la muchacha que se va a casar sin novio13. Se establece, también en el modo de cancionero, un contraste entre el amor pasional y los deberes religiosos, la concepción religiosa del mundo enfrentada a la pasión erótica14.

El ensueño erótico de la muchacha en «Nocturno»15.

Hay ya una tenue denuncia social: el amante encarcelado que canta a las niñas para que abran las ventanas16.

Este libro contiene muchos poemas en la línea de la nostálgica cantiga de amigo, pero desde el estilo peculiar de Alberti que les aporta una nueva luz llena de sugerencia delicada, atisbada, apuntada, en un verso limpio, musical y sugerente, lleno de lirismo muy moderno.

En «Seguidillas a una extranjera» hay una muchacha que contempla la corrida17. De este modo es como aparece en Alberti el importante símbolo del toro, que representa al pueblo español y que luego veremos desarrollar con profundo lirismo en su época del exilio latinoamericano.

«La sirenilla cristiana» muestra a una niña perseguida por un marinero inglés18.

A destaca que el tono popular va asociado a numerosas referencias religiosas como a la figura de la Virgen, inserta en el modo con que los marineros y las personas del pueblo poseen este sentimiento que luego desaparecerá de la poesía de Alberti.

Cal y canto (1926-1927) muestra ya la madurez expresiva del poeta que es más hondo y complejo en sonetos abarrocados que muestran el artificio y el preciosismo aprendidos en Góngora; así, por ejemplo, «Araceli»19.

En «Narciso»20 aparece un ensueño erótico, el de la mujer que piensa besa a un marinero. El amor adolescente es cantado en «Romeo y Julieta»21. Y en «Homenaje a Don Luis de Góngora y Argote» el peculiar surrealismo de Alberti enlaza con el barroquismo de la imagen gongorina, siendo el poeta que más influencia acusa posiblemente del autor cordobés.

El erotismo surrealista es sugerido en un precioso poema: «Venus en ascensor»22. Y en «A miss X, enterrada en el viento del Oeste»23. Son maravillosos iconos de belleza marmórea, esculpidos con un cierto erotismo solapado y sugerente.

No cabe duda de que una primera cumbre de su obra es Sobre los ángeles (19271928), que muestra dolor profundo y desasosiego del espíritu en destellos de profunda y enigmática, ensimismada belleza palpitante y viva. Es un libro de desasosiego interior, de bruma en el espíritu, de tinieblas en el alma. Quizás el surrealismo más intenso escrito en lengua española, junto al de Neruda y al de Poeta en Nueva York.

El abarrocamiento de la poesía de Alberti se acentúa por otro lado en Sermones y moradas (1929-1930), en este período de desasosiego surrealista en donde la máscara de la imagen y el artificio del lenguaje onírico dejan traslucir la inquietud del sentimiento. Este artificio en la expresión de los sentimientos, que define a la generación del 27, lo aprende en Góngora, y lo une ahora a una visión moderna en el lenguaje irónico con que refleja el cine de humor del cine mudo de los años 20 en Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), extraño título tomado de un verso de Calderón.

Hay en este libro, en «Telegrama de Luisa Fazien a Bebe Danyels y Harold Lloyd»24, una referencia en francés a una mujer que muestra el culo y las piernas a los soldados («Decidida mostrar le cul et les jambes aux soldats / [...] / y amoroso saltamontes escote / risa ombligo / cadera tierno pellizco / [...]»).

El registro que luego desarrollará en Roma, peligro para caminantes aparece en el poema «A Rafael le preocupa mucho ese perro que casualmente hace una pequeña necesidad contra la luna»25.

Alberti deriva luego hacia la poesía social, que en su caso podríamos denominar más bien de cívica en Con los zapatos puestos tengo que morir. (Elegía cívica) de 1 de enero de 1930. Y en El poeta en la calle (1931-1935), que dará también título al segundo volumen de su poesía editada en Aguilar en 1978, nada más iniciada la transición democrática española, y que completaba a la edición más arcangélica de textos que el mismo sello había editado al final de la época franquista en 1972, ambas al cuidado de Aitana Alberti.

