Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

El ciclo de «Clarián de Landanís» (1518-1522-1524-1550)

Javier Guijarro Ceballos





Antes de desarrollar lo más significativo de un ciclo de libros de caballerías como el de los Clarianes, formado por cinco partes distintas, será oportuno asentar siquiera brevemente la sucesión cronológica de estos libros y su interdependencia, de tal modo que los comentarios y sugerencias posteriores puedan referirse de forma clara al ciclo entero, cuyo esquema sería el siguiente:

Esquema

Gabriel Velázquez de Castillo, vecino de Guadalajara, fue el autor del Libro primero de don Clarián de Landanís, publicado en Toledo por Juan de Villaquirán en 1518. Aunque el autor prometía, como suele ser habitual en el género caballeresco, segunda y tercera partes de su obra, dos autores distintos fueron los encargados de prolongar las hazañas del caballero sueco don Clarián de Landanís y de la corte alemana del emperador Vasperaldo, y de hacerlo además por caminos distintos, aunque anclados en el mismo punto de partida. Así pues, se presenta una situación nada anómala en la literatura cíclica: dos continuaciones distintas e independientes. De la misma forma que Francisco de Morais escribió su Palmerín de Inglaterra partiendo del Primaleón y sin conocer la continuación precedente, el Platir, del mismo modo que la Diana de Jorge de Montemayor tuvo dos continuaciones independientes, la Segunda parte de la Diana de Alonso Pérez y la Diana enamorada de Gil Polo, tenemos un Libro segundo de don Clarián de un tal Álvaro, médico del primer conde de Orgaz, y una Segunda parte de don Clarián de Jerónimo López, escudero hidalgo del rey de Portugal, don Juan III. El Libro segundo se publicó en 1522, también en Toledo y por Juan de Villaquirán, como el Libro primero. Por su parte, la única edición conservada de la Segunda parte remite a Sevilla y a la tardía fecha de 1550. Si tenemos en cuenta que el Libro tercero y la Cuarta parte de don Clarián, escritos también por Jerónimo López, se publicaron en 1524 y 1528 respectivamente, resulta evidente que estamos ante una anomalía en la transmisión editorial del ciclo, para la que se han ofrecido dos explicaciones distintas. Algunos autores han postulado que realmente la edición de 1550 es la primera edición de la Segunda parte de don Clarián. Lo que sucedió fue que esta Segunda parte circuló antes manuscrita, y se publicó sólo después de la aparición impresa de la tercera y cuarta partes. Creo sin embargo que sí hubo una edición previa, publicada entre 1518 y 1524, entre el Libro primero y el Libro tercero, de la que hoy no queda rastro alguno. Me apoyo para sostener esta opinión, especialmente, en dos detalles de la Cuarta parte. Jerónimo López va a retomar una aventura narrada en la Segunda parte, y dice así:

Bien os acordaréis cómo al tiempo qu'el noble rey Lantedón de Suecia para Noruega fue, como se cuenta en la Segunda parte de don Clarián, hojas cincuenta y quatro, para tomar consejo en el perdimiento de su hijo y del emperador Vasperaldo, en el camino halló un cavallero al través de una floresta que con él, sin conocerlo, quisiera hazer batalla. Pues agora vos quiero dezir quién era ese cavallero y la causa de su demanda


(fol. 73v).                


Efectivamente, esta aventura de Lantedón se cuenta en el capítulo 28 de la Segunda parte, y su resolución final se difiere hasta una continuación. Pero este anuncio aparece en el folio 55, no en el 54. Otro tanto sucede en el segundo caso:

En la Segunda parte de don Clarián, a hojas ciento e quarenta e cinco, se cuenta cómo Ermión de Caldonga se partió de la corte del Emperador en demanda del cavallero de Ungría que llevava las armas leonadas, el qual tan malamente avía herido en el Monte de las Espesuras al Rey de Polonia, su padre


(fol. 131v).                


Nuevamente, se trata de nuevo de un episodio que se dejó truncado en la Segunda parte, pero en la edición de 1550 aparece en el folio 139, y no en el folio 145, como se señala en la Cuarta parte. Es posible que estas remisiones tan concretas de la Cuarta parte se refieran precisamente a una edición de la Segunda parte hoy perdida, con una foliación distinta a la edición de 1550. Entiendo que no sería muy lógico por parte de Jerónimo López ofrecerle al lector de la Cuarta parte las páginas del manuscrito de la Segunda parte donde se iniciaba una aventura incompleta, y sí parece factible pensar que apunta a esa edición perdida que defiendo en esta exposición. Más complicado resulta decantarse por una publicación anterior o posterior a 1522, porque, tras la lectura detenida del Libro segundo y de la Segunda parte, no encuentro ningún detalle o pista que me permita señalar la influencia de una obra sobre otra. Ambas continuaciones parecen ignorarse mutuamente. El médico Álvaro y Jerónimo López retoman episodios, personajes y cabos sueltos comunes del Libro primero, y los desarrollan en sendas continuaciones con sus particulares preferencias, amplificándolos en ocasiones de modo diverso e introduciendo temas y aventuras novedosos de sesgo distinto. Cierro este capítulo bibliográfico con la simple mención de que Jerónimo López no cejó en su empeño de ofrecerle lecturas caballerescas al rey Juan III de Portugal: a este personaje regio dirige el Libro tercero de don Clarián, publicado en Toledo por Juan de Villaquirán, en 1524, y la Cuarta parte de don Clarián en 1528, publicada también en Toledo, aunque en este caso por Gaspar de Ávila. Reparen también en que sólo la Segunda parte de 1550 se sale del marco de la imprenta en Toledo, un dato que resalta su excentricidad dentro del ciclo.



I. En el «Prólogo» del Libro segundo de don Clarián de Landanís (1522), el autor encarece los méritos de su creación señalándole al conde de Orgaz, Álvar Pérez de Guzmán, que su actividad literaria

requiere ociosidad y desocupación de negocios e cuidados; requiere esso mismo entera memoria para recolegir gran número de nombres e vocablos diferentes e copia de hystorias, assí antiguas como modernas, sagradas como profanas; es menester también yngenio para inventar, gracia para ordenar, espressiva para hablar.



