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El «Floriseo» de Fernando Bernal (1516) y su continuación, el «Reimundo de Grecia» (1524)



Cuando la organización del XXI Encuentro Edad de Oro, Libros de caballerías: textos y contextos, me solicitó la presentación del Floriseo de Fernando Bernal, mi primera determinación fue la de releer de cabo a rabo el relato del extremeño Bernal, una obra que, tiempo atrás y con el fruto de otras lecturas de libros de caballerías publicados en fechas cercanas a 1516, dio pábulo a una serie de reflexiones sobre el género caballeresco1. Esa determinación obedecía en primer lugar a las exigencias propias del encuentro Edad de Oro; el paso del tiempo desdibujaba el perfil de este libro de caballerías y, cuando uno se enfrenta con textos de estas dimensiones, no basta con emitir opiniones tan vagas como las del canónigo de Toledo, quien afirmaba que «aunque he leído, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los más [libros de caballerías] que hay impresos, jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cuál más, cuál menos, todos ellos son una misma cosa, y no tiene más éste que aquél, ni estotro que el otro» (Don Quijote de la Mancha, I, 47). Para no haberse leído más que «casi el principio» de no todos los libros de caballerías, creo que se le ha concedido ocasionalmente demasiada autoridad al célebre juicio del canónigo. Era pues preciso releer la obra de Bernal. Y hacerlo además por una segunda obligación autoimpuesta. La primera lectura del Floriseo me reveló un libro de caballerías muy original, más cercano al modelo de lo que Martín de Riquer definió como «novela caballeresca» que al egregio paradigma del Amadís de Gaula, orto del género caballeresco castellano del Siglo de Oro; sólo una relectura corroboraría, matizaría o refutaría algunos de los comentarios que vertí en una primera publicación sobre este libro áureo. La oportunidad de abrir el canon de los libros de caballerías a otros ejemplares menos favorecidos por la imprenta -y por la investigación posterior- no podía ejercerse a costa de obviar lo esencial, destacar lo marginal y presentar como una singularidad el resultado de un cúmulo de detalles peculiares hipertrofiados: esto sería «canonizar» el Floriseo -y ahora no hablo sólo del canon literario, sino de excesos en la valoración subjetiva de un texto- en virtud de un celo investigador mal entendido (el mismo que conduce al investigador en ciernes a subtitular «mi Floriseo» una obra ajena).

Llegado pues el momento de asumir la responsabilidad de presentarles el Floriseo de Fernando Bernal, comenzaré (I) por una breve mención bio-bibliográfica y (II) un resumen del Floriseo del Desierto, para luego desarrollar aquellos temas que me parecen de mayor interés en el acercamiento a este libro de caballerías: (III) el marco geográfico, eminentemente mediterráneo e insular; (IV) la importancia en el relato de personajes de baja extracción social; (V) el mundo de las armas y los combates, de marcado carácter «moderno», y la forma en que éste determina una etopeya del héroe y unas aventuras heroicas y sentimentales un tanto diferentes a las del modelo caballeresco del Amadís de Gaula y sus continuaciones «ortodoxas» y, finalmente, (VI) una reflexión sobre la exacta situación del Floriseo del Desierto en el género de los libros de caballerías del Siglo de Oro, que podría considerase o bien como una rara avis del género, o bien como una manifestación especial dentro de él, coincidiendo con otros libros de caballerías, publicados en fechas cercanas y en general de escaso éxito editorial, que entendieron y desarrollaron la narración de las aventuras del caballero andante bajo unos parámetros no siempre idénticos a los del modelo amadisesco. Para terminar mi intervención, (VII) les presentaré el Reimundo de Grecia, continuación del Floriseo del Desierto, un libro de caballerías que, tradicionalmente, también se había considerado obra de Bernal, aunque en mi opinión esta atribución es cuestionable. Los puntos básicos de análisis del Floriseo me servirán también para presentar en negativo el Reimundo de Grecia. Del cotejo de los dos libros de caballerías, comentados a la luz de unos criterios idénticos, creo que se desprenderá la conveniencia de ser prudentes a la hora de atribuir el Reimundo de Grecia a Fernando Bernal y sobre todo, y lo más importante, la necesidad de matizar el aserto de que todos los libros de caballerías del siglo XVI «cuál más, cuál menos, todos ellos son una misma cosa».

I. Son escasos los datos que poseemos sobre el autor del libro, Fernando Bernal; apenas los que aporta él mismo en el prólogo de su obra: Bernal era bachiller, originario de Extremadura, en concreto de Medellín, y dedicó su libro de caballerías a Pedro Fajardo Chacón, hijo de don Juan Chacón y de doña Luisa Fajardo. Su padre, don Juan Chacón, contó con el favor de la reina Isabel la Católica, hasta el punto de que los Reyes Católicos forzaron el matrimonio morganático de Chacón con la hija de Pedro Fajardo, doña Luisa, hecho que explica en parte el trastrocamiento de los apellidos del vástago del matrimonio, Pedro Fajardo Chacón, por mor de la conservación del mayorazgo de los Fajardo. Don Pedro Fajardo Chacón, progenitor de la rama de los Marqueses de los Vélez, recibió el marquesado por real cédula del Rey Católico en 1507, fue Adelantado mayor y capitán mayor del reino de Murcia, miembro del Consejo de los Reyes Católicos, Contino de su Casa y Grande de España. Como su padre, Pedro Fajardo Chacón contó con el apoyo de la reina Isabel, por cuya intercesión fue aceptado el joven en la elitista escuela nobiliaria dirigida por Pedro Mártir de Angleria, donde la juventud triunfante de los albores del siglo XVI se engalana de armas y letras2. Tal vez no fuera un simple tópico el fin al que aspira Bernal con su libro, según aclara la dedicatoria al culto Marqués:

No dexe suplico de verla, porque, aunque de su verdad se dude, de agradable bivo y compendioso no tiene duda, con todo lo cual podrá vuestra señoría a vezes recrear su ilustre ingenio del cansancio que en sus provechosos estudios le han puesto, lo cual no será poco útile para la mejor conservación de las viriles fuerças de su ingenio


(Floriseo, «Prólogo»).                


