Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

«El Curioso Parlante» en «La Revista Española»: retrato del autor

José Escobar Arronis


Glendon College, York University



Muchas veces, en toda una serie de textos (artículos, prólogos y notas), expuso Mesonero Romanos sus ideas sobre el origen y el concepto de su propia literatura costumbrista. De estos textos, los tres primeros (entre 1832 y 1835, años iniciales de su producción) constituyen un testimonio de su quehacer literario más temprano, primero en las Cartas Españolas (1832) y luego en La Revista Española (1832-1833) y el Diario de Madrid 1835). El primero es el conocido artículo «Las costumbres de Madrid» (I, 37-39)1, del 5 de abril de 1832, recién estrenada su colaboración en las Cartas; el segundo es otro artículo, apenas conocido, titulado «El Curioso Parlante», que apareció pocos meses después, en el segundo número de La Revista Española, el 10 de noviembre del mismo año2, para continuar en este periódico la labor iniciada en las Cartas; y por fin, en 1835, las páginas preliminares (vii-xx) del Panorama Matritense3, en cuya edición reunió, en volumen aparte, los artículos de costumbres que hasta entonces había venido publicando en los periódicos.

Los tres textos, por su proximidad cronológica e intencional, están muy relacionados entre sí y exponen el programa costumbrista de Mesonero en la etapa inicial de su producción, por lo que hay que estudiarlos conjuntamente. Sin embargo, como el artículo de La Revista ha permanecido prácticamente desconocido, apenas ha podido ser tenido en cuenta por la crítica. De toda la serie original, fue el único artículo que excluyó el autor de la edición en volumen aparte. Emilio Cotarelo no lo menciona en su aparentemente exhaustiva bibliografía4 y no ha sido incluido en ninguna de las ediciones de las obras de Mesonero5. Me propongo aquí dar a conocer este importante texto, relacionándolo con los otros dos citados.

Desde que, el 12 de enero de 1832, apareció su primer artículo de costumbres, «El retrato» (I, 41-44), en las Cartas Españolas, Mesonero publicó regularmente esta clase de escritos en dicha revista hasta que dejó de publicarse para ser sustituida por La Revista Española. Las Cartas salen por última vez el 1 de noviembre y en el número final (núm. 76 se incluye el artículo de Mesonero «El camposanto» (I, 124-27), alusivo a la fecha. Pocos días después, el 7 de noviembre, sale a la calle el primer número de La Revista como continuación de la publicación anterior, adaptada a las nuevas circunstancias políticas. La enfermedad de Fernando VII y la consiguiente regencia de María Cristina exigían un periódico de mayores vuelos en que cupieran, aunque con muchas precauciones, los temas de actualidad política hasta entonces vedados de las publicaciones periódicas. Esto es lo que se desprende de la declaración programática, titulada «Al lector», que ocupa toda la primera página del número inicial.

La nueva publicación no quiere prescindir de las secciones amenas que tanto habían contribuido al éxito de las Cartas, especialmente de la dedicada a las costumbres, que llegó a ser «circunstancia indispensable para un periódico» (PM, xii). La Redacción anuncia que «bajo el lema de Costumbres aparecerán los bosquejos y escenas de la vida privada, tanto de Madrid como de las otras provincias de la Monarquía, de lo cual ya tiene hartas muestras el público en los artículos del Curioso parlante y del Solitario». Sin embargo, El Solitario no continúa sus artículos de costumbres en el nuevo periódico, sino que dedica las escasas colaboraciones que aparecen con su firma a temas políticos referentes a las nuevas medidas liberalizadoras del gobierno, como la apertura de las universidades y la amnistía. El lema de Costumbres queda en exclusiva para El Curioso Parlante hasta que abandone el periódico en abril de 1833 con motivo de un viaje al extranjero. Le sustituye Larra que venía encargándose de los artículos de literatura y teatro.

Con una referencia al plan anunciado por los redactores en el primer número, Mesonero publica en el siguiente, bajo el lema Costumbres, el artículo titulado «El Curioso Parlante» que constituye una recapitulación programática sobre la labor hasta entonces desarrollada en las Cartas con intención de continuarla en La Revista, según la concepción del género «cuadro de costumbres» expuesta en el artículo «Las costumbres de Madrid» aparecido en la primera publicación. El artículo va precedido del epígrafe de La Bruyère que después va a aparecer al frente de las sucesivas ediciones del Panorama y de las Escenas matritenses: «J'emprunte au public la matière de mon ouvrage; c'est un portrait de lui que j'ai fait d'après nature». Es toda una declaración de principios.