«Ingenio», «gracia» y «espresiva» son aptitudes relacionadas con las partes artis (ingenio para la inventio, gracia para la dispositio y «espressiva» para la elocutio). La peculiar forma de atender a la búsqueda de ideas sobre un tema determinado (inventio), a su adecuado ensamblaje (dispositio) y a su formulación lingüística (elocutio) determinan en cierto sentido las diferencias entre el Libro primero de don Clarián de 1518 y sus dos continuaciones independientes, el Libro segundo del médico Álvaro y la Segunda parte de Jerónimo López: diferencias temáticas, constructivas y formales.

Con el libro de caballerías de Velázquez de Castillo se introducen en la literatura caballeresca del Siglo de Oro temas novedosos: la profesora Sylvia Roubaud ha señalado la influencia del destinatario del Libro primero, Charles de Lannoy, en este libro de caballerías, cuyo protagonista parece recrear incluso en sus iniciales al distinguido caballero de Carlos V: C-L, Charles de Lannoy, Clarián de Landanís1. El marco de las aventuras es europeo, centro-europeo y septentrional para ser más exactos, y todas arraigan en la corte del Sacro Imperio Romano Germánico del emperador Vasperaldo. Velázquez de Castillo introduce en la literatura caballeresca una figura muy relevante de cronista, Vadulato de Bondirmague: cronista imperial y relator de fiestas cortesanas, al modo de los cronistas borgoñones. Velázquez de Castillo atribuye a éste y otros egregios cronistas imperiales una compleja red de obras históricas parciales que desbordan el tópico del manuscrito o la crónica fingidos de los que se traduce el libro de caballerías. Queda desbordado ese tópico porque no se trata sólo de una forma de desencadenar la narración caballeresca, sino también de una forma de arrimar ciertos episodios al discurso historiográfico2. La fecha de publicación del libro coincide exactamente con el primer viaje del joven Carlos V a España; este detalle, unido a las abundantes reflexiones que aparecen en el Libro primero de don Clarián sobre la sucesión imperial o traslatio imperii, ¿no nos permitirían hablar en cierto modo del primer libro de caballerías «carolino»?3.

El autor del Libro segundo, el médico Álvaro, sigue en lo fundamental las aventuras anunciadas en el Libro primero, es sumamente respetuoso con los caracteres de los personajes principales de la obra precedente y con el la geografía europea. Sin embargo, se interesa especialmente por el papel que desempeña la caballería hispano-goda en la corte imperial de Vasperaldo, gusta de insertar referencias a animales exóticos, algunos de ellos de difícil documentación, y ofrece abundantes pasajes relativos a la conversión de infieles. Estos rasgos tienen una significación especial cuando se consideran desde la ladera biográfica del autor; y hoy estamos ya en condiciones de relacionar autor y obra, ya que contamos con más datos sobre el médico judeo-converso Álvaro de Castro, probable autor del Libro segundo de don Clarián de Landanís4. Ese acercamiento biográfico no agota desde luego el interés de este libro de caballerías: me ocuparé también brevemente de la inserción de microrrelatos en la narración caballeresca, sobre todo de dos metamorfosis ovidianas contadas por el protagonista del libro, don Clarián, a su hermano Riramón de Ganaíl para aliviarle los rigores del camino.

La otra rama del ciclo de los Clarianes, formada por la Segunda parte, el Libro tercero y la Cuarta parte, tiene un único autor, el escudero hidalgo Jerónimo López. A lo largo de diez años, tomando como límites la publicación de la Primera parte de Velázquez de Castillo y de su Cuarta parte, Jerónimo López ofreció en tres ocasiones los frutos de su obra caballeresca al rey don Juan III de Portugal. Y da la impresión de que a lo largo de sus tres libros fue dosificando de distinta forma la presencia de elementos propios de la ficción sentimental, la importancia del entrelazamiento como soporte estructural del relato, el papel narrativo concedido a las profecías o el número de episodios mágicos y espectáculos cortesanos. Dosis distintas de estos elementos, pero para componer tres libros de caballerías que se ajustan singularmente al modelo caballeresco que es parodiado en el Quijote de Cervantes. Desde su primera entrega caballeresca hasta la última, las interpelaciones al destinatario de su obra, el rey don Juan III, son constantes; en la Cuarta parte se percibe un cierto desaliento del autor ante el poco interés que pareció demostrar el rey portugués por su creación literaria.





II. Antes del nacimiento del héroe del ciclo, don Clarián de Landanís, Velázquez de Castillo relata las hazañas de su padre Lantedón y su tío Gedres, hijos de Tanabel y Leandia, reyes de Suecia. En los torneos de Bergis, en Noruega, Lantedón y Damavela se enamoran; antes de casarse, Lantedón traba amistad con Vasperaldo, hijo de Macelao, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Nace entonces don Clarián, hijo de Lantedón, y poco después su fiel escudero Manesil. Educado junto a su primo Galián, hijo de Gedres, ambos corren distintas aventuras caballerescas, hasta que don Clarián se enamora de Gradamisa, hija de Vasperaldo. La emperatriz de Alemania, Altibea, convence al caballero sueco de que forme parte de la mesnada de los caballeros imperiales de Colonia. Para festejar la fecha de su coronación imperial, Vasperaldo convoca un extraordinario torneo, pero la gloria adquirida por el capitán de los defensores, don Clarián, no satisface por completo sus ansias de aventuras: abandona la corte colonesa en busca de nuevas hazañas, algunas de las cuales extienden el dominio territorial del Imperio alemán. El regreso del caballero a Colonia coincide con el afianzamiento de su relación sentimental con Gradamisa. Entre éste y su próximo reencuentro en el Castillo Deleitoso de la maga Celacunda, hermana de Vasperaldo, mediará el extraordinario episodio de la Gruta de Hércules, un descenso a los infiernos del que don Clarián renacerá afamado y dueño de la valiosa Espada de la Esmeralda o de Hércules. Tras derrotar y conocer a su hermanastro Riramón de Ganaíl, don Clarián asiste en Colonia a las cortes convocadas por Vasperaldo ante el inminente ataque del rey Cosdroe de Persia. Sin embargo, un primer problema, más acuciante, le afecta personalmente: el reino de Suecia ha sido invadido. En este punto del relato, con el viaje de don Clarián y sus caballeros más estimados en socorro del rey Lantedón, concluye el primer libro, con promesa de una segunda y tercera partes que vieron la luz en pluma ajena.

