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El género del relato breve y la configuración de un nuevo público. «La Esfera» (1915)

Blanca Ripoll Sintes

Jessica Cáliz Montes





Este capítulo entronca con un trabajo previo (Ripoll Sintes 2015, e.p.) que ya abordaba de forma suficiente un breve estado de la cuestión bibliográfica a propósito de la historia y naturaleza de la publicación madrileña La Esfera, así como de las circunstancias del género del relato breve en los primeros compases del siglo XX, y a él remitimos al lector interesado. Sí debemos enmarcar nuevamente esta aproximación, escrita a cuatro manos, en el cauce de la Red Temática «Tendencias Culturales Transpirenaicas»1 y en la línea de investigación abierta dentro de dicha Red por las profesoras Marisa Sotelo Vázquez (221-232) e Inmaculada Rodríguez Moranta (197-220).

En esta ocasión, brindaremos la prolongación natural e histórica de dichos trabajos al proseguir con el vaciado, ordenación, catalogación y análisis de los relatos breves publicados en La Esfera a lo largo de 1915, la mayoría de ellos pertenecientes a la sección «Cuentos españoles», si bien existen casos notables que escapan a la naturaleza de esta sección.

Pese a que nos ahorremos repetir el estado de la cuestión, no estará de más recoger al principio de este texto algunas de las preguntas que se lanzaron en las conclusiones del trabajo previo sobre los relatos breves en la revista madrileña durante 1914: ¿siguen alguna línea editorial marcada?; ¿pueden darnos pautas suficientes para relacionarlos con los movimientos estéticos de su época?; ¿configuran una plataforma de configuración generacional?; ¿pertenecen a la alta cultura o a la literatura popular y de masas?; ¿contaron con una nómina fija de colaboradores o funcionó como un cajón de sastre al pasar de los años? A confirmar las aventuradas conclusiones a propósito de 1914 se encamina este capítulo.

El año que nos ocupa se abre con un número especial dedicado a las fiestas navideñas, henchido de colaboraciones literarias y relatos breves (o textos híbridos entre el artículo, el retrato, la crónica y el relato). En él (publicado el 2 de enero de 1915) destacan nombres de la auctoritas literaria e intelectual, como el relato de circunstancias de Mariano de Cavia, «Da voi lontan...» (16); el texto «De otros tiempos» de Emilia Pardo Bazán (1915a, 41-42); o el retrato de un ya asentado Pío Baroja, «Bohemia madrileña» (38-39). Por otro lado, aparecen nombres propios de las nuevas generaciones de escritores -muchos de ellos pertenecientes a la promoción de El Cuento Semanal (Sáinz de Robles 1975)- como José Francés, que abre la sección «Cuentos españoles» con «Vida nueva» (1915a, 18-19); Eduardo Zamacois, con «Silencio» (1915a, 24); los también relatos de circunstancias «Los reyes no llegan» de Dionisio Pérez (36-37), «Un recuerdo de año nuevo. La niña de los pies desnudos» de Prudencio Iglesias Hermida (56) o «Ya vienen los reyes» de Joaquín Dicenta (1915a, 59); y, por último, los relatos de tono infantil de Juan Pérez Zúñiga «La regadera encarnada» (60-61) y «La bondadosa liebre» de Emiliano Ramírez Ángel.

Si atendemos a los parámetros de la historia literaria y a los planteamientos que establecen los límites del canon, podemos fijar una amplia clasificación: los nombres propios que ya eran una autoridad literaria en la época -o que lo acabarían siendo con el paso de los años-; y los integrantes de un tipo de literatura marginal en el canon, más desatendido por la academia pese a recientes estudios, y que sin embargo gozó de un enorme éxito de público.

Así, en una primera instancia, debemos destacar la colaboración de doña Emilia Pardo Bazán -ya importante en 1914, como se ha señalado (Ripoll Sintes 2015, e.p.)-, a cuyo primer relato ya comentado se suman «El mascarón» (1915b, 11) o «El malvis» (1915c, 8-9) dentro de «Cuentos españoles». Por orden rigurosamente cronológico, el número de La Esfera del 3 de abril ofrecía el interesante texto de Ramón del Valle Inclán, «Quietismo estético» (1915, 13-14), no en vano estamos a un año de la publicación de La lámpara maravillosa (1916). Del 24 de julio es «Don Catalino, hombre sabio», de Miguel de Unamuno (1915, 11) y se publicaría el 25 de septiembre el relato «El profesor auxiliar» de Ramón Pérez de Ayala (1915, 14-16), bajo el marbete de «Cuentos españoles».

En paralelo, contamos con una colaboración mucho más prolífica entre autores que la crítica ha agrupado en torno a iniciativas de Eduarco Zamacois como la colección editorial de novela corta El Cuento Semanal o Los Contemporáneos. Entre ellos destaca la presencia de José Francés, con la publicación del ya citado «Vida nueva», de «Una fantasía de invierno» (1915b, 21-22) y de «Lo inesperado» (1915c, 23-24); del mismo Eduardo Zamacois, con «Silencio» (1915a, 24), «De la alegre bohemia. La taza de café» (1915b, 14-15), «Martes» (1915c, 19-20) y «Desde Italia. Escenas milanesas» (1915g, 10-11), y dentro de «Cuentos españoles», «A muerte» (1915d, 14-15), «El mejor salto de Tony-Dower» (1915e, 12-13), «No fui yo...» (1915f, 12-13) y «Un marido modelo» (1915h, 12-13); la colaboración de Joaquín Dicenta, con el ya conocido «Ya vienen los reyes», al que se añaden «Siembra» (1915b, 7) y «Ante la muerte» (1915c, 12-13), y dentro de «Cuentos españoles», «Apóstol y mártir» (1915d, 14-15) y «El retrato» (1915f, 13); de Antonio de Hoyos y Vinent, todos los relatos como parte de «Cuentos españoles», con «Una noche bajo "El Terror"» (1915a, 16-17), «Una aventura de amor» (1915b, 23-24), «El sortilegio de la ciudad sepultada» (1915c, 14-15) y «El pájaro maravilloso» (1915d, 14-15); y a Diego San José, con «Cosas de antaño. La carta olvidada» (1915a, 25-26), y como «Cuentos españoles», «Amor catedrático» (1915b, 14-15) y «Un pecado mortal» (1915c, 16).

