A Julián
Marías, |
En una obra destinada a ocupar un puesto entre las de consulta en las bibliotecas del mundo, encontramos un capítulo dedicado a la historia de los estudios sobre las lenguas de Norteamérica (Hoijer, 1973). La brevedad del mismo no excusa a su autor de haber sido descuidado e incompleto. Con una idea que bien podemos llamar etnocéntrica, se limita a los estudios de lenguas norteamericanas de John Elliot, que se estableció en el Nuevo Mundo en 1631 y llegó a predicar sermones en natick, lengua algonquina hoy extinguida, además de componer una gramática de ella (1666), y del valeroso disidente Roger Williams, que también se interesó en predicar a los indios y escribió un libro para enseñar el narraganset (1643), otro dialecto de la misma familia.
Después de estos primeros intentos salta Hoijer, olvidando a los misioneros católicos franceses, a recordar la labor de los misioneros daneses en Groenlandia Han Egede y su hijo Paul. De Paul Egede apareció en 1750 un diccionario esquimal-danés-latín y en 1760 la primera gramática que se publicó del esquimal.
Las siguientes
líneas de Hoijer (pág. 658) contienen inexactitudes e
imprecisiones que conviene aclarar. «Toward the end of the
eighteenth century, in 1784 -dice-, Catherine the Great of Russia began to collect
wordlists of about 225 items each, largely from the many different
languages spoken in the Russian empire. This collection, plus a
great many more samples from languages elsewhere, formed the basis
for the famous four volume work of Adelung and Vater published
between 1806 and 1817. In volume 4 of this work there appeared data
from a considerable number of American Indian languages. According
to Duponceau there were brief sketches of "thirty-four American
languages, and the Lord's Prayer in fifty-nine different idioms or
dialects of native America"»
.
Precisando las cosas, sabemos que Catalina II hizo personalmente una lista de 285 palabras y pidió a los gobernadores de su imperio y a diversos sabios que reuniesen las traducciones en diversas lenguas; estos materiales fueron entregados para su edición al naturalista alemán P. S. Pallas, de la Academia de Ciencias de San Petersburgo, que en 1787-89 publicó los Linguarum totius orbis vocabularia comparativa en 200 lenguas de Europa y Asia (F. von Adelung, 1815: 64 y sigs.; Arens, 135). En esta obra no hay nada de lenguas americanas. Sí aparecen palabras de lenguas americanas en otra obra que se considera como continuación de la de Pallas, y que fue publicada igualmente por la misma emperatriz: el diccionario comparado de todas las lenguas y dialectos (Sravitel'nyj slovar' vsěxŭ jazykovŭ i narěčij, 1791), que en cuatro volúmenes publicó el reformador de las escuelas rusas Th. Jankiewitsch de Miriewo, eslavo del sur ilustrado que llegó a Rusia después de haber servido en Austria.
En la obra de Jankiewitsch de Miriewo se incluyen palabras de las siguientes lenguas americanas, según nos dice F. von Adelung, 1815: 99:
De América del Norte: a) chactaw, b) chipeway, c) cheroki, d) delaware, e) esquimal, f) groenlandés, g) iroqués, h) caribe49, i) nadouessi, k) Nutka, 1) Norton Sund, m) oneida, n) seneca, o) shawnee.
De América rusa: kanjag.
De América del Sur: a) maipure, b) mexicano, c) peruano, d) de Surinam (subdividido en arahuaco, criollo, saramaco50 y tamanaco), e) suwazkisch51.
Pero a pesar de Hoijer, no fue de estas obras de donde Adelung y Vater sacaron sus materiales lingüísticos. El grandioso plan de Catalina de crear un diccionario universal, idea que Leibniz había sugerido a Pedro el Grande, aspiraba a reunir las lenguas de todo el mundo. Es sabido que Catalina pidió a Carlos III de España que le proporcionara materiales de sus dominios, y el Rey dio en 13 de noviembre de 1787 orden de que se reunieran precisamente vocabularios para remitirlos a San Petersburgo. En la Biblioteca de Palacio de Madrid se conserva la colección enviada por el Virrey de Nueva Granada52, y existen en Bogotá también materiales correspondientes a este encargo. Según noticias53, también en México se han descubierto en los últimos años materiales de los reunidos por orden de Carlos III. Haría falta una investigación detenida de este interesante episodio de historia cultural. Pero sabemos ya que, seguramente por incumplimiento del regio encargo en varios Virreinatos, por el retraso, y sin duda por la muerte de Carlos III, los sabios de la corte de Rusia no pudieron contar con los materiales que se habían pedido a Madrid54.
Entre los papeles de Pallas figura (véase F. von Adelung, 1815: 104 y sig.) una lista de lenguas americanas que tal vez era como el desideratum de lo que habría que reunir. Pero en la lista de las lenguas que al fin pudo reunir Jankiewitsch de Miriewo vemos bien claro que nada llegó de Madrid. Al contrario, la América que se refleja en el Diccionario de 1791 es la de los descubrimientos y planes y ambiciones rusas: de la anterior lista, las lenguas que pudo utilizar Jankiewitsch de Miriewo son, las señaladas con las letras e, f y l, como también la que se cita de la América rusa, todas dialectos esquimales; d, o / y acaso b pertenecen a la gran familia algonquina, c, g, m y n a la iroquesa (familias en las que habían trabajado especialmente los misioneros franceses), a y h son dialectos del sudeste de los actuales Estados Unidos, y finalmente i corresponde a un dialecto sioux y k es un nombre geográfico (Nutka) que se aplicó antes que al actual nutka a otros dialectos del noroeste. En cuanto a América del Sur, donde ya se apresuraban los rusos a colocar México, los datos de Jankiewitsch de Miriewo son más ricos en lo referente a Surinam o la región de las Guayanas (incluso con datos del criollo europeo) que en todo el resto, ya que se limitan a las dos grandes lenguas de Perú y México y al arahuaco maipure, que sin duda le fue conocido al compilador de San Petersburgo a través del P. Filippo Gilij, de quien sin duda procede también el material tamanaco (caribe) que aparece en el apartado de Surinam55. En San Petersburgo no tuvieron ninguna noticia de la obra italiana de Hervás, cuyo volumen XX les hubiera dado materiales bastante completos (para 63 voces) de 33 lenguas americanas, y numerosas noticias de otras muchas.
Lo que es evidente es que los vocabularios reunidos por Pallas y su continuador no fueron utilizados nunca para las lenguas americanas. Ya la transcripción en cirílico que usaron Pallas y Jankiewitsch de Miriewo para tantas lenguas hacía la obra poco manejable, y además todas las lenguas que se reunieron fueron fundidas en un vocabulario general, alfabéticamente ordenadas en confusión.
Es evidente que Adelung y Vater no utilizaron la colección de Catalina de Rusia para su sección de lenguas americanas. Vamos a ver de dónde proceden no sólo los «great more samples» que según Hoijer les ayudaron, sino la mayoría de sus noticias que sirvieron al francés americanizado P. S. Duponceau para, en palabras de Hoijer, fundar la lingüística norteamericana. Duponceau en 1819 dio cuenta en la Philosophical Society de Filadelfia de las investigaciones que sobre lenguas americanas le habían sido encomendadas, y en 1838 publicó una obra sobre las del norte del continente.
