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Acto segundo



ESCENA I.
 
D. Gerónimo, Lucas, Ginés, Juliana.
D. Ger. ¿Con que decís que es tan hábil?
Luc. Cuántos hemos visto hasta ahora no sirven para descalzarle.
Gin. Hace curaciones maravillosas.
Luc. Resucita muertos.
Gin. Solo que es algo estrambótico y lunático y amigo de burlarse de todo el mundo.
D. Ger. Me dexáis aturdido con esa relación. Ya tengo impaciencia de verle. Ve por él, Ginés.
Luc. Vistiéndose quedaba. Toma la llave(43), y no te apartes de él.
D. Ger. Que venga, que venga presto.
 
ESCENA II.
 
D. Gerónimo, Juliana, Lucas.
Jul. Ay! señor amo! que aunque el médico sea un pozo de ciencia, me parece a mí que no haremos nada.
D. Ger. ¿Por que?
Jul. Porque Doña Paulita no ha menester médicos, sino marido, marido, eso la conviene: lo demás es andarse por las ramas. ¿Le parece a usted que ha de curarse con ruibarbo, y jalapa, y tinturas, y cocimientos, y potingues y porquerías, que no sé cómo no ha perdido ya el estómago? No señor, con un buen marido, sanará perfectamente.
Luc. Vamos, calla, no hables tonterías.
D. Ger. La chica no piensa en eso. Es todavía muy niña.
Jul. Niña! sí, cásela usted, y verá si es niña.
D. Ger. Más adelante no digo que...
Jul. Boda, boda, y afloxar el dote, y...
D. Ger. ¿Quieres callar, habladora?
Jul. Allí le(44) duele... Y despedir médicos y boticarios, y tirar todas esas pócimas y brebajes por la ventana, y llamar al novio, que ese la pondrá buena.
D. Ger. ¿A qué novio, bachillera, impertinente? ¿En dónde está ese novio?
Jul. ¡Qué presto se le olvidan a usted las cosas! ¿Pues que no sabe usted que Leandro la quiere, que la adora, y ella le corresponde? ¿No lo sabe usted?
D. Ger. La fortuna del tal Leandro está en que no le conozco, porque desde que tenia ocho o diez años no le he vuelto a ver... Y ya sé que anda por aquí acechando, y rondándome la casa; pero como yo le llegue a pillar... Bien que lo mejor será escribir a su tío para que le recoja, y se le, lleve a Buitrago, y allí se le tenga. ¡Leandro! ¡Buen matrimonio por cierto! con un mancebito que acaba de salir de la universidad: muy atestada de Vinios la cabeza, y sin, un cuarto en el bolsillo.
Jul. Su, tío, que es muy rico, que es muy amigo de usted, que quiere mucho a su sobrino, y que no tiene otro heredero, suplirá esa falta. Con el dote que usted dará a su hija, y con lo que...
D. Ger. Vete al instante de aquí lengua de demonio.
Jul. Allí le(45) duele.
D. Ger. Vete.
Jul. Ya me iré señor.
D. Ger. Vete, que no te puedo sufrir.
Luc. ¡Que siempre has de dar en eso, Juliana! Calla, y no desazones al amo, mujer, calla, que el amo no necesita de tus consejos para hacer lo que quiera. No te metas nunca en cuidados ajenos: que al fin y al cabo, el señor es el padre de su hija, y su hija es hija, y su padre es el señor, no tiene remedio.
D. Ger. Dice bien tu marido que eres muy entremetida.
Luc. El médico viene.
 
ESCENA III.
 