En cuanto a la historia editorial del Floriseo, como ocurre con otros libros de caballerías, ha ido cobrando, a lo largo de sus sucesivas entradas en distintos catálogos, estudios bibliográficos y literarios, una floración de ediciones perdidas, ediciones supuestas, traducciones y conexiones con otros libros de caballerías de las que muchas veces no dan cuenta los testimonios que conservamos realmente. Por ejemplo, se ha defendido una edición de 1517, o se ha relacionado temáticamente al Floriseo con el Don Florindo de Fernando Basurto y con el Polismán de Jerónimo de Contreras. Las relaciones del Floriseo con otros libros de caballerías pueden aclararse a medida que las obras son leídas en profundidad, ya que algunas de esas vinculaciones se filiaban a veces por la presencia compartida en obras distintas del nombre del caballero, «Floriseo»; sin embargo, más difícil se plantea la tarea de delimitar claramente qué referencias a ediciones del Floriseo, hoy desconocidas, son ediciones perdidas o «fantasmas bibliográficos». Partir de las evidencias actuales implica dar noticia de una sola edición del Floriseo en el siglo XVI, debida a Diego de Gumiel y aparecida en Valencia el 10 de mayo de 1516, y dar noticia de su único ejemplar, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid. Además, el libro no tiene relación de parentesco alguna ni con el Don Florindo de Basurto, ni con el Polismán de Contreras. Sólo tuvo pues una continuación, el Reimundo de Grecia, de la que nos ocuparemos después.





II. El Floriseo del Desierto está dividido en dos libros. Al inicio del Libro Primero, el narrador de la obra recupera, de las «istorias que hablan de la nobleza y antigüedad del Reino de Bohemia», la historia de Floriseo y de sus padres, Pirineo y Primacia, duques de Aquilonia y señores de Ostrina. Después de ver cumplido el deseo largamente anhelado del nacimiento de un hijo, Pirineo y Primacia deciden peregrinar a Tierra Santa y a Roma para agradecerle a Dios esta inesperada dádiva. Juntos se embarcan los padres de Floriseo y el niño recién nacido, una vez Pirineo ha conferido provisionalmente la autoridad a su hermano Priano y ha testado en favor de la sucesión de Floriseo en caso de fallecimiento. Parten acompañados tan sólo por sus servidores Solacio y Constancia, para así ocultar mejor su alto linaje, y visitan Tierra Santa sin contratiempo alguno. Mas, camino de Roma, naufragan en una isla deshabitada, donde Pirineo y Solacio son apresados por unos salvajes de la Isla de las Perlas, a los que poco después cristianan y acaudillan contra los deseos anexionistas del Soldán de Babilonia (Libro I, caps. 1-8). En la isla aguardan su regreso Primacia, Constancia y Floriseo, pero las dos mujeres padecen también cautiverio a manos de salvajes. Tiempo después, las parejas se reencuentran azarosamente; el matrimonio, en la corte de Babilonia, donde saben ganarse la estima del Soldán pese a su condición de cautivos; los servidores, Solacio y Constancia, en la Isla de las Perlas (caps. 9-12). A lo largo de estos años, el tierno Floriseo, abandonado y solo en la isla deshabitada, fue salvado de una muerte cierta por el ermitaño Graciano, quien lo trasladó a su eremitorio y educó en su infancia y primera juventud en las letras humanas y divinas. Pero ni la ciencia ni la teología embotan por completo el filo de un ímpetu vitalista y militante que le lleva a cortar las ataduras que lo ligaban a la contemplación eremítica: Floriseo manifiesta su intención de servir a Dios con su cristianismo secular, activo y voluntarista (caps. 13-16). Con el apelativo de Caballero del Desierto, Floriseo protagoniza distintas aventuras antes de reencontrar a sus servidores Constancia y Solacio (caps. 17-31). Como hiciera su padre, Floriseo capitanea a los insulanos en una nueva contienda que los enfrenta al Soldán de Babilonia (caps. 32-38). La victoria le reporta los primeros méritos con que ornar su panoplia de soldado linajudo sin herencia ni investidura caballeresca, a los que vienen a sumarse los contraídos tras su paso por la Isla del Sol (caps. 39-42), la Isla de Fortuna (caps. 43-47) o los ducados de Atenas y Tebas (caps. 48-57). Las tensiones con el Soldán de Babilonia degeneran en un conflicto de grandes proporciones cuando Floriseo se alía con el Duque de Alejandría, el converso Gregorio; si la captura del Soldán desencadena las hostilidades, una aplastante victoria de los aliados cristianos culmina la campaña militar y avalora las virtudes castrenses de Floriseo (caps. 58-75). La Soldana de Babilonia envía a su cautivo Pirineo como embajador ante Floriseo para que interceda por la libertad del Soldán, pero la diligencia del padre y la buena disposición de su hijo Floriseo no evitan la locura del prisionero, que se suicida en un arrebato de locura. La embajada diplomática permite al menos el reencuentro final de padres e hijo, si bien la anagnórisis da paso a una nueva peripecia cuando Floriseo expresa su intención de continuar sus aventuras en Constantinopla tras recibir la investidura como caballero andante (caps. 76-83).

A poco de iniciarse el relato de sus hazañas en el Libro segundo, el caballero Floriseo libera a la Reina de Bohemia del cautiverio de un jayán, si bien el rescate le obliga a un doloroso canje: la libertad de la Reina por la prisión de su corazón enamorado. El propio Floriseo se impone la pena y la redención: amarla y merecerla en la corte más afamada entre los caballeros andantes, Constantinopla (caps. 1-11). Desconfiado de su menguada fama, confirma su nombradía en distintas aventuras de la Isla Encantada (caps. 12-25), de manera que cumple el propósito de que su fama le preceda al llegar a la corte de Constantinopla. Allí se encuentra el norte de sus hazañas y deseos, la Reina de Bohemia, en cuyo favor dirige una larga y cruenta campaña militar contra el Infante de Bohemia, que se ha alzado traidoramente con el Reino (caps. 26-40). Las virtudes de Floriseo perviven en la memoria de sus parientes y amigos durante el largo cautiverio que sufre poco después en el Reino de India. La reina Laciva lo retiene encantado mediante ligadura amorosa, sólo rota por la tenacidad de su padre Pirineo y sus amigos, quienes, tras una laboriosa búsqueda, dan con su paradero. Apiadada de sus familiares -también satisfecho su prurito-, desencanta al caballero y permite el regreso de los extranjeros a la corte constantinopolitana. Tejido de más firmes sentimientos, el amor de la Reina de Bohemia aguanta incólume el inexorable paso del tiempo y grana en el nacimiento secreto de Reimundo de Grecia. Ni siquiera las presiones de los Emperadores de Constantinopla, que desean casarla con el Duque de Macedonia, menoscaban su soberana voluntad de convertir a Floriseo en rey de Bohemia, un deseo que se convierte en decisión política cuando sus propios súbditos bohemios le aconsejan el matrimonio con el compatriota, hijo de los nobles Pirineo y Primacia (caps. 41-54). No obstante, urge la llegada inmediata de Floriseo a Constantinopla, pues el cerco en torno a la Reina se estrecha y sólo la huida o el suicidio se le ofrecen como trágica escapatoria. La llegada providencial de Floriseo a Constantinopla cierra la vida caballeresca de Floriseo en este libro: la Reina y él logran que el Emperador sancione su matrimonio, que se había mantenido secreto durante dos años (caps. 55-57).





