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El hebreo y las lenguas semíticas en la obra de Hervás y Panduro

Ángel Sáenz-Badillos


Universidad Complutense, Madrid



Lorenzo Hervás y Panduro (Horcajos de Santiago 1735-Roma 1809), jesuita que tuvo que sufrir los rigores de la expulsión de 1767 y pasó largos años en Italia, fue sin duda una de las figuras más interesantes de la ciencia y la lingüística española de la segunda mitad del siglo XVIII. Las facetas de su obra enciclopédica son innumerables, y la bibliografía escrita sobre él es realmente abundante1. Sin embargo, no siempre se ha presentado una perspectiva objetiva sobre el alcance y valor de su obra. En las últimas décadas, gracias sobre todo a los serios estudios de Antonio Tovar, se han hecho precisiones importantes sobre el verdadero mérito y las limitaciones de su aportación, especialmente en relación con sus ideas sobre las lenguas indoeuropeas y americanas.

En las páginas que siguen quiero fijarme con especial atención en su actitud respecto al hebreo y las lenguas semíticas. Una actitud sin duda interesante, y en cierto sentido innovadora, aunque excesivamente lastrada todavía por el peso de las limitaciones de su tiempo y de su formación. Me gustaría tratar el tema huyendo a la vez de ese triunfalismo casi inevitable de no pocos autores que pecan de excesivo y mal entendido nacionalismo, y del pesimismo con el que ven otros historiadores la vida intelectual de nuestro Siglo de las Luces. Buscaré, simplemente, una valoración objetiva.

Las opiniones de Hervás sobre la lengua y su descripción, así como sobre la clasificación y comparación de las lenguas, se encuentran diseminadas en sus numerosas obras impresas y manuscritas. Las ideas concretas que vamos a estudiar aquí se contienen en el primer y segundo volumen de su obra en castellano Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, y numeración, división y clases de éstas según la diversidad de sus idiomas y dialectos, que apareció entre 1800 y 18052. Se trata de una traducción, desarrollada por el propio autor, del volumen XVII de los 21 que había publicado en Italia entre los años 1778 y 1787 con el título de Idea dell' Universo che contiene la storia della vita dell' uomo, elemento cosmografici, viaggio estatico al mondo planetario, e storia della terra. En realidad, no son los únicos estudios dedicados a la lingüística por este notable enciclopedista. En varias de sus obras pedagógicas, como las dedicadas a la enseñanza a los sordomudos, y en volúmenes tan curiosos como su Vocabulario poliglotto, o su Saggio prattico delle lingue (vol. XX y XXI de su Idea dell' Universo), aparecen también de nuevo algunos de los temas lingüísticos que más le preocupaban, incluyendo cuestiones sobre el origen de las lenguas y la comparación de vocablos en los idiomas más diversos.

¿En qué consiste la aportación original de Hervás y hasta qué punto es algo realmente valioso? Sin duda, clasificar más de trescientas lenguas era algo llamativo en su tiempo, mucho más que todo lo hasta entonces logrado, como ha puesto claramente de relieve M. Batllorí3. Se ha señalado que esas ideas se inspiraron en último término en la obra de Leibniz, que apareció a fines del siglo XVII4 y sirvió también de estímulo para empresas similares en otros lugares de Europa5, y que la Europa del siglo XVIII conoció varios estudios parecidos de comparatismo entre las diversas lenguas. Sin duda eso no quita mérito alguno a la curiosidad científica, al esfuerzo por reunir la información y clasificarla, de los que hizo gala Hervás.