El libro está dedicado a Charles de Lannoy, señor de Santzelles, caballerizo mayor de Carlos V, miembro del Toisón de Oro y futuro virrey de Nápoles. La dedicatoria ensalza las virtudes del noble caballero borgoñón que acompañó al joven Carlos V en su primer viaje a España en 1517: como señala el propio Velázquez de Castillo,

Si ésta es obra de cavallería, ¿a quién puede ser así justa y devidamente enderezada como a vos, ilustre y muy magnífico señor que tan grandemente en la facultad que en los tiempos de ahora es dada avéis usado e usáis de la caballería? Y de esto da muy claro testimonio la gran gracia, desenvoltura, ligereza y denuedo que vuestra señoría tiene en el ejercicio de las armas, lo cual mostráis y avéis mostrado bien abierta y conocidamente en los torneos, justas, pasos y otras cosas en que os avéis hallado, en todo lo cual os traéis e avéis avido con tanta gracia y ventaja sobre otros que da causa a que de los estraños de vuestra nación seáis loado y se os dé renombre. Pues las burlas cessando, vuestra persona se ha mostrado tan valerosa en las batallas, reencuentros y otras cosas que se os an ofrecido que abiertamente hacéis verdadero lo que arriba tengo dicho


(Libro primero de don Clarián, «Prólogo»)5.                


La expresión «pues las burlas cesando» sugiere un cierto grado de complicidad entre autor y destinatario, un cierto grado de intimidad adquirido tal vez durante los torneos celebrados en Valladolid en homenaje al recién llegado Carlos V, en los que Lannoy tuvo ocasión de romper lanzas con su Rey6. De cualquier modo, no es un factor determinante un conocimiento personal y estrecho entre Velázquez de Castillo y el miembro del séquito de Carlos V: Velázquez de Castillo supo situar su libro de caballerías en un marco geográfico reconocible para el flamenco Lannoy; logró presentarle brillantes torneos, ficticios, sí, pero con esa normativa y reglamentación tan estricta que imperaba en los torneos borgoñones del tiempo; o intentó plantearle digresiones históricas sobre el Imperio alemán como un eco de las expectativas imperiales del séquito borgoñón.

Es probable que la conjunción de estos detalles otorgara al Libro primero de don Clarián el característico perfil que lo individualiza entre otros libros de caballerías aparecidos en esa época. Su novedoso marco geográfico orienta el mundo ficticio en un sentido distinto al del mundo bretón amadisesco; el mismo golpe de timón aleja el relato del ámbito mediterráneo y norteafricano (presente en el Floriseo de Bernal o el Lepolemo de Alonso de Salazar, por ejemplo) y del espacio constantinopolitano (presente en Las sergas de Esplandián, Tirante el Blanco o Palmerín de Olivia, por citar algunos). Plantea unas expectativas novedosas en la producción caballeresca temprana, relacionadas en mi opinión con el binomio Charles de Lannoy-Carlos V que gravita sobre la creación novelesca de Velázquez de Castillo. A la elección imperial de don Clarián en el Sacro Imperio y a la propuesta de la escena europea como vasto campo de proezas caballerescas debieron corresponderle un determinado foco de intereses culturales, sociales o políticos, del mismo modo que la recreación del viejo tópico de la corte constantinopolitana en algunos libros de caballerías se vio revitalizada, en la transición del siglo XV al siglo XVI, por las aspiraciones del rey Fernando en el mundo mediterráneo.

La geografía clarianesca apunta a otros intereses, responde a otras exigencias. Carlos V mantuvo siempre una activa política internacional con zonas de Europa alejadas del mundo hispano. En el caso de Dinamarca y Suecia, estuvieron motivadas por la política matrimonial de los Habsburgo, que había emparentado a la hermana de Carlos V, Isabel, con Cristián II. Estas decisiones afectaban especialmente al «lado flamenco» de Carlos V, pues en ellas siguió las líneas políticas marcadas por las relaciones de los Países Bajos y el Imperio con los estados nórdicos, zonas a las que los Duques de Borgoña y su abuelo Maximiliano habían prestado atención especial. La mayor parte de los libros de caballerías se orientaron hacia dos polos: por una parte, y desde la pérdida de Bizancio, algunos recrearon casi utópicamente Constantinopla, como punto de partida de la aventura oriental; otros libros de caballerías se decantaron por el Mediterráneo occidental como marco geográfico de las aventuras, a través de una aventura caballeresca de tendencia «occidentalizante», más cercana a la ortodoxia francesa, bretona. El primer libro del ciclo de los Clarianes se encamina decididamente al Norte -incluso, como se mostrará después, al más gélido Septentrión, hasta el punto de que la profesora Silvia Roubaud ha sugerido la posibilidad de considerarlo como una verdadera «novela septentrional» avant la lettre.