De estos nombres propios, con una mayor presencia en nuestro vaciado de La Esfera de 1915 -que confirma su protagonismo ya de 1914-, destacaremos en este trabajo las colaboraciones de Eduardo Zamacois y la de Joaquín Dicenta, por su posterior importancia tanto en el proyecto de la revista como en la historia de la literatura española del primer tercio del siglo XX.

No obstante, es relevante destacar cómo se pasean por las páginas de nuestra revista autores ya conocidos de nuestro vaciado anterior como el periodista y abogado asturiano Armando de las Alas Pumariño, con «El paquete de cartas» (1915, 14-15); el poeta y dramaturgo de origen gallego Ramón Goy de Silva, con «Fénix, prisionero» (1915, 6); el poeta y periodista cercano a la bohemia modernista José Ortiz de Pinedo, con «El hijo» (1915, 12-13); quien sería director, hacia 1910, de la colección Los Contemporáneos de Zamacois, Manuel de Mendivil, con «El ideal se salva» (1915, 21-22); el sevillano Pedro Balgañón, con «La novela de un hidalgo» (1915, 14-15); el escritor y cronista modernista Pedro de Répide, que publica «La priora y la observante» (1915, 22-23); el periodista Nicanor Rodríguez de Celis colaboró con el relato «La hija de Lohengrin» (1915, 14-15); y Federico García Sanchiz, con «Al son de la guitarra» (1915a, 14-15) y con «Aquella mujer» (1915b, 21).

El dramaturgo, poeta, novelista y periodista madrileño Manuel Abril participaría a lo largo de 1915 con dos textos, «Poemas en prosa. La dama roja» (1915a, 11) y con «Blanca, la molinera» (1915b, 14). El poco atendido por la crítica Fernando Mora, también cercano al grupo de El Cuento Semanal, publicó «Perrerías» el 13 de marzo (1915, 14-15) y una semana después, sería Luis G. Huertos quien llenaría la sección «Cuentos españoles» con «La santa» (1915, 12-13). El periodista y futuro político (candidato a diputado por el Partido Radical durante la II República) Eduardo Andicoberry colabora con «Compasión» (1915, 20-21); Benigno Varela, con «El castigo» (1915, 18-19); y el periodista Juan Gómez Renovales, con «El primer regalo» (1915, 6). Quien sería el gran experto en la farándula madrileña de su época, Augusto Martínez Olmedilla, participa en «Cuentos españoles» con el relato «Holofernes» (1915, 14-15), el novelista y periodista Alejandro Larrubiera, con el melodramático «Los amores de una fea» (1915, 12-13), y Francesc Mirabent Vilaplana, con «El silencio» (1915, 14-15). Peruano afincado en España, Felipe Sassone publica «La piedra de Sísifo» (1915, 23-24) y el novelista y poeta Ricardo León, «El milagro de la seda» (1915, 14-15), bajo un marbete que no tendría continuidad, «Narraciones españolas». El periodista y escritor gallego Manuel Lustres Rivas vio en las páginas de La Esfera su relato «Un poema legendario» (1915, 25-26), mientras que el aragonés Enrique González Fiol colaboró con «El marido de su viuda» (1915, 10-11). Un joven Wenceslao Fernández Flores, de tan solo 20 años, contempló su nombre con letras de molde con la publicación de «La antesala de la muerte» (1915, 14-15).

Leocadio Martín Ruiz, que moriría cinco años después en un trágico accidente de coche, colabora con «Éxodo» en «Cuentos españoles» (1915, 8); Luis Bello, con «"Sintiya", atada al naranjo» (1915, 8); el político y dramaturgo gallego Manuel Linares Rivas, con «Mi cacique» (1915, 12-13); Aguilera y Arjona con «Amor de artistas» (1915, 23-24); Pedro Mata publica «La mujercita» (1915, 14-15); Felipe Trigo, con «Lance de honor» (1915, 14-15); Federico Trujillo, con «Hidalguía, de la vida de unos hidalgos montañeses» (1915, 14-15); y Alberto Insúa, con «El ojo de cristal» (1915, 14-15).

Mención aparte merece la contribución de Juan López Núñez, en una sección propia titulada «Leyendas y tradiciones madrileñas», apartado que conecta con un gusto propiamente burgués de conexión con el hábitat natural del lector medio de La Esfera. López Núñez, periodista, novelista y dramaturgo de origen andaluz, publica en la revista «La calle del soldado» (1915a, 29), «La calle de válgame Dios» (1915b, 20), «La calle del bonetillo» (1915c, 24) y «La calle de Santa Isabel» (1915d, 14). Estos cuatro textos se escapan en demasía del objeto de estudio de este trabajo, pues se balancean entre la crónica, el relato y el artículo periodístico.

La justificación de la omnipresencia de Eduardo Zamacois en el vaciado de 1915 de La Esfera sigue las pautas de lo ya comentado en el análisis de los relatos breves publicados en 1914: debemos enmarcarla en una trayectoria ya asentada en el cultivo de la novela corta, que tiene como hitos fundamentales la creación en 1907 de la publicación El Cuento Semanal y en 1909 de Los Contemporáneos (Cordero Gómez 28-30). En añadido, La Esfera no solo le brindará un espacio para la publicación de sus creaciones literarias, sino que le dispensará una atención propia de una autoridad al ser entrevistado en octubre por «El caballero audaz» (Carretero 1915, 10-11).