Pero es posible que se exagere cuando se le llega a llamar «políglota insigne», «padre de la moderna Filología comparada»6. Como en otros casos, Menéndez y Pelayo extremó un tanto sus alabanzas al decir que en filología «nos pusimos a la cabeza del mundo con Hervás y Panduro», «de cuyo cerebro, como Minerva de Júpiter, brotó armada y pujante la filología comparada»7; lo mismo hizo C. Viñas cuando le llegaba a atribuir el mérito de que España sea «patria de la ciencia comparada del lenguaje». El propio J. L. Abellán sostiene que gracias a su Catálogo Hervás «merece fama imperecedera»8. Seguramente el jesuita conquense se habría extrañado de ser objeto de tales encomios hiperbólicos, pues no creo que nunca se considerara personalmente como un gran filólogo: si es verdad que trató de informarse de la mejor manera sobre las distintas lenguas, nunca pretendió dominarlas, ni que su comparación fuera seriamente filológica. Conviene no perder de vista el hecho de que el interés primordial de su obra es más sociológico y etnológico que lingüístico, como lo indica de manera adecuada el título del segundo artículo de su primer tomo, «Las lenguas, distintivo claro de las naciones, son el mejor medio para clasificarlas», lo mismo que el del tercer artículo: «Práctica aplicación de la observación de las lenguas para clasificar las naciones».

Al comienzo del Vol. 1, dedicado a las lenguas y naciones americanas, en la Presentación al Supremo Real Consejo de Indias (escrita en Roma en 1798), dice Hervás:

La presente obra, en que trato de todas las naciones del mundo hasta ahora conocidas, valiéndome de la observacion y exámen de sus respectivos idiomas y dialectos para distinguirlas, numerarlas y clasificarla...


(III s.)                


La introducción propiamente dicha de ese primer volumen la forman 106 páginas sobre cuestiones metodológicas y división general de las lenguas:

Esta obra... es histórico-genealógica de las naciones del mundo hasta ahora conocidas.


(1).                


Critica Hervás los medios habitualmente empleados para clasificar las naciones y lenguas del mundo: son escasos, poco exactos, expuestos a error. Son medios más seguros y eficaces los naturales: «se distinguen y diversifican en costumbres, en la figura corporal y en las lenguas...» (5) . Sus distintivos característicos son: las palabras, el artificio gramatical y la pronunciación. Las naciones que conservan esos tres elementos «se deben considerar como primitivas, o como naciones que se han conservado inconquistables, puras y aislada...»

Como prueba de que las alabanzas apasionadas de su obra no son fruto de una «pasión nacionalista» se suele aducir con frecuencia el testimonio de Max Mueller, quien en sus Lectures on the Science of Language de 18619 atribuía a Hervás el mérito de haber sido el primero en mostrar que la verdadera afinidad entre las lenguas debe ser determinada sobre todo por los hechos gramaticales, y no por un simple parecido de palabras. Si esto puede ser un principio en el que Hervás acertó plenamente, su aplicación a los distintos grupos de lenguas no fue tan consecuente como habría sido de desear, probablemente porque es imposible que una sola persona abarque toda esa enorme diversidad de lenguas, y porque él era un enciclopedista y no un lingüista.

Antonio Tovar, que para mí acierta en su visión de conjunto sobre la obra de Hervás, dice de manera muy objetiva:«Hervás, que no tenía formación de lingüista, emprendió una verdadera encuesta oral, aprovechando la concentración en los Estados Pontificios, en los que residió hasta su muerte... de muchísimos jesuitas procedentes de los países más diversos...», a lo que se añadían consultas personales a informantes cualificados y estudios en las bibliotecas. Sin duda, su gran capacidad para recoger y organizar los datos y su gran curiosidad le llevaron a conseguir una perspectiva general que abruma por su amplitud y su sana ambición. Pero este juicio debe completarse con otra observación del mismo Antonio Tovar: «el fuerte de Hervás no estaba en sus ideas científicas, sino en la eruditísima y diligentísima recolección de datos, a menudo utilizada con ingenio y agudeza. En sus teorías no era Hervás sino hijo de su tiempo...»10

