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El marqués de Santillana a su hijo don Pedro González, cuando estaba estudiando en Salamanca


Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana



[Nota preliminar: presentamos una edición modernizada de El marqués de Santillana a su hijo don Pedro González, cuando estaba estudiando en Salamanca, de Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, manuscrito 2655 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca, basándonos en la edición de Ángel Gómez Moreno y Maxim P. A. M. Kerkhof (Santillana, Íñigo López de Mendoza, Marqués de, Obras completas, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2002), cuya consulta recomendamos. Con el objetivo de facilitar la lectura del texto al público no especializado se opta por ofrecer una edición modernizada y eliminar las marcas de editor, asumiendo, cuando lo creemos oportuno, las correcciones, reconstrucciones y enmiendas propuestas por Gómez Moreno y Kerkhof.]





Don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, conde del Real, a don Pedro González de Mendoza, protonotario, su hijo, escribe. Salud.

Algunos libros y oraciones he recibido por un pariente y amigo mío este otro día que nuevamente es venido de Italia, los cuales, así por Leonardo de Arecio como por Pedro Cándido, milanés, de aquel príncipe de los poetas Homero, y de la historia troyana que él compuso, a la cual Iliada intituló, tradujeron del griego a la lengua latina; creo ser primero, segundo, tercero o cuarto, y parte del décimo libro. Y como quiera que por Guido de Columna, e informados de las relaciones de Ditis griego y Dares frigio, y de otros muchos autores asaz plenaria y extensamente hallamos noticia de aquélla, agradable cosa será a mí ver obra de un tan alto varón y casi soberano príncipe de los poetas, mayormente de un litigio militar o guerra el mayor y más antiguo que se cree haber sido en el mundo. Y así, ya sea que no os fallezcan trabajos de vuestros estudios, por consolación y utilidad mía y de otros, os ruego mucho os dispongáis, pues que ya el mayor puerto y creo de mayores fragosidades lo pasaron aquellos dos prestantes varones, lo paséis vos el segundo, que es de la lengua latina al nuestro castellano idioma.

Bien sé yo ahora que, según ya otras veces con vos y con otros me ha acaecido, diréis que la mayor parte o casi toda de la dulzura o graciosidad quedan y retienen en sí las palabras y vocablos latinos; lo cual como quiera que yo no lo sepa, porque no lo aprendí, verdaderamente creo, porque los libros así de Sacra Escritura, Testamento Viejo y Nuevo, primeramente fueron escritos en hebraico que en latín y en latín que en otros lenguajes en que hoy se leen por todo el mundo a doctrina y enseñanza a todas gentes; y después muchas otras historias, gestas fabulosas y poemas. Ca difícil cosa sería ahora que, después de asaz años y no menos trabajos, yo quisiese o me dispusiese a porfiar con la lengua latina, como quiera que Tulio afirma Catón -creo Uticense- en edad de ochenta años aprendiese las letras griegas; pero solo y singular fue Catón del linaje humano en esto y en otras muchas cosas. Y pues no podemos haber aquello que queremos, queramos aquello que podemos. Y si carecemos de las formas, seamos contentos de las materias.

A ruego e instancia mía, primero que de otro alguno, se han vulgarizado en este reino algunos poetas, así como la Eneida de Virgilio, el Libro mayor de las transformaciones de Ovidio, las Tragedias de Lucio Anio Séneca y muchas otras cosas en que yo me he deleitado hasta este tiempo y me deleito y son así como un singular reposo a las vejaciones y trabajos que el mundo continuamente trae, mayormente en estos nuestros reinos. Así que aceptado por vos el tal cargo, principalmente por la excelencia de la materia y clara forma del poeta, y después por el traductor, no dudéis esta obra que todas las otras será a mí muy más grata. Todos días sea bien de vos. De la mi villa de Buitrago.





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