III. En el desarrollo argumental del libro de caballerías de Fernando Bernal se combinan, en el Libro primero, la estructura de los libros de aventuras medievales derivados de la novela griega y la del romance de tradición amadisesca en el Libro segundo. En el Libro primero especialmente, el personaje peregrina por una geografía norteafricana de perfiles reconocibles, «realistas», y está sujeto a los mismos condicionantes que padecería el personaje de un relato de peregrinación y de viajes, incluido el cautiverio en tierra de infieles, tema llamado a ser uno de los más importantes de la literatura del Siglo de Oro. Floriseo, como se señala en el relato, carece en ocasiones del dinero necesario para fletar naves, quedando a expensas de la financiación de los regidores de una villa para poder hacerse a la mar. No olvida pagar puntualmente al traidor Rodoán, un topo infiltrado entre los babilonios que le informa detalladamente de todos los movimientos de tropas del Soldán. Media ante el Duque de Alejandría para que los súbditos cristianos paguen los mismos impuestos que los moros, y se preocupa, como ya antes hizo su padre Pirineo, de dejar bien claras sus disposiciones en un testamento que asegure el futuro de su hijo recién nacido, Reimundo, en caso de fallecimiento. Pienso que son ejemplos que ilustran hasta qué punto Floriseo pertenece a una sociedad marcada por las relaciones económicas y el pragmatismo; hasta el sexo está sujeto a la transacción, como sucede en el caso de las mujeres públicas que emplea Floriseo para tender una emboscada a unos libidinosos salvajes.





IV. Éste es el mundo en que se desenvuelven las aventuras del protagonista de este singular libro de caballerías, y a través de abundantes detalles realistas el mundo circundante se filtra en la narración caballeresca. En esa ósmosis entre realidad coetánea y ficción caballeresca, merece la pena resaltar la participación de personajes «bajos» en la historia, entendidos como tales aquellos tipos sociales que no pertenecen al ámbito de la nobleza o de la monarquía. Uno de los aspectos que más aleja la narrativa caballeresca de la prosa de ficción realista es el protagonismo central de los personajes de clase alta (nobles, reyes o emperadores) en los libros de caballerías; no sólo porque las aventuras estén capitalizadas por ellos, sino porque el mundo y los acontecimientos que recrean estos libros les es mayoritariamente propio (viajes, peregrinaciones, conquistas, sucesiones regias o nobiliarias, justas, torneos o fiestas cortesanas, responsabilidades políticas, etc.). De cualquier forma, no faltan ocasiones en que ciertos personajes en los libros de caballerías -minoritarios, sin duda- parecen infringir ese decoro del romance. Su excepcionalidad resalta en un mundo ficticio poco acogedor para los villanos. En el Floriseo, navegantes, militares de baja extracción social, bufones de corte, bastardos, homosexuales, adúlteras o prostitutas aparecen en la narración; a algunos incluso se les concede voz propia para expresarse. Es lo que sucede por ejemplo con el activísimo Cirilo, fiel capitán y amigo de Floriseo, perito en el uso de la infantería, la artillería y las modernas minas de pólvora, ideales para derribar muros, expugnar fortalezas y derrotar ejércitos. Voz propia tienen también el sodomita Paramón, la adúltera Teodolana o la amazona Bucarpia, mujer libérrima y malmaridada que prefiere matar y morir antes que verse obligada a aceptar un marido impuesto al que no ama. Ciertamente, aún estamos muy lejos de superar ese carácter monológico de la mayor parte de la novela anterior a Don Quijote de la Mancha, pues los distintos personajes no tienen aún un estilo propio que los identifique, ni sus expresiones tienen rasgos caracterizadores. Pero la presencia de personajes bajos, incluso de personajes marginales o proscritos, en un libro de caballerías temprano como el Floriseo, y el hecho de que se les conceda cierto protagonismo -e incluso la facultad de expresarse en primera persona- me parecen detalles de importancia en la superación de una prosa de ficción exclusivamente centrada en los personajes nobles.





V. Además de la recurrencia de detalles realistas o de la aparición de personajes bajos, existe una tercera forma de reflejar la realidad coetánea en el relato caballeresco: se trata de un mecanismo distinto de captación de la realidad, más sutil, y precisado de la complicidad del lector: la presentación de episodios fingidos que introducen en el relato acontecimientos históricos coetáneos. Algunos pasajes del Floriseo tal vez suscitaron en sus lectores -y en su destinatario- reminiscencias de sucesos históricos. He mencionado el interés del tema del cautiverio o la novedad del personaje del sodomita Paramón, relacionados en mi opinión con el temor que despertaban por entonces las incursiones berberiscas en las costas de Levante y el intenso debate sobre la sodomía a comienzos del siglo XVI. Pero donde aparecen las conexiones más estrechas entre historia y ficción, sucesos históricos y recreación literaria de los mismos, es en la campaña militar de reconquista del Reino de Bohemia, capitaneada por Floriseo y Cirilo: la expugnación del castillo de Polenda, donde se han recluido las tropas del traidor Infante de Bohemia, recuerda las páginas que las crónicas de la guerra de Granada dedicaron a la toma de Málaga y de Vélez-Málaga3.