Bartolo, Ginés y dichos.
Gin. Aquí(46) tiene usted señor D. Gerónimo, al estupendo médico, al doctor infalible, al pasmo del mundo.
D. Ger. Me alegro(47) mucho de ver a usted, y de conocerle, señor doctor.
Bart. Hipócrates dice que los dos nos cubramos.
D. Ger. ¿Hipócrates lo dice?
Bart. Si señor.
D. Ger. ¿Y en que capítulo?
Bart. En el capítulo de los sombreros.
D. Ger. Pues, si lo dice(48) Hipócrates, será preciso obedecer.
Bart. Pues como digo, señor médico, habiendo sabido...
D. Ger. ¿Con quien habla usted?
Bart. Con usted.
D. Ger. ¿Conmigo? Yo no soy médico.
Bart. No?
D. Ger. No señor.
Bart. ¿No? pues ahora(49) verás lo que te pasa.
D. Ger. ¿Que hace usted, hombre?
Bart. Yo te haré que seas médico a palos, que, así se gradúan en esta tierra.
D. Ger. Detenedle vosotros... ¿Que loco me habéis traído aquí?
Gin ¿No le dixe a usted que era muy chancero?
D. Ger. Sí, pero-que vaya a los infiernos con esas chanzas.
Luc. No le dé a usted cuidado. Si lo hace por reír.
Gin. Mire usted, señor facultativo, este caballero que está presente es nuestro amo, y padre de la señorita que usted ha de curar.
Bart. ¿El señor es su padre? ¡Oh! perdone usted, señor padre, esta libertad que...
D Ger. Soy de usted.
Bart. Yo siento...
D. Ger. No, no ha sido nada... ¡Maldita(50) sea tu casta!... Pues, señor, vamos(51) al asunto. Yo tengo una hija muy mala...
Bart. Muchos padres se quejan de lo mismo.
D. Ger. Quiero decir, que está enferma.
Bart. Ya, enferma.
D. Ger. Si señor.
Bart. Me alegro mucho.
D. Ger. ¿Como?
Bart. Digo que me alegro de que su hija de usted necesite de mi ciencia, y oxalá que usted, y toda su familia estuviesen a las puertas de la muerte, para emplearme en su asistencia, y su alivio.
D. Ger. Viva usted mil años, que yo le estimo su buen deseo.
Bart. Hablo ingenuamente.
D. Ger. Ya lo conozco.
Bart. ¿Y como se llama su niña de usted?
D. Ger. Paulita.
Bart. ¡Paulita! ¡Lindo nombre para curarse!... Y esta, doncella ¿quien es?
D. Ger. Esta doncella es(52) mujer de aquel.
Bart. ¡Oiga!
D. Ger. Si señor... Voy a hacer que salga aquí la chica, para que usted la vea.
Jul. Durmiendo quedaba.1
D. Ger. No importa, la despertaremos. Ven, Ginés.
Gin. Allá voy(53).
 
ESCENA IV.
 
Bartolo, Juliana, Lucas.
Bart. ¿Con que usted es mujer(54) de ese mocito?
Jul. Para servir a usted.
Bart. ¡Y que frescota es! Y que... Regocijo da el verla... ¡Hermosa boca tiene!... ¡Ay! que dientes tan blancos, tan igualitos, y que risa tan graciosa!... ¡Pues los ojos! En mi vida he visto un par de ojos más habladores, ni mas traviesos.
Luc. ¡Habrá demonio(55) de hombre! ¡Pues no la está requebrando el maldito!... Vaya, señor doctor, mude usted de conversación, porque no me gustan esas flores. ¿Delante de mí se pone usted a decir arrumacos a mi mujer? Yo no sé cómo(56) no cojo un garrote, y le...
Bart. Hombre, por Dios, ten caridad. ¿Cuantas veces me han de examinar de médico?
Luc. Pues, cuenta con ella.
Jul. Yo reviento(57) de risa.
 
ESCENA V.
 