Si bien es cierto que los tradicionales Constantinopla e Imperio Griego aparecen en la obra dedicada a Charles de Lannoy, Velázquez de Castillo prima esa «internacional caballeresca», si se me permite la expresión, centrada en torno al Sacro Imperio en un ámbito netamente europeo y nórdico (Alemania, Países Bajos, Polonia, Dinamarca, Noruega, Suecia, Hungría, Lituania, etcétera). Y esa nueva orientación «nórdica» y «europea» que enmarca las aventuras del Libro primero de don Clarián responde a un conjunto de intereses imperiales muy distintos a los de los Amadises o Palmerines. La prueba de que reorientación geográfica, traslatio imperii y época inicial de Carlos V en España van de la mano, creo que pueden ofrecerla las interesantes digresiones sobre el Imperio que aparecen en el Libro primero de don Clarián: en ellas, en un complicado árbol genealógico donde parecen fundirse datos históricos, medias verdades y tal vez flagrantes patrañas, Velázquez de Castillo recrea ficticiamente, a la mayor gloria de la estirpe Carolina (y por tanto, de Charles de Lannoy, a quien dirige este excurso pseudohistórico), una base legendaria y novelesca que conecta indisolublemente los orígenes del imperio alemán previo al período de Carlomagno, continuado por los Otones y culminado por el linaje de Carlos V, una transmisión cortada por la aparición del imperio carolingio. Todos estos saberes históricos los atesora una figura muy relevante en el Libro primero: el cronista imperial Vadulato, a quien el emperador Vasperaldo mandó también «poner por escripto estensamente las grandes fiestas que en su corte se hizieran», con un perfil de relator de fiestas muy novedoso en el género. Velázquez de Castillo recreó con especial dedicación tanto la figura de este singular cronista como las fases de redacción y traducción de su obra histórica, que les resumo brevemente. Para perpetuar en la memoria de sus sucesores los nobles hechos de los caballeros imperiales, el emperador Vasperaldo solicitó de ellos que, en una obra distinta de su crónica personal, se anotaran todos aquellos sucesos dignos de memoria. El encargado de compilar estos testimonios fue el cronista imperial Vadulato de Bondirmague, obispo de Corvera; la continuidad de esta práctica testimonial originó la historia en ocho volúmenes titulada Speculum militiae. De este corpus, Vadulato entresacó los hechos más relevantes de don Clarián y otros caballeros, compilando el libro Gloriosa facta magni imperatoris, traducidos al alemán por Demón de Nuremberga. Tras esta vulgarización al alemán, aún se establece un estadio más en la transmisión de la crónica fingida; la adaptación al italiano por Federico de Maguncia, obispo de Lanchano. Así pues, la historia de don Clarián, vertida al castellano por Velázquez de Castillo, deriva finalmente de la versión italiana. Esa compleja transmisión ficticia de la crónica cortesana del emperador Vasperaldo, con las referencias a traducciones múltiples, interpolaciones en la transmisión, obras históricas paralelas, enmiendas de probables interpolaciones espúreas, etc., implica un grado más de ficcionalización frente al precedente amadisesco, y tiene cierto sabor de humanismo erudito.





III. Al final del Libro primero, don Clarián y sus buenos compañeros de la mesnada del emperador Vasperaldo de Alemania viajaban hacia Suecia para socorrer al rey Lantedón. Otro autor, un tal físico Álvaro, retomó este viaje para iniciar su Libro segundo de don Clarián, que se publicó en 1522 en Toledo. Lo único que conocíamos hasta hace poco del autor de este libro de caballerías era su profesión, médico, y su servicio en la casa del primer conde de Orgaz, Álvar Pérez de Guzmán. Con tan exiguos datos resulta difícil indagar sobre el autor de la obra, pero algunas circunstancias han permitido asociar a este desconocido Álvaro con un médico judeoconverso llamado Álvaro de Castro. En esta identificación se apoyan algunos de mis comentarios.

El médico judeoconverso Álvaro de Castro pertenece a la rama conocida por el sobrenombre Abolafia, de la nobilísima familia hebrea de los ha-Leví. Este miembro de la familia Abolafia, que nació entre 1465-1475, se convirtió al cristianismo entre 1492 y 1497-1498. La relación del médico Álvaro de Castro con Álvar Pérez de Guzmán, primer conde de Orgaz, es muy anterior a la fecha de publicación del Libro segundo de don Clarián. Autor de tres libros medicinales (Ianua vitae, Fundamenta medicorum y Antidotarium), hoy podemos consultar esas obras gracias sobre todo al nieto de Álvaro de Castro, el insigne humanista Álvar Gómez de Castro, que legó a la biblioteca toledana los tres manuscritos de su abuelo. Estos datos deberían matizar esa imagen tan recurrente de la escasa formación intelectual de los autores de libros de caballerías. Las críticas de los humanistas del siglo XVI no pueden aplicarse omnímodamente a todos los autores caballerescos. Álvaro de Castro, João de Barros, Jerónimo de Urrea, Damasio de Frías, Antonio de Torquemada o Jerónimo Huerta, entre otros, no eran «componedores por la mayor parte, personas idiotas y sin letras, que nunca estudiaron latín, ni griego, ni arte, ni filosofía, ni matemáticas, ni leyes, ni otras disciplinas de donde se aprende ciencia verdadera», dicterios que lanzó contra los escritores de libros de caballerías Gracián de Alderete en el prólogo a su traducción de las Moralia de Plutarco, publicadas en 1571.

La autoría defendida para el Libro segundo de don Clarián permite en segundo lugar analizarlo desde una situación privilegiada con respecto a otras ficciones caballerescas del tiempo. Si se acepta esta identificación, puede efectuarse con garantías la extrapolación de los datos que aportan distintos estudios científicos y biográficos sobre el médico al estudio literario de su libro de caballerías. Por ejemplo, la presencia en el libro de caballerías de pasajes sobre animales exóticos, de difícil documentación, responden al interés de Álvaro de Castro por la historia natural: de hecho, es muy significativo que ciertos nombres de animales, no documentados en las fuentes léxicas más socorridas para la investigación, sí aparezcan recogidos en sus manuscritos médicos. Otro ejemplo: la abundancia de episodios referentes a la conversión de infieles. Y no sólo esas conversiones masivas e impersonales al estilo de la materia carolingia, sino la conversión interior de personajes que ven la luz de Cristo desde el raciocinio y la convicción íntima, o a través de la fuerza de unos milagros que se describen morosamente en pequeños relatos hagiográficos.