Desde el punto de vista del tema al que me limito, esto es, su visión del hebreo y de las lenguas semíticas, habría que corregir a la baja esta última valoración: en su interpretación de la historia antigua y de la incardinación de cada una de las lenguas semíticas en su entorno socio-geográfico, Hervás es totalmente conservador, casi diría medieval en su visión acrítica de los datos, y está muy lejos de acertar en sus intuiciones. Probablemente, el propio Menéndez y Pelayo, poco sospechoso en este punto, entreveía algo de esto al comentar sobre él que era «un tanto tradicionalista»11. Tovar lo reconoce también al examinar sus aportaciones en el campo de las lenguas europeas, pero da un juicio en mi opinión demasiado positivo: «Sus conocimientos de la realidad lingüística de todas las partes del mundo le permitía rebasar las limitaciones de su formación y de su apego a ideas obsoletas»12. En el caso concreto que aquí estudiamos, lo mismo que en otros varios señalados por el mismo Tovar13, las limitaciones resultaron demasiado grandes, hasta el punto de oscurecer los aciertos.

Desde una perspectiva general de tipo lingüístico, es indiscutible que muchas de las ideas de Hervás al relacionar las lenguas con las naciones históricas se basan en una interpretación literal y elemental del capítulo 10 del Génesis, de su manera de entender al pie de la letra la confusión de lenguas en la Torre de Babel14. Ahí radica sin duda una de las limitaciones más serias y determinantes de su obra lingüística. Sin duda, los estudiosos del tema se han encontrado ante el dilema de reconocer cuanto había de positivo en la actitud del jesuita, valorando sus aciertos, y de clasificarle al mismo tiempo en la era «pre-científica». En síntesis, se puede suscribir plenamente el juicio de Tovar: «lo que hace de Hervás un precursor, pero no un lingüista moderno, es su falta de método»15; o bien: «no era aún un comparatista al moderno estilo, puesto que no tenía en cuenta las correspondencias fonéticas regulares...»16 A eso habría que añadir además que sus propios prejuicios seudo-científicos han viciado el punto de partida de su investigación. Una interpretación benévola podría atribuir todo esto al espíritu de su tiempo, pero eso significaría que Hervás no lo supo superar, que fue víctima de las ideas más conservadoras de su época.

Una de las cuestiones que preocupa a Hervás a lo largo de sus obras es el origen del lenguaje y la diversidad de las lenguas humanas. Y su respuesta es clara: no puede haber sido invento del hombre, Dios ha tenido que infundirlo en la humanidad, igual que será Él quien deberá estar en el origen de la diferenciación de las lenguas17:

El examen de las lenguas me confirma cada día más y más de que seríamos aún mudos todos los hombres si Dios no hubiera infundido un idioma a nuestros primeros padres, y de que la diversidad de tantos idiomas entre los hombres demuestra la verdad de haber sucedido entre ellos la confusión de lenguas de Babel, como lo refiere Moisés. Para confirmar estas verdades me valgo del análisis de las lenguas...18


Y en otro lugar:

El primer idioma vocal fue invención sobrenatural de Adán... Todos los hombres hablarían dialectos de la lengua que habló Adán si no hubiera sucedido la infusión o confusión de lenguas en la Torre de Babel...19


La pregunta sobre el origen de la lengua es muy antigua: se la habían planteado ya tanto los autores grecolatinos desde Heráclito y Demócrito20, como los Padres de la Iglesia, había preocupado en la Edad Media a los lingüistas árabes y hebreos21, y había llegado igualmente, sin lograr una respuesta unánime, a los tiempos del Renacimiento. Las dos opiniones básicas contrapuestas eran que la lengua fuera infundida por Dios en el hombre (y por tanto «natural»), o que surgiera como resultado de la convención humana. Y puede decirse, en general, que los autores con ideas teológicas más conservadoras se habían definido siempre a favor de la teoría del origen divino de la lengua. El panorama histórico de esta idea y su problemática en la obra de los principales intelectuales del siglo XVIII español los ha descrito de manera muy adecuada Lázaro Carreter22. Conviene notar que, fuera del caso de Feijoo, que defiende claramente la concepción aristotélica del origen de la lengua por convención humana, figuras tan significativas como Mayans o Sarmiento sostenían el origen divino del lenguaje. No es de extrañar por tanto que Hervás adoptara esa misma línea, que en su opinión representaba la respuesta tradicional y cristiana sobre el problema.