A partir de ahora, con gran sufrimiento personal y daño, Alberti se convierte -como le pasara a Neruda- en un símbolo político de lucha y resistencia. El poeta de la revolución. Son sus poemas satíricos, pendencieros, anticlericales26. Y los tremendos recuerdos autobiográficos, anticlericales también, en De un momento a otro (19341939), ya claramente revolucionario. Como si el poeta, frente a la desazón estética de la belleza de su período anterior, quisiera ser ahora testigo de su tiempo. La huella de Neruda, otro autor de poderosa personalidad, está presente creo en una época de la poesía de Alberti que aún está por situar correctamente, como testigo de una de las dos facciones de la guerra en que le tocó vivir.

Otro gran tema de su poesía, el exilio, aparece luego en Vida bilingüe de un refugiado español en Francia (1939-1940). Cultiva el canto popular de sus inicios pero con la ironía -tremenda- y la visión ya menos urgente -propia de la guerra-, con aire de canción infantil que encubre la tragedia del emigrado. Si el verso surrealista era el artificio gongorino de su pasada época de esplendor en Sobre los ángeles, ahora es la ironía y el verso breve el artificio que encubre apenas la experiencia directa, dura, traumática, de la vida del exiliado.

Y así llegamos al núcleo de nuestro tema, que he ido situando en el amplio paseo por la obra del poeta: el erotismo de Alberti en Entre el clavel y la espada (1939-1940), dedicado a Pablo Neruda.

Frente a la urgencia de le elegía cívica quiere ahora volver a la palabra exacta y la belleza27.

El erotismo estalla en este punto como una forma de rebeldía a través de la belleza. Es un erotismo estilizado, sofisticado, lírico, que podemos seguir en versos28 como:

«[...]

ante el crinado mar que las embiste,

mira la adolescente por las olas

poblársele las ingles de vilanos».



Los «Sonetos corporales» a que pertenecen estos versos, son de una impactante belleza y quiero recalar en ellos por lo inusual del hecho.

La sangre de la guerra se funde con la sangre de la adolescente29:

«[...]

coagulada la luna en la cornisa,

mira la adolescente sin camisa

poblársele las ingles de amapolas».



Estos «Sonetos corporales» de Entre el clavel y la espada rezuman un erotismo peculiar en su belleza, en donde las referencias concretas a diversos actos sexuales son diáfanas30:

«[...]

Nada se atreve a desdecir al día.

Mas todo se me mancha de alhelíes

por la movida nieve de una mano».



Y en otro poema, que me recuerda a los sonetos amorosos del divino capitán Aldana, que por cierto fuera antologado en la época por José Bergamín en la revista Cruz y Raya31:

«[...]

Labios en labios que no ataca diente;

lengua en garganta que se corta, umbría;

áspero alrededor, fiera porfía

por morder lo imposible de la fuente.

Fiera porfía, ya que ni a la hembra

más hembra ni al varón más varón dieron

otra cumbre que ser sembrado y siembra.

[...]».



Y más explícito todavía de diversos actos amorosos y eróticos que el lector puede imaginar es el poema 632:

«Cúbreme, amor, el cielo de la boca

con esa arrebatada espuma extrema,

que es jazmín del que sabe y del que quema,

brotado en punta de coral de roca.

[...]

¡Oh ceñido fluir, amor, oh bello

borbotar temperado de la nieve

por tan estrecha gruta en carne vida,

para mirar cómo tu fino cuello

se te resbala, amor, y se te llueve

de jazmines y estrellas de saliva!».



Notemos cómo un símbolo peculiar del barroco, la nieve, representa aquí, de modo muy moderno y transgresor, siempre dentro de estilizada belleza, al esperma. El erotismo de Alberti va a enlazar más tarde con el del su admirado Picasso y los dibujos de minotauros, es curiosa sintonía.

Veamos el poema 733:

«Nace en las ingles un calor callado,

como un rumor de espuma silencioso.

Su dura mimbre el tulipán precioso

dobla sin agua, vivo y agotado.

Crece en la sangre un desasosegado,

urgente pensamiento belicoso.

La exhausta flor perdida en su reposo

rompe su sueño en la raíz mojado.

Salta la tierra y de su entraña pierde

savia, venero y alameda verde.

Palpita, cruje, azota, empuja, estalla.

La vida hiende vida en plena vida.