Entre los rasgos temáticos que caracterizan este libro de caballerías en la producción peninsular temprana, sobresale indudablemente la importancia concedida a la caballería hispano-goda. Momentos antes de participar en la batalla contra los enemigos persas del emperador alemán, don Clarián se encuentra con veinticuatro caballeros españoles que acudieron al campo de batalla animados por la posibilidad de conocerlo y movidos por la bula del papa Inocencio II (también se desplaza a Alemania un ejército español capitaneado por Gridolfos de Lara, condestable del rey León de España). Desde ese momento, combaten al lado del príncipe sueco, destacando sus hazañas entre los caballeros y tropas que militan en el ejército imperial. En un capítulo posterior, Espinel de Claraboy, en compañía de sus compañeros godos Gridolfos de Lara, mosén Clavor Datramolla y micer Garellán Delpo, logra prender al rey persa Cosdroe. Renaldo de la Salda evita poco después la muerte de Vasperaldo, frustrando un intento de magnicidio. Micer Garellán y otro caballero español, mosén Escabrel, liberan al conde Gufret de Peraça y a su hija Bricencia, y más tarde, Valeriano del Ojo Blanco, conde de Asta, caballero godo español, socorre a Delfanje de Avandalia en sus tierras, somete los ducados rebeldes a la férula imperial y restablece en el trono de Constantinopla a Eraclio. Pienso que la exaltación de la caballería hispana en la ficción caballeresca está connotada por uno de los debates más candentes en la España de aquella época: la presencia hispana en la política imperial de Carlos V. Para un lector coetáneo, el siguiente pasaje del Libro segundo suscitaría probablemente un eco de intensa actualidad; el emperador Vasperaldo y don Clarián dialogan con el español Espinel de Claraboy, que acaba de prender al rey Cosdroe de Persia:

-Soberano señor, dad gracias a este alto cavallero por el gran servicio que oy os ha hecho, que sabed que, si con imperio quedáys desta hecha, este buen cavallero es la causa dello.

El Emperador dixo:

-Por cierto, a él y a todos cuantos aquí están soy yo en mucho cargo, y los que de mí vinieren.

Don Clarián le dijo:

-A éste más que a ninguno.

-¿Por cuál causa? -preguntó el Emperador.

Don Clarián le dixo:

-Porque éste por su sola mano mató al rey de Persia, defendiéndole la llegada más de veinte mil lanzas e otras tantas espadas.

El Emperador como lo oyesse, abrazándole le dixo:

Santa María valme, e d'España me estava a mí profetizado tanto bien!

Espinel le dixo:

-Señor, no menos servidores tenéis vos en España que en Alemania, pues vuestro gran estado e merecimiento lo obliga.

El Emperador le echó los braços encima e le dixo:

-Assí es ya mayor la deuda que devo a España que Alemania.



No pretendo forzar este pasaje con un comentario historicista desenfocado, pero tengo la impresión de que las alusiones a la presencia activa de los caballeros españoles, el agradecimiento de Vasperaldo a España o la constatación de que el Emperador cuenta con tantos servidores en España como en Alemania reflejaban inquietudes bien presentes en la Toledo de 1522. Este diálogo del Libro segundo de don Clarián se sitúa en un año (1522) en el que, en mi opinión, era evidente el sentido de propuesta implícita que ocultaba el pasaje: la defensa del protagonismo hispano en la política imperial y de una estrecha dependencia del Emperador con respecto a un reino como el español que, en definitiva, era uno más entre otros que afectaban a la política de los Habsburgo. Pienso que esta conexión es la que puede explicar el rasgo tan novedoso de la presencia de caballeros españoles en la historia (en una palabra, el «nacionalismo español» del Libro segundo de don Clarián)7.

El interés del Libro segundo de don Clarián no se agota con el análisis biográfico e histórico de ciertos episodios ficticios. Álvaro de Castro aviva los diálogos de sus personajes con abundantes refranes y frases sentenciosas. En los casos en que el contexto dialógico es humorístico, ciertos pullazos recuerdan los intercambios de donaires de las facecias del Siglo de Oro. La figura de Vadulato, el cronista fingido que tuvo tanta importancia en el Libro primero de don Clarián, queda muy oscurecida en esta continuación. Esta dato se relaciona en mi opinión con el recurso ficcional empleado por Castro para desencadenar el relato, que tiene un evidente sabor celestinesco: el autor declara en el «Prohemio» de la obra que el Conde de Orgaz trasegó por Sevilla, Toledo y Valladolid con treinta hojas de una historia comenzada por otro, buscando quien la continuase, hasta que su médico aceptó el reto. El recurso, muy original en los libros de caballerías, recuerda la carta de «El autor a un su amigo» de La Celestina de Fernando de Rojas, autor con el que probablemente avecindó Castro en la Puebla de Montalbán y que atesoró entre sus libros una «segunda parte de don Clarián» que bien pudo remitir a este libro de caballerías. La narración caballeresca de Álvaro de Castro sigue de cerca la disposición estructural del Libro cuarto del Amadís de Gaula y de Las sergas de Esplandián (precisamente los que muestran una mayor presencia en la tarea refundidora de Montalvo frente al Amadís primitivo). En esta historia de considerables dimensiones, con una linealidad y cohesión narrativas reseñables, se introducen algunas digresiones, ligadas con distinto grado de ilación al relato principal de las aventuras del héroe o de los personajes secundarios. Utilizando términos que han sido aplicados al estudio de las historias intercaladas en el Quijote cervantino, el Libro segundo de don Clarián ofrece tanto «episodios», bien trabados en la historia principal y con una determinada función narrativa dentro de ella, como «digresiones». Una de las «historias breves» insertas en la narración principal presenta grado cero de conexión con el argumento del libro y su desarrollo narrativo: las «ficiones poéticas» o fábulas que cuenta don Clarián a su hermano Riramón de Ganaíl para entretenerle durante un largo viaje a Tesalia (una «digresión» pues en la terminología propuesta para las historias intercaladas en el Quijote). Se trata de las metamorfosis ovidianas de Latona, Ino, Sémele y de los padres de estas dos últimas, Cadmo y Ermíone. Este episodio digresivo tiene en mi opinión una importancia considerable. En la prosificación de Álvaro de Castro se aprecian ya la prioridad otorgada a la narración y al desarrollo lineal del argumento, la concentración de la acción y la carencia de elementos descriptivos frente a la fuente ovidiana, datos que caracterizarán posteriormente el tratamiento de la fábula en la traducción en prosa de las Metamorfosis debida a Jorge de Bustamante, publicada veinticuatro años después (en 1546) o la poética de la «patraña» de Timoneda en la adaptación de las «novellas» italianas.