La otra cuestión, estrechamente unida con ésta, y planteada igualmente desde antiguo, es cuál es esa lengua infundida o revelada por Dios, cuál es la lengua primitiva de la humanidad, que se supone madre de todas las demás lenguas. Los maestros judíos de los primeros siglos de nuestra era, interpretando los primeros capítulos del Génesis, sostenían ya que el hebreo era la lengua de la creación y la hablada por los primeros hombres, si bien se difundió también entre diversos autores judíos y cristianos la teoría de que en realidad esa primera lengua había sido el arameo, mientras que el hebreo fue enseñado a Moisés en el Sinaí23. El hebreo como lengua primaeva fue un principio aceptado a la vez por la mayoría de los Padres de la Iglesia y por los escritores judíos del Medievo. Nada extraño por tanto que ese punto de vista llegara también a los hombres del Renacimiento, y de una u otra forma, hasta el mismo siglo XVIII24. Y lo mismo puede decirse del significado atribuido a la torre de Babel en la historia de la formación de la diversidad lingüística, y en el número de 72 lenguas relacionadas con los descendientes de Noé. Viejas tradiciones judías recogidas y mantenidas por los pensadores cristianos.

Ya J. J. Scaligero (1540-1609) había hablado, doscientos años antes, de lenguas matrices y lenguas hijas, y esa misma distinción la habían usado intelectuales hispanos del siglo XVIII como Gregorio Mayans25.

Sin inventar nada totalmente nuevo, tomando de las teorías ya anteriormente defendidas las que más corresponden con su propia observación, Hervás elabora su propia reconstrucción. En el vol. I del Catálogo aborda esta problemática. Según él, los antiguos dieron muchas noticias confusas sobre las primeras lenguas, y lo que él llama la «observación filosófica» de las lenguas ha empezado hace apenas algo más de dos siglos. Hervás hace gala de buen conocimiento de sus antecesores. Según él, lingüistas del siglo XVII como Teseo Ambrosio, Guillermo Postel, Teodoro Claude Duret, Bibliandro, siguen defendiendo muchos errores; este último, por ejemplo, dice que la lengua de los persas tiene afinidad con la siriaca y la hebrea (38 s.). Y así ha seguido casi hasta sus días: C. de Gebelin, que escribe casi a la vez que él26, hace a las lenguas persa, armenia, malaya y egipcia dialectos del hebreo (69 s.).

Volviendo al tema de cuál fue la lengua originaria, Hervás comenta que Estienne Guichart intentó probar en 161827 que todas las lenguas vienen del hebreo: recorriendo alfabéticamente las palabras hebreas dice que en éstas se hallan «las simientes de todas las lenguas» (43). En la misma línea, Esteban Morino28, y Lud. Thomassino29 afirmaban que todas las lenguas provienen de la hebrea. Pero no todos coincidían en su preferencia por el hebreo: J. Goropio Becano prefería la lengua címbrica a la hebrea. Bochart30 encontraba la etimología de todas las lenguas en el fenicio, que para Hervás no es sino un dialecto del hebreo (55). La base de todo era la semejanza «casual de casi todas las lenguas en el sonido de poquísimas palabras» (47), de la que deducían una lengua primitiva, que para la mayoría era, como hemos dicho, la hebrea.

Otro lingüista del XVIII, M. Guarnacci (1701-1785), defendía que la lengua etrusca proviene de la hebrea y es matriz de la griega y otras lenguas, pero si se hubieran fijado bien los literatos, dice Hervás, «hubieran conocido evidentemente, y establecido por dogma filosófico, ser imposible que todos los idiomas del mundo sean dialectos de una misma lengua matriz, como debían serlo en caso de provenir todos ellos de la lengua hebrea». (35).

En el vol. II del Catálogo Hervás precisa más su pensamiento respecto al tema que aquí nos ocupa. Parte para ello de lo que llama «dos verdades»:

La primera es que todo el género humano, ó no proviene de una misma familia, ó si proviene debia hablar lenguages accidentalmente diferentes, y claramente provenientes de una misma lengua matriz, quando Dios prodigiosamente no le hubiera infundido ideas de nuevos idiomas.