Más allá de la presentación del escritor en su ambiente, en su domicilio, y más allá de las anécdotas personales, esta entrevista es interesante en tanto que nos da algunas pistas que nos permitirán configurar la poética narrativa de Eduardo Zamacois. En este sentido, confirma el fondo autobiográfico mayoritario en su obra: «Leer mis obras es ir paso a paso por mi vida» (Carretero 1915, 11) y a la pregunta de si la novela debe sacrificar la forma por el fondo o el fondo por la forma, responde:

-Mire usted; es un asunto que yo quería tratar... El secreto del arte está en sentir y en hacer sentir... Poetas más incorrectos que Campoamor, Espronceda y Zorrilla no los hubo y, sin embargo, son los que más han entusiasmado y perdurarán siempre. ¿Por qué? ... Porque eran humanos, porque tenían nervio, porque hacían arte... A mi juicio, lo esencial en la novela es el fondo, la emoción; no la forma


(Carretero 1915, 11).                


Los ocho relatos de Zamacois que ven la luz en la revista madrileña presentan líneas éticas y estéticas coherentes con el universo del escritor de origen cubano. Formalmente, muchos de ellos presentan un molde narrativo que enmarca un texto dialógico mucho más próximo al género teatral que al del relato breve. La estructura argumental suele basarse, en muchos casos, en triángulos amorosos (bien reales, como en «A muerte» o «El marido ideal», bien generados por la existencia de la sombra de una relación anterior, como en el caso de «No fui yo...») o en diálogos galantes surgidos a raíz de una anécdota, tal como un encuentro fortuito en la calle (se da en los textos «La taza de café» o en «Desde Italia. Escenas milanesas»). Es habitual la indefinición en la localización temporal (Rivalan Guégo 51).

Moralmente, no podemos destacar una gran carga aleccionadora en los textos de Zamacois. Sí se observan constantes como la crítica de la antinatural diferencia de edad entre un hombre mucho más mayor y una esposa muy joven (en diversos relatos vemos actualizaciones del tópico clásico del viejo y la niña, como en «Martes» o «A muerte»). Por último, nuestro primer autor se balancea entre dos tonos: la ligereza del relato humorístico («Martes» es un texto paradigmático, si bien «El marido ideal» también está teñido de ironía) o el patetismo del relato melodramático («A muerte» o «No fui yo...» serían representativos en este sentido).

El primer texto publicado por Zamacois se titula «Silencio» (1915a, 24) y nos ofrece rasgos de notable modernidad, como la hibridez genérica (fragmentos de cartas, retratos, relatos intercalados, ensayo, crónica de viaje...) o la mixtificación de discursos: por ejemplo, un trozo de la carta de un amante, prototípico de la literatura galante que Zamacois tanto cultivó; la crónica de viaje a través del campo castellano, muy próxima a los textos noventayochistas; la prosa poética en la descripción de paisajes; etc.

Por el contrario, el tono, la temática y los personajes de la siguiente colaboración, «De la alegre bohemia. La taza de café» (1915b, 14-15), están mucho más cerca del proyecto literario más habitual de Zamacois. Sin embargo, el género del texto dista notablemente del cauce del relato y estamos frente a una pequeña pieza teatral -género que también tentó Zamacois (Cordero Gómez 642-675)-, bien es cierto que existen fragmentos que pertenecen más al modo narrativo que a un texto dramatúrgico. En «La taza de café» un personaje masculino, sin nombre y con menguados recursos económicos, quizá alter ego del autor en una de sus múltiples estancias parisinas, queda fascinado por una bella dama y decide seguirla y seducirla. Hasta aquí sería una aventura galante más, pero en este caso Zamacois añade una nota distintiva: el contraste de expectativas debido a las diferencias culturales entre dos países, Francia y España en el caso del relato. El personaje masculino sigue el código de conducta amoroso español y asume que tres miradas de la mujer ya presuponen un posible idilio. En cambio, la dama es francesa y solo ve en el hombre a un posible acompañante para ir a tomar un café que, para mayor diferencia actitudinal, va a costearlo ella misma:

(...) yo necesitaba beber café y, al mismo tiempo, me molesta muchísimo entrar en un café sola: me parece que todo el mundo me atisba y que me juzga lo que no soy. En esto iba pensando cuando le vi a usted. Usted me miraba con agrado y pensé en el acto: «Este es el hombre que necesito; el hombre que va a acompañarme al café». Así ha sido. Si usted hubiese llevado dinero, me habría dejado invitar, sin creer por ello que su invitación le autorizaba a nada; como usted no tenía dinero, he invitado yo. En esto no existe el menor perfume amoroso, porque... ¡no se ofenda usted!... pero no es la simpatía de usted, sino la compañía de usted, lo que yo he pagado


(Zamacois 1915b, 15).                


El relato «Martes» (1915c, 19-20) es un claro exponente de la literatura de entretenimiento tan propia de las colaboraciones de La Esfera: un relato de humor, protagonizado por un personaje enfatuado y caricaturesco, don Andrés, que sufre una concatenación de desgracias disparatadas cuya función es provocar la risa del lector. Cabe añadir que una de las características que ridiculizan más al personaje desde el comienzo del relato es su avanzada edad y el contraste de esta con su vestimenta o sus ingenuas expectativas con las mujeres («Al portero también parecía maravillarle la traza, excesivamente juvenil, del "señor"» - Zamacois 1915c, 20).