La faceta sentimental de Floriseo merece un comentario especial. Realmente, como enamorado, sólo se le presenta a partir del Libro segundo; desde el momento en que se conocen la Reina de Bohemia y él, el amor se asienta en sus corazones. Cierto es que numerosas trabas se oponen a la felicidad de la pareja, y que todas esas dificultades se vuelven materia narrativa de numerosos capítulos del Libro segundo. Sin embargo, su relación sentimental no es «problemática», y lo que es más importante, no se «problematiza». Por citar un ejemplo, la seducción del caballero por parte de la Reina de la India, bella encantadora, no afecta de ningún modo a la relación sentimental de Floriseo y la Reina de Bohemia; desestima así Fernando Bernal uno de los resortes más recurrentes para arrimar el relato caballeresco a la ficción sentimental. El intercambio epistolar que sostienen posteriormente la derrotada Reina de la India y la triunfante Reina de Bohemia es todo un ejemplo de «juego limpio» sentimental.

El primer encuentro carnal de Floriseo y la Reina de Bohemia responde a unos conceptos y usos amorosos distintos a los de otras obras caballerescas. Permítanme recrearles la escena, aunque sea invadiendo la intimidad de los enamorados:

Como fuese hora en que ninguno parecía en el palacio, salió la Reina con sus dos criadas y muy cubiertas se fueron por un corredor adelante. Y como a la bajada de la media escalera estuviese la puerta por donde entravan al cuarto de Floriseo, yendo muy juntas con la puerta, dijo Propicia a la Reina:

-Señora mía, entre Vuestra Alteza por esta puerta y hallará una sala, y al cabo della la cámara donde está Floriseo, mi señor.

El cual, como estuviese detrás de la puerta y las sintiesse venir y las oyesse razonar, dixo a Propicia:

-Señora, no estoy tan lejos de mi señora como pensáis.

Y dicho esto, tomó por la mano a la Reina y metióla en la sala. Y como se viese solo con su señora, estava tan lleno de plazer que no sabía qué la dijese ni cómo la hablase. Pero, como en semejantes tiempos la naturaleza es más maestra que la razón y de sus obras se usa más que de palabras, no dejó este cavallero de poner en obra el fin de su muy desseado desseo. Y como la Reina se viesse tratar como nunca avía sido tratada, usando de aquellas comunes defensas que toda onesta donzella deve usar, defendíasse por buenas razones, diziendo:

-¿Qué cosa es esto, señor? ¿no tenéis memoria de la fe que me distes? ¿e no miráis el enojo que me hazéis? ¿e no veis cómo me vine a meter por vuestras puertas?

A esto dixo Floriseo:

-Señora, la fe que os di yo, la quebranto por cuanto la di contra mí mismo, lo cual no pude hazer. Y en lo del enojo que hago a vuestra señoría, hágolo no por enojarla. Y en lo que se vino a mi cámara, fue para me hazer merced.

Y éstas y otras muchas razones passavan Floriseo y la Reina, la cual, teniendo poco remedio en sus palabras, fue vencida de las obras, en manera que, aviendo entrado donzella en la cámara, no pudo dexar de ser dueña en essa noche


(fol. 101v).                


Este ardiente Floriseo recuerda más el prurito de un Calisto o de un Tirante el Blanco que aquella tierna inocencia de Amadís de Gaula ante Oriana,

que se puede bien dezir que en aquella verde yerva, encima de aquel manto, más por la gracia y comedimiento de Oriana, que por la desemboltura ni osadía de Amadís, fue hecha dueña la más hermosa donzella del mundo.


El comportamiento del caballero con respecto a las mujeres no sólo afecta a su propia relación sentimental, sino a todo un concepto de la caballería que se opone a la del mundo artúrico. En un episodio típico del romance artúrico y del ciclo de los Amadises, Floriseo socorre a una doncella apresada, que solicita su ayuda cuando advierte la cruz de cristiano que figura en sus armas. Una vez liberada, la doncella declara que busca a un caballero llamado Arturio, al que se enfrenta poco después Floriseo sin reconocerlo, llevándolo al punto de la muerte. En ese momento, al tiempo que la doncella reconoce a Arturio cuando Floriseo desenlaza el yelmo al vencido, regresan los escuderos que conducían presa a la doncella, capitaneados por un tal Polomón. Después de reconciliar a Arturio y Polomón, Floriseo sentencia:

A mi ver, si los cavalleros andantes o de la Tabla Redonda no se huvieran ocupado en demandas deshonestas en que las mugeres los pusieron, bien creo que hasta oy durara aquel muy noble officio de las armas en la honra que solía estar en el mundo en el tiempo que la orden de cavallería se comenzó. Pero como los cavalleros de aquel tiempo comenzaron a dejar el servicio de Dios y el deseo de virtud que con sus fuerças y armas mostravan, y se pusieron en el servicio de los deshonestos amores y en querer complir los desordenados desseos de las livianas mugeres, fueron los cavalleros de mal en peor. E por razón de su desautoridad y malas obras en que se ejercitavan permitió Nuestro Señor que tanto cuanto la orden de cavalleros aya sido honrada, tanto fuesse en estos tiempos abajada y menospreciada, al menos en essas partes donde se comenzó el daño en los cavalleros


(fol. 82v).                


Otro estilo de caballería es el que seguirá Floriseo:

Tengo pensado obrar en otra manera que los cavalleros passados obraron, esto es, no someterme a cosa que muger quiera ni traerla en mi compaña; no porque por esto deje yo de socorrerlas en sus necessidades a todo mi poder, pero no seguirlas en sus antojos como los cavalleros passados hizieron. No sé en verdad qué fue la causa de tan mal uso como fue y es andar las donzellas solas por los montes hechas procuradores o correos de las cosas o negocios de los hombres. Y no sé cómo no veían los antiguos cuánto mal y mal ejemplo se podía seguir d'este uso; y cuando alguno me responda que la lealtad de los cavalleros de aquel tiempo era tanta que hacía seguras las donzellas por doquier que fuessen, a esto digo que esto bastava para las hazer guardadas de sus personas, pero no de todos los otros hombres. Y si los cavalleros las pudieran guardar de todos los otros hombres, al menos está claro que de la sospecha de su desonestidad no las podían con toda su fuerza guardar. Ansí que, todo bien mirado, este uso era feo y sin provecho y sospechoso, por lo cual yo huiré d'él en cuanto pueda


(fol. 82v).                