(378).                


Ninguna nación abandona la lengua que habla, a menos que la conquisten. Además, la razón apoya, según él, la visión de la Biblia:

La segunda verdad es: la razón por sí sola induce á juzgar que todos los hombres tienen un mismo orígen.


Debería haber en consecuencia una sola lengua matriz, pero

porque la misma razón conoce experimental y evidentemente que todos los lenguajes que en el mundo se hablan no provienen de una misma lengua matriz, porque son muy diversos en las palabras y en el artificio gramatical, infiere con necesidad que Dios con providencia particular ha causado la diversidad de lenguas que hablan las naciones del mundo.


(378).                


Se remite a la torre de Babel, donde a modo de castigo «Dios confundió la lengua primitiva que hablaban los hombres» (379). Si «quedó ó pereció la primitiva» es pura conjetura. La opinión más común es «que la lengua primitiva no pereció, y que ésta es la hebrea. Esta opinión es muy verosímil». Pero nunca se podrá demostrar que la lengua hebrea sea dialecto de la lengua primitiva (380).

Como puede apreciarse, Hervás trata de conjugar la «verdad revelada» de los datos bíblicos con sus observaciones personales sobre las diversas lenguas. Estas últimas le llevan a sostener que todas las lenguas no pueden provenir de una sola, mientras que su interpretación tradicional de los tres primeros capítulos del Génesis le lleva a la teoría de una única lengua originaria. La solución de la aporía sólo puede provenir de un «Deus ex machina», de una intervención directa de Dios confundiendo las lenguas tras la construcción de la torre de Babel. Hacía más de un siglo que Leibniz había demostrado que la «lengua primigenia» no había sobrevivido en ninguna lengua conservada, y desde luego, no en el hebreo, que para él había comenzado a existir después de la vuelta de Egipto31. Mayans, que se había topado unos años antes con el mismo problema, encontró en la actitud de Gregorio Nisseno y en el lingüista francés P. D. Huet la base para su solución: la lengua primaeva se acabó en el momento de la torre de Babel32. Hervás da medio paso atrás al dejarlo todo en el ámbito de lo que no se puede demostrar.

Lo que es cierto es que esa idea de que todas las lenguas dependen del hebreo, es decir, el punto de vista aún más tradicional, no desaparece con la llegada del siglo XIX. Todavía en 1870 Delfín Donadíu i Puignau, que llegaría a ser catedrático de hebreo de la Universidad de Barcelona en 1882, sostenía ante la Sociedad Barcelonesa de Amigos de la Instrucción que «Todas las lenguas proceden de una primitiva, que debe ser la hebrea»33. Y lo mismo defendía el 1 de octubre de 1886 en su lección inaugural de curso, «Origen del lenguaje»34.

El estudio comparativo del hebreo y las demás lenguas semíticas se apunta en diversos lugares del Catálogo, indicando que por ejemplo «las lenguas caldea y arábiga» son «dialectos de la hebrea» (vol. I, 40). Pero el tema se desarrolla plenamente en el vol. II, que lleva por título Lenguas y naciones de las islas de los Mares Pacífico é Indiano Austral y Oriental, y del continente del Asia, y apareció en 1801. Al final de sus observaciones sobre las lenguas asiáticas, en el capítulo IX (tras haber hablado de las lenguas de Persia en el capítulo VIII) tratará Hervás de los «países en que se hablan ó se hablaron dialectos hebreos» bajo el título de «Lengua hebrea y sus dialectos, que son las lenguas caldea, siriaca, sirocaldea, samaritana, galilea, arábiga, etiópica, y cananéa ó fenicia» (370 ss.). No debemos olvidar que, tras los estudios comparatistas medievales a los que hemos aludido, ya Leibniz había hablado con más propiedad de las «lenguas semíticas», nombre que divulgaría A. L. Schlözer en 171035. Ya sólo el enunciado de este capítulo significa respecto a eso un notable retroceso.