Y aunque la muerte gane la partida,

todo es un campo alegre de batalla».



Destaquemos así el uso del estilo barroco con un sentido muy moderno. La poesía erótica española por ejemplo del Cancionero de obras de burlas provocantes a risa que publicara el erudito romántico Luis Usoz del Río en el siglo XIX, o los poemas pornográficos de Espronceda y Miguel de los Santos Álvarez34, son bastante zafios en su expresión de la realidad erótica. Más sugerentes algunos poemas de Meléndez Valdés, dentro del refinamiento del XVIII. De ese siglo XVIII podemos citar Cuentos y poesías más que picantes35, también más sofisticad. Sabemos de las recientes recopilaciones de poesía erótica. Pero el estilo de Alberti es peculiar y diferente: utiliza los recursos del barroco más elegante para sugerir con limpia claridad determinados actos sexuales que quedan nítidamente expresos pero en el ámbito de la belleza de las imágenes y metáforas de raíz barroca. Este hecho es muy innovador en la poesía del género.

Notemos otro poema, el n.º 8. Es un texto tremendo en su final36:

«Vuela la noche antigua de erecciones,

muertas, como las manos, a la aurora.

[...]

Mas ya el hombre a su lado duerme muerto».



De los doce poemas de la serie, el más fálico es el 1137:

«Rubios, esbeltos mimbres, afilados

de luz, líquidos juncos siempre erectos,

persistencia en los chorros más perfectos

de las fuentes, a esgrima levantados.

Fuentes de chopos nunca doblegados,

columnas de cipreses arquitectos,

redondos, duros, rígidos conceptos

de los viriles cactus comparados.

Se siente el hombre vértice y techumbre.

Mira abajo la mar y enfurecida

la espuma virgen que lo incita, huyendo.

¡Bajar de un salto, sí, mientras se encumbre

entre los poros esta espada urdida

de savia vede para herir ardiendo!».



La serie, tan interesante, de poemas, termina en el número 12 con estos versos de ascendencia quevedesca38:

«[...]

Mas ¿cómo arder, si el humo ya está frío,

si el césped ya es ceniza barredera

y fue tan sólo pólvora mi sueño?».



Invito a leer estos poemas completos, muy representativos del tema que nos ocupa.

Parece como si Alberti quisiera acallar el rumor de fondo de la guerra y quiere volver a la gran poesía de estirpe barroca, en contraste la belleza y el artificio elegante con la realidad del mar y la distorsión que el hombre introduce con su barbarie frente a la pureza de la relación amorosa, explícitamente erótica, explícitamente también lírica y poética. Si se rebeló contra esa maldad antes en su elegía cívica, luego con la ironía, luego con los cantarcillos, ahora lo hace con la perfección del soneto de elevado tono erótico y alta categoría lírica, dignificando el tema de modo singular en el ámbito de este tipo de literatura en la tradición erótica española.

Profundamente erótico es también el bellísimo Diálogo entre Venus y Príapo39. Es un hermosísimo poema del que espigo solamente algunos versos: «[...] Despierta, sí, cerrada / caverna de coral. [...] / Sediento, he jadeado las colinas / y descendido al valle donde empieza / el caminar más duro, / pues todo, aunque cabellos, son espinas, / montes allí rizados de maleza. / [...] ¿No sientes / cómo mi flor, brillante y ruborosa / la piel, extensa y alta se desnuda, / y con labios calientes / -coral los tuyos y los míos rosa- / besa la noche de tus labios muda? / [...] / ¿Quién persigue mis óleos seminales, / quién mi gruta de sombra / y navegar oculto mis canales? / Quien solamente puede y se desvela, / levantado por ti de noche y día, / se atiranta en candela / y no se dobla hasta que el mar lo enfría. / [...] / ¡Déjame que en tus selvas te respire! / Nací tan sólo para levantarte. / Eres / taza de espuma azul, concha marina, / alga abierta en la arena, / paraíso de sal de las mujeres; / secreto erizo que en la mar trasmina [...]».

Hay una sucesión inacabable de metáforas, en letanías de índole erótica que se va intensificando en el diálogo: «¡No, no me riegues, / amor, de blancos copos todavía. / Guarda, mi bien, esas nevadas flores / hasta que al fin me llegues / a lo más hondo de mi cueva umbría / con tus largos y ocultos surtidores [...]».