Lo que en este artículo intenta hacer no es un retrato del público, sino un retrato del autor en cuanto personaje ficticio -como tipo costumbrista él mismo- siempre presente en los cuadros desde la perspectiva inventada que lo sitúa como observador por encima de la multitud que le sirve de modelo, ora «discurriendo con gravedad sobre los vicios y los errores de los hombres, ya riendo a mansalva de sus ridiculeces y manías» (24). El Curioso Parlante utiliza el recurso literario iniciado por Addison con su Spectator y que en España ya tenía una larga tradición desde mediados del siglo XVIII a partir del Duende Especulativo, El Pensador, El Censor; recientemente lo habían adoptado otros escritores tamo Larra con su Duende Satírico del Día o el redactor del Correo que caracteriza al personaje que hace de autor con el nombre de El Observador. Aunque Mesonero no podía ignorar estos antecedentes nacionales, en este artículo, como luego veremos, sólo se refiere a la tradición extranjera, siempre empeñado en reivindicar la gloria de ser el primer escritor español en cultivar el género.

Como indica en este artículo, su modelo más inmediato es Jouy. La caracterización del Curioso Parlante, revestido de una malicia entre bonachona y suficiente, es en grandes rasgos la misma que la del Hermite de la Chausée d'Antin, cuyo «Portrait de l'auteur»6 le sirve de modelo en este artículo. Es, por lo tanto, un artículo más que hay que añadir a la lista confeccionada por H. Chonon Berkowitz7 de las dependencias del costumbrista español con respecto del francés.

Mesonero comienza su artículo dirigiéndose a los redactores de La Revista Española según el procedimiento empleado por Jouy en su «Portrait de l'auteur», y que ya habían utilizado antes de Mesonero El Viejo Verde y El Observador en el Correo Literario y Mercantil8. Consiste en referirse a las intenciones expuestas en el periódico de publicar artículos de costumbres y ofrecer sus servicios para llevar a cabo dicho plan, complaciendo a «una clase de lectores (no la menos racional, ni numerosa) que gusta más bien de la moral en acción que en discurso, y a quienes una narración sencilla, una pintura fiel o una crítica festiva, conmueve e interesa más que un sublime y metafísico discurso» (23). Define por primera vez sus cuadros de costumbres como «rasguños en que pretendo bosquejar ligeramente o a la aquada, las costumbres y usos actuales de nuestra Capital» (23).

Del mismo modo que Jouy se propone en La Gazette de France considerar «des objets qui nous environnent, des circonstances, des événements auxquels nous sommes le plus immédiatement intéressés» (art. cit., 2), Mesonero intenta «consultar en [sus] discursos las impresiones que en [él] producen los objetos que [le] rodean» (25-26). Lo que le interesa a Jouy es aplicable a las impresiones de Mesonero: «chercher les moyens de recueillir une foule de détails domestiques, de circonstances fugitives, d'événements journaliers auxquels il est impossible d'ajouter un nouveau degré d'intérêt en les rattachant à des souvenirs politiques ou littéraires ... on peut y puiser le sujet d'un grand nombre de petits tableaux dont l'histoire ne dédaignera pas faire un jour son profit: la fondation d'un nouvel établissement, les diverses destinations données à un ancien édifice deviennent souvent l'occasion de recherches et de rapprochements curieux. Tels sont les divers éléments dont nous avons l'intention de composer un Bulletin moral de la situation de Paris» (art. cit., 2-3).

Como L'Hermite, El Curioso Parlante, antes de continuar su tarea costumbrista en el nuevo periódico, considera oportuno decir unas palabras sobre su persona y su carácter para que los lectores sepan a qué atenerse. «Quelques mots -dice L'Hermite- sur ma personne, mon histoire et mon caractère, vous prouveront, je crois, que j'ai sinon le talent, du moins l'instinct de la tâche que je veux entreprendre» (ibid., 4). Y El Curioso Parlante: «Ante todas cosas y puesto que no sea del todo indispensable, será bien si he de continuar mi Panorama Matritense, decir a VV. y al público dos palabritas acerca de mi persona ... para que por ellas puedan sacar la consecuencia de lo que deben esperar de mí» (23-24).

De acuerdo con el retrato de L'Hermite, vejestorio de setenta años con ínfulas juveniles, Mesonero nos presenta en El Curioso Parlante el carácter típico del observador cargado de años, por más que quiera dejar en duda la fecha de su nacimiento9. El rasgo principal de su carácter es «un vehemente deseo de observar y leer en el gran libro del mundo» (24); un mundo circunscrito por su recalcitrante madrileñismo: «No se me verá alejarme en / mis observaciones / de Madrid y su rastro» (25).