D. Gerónimo, Doña Paula, Ginés y dichos.
D. Ger. Anímate, hija mía, que yo confío en la sabiduría portentosa de este señor, que brevemente recobrarás tu salud. Esta es la niña, señor doctor. Hola, arrimad(58) sillas.
Bart. ¿Con que esta es su hija de usted?
D. Ger. No tengo otra, y si se me llegara a morir me volvería loco.
Bart. Ya se guardará muy bien. ¿Pues que no hay más que morirse sin licencia del médico? No señor, no se morirá... Vean ustedes aquí una enferma que tiene un semblante, capaz de hacer perder la chaveta al hombre mas tétrico del mundo. Yo, con todos mis aforismos, le aseguro a usted... ¡Bonita cara tiene!
Doña. Paula. Ah! ah! ah!
D. Ger. Vaya, gracias a Dios que se ríe la pobrecita.
Bart. ¡Bueno! ¡Gran señal! Cuando el médico hace reír a las enfermas es linda cosa... Y bien, ¿qué la duele a usted?
Doña Paula. Bá, bá, bá, bá.
Bart. ¿Eh? ¿Que dice usted?
Doña Paula. Bá, bá, bá.
Bart. Bá, bá, bá, bá,. ¿Qué diantre de lengua es esa? Yo no entiendo palabra.
D. Ger. Pues ese es su mal. Ha venido a quedarse muda, sin que se pueda saber la causa. Vea usted que desconsuelo para mí.
Bart. ¡Qué bobería! Al contrario, una mujer que no habla es un tesoro. La mía no padece esta enfermedad, y si la tuviese, yo me guardaría muy bien de curarla.
D. Ger. A pesar de eso, yo le suplico a usted que aplique todo su esmero a fin de aliviarla y quitarla ese impedimento.
Bart. Se la aliviará, se la quitará: pierda usted cuidado. Pero es curación que no se hace así como quiera. ¿Come bien?
D. Ger. Si señor, con bastante apetito.
Bart. ¡Malo!... ¿Duerme?
Jul. Si señor, unas ocho u nueve horas suele dormir regularmente.
Bart. ¡Malo!... Y la cabeza ¿la duele?
D. Ger. Ya se lo hemos preguntado varias veces: dice que no.
Bart. ¿No? ¡Malo!... Venga el pulso... Pues, amigo, este pulso indica... ¡Claro! está claro.
D. Ger ¿Que indica?
Bart. Que su hija de usted tiene secuestrada la facultad de hablar.
D. Ger. ¿Secuestrada?
Bart. Si por cierto; pero, buen ánimo, ya lo he dicho, curará.
D. Ger. ¿Pero de que ha podido proceder este accidente?
Bart. Este accidente ha podido proceder, y procede (según la más recibida opinión de los autores) de habérsela interrumpido a mi señora Doña Paulita el uso expedido de la lengua.
D. Ger. ¡Este hombre es un prodigio!
Luc. ¿No se lo diximos a usted?
Jul. Pues a mí me parece un macho.
Luc. Calla.
D. Ger. Y en fin ¿que piensa usted que, se puede hacer?
Bart. Se puede y se debe hacer... El pulso...(59) Aristóteles, en sus protocolos, habló de este caso con mucho acierto.
D. Ger. ¿Y que dixo?
Bart. Cosas divinas... La otra...(60) lengüecita... ¡Ay! que monería!.... Dixo... ¿Entiende usted de latín?
D. Ger. No señor, ni una palabra.
Bart. No importa. Dixo Bonus bona bonum, uncias duas, mascula sunt maribus, honora medicum, acinax acinacis, nemine parco, Amaryllda sylvas. Que quiere decir que esta falta de coagulación en la lengua la causan ciertos humores que nosotros llamamos humores... humores acres, proclives, espontáneos, y corrumpentes. Porque, como los vapores que se elevan de la región... ¿Están ustedes?
Jul. Si señor, aquí estamos todos.
Bart. De la región lumbrar, pasando desde el lado izquierdo donde está el hígado, a el derecho en que está el corazón, ocupan todo el duodeno y parte del cráneo: de aquí es, según la doctrina de Áusias March y, de Calepino (aunque yo llevo la contraria) que la malignidad de dichos vapores... ¿Me explico?
D. Ger. Si señor, perfectamente.
Bart. Pues, como digo: supeditando dichos valores las carúnculas, y el epidermis, necesariamente impiden que el tímpano comunique al metacarpo los sucos gástricos. Doceo, doces, docere, docui, doctum. Papatus munus tulit Archidiaconus unus: ars longa, vita brevis: templum, templi: augusta vindelicorum, et reliqua... ¿Que tal? ¿He dicho algo?
D. Ger. Cuanto hay que decir.
Gin. ¡Es mucho hombre este!
D. Ger. Solo he notado una equivocación en lo que...
Bart. ¿Equivocación? No puede ser. Yo nunca me equivoco.
D. Ger. Creo que dixo usted que el corazón está al lado derecho y el hígado al izquierdo, y en verdad que es todo lo contrario.
Bart. ¡Hombre ignorantísimo, sobre toda la ignorancia de los ignorantes! ¿Ahora me sale usted con estas vejeces? Si señor, antiguamente así sucedía; pero ya lo hemos arreglado de otra manera.
D. Ger. Perdone usted si en esto he podido ofenderle.
Bart. Ya está usted perdonado. Usted no sabe latín, y por consiguiente está dispensado de tener sentido común.
D. Ger. ¿Y que le parece a usted que deberemos hacer con la enferma?
Bart. Primeramente harán ustedes que se acueste, luego se la darán unas buenas friegas... Bien que eso yo mismo lo haré... Y después tomará de media en media hora una gran sopa en vino.
Jul. ¡Que disparate!
D. Ger. ¿Y para que es buena la sopa en vino.
Bart. ¡Ay! amigo, ¡y que falta le hace a usted un poco de ortografía! La sopa en vino es buena para hacerla hablar. Porque en el pan y en el vino, empapado el uno en el otro, hay una virtud simpática que simpatiza y absorbe el texido celular, y la pía mater, y hace hablar a los mudos.
D. Ger. Pues no lo sabía.
Bart. Si usted no sabe nada.
D. Ger. Es verdad que no he estudiado, ni...
Bart. ¿Pues no ha visto usted, pobre hombre, no ha visto usted como a los loros los atracan de pan mojado en vino?
D. Ger. Si señor.
Bart. ¿Y no hablan los loros? Pues para que hablen se les da, y para que hable se lo daremos también a Doña Paulita, y dentro de muy poco hablará mas que siete papagayos.
D Ger. Algún ángel le ha traído a usted a mi casa, señor doctor: vamos, hijita, que ya querrás descansar Al instante vuelvo señor Don... ¿Cómo es su gracia de usted,?
Bart. D. Bartolo.
D. Ger. Pues así que la dexe acostada(61) seré con usted, señor D. Bartolo... Ayuda aquí Juliana... Despacito.
Bart. Taparla bien no se resfríe. A Dios, señorita.
Doña Paula. Bá, bá, bá, bá.
D. Ger. Lucas(