Las metáforas eróticas se suceden en sucesión de belleza. Venus y Príapo se muestran como poéticos enamorados que no rehúyen la explícita naturaleza erótica de su amor: «¡Qué blandos oleajes / ya por mis flancos tu alhelí resbala! / Y hace en tus labios mi navío escala, / [...] / Desflecadas, hilo a hilo, / tus espumas descienden mis almenas. / Tus arroyos y peces más oscuros / me corren por los labios todavía. / Un sabor a jazmín me permanece / ya tallo donde nada antes crecía. / A tallo que por ti de nuevo crece [...]».

En el diálogo, igualmente procaz entre los dos amantes -no identifico sus voces en esta breve recopilación de versos-, se hace una clara alusión a: «Gotas / de esperma verde tiemblan los luceros. / [...]». Y sigue después, llegado el instante cumbre: «En el pomar revientan las manzanas / y en el jardín copos de nardos llueven. / ¡Qué bien cubres mis ámbitos! Sus muros / ¡cómo me los ensanchas y los llenas! / ¡Qué pleamar, que viento acompasados! / Jaca y jinete, unísonos, seguros, / galopan, de corales y de arenas / y de espumas bañados».

Y luego: «Detente, amor. No infundas ese aliento / tan rápido a las brisas. Aminora / un poco el paso. Da a tu movimiento / un nuevo ritmo ahora».

Para acabar con el éxtasis del instante amoroso: «VENUS: ¡Amor! La noche se desvae. / Nos baña el mar. ¡Oh luz! El mundo canta. / Cae la luna... El viento...».

Y responde Príapo finalmente: «PRÍAPO: Todo cae / cuando el gallo del hombre se levanta».

Podemos por tanto observar que Rafael Alberti es un gran transgresor para su época, y que incluso en la nuestra es difícil encontrar ejemplos de una poesía erótica de tan elevada calidad literaria que une el explícito carácter desvergonzado con la estilización suprema del acto amoroso representado en el poema.

Si Alberti confesaba en unos versos que no sabía realmente si era el poeta del pasado o del futuro, yo creo en lo último. Se anticipó a su época, rompió con dignidad y elevado numen los tabúes, y afirmó el poder supremo de la estirpe humana en todas sus dimensiones, también las que generalmente se ocultan por pudor o por pacatería, en los modos de la literatura. Su obra surge así de la tradición más peculiarmente española, pero le aporta un gran soplo de aire fresco que contrasta con el sesgo puritano, lleno de ocultaciones y tabúes, que en la literatura amorosa española desde el renacimiento y el barroco se arrastra. Y ello sin caer en la procacidad burda, confiriendo una alta calidad literaria a su intento, como no se había dado nunca en este género literario, y remito a las diversas antologías que sobre ello se han compendiado, de todos conocidas.

Este libro contiene también bromas eróticas de índole burlesca, siempre fina, siempre estilizada40:

«La cola era verde.

Lola lo estaba mirando desde una ola verde.

Lola era una ola.

La cola que lo miraba se puso amapola.

[...]».



Y en el número 341:

«Un clavel va de viaje,

un clavel va viajando:

por las piernas, mar arriba,

por los pechos, mar abajo.

Un clavel va de viaje,

un clavel ya ha naufragado.

¿Qué será, qué no será,

que era rojo y ahora es blanco?».



De este modo si antes utilizabas el estilo barroco para las referencias eróticas, ahora lo hace con el estilo de canción popular, con un sesgo más picante.

Así el número 5, bastante explícito. Inusual para la época42:

«¿Qué tengo en la mano?

(¡Qué se te convierte en concha!)

¿Qué tengo en la mano?

(¡Que se te convierte en árbol!)

¿Qué tengo en la mano?

(¡Que se te convierte en hojas!)

¿Qué tengo en la mano?

(¡Que se te convierte en nardos!)».



Este poemario deriva luego hacia otros temas, contiene la eternización del símbolo del toro, que representa a la nación española, que siempre le acompañará como idea de la España desgarrada y gallarda.