IV. Otro autor, de talante muy distinto al de Álvaro de Castro, continuó el Libro primero de don Clarián en una Segunda parte totalmente independiente del Libro segundo. Se trata de Jerónimo López, escudero hidalgo del rey don Juan III de Portugal, del que lamento no poder ofrecer dato biográfico alguno. Las obras, independientes, de Álvaro de Castro y de Jerónimo López, ateniéndose en principio a los mismos cabos tendidos desde la obra inaugural del ciclo hacia una posible continuación, demuestran cómo la poética caballeresca podía conducir a resultados muy diversos. Frente a la narración lineal de Castro, López se decanta por la estructura narrativa del entrelazamiento; si el primero estructura la mayor parte de las aventuras en torno a un héroe centrípeto, y éstas en torno a conflictos bélicos que las aglutinan, López aleja a sus protagonistas de la corte imperial colonesa y los encamina hacia las típicas aventuras de errancia, de las que rinde cuenta el relato caballeresco en pequeños microciclos, protagonizados sendos caballeros. La alternancia entre estos microciclos se realiza mediante las fórmulas típicas del entrelazamiento.

El distinto «ingenio» para la inventio y «gracia» para la dispositio de Álvaro de Castro y Jerónimo López determina la fisonomía divergente de sus dos creaciones, manifestada también en la forma concreta de reconducir la historia del Libro primero. Castro prolonga con nuevas aventuras la vida heroica de personajes presentes en el Libro primero; López, por su parte, introduce rápidamente el nacimiento de Floramante de Colonia, hijo de don Clarián y Gradamisa, de tal modo que con éste una nueva generación de caballeros arrebata el protagonismo narrativo a sus progenitores -desencadenándose al mismo tiempo la inserción de nuevos capítulos entrelazados. Indisolublemente unida a la diferente poética con que los autores desarrollan sus relatos ficticios, la polionomasia (la adquisición de distintos sobrenombres caballerescos, muy sonoros y vistosos, por parte de un mismo protagonista) escasea en el Libro segundo y prolifera en la Segunda parte; repárese por ejemplo en los distintos sobrenombres con que aparece Floramante de Colonia, asociados regularmente con la adquisición de nuevas armas heráldicas y divisas que lo caracterizan durante un tramo del relato: Doncel de la Extraña Maravilla, Caballero de la Peligrosa Aventura, Caballero del Tigre o Caballero del Sagitario. Entre tantos personajes que se distribuyen el protagonismo del libro, con tantas aventuras distintas protagonizadas por cada uno de ellos, el lector podría perder el norte del desarrollo narrativo propuesto por Jerónimo López: a modo de plantilla, el sentido del quehacer caballeresco de Floramante viene dado por las abundantes profecías de tono animalístico y hermético que adelantan sus aventuras. Las profecías pautan la trama de aventuras y engranan en el relato los abundantes pasajes sobrenaturales: frente a lo que sucediera en el Libro primero de Velázquez de Castillo y, sobre todo, en el Libro segundo de Álvaro de Castro, las intromisiones de los magos en la historia son constantes, en su doble categoría narrativa de auxiliadores u opositores de los personajes principales y de enunciadores prolépticos del relato, y abundan los episodios maravillosos de encantamientos, metamorfosis y magia diabólica, natural o artificial.

La intersección de aventuras de errancia mediante la técnica del entrelazamiento origina una creciente complicación estructural a lo largo de la Segunda parte de don Clarián, patente en la acumulación de los «cabos sueltos», mediante fórmulas del tipo «como en la tercera parte se cuenta», «como se dirá en la tercera parte», etc. Jerónimo López ofrece más de una veintena de cabos sueltos tendidos hacia una posible continuación. Cuando este autor emprende la escritura del Libro tercero, sus intereses creativos -y una reorientación estructural que luego comentaré- le llevan a continuar el relato caballeresco siguiendo sólo algunos de los cabos sueltos de la Segunda parte, mientras que muchos otros quedan sin el desarrollo prometido. Al final del Libro tercero, el propio narrador, en boca del ficticio «trasladador» de la historia, les confiesa lo siguiente a unos lectores tal vez perplejos, tal vez defraudados en sus expectativas:

Algunos habrá que, leyendo la presente historia, no con poco espanto querrán decir el yerro que se ha hecho en no declarar los grandes fechos de los caballeros de la casa del emperador don Clarián, porque así en la Primera parte como en la Segunda se ha dicho que, lo que allí se dejaba de contar, más largamente se diría en la Tercera parte. A esto digo que, así como la memoria de los buenos caballeros no se debe perder, del mismo modo la mano no debe dejar de poner por escrito aquello que, de no ponerse por escrito, se podría tener por mengua. Mas porque los que esta historia leyeren no me culpen, os hago saber que así estas caballerías de los caballeros de la casa del emperador don Clarián, como los amores de Floramante de Colonia y de Lidamán de Ganaíl, y así mismo las grandes maravillas del Caballero del Bastardo Animal, como otras muchas proezas, están escritas en la Crónica del muy valiente cavallero Lidamán de Ganaíl [...], la cual yo tiraré del lenguaje alemán en el castellano para que los lectores hayan placer y toda la obra con entera conclusión se remate.