La obra de Adelung y Vater es el remate de una larga tradición que, ya con ese título y orientación, se inició en el Renacimiento: se daba como muestra de todas las lenguas accesibles una traducción del Padrenuestro. Nuestros autores se ocuparon de las lenguas de América en las partes del tomo III publicadas en 1813 y 1816 (no en el IV, como dice Hoijer). Su fuente principal es la obra de Hervás en italiano, especialmente el tomo XXI. El nombre de Hervás ya aparece en la primera nota al pie de página en el tomo I, donde se cita como fuente la más completa para los numerales, así que era inevitable que, conociéndolo, fuera su fuente principal para las lenguas de América. El orden, comenzando desde la Tierra del Fuego hasta llegar a los límites de California y Nuevo México, donde se encuentran con los indios no sometidos, es el mismo de Hervás en su catálogo. Pero en general no ha sido reconocida la aportación de Hervás. F. von Adelung (1815: 104), al hacer el panegírico de la empresa de Catalina II, ensalza con razón los méritos del gran archivo que es el Mithridates de Adelung y Vater, que, como él dice, lograron, aun sin los grandes medios que la emperatriz pudo utilizar, una asombrosa ampliación en los conocimientos en lingüística.
Sin negar los méritos de Adelung y Vater, querríamos probar, para completar el punto tan apresuradamente tratado por Hoijer, la importancia de la deuda de estos autores a la obra de Hervás, limitándonos a lo referente a las lenguas de América del Norte. He aquí en un cuadro el índice de lo tratado en los diferentes volúmenes de la obra italiana de Hervás y en el Mithridates. (Las citas de éste remiten al volumen III, 3, 1816).
NUMERALES (1786) | LÉXICOS (1787) | PATER NOSTER (1787) | ADELUNG-VATER |
pokonchi | 33. pokonchi cakchi (al final, pág. 226) |
pokonchi | |
maya | 34. maya | maya | |
pág. 22 cuenta
con hilos en Méjico |
nahuatl | 35. nahuatl | nahuatl |
35. mixteca56 | mixteca57 | ||
37. totonaca | totonaca58 | ||
otomí | 38. otomí | otomí59 | |
huasteca60 | |||
tarasco | tarasco | 39. tarasco | tarasco |
40. pirinda61 | pirinda | ||
cora | 41. cora | cora62 | |
42. yaqui63 | yaqui64 | ||
43. tubar65 | tubar | ||
tarahumara | 44-45. tarahumara66 | tarahumara67 | |
46. endeve68 | endeve | ||
47. opata | opata | ||
48. pima69 | pima | ||
cochimí | 49-50. cochimí70 | cochimí |
NUMERALES (1786) | LÉXICOS (1787) | PATER NOSTER (1787) | ADELUNG-VATER |
waicuri71 | |||
Noticias de numerosas lenguas hacia el norte de California según fuentes inglesas y francesas y datos de Humboldt, hasta la región de Alaska, donde hay noticias y de nuevo Padrenuestros suministrados por Baranow, funcionario ruso encargado de los territorios de Alaska. Al estudiar las regiones al oeste del Mississipi, a base de noticias inglesas y francesas, hay utilización de datos de Hervás: | |||
tuskrura | canadiense del sur y del norte72 |
51. mohawk73 | mohawk74 |
311. hurón75 | De lenguas iroquesas y de las algonquinas dan Adelung y Vater abundantísimas noticias de fuentes francesas e inglesas, estas últimas totalmente inaccesibles a Hervás. Sobre el sudeste de los Estados Unidos tienen muy rica información, así como sobre el esquimal, del que conocen una monografía de Pallas distinta desde luego de sus vocabularios. | ||
312. abanakis76 | |||
314. hurón77 | |||
pampticough78 | hurón algonqino |
313. algonquino79 | |
315. ìlinè80 | |||
52. shawanna81 | |||
53. virginiano82 | |||
54-55. groenlandés83 | |||
woccon84 |
Es innegable que los eruditísimos Adelung y Vater, que dispusieron de bibliotecas excelentes, con las que sin duda no podían compararse las italianas y las españolas, ampliaron la información de Hervás, si bien en muchos territorios de Norteamérica la falta de gramáticas y libros de doctrina de los misioneros reduce las noticias lingüísticas a breves vocabularios y orientaciones de viajeros y exploradores. El viejo método de coleccionar Padrenuestros, que había iniciado Conrado Gesner en 1555 y la Propaganda Fide de Roma había ampliado varias veces, caía en desuso ante ese mundo de los indios libres y no sometidos, que celebran con entusiasmo Adelung y Vater, y que en escasa medida por los misioneros ingleses protestantes, y en mayor por los franceses católicos desde el catecismo hurón del jesuita Jean de Brébeuf (1630) y el diccionario de la misma lengua del recoleto G. Sagard (1632) (véase Hanzeli, 1969), e incluso por los rusos ortodoxos en Alaska, habían sido dotados de Padrenuestros.
Queda claro que Adelung y Vater (por consiguiente Duponceu) son deudores de Hervás en la mayor parte de su información sobre el continente norteamericano. Es cierto que en lo que queda al norte de la actual frontera de México le deben menos, pero también lo es que, más allá de las listas de tribus y pueblos, el conocimiento de textos y vocabularios era bastante rudimentario fuera de las lenguas que habían utilizado los misioneros.
Por otro lado, el otro camino por el que llegó a la ciencia moderna el conocimiento de lenguas americanas, a saber, Guillermo de Humboldt, depende igualmente de Hervás. Es sabido que Humboldt en su época de embajador en Roma conoció a Hervás, recibió de él, podemos decirlo, toda la información que tuvo sobre lenguas americanas85, y sin embargo, lo juzgó demasiado duramente, como «verwirter und unergründlicher Mensch», que a pesar de todo tenía una increíble cantidad de noticias y por eso podía ser útil (Batllori, 1951: 61). Habría que investigar la relación entre los materiales que utilizó Humboldt sobre lenguas americanas, conservados al parecer aún en la Biblioteca de Berlín, y los manuscritos que le prestaba en Roma Hervás y sobre los que da noticia el P. Batllori en su excelente trabajo.
Hervás podía parecerle a Humboldt algo confuso y sin fundamento, pero es que la ambición de saber del estudioso excedía las medidas humanas. No podemos citar aquí todos sus aciertos en la clasificación de lenguas, pero, por ejemplo, ya en el tomo de 1784 de su obra italiana Idea dell'Universo compara el sánscrito con el griego, el latín y el germánico. Planeaba una introducción a las lenguas de América con la presentación de diecinueve de ellas (1784, comienzo), o de once (1800, pág. 393) y últimamente de cuarenta (1800, pág. 63).
El método de Hervás contrastaba desde luego con el que podían usar los que se sirvieron de sus materiales. Adelung y Vater por un lado, G. de Humboldt por otro, disponían de tiempo, vivían en un ambiente científico denso y bien informado. Hervás, devorado por su ambicioso plan de incluir todas las lenguas del mundo en una visión enciclopédica del universo, sin buenas bibliotecas, continuador de un mundo en el que conservaba su peso la Teología tradicional y la interpretación consiguiente de la Biblia, quedaba fuera de lo que iba a ser la ciencia moderna.
Su biblioteca fueron principalmente sus compañeros de la emigración, los jesuitas expulsos, llegados de todos los rincones de los antiguos dominios de España, entre los que estaban eminentes conocedores de los países y lenguas: Clavigero, Chomé, Gilij, Sánchez Labrador, Camaño, por citar algunos entre los más conocidos de la lista que ha reunido Batllori (1951, págs. 112-114). Y en su afán de saber, de precisar noticias, sin duda para corregir la confusión y la falta de fundamento que Humboldt le achacaba, no se cansa de revisar sus ideas anteriores, de modo que su obra italiana es un borrador de ulteriores redacciones, la española, o la que siempre debía pensar definitiva con nuevas noticias.