En este poemario hay mucho sentimiento. No constituye un simple artificio. Es lo peculiar de Alberti: como en todos los miembros del 27 se trata de enmascarar en la belleza de las imágenes los sentimientos, pero de modo refractado, indirecta, implícitamente, pero clara, nítidamente, aparece todo un cosmos de sentimientos que es lo que confiere rango humano a su poesía. Esto lo aprendió posiblemente de su amigo Antonio Machado, así como en Juan Ramón el recurso a la belleza como forma de expresión de las ideas.

De este modo, apenas enmascarada por la distancia de la belleza de las imágenes y los símbolos, surge entre líneas, infiltrándose a través de las tiradas de versos, el sentimiento, la experiencia directa, profundamente humana del poeta. Esto confiere rango de pervivencia y eternidad a su poesía porque en el fondo tal vez lo que esperamos en la lectura de cualquier poeta es eso: la transmisión de un Sentimiento con mayúsculas, de una experiencia vivida, pero expresada con la suficiente dignidad, sin la inmediatez tosca de la expresión vulgar, prosaica y directa. El Sentimiento de Rafael Alberti nunca cae en el tono llorón y quejumbrosos, o en la confesión inmediata. Posee a la vez la gallardía de la belleza. Es un Sentimiento grande. Por eso he comentado antes que tomó la belleza de Juan Ramón y la profunda humanidad de Antonio Machado. Realizó una síntesis muy personal y variada, con múltiples registros siempre originales, de los dos referentes más importantes de toda la literatura española del siglo XX.

Por ello no extraña que un apartado de este libro se escriba en recuerdo de su amigo Antonio Machado, el titulado De los álamos y los sauces, que aporta sin embargo la imagen de la tristeza por la batalla perdida.

Entre el clavel y la espada es así uno de los mejores libros de la poesía española del siglo XX, y una de las tempranas cumbres de la obra de Alberti que aún hay que descubrir.

Notemos que termina con una frase de Víctor Hugo que define su intención, con precisa inteligencia siempre Alberti, muy consciente de lo que busca:

Chante l'amour à voix basse,

Et tous haut la liberté!».



Otra cumbre de la poesía de Alberti la representa el libro Pleamar (1942-1944), que también creo hay que redescubrir43. Véase, por ejemplo, la sección «Arión (versos sueltos del mar)».

Hay mucho sentimiento, mucha emoción en este poemario, que se transmite al lector de un modo diáfano y sencillo, a la vez trágico, porque refleja la tragedia interior del exiliado, a partir siempre de un tono lírico.

Aquí reflexiona de modo metaliterario sobre el propio arte poético44:

«Poeta, por ser claro no se es mejor poeta.

Por oscuro, poeta -no lo olvides-, tampoco».



Alberti es sin duda el poeta más variado del 27, posiblemente también el más moderno y actual. Cultiva la poesía lírica, surrealista, sencilla, de cancioncilla popular, barroca, irónica, cívica y de compromiso, ligera, compleja...; numerosos registros de una mente inquieta que nunca se satisface con el logro artístico obtenido y que crea un universo literario propio, profundamente original, profundamente coherente, profundamente hermoso y humano a la vez, siempre con una imagen tensa y sugerente que apunta y escapa para dejarnos una sensación libre en el espíritu.

Pero el poeta no puede abandonar su fascinación por la belleza, incluso en las duras circunstancias del exilio, y escribe esa increíble obra de arte que es A la pintura (1945-1952), intencionadamente dedicado a Picasso. Alberti, no lo olvidemos, es también un gran pintor, y aquí nos muestra ese amor por la pintura.

Lo hace con una estructura de composición perfecta, en la que hay poemas alternativamente dedicados a pintores, a medios e instrumentos de la pintura, y a los colores, reflejando como en un cuadro de planos cubista que se reitera todo el universo que rodea al pintor. Especialmente bellos los poemas que dedica a los colores. Una obra llena de lirismo y encanto, también de profundidad y belleza, expresada de un modo lírico y sencillo, con armonía, color y encanto.

Aunque aborda referencias culturales, no hay en este libro pedantesco culturalismo vacuo, sino que refleja el deleite por el arte y la cultura de un escritor que es sensibilidad en estado puro, como antes también había hecho con la música clásica en esta misma época.