Fernando Bernal inserta al protagonista de su obra en un ambiente bélico eminentemente coetáneo, de tal modo que la presencia de Floriseo en este cuadro de época le devuelve al espectador una imagen novedosa, más propia de un perfecto capitán que del caballero idealizado con que suele asociarse al andante literario, mesurado, cortés, buen conversador, galante, avezado en lides de guerra real o deportiva. No son éstos precisamente los rasgos que perfilan al Caballero del Desierto. Floriseo se acomoda mejor a la etopeya de una casta militar que urde traiciones en favor de la preservación y aumento de la fe cristiana, que escaramuza, roba el fardaje del enemigo, tala montes y se vale de la artillería y de las minas en la resolución de los conflictos bélicos masivos, más pendiente del bien común y de la victoria final que de los oropeles de los combates deportivos cortesanos. Como Bernal se encarga de señalar en su propia obra, Floriseo «era tan astuto e ardid en hazer estas entradas como si cincuenta años oviera sido adalid en frontera de enemigos». Sólo escasamente aparecen en esta obra las justas, los torneos y pasos típicos de los libros de caballerías; muy infrecuentes son también los desafíos individuales en la obra, porque suelen quedar supeditados a los intereses colectivos de los ejércitos enfrentados. Priman en el Floriseo por el contrario las descripciones de movimientos de tropas en conflictos bélicos masivos, con emboscadas, guerras de guerrillas y empleo masivo de la artillería y de cargas conjuntas de infantería y caballería, rasgos que no se compadecen en absoluto con las críticas que le dedica el canónigo de Toledo a este aspecto de los libros de caballerías en Don Quijote de la Mancha:

Y puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar, no sé yo cómo puedan conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates. Pues, ¿qué hermosura puede haber, o qué proporción de partes con el todo y del todo con las partes, en un libro o fábula donde un mozo de diez y seis años da una cuchillada a un gigante como una torre y le divide en dos mitades, como si fuera de alfeñique, y que cuando nos quieren pintar una batalla, después de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un millón de competientes, como sea contra ellos el señor del libro, forzosamente, mal que nos pese, habernos de entender que el tal caballero alcanzó la vitoria por solo el valor de su fuerte brazo?


(I, 47).                


No es éste indudablemente el caso del prudente Floriseo, cuyas hazañas individuales son verosímiles -o al menos lo pretenden, aunque con el paso del tiempo nos parezcan inauditas. En el momento en que desbordan los límites del humano esfuerzo -esto es, tan pronto como se desencadenan conflagraciones bélicas colectivas-, precisa del auxilio de su inseparable Cirilo y de todos los amigos y aliados que ha ido reuniendo a lo largo de su peregrinación caballeresca. Bernal va pergeñando con su héroe el retrato de un perfecto capitán que no sorprendería al destinatario de su obra, don Pedro Fajardo Chacón.

En una época de transición en que la imagen del caballero busca acomodo en unas nuevas realidades históricas, ciertos comportamientos que podríamos calificar de «modernos», provocados por la recepción de esos condicionantes históricos en la ficción caballeresca, contrastan con la imagen idealizada de la caballería cortés medieval, o la perfilan con nuevos matices. He destacado hasta ahora que la presentación de la artillería en el Floriseo, o la sujeción del individualismo a la conveniencia del bien general y su sometimiento a la monarquía, por ejemplo, corren parejas a un nuevo modelado del caballero; al menos, a un remozamiento. Sin embargo, el engranaje de las descripciones de combates masivos con presencia de artillería y la imagen tradicional del caballero -ahora activa sobre un fondo de tácticas modernas, con subordinación del individualismo heroico, ausencia de brillantes torneos, acometidas tan rápidas como fulminantes, etc.- chirría algunas veces. La habitual imagen idealizada del caballero andante, ¿no disuena en un mundo bélico preñado de asechanzas y tretas, donde la astucia prima sobre la fuerza del brazo? ¿cómo se compadece la virtud del caballero con sus campañas de aniquilación en incursiones fulminantes y sin previo aviso? Una vez se han introducido en el relato de las hazañas del caballero esas nuevas realidades históricas a las que he aludido, la aparición en el Floriseo de Fernando Bernal -y en algunos libros de caballerías más- de las astucias en las batallas de guerra guerreada constituye uno de esos casos, tal vez el más evidente, de desajuste entre la ética del caballero tradicional y los hechos que protagoniza. Las victorias conseguidas mediante encamisadas, ruptura de treguas, espías infiltrados en las huestes enemigas, emboscadas arteras, mentiras veladas, robo de reses, tala de árboles, destrucción de bienes humanos y materiales en campañas relámpago, buscan ampararse en la necesidad de combatir con todos los medios posibles el peligro del infiel y se cobijan bajo la justicia de los motivos que impulsan la guerra; pero, pese a todo ello, en ciertos comentarios de Fernando Bernal parece adivinarse el intento de evitarle cualquier duda al lector de su obra sobre el recto comportamiento de su criatura, Floriseo.

Voy a citarles dos de esos casos en que la imagen idealizada del caballero y la ética de sus actos parecen entrar en contradicción. La conducta de Floriseo durante el asedio de la ciudad de Ursina es de una doblez evidente, diríase que maquiavélica. En esta hermosa ciudad conviven moros y cristianos cautivos en un régimen aparentemente «democrático», pues se gobiernan por un señor al que eligen los ciudadanos una vez al año. Apenas llega Floriseo a ella, los cristianos le hacen saber su situación de inferioridad respecto a los moros. Llegan a la sazón barcos de guerra del cristiano Duque de Tebas, reclamando la posesión de la ciudad de Ursina, que legítimamente pertenecía al Duque. Floriseo se entrevista en secreto con el capitán cristiano y concierta con él un pacto, de forma que él favorecerá la rendición de la ciudad a cambio de que el capitán permita que los cristianos de Ursina se gobiernen como siempre lo han tenido por costumbre. Dentro de la ciudad, los regidores y principales se reúnen para deliberar qué responderán a las reclamaciones del Duque de Tebas, solicitando la presencia de algunos cristianos principales, entre ellos Floriseo. Este advierte que algunos notables moros son partidarios de entregar la ciudad al Duque de Tebas, entrega que sería fatal para los intereses de los cristianos porque un acuerdo entre el capitán cristiano y los moros seguramente mantendría la autoridad mora en la ciudad de Ursina. Floriseo dirige entonces un encendido discurso a los regidores ensalzando su virtud y su libertad, animándolos a la lucha contra la flota cristiana. Su estrategia surte efecto, pues impide el pacto, y, mientras tanto, prepara la entrada de las tropas invasoras en Ursina a través de un túnel practicado bajo la muralla, que desemboca en una iglesia cercana al muro. La victoria de la flota cristiana es completa. Y, aunque en el ánimo de Floriseo siempre estuvo el beneficio de los cristianos de Ursina, el apoyo que recibe la actitud de Floriseo por parte de Fernando Bernal es muy interesante, puesto que informa del efecto que pudo provocar en algún lector no demasiado convencido de la ética del caballero cristiano:

Y no es de pensar que Floriseo se pueda culpar de mal hombre en este caso, porque él no avía dado palabra a aquella ciudad; y por libertar a sus cristianos, que muy sujetos estavan, no tenía por mal usar de tal engaño como en este caso usó, mayormente que ayudava a la Duquesa de Tebas, que era cristiana


(fol. 22r).                


Son nuevos tiempos para un viejo ideal, y de la colisión surge un caballero menos monolítico. La escena del saqueo de la ciudad de Anxiana es ciertamente cruel: los soldados pasan a cuchillo la ciudad, cebándose para obtener su quinta parte del saqueo, en una escena que, como Bernal advierte, se asemejaba a la destrucción de Troya. El saqueo de las tropas de Floriseo fue tan cruel que la ciudad:

dexó llena de dolor por la falta de los que mataron, e puesta en gran pobreza porque toda la robaron Salió a la plaça con la gente que tenía. Y en la verdad mucha lástima ovo Floriseo cuando vido todas las calles tintas de sangre; pero, aunque esto le viniesse de su coraçón, que era noble, no dexó de holgar en ver cuán bien se avía hecho en esta primera entrada


(fol. 52v).                


VI. A lo largo de mi exposición, he orientado el análisis del Floriseo de tal manera que resalten aquellos elementos que, en principio, más lo enfrentan al modelo de caballero y de libro de caballerías típicos. Y como modelo típico entiendo especialmente el modelo caballeresco del Amadís de Gaula y las continuaciones de Feliciano de Silva, que sirvieron de planilla caballeresca a Cervantes en su parodia del género de los libros de caballerías. Se trata también en definitiva del modelo que cualquier aficionado a estos libros de caballerías áureos sería capaz de recrear sin necesidad de haber penetrado en profundidad en la literatura caballeresca. Las novedades que presenta el libro de Fernando Bernal me parecen tan significativas que aparentemente deberíamos excluirlo de la nómina de libros de caballerías, o considerarlo como una rara avis dentro del género. Sin embargo, las divergencias del Floriseo frente al género de los libros de caballerías proceden en mi opinión de una configuración restrictiva de estas obras como «género», demasiado sujeta a la extrapolación de los rasgos del Amadís de Gaula, y condicionada además por la visión retrospectiva que impone Don Quijote de la Mancha sobre los libros de caballerías precedentes.

Basta repasar la mayor parte de las historias de la literatura española, en sus capítulos dedicados a la prosa de ficción caballeresca renacentista, para toparse con definiciones genéricas semejantes a ésta que condensa dos de los más transitados y meritorios:

  • [1] relatos en prosa de larga extensión.
  • [2] relatos de estructura abierta basada en el esquema de los episodios en sarta, donde se incluyen aventura tras aventura en sucesión.
  • [3] la estructura abierta y el esquema de los episodios en sarta permiten la aparición de grandes ciclos novelescos, como el de los Amadises y Palmerines, en los que los hijos de los héroes de los libros precedentes continúan las hazañas de sus progenitores.
  • [4] La reiteración de unas aventuras siempre idénticas y tópicas no conlleva lógicamente la evolución del protagonista, perfilado con caracteres nítidos desde su primera aparición en el relato, ajeno a cualquier evolución psicológica condicionada por el decurso narrativo del héroe, puesto que las aventuras superadas no implican un cambio en un protagonista que es siempre uno y el mismo; desde que nace hasta que muere.
  • [5] El propósito del héroe es la liberación de damas desamparadas, el castigo de los malvados y la constatación de la fidelidad a su rey y a su dama.
  • [6] Las aventuras transcurren en marcos geográficos exóticos, Escocia, Irlanda, Gaula, Constantinopla, Grecia, cuando no totalmente fantásticos.
  • [7] No existe preocupación alguna por el realismo, ni siquiera interés por la verosimilitud del relato a pesar de que ésta se estaba instituyendo progresivamente en centro axial de la novelística áurea.

Comenté al inicio de mi exposición la oportunidad que me ofrecía este XXI Encuentro Edad de Oro, dedicado íntegramente a los libros de caballerías, de releer el Floriseo de Bernal y matizar si fuera pertinente las precisiones que realicé en un trabajo precedente (1999) a este esquema archirrepetido, a mi entender excesivamente restrictivo, incluso cuando se asume la conveniencia de plantear de forma unitaria, coherente y divulgativa la exposición de un tema como el del género caballeresco en el Siglo de Oro. Sin embargo, sigo teniendo la impresión de que el Floriseo de Fernando Bernal no coincide con la mayor parte de estos rasgos, como he pretendido mostrarles hasta ahora. La aspiración fundamental de mi ponencia se resume en un propósito muy simple: postular la oportunidad de plantear de forma unitaria, coherente y divulgativa que no todos los libros de caballerías responden al modelo anterior, al modelo amadisesco4. No es mi intención, desde luego, aminorar la influencia decisiva de la literatura caballeresca medieval, ni la del Amadís de Gaula y su poder modelador sobre las continuaciones del ciclo de los Amadises y sobre otras obras caballerescas, pues ciertamente el modelo amadisesco se convirtió en el prototipo, en el modelo referencial del libro de caballerías «típico». Pero esta evidencia incontrastable no debe cegarnos a la hora de juzgar todas y cada una de estas obras, pues estaríamos ahormando los libros de caballerías a un modelo único, en torno al que gravitó la literatura caballeresca del Siglo de Oro, y estaríamos perdiendo la ocasión de advertir los intereses distintos de otros autores de libros de caballerías que, tal vez, aspiraron a relatar los hechos hazañosos de un caballero heroico apegándose a una captación más cercana de la realidad, por muy pueriles o frustrados que consideremos estos acercamientos al juzgarlos hoy día. La constatación de esta diversidad en los libros de caballerías debe aún profundizarse, de forma que las particularidades de cada obra concreta halle mejor acogida en una clasificación más heterogénea en el molde de los libros de caballerías. Constatadas las obras particularmente, podrán incluirse en subgrupos con entidad propia. Hasta hace bien poco, sin embargo, la primacía del modelo amadisiano, tanto en la vasta progenie caballeresca del siglo XVI como en la crítica sobre el género, ha forzado una reducción del análisis de libros como el Floriseo, tratados como libros «alejados» del modelo del Amadís, o simplemente soslayados en los manuales y estudios sobre la literatura caballeresca, española y europea, del Renacimiento.