Así el catálogo de 1784 es revisado en la redacción en español de 1800. Tras una introducción general, repite (págs. 107-396), en el mismo orden, de la Tierra del Fuego hasta Groenlandia, la enumeración de las lenguas americanas.
Por una parte reconoce perfectamente la familia maya, uniendo a la lengua del Yucatán el poconchi y además el cakchi, que pudo infatigable estudiar en Roma con el dominico P. Miguel Zaragoza, que tenía un criado de aquella lengua (Hervás, 1787, pág. 226; Batllori, 1951, pág. 66).
Pero además, basándose en una larga tradición jesuita (desde Acosta, a través de Ribas y Kino, hasta su amigo Clavigero), busca hacia el norte relaciones del nahuatl, con acierto en el pima y el cora (1800, págs. 311, 317, 342), y el tarahumara (1800, 333, 339), e incluso sabe que hay indios que hablan lenguas de esta familia a la altura del paralelo 38, es decir, en el actual estado de Utah (1800, págs. 292, 300). Por cierto que Adelung y Vater, págs. 85 y sigs., se exceden en su escéptica crítica de estos acertados ensayos de constituir una gran familia norteamericana.
Lo mismo que el P. Gilij lamentaba a su regreso de América que el rápido progreso del siglo hubiera dejado atrasadas sus noticias, anteriores a Linneo y al descubrimiento, por ejemplo, del termómetro, se encontraba Hervás con la necesidad de modernizar sus ideas. Así el cochimí de la Baja California, una de las lenguas más septentrionales de que tenía noticia, le había parecido una prueba de las tradiciones que permitían suponer que toda la América del Norte había sido poblada desde Asia; mas en su obra en español (1800, pág. 359) corregía la idea que anteriormente había expuesto (1784, pág. 83) de que tal lengua tuviera que ver con el tártaro. Sus conocimientos de lenguas del noroeste del continente (nutka, dialectos esquimales), le hacen ver que el cochimí es distinto. Ya en 1787a, pág. 36, busca el parecido del cochimí con lo poco que sabe de lenguas del Canadá.
También rectifica sobre el groenlándico, que antes había considerado una lengua mixta del teutónico (así llamaba al nórdico antiguo). En 1800, pág. 365 y sig., señala bien que no es sino un dialecto esquimal, afín a los de Alaska (1800, pág. 359 y sig.), sin duda con préstamos escandinavos.
De los misioneros franceses recoge la clasificación de las dos grandes familias hurona (iroquesa) y algonquina (1800, págs. 372, 375, 380 y sigs.).
Claro que a veces se equivoca al proponer demasiado pronto familias, sobre datos no confirmados. Así considera (1800, págs. 383, 390) el apalache (del grupo muskogee) lengua general de Florida, emparentada con el timuqua (1800, pág. 387), y cree que ahí hay que buscar el origen de los caribes de las Antillas y América del Sur.
Pero es injusto olvidar el esfuerzo colosal de Hervás, testamento de toda una época, y testamento al que no se debe con Humboldt negar el espíritu científico. Su método de trabajar comparativamente le enseña que los antiguos misioneros perdieron tiempo al estudiar por separado las lenguas guaraní, tupí y omagua (1784, pág. 91). Apoyó asimismo el descubrimiento por Gilij de la familia arahuaca, al enlazar el maipure y haitiano con el mojo de las misiones de la actual Bolivia.
Nadie tuvo antes que Hervás una visión de conjunto de las lenguas de América, como de otros continentes, de los cuales no podemos ahora ocuparnos.
Se puede afirmar que Lorenzo Hervás era, en los dos decenios alrededor de 1800, el hombre mejor informado de la situación lingüística del mundo. Sin haber tenido formación especial como lingüista, profesión que no se había desarrollado todavía, pero guiado por su curiosidad de conocer, a través de las lenguas, la historia de la humanidad, se encontró en condiciones de reunir la más completa información sobre los pueblos y lenguas del planeta.
Por lo mismo que no era un especialista en lenguas, ni en ninguna lengua determinada, Hervás vino a coincidir con Leibniz en ver la lengua y las lenguas como algo humano y general; así pudo enumerarlas, compararlas entre sí, en su vocabulario y en su artificio gramatical, buscar su armonía, e investigar tanto el origen de los diversos pueblos como sus contactos culturales, reflejados en ciertos aspectos más o menos acertadamente buscados, como el de la numeración o la semana.
Si se piensa que tal empresa no se había intentado antes, y que los intentos de un vocabulario universal, que la emperatriz Catalina de Rusia iba a promover simultáneamente, se limitaban a la recogida de palabras, sin entrar en comparaciones de estructura de las lenguas86 ni en investigar sus relaciones, se apreciará la originalidad y novedad del trabajo de Hervás. El cual, por eso, acudió, más que a las bibliotecas, a las personas informadas, con un método de encuesta. Maneja y cita grandes obras de erudición, libros de historia y textos literarios cuando se refiere a las lenguas antiguas, y recoge las leyes de Numa en latín arcaico, o los juramentos de Estrasburgo para el francés antiguo, y para el castellano primitivo de unas muestras del Mio Cid y de Berceo, etc., pero sus informes principales, sobre todo para lo que ahora nos interesa, América, son sus compañeros jesuitas, concentrados por la dura resolución de Carlos III en los Estados Pontificios. La tradición que se conservaba entre los misioneros de las distintas órdenes, muchas veces tangible en diccionarios y gramáticas que se guardaban manuscritos y se iban corrigiendo y ampliando y rehaciendo, y lo mismo en ocasiones se reeditaban en forma renovada, fue utilizada por Hervás mediante preguntas y consultas a los refugiados que vivían cerca de él. Transcribe sus opiniones y respuestas, y muy frecuentemente copia amplios pasajes de cartas en que le comunican lo que recuerdan de su experiencia en rincones del lejano continente. Así en la primera página del capítulo de las lenguas americanas (§ 1 y además 42 y sigs.) cita como autoridades a dos grandes escritores jesuitas, expulsos como él: Clavigero para México y Gilij para los países del Orinoco; desde luego sin olvidarse de utilizar los datos que halla en Acosta, el Inca Garcilaso, Fernández de Oviedo, Solórzano Pereira, etc.
Sería demasiado fatigoso, y ajeno al interés general, detenernos en el examen de las referencias a las diferentes lenguas, tan numerosas en América. Vamos a fijarnos preferentemente en los intentos de clasificación genealógica, bien debidos a Hervás mismo, bien aceptados por él de predecesores suyos, y que han sido aceptados por la ciencia ulterior.
Así reconoce Hervás por sí mismo la extensión del tupi-guaraní en dirección Noroeste, e identifica (§ 14) no sólo a los chiriguanos (cfr. además § 75), sino a los sirionós (cirionò, cf. § 75) y a los guarayos (§ 15). Y utilizando indicaciones de sus compañeros jesuitas J. de Velasco y J. Camaño, señala (§ 87) la extensión de dialectos guaraníes hasta los tocantinos (es decir, la región, en otros tiempos densamente guaranizada, del Amazonas), los omaguas (hacia el curso medio del gran río) y, en los confines del reino de Quito, los cocamas y cocamillas (§ 88).
En cambio rechaza la posibilidad de que el guayaquí y el caaiguá (§ 39) sean lenguas del mismo grupo, fiándose de su compañero Sánchez Labrador, contra la opinión de misioneros que estaban sin duda mejor informados.