Todo es muy verdad en Alberti, nunca se viste de oropeles vacuos, ni quiere epatar con falsos conocimientos al lector. Lo que no es emoción, emoción humana y estética -como dije antes- no le interesa.

Este libro muestra así una intensa fascinación por el Arte, hermanando poesía y pintura como antes hiciera también con la música. Canta tanto a los instrumentos del pintor -la retina, la paleta-, como a los grandes pintores -en retrato psicológico perfecto-, y recrea lo que aporta cada uno de los colores en poemas breves que ya había experimentado en Pleamar.

Su expresión es directa, inteligente y sencilla simultáneamente, y va unida al brillo metafórico y sorpresivo del mejor Alberti. Todo ello en un juego de planos cubista perfectamente estructurado que muestra sensibilidad e inteligencia simultáneamente en la composición.

En este libro se compendian todos los diferentes registros que he ido señalando en la poesía de Alberti. Es quizás su libro más acabado, y uno de los que mejor le define.

Coetáneo con este afán esteticista es el compromiso político de Signos del día (1945-1955), porque a Alberti tampoco se le puede concebir sin esta actividad ideológica, cualquiera que sea el pensamiento del lector que con él se enfrente.

Poemas de Punta del Este (1945-1956) nos muestra que esta época de los años 40 y 50 fue la más fecunda en el numen del poeta. Nos ofrece una lírica mucho más profunda y humana que por ejemplo Sobre los ángeles, en donde se ha enredado tanto la crítica.

Sin olvidar Retornos de lo vivo lejano (1948-1956). A releer el poema «Retornos del amor recién aparecido», en la sección «Retornos de amor»45. Un hermosísimo poema que nos ilustra que el concepto de erotismo que tenía Alberti en los textos anteriormente mencionados de Entre el clavel y la espada, se superan aquí hacia una dimensión mística y espiritual de un amor profundo, de compañero, de amigo, también obviamente de amante. Erotismo y amor se abrazan así en una conjunción perfecta que busca la felicidad, la verdadera felicidad personal. Alberti no es un autor de fácil inspiración erótica. El erotismo en él está encaminado hacia el amor, que es lo que lo define y lo que le confiere un sentido:

«Cuando tú apareciste,

penaba yo en la entraña más profunda

de una cueva sin aire y sin salida.

[...]».



Es un hermoso poema de amor, de los más singulares y densos que ha aportado nuestra literatura, tan rica en este sentimiento ya desde los tiempos clásicos.

Pero Alberti no olvida sus otros registros, y así vuelve al alegato social en Coplas de Juan Panadero (1949-1953). Y a la añoranza lírica de su Cádiz natal en Ora marítima (1953), que da nombre al pequeño chalet que le sirvió de morada en sus últimos años de vida en El Puerto de Santa María.

¿Y en lo relativo al tema que nos servía de guía para este breve viaje y repaso de la poesía de Alberti?

El erotismo de nuestro poeta está delimitado en una época de juventud, la de Entre el clavel y la espada. Luego trasciende este tema y lo convierte en otra cosa, en algo más espiritual, más profundo, más humano. Temas cívicos, éticos, sociales, trágicos, burlescos, humanos, estéticos y líricos se alternan en su paleta de pintor poeta. Y bajo todo ello, sin hacer alarde, tal y como quería el verso que antes recogía de Víctor Hugo, el amor a su mujer y a su pequeña hija Aitana.

Hay otro tema en Alberti, muy inusual en la literatura española si exceptuamos algún autor como Juan Ramón: el panteísta. Aparece claro en Baladas y canciones del Paraná (1953-1954), otro libro mágico que versa sobre la naturaleza de las tierras latinoamericanas que le dieron cobijo en su exilio, con el amor -una vez más- abrazado en el sustrato de este canto admirable a la tierra y al cosmos. Una visión panteísta y estética ajena al lamento fácil que como emigrado podía haber escrito. Por el contrario Alberti muestra el optimismo del vitalista que vive el instante, y lo canta y eterniza.

La forma de este poemario es la sencillez directa y profunda, afectiva y humana, con la que ya nos sorprendía en Pleamar.

Pero Alberti no cae en el narcisismo solipsista del panteísmo juanramoniano. Porque él siempre está al lado del hombre, al lado del pueblo. Véase por ejemplo el hermoso poema «Balada de la nostalgia inseparable»46:

«Siempre esta nostalgia, esta inseparable

nostalgia que todo lo aleja y lo cambia.