Aunque Mesonero dejó olvidada en las páginas de La Revista esta descripción del retrato del autor, sin embargo sus rasgos se van a mantener constantes a lo largo de sus escritos hasta las Memorias de un setentón. Mesonero crea un personaje que le permite observar las costumbres de su tiempo con una aparente objetividad, que de hecho es una perspectiva ideológicamente conservadora, desde la cual juzga con una actitud crítico-moral la confusión de costumbres contemporáneas en un período histórico de cambio acelerado. Para El Curioso Parlante lo tradicional es la esencia de la nación, cuya fisonomía va quedando desfigurada por las influencias extranjeras.

Tanto en este artículo introductorio de La Revista, como antes en «Las costumbres de Madrid» y luego en el Panorama Matritense, Mesonero insiste en dar una explicación patriótica como motivo inicial de sus artículos de costumbres. En ellos se propone, según dice en las Cartas Españolas, «[vengar] al carácter nacional de los desmedidos insultos, de las extravagantes caricaturas en que le han presentado sus antagonistas» (I, 39), es decir, los escritores extranjeros.

En cuanto a las [costumbres] que se venden por de nuestra nación -dice en La Revista-, puede asegurarse que sin leer el título, y algún otro nombre propio, apenas habría un español que sospechase que se hablaba de su patria, por carecer absolutamente de toda verdad y del más ligero tinte del país: más bien creería que se trataba de algún estado del interior del África, si la pretendida importancia que se da a las rejas y celosías, la capa y la mantilla, la guitarra y el puñal le hicieran conocer que se ha querido hablar inocentemente de nuestra España.


(26)10                


El Curioso Parlante trata de combatir esta malintencionada caricatura «presentando sencillamente la verdad; oponiendo a aquellos cuadros falaces e interesados los coloridos del país, las acciones y dichos comunes a todas las clases, la naturaleza en fin, revestida con formas españolas» (26). Para ello se propone «no desdeñar por pequeña ninguna circunstancia que pueda conducir a encontrar la verdad» (27). Y concluye advirtiendo a los lectores que lo verán alternar la crítica con la alabanza, «consultando en todo la sola verdad» (28). Ya en Las Cartas había declarado que su intento era «merecer [la] benevolencia, si no por la brillantez de las imágenes, al menos por la verdad de ellas» (I, 39). Tanto insistir en la verdad revela una preocupación fundamental del costumbrismo de Mesonero, estudiada por Ermanno Caldera en su trabajo sobre «Il problema del vero nelle Escenas Matritenses»11. Caldera observa que «gran parte della sua produzione rivela un perenne conflitto fra vero oggettivo e vero ideale o etico» (pág. 106). La verdad que pretende ofrecer Mesonero es una verdad problemática derivada de la crisis de conciencia nacional que se refleja en el costumbrismo como testimonio de la transición social y política del antiguo al nuevo régimen. Lo que Mesonero considera la verdad significa una reivindicación casticista del carácter nacional, no sólo frente a las caricaturas extranjeras, sino también frente a las nuevas costumbres de sus compatriotas, afectadas por las modas foráneas.

Los madrileños, en general -según la semblanza trazada por Mesonero en su Manual de Madrid, publicado en 1831- «afectan las costumbres extranjeras y desdeñan las patrias» (III, 22). El Curioso Parlante, con nostalgia casticista, se propone pintar las costumbres de «carácter galohispano, peculiar del siglo actual, y que no han trazado ni pudieron prever los rígidos moralistas, o los festivos críticos que describieron a España en los siglos anteriores» («Las costumbres de Madrid», I, 37).

Carlos Seco12 ha observado que cuando Mesonero hace la semblanza del tipo madrileño en el Manual, busca sus modelos entre los representantes de la clase media madrileña. Esta clase es la que puebla sus cuadros de costumbres, adquiriendo un carácter protagonista, representativo de la «fisonomía particular» del país. Así lo declara en su artículo programático de la Revista Española:

La clase media por su extensión, variedad y distintas aplicaciones, es la que imprime a los pueblos su fisonomía particular, causando las diferencias que se observan en ellos. Por eso en mis discursos, si bien no dejan de ocupar su debido lugar las costumbres de las clases elevada y humilde, obtienen naturalmente mayor preferencia las de los propietarios, empleados, comerciantes, artistas, literatos, tantas otras clases como forman la medianía de la sociedad.