Más cercano al melodrama, el primer relato de Zamacois bajo el marbete de «Cuentos españoles» es «A muerte» (1915d, 14-15), que, no obstante, se nos muestra como una pieza dialogada más próxima al género dramático que al narrativo (ya los fragmentos descriptivos son claramente acotaciones teatrales). El texto pivota en torno al triángulo amoroso formado por doña Sol, una mujer joven de veinte años; su marido, de cincuenta, el coronel don Florentino Pacheco; y el joven teniente, de veinticinco, don Luis Izquierdo. Para mayor patetismo, la escena se ambienta en una ciudad sitiada, durante un baile de carnaval que se desarrolla mientras van cayendo del cielo las bombas enemigas. Los dos amantes, Sol y Luis, son sorprendidos por el marido en el baile y este hecho desencadena el diálogo teatral entre el joven teniente y el coronel; diálogo cargado de versallismo, de nobleza en los gestos y buenos modales, entre ambos varones, que saben que van a batirse en un singular duelo por el amor de la dama. Al ser don Luis mejor tirador con pistola y mejor espadachín que don Florentino, y al no querer jugar con una deshonesta ventaja, deciden ir a visitar la trinchera. Allí el destino decidirá por ambos: don Florentino muere debido a balas enemigas y el texto finaliza con la posibilidad de futuro para el amor entre don Luis y doña Sol.

La siguiente colaboración, «El mejor salto de Tony-Dower» (1915e, 12-13), adopta la misma estructura que en textos anteriores: un diálogo casi teatral, enmarcado por narración más propia de un relato breve. En esta ocasión, la aventura galante se localiza en un ambiente propicio para la ensoñación y la fantasía: un «music-hall», donde actúa un acróbata británico, Tony Dower, que enamora a las mujeres del público con su vigor y agilidad. Una noche responde a la misteriosa petición de una dama, de apariencia europea, que le pide que acuda a su domicilio vestido con las galas de payaso del espectáculo. Lo que resulta ser un capricho de mujer joven y hermosa se encadena con el desvelamiento de la prehistoria común entre ambos personajes: la dama, Margarita, estaba casada con el mejor amigo de Tony, un pintor francés fallecido ya, Alfonso Bercier. Esta información será un obstáculo moral insalvable para nuestro protagonista, quien resuelve la situación huyendo por la ventana en lo que se convertirá en su «mejor salto».

El mismo tipo de aportación genérica se halla en «No fui yo...» (1915f, 12-13), un texto de aires decadentistas, en el que Matilde, una joven femme fatale («una mujer de tragedia: estatura varonil, perfil aguileño, cabellos leoninos» - Zamacois 1915f, 12), asedia a su reciente marido, Pedro, un artista de cuarenta años, en pos de una supuesta confesión: el asesinato de su anterior esposa, Guillermina, debido a una infidelidad. Hastiado, Pedro consigue hacer ver a Matilde que él no mató a su mujer, sino que esta se suicidó al conocer que tenía un cáncer incurable en el estómago. Perseguidora de imposibles, Matilde se siente enormemente decepcionada al descubrir que su marido no tiene esa faceta criminal que tanto la seducía. El texto finaliza con la transcripción de algunos fragmentos del diario de Matilde, en el que revela cómo ha desaparecido el enamoramiento por Pedro y ha surgido la atracción por otro hombre, quedando el relato con un final abierto.

El relato «Desde Italia. Escenas milanesas» (1915g, 10-11) toma hábilmente la estructura de una escena de seducción amorosa (el encuentro en unas galerías entre un hombre y una dama, ambos sin nombre, que se disponen a galantear y a pasear), para centrarse en el nudo del texto en la crónica superficial y más o menos amable de la Primera Guerra Mundial, con detalles como la mortandad de la juventud europea -no en vano, Zamacois fue cronista para La Tribuna del conflicto europeo en 1914 (González 2014, 49-72)-.

Por último, la presencia de Zamacois en La Esfera de 1915 culmina en noviembre con la publicación de «Un marido modelo» (1915h, 12-13), quizá el más apresurado de todas sus colaboraciones analizadas. La fábula comienza con el final de una gran bacanal protagonizada por un grupo de hombres y mujeres de moral disoluta en un restaurante. Dejan a Julián, el protagonista del relato, dormido y borracho en el restaurante para que pague la cuenta. Al despertar, Julián se da cuenta de la broma de sus amigos y de cómo se ha producido una confusión y uno de ellos, Fernando, se ha llevado su gabán, dejando el suyo en el restaurante. En el bolsillo del abrigo, Julián descubre una nota amorosa escrita por su mujer a su gran amigo. El matrimonio discute y se reconcilia, los dos amigos se baten en duelo, Julián resulta herido y se cierra la historia con la redención final del protagonista, que deja sus juergas nocturnas y se dedica a la vida marital apacible, de modo que el autor justifica el título del relato.

No es baladí que dos de los nombres propios de aparición más frecuente en La Esfera sean Zamacois y Dicenta. En 1897 ambos fueron miembros fundadores de la revista Germinal, en la que también publicarían autores como Felipe Trigo, Ramón del Valle Inclán, Vicente Blasco Ibáñez, Pío Baroja, Jacinto Benavente o Ramiro de Maeztu, entre otros (Cordero Gómez 46).

Como anticipábamos, en el primer vaciado de relatos breves aparecidos en La Esfera relativo al primer año (1914) (Ripoll Sintes 2015, e.p.) ya se observó una mayor presencia de los firmados por Joaquín Dicenta, con un total de cuatro cuentos incluidos en la sección «Cuentos españoles». En 1915 se corrobora que el escritor, perteneciente a la llamada «Promoción del Cuento Semanal» en cuanto a integrante del circuito teatral madrileño, es de los más fecundos colaboradores de la publicación con un total de cinco relatos: «Ya vienen los Reyes» (n.º 53, 02-01-1915), «Siembra» (n.º 70, 01-05-1915), «Ante la muerte» (n.º 79, 03-07-1915), «Apóstol y mártir» (n.º 89, 11-09-1915) y «El retrato» (n.º 94, 16-10-1915).