Dímelo tú, árbol.

Te miro. Me miras. Y no eres ya el mismo.

Ni es el mismo viento quien te está azotando.

Dímelo tú, agua.

Te bebo. Me bebes. Y no eres la misma.

Ni es la misma tierra la de tu garganta.

Dímelo tú, tierra.

Te tengo. Me tienes. Y no eres la misma.

Ni es el mismo sueño de amor quien te llena.

Dímelo tú, sueño.

Te tomo. Me tomas. Y no eres ya el mismo.

Ni es la misma estrella quien te está durmiendo.

Dímelo tú, estrella.

Te llamo. Me llamas. Y no eres la misma.

Ni es la misma noche clara quien te quema.

Dímelo tú, noche».



En el pensamiento heraclitiano que late en este poema hay lugar para el amor, amor al cosmos, amor al paisaje que nos alberga, amor a la amada que se ubica en ese ámbito y paisaje.

Alberti vuelve constantemente a los registros que ha ido creando desde su juventud como poeta, en una curiosa forma de ritornello que nos indica juega con los diversos modos de su poesía, los abandona y los recupera de modo distinto. Un hermoso, inteligente juego. Así escribe de nuevo canciones en este libro, aunque las dota de una mayor profundidad y sabiduría, como corresponde a su mayor experiencia humana. Son así de una mayor profundidad en su sugerencia clara.

A veces vuelve así al tema del erotismo, pero se trata más bien de un retrato de la soledad, así en «Canción 10»47:

«La soledad en la siesta,

te quiero decir, parece

una muchacha encendida,

una alta hoguera.

Los pechos, grandes, quemados,

y los cabellos, ardidos,

al cielo, altos.

Es la siesta.

La soledad en la siesta.

Vientre levantado al sol,

brazos tendidos y piernas.

Quiero decirte: muchacha

dormida, plena.

Fuego en el aire, y abajo,

la tierra.

Más que abrasada la tierra.

Es la siesta.

La soledad en la siesta».



No hay una fácil reescritura de lo ya hecho. El amor, el erotismo... y la soledad. Es un tema nuevo, y un modo nuevo, aunque dentro del mismo poliédrico y polimórfico estilo. Con más profundidad, con más sugerencia. El poeta se ha forjado como hombre y como escritor.

Frente al erotismo de su juventud a que me he referido en su momento, ahora canta al amor en el otoño («En el otoño -¡viva el sol!-, / en el otoño, amor. [...]»48).

Creo en fin que a Alberti no le han apartado de su camino de sinceridad valiente y honesta ninguno de las dos márgenes y riberas que son los dos polos entre los que oscila su poesía: ni la ideología ni la estética. Pocos poetas han podido jugar con estos dos extremos. Otros se han dejado guiar exclusivamente de uno de ellos. Alberti los compagina, como si jugara con ellos, como si viera la vida como un gran juego que oscila entre ambos extremos, y conjuga verdad y belleza de un modo absolutamente propio y personal. De este modo su visión lírica del mundo se establece entre esas dos riberas sin necesidad de exclusivismo en ninguna de ellas.

En fin, quizás después de los poemas compendiados en la edición citada de Losada por la que me he guiado, la poesía de Alberti entra en una fase de menor intensidad. Su ironía se despliega en Roma, peligro para caminantes (1964-67) y en Los ocho nombres de Picasso (1966-70). Pero quizás el mágico toque de la inspiración, que en un poeta se da solo en épocas doradas de su vida, es mucho más que el mero oficio de escribir. Y las épocas que he ido recreando en este repaso de la obra de Alberti, ya no se repiten. Como ya vio en su poema heraclitiano, no nos bañamos dos veces en el mismo río, y no hacemos dos veces la misma forma de poesía, ni la Poesía nos dota dos veces con su mágica luz.

En todo caso, la prosa final de las últimas entregas de La arboleda perdida, sí nos revelan la sensibilidad lírica de un poeta que ahora se expresa en prosa.

Y siempre, en todos sus escritos, en todos sus textos, Alberti nos muestra su lado más poderoso, profundo, entrañablemente humano.

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