En la
identificación de la grande y extendida familia arahuaca
sigue Hervás, aunque con timidez, a su amigo Gilij, que
había reconocido87
el primero, fijándose no sólo en listas de palabras,
sino en algunos rasgos gramaticales, la relación del
maipure, que le era familiar en su misión, con el avane, el
cábere y el parene (o yavitero), vecinos suyos entre el
Orinoco, el Río Negro y el Marañón, y, por
otro lado, con la antigua lengua de Haití, el taíno,
con el achagua, y con el muy lejano mojo. Hervás no
sólo vacila, oponiéndose también a la
autoridad de otro antiguo misionero jesuita en la misma zona,
Gumilla, sobre el carácter arahuaco del achagua (§ 46),
sino que desconoce por completo la acertada atribución que a
la familia había hecho Gilij de los mojos. Hervás, al
ocuparse de las lenguas del antiguo Perú (§ 66), pone
juntos a mojos y baures, y además de no reconocerlos como
arahuacos, comete un error, fiándose de Camaño, que
invoca la autoridad de otro jesuita expulso, Christóbal
Rodríguez, misionero durante veinte años de baures y
paicones, el cual «no halló
sombra alguna de afinidad entre las lenguas baure y paicone ni
jamás oyó decir que hubiera ni una sola palabra que
fuera común a ellas»
88.
Acierta en cambio Hervás (§ 66), según parece,
al separar de estas lenguas el ticomeri o maciena89.
Vemos cómo Hervás, en su insaciable y estudiosa
curiosidad, para reconocer la pertenencia de un dialecto a una
«lengua matriz» contrastaba opiniones, y a menudo se
dejaba descarriar por ellas.
Por otro lado, la documentación que, con toda su diligencia, podía reunir Hervás, no permitía reconocer parentescos que sólo más tarde se han descubierto; así ocurre con los paresis o parecis, que habían buscado refugio en las misiones españolas cuando fueron vencidos por los portugueses en 1740, y que él no podía reconocer entonces como arahuacos al citarlos (§19, XVIII) entre las numerosas lenguas brasileñas.
Por no fiarse más de Gilij, dejó Hervás (§ 49) de reconocer el carácter arahuaco de las lenguas de achaguas y amarizanas, admitiendo ciertas informaciones del P. Roque Lubián, transmitidas por Gilij, y otras nuevas que le dio el ex jesuita Manuel Álvarez al propio Hervás. En cambio sí admite (§ 49) como maipure, es decir, arahuaca, la lengua ature, siguiendo a Gilij.
Por el contrario,
ni Gilij ni Hervás reconocieron todavía el
carácter arahuaco del guajiro ni de los aruacos «entre la boca oriental del Orinoco y el
río Surinam»
, es decir, los arawak de las Guayanas
(Hervás, § 46 y 47), que creyeron equivocadamente
caribes.
La belicosidad y consiguiente prestigio de los caribes, y el temor que siempre habían causado a los otros indígenas y a los colonizadores, descaminaba a menudo en la clasificación de lenguas relacionadas o vecinas. Así vemos a Hervás siguiendo, en el punto de los arawak de Guayana, a otro de sus compañeros jesuitas, Gian Domenico Coleti, que en su diccionario de América meridional (1771) los considera caribes, lo mismo que a los habitantes indígenas de las islas de Dominica y San Vicente, donde, como es sabido, los hombres caribes las conquistaron, pero las mujeres eran arahuacas y con sus hijos mantenían su lengua como femenina generaciones después de la invasión.
Otra vez Hervás, al tratar de las poblaciones de la provincia de Popayán (§ 92) admite, como muchos estudiosos de nuestro siglo, mezcla de caribes en la zona del Chocó, e incluso, basándose en elementos culturales (§ 93 y sig. de la edición española), supone sin razón fueran caribes de origen los guaimíes y darienes.
Para la Tierra
firme y el Nuevo Reino de Granada escribe Hervás muy
influido por su hermano de hábito Gilij, el cual en una
amplia carta, de la que Hervás transcribe, se remite a su
obra impresa, en la cual trata de los caribes en el tomo III, pero
con una nueva lista de tribus en el Apéndice al tomo I,
§ 9, y luego advierte que, después de su alejamiento
del Orinoco, se han descubierto nuevas tribus de esta
nación. También le advierte Gilij, con razón,
que el guaraúno no es caribe, sino «matriz o dialecto de algún idioma
diverso de los que se hablan por las demás naciones
conocidas en el Orinoco»
90.
Y así Hervás amplía su lista de naciones
caribes, añadiendo en la edición española
noticias de los franciscanos y de una lista, ciertamente poco
valiosa, del geógrafo Bussing (§ 47).
Cree Hervás erróneamente que los guamos son caribes (§ 46 y 56), pero quizá no se equivoca cuando cree tales a los cuacas o quaquas, si éstos son, como creen algunos autores91, idénticos con los nepoyo o mapoyo.
Hervás recogió en la edición española (§ 46 y sig.) diversas informaciones holandesas y francesas sobre la relación de los caribes de las Antillas con los del Continente, y sobre la extinción del caribe en muchas de las islas, así como las ideas del inglés Bristok, que interpretaba datos de Gabriel de Cárdenas Cano (1723), procedentes de Ponce de León y otros descubridores, que creyeron ver caribes en Florida y en el Sudeste de los Estados Unidos92.
En cuanto al
complejo grupo que hoy se llama, con sentido bastante poco preciso,
chibcha, no podemos pedir a Hervás mucha información.
Muy valioso, por tratarse de lenguas desaparecidas, es lo que nos
transmite (§ 52) de una carta de Joseph Padilla, misionero
durante veintitrés años en el Casanare, que le
envió materiales sobre el betoy y que sabía que
betoy, jirara93
y ele «se diferencian tanto como los
idiomas español, francés e italiano entre
sí»
. Al mismo grupo atribuye el mismo misionero el
airica y el situja.
Transcribe en la edición española (§ 59 y sig.) al historiador neogranadino Lucas Fernández de Piedrahita (1661), que cita muchas tribus indígenas sin separar grupos de lenguas, pero ya desde la edición italiana se había dado cuenta Hervás de la importancia del muisca o mosca, de Bogotá y Tunja.
De ciertas familias menores le llegaban informes ciertos de misioneros que habían reconocido su agrupación. Así le ocurre con los dialectos del grupo zamuco, que, sin acertar, agrupa (§ 22), con el P. Narciso Patzi, con la familia guaicurú, identificada por los misioneros jesuitas de tobas, mbayás, abipones y mocovíes (citando a Camaño y Sánchez Labrador, § 31).
Al repetir su trabajo en la edición española, admiramos la infatigable curiosidad y la actividad incansable de Hervás, que le lleva a rectificarse continuamente, incluso, como hemos visto, pasando a veces de una opinión acertada a la equivocada. Pero comparando ambas ediciones, que mantienen la misma división en parágrafos, vemos cómo amplía siempre su información, especialmente con fuentes nuevas, de reciente publicación. Así vemos como acude a Molina y Ovalle para la etnología de Chile (§ 12), y a Iolis y a Peramás sobre el Chaco y el Paraguay (§ 14). También añade de Dobrizhoffer (que publicó De Abiponibus en 1784) datos sobre los zamucos (§ 22) y sobre los abipones (§ 28). E incluso polemiza con nuevas publicaciones; así al responder a las objeciones que le hacía Iolis en su Saggio di storia naturale della provincia del Gran Chaco (1789), sin perjuicio de tomar de él nueva información sobre los abipones (§ 28) y sobre los lenguas (§ 33). También enriqueció su información sobre los guanas a base de Sánchez Labrador e Iolis (§ 35), si bien no llegó a reconocer la pertenencia de esta lengua a la gran familia arahuaca.