El problema se magnifica cuando los estudios caballerescos parten de los cervantistas, sector de la crítica que ha manejado con asiduidad el género de los libros de caballerías en busca de temas, episodios, motivos o referencias concretas en los que pudiera inspirarse Cervantes para su magistral Don Quijote de la Mancha. El extraordinario dominio cervantino del Amadís de Gaula, así como las abundantes referencias al Espejo de príncipes y caballeros, al Belianís de Grecia o al Palmerín de Inglaterra (obras afines al modelo amadisesco y a la revisión genial de Feliciano de Silva), no sólo dan una idea del «tipo» de libros de caballerías que leyó Cervantes, sino que informan de los libros de caballerías a los que han orientado preferentemente los cervantistas sus estudios. De esta forma, si a la primacía otorgada al Amadís de Gaula como modelo genérico de los libros de caballerías en los estudios caballerescos, se le unen el valor innegable que tiene en Don Quijote de la Mancha y, factor no desdeñable, las accesibles y completas ediciones del Amadís de Gaula de que disponemos hoy, nos encontramos con estudios sobre la poética caballeresca y la creación de la novela moderna que quedan en mi opinión un tanto desvirtuados por un presupuesto inicial incompleto, que parte de la identificación de todos los libros de caballerías con una única obra, el Amadís, o con un único modelo del libro de caballerías «tipo», el amadisesco. La labor de los profesores reunidos en este encuentro y las nuevas ediciones de libros de caballerías que están apareciendo últimamente permitirán sin duda, en los próximos años, una redefinición del género de los libros de caballerías en los manuales de historia de la literatura española, unos juicios más objetivos sobre su verdadera dimensión en la prosa de ficción del Siglo de Oro y unas matizaciones más acordes con la diversidad de los libros de caballerías, que no todos son uno y lo mismo repetido hasta la saciedad5.

El Lepolemo o Caballero de la Cruz, las traducciones del Arderique o del Guarino Mezquino, o el Floriseo de Páez de Ribera y el Lisuarte de Juan Díaz, definidos con buen tino como «continuaciones heterodoxas» del ciclo de los Amadises, y el Floriseo de Bernal comparten ciertos rasgos que los caracterizan dentro del género caballeresco. Tradicionalmente, a los libros de caballerías, inverosímiles, idealistas, sujetos al romance medieval, se les ha opuesto la creación de Martorell, el Tirant lo Blanc, obra única e irrepetible que, para algunos autores, de haberse podido adaptar a la literatura castellana en la primera mitad del siglo XVI, habría adelantado posiblemente las fechas de aparición de una novela realista en la prosa de ficción en lengua española. Martín de Riquer ofrecía el término de «novela caballeresca» para distinguir al Tirante de los libros de caballerías, y a éstos los definía como «las narraciones al estilo del Amadís de Gaula». En lo esencial, su propuesta terminológica sigue siendo totalmente válida en mi opinión; lo único que sucede es que no todos los libros de caballerías son «narraciones al estilo del Amadís de Gaula». Y paradójicamente, los rasgos que distinguen el Tirant de las «narraciones al estilo del Amadís» son precisamente los que peculiarizan el Floriseo de Bernal y otros relatos caballerescos afines. La separación radical entre el modelo del Tirant y el modelo del Amadís de Gaula es viable para analizar el tipo predominante y más exitoso de los libros de caballerías en el Siglo de Oro, y el modelo exclusivo que ha considerado la crítica hasta hace bien poco, pero debe reexaminarse con respecto a otro grupo genérico, más realista y verosímil -sin excluirse la posibilidad de que el estudio de otros libros de caballerías revele nuevos grupos genéricos. La literatura castellana estaba presta a recoger la «herencia realista» de La Celestina y desarrollarla, aunque fuera como un tanteo, en el molde de los libros de caballerías -un molde amplio y receptivo. La primacía de la literatura caballeresca amadisesca no creo que deba relacionarse con la inexistencia de un marco susceptible de recibir las novedades del Tirant, pues éste ya estaba presente en la caballeresca peninsular en castellano: libros de caballerías o historias caballerescas breves del primer cuarto del siglo XVI, por ejemplo el Cifar impreso, el Florisando, el Lepolemo y el Claribalte, o los traducidos Oliveros de Castilla, Guarino Mesquino, Melosina, Tirante el Blanco y Arderique, entre otros, demuestran, como el Floriseo, la amalgama de soluciones diversas que ofrecía el género de los libros de caballerías en esos años: entre la novela de caballerías y el libro de caballerías, según la definición propuesta por Martín de Riquer, entre el romance y la novela, entre la prosa de ficción idealista y la prosa de ficción realista del Siglo de Oro.