La presencia de Jerónimo López en el ciclo clarianesco supone la penetración en el tejido narrativo del verso, si bien sus poemas se ven lastrados por esa merma que detectaba don Quijote en el género: «Verdad es que las coplas de los pasados cavalleros tienen más de espíritu que de primor». Estimo que ningún libro de caballerías precedente concedió tanto margen a la expresión poética sentimental; capítulos enteros están articulados sobre poemas cuyas formas, retórica y contenidos apuntan a la novela sentimental (incluso la mise en page de ciertos tramos del libro -véanse por ejemplo los capítulos 53-55- recuerda la de la novela sentimental). Los conflictos amorosos desbordan con creces la dimensión que tenían en el Libro primero de Velázquez de Castillo y el Libro segundo de Álvaro de Castro. Jerónimo López arrima la construcción narrativa y la disposición formal de los pasajes sentimentales al modelo de la novela sentimental. Por ello, en el poema final de la Segunda parte, el «trasladador» de la historia insta al lector a que repare en su libro con estos versos:


oye, lector, con sobra de celo,
mira y relee aqueste tratado
de armas, amores, assí matizado.







V. En el Libro tercero de don Clarián de Landanís encontramos de nuevo la temática y la retórica sentimental, el interés por los episodios maravillosos o la técnica del entrelazamiento, pero con un peso específico en la obra distinto al que tenían estos mismos factores en la Segunda parte. La historia recupera inicialmente aventuras del libro anterior de Jerónimo López; tal y como se había prometido en la Segunda parte, en los seis primeros capítulos del Libro tercero se relatan aventuras de Floramante de Colonia; entre los capítulos 7 y 18, se narra el encantamiento de don Clarián por Daborea y la conquista de Colonia por el traidor Palamis de Hungría, al que derrota finalmente Garçón de la Loba. A partir de ese momento, coincidiendo con la aparición en el Libro tercero de Deocliano, hijo de Garçón de la Loba, se produce un giro radical en el desarrollo de los episodios: las aventuras de Deocliano, bajo los apodos de Caballero del Leopardo, Caballero de la Triste Figura, Caballero del Rayo, Caballero Dorado y Caballero de la Maravilla, centran el interés preferente de la narración entre los capítulos 28 y 108. El tramo final del Libro tercero contempla el nacimiento, educación y vida heroica de los hijos de Garçón de la Loba y de Deocliano, Protesilendos y Florimán.

Aunque López relata aún hechos simultáneos en el tiempo mediante las fórmulas típicas del entrelazamiento, en el Libro tercero se decanta por la sucesión de bloques narrativos, centrados cada uno de ellos en una serie de caballeros que asumen su protagonismo y capitalizan las aventuras y los conflictos sentimentales. Estas secuencias aglutinan más capítulos que en la Segunda parte, detalle que, unido al relativo protagonismo otorgado a Garçón de la Loba y su hijo Deocliano, explica que muchos de los cabos sueltos de la Segunda parte quedaran sin su prometido cierre, carencia de la que era plenamente consciente el narrador, como se comprobó al final del Libro tercero en ese fragmento que se citó anteriormente.

Sin embargo, la mayor linealidad de la narración en el Libro tercero de don Clarián no aminoró la importancia narrativa de las profecías como esquemas anticipatorios del desarrollo de las aventuras. En López se intuye un esquema narrativo de causalidad estable: número de episodios entrelazados y número de profecías son directamente proporcionales; bloques narrativos de mayor linealidad y número de profecías son inversamente proporcionales. En una palabra, en el Libro tercero las profecías referidas a los caballeros protagonistas son de mayor alcance, porque estos caballeros capitalizan durante más capítulos aventuras y episodios sentimentales. Las consecuencias de este uso narrativo de las profecías son muy diversas e importantes. En primer lugar, al lector hay que recordarle de vez en cuando que un determinado hecho en la historia supone el cumplimiento de un anuncio de la profecía que lo anunciaba desde tiempo atrás; o en clave narrativa, que se ha culminado ya una parte del relato que aparecía pergeñado proféticamente y anunciado de forma proléptica. Así, por ejemplo, cuando se relata la conversión de Almúcar y sus tropas turcas, recuerda el narrador:

Hágoos saber que no quedó ninguno que por amor dél luego no se hiziessen christianos porque en todo la primera parte de la profecía de la sabia Meliota fuesse cumplida


(fol. 178v).                


«La primera parte de la profecía»: referida a un personaje de fuerte protagonismo novelesco, en su afán comprehensivo abarca el desarrollo de tantos capítulos, de tantos hechos caballerescos, de tanta historia por narrar, que debe dividirse en «partes». La profecía se convierte en un índice de aventuras, y cuando éstas se materializan narrativamente remiten a las «partes» del mensaje profético: aquí se cumple la primera parte de la profecía, aquí la segunda, etc. Pero las consecuencias de este uso narrativo de las profecías rebasan en el Libro tercero la pura estructura narrativa y afectan a otros aspectos, literarios e ideológicos. Cada vez que se materializa narrativamente en el relato fingido una parte del contenido profético, da la impresión de que se avala en el plano ideológico la veracidad del mensaje profético y el cumplimiento de las siguientes partes, que aún no han sido materializadas. Por ejemplo, una doncella de la sabia Meliota le dice al emperador don Clarián:

Mi señora te manda dezir que, si tienes bien en la memoria la profecía postrera que te embió cuando los dos infantes Florimán e Protesilendos fueron por ella tomados del poder de la mala Dariola, que te acuerde bien que la primera parte es ya toda cumplida, lo cual muy a la clara has tú ya visto. E assí te haze a saber que no pasará mucho tiempo que la otra segunda parte será cumplida


(fol. 215r).                


De este modo, si sobre la Segunda parte se dijo que el sentido del hacer caballeresco de Floramante de Colonia venía dado por las abundantes profecías, en el Libro tercero lo que las profecías anuncian es el «padecer» de los caballeros protagonistas, porque en cierto sentido carecen de voluntad propia o de libre arbitrio: su función es volver verdaderas las profecías que se refieren a ellos. Y Jerónimo López no ignora esa apariencia de determinismo que ofrece su libro, del que se justifica constantemente subordinando ortodoxamente las profecías -e indirectamente el desarrollo de la historia- al plan concebido por Dios.