Una de las posibles explicaciones de que Joaquín Dicenta publicara en La Esfera no solo cuentos, sino también artículos de opinión o reportajes sobre temas específicos, puede hallarse en la situación de las tablas españolas y en su trayectoria dramática. Ya entre 1908 y 1913 había tenido lugar un amplio período sin que estrenara ninguna pieza teatral. En palabras de Jaime Mas, «ha ido quedando paulatinamente en el olvido, debido a su fama de autor contrario a las buenas formas morales, prohibido por la Iglesia y denigrado por los sectores católicos y tradicionales, y por otro lado su progresiva separación del grupo de intelectuales formado por Unamuno y Azorín [...]» (95). De hecho, su última obra teatral, El lobo, se representó en 1914. En contraposición, en esos últimos años de vida intensificó la producción de cuentos -por ejemplo, los recogidos en Los de abajo (1913)-, novelas largas -Rebeldía (1910), Los bárbaros (1912), Encarnación (1913), Mi Venus (1915)- y novelas cortas -La gañanía (1908), Galerna (1908), El sino (1909), Infanticida (1912), Encarnación (1913), Caballería maleante (1915), El hampón (1915), El pasaporte amarillo (1915), etc.-. Las causas de su viraje hacia la prosa, sin embargo, no parecen estar solo en esa censura desde los sectores más católicos e intelectuales, sino también en la mala situación por la que atravesaba la escena española y sobre la que el propio Dicenta reflexionó en los artículos de 1915 asimismo publicados en La Esfera y analizados en este mismo volumen por la Dra. Sotelo.

A grandes rasgos, la cala en Joaquín Dicenta ejemplifica las tendencias observadas en 1914 y que se revalidan en 1915. De este modo, parece que los cinco relatos, heterogéneos entre sí, no están condicionados por una línea editorial concreta ni por unas premisas estéticas decididas por la dirección del semanario, sino que entroncan con la particular poética narrativa y las circunstancias del escritor. Ahora bien, Dicenta conjuga dos tendencias: el contraste ideológico que suscita la escritura de cuentos como «Apóstol y mártir» junto a otros que recogen el gusto burgués por la literatura de entretenimiento; esto es, cuentos más en la línea del famoso drama social Juan José (1895) frente a otros de tendencia melodramática en la línea de Eduardo Zamacois y de las novelas y novelas cortas publicadas en colecciones populares a principios del siglo XX.

El primero de esos cuentos que Dicenta publica en La Esfera en 1915, «Ya vienen los Reyes», aparece en el número especial con el que el semanario inaugura el año, compartiendo escenario con cuentos de los colaboradores más representativos del semanario. Publicado el segundo día de enero, la mayoría de esos cuentos del número especial trataban la temática navideña y epifánica. Es el caso del relato de Joaquín Dicenta, quien sitúa la acción en la noche de Reyes. La lúgubre descripción ambiental y la oposición entre los tres espacios que aguardan la festividad -la Plaza Mayor de Madrid, el campo y el barrio gitano- redundan en la falta de caridad y en el efectismo final: «El crepúsculo trae a la ciudad frialdades siniestras» (Dicenta 1915a). Buscando despertar el mismo contraste ideológico que en «El cojito» (La Esfera, 10-01-1914), el autor escoge el esquema del melodrama para lograr concienciar a los lectores. Como ocurre en toda su producción, especialmente en la teatral, Joaquín Dicenta se caracteriza por su «solidaridad con las clases marginadas y menos privilegiadas de la sociedad y su lucha para conseguir la igualdad social» (Mas Ferrer 22), por intentar enseñar y educar por medio del teatro al público a fin de lograr «una sociedad más justa y equitativa en la que se integren las clases marginadas» (30).

En el caso de «Ya vienen los Reyes» se intenta concienciar a los lectores burgueses de la oposición respecto a los más necesitados; entre aquellos que podrán celebrar la Epifanía por todo lo alto y quienes no tendrán nada que poder regalar a los más pequeños. El drama se configura en los binomios riqueza-pobreza y ciudad-campo, reforzado por los dos dibujos: arriba la Plaza Mayor, abajo una mujer que desciende de la ciudad al campo. Ese descenso al campo, es simbólicamente un descenso a los infiernos puesto que esa mujer abandona un bebé a la intemperie. Desde el barrio gitano suena la canción «Ya vienen los Reyes / por el Arenal. / Al niño le traen / mantilla y pañal.». La melodía no se cumple con el retoño que, sin mantilla y pañal, va quedando sepultado por la nieve hasta que «la contracción última pintó en su boca una sonrisa». El efectismo de las dualidades, las imágenes y la recurrente canción pretende suscitar la compasión de los lectores y una reflexión acerca de qué motivos pueden llevar a alguien a cometer semejante crueldad. Coincide por lo tanto este desenlace con el de las colecciones de novelas cortas, donde los desenlaces trágicos o desgraciados son más frecuentes porque buscan que el lector medite (Rivalan Guégo 61).

También de carácter reflexivo y términos antagónicos es el segundo de los cuentos: «Siembra». Escrito en primera persona y con la actualidad bélica como leitmotiv, el narrador se sitúa en un locus amoenus desde el que contempla a un labriego que siembra la tierra mientras su mujer amamanta a su hijo. Los periódicos le alejan de ese paisaje idílico para relatarle las últimas noticias de la guerra, en las que se describe al detalle la barbarie de la contienda sinsentido «por doscientos metros de tierra» (Dicenta 1915b). La conquista es la contraposición de la siembra: frente al labriego, capaz de fecundar la tierra y a su mujer, de subsistir y de procrear, el soldado deja estériles tanto la tierra que riega con la sangre de sus rivales como a las mujeres que viola. La reflexión final con la que el escritor busca remover de nuevo la conciencia del lector es premonitoria del cainismo de 1936: «Acaso en un cacho de tierra, a éste igual, morirá andando el tiempo, por mano de sus prójimos el niño que ahora recoge con sus labios la vida en el pecho de una humilde mujer.» (Dicenta 1915b). «Siembra» se suma a lo que Christine Rivalan ha venido a llamar «el mito de la preguerra», según lo cual en las novelas y novelas cortas del periodo de entreguerras se evocan los años anteriores a la guerra, si bien en el caso de Dicenta no es para «recordar una época en que se era más respetuoso con los buenos modales» ni para «añorar la calidad de vida en un paisaje urbano que todavía era humano» (Rivalan Guégo 90).