Comienza Hervás ensalzando las excelencias de los dialectos hebreos, «los idiomas que mas llaman la atención y el respeto de todo el género humano». En ninguna otra lengua se encuentran «documentos tan insignes en lo sagrado y profano». «Los libros de Moisés escritos en hebreo... y el de Job escrito en siriaco ó en hebreo, son los mas antiguos que se reconocen en el mundo...» (370). Además son «los únicos histórico-morales...» y en ellos se halla «la verdad clara y sencilla de los hechos, y la mayor puridad de la doctrina moral, y los fundamentos incontrastables de la revelada y divina» (370 s.). Es claro el peso de su formación teológica. La lengua de Job ha sido siempre un problema, y desde luego no es el primero que sugiere que el original no fue precisamente hebreo.

La página 372 incluye unas tablas con la primera «Genealogia de los lenguajes hebraicos» cuyo contenido reproduciremos en lo esencial al final de este trabajo. Así se explica en el apartado siguiente:

Por dialectos hebreos entiendo todos los lenguajes que tienen afinidad con la lengua que comúnmente llamamos hebrea, en la que se escribió la mayor parte del testamento antiguo... Por lengua matriz de los dichos dialectos hebreos considero y reputo la antigua primitiva que habláron Sems, Arfaxad y los demas progenitores de la nacion hebrea.


(373).                


Los dialectos son «accidentales variaciones de las calidades de él; y estas variaciones son efectos necesarios que provienen de muchas y diversas causas». Las naciones van «variando y desfigurando el antiguo y primitivo de que provienen» (377). Como puede verse, las razones propiamente lingüísticas brillan por su ausencia, y la búsqueda se centra en la armonización de los datos bíblicos, interpretados literalmente, con algunas gramáticas impresas de estas lenguas que él no ha conocido sino muy superficialmente. La distancia de sus afirmaciones con la realidad no hace falta exagerarla, salta a la vista36. Hervás alude a los «progenitores ó fundadores de las naciones que habláron y hablan dialectos hebreos» (374: los citados en el Pentateuco), y a los «paises en que actualmente se habla cada uno de los dialectos hebreos...»; antiguamente se hablaban dialectos hebreos en «Asiria, Mesopotamia, Caldea y Siria, y en algunos confinantes con ellos» (374).

Su esbozo de la «historia de la lengua hebrea» no tiene desperdicio: los «progenitores de los hebreos habláron la lengua, de que han provenido los lenguages que llamo dialectos hebreos» (380 s.). La lengua egipcia es «totalmente diversa de los dialectos hebreos» pero se ha introducido en la tabla «porque de ella han tomado algunos de estos muchísimas palabras, y aun la inflexión de algunas de estas, como la tomó la lengua cananéa...» (373). Puesto que es obvio que el hebreo de la Biblia y el copto (egipcio) son totalmente distintos, hay que pensar que los hebreos hablaron su lengua nativa mientras estuvieron en Egipto. Después del cautiverio de Babilonia «habláron siempre siriaco ó caldeo» (384) (o «hebreo-siro-caldea», 388). En siro-caldeo se escribieron Macabeos, Mateo, la Epístola a los Hebreos (387), y algunos apócrifos37.

A falta de conocimiento directo del hebreo y de las restantes lenguas semíticas, ha intentado informarse en las gramáticas que ha podido encontrar en las bibliotecas de Roma. Así, defiende que las lenguas «caldea» y «siriaca (asirio)» son semejantísimas (408), pero tienen diferencias (410). De acuerdo con G. M. Amira38, «la lengua caldea es la antigua de los hebreos; porque estos descienden de los caldeos, y en Caldea estuvieron sus progenitores» (411). La lengua en que Moisés escribió el Pentateuco es la hebrea, que se mantuvo totalmente pura, mientras la caldea tuvo una «grandísima corrupción». El «caldeo, siriaco y hebreo deben considerarse como tres dialectos de su lengua matriz, que yo llamo hebrea primitiva ó antigua» (415). En efecto, estos tres «dialectos» dependen directamente en la tabla de la «matriz»: la «lengua hebrea primitiva». Y parece claro que con el nombre de «siriaco», precisado a veces como «siriaco asirio», se refiere explícitamente al asirio (Semítico oriental), mientras que «caldeo» es el nombre tradicional del arameo.