(27)13                


Mesonero describe la clase media según categorías profesionales que no sólo proporcionan los tipos de sus cuadros de costumbres, sino también sus posibles lectores. Alternando la crítica con la alabanza, el costumbrista se identifica con la clase cuya idiosincrasia pretende interpretar. Su costumbrismo madrileñista refleja una mentalidad conservadora sobre la que se sustenta la reforma política del moderantismo liberal. Naturalmente que esta clase «compuesta de empleados o proletarios decentes», como dice Larra, no iba a hacer la revolución burguesa. Para ello hubiera sido necesaria la burguesía que Larra echa de manos: una «clase media, industrial, fabril y comercial» que en España sólo existe en pocas ciudades, como Barcelona y Cádiz14.

Otra cuestión apuntada por Mesonero en las Cartas Españolas, y que ahora expone con detalle en La Revista se refiere a la corriente literaria que se propone seguir en sus cuadros de costumbres. En la primera publicación había declarado que se proponía «ensayar un género que en otros países han ennoblecido las elegantes plumas de Addison, Jouy y otros» (I, 39). Aquí es mucho más específico:

¿Cómo renunciar por lo menos a la gloria de ser el primero que haga conocer en nuestro país un género embellecido por las elegantes plumas de Addison, Johnson, Steele, Prévost, Jouy, Sterne, Colnet, Touchard-Lafosse, Dupré-St. Maure y otros en Inglaterra y en Francia? Admirador entusiasta de sus bellas producciones, no he podido resistirme al deseo de seguir su ejemplo presentando nuestras costumbres en su actual estado, y adornando [sic., debe de ser «adaptando»] para ello el mismo plan que aquellos al pintar el de sus países, esto es, por medio de artículos independientes y sin forma de novela seguida; pero al mismo tiempo que me confieso imitador del género puesto a la moda por el inmortal autor del Ermitaño de la calle de Antin, he huido cuidadosamente de copiar ideas y pensamientos, y sí solo consultar en mis discursos la impresión que en mí producen los objetos que me rodean.


(25-26)                


¿En qué medida pudo influir cada uno de los autores de esta lista, algunos de ellos hoy completamente olvidados, en su producción literaria? No cabe duda de la influencia de Jouy, destacado por nuestro costumbrista como modelo de sus artículos. Como indica Montesinos, se diría que Mesonero trabajaba con el libro de Jouy abierto sobre la mesa15. ¿Hacía lo mismo con los otros autores que cita o solamente los nombra como representantes de una tradición literaria de la cual él se siente continuador? Refiriéndose a este pasaje del artículo de Mesonero, Georges le Gentil dice que nuestro costumbrista «se réclame de l'humorisme anglais, de Johnson, de Steele, d'Addison, dont l'oeuvre paraît avoir été mal connue des Espagnols qui la devinaient plus qu'ils ne la goûtaient, à travers les imitations et les contrefaçons de Touchard-Lafosse, Colnet du Ravel, Dupré de Saint-Maure et Jouy»16. Es muy posible que en 1832 conociera a estos tres ensayistas ingleses a través de Jouy, que los cita como antecedentes de su obra17. The Spectator (1711-12 y 1714), de Addison y Steele, que figura en el catálogo de la biblioteca de Mesonero es una traducción francesa de 185418, pero dos artículos de 1837 van encabezados por un epígrafe de Addison (II, 31 y 101). Steele podría haber sido incluido en la lista del Curioso Parlante como autor de The Tatler (1709), en el que también colaboró Addison. Ni Steele ni Johnson, autor de The Rambler (1750-52) y de The Idler (1758-60), aparecen en el catálogo de Mesonero. Sterne, también en francés, se halla representado en él (31) por el Voyage sentimentale à Paris (Paris, 1846).

En cuanto a los franceses de la lista, l'Abbé Prévost es autor de una obra periódica a la manera de The Spectator, titulada Le pour et le contre (Paris, 1733), citada por Jouy en el «avant-propos» de L'Hermite de la Chausée d'Antin, junto con las de Addison, Steele y Johnson19. De los muchos imitadores franceses de Jouy, Mesonero Romanos nombra a tres: G. Touchard-Lafosse, Émile Dupré de Saint-Maure y Ch. Colnet du Ravel. Del primero dice Émile de la Bédollière: «En 1820, époque de la vogue des Ermites, il publia une heureuse imitation du Diable boiteux de Lesage, le Lutin couleur de feu ou mes Tablettes d'une année, moeurs, politique, reputations en 181 et 1819»20. De Dupré de Saint-Maure hay dos obras en el catálogo de Mesonero (29): L'Hermite en Russie (París, 1829) y Perterbourg, Moscou et les provinces: observations sur les moeurs russes (París, 1830)21. De Colnet poseía Mesonero (29) L'Hermite du faubourg St.-Germain (París, 1825)22. Naturalmente, de quien más obras poseía Mesonero en su biblioteca (30) es de Jouy: dos ejemplares de L'Hermite de la Chausée d'Antin ; L'Hermite de Guiane (Suite de L'Hermite de la Chausée d'Antin); Guillaume le Franc-Parleur (suite de L'Hermite de la Chausée d'Antin); L'Hermite en province, L'Hermite à Londres. Les Hermites en prison23. Hay que añadir una traducción española: Diccionario de las gentes del mundo escrito en francés por un joven eremita (M. de Jouy), traducido (Madrid, 1820)24.