Lamenta (§
38), sobre una lengua que ahora figura entre las poco conocidas de
la familia kaingang94,
no haber conseguido de Joseph Cardiel, «que sabía esta lengua, y era amigo
mío»
, información sobre el guañano o
gualacho, pues el citado misionero «ha
muerto antes de que yo tuviese la intención de escribir esta
obra»
.
Sobre el guenoa
acepta de Techo (§ 39)
,
acertadamente, que sea pariente del charrúa. Falta
investigar entre los papeles de Hervás si se conserva
todavía la documentación que le proporcionó
Camaño sobre esa lengua, de la que sería bueno poder
estudiar el «breve catecismo» que le envió su
amigo y compañero de destierro.
También enriquecería nuestros conocimientos dar con la gramática que les envió (§ 43), con una carta de 25 de marzo de 1784, el P. Joseph Forneri, de la muy interesante lengua yarura, que ha de ser considerada en relación con el amplio grupo chibcha. Igualmente habría que buscar entre los papeles de Hervás, que en el último año de su vida le proporcionó a Guillermo de Humboldt, la información de que éste dispuso sobre América, los breves índices de palabras que Gilij le dio de las lenguas cayubaba, mobimah e itonama (§ 43).
De lenguas mejor conocidas, como quechua y aimara, recoge Hervás (§ 61-63) las noticias de las fuentes ya clásicas, así como lo que se sabía generalmente sobre yunga y puquina (§ 64 y 65). Por cierto que, al recoger las fuentes históricas sobre los más o menos legendarios sciros, da (§ 91) la opinión del muy erudito jesuita ecuatoriano Velasco, que decía que estos conquistadores introdujeron en Quito la lengua quechua después del año mil de la era cristiana, muchísimo antes de la conquista incaica.
Del historiador P. Juan de Velasco principalmente toma Hervás copiosa información sobre la complejísima vertiente amazónica del antiguo reino de Quito (§ 78 y sigs.). Quizá los misioneros reconocían, al menos en parte, grupos como el paño y el simigae o záparo y el tucano. Pero justamente la riqueza de su información de diversas fuentes impedía aceptar clasificaciones, así la del mojo-baure como arahuaco, que otras fuentes contradecían. Y no digamos otras lenguas que hoy se clasifican con seguridad como arahuacas, así el campa o el piro, y que él conocía sólo de nombre y a través de simples enumeraciones tribales (§ 81).
Lorenzo Hervás, estimulado por un ambiente nuevo en Italia, convertido en lingüista al escribir una obra enciclopédica sobre el hombre y el universo, se encuentra rodeado de sus compañeros de destierro, que vieron su obra misional interrumpida y destruida, y, por lo que hace a las lenguas de América, es el testamentario de una tradición que se acababa. Con él se extinguía el antiguo sistema colonial. En vano dedica en Roma, a 15 de febrero de 1798, el primer volumen del Catálogo en español al Supremo Real Consejo de Indias. Las misiones patrocinadas por la Corona española habían entrado en una crisis que la Independencia agravaría. El mundo indígena que etnólogos y lingüistas modernos encontrarán después es otro. En los escritos de Hervás, y quizá todavía en papeles que él reunió y puedan encontrarse, ya que no pudo utilizarlos todos, hay otros datos que pueden informarnos de lo que las antiguas misiones llegaron a saber de lenguas americanas. Ese es un trabajo que está aún sin hacer.
La enciclopedia
que Hervás titula genéricamente Idea dell'Universo comienza a
publicarse en Cesena en 1778. Ya entonces tiene un subtítulo
explicativo: «che contiene
/ la Storia della vita dell'uomo, / Elementi cosmografici, /
Viaggio estático al mondo planetario, / e Storia della
terra»
. Este subtítulo es en cierto
modo un programa básico, el plan sobre el que se
escribirá la obra.
Entre 1778 y 1780 aparecen los primeros ocho tomos de la enciclopedia, centrados en el hombre como persona, como individuo. Los siete primeros volúmenes tienen el título genérico de Storia della vita dell' uomo, dividida por edades y de la cual es un complemento el volumen VIII: Notomia dell'uomo. No vamos a entrar en detalles sobre las características de esta primera parte de la enciclopedia; nos limitaremos a señalar que cuando la terminó, Hervás ya era muy consciente de los problemas económicos y de distribución que suponían publicaciones como la suya, por eso escribe:
Tengo la intención de imprimir en adelante sólo para los suscriptores, y antepondré en los ocho tomos impresos de la Storia della vita dell'uomo una portada como de obra separada; con lo cual, si usted o algún librero quisiere comprar algunos ejemplares, les serán vendidos a precio proporcionado95 |
Estas observaciones explican por qué la enciclopedia de Hervás es tan rara de encontrar completa en las bibliotecas -especialmente fuera de Italia-, o el porqué pueden encontrarse parte de ella con una portada diferente y presentadas como obras independientes. De hecho ese es el sistema definitivamente adoptado en la versión castellana de la Idea dell'Universo, cuya existencia misma explica la rareza de la versión italiana en nuestro país.
En 1781 aparecen los tomos IX y X, con el título Viaggio estático al mondo planetario, dedicados a describir el sistema solar, según las leyes de la física y la astronomía. Como hilo conductor de esa descripción, emplea una fantasía muy del siglo XVIII, la de un viaje espacial que parte del Sol, pasa por los planetas y demás cuerpos astrales y finalmente «aterriza», hecho que le permite iniciar, en los tomos siguientes, su Storia della Terra.
Los seis tomos que componen lo que, en principio, iba a ser la parte final de su enciclopedia se publicaron como tres volúmenes dobles. En 1782, los tomos XI y XII (pies de imprenta de 1781 y 1782), dedicados a la creación del mundo y la del hombre; en 1783, los tomos XIII y XIV (pies de imprenta de 1783), dedicados a la descripción física y cosmográfica del planeta; y en 1784, los tomos XV y XVI (pies de imprenta de 1783 y 1784), dedicados al diluvio universal y a la dispersión de las gentes, con la población de la tierra, tras el diluvio.
Con esta exposición he querido mostrar el hecho de que Hervás respeta efectivamente ese programa básico, ese plan enciclopédico que tenía pensado ya en 1778. La única alteración importante es la desaparición, como parte independiente, de los «elementi cosmografici» que pasaron a formar una sección de la Storia della Terra (tomos XIII y XIV). El definir con mayor precisión cuál es esa Idea dell'Universo y cuáles sus finalidades es una tarea complicada y no siempre clara, tanto que Tovar llegó a dudar de la existencia misma de tal «idea».
No puedo afrontar aquí estas cuestiones, baste indicar que -en mi opinión- Lorenzo Hervás planteó su «idea del universo» desde las dos perspectivas que le ofrecía entonces la física: en primer lugar una perspectiva psicológica, que abarcaría los ocho primeros tomos; en segundo lugar una perspectiva cosmológica, que correspondería a los ocho tomos siguientes. El punto de coincidencia y finalidad de ambas perspectivas es Dios o, si se prefiere, demostrar que las ciencias físicas modernas confirman las verdades metafísicas -teológicas y reveladas- tradicionales. Interesa también subrayar que el esquema va a sufrir una quiebra importante precisamente en la exposición cosmológica, en la Storia della Terra, sobre la que vamos a detenernos un poco más.