El tercero de los cuentos que Dicenta publica en La Esfera ese 1915 es «Ante la muerte», relato que, a diferencia de los dos anteriores, sí se inscribe en la sección «Cuentos españoles». El espacio escogido es un transatlántico, uno de los lugares predilectos de los relatos y novelas cortas de la época «ya sea para llevar a los pasajeros a la tierra prometida, ya sea para ofrecer un crucero de diversión a los más ricos, son el teatro de una confrontación social silenciosa» (Rivalan Guégo, 150). En este caso, no obstante, la confrontación social es menos patente, aunque un buen número del pasaje que viaja de Buenos Aires a España codicia las joyas del misterioso y escéptico español que hizo fortuna en la Pampa. En esta ocasión, priman los tintes bohemios -sintetizados en el protagonista, Pablo Núñez- y el melodrama, ya que el transatlántico, acorralado por la niebla, sufrirá el mismo destino que el Titanic, hundido tres años antes del relato. En ese desenlace, el protagonista decide ceder su salvavidas a la joven de quince años «joven, feliz y buena» (Dicenta 1915c), única pasajera con la que había simpatizado durante la travesía y que le recordaba a su hija. Se cumple así el relevo generacional y la primacía de los buenos valores frente a una vida de desdicha y bohemia.

En «Apóstol y mártir», Dicenta volverá a cargar las tintas en su «socialismo utópico a lo Furier» (Mas Ferrer 34). Por su temática, es el relato que mejor recoge la estela de sus dramas sociales -Juan José (1895), El señor Feudal (1896), Aurora (1902) y Daniel (1907), entre otros-. Como en la mayor parte de ellos, especialmente en el primero de ellos, Dicenta estructura el cuento sobre dos ejes: el del amor y el de la lucha de clases (Mas Ferrer 109). De este modo, «Apóstol y mártir» se articula sobre el triángulo amoroso formado por Diego, el mecánico y mártir de la lucha de clases que está enamorado de Enriqueta; esta, maestra «hija del pueblo» que abandonó el hogar paterno por su amor hacia Eduardo; y este, periodista y apóstol a favor del proletariado. Los temas de la obra del aragonés presentes en este cuento son varios: en primer lugar, el del amor libre que no entiende de clases; en segundo lugar, la educación de las masas analfabetas y la defensa del proletariado que comparten el trío; y, en tercer lugar, la incoherencia de quienes abandonan la lucha de clases.

Diego y Enriqueta son dos hijos del pueblo con mayor cultura que la que la gente de su clase podía adquirir. Ambos son conscientes de que para que su causa prospere dependen de la tribuna y oratoria del periodista. Eduardo, por su parte, es un «joven, hijo de burgueses, que renegaba de su casta» (Dicenta 1915d, 15). Cuando Diego lo conoce, le propone un trato:

De hoy en adelante lo que aquí tengo es de los dos: mi oficio me permite vivir con perfecto desahogo; dispón de todo, hasta que tus circunstancias varíe [sic] ¡y a pelear juntos por la causa! Tú en apóstol que propagues la buena nueva, en caudillo que nos lleve al combate, cuando suene la hora de combatir; yo, en hombre dispuesto a la acción y al martirio, si ellos son menester.


(Dicenta 1915d, 15)                


Satisfechos con este trato y unidos por una misma causa que diluye su diferencia de clases, la figura de Eduardo va en ascenso hasta ser elegido diputado a Cortes en representación de los obreros y de los ideales compartidos. El vencedor, sin embargo, fue el Gobierno, ya que la estrategia de dejarle ascender a Diputado preveía la posible traición del periodista. Y así se cumplió el vaticinio cuando, ante la convocatoria de una huelga en la que se produce un choque entre obreros y esquiroles, Eduardo no hace nada por evitar que el gobernador de la provincia echara las tropas a la calle. Comprendiendo que el mayor esquirol y traidor es Eduardo, Enriqueta le abandona y se va combatir y a jugarse la vida junto a Diego.

El tema de los esquiroles aparece también en el drama Daniel. Sin embargo, «Apóstol y mártir» puede leerse como un contrataque de Dicenta hacia el grupo de intelectuales del que se había separado y entre los que se encontraban Azorín, Ramiro de Maeztu y Pío Baroja, quienes, habiendo iniciado sus trayectorias en la defensa de la igualdad social, no respaldaron esas ideas de juventud hasta la muerte. Antes bien, según recoge Jaime Mas, estos autores dirigieron críticas irreverentes y hostiles hacia el dramaturgo porque «no comprendieron nunca sus esfuerzos para enseñar y educar por medio del teatro al público, teniendo que hipotecar su arte a fin de lograr el mensaje deseado sobre el público» (Mas Ferrer 30). De este modo, Eduardo podría interpretarse como el ejemplo de esos periodistas y escritores incoherentes o inconstantes que traicionaron una causa en la que Dicenta siempre militó.