En los preliminares de la primera edición en volumen aparte del Panorama Matritense (1835), Mesonero repite los nombres de Addison, Prévost, Jouy, Sterne y Colnet y añade los de Mercier, Jal y Pablo Kock (xix). A Jal lo conocía Mesonero por sus colaboraciones en la obra colectiva Nouveau Tableau de Paris su XIXe siècle (Paris, 1834-35)25 que consta en el catálogo de su biblioteca (30). También colaboró en París, ou Le Livre des cent-et-un (Paris, 1831-1834)26. En estas dos colecciones de «tableaux de moeurs» participó igualmente Ch. Paul Kock27, del cual figuran en el catálogo citado (30) dos obras posteriores a los textos de que aquí tratamos: La Grande Ville; nouveau tableau de Paris, comique, critique et philosophique (Paris, 1842-1843)28 y Moeurs parisiennes (dos ediciones: París, 1839 y Bruselas, 1840)29.

Respecto a Mercier, ya hemos estudiado en otro lugar30 su influencia, junto con la de Jouy, en una serie de artículos aparecidos el año 1828 en el Correo Literario y Mercantil con el significativo título general de Costumbres de Madrid, que por un lado nos recuerda el título de Mercier, Tableau de Paris, y por otro los posteriores de Mesonero, Panorama Matritense y Escenas Matritenses, Mesonero tenía en su biblioteca (30) el Tableau de Paris en una edición de Amsterdam de 1792, en ocho tomos y lo cita en su artículo «Mi calle» (II, 20a). Además, el cuadro de costumbres «Un día de Madrid», incluido en el Manual (III, 24-25), se sitúa en la misma línea que «Les heures du jour» de Mercier31, «Paris à différentes-heures» de Jouy32, y «Las XXIV horas de Madrid» del Correo (núms. 375 y 376, 3 y 6 de diciembre de 1830).

Frente a tantos autores extranjeros, la tradición nacional aparece muy esfumada: «Y si [nuestra Capital] en los siglos XVII y XVIII prestó materia sobrada a los ingeniosos cuadros de el Diablo Cojuelo, Gil Blas de Santillana, y Enrique Wanton, ¿por qué no han de darla a los míos en el XIX tan fecundo y notable por su carácter particular?» (25). Como es sabido, el Diablo Cojuelo, a través de la versión de Lesage, se convierte en el símbolo de toda esta corriente extranjera con la que Mesonero se siente solidario. En cuanto a Enrique Wanton, se trata del seudónimo de un autor italiano del XVIII, Zaccaria Seriman, autor de un viaje imaginario de esos tan frecuentes en el siglo XVIII. Fue traducido por Gutierre Joaquín Vaca de Guzmán con el título de Viajes de Enrique Wanton a las tierras incógnitas australes, y al país de las monas: en donde se expresan las costumbres, carácter, ciencias, y policía de estos extraordinarios habitantes (Madrid, 1778). Seriman finge que traduce la obra del inglés al italiano. La versión española consta de cuatro volúmenes, de los cuales el tercero y el cuarto son suplementos añadidos por Vaca de Guzmán, en los que se satirizan costumbres españolas33.

En los preliminares del Panorama Matritense, Mesonero Romanos es más explícito en lo que se refiere a esta tradición nacional. Según él, «uno de los ramos más bellos de la literatura, y por lo tanto de los más cultivados por los escritores de todos los países, ha sido siempre la descripción de las costumbres y usos populares» (vii). En tres categorías agrupa nuestro autor los medios literarios de que dispone el ingenio humano para esta descripción: 1) el teatro; 2) «historias y novelas fantásticas... viajes descriptivos, cartas críticas, romances e ingeniosas poesías» (ix) 3) Y finalmente, en los dos últimos siglos, los periódicos «adoptaron el medio de presentar en ligeros artículos de costumbres las escenas animadas de nuestra moderna sociedad» (x). Según Mesonero, en las dos primeras categorías la literatura española puede ofrecer eminentes ejemplos. En el teatro Lope de Rueda, Naharro, Lope de Vega, Calderón, Tirso, Moreto, Alarcón, Zamora y Cañizares, y en los tiempos modernos Moratín, Ramón de la Cruz, Gorostiza, Bretón de los Herreros, Gil y Zárate, Larra y otros. En el segundo grupo nombra a Cervantes, Fernando de Rojas, el autor de Gil Blas de Santillana, Vélez de Guevara, Mateo Alemán, Enrique Wanton, Cadalso, el P. Isla y «por último... el festivo Quevedo, el ingenioso Góngora y el satírico Iglesias, manejaron admirablemente la poesía española en la descripción de las costumbres populares» (xii).