Del «samaritano» dice que «es mas antiguo que el siro-caldeo de los hebreos» (393); ha encontrado informaciones sobre el Pentateuco samaritano y su Targum (397 s.). Para el «galileo» (que en la tabla depende directamente del «siro-caldeo») se basa en J. Buxtorf39, y en De Rossi; era «un hebreo que en la pronunciacion se diferenciaba del hebreo puro». (400).

Sobre el «arábigo», que en la tabla desciende directa y exclusivamente del «hebreo israelítico», precisa Hervás que Madián y Esaú, como eran descendientes de Ismael, hablaban la lengua hebrea, y por tanto «debe ser necesariamente un dialecto de esta la lengua arábiga» (433 s.). Con el Islam se propagó y perfeccionó la lengua, sobre todo aumentando el número de los sinónimos (436). Distingue, eso sí, el antiguo árabe y los dialectos hablados en su tiempo.

El «etiópico», que en la tabla presenta influjo del hebreo israelítico, el arábigo y el egipcio, muestra según Hervás afinidad esencial en las palabras y el artificio gramatical con los dialectos hebreos, y por tanto se debe contar entre ellos (441 ss.). Su información viene en este caso de J. Ludolfo40, y por eso ha deducido que proviene del árabe, pero tiene palabras hebreas, caldeas y siriacas, y otras egipcias (373 s.).

Sobre el «cananeo o fenicio», igualmente tomado por dialecto del hebreo, sostiene que muchos de sus hablantes huyeron al llegar los hebreos, y se establecieron hasta en las Canarias, que les deben su nombre y su lengua (443 ss.). Hablaban primero copto (eran camitas), y vinieron de Egipto a Palestina. Su lengua sería por tanto propiamente una mezcla de egipcio y hebreo con influjo del árabe (450).

Junto a esta mezcolanza lamentable de nombres y datos erróneos, faltos de todo fundamento y mal interpretados, que parece imposible que se formularan hace poco más de dos siglos, Hervás incluye algunas observaciones sobre el «estado presente de las lenguas hebrea, caldea y siriaca»: «cero, porque en ningún país se hablan» (417). Los dispersos mantienen su religión «mas no hablan el hebreo: este dexó de ser lengua viva en los judíos desde su cautividad en Babilonia; y los que actualmente hay dispersos por las naciones hablan la lengua de estas ó de otras en que han estado ántes» (418).

La única sección que puede merecer el nombre de «filológica» es la tabla que recibe el nombre de «Exemplo práctico de la afinidad de los dialectos hebreos» (467 ss.). Aunque remite a su «Vocabulario poligloto», en el que pondrá más ejemplos, nos ofrece ya algunos en este lugar «para conocer que los dichos dialectos han conservado su semejanza no solamente en las palabras, sino tambien en su artificio» (468). El ejemplo práctico está tomado, según él mismo dice, de B. Finetti41, con algunas correcciones. No cabe duda que Hervás pecaba de optimismo al sostener que el bien instruido en lengua hebrea «puede en dos meses entender el caldeo y el siriaco; en ocho meses el arábigo, y en otros ocho el etiópico» (468).

La tabla recoge ejemplos en hebreo, caldeo, siriaco, árabe literario, árabe vulgar, etiópico y amhárico (en trascripción); la primera columna tiene el equivalente castellano. Lo llama «exemplo práctico de la armonía y mutua afinidad de los dialectos hebreos, llamados lenguas hebrea (345), caldea, siriaca (360), arábiga literaria, arábiga vulgar (382), etiópica y amhárica (364)». Tiene tres partes: I. Declinación de un nombre simple (profeta, en sus distintos casos); II. Pronombres primitivos (yo, nosotros, tú, vosotros, aquel, aquellos); III. Conjugación de un verbo simple (entregar, en indicativo pretérito, futuro; imperativo, infinitivo; participio activo y pasivo).