Finalmente, el último de los relatos de Dicenta, «El retrato», recupera los tintes melodramáticos. El narrador, observador y personaje a la vez, presenta una idílica familia formada por un artista de renombre, su encantadora mujer y un niño de tres años. Pese a la aparente perfección de sus vidas, la mujer se fuga con un capitán de húsares. El artista, resentido, rompe el retrato de ambos y el niño al ver los pedazos exclama «¡No pero juntarlos!... ¡Han rompido al papá y a la mamá del nene!...» (Dicenta 1915e). Nuevamente, el autor recurre a una criatura para lograr el efectismo el relato y cifrar la crueldad de una madre que abandona a su hijo.

No es este el único cuento de la nómina de 1915 que contiene el motivo del adulterio -con o sin fuga-, entre los que se encuentran: «El marido de su viuda», de E. González Fiol; «Éxodo», de Leocadio Martín Ruiz; «La mujercita», de Pedro Mata; en «Un marido modelo», de Eduardo Zamacois; y se intuye en el final de «No fui yo...» del mismo autor. Sin embargo, solo en el cuento de Dicenta se observan los efectos que provoca el abandono del hogar en el hijo pequeño. Si bien el dramaturgo había, como se ha indicado, defendido el amor libre, en la pieza teatral El crimen de ayer (1908) plasma los males que conlleva cuando la unión la llevan a cabo personajes egoístas e individualistas. En «El retrato», la madre es uno de esos personajes egoístas que antepone su felicidad a la de su hijo, auténtica víctima de su resolución. Y es que, aunque en las novelas cortas de la época «el adulterio se presenta como la válvula de seguridad del matrimonio», ante todo este debe ser secreto: «a riesgo de que se le pueda asimilar a un crimen: la mujer adúltera sabe que no es más que un monstruo para su marido» (Rivalan Guégo 129). El motivo de este esquema estriba en que los escritores de las populares novelas y novelas cortas de la época se erigían en educadores de las mujeres. De modo que, a pesar del erotismo atribuible a estas obras, primaba el conservadurismo, hasta el punto que uno de los principales objetivos era subordinar a las lectoras y substituir la propagación de la «mujer nueva» a fuerza de instruirlas en la máxima de que el equilibrio estaba en el matrimonio y de que el modelo a seguir era el de la madre en casa2.

En próximos vaciados se constatará si los relatos breves aparecidos en La Esfera continuaron apostando por las oposiciones binómicas y si su temática evolucionaba en paralelo al de las publicaciones semanales de novelas y novelas cortas. En este sentido, será significativo continuar analizando cómo se reproduce el gusto burgués por la literatura de entretenimiento a la vez que se educan sus costumbres. Será asimismo relevante atender al modelo de mujer y comprobar si se da cabida a temas como el divorcio.






Obras citadas

  • Carretero, José María («El Caballero Audaz»). «Nuestras visitas. Eduardo Zamacois». La Esfera n.º 95 (23-10-1915): 10-11.
  • Cordero Gómez, José Ignacio. La obra literaria de Eduardo Zamacois. Tesis doctoral dirigida por Andrés Amorós. Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 2008.
  • Dicenta, Joaquín. «Ya vienen los Reyes». La Esfera n.º 53 (01-02-1915): 59.
  • Dicenta, Joaquín. «Siembra». La Esfera n.º 70 (01-05-1915): 7.
  • Dicenta, Joaquín. «Ante la muerte». La Esfera n.º 79 (03-07-1915): 12-13.
  • Dicenta, Joaquín. «Apóstol y mártir». La Esfera n.º 89 (11-09-1915): 14-15.
  • Dicenta, Joaquín. «El retrato». La Esfera n.º 94 (16-10-1915): 13.
  • González, José Ramón. «Eduardo Zamacois, testigo (lejano) de la Gran Guerra». Monteagudo: Revista de literatura española, hispanoamericana y teoría de la literatura nº 19 (2014): 49-72.
  • Mas Ferrer, Jaime. Vida, Teatro y Mito de Joaquín Dicenta. Alicante: Instituto de Estudios Alicantinos/Diputación Provincial de Alicante, 1978.
  • Ripoll Sintes, Blanca. «Cultura y entretenimiento en la España de 1914. Los relatos breves en La Esfera». Desde ambas laderas. Culturas entre la tradición y la modernidad. Coords. Dolores Thion Soriano-Mollá, Luis Beltrán Almería, María Luisa Sotelo Vázquez y Rosa de Diego. Eds. Blanca Ripoll Sintes y Jessica Cáliz Montes. Barcelona: Publicacions de la Universitat de Barcelona, 2015. En prensa.
  • Rivalan Guégo, Christine. Fruición-ficción: Novelas y novelas cortas en España (1894-1936). Gijón: Ediciones Trea, 2008.