Y añade: «Únicamente el último de los medios adoptados por los escritores de otros países para la pintura moral de la sociedad, por medio de artículos sueltos insertos en los diarios, ha sido descuidado en nuestro país, por la sencilla razón de ser en él poco comunes aquellas publicaciones periódicas» (xii). Con los artículos que en 1832 empezó a publicar regularmente en las Cartas Españolas se propuso llenar este vacío: «Va para tres años -escribe en 1835- que un curioso de esta corte, en quien un sentimiento de amor patrio pudo más que el profundo convencimiento de su insuficiencia para tamaña empresa, se decidió a acometerla... con el objeto de dar a conocer en nuestro país un nuevo género» (xv-xvi). Recordemos que tres años antes, en la Revista Española había dicho que no podía «renunciar por lo menos a la gloria de ser el primero que haga conocer en nuestro país un género» cultivado en los periódicos, fuera de España, por una serie de escritores ingleses y franceses. Pero si entre los seguidores de Addison en el siglo XVIII cita al francés Abbé Prévost, ¿por qué no nombra a Clavijo y Fajardo, ni a Cañuelo, autores respectivamente de El Pensador (Madrid, 1762-1763 y 1767) y El Censor (Madrid, 1781-1787)? A Emilio Cotarelo34 la explicación le parece sencilla: el olvido en que había quedado en España este género al entrar el siglo XIX. La verdad es que los artículos de costumbres no dejaron de cultivarse35 y que El Curioso Parlante aparece en su primer artículo («El retrato», I, 42) como lector de El Corresponsal del Censor, revista redactada por Santos Manuel Rubín de Celis entre 1786 y 1787, en cuyos artículos en forma epistolar, Montgomery36 señala recursos que Mesonero Romanos y Larra utilizarían cincuenta años después. Además, el primero de ellos poseía en su biblioteca (49) una edición en cinco tomos de la revista de Clavijo y Fajardo, que con el título de El Pensador matritense se publicó en Barcelona en 1890. Claro que no sabemos en qué fecha la adquirió, pero en todo caso hay que hacer notar que Mesonero, en las repetidas declaraciones que solía hacer en las sucesivas ediciones de sus artículos -la última de 1881-, nunca se refirió para nada a la corriente periodística nacional del género iniciado por Addison, manteniendo siempre que con sus artículos de las Cartas fue el iniciador de esta corriente en España.

Jouy, aunque reconoce antecedentes nacionales, también reivindica el papel de iniciador en su propio país: «Ce genre d'essais n'avait point de modèle en France», afirma en el «Discours préliminaire» de sus Oeuvres Complètes37. Y añade:

Mercier (auquel je rends d'ailleurs toute justice) ne pouvait en servir. Fertile en observateurs de l'homme et de la société, la littérature française qui opposait avec un si juste orgueil Montaigne, Molière, Labruyère, Duclos, Voltaire, Montesquieu, Varvenargues, aux philosophes moralistes de tous les temps et de tous les pays, n'avait trouvé personne qui voulût ou qui daignât, à l'exemple d'Addison et de Steele, consacrer sa plume à peindre sur place et d'après nature, avec les nuances qui leur conviennent, cette foule de détails et d'accessoires, dont se compose le tableau mobile des moeurs locales.


Si Mercier no le sirve, tampoco le valen, según él, los imitadores franceses de Addison, como el citado autor de Le pour et le contre, o Marivaux, autor del Spectateur français (1722-1723):

L'abbé Prévost, Marivaux et leurs imitateurs, ont fait, si j'ose m'exprimer ainsi, de l'esprit et de la morale, à propos des moeurs: mais ils ne paraissent pas s'être astreints à retracer celles de leurs contemporaines: il n'y a rien de déterminé, rien de local dans leurs peintures: le site est de tous les pays; les personnages sont de tous les temps. Je me suis tracé un cadre moins vaste; et, pour compensation de tous les avantages que ces écrivains ont sur moi, j'ai pris sur eux celui de la vérité, ou du moins de l'à-propos. Je dessine ce que je vois; je trace des caractères que j'ai sous les yeux: et, pour être plus sûr de la ressemblance, je moule mes figures sur la nature vivante.38


Sin duda, era esta modalidad del «tableau de moeurs» de Jouy («le tableau mobile des moeurs locales») la que pretende imitar Mesonero («bosquejar ligeramente o a la aquada, las costumbres y usos de nuestra Capital»). En el artículo de La Revista Española no vacila en confesarse «imitador del género puesto a la moda por el inmortal autor del Ermitaño de la calle de Antin». Tampoco en esto fue el primero. Aunque con poco éxito, ya lo había intentado El Observador en la referida serie de artículos «Costumbres de Madrid», publicados durante 1828 en El Correo Literario y Mercantil, bajo la dirección de José María de Carnerero, director luego de las Cartas Españolas y La Revista Española39.






El Curioso Parlante40

«J 'emprunte au public la matière de mon ouvrage; c'est un portrait de lui que j'ai fait d'après nature».

La-Bruyère                


Quiero saber de VV., señores Redactores de la Revista Española, si en la veinte y cuatro columnas de su nuevo periódico quedará algún lugar para que yo, Juan Declarante, pueda seguir comunicando a VV. mis observaciones sobre las costumbres de la Capital, según lo hacía en las cesantes Cartas Españolas? -Dicen VV. que sí, y que es muy conforme a la idea que tienen formada de reunir en su periódico la utilidad con el deleite? ¿Convienen también conmigo en que hay una clase de lectores (no la menos racional, ni numerosa) que gusta más bien de la moral en acción que en discurso, y a quienes una narración sencilla, una pintura fiel o una crítica festiva, conmueve o interesa más que un sublime y metafísico discurso? ¿Y aun añaden VV. ¡oh bondad! que esos juguetes de mi pobre fantasía, estampados hasta aquí en las Cartas Españolas, han logrado su aceptación y benevolencia, y acaso la del indulgente público? Si ello es así, señores Redactores, ingrato sería yo a tamaño favor, si dejase de continuar comunicando a la Revista esos rasguños en que pretendo bosquejar ligeramente o a la aquada, las costumbres y usos actuales de nuestra Capital.

Pero ante todas cosas y puesto que no sea del todo indispensable, será bien, si he de continuar mi Panorama Matritense, decir a VV. y al público dos palabritas acerca de mi persona (circunstancia, entre paréntesis, que debí haber llenado en un principio) para que por ellas puedan sacar la consecuencia de lo que deben esperar de mí, y así conociéndome y conociéndonos, ni el público, ni VV., ni yo tendremos motivos de quejarnos ni llamarnos a engaño, sino estar y pasar los unos por el humor de los otros y los otros por el de los unos.

Yo, señores míos, nací en Madrid, según lo afirma entre otros autores el señor Cura de la Parroquia de san Martín, en el libro de Bautizos del año de... pero tate, que el año de mi nacimiento no le quiero decir, sino dejarlo en duda para mayor pena de los curiosos mis sucesores; quizás ellos adivinen a justo cálculo la edad que ahora me luce, pues por lo que a mí toca no dejo de tener en ello mis dudas; porque las circunstancias que me rodean me hacen a veces creer que he vivido más años que lo que reza mi credencial, si bien otras veces me juzgo tan niño que creo que he menester andadores. Así que no hay porqué insistir sobre el punto de la edad, pues no sacarán de mí nada en claro, sino que ora me verán presentarme con casacón y coleta, ora con espolines y lente, y discurriendo con gravedad sobre los vicios y los errores de los hombres, ya riendo a mansalva de sus ridiculeces y manías.

Tal es mi carácter: hanle formado así la ocupación y el trabajo continuados; la ventajosa situación en que me ha colocado la suerte para poder comunicar con todas las clases de la sociedad; y más que todo, un vehemente deseo de observar y leer en el gran libro del mundo; y como por otro lado y según alguno ha dicho acertadamente el que no ha salido de su país no ha leído más que la primera página de aquel libro, yo, que por desgracia me hallo en este caso, he tenido que circunscribir mis observaciones a esta primera página, razón por la cual no se me verá alejarme en ellas de Madrid y su rastro, si bien dentro de este círculo no temo ejercer mi jurisdicción crítico-moral. Pero ¿qué campo más vasto para el anteojo de un observador que el de una Capital? ¿Dónde hallar más movimiento, más vida, importancia mayor? Y si la nuestra en los siglos XVII y XVIII prestó materia sobrada a los ingeniosos cuadros de el Diablo Cojuelo, Gil Blas de Santillana, y Enrique Wanton ¿por qué no han de darla a los míos en el XIX, tan fecundo y notable por su carácter particular? No a la verdad; no es la falta de materia lo que podría hacerme desistir de mi tarea; la falta sí del talento y de la ciencia necesarios para cumplirla. Mas por otro lado, si como es de creer, el transcurso del tiempo hiciere aparecer ingenios, que con las cualidades que a mí me faltan lleguen a alcanzar el lauro que yo estoy muy lejos de merecer, ¿cómo renunciar por lo menos a la gloria de ser el primero que haga conocer en nuestro país un género embellecido por las elegantes plumas de Addison, Johnson, Steele, Prévost, Jouy, Sterne, Colonet, Touchard-Lafosse, Dupré-St. Maure y otros en Inglaterra y en Francia? Admirador entusiasta de sus bellas producciones, no he podido resistirme al deseo de seguir su ejemplo, presentando nuestras costumbres en su actual estado, y adoptando para ello el mismo plan que aquellos al pintar el de sus países, esto es, por medio de artículos independientes y sin forma de novela seguida; pero al mismo tiempo que me confieso imitador del género puesto a la moda por el inmortal autor del Ermitaño de la calle de Antin, he huido cuidadosamente de copiar ideas y pensamientos, y el solo consultar en mis discursos la impresión que en mí producen los objetos que me rodean.

La especie humana es la misma en todos los países civilizados, y por lo tal se halla sujeta a las mismas virtudes y vicios, errores y ridiculeces; pero unos y otros toman un aspecto distinto según las leyes, las preocupaciones y los usos de cada país. Mr. de Jouy pintando las costumbres francesas con sus inimitables colores, dio a sus cuadros tanta originalidad como tenían aquellos en que Addison había pintado las inglesas en el siglo anterior; pero por desgracia no todos fueron Jouy y Addison, y los infatigables talleres literarios de París no tardaron en fabricar costumbres de Italia, de Suiza, de Grecia, de Rusia y aun de España, que en general no desmienten el sello de la fábrica. En cuanto a las que se venden por de nuestra nación, puede asegurarse que sin leer el título, y algún otro nombre propio, apenas habría un español que sospechase que se hablaba de su patria, por carecer absolutamente de toda verdad y del más ligero tinte del país; más bien creería que se trataba de algún estado del interior del África, si la pretendida importancia que se da a las rejas y celosías, la capa y la mantilla, la guitarra y el puñal no le hicieran conocer que se ha querido hablar inocentemente de nuestra España.

¿Cómo, pues, combatir las ridículas caricaturas prodigadas hace dos siglos contra nosotros? ¿Cómo destruir la impresión funesta que causan en la crédula multitud? Presentando sencillamente la verdad; oponiendo a aquellos cuadros falaces e interesados los coloridos del país, las acciones y dichos comunes a todas las clases, la naturaleza, en fin, revestida con formas españolas. No ocultar los defectos, no encarecer las virtudes, no alabar demasiado, ni criticar sin necesidad; observar los efectos, indagar las causas, subir de una en otra consideración hasta las más recónditas, y no desdeñar por pequeña ninguna circunstancia que pueda conducir a encontrar la verdad. Tal es el plan que me propuse, abrazando en la extensión de mis cuadros todas las clases; la más elevada, la mediana y la común del pueblo; pero sin dejar de conocer que la primera se parece más en todos los países por la frecuencia de los viajes, el esmero de la educación y el imperio de la moda; que la del pueblo bajo también es semejante en todas partes por la falta de luces y de facultades; en fin, que la clase media por su extensión, variedad y distintas aplicaciones, es la que imprime a los pueblos su fisonomía particular, causando las diferencias que se observan en ellos. Por eso en mis discursos, si bien no dejan de ocupar su debido lugar las costumbres de las clases elevada y humilde, obtienen naturalmente mayor preferencia las de los propietarios, empleados, comerciantes, artistas, literatos, y tantas otras clases como forman la medianía de la sociedad.

Sin querer, señores Redactores, me he apartado del estilo festivo en que empecé este artículo, para explayar mis ideas sobre la materia de que trato: mas no crean VV. que siempre haya de seguirle con la misma rigidez y gravedad. Yo estoy persuadido de que el estilo debe variarse según el asunto que se trata; cuando este es serio, el estilo debe serlo también, y cuando es festivo, debe explayarse con aquella sencillez, aquel gracejo, aquella facilidad difícil tan recomendada como rara de conseguir. Así que VV. me verán como hasta aquí alternar lo grave con lo sencillo, la risa con el llanto, la crítica con la alabanza y el encomio; consultando en todo la sola verdad, y procurando acreditar las palabras de La-Bruyère que adopté por epígrafe de este discurso. «El público me ha servido de original: mi obra es su retrato».



 
Indice