No pretendemos entrar aquí en la discusión de lo que significa la Ilustración española en el siglo XVIII, ni en si se ha olvidado o no merecidamente la obra de Hervás. Si nos fijamos únicamente en lo que dice respecto a las lenguas pertenecientes a la familia semítica, el resultado no es nada positivo. El comparatismo lingüístico en el campo de las lenguas semíticas había progresado mucho más que esto en la Edad Media, y en concreto en al-Andalus. Y aunque es verdad que el pleno desarrollo de la semitística comparada se da en el siglo XIX, con nombres tan ilustres como F. H. W. Gesenius, E. Renan, T. Nöldeke, A. Dilmann o C. Brockelmann, en el mismo siglo XVII había habido semitistas de talla como el holandés Albert Shultens (1686-1756), cuyas obras hubiera podido manejar Hervás42. Lamentablemente, en este terreno de la semitística carecía de los conocimientos más elementales y no tenía criterios idóneos para aprovechar adecuadamente las fuentes impresas de las que disponía. No sólo no superó el nivel medio de su tiempo, sino que estuvo claramente por debajo. Otro dato desalentador: a la hora de citar obras sobre estas lenguas semíticas, Hervás no encuentra autores españoles de los siglos XVII o XVIII en los que poder apoyarse. ¿Simple desconocimiento o ausencia de hebraístas y semitistas hispanos durante esos dos siglos? Sabemos que varios semitistas de cierta altura enseñaron en centros de estudios de Cataluña43, pero lamentablemente no se difundieron suficientemente sus obras (que en su gran mayoría no llegaron a la imprenta) o no llegó a utilizarlas el jesuita expulso.

Si hemos de reconocer su acierto al romper con una idea tan poco «científica» como la de que el hebreo era la lengua madre de todas las lenguas, poco más podemos apuntar en su haber en este terreno. Para rechazar la idea de que todas las lenguas descienden del hebreo, Hervás acude a la observación: las lenguas existentes son tan distintas que no pueden haber tenido una única lengua madre. Las noticias que ha obtenido de sus compañeros ex-jesuitas, misioneros en muy diversas partes del mundo, le han ayudado a entender mejor la situación geográfica e histórica de las naciones del mundo con sus diversas lenguas. Pero al mismo tiempo decepcionan sus métodos «seudo-científicos»: junto a la observación, el hecho de interpretar literalmente los datos de la Biblia, el querer armonizar las noticias de los libros bíblicos y los autores antiguos con la realidad geográfica e histórica, dan una base endeble a sus teorías. Y la clasificación de lenguas que propone en el ámbito de las lenguas semíticas, el único en el que aquí nos fijamos, no tiene base lingüística propiamente dicha, no es más que pura especulación, admitiendo sin espíritu crítico los datos de escritores antiguos como si fueran incuestionables y científicos. El único análisis propiamente lingüístico que ofrece, una tabla final, no es suyo, está tomado de autores anteriores. Sus conocimientos en este campo son realmente limitados. No llegó nunca a dar el paso decisivo de entrada en la modernidad, se quedó a medio camino y el resultado no fue demasiado positivo. Hay en él más erudición que ciencia real o filología.

Desde otro punto de vista, y por lo que al campo de la semitística comparada se refiere, tampoco creo que pueda defenderse sin más la afirmación de Lázaro Carreter de que «son los filólogos cristianos, a pesar de sus errores de partida y de método, los que harían posible la llegada a buen puerto de la ciencia comparatista» (109). En el campo del verdadero comparatismo filológico, aunque sea en un ámbito tan reducido como el de algunas lenguas semíticas, fueron los filólogos judíos medievales los que establecieron de verdad un comparatismo lingüístico serio, muchísimo más fundado que estas hipótesis sin fundamento de los intelectuales cristianos del XVIII.

Lengua hebrea primitiva






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