Como
decíamos anteriormente, tras su Viaje estático al
mundo planetario -«en que se
observan el mecanismo y los principales fenómenos del cielo;
se indagan sus causas físicas, y se demuestran la existencia
de Dios y sus admirables atributos»
, según explica
el subtítulo de la versión castellana (4 vols.,
Madrid, 1793-94)-, Hervás afronta la Historia de la
Tierra. Sus intenciones y su desarrollo son perfectamente
acordes con las de las partes anteriores. Me voy a permitir hacer
notas frecuentes y un poco extensas, teniendo en cuenta la rareza y
difícil accesibilidad de estos volúmenes96;
en la «Introduzione» al tomo XI
-que es una presentación del volumen publicado en 1782 con
los tomos XI y XII-, claramente expresa que en su obra espera se
«descubrirán motivos de
particular satisfacción al ver que la literatura profana
cada día sirve más para confirmar maravillosamente la
verdad de los Santos Libros»
97;
un tanto retóricamente dice que siguiendo «el ejemplo de Clemente, Eusebio, Lactancio y de
otros ilustres sabios, procuro desenmarañar y señalar
aquella verdad que sobre la creación del mundo y del hombre
en las tradiciones, mitología e historia profana se
encuentran conformes a la Revelación»
98
(pág. 4). Tras expresar con detalle las dificultades que ha
tenido que superar, la mayor de las cuales es la escasez de los
testimonios históricos conservados, explicita por fin
quiénes son esos nuevos paganos, contrincantes suyos:
«el entusiasmo sistemático y
fantástico que, habiendo florecido en Grecia en los tiempos
de Anaxágoras, ha sido revitalizado para desgracia nuestra
por Whiston99,
Leibniz, Burnet, Woodward, Scheuchzer, Buffon y otros
físicos modernos, que ahora pretenden demostrar con el
cálculo las mismas vanas especulaciones que los Antiguos
explicaban con la combinación de proporciones y
números armónicos»
100.
Un tanto paradójicamente desde nuestro punto de vista,
Hervás argumenta contra esos «físicos
modernos» que «se trata de hechos... y no de sistemas
arbitrarios»101
y por ello él hará su obra «recurriendo a los efectos conocidos de la
naturaleza, sin introducir causas arbitrarias o
desconocidas»
102,
naturalmente con la «no vana esperanza
de encontrar en la historia profana aquellas mismas verdades y
aquellos hechos que se leen en los Libros Sagrados, sobre la
creación del mundo y del hombre. De esta manera,
tendré el consuelo de dirigir mis fatigas a obsequio de la
religión»
103
(ibíd., pág. 8). No creo necesario insistir
más en el tema.
Tampoco cambian
mucho las cosas en el volumen publicado en 1783 con los tomos XIII
y XIV, tocantes a la cosmografía. En la carta dedicatoria
«Al Chiarissimo Giovine il Signore
Marchese Lorenzo Romagnoli»
firmada en «Cesena 2.
Febbrajo 1783», Hervás explica:
Veréis tratadas en estos volúmenes, que os presento, las principales cuestiones sobre el físico de la Tierra, ya por vos estudiadas, pero notaréis que es bastante particular la manera con que lo trato. Reúno en uno solo al físico y al historiador, y, para corresponder a tal carácter, propongo a consideración los prodigiosos efectos de la naturaleza y, al mismo tiempo, prescribo los límites que en ella debe reconocer el sabio; descubro la vanidad y los prejuicios de los sistemas físicos e invito a todos los racionales a admirar la providencia suprema, que se hace visible en la dirección de todas las causas naturales. De este modo, siguiendo los divinos consejos del Ecclesiastes, santifico, por decirlo así, la ciencia natural y la propongo en aquel único aspecto que puede volverla útil a la religión y a la sociedad...104 |
Sin embargo, esa «singolare maniera» de afrontar su temática y ese combinar «la figura di Fisico, e di Storico» le van a conducir a campos completamente inesperados, aquellos precisamente por los que será más recordado. Ese cambio fundamental queda explicitado en el tercer y último volumen de la Storia della Terra, aparecido en 1784. Al igual que los anteriores, es un volumen doble con los tomos XV y XVI, pero a diferencia de los precedentes, están marcadamente separados. El tomo XV tiene una dedicatoria «All'Illustriss. Sig. Marchesa Marianna Ghini», firmada en «Cesena a'23. Marzo 1783»; el tomo XVI está dedicado «Al Nobil Uomo il Signor Abate Don Melchiade Salazar» en «Cesena 10. Agosto 1784». La primera de las fechas sirve para datar el gran giro lingüístico de Hervás y el período comprendido entre ambas dedicatorias corresponde al de mayor actividad recopiladora de materiales.
Veámoslo con mayor detalle y preferentemente ofreciendo los textos del propio Hervás.
En la
«Introduzione» al tomo XV,
con la citada dedicatoria a la Marquesa Marianna Ghini, Lorenzo
Hervás explica que son las materias que se tratan en este
tomo las que «dan verdaderamente
principio a la historia más útil de la
Tierra»105
(pág. 5), dado que «en los tomos
precedentes aquellas materias, porque eran pertenecientes al orden
físico, puede decirse con razón que habían
formado la historia física de la tierra»106
(pág. 6). Es muy interesante observar que Hervás
reconoce que en esos tomos precedentes, «como no intentaba hacer una relación
escueta de las materias de la historia terrestre, he procurado
componer una historia razonada entrelazando, donde la materia lo
requería, reflexiones geográficas, políticas y
morales que naturalmente derivaban de los puntos físicos que
andaba dilucidando. Tanto exigían mi deber, el
carácter de historiador útil y los objetos terrestres
que tienen con lo geográfico, con lo político y con
lo moral, mil relaciones, las cuales debían al menos
indicarse en la historia física de la tierra para que
resultase completa y ventajosa»
107
(ibídem). Ahora bien, ese método expositivo tiene sus
obligaciones y «ahora, siguiendo yo el
espíritu y el curso de la historia terrestre y queriendo
reducirla a términos justos, me encuentro con el deber de
tratar las principales épocas y acontecimientos que exige el
orden de la misma historia»108»
(ibídem). La obra de Hervás sufre un cambio
fundamental, de cosmológica pasa a ser
«histórica», y en esa exposición
diacrónica los primeros sucesos «que tratar son aquellos memorables del diluvio
universal, de la torre de Babel y del castigo acaecido al
construirla»
109
(ibídem). Conviene subrayar que su intención
básica sigue siendo demostrar que «questi dogmi
sacri»
lo son también «filosofici, e
storici»
(ibídem, pág. 8).
El tomo XV
está dedicado por completo a verificar la historicidad del
diluvio y de la torre de Babel, reuniendo innumerables tradiciones
de todas las épocas y de todos los lugares del mundo. Sin
embargo, la cuestión de la confusión de las lenguas
se le presenta bastante más compleja y delicada, observando
que «se han hecho muchísimos y
muy diferentes discursos que, en gran parte, deben llamarse
sistemáticos110,
porque se basan sobre todo en conjeturas...»
111
(pág. 172). Para evitar esas «conjeturas»,
Hervás, muy lucidamente, afronta el problema
histórico de la diferenciación de las lenguas
mediante la observación de las diferencias
lingüísticas en el presente: «la confusión de la antigua y
única lengua que en el tiempo del diluvio hablaban los
hombres y el origen de los nuevos idiomas, aparecidos en esta misma
confusión, son hechos que, aunque no se contaran en la
Historia Sagrada ni se encontrasen indicados en las tradiciones de
las gentes, se revelan indudables y aparecen evidentes a quien
reflexione y observe atentamente la multitud de las lenguas que en
el mundo son esencialmente diversas, por la variedad de sus
palabras y por la diferencia notabilísima de su raro y
maravilloso artificio»
112
(ibídem, págs. 172-173). Argumenta que si no se
hubiera producido la confusión de lenguas en Babel, «entre todas las lenguas de las naciones se
reconocería algún tipo de relación, y se
descubrirían ideas aún emparentadas con aquella
primera y única lengua que en el tiempo del diluvio era
hablada por los hombres»
113
(ibídem), y pone como ejemplo la semejanza reconocible que
hay entre los diferentes alfabetos, todos ellos con el mismo
origen. Para Hervás, por tanto, «la moltitudine, e
varietà mirabile di lingue»
son la
mejor prueba de la verdad que encierra el texto de
Moisés.