Otro elemento constante en López que aparece dosificado de forma distinta en sus libros de caballerías es la importancia de lo sentimental. En su Libro tercero, prescinde de los poemas insertos en la Segunda parte; los pasajes sentimentales siguen teniendo importancia, aunque se aligeran, la tópica amorosa que los sostiene y la retórica con que se escriben no difieren de la obra precedente, pero el molde prioritario es la prosa, no el verso. El marco geográfico europeo ya no es el Norte hacia el que apuntaban Libro primero, Libro segundo y en menor medida Segunda parte. Las aventuras de Deocliano a partir del capítulo 63 del Libro tercero transcurren sobre todo en islas de contornos difusos y nombres misteriosos, hasta que la aparición de los héroes Florimán y Protesilendos marca un punto de destino reconocible y legendario en el mapa caballeresco: la reconquista de los Santos Lugares.





VI. En cierto sentido, el origen narrativo de la Cuarta parte de don Clarián debe buscarse en la Segunda parte y no en el Libro tercero. Como el mismo López anunció a los lectores al final de éste, algunas aventuras inconclusas de la Segunda parte que no habían tenido su prometido remate se relatarían en la Cuarta parte (las proezas de Lidamán o Vitoraldo, por ejemplo). Por todo ello, la conclusión del ciclo de los Clarianes reparte su protagonismo entre el linaje imperial de don Clarián y, en menor medida, la caballería griega de Garçón de la Loba y sus descendientes, triunfante en el Libro tercero. A Lidamán de Ganaíl, hijo de Riramón y sobrino pues de don Clarián, se le dedican los capítulos iniciales de la Cuarta parte (1-15), donde corre aventuras con el sobrenombre caballeresco de Caballero de los Espejos, el mismo asumido por el bachiller Sansón Carrasco para combatir con don Quijote de la Mancha (II, 14). Después, el hijo de don Clarián y de Leristela de Tesalia (15-21, 34-39, 49-50) irrumpe en el relato, a despecho del silencio que padeció en el Libro tercero. Estos dos, con Floramante (22-33), Lindián de Bolduque (40-42) o Filortán del Fuerte Brazo (44-46), pertenecen al linaje de don Clarián; pero la caballería griega se enaltece en el tramo final del libro de caballerías con las hazañas de Deocliano, Protesilendos y Florimán. En apretada síntesis, éste es el desarrollo de la Cuarta parte, y de él puede inferirse el empleo de una estructura narrativa muy semejante a la desplegada por López en el libro precedente.

Sujeto tal vez a las variaciones particulares del gusto literario de su destinatario, a las generales de su contexto o, simplemente, a una poética endógena que surge del mismo proceso de elaboración de sus tres novelas, el itinerario creativo de Jerónimo López semeja una línea sinuosa de experimentos novelescos ensayados y desestimados. Ni siquiera los hitos se estabilizan en mezclas de proporción constante; las tres contribuciones al género caballeresco áureo recurren a ciertos recursos narrativos y retóricos, a determinados temas y motivos literarios predilectos que las identifican; pero en su sucederse, varía la importancia otorgada en cada obra. Es el caso por ejemplo de las profecías: presentes en todos los Clarianes de López, su número y hermetismo decrecen en la Cuarta parte. La inserción de poemas, desde la saturación de la Segunda parte, ha disminuido sustancialmente en el Libro tercero y se ha reducido en el cuarto al «Romance de las Siete Doncellas» (fol. 47r) y a los motes que lucen los defensores y aventureros que participan en las brillantes fiestas del matrimonio de Floramante (capítulos 29-30). Otro tanto sucede con la multiplicación de intertítulos en el texto; arribado a la Cuarta parte, López escasamente resalta la inserción de unas cartas (fols. 37v, 38r), unos «plantos» (fols. 82v, 132v) o algunos parlamentos amorosos (fols. 29v, 30v, 33r). El cronista Vadulato, a quien López concedió singular entidad como autor y personaje activo en la narración caballeresca en Segunda parte y Libro tercero, queda ahora privado de sus privilegios.

Si en todas sus contribuciones López concede especial dimensión a los divertimentos cortesanos, la Cuarta parte describe morosamente justas, torneos y espectáculos cortesanos. Cabe decir otro tanto del incremento progresivo de episodios maravillosos a lo largo de los tres libros de caballerías: tienen lugar las metamorfosis mágicas más espectaculares (caballos alados de fuego convertidos en basiliscos, caballeros en águilas, de estatuas de ídolos en caballeros o la transformación de un perro en recién nacido (fols. 18r, 63v, 64r, 99v), entre otras. Siguiendo el modelo del Descensus ad inferos de la Gruta de Hércules en Libro primero de don Clarián de Landanís, López le prepara a su hijo Floramante un sobrecogedor tour de force: el Laberinto del Caballero Vengador (caps. 24-25), episodio fantástico henchido de encantamientos, desencantamientos, metamorfosis de toda especie, cuevas infernales y cárceles subterráneas, en el que triunfa Floramante: «a mi parecer -sentencia un caballero tracio como testigo excepcional- que la grande aventura de la Gruta de Ércoles no igualava con ésta deste hazañoso laberinto, por donde Floramante merece más gloria e loor que su padre don Clarián» (fol. 68v).

La Cuarta parte de don Clarián (o Lidamás de Ganaíl) de Jerónimo López, publicada en Toledo en 1528, se abría con las confesiones del autor en el prólogo, de una desusada sinceridad en la tópica prologal del género caballeresco del Siglo de Oro. Tal vez de López pueda decirse aquello de que era un tanto llorón, como lo era Amadís de Gaula en opinión de maese Nicolás, el barbero del pueblo manchego de don Quijote. Pero lo cierto es que su prólogo nos devuelve la imagen de un Jerónimo López empeñado en satisfacer, aunque en vano, el gusto de don Juan III de Portugal, al que dedicó todas sus obras. Se adivina ya cierto cansancio y decepción al final de la Cuarta parte: si bien concluye besando las reales manos de Su Alteza el rey don Juan, quien quiera mostrar las hazañas de Vitasilao de la Jerosolima Empresa «junte la mano con el papel e tome alguna parte del gran trabajo que yo he tenido en sacar esta corónica del lenguaje alemán en el vulgar castellano». Para otros pues los desvelos literarios que a López no parecieron reportarle beneficio alguno.







Indice