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El asunto del número de arcos que componían realmente éste el más largo y original puente romano de Hispania fue, curiosamente, objeto de controversia, como indicó J. Bosarte en su informe para la RAH sobre las láminas de Manuel de Villena: «Es notable el número de arcos del Puente, para Velázquez 59, 60 para Villena; Moreno de Vargas, según Ponz, cuenta 64, él (scil., Ponz) cuenta aún más...». En efecto, A. PONZ (Viage de España en que se da noticia de las cosas mas apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella, Madrid, 1778-1794, t. VII, 108) dice: «él [scil. Moreno de Vargas] contó sesenta y quatro arcos, pero si no conté mal, me parece que son más...». TOMÁS LÓPEZ, geógrafo del rey, en su descripción de Extremadura (La provincia de Extremadura al final del siglo XVIII. Descripciones recogidas por Tomás López (1798), recopilación y estudio por G. BARRIENTOS ALFAGEME, Mérida, 1991, 297) afirma -basándose, sorprendentemente, en la respuesta de los propios emeritenses a su cuestionario de ese año- que tiene «72 ojos», mientras N. DÍAZ Y PÉREZ en 1887 anota 64, y el propio Campomanes cuenta nada menos que 80. En el moderno estudio del mismo, J. M.ª ÁLVAREZ MARTÍNEZ («El puente romano de Mérida», Monografías Emeritenses 1, Badajoz, 1983, 45) estableció que el puente tiene 57 arcos visibles y 3 semicegados (que reaparecieron recientemente), es decir, 60, tal como acertaron sólo Villena y A. E Forner (éste apud P. M.ª PLANO Y GARCÍA, «Ampliaciones á la Historia de Mérida de Moreno de Vargas, Forner y Fernández», Mérida, 1894, en: Historia de Mérida, Mérida, 1894 [8.ª ed.: Mérida, 19921, 33). Véase sobre todo ello en la op. cit. de nota 1, 108 con nota 342, y 149 con lám. XXXI.

 

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Esta frase, curiosamente, está omitida en la transcripción de Rodríguez Amaya. El molino de Pancaliente continúa hoy en el mismo lugar donde ya aparecía en los dibujos de Valdeflores, hacia 1752.

 

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Aquí parece haber una contradicción con respecto a la frase anterior, que puede ser efecto de la copia. Quizá sea en este punto donde el conde de Campomanes hace gala de un mejor conocimiento técnico en este tipo de obras.

 

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Se refiere, naturalmente, al de Madrid, vecino del Palacio Real.

 

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Como es bien sabido, la legua española equivalía a 5.570,70 m.

 

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Casi todos los monumentos citados pueden encontrarse con su bibliografía moderna en la obra de VV. AA. Conjunto arqueológico de Mérida. Patrimonio de la Humanidad, Mérida-Salamanca, 1994, y una serie de espléndidas láminas en color sobre ellos, datadas en 1791-1794 (esto es, pocos años después de que Campomanes los admirara), en las op. cit. en nota 1, passim.

 

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A. M.ª CANTO, art. cit. y M. ÁLVAREZ MARTí-AGUILAR, op. cit., ambos en nota 22.

 

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En efecto, también lo había sido en la faceta por la que Valdeflores es mucho más conocido y reconocido, la de historiador de la Literatura española. En Málaga, en 1754, publicó sus Orígenes de la poesía castellana, considerada una obra pionera en su campo y en la que acuñó el término «Siglo de Oro», de tanta fortuna posterior, para referirse al XVII. Sobre este interesante aspecto puede verse, por ejemplo, F. ABAD, «La constitución de las ciencias humanas en el siglo XVIII español», Actas del Congreso Internacional Carlos III y la Ilustración, t. III: Educación y Pensamiento, Madrid, 1989, 461-474 y, para «Luis Josef Velázquez», 465-467, y mi art. cit., 502 y 508).

 

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No es, por ello, exacto, como afirma G. MORA, que fuera Cándido M.ª Trigueros «el autor del primer proyecto oficial sobre recopilación de todas las inscripciones de España» («Historias de mármol. La arqueología clásica española en el siglo XVIII», Anejos de AEspA n.º XVIII, Madrid, 1998, 41), pues el de Trigueros, que fue su discurso de ingreso, data de 1792. Así que el suyo venía a ser por lo menos el tercero en el tiempo entre los proyectos «oficiales», siendo el primero y precursor el del marqués de Valdeflores y el segundo el de Campomanes, ambos 40 años antes; y aún sería el cuarto si tenemos en cuenta el del conde de Lumiares, de 1786, que será analizado en otro momento (cf. mi estudio citado de 1994, supra nota 22, 507).

 

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Se denominaban así entonces los memoriales y discursos sobre una materia concreta, apoyados en razones y documentos, cuando se acompañaban de proposiciones y súplicas dirigidas a una autoridad superior.

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