Bibliografía

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  • Emilia Pardo Bazán, «De otros tiempos» (2 de enero de 1915a, 41-42); «El mascarón» (13 febrero 1915b p. 11); «Cuentos españoles. El malvis» (27 marzo 1915cp. 8-9).
  • Ramón María del Valle Inclán, «Quietismo estético» (3 abril pp. 13-14).
  • Miguel de Unamuno, «Don Catalino, hombre sabio» (24 julio p. 11).
  • Ramón Pérez de Ayala, «Cuentos españoles. El profesor auxiliar» (25 septiembre pp. 14-16).
  • Emilio Carrére, «El rey poeta» (25 septiembre pp. 21-22).
  • Zorrilla, «Leyendas» (30 octubre p. 9, 12 y 14).
  • José Francés, «Cuentos españoles. Vida nueva» (2 de enero 1915a, pp. 18-19); «Una fantasía de invierno» (6 febrero 1915b, pp. 21-22); «Cuentos españoles. Lo inesperado» (14 agosto 1915c, pp. 23-24).
  • Eduardo Zamacois, «Silencio» (2 de enero 1915a, p. 24); «De la alegre bohemia. La taza de café» (23 enero 1915b, pp. 14-15); «Martes» (30 enero 1915c, pp. 19-20); «Cuentos españoles. A muerte» (22 mayo 1915d, pp. 14-15); «Cuentos españoles. El mejor salto de Tony-Dower» (21 agosto 1915e, pp. 12-13); «Cuentos españoles. No fui yo...» (2 octubre 1915f, pp. 12-13); «Desde Italia. Escenas milanesas» (23 octubre 1915g, pp. 10-11); «Cuentos españoles. Un marido modelo» (27 noviembre 1915h, pp. 12-13).
  • Joaquín Dicenta, «Ya vienen los reyes» (2 enero 1915a, p. 59); «Siembra» (1 mayo 1915b, p. 7); «Ante la muerte» (3 julio 1915c, pp. 12-13); «Cuentos españoles. Apóstol y mártir» (11 septiembre 1915d, pp. 14-15); «Cuentos españoles. El retrato» (16 octubre 1915f, p. 13).
  • Antonio de Hoyos y Vinent, «Cuentos españoles. Una noche bajo 'El Terror'» (30 enero 1915a, pp. 16-17); «Cuentos españoles. Una aventura de amor» (20 febrero 1915b, pp. 23-24); «Cuentos españoles. El sortilegio de la ciudad sepultada» (7 agosto 1915c, pp. 14-15); «Cuentos españoles. El pájaro maravilloso» (9 octubre 1915d, pp. 14-15).
  • Diego San José, «Cosas de antaño. La carta olvidada» (17 abril 1915a, pp. 25-26); «Cuentos españoles. Amor catedrático» (18 septiembre 1915b, pp. 14-15); «Cuentos españoles. Un pecado mortal» (6 noviembre 1915c, p. 16).
  • Dionisio Pérez, «Los reyes no llegan» (2 de enero, pp. 36-37).
  • Prudencio Iglesias Hermida, «Un recuerdo de año nuevo. La niña de los pies desnudos» (2 de enero, p. 56).
  • Juan Pérez Zúñiga, «Cuento para niños. La regadera encarnada» (2 enero, pp. 60-61).
  • Emiliano Ramírez Ángel, «La bondadosa liebre» (2 enero, pp. 64-65); «Los segadores» (30 enero, p. 24).
  • Armando de las Alas Pumariño, «Cuentos españoles. El paquete de cartas» (9 enero, pp. 14-15).
  • [Ramón] Goy de Silva, «Fénix, prisionero» (16 enero p. 6).
  • José Ortiz de Pinedo, «Cuentos españoles. El hijo» (16 enero pp. 12-13).
  • Manuel de Mendivil, «Cuentos españoles. El ideal se salva» (23 enero pp. 21-22).
  • Pedro Balgañón, «Cuentos españoles. La novela de un hidalgo» (6 febrero pp. 14-15).
  • Pedro de Répide, «Cuentos españoles. La priora y la observante» (13 febrero pp. 22-23).
  • Nicanor Rodríguez de Celis, «Cuentos españoles. La hija de Lohengrin» (27 febrero pp. 14-15).
  • Federico García Sanchíz, «Cuentos españoles. Al son de la guitarra» (6 marzo 1915a, pp. 14-15); «Aquella mujer» (15 mayo 1915b, p. 21).
  • Manuel Abril, «Poemas en prosa. La dama roja» (13 marzo 1915a, p. 11); «Cuentos españoles. Blanca, la molinera» (13 noviembre 1915b, p. 14).
  • Fernando Mora, «Cuentos españoles. Perrerías» (13 marzo pp. 14-15).
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  • Eduardo Andicoberry, «Cuentos españoles. Compasión» (3 abril pp. 20-21).
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  • Alejandro Larrubiera, «Cuentos españoles. Los amores de una fea» (1 mayo pp. 12-13).
  • Francesc Mirabent Vilaplana, «Cuentos españoles. En silencio» (jovencísimo, 17 años: 8 mayo pp. 141-5).
  • Felipe Sassone, «Cuentos españoles. La piedra de Sísifo» (29 mayo pp. 23-24).
  • Ricardo León, «Narraciones españolas. El milagro de la seda» (12 junio pp. 14-15).
  • Manuel Lustres Rivas, «Cuentos españoles. Un poema legendario» (19 junio pp. 25-26).
  • Enrique González Fiol, «Cuentos españoles. El marido de su viuda» (10 julio pp. 10-11).
  • Wenceslao Fernández Flores, «Cuentos españoles. La antesala de la muerte» (17 de julio pp. 14-15).
  • Leocadio Martín Ruiz, «Cuentos españoles. Éxodo» (24 julio p. 8).
  • Alfredo Marte, «Cuentos españoles. El viaje de 'mamá Dolores'» (31 julio pp. 14-15).
  • Luis Bello, «Cuentos españoles. 'Sintiya', atada al naranjo» (28 agosto p. 8).
  • Manuel Linares Rivas, «Cuentos españoles. Mi cacique» (4 septiembre pp. 12-13).
  • A. Aguilera y Arjona, «Cuentos españoles. Amor de artistas» (30 octubre pp. 23-24).
  • Pedro Mata, «Cuentos españoles. La mujercita» (20 noviembre pp. 14-15).
  • Felipe Trigo, «Cuentos españoles. Lance de honor» (4 diciembre pp. 14-15).
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  • Alberto Insúa, «El ojo de cristal» (18 diciembre pp. 14-15).
  • Juan López Núñez, «Leyendas y tradiciones madrileñas. La calle del soldado» (20 febrero 1915a, p. 29); «Leyendas y tradiciones madrileñas. La calle de válgame Dios» (27 marzo 1915b, p. 20); «Leyendas y tradiciones madrileñas. La calle del bonetillo» (1 mayo 1915c, p. 24); «Leyendas y tradiciones madrileñas. La calle de Santa Isabel» (19 junio 1915d, p. 14).


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