La
evolución interna de su obra ha llevado a nuestro autor a un
campo completamente nuevo: «esta prueba
aparecerá verdaderamente eficacísima y sorprendente
cuando se publique un ensayo de la multitud y variedad admirable de
las lenguas que yo, con gran esfuerzo y fatiga, me he dedicado a
realizar; para este fin he reunido la oración del
Padrenuestro en más de 60 lenguas, de las cuales más
de 40 son lenguas madres. También he recogido los numerales
de muchísimas naciones y los elementos gramaticales de no
pocas lenguas desconocidas para los
europeos»
114
(ibídem, pág. 173). Con este texto nos comunica que
ha iniciado sus trabajos lingüísticos y el
carácter de sus futuras publicaciones.
Así pues,
hacia marzo de 1783, Hervás está ya plenamente
centrado en el tema de las lenguas, pero la concepción
básica de la obra que realiza aún no ha variado. Sus
intenciones quedan claramente explicitadas cuando dice que espera
«poder presentar en el siguiente tomo un
ensayo de lenguas que baste para iluminar a los estudiosos en esta
materia, para ilustrar la cuestión de la confusión de
las lenguas y el nacimiento de los nuevos idiomas en la
construcción de la torre de Babel, y para demostrar el hecho
de tal confusión, referida por Moisés, de tal manera
que su veracidad, que es dogma sacro, porque está contenido
en las Santas Escrituras, e histórico, porque, como se ha
probado, se deduce de la historia profana, sea también dogma
filosófico porque se revela y descubre con evidencia en la
multitud y en el vario y admirable artificio de las lenguas que
todavía existen»
115
(ibídem, pág. 174). Pero precisamente esa
preocupación básica por la demostración de un
hecho histórico y la utilización
afortunadísima de la diversidad de las lenguas como
argumento, le van a llevar al comparativismo y a nuevas
posibilidades.
Preocupado todavía específicamente por la diversidad y la diferencia, nuestro jesuita comienza a recoger materiales: textos comparables (el Padrenuestro en más de 60 lenguas), léxico comparable (numerales, por ahora) y elementos gramaticales comparables. Su iniciativa, por este mes de marzo, apenas está iniciada, pero ya ha aquilatado las posibilidades y las limitaciones:
... mi idea, que era vastísima porque se extendía a dar alguna noción de más de cien lenguas madres de las que tengo noticia cierta, se habría realizado óptimamente hace dieciséis años, cuando llegué a Italia con los otros compañeros jesuitas españoles, de cuyas singulares luces y conocimientos en las lenguas podría haber aprovechado. Ahora no tengo esta ventajosísima oportunidad, puesto que durante esos años han pasado a mejor vida y a gozar el premio de sus fatigas más de doscientos misioneros de naciones bárbaras, de cuyas lenguas encuentro en Italia pocos españoles o americanos entendidos. Todavía, entre los ex-jesuitas españoles que viven, he encontrado el Padrenuestro en más de treinta lenguas madres. No he podido reunir los elementos gramaticales de todas ellas porque muchos de los dichos ex-jesuitas que viven, a causa de su extrema vejez, no se encuentran en estado de escribirlos ni de dictarlos, y, otros, han olvidado las lenguas que en las presentes circunstancias se les habían vuelto inútiles»116 . |
(ibídem, pág. 173) |
A pesar del oscuro panorama que presenta, lo cierto es que todavía encontrará entre sus compañeros de destierro valiosísimas ayudas que le permitirán obtener un conjunto de materiales lingüísticos de una riqueza y variedad sin precedentes. Buena parte de esos materiales se conservan todavía hoy en Roma. Basándonos en la catalogación y descripción que de ellos hace Batllori, 1951 (= 1966: 201-274), podemos dar algunos datos complementarios. En primer lugar, aunque Hervás recurrirá a un número muy amplio de personas -y no todas jesuitas-, se puede afirmar que hay un grupo reducido de informantes básicos que no sólo le dan información directa, sino que también la consiguen para él de otras terceras personas o mediante resúmenes de libros impresos. Tres de esos informantes básicos, particularmente destacados, son Francisco Xavier Clavigero, Joaquín Camaño y Filippo Salvatore Gilij, autores ellos mismos de obras importantes. Si observamos las fechas del epistolario de estos tres jesuitas con Hervás, podemos definir una significativa concentración entre abril de 1783 y octubre de 1784117. Los materiales lingüísticos reunidos pueden clasificarse en cuatro grupos: vocabulario básico, numerales y calendario, Padrenuestros y otras oraciones y «elementos gramaticales». Sin duda la parte más significativa, la que nunca se editó, corresponde a esos resúmenes gramaticales, algunos de los cuales están fechados y no por casualidad entre julio de 1783 y mayo de 1784118.
Realmente sorprende la capacidad de trabajo de Hervás, pero más aún la cantidad y calidad de materiales lingüísticos que pudo reunir en tan poco tiempo. Cierto que aprovechó una coyuntura muy favorable con la concentración de los jesuitas españoles -misioneros en una buena parte del mundo- en los Estados Pontificios, como él mismo reconoce (cfr. Hervás, 1800: 73-74). Pero hay que tener en cuenta un segundo aspecto, esos jesuitas forman parte de los últimos representantes de una potente tradición lingüística de casi tres siglos de antigüedad. Esa tradición, tan desconocida a pesar de obras como las del Conde de la Vinaza (1892), es la que hereda Hervás en su forma más acabada y depurada, permitiéndole obtener descripciones gramaticales de lenguas, pertenecientes a pueblos frecuentemente ágrafos, de una gran precisión, abstracción y brevedad. Precisamente ésos son los materiales que más admiró y deseó Guillermo de Humboldt119.
La
comparación lingüística que Hervás
había ya iniciado, aplicada a un conjunto tan amplio y rico
de informaciones, hace que nuestro autor afronte nuevos objetivos
en su obra. El prometido «ensayo sobre la multitud y variedad
admirable de las lenguas» queda aplazado; el volumen XVI de
la Idea
dell'Universo, con esa dedicatoria firmada el 10 de agosto
de 1784, tiene una clara continuidad con los tomos anteriores y
trata de la «dispersione
delle genti dopo il diluvio, e popolazione della
Terra»
, como dice el subtítulo. Pero
en esta obra se formula ya un concepto muy importante: «en ella (la dispersión) no se separaron
los padres de los hijos, sino que cada familia se conservó,
viajó y se estableció unida..., las cabezas de las
familias dispersas fueron tantas cuantas eran las lenguas
diferentes; por lo tanto, el número de éstas
indicará el de las naciones que debían formarse. Del
número y de la variedad de las lenguas que aparecieron en la
construcción de la torre de Babel se tendrá
suficiente idea leyendo mi catálogo de las lenguas conocidas
y mi ensayo de sus gramaticales elementos
»120
(págs. 14-15). Hervás tiene ya preparado un nuevo
apartado para su enciclopedia.