VII. Y un ejemplo evidente de esa faz plural del género caballeresco lo ofrece la continuación del Floriseo, el Reimundo de Grecia, aparecido en 1524. Se trata de un libro de caballerías que construye su relato siguiendo los patrones especialmente del Amadís de Gaula y del Primaleón. La continuación gravita sobre la filiación cíclica Floriseo-Reimundo, que transfiere el protagonismo del padre al hijo. Si bien reaparecen en la continuación personajes principales del Floriseo (Cirilo, el Duque de Atenas, la reina Laciva, Solacio o el propio Floriseo), en el anónimo Reimundo de Grecia se presentan las aventuras caballerescas en un marco de personajes y situaciones novedosas, sólo levemente condicionado por los temas y estructura heredados del Floriseo de Bernal. Se relata al inicio del Reimundo el rapto de este niño, hijo de Floriseo y de la Reina de Bohemia, que es conducido a Egipto por el sabio Alfaravio metamorfoseado en una ballena prodigiosa. Pronto asistimos a la anagnórisis de Reimundo y su hermano Pirineo -el hijo de Floriseo y de la Reina de la India-, y al reconocimiento de ambos ante Floriseo. Se alternan entonces las aventuras caballerescas de Reimundo, de Pirineo y del Príncipe de Damasco, sobrino de Floriseo. Comprometidos en sendas aventuras, Floriseo, Pirineo y el Príncipe de Damasco se enamoran respectivamente de Melisa, princesa de Inglaterra, de la Reina de Noruega y de Garinda, princesa de Escocia. La llama de una conflagración entre las naciones cristianas surge cuando los amoríos de Melisa y Reimundo son descubiertos por el Emperador de Constantinopla en su corte: acusado, deshonrado y exiliado, Reimundo alía a distintos reyes cristianos y a amigos de su padre Floriseo en una guerra contra el Emperador. En medio de los preparativos bélicos, Reimundo padece un segundo trato injusto: su amada Melisa da crédito a las maledicencias que relacionan sentimentalmente a Reimundo con la princesa Marcelia de Tracia y condena al caballero a un insufrible retiro amoroso. En la soledad de su retiro desconoce el curso de la guerra: Constantinopla está cercada y por mediación del Santo Padre se otorgan cuatro meses de tregua. Providencialmente, el arrepentimiento de Melisa permite a Reimundo participar en el desafío de capitanes elegidos que decide la suerte del conflicto bélico y la vida del Emperador de Constantinopla, derrotado y muerto por Reimundo. Floriseo asume el trono imperial tras la renuncia de Reimundo, y éste resuelve definitivamente su conflicto amoroso una vez aleja a Poliandros de Francia de la escena sentimental, en la que había aparecido tras la decisión de la Reina de Inglaterra de forzar un matrimonio de conveniencia con el príncipe francés. La superación final de las pruebas del Castillo del Amor por el héroe y por Melisa sanciona caballerescamente su matrimonio, que cierra este libro de caballerías.

La poética del Reimundo de Grecia sigue de cerca la estela del Amadís de Gaula y sus continuaciones, con fuerte presencia de magas auxiliadoras que intervienen constantemente en la trama caballeresca, presencia recurrente del aparato mágico de encantamientos y metamorfosis, trabazón de ciertos microciclos narrativos sobre profecías, episodios de retiro amoroso provocados por los celos, aventuras gradatorias donde se jerarquiza la calidad heroica y amatoria de unos personajes adscritos al mundo cortesano de emperadores, reyes y nobles. En el Floriseo de Fernando Bernal, priman el voluntarismo del caballero frente al determinismo profético, las hechiceras de carne y hueso frente a las magas auxiliadoras, la condensación centrípeta de las aventuras en torno al personaje central, Floriseo de Bohemia, frente al entrelazamiento de aventuras, la descripción demorada y «moderna» de las campañas militares del héroe frente a la resolución individual de los conflictos.

Me parecen tan diferentes el Floriseo y su continuación, el Reimundo de Grecia, que creo que se debería reconsiderar la atribución de la segunda parte a Fernando Bernal. Sobre todo, si se revisa el curioso equívoco en que se fundamenta en último término la atribución a Bernal del Reimundo de Grecia. El único ejemplar de este libro se conserva en la Biblioteca Británica; hoy en día carece de preliminares, y en el colofón no se indican ni ciudad de impresión ni impresor. El bibliófilo Brunet tuvo la ocasión de describir un ejemplar idéntico al que se conserva en la Biblioteca Británica, pero que sí tenía el primer folio de preliminares. En ese folio, dice Brunet, el autor declaraba haber traducido su obra del italiano al español para deleite de los salmantinos, declaración de la que dedujo Brunet la posible edición salmantina del Reimundo de Grecia en 1524. Tuvo en cuenta además el inicio del segundo folio recto del ejemplar que consultó (que se corresponde con el primero recto del ejemplar conservado actualmente), donde se dice: «Dicho es ya en el segundo libro de la historia del rey Floriseo...». Partiendo de ese dato, relacionó acertadamente esta continuación con el Floriseo, un libro de caballerías cuya existencia sólo pudo constatar gracias a la cita del Reimundo. Entonces dedujo, tal vez precipitadamente, que el autor anónimo del Reimundo de Grecia «es el mismo que el de la novela del rey Floriseo, que es incluso menos conocido que éste»6. ¿Qué es lo que sucedió después? Apareció un ejemplar del Floriseo, que fue catalogado y descrito por Gayangos: en el ejemplar aparece con toda claridad el nombre de su autor, Fernando Bernal. Al redactar Gayangos la entrada referida al Reimundo de Grecia, empleó la nota bibliográfica de Brunet, que sentenciaba que el autor desconocido del Reimundo de Grecia era el mismo que el del Floriseo, y siguió un camino inverso: «Según Brunet, el autor de este libro es el mismo que escribió el Floriseo [...] Debe, por lo tanto, atribuirse al bachiller Fernando Bernal»7. La atribución del Reimundo de Grecia a Fernando Bernal se matizó en el estudio de Henry Thomas («probablemente» del autor del Floriseo)8, pero quedó sancionada en el indispensable manual de libros de caballerías de Eisenberg9. Personalmente, creo que la lectura de estos dos libros de caballerías disuade en principio de todo intento de identificar a Fernando Bernal con el autor del Reimundo de Grecia. A falta de datos fiables que superen la ilación de una cadena de hipótesis sustentadas sobre la continuidad cíclica de estas dos obras, el análisis interno de las dos obras es el único criterio en que apoyar la atribución del Reimundo de Grecia. Y en mi opinión, el cotejo de los dos libros de caballerías muestra diferencias tan sustanciales en cuanto al estilo, la temática caballeresca elegida, la disposición estructural de las aventuras o el peso específico de los episodios sentimentales y bélicos, que aconseja el mantenimiento de la autoría del Reimundo de Grecia en el limbo de la anonimia.







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