Entre 1784 y 1787 aparecieron los tomos XVII a XXI, los que cierran la Idea dell'Universo. En el subtítulo, idéntico al que se puso en el tomo I, hay un pequeño añadido final: «... Storia della terra e delle lingue». Los cinco volúmenes de la Historia de las Lenguas reflejan una cierta precipitación y carecen de coherencia global. Sin embargo, Hervás publicará en ellos gran parte de su material (vols. XX y XXI sobre todo) y además dará la única visión de conjunto, completa, sobre todas las lenguas (vol. XVII principalmente). D. Antonio Tovar, en las páginas que preceden, trata largamente sobre estos temas.
Quisiera
añadir algunas observaciones. La falta de integración
de la edición italiana, motivada por la premura con que se
imprimió, hizo quejarse duramente a Guillermo de
Humboldt121
y es el origen de juicios emitidos por él como éste:
«el viejo Hervás es un hombre
desorientado y sin base. Pero sabe mucho, y posee un
increíble caudal de noticias y por ello es siempre
útil»
122.
El ilustre sabio berlinés se excede en su juicio negativo y, probablemente, hubiera tenido que corregirlo si hubiese conocido la versión española del Catálogo (Madrid, 1800-1805). Esos seis volúmenes, aunque sean únicamente la adaptación incompleta del vol. XVII italiano, representan la etapa final del pensamiento de Hervás. Hechos con más tiempo, en su larga introducción se explican muchas claves interpretativas para comprender la Historia de las Lenguas, que es la que aquí nos ocupa.
En primer lugar,
Hervás ya no se limita a hacer una simple comparación
de sus materiales lingüísticos destinada a poner en
evidencia la variedad admirable de las lenguas y, mediante esa
variedad, demostrar la historicidad de Babel. Sin renunciar a ello,
la experiencia adquirida le ha hecho percibir que el comparativismo
lingüístico permite también reconstruir la
historia misma de las lenguas. Puesto que, como ya hemos indicado,
Hervás ha equiparado el estudio de la historia de las
lenguas con el de las naciones que las hablan, de este modo ha
encontrado un medio para definir la historia de los pueblos durante
ese período, tan difícil de conocer, «intermedio entre el diluvio universal y el
principio de la historia profana»
(cfr. 1800: 1-2 y
27-29). La finalidad básica de la obra sigue siendo, por
tanto, de índole histórica; lo que ocurre es que
Hervás ahora utiliza las lenguas como elemento documental
básico. La idea en sí misma no es muy nueva, y de
hecho está en el ambiente; la usa Filippo Salvatore Gilij en
el tercer volumen de su Saggio di Storia Americana (Roma, 1782; cfr.
Gilij, 1965, III: 138-140) e, incluso, La Condamine en su discurso
de 1745 (cfr. La Condamine, 1962: 41). El punto de partida parece
encontrarse en los famosos discursos de Leibniz (Berlín,
1710). Pero lo cierto es que con posterioridad Rasmus Rask o Franz
Bopp no van a tener intereses básicamente distintos, de
hecho éste es el contexto que da origen a conceptos como el
de «pueblo ario», por ejemplo.
En segundo lugar,
Hervás va a poner en práctica esos principios de una
manera muy particular. Para empezar renuncia a hacer esa historia,
que era su objetivo básico, para concentrarse en el
análisis y la elaboración de sus materiales: «en esta obra, por sí voluminosa, y que
por apéndice pide otros volúmenes..., no tienen lugar
propio las muchas y largas digresiones que sobre la historia
primitiva se podían hacer: los escritores de ésta,
para ilustrarla, podrán aprovecharse de las luces o noticias
que doy en la presente obra»
(1800: 77). Esa obra, el
Catalogo de las Lenguas, es precisamente la
clasificación -la reducción a sistema- de la
«admirable diversidad de las lenguas» e incorpora una
originalísima teoría lingüística que
parte de la definición de la diferencia.
Para
Hervás, las lenguas tienen tres «distintivos característicos de su
diversidad»
: «las
palabras», «el artificio gramatical con que
éstas se ordenan para formar el discurso»
y
«la pronunciación o acento vocal
con que se profieren las palabras»
(1800: 11). Teniendo
en cuenta que «cada uno de estos tres
distintivos sirve para conocer la diversidad de naciones»
(ibidem),
procede a delimitarlos un poco mejor. En primer lugar,
afirma que hasta «el lenguaje de la
nación más bárbara tiene a lo menos palabras
de todas las cosas más necesarias»
, recibiendo de
otras lenguas sólo las «palabras
de cosas no tan necesarias»
; de esta manera hace una
afirmación sorprendentemente moderna, en el léxico de
cada lengua existe un núcleo «primitivo» y
fundamental que debe buscarse en las palabras que signifiquen cosas
de la mayor necesidad o del más frecuente uso o
conversación de los hombres; y a esta clase de palabras
pertenecen las que pondré en mi obra intitulada Vocabulario Poligloto,
ibidem, 16).
En segundo lugar,
observando los fenómenos de cambio lingüístico,
señala que «una nación que
llegue a recibir de otra casi todas las palabras, empieza a
recibirlas dándoles el artificio u orden gramatical que daba
a las de su propio lenguaje»
, más aún
«conservará siempre
muchísimos idiotismos de su lengua antigua, por lo que se
podrá conocer que no pertenece a la nación que le ha
dado el idioma»
(ibídem, págs. 16 y 17).
También en esta ocasión Hervás deduce de estos
principios muy modernos: 1.°) «el
artificio particular con que en cada lengua se ordenan las palabras
no depende de la invención humana, y menos del capricho:
él es propio de cada lengua, de la que forma el
fondo»
(ibídem, pág. 23); 2.°) «el orden de las ideas es según el
artificio de las lenguas»
, «una nación, pues, que habla y piensa
según el artificio gramatical de su lengua
[¡qué próximo parece Humboldt!], no muda
jamás este método de hablar y pensar, y
consiguientemente no muda el dicho artificio [una teoría que
trata de explicar el substrato]»
(ibídem,
págs. 24-25); 3.°) «para
conocer la diversidad de los artificios gramaticales de las
lenguas, y dar idea clara y práctica de ello, era necesario
proponer las mismas sentencias en todos los idiomas conocidos, y
traducir literalmente las palabras de ellas según el orden
con que en cada lengua están colocadas»
, «esta observación y cotejo he procurado
hacer en mi obra intitulada Ensayo práctico de las
lenguas»
(ibidem, págs. 25 y 26).
En tercer lugar,
afirma como «regla general, que todas
las naciones siempre conservan sustancialmente la
pronunciación antigua de sus respectivos idiomas primitivos;
y que la conservan no solamente aquellas que siempre los han
hablado, o hablan dialectos de ellos, mas también las que
habiéndolos abandonado hablan lenguas forasteras»
.
De hecho llega a afirmar que «este
distintivo es el más característico de las naciones,
en las que a mi parecer es indeleble»
(ibídem,
págs. 19 y 20). Sin embargo, se disculpa de haberlo
utilizado muy escasamente en su Catálogo, a causa
de la escasez de información impresa disponible.
Hervás mismo ha tratado de cubrir esa laguna con su «Paleografía Universal, en que
procuré explicar los particulares acentos vocales con que
las naciones pronuncian cada letra o sílaba de sus
respectivos alfabetos»
(ibídem, pág. 23).
Esa obra se conserva, manuscrita e inédita, en la Biblioteca
Nacional de Madrid123.
El Vocabulario Poligloto y el Ensayo Práctico de las Lenguas son las «pruebas en que se apoya fundamentalmente el Catálogo (ibídem, pág. 26); los tres volúmenes forman un conjunto inseparable en el que se plasman las ideas más originales y fructíferas de Hervás y en el que se recoge la parte más rica de sus materiales. Los tres se ponen ahora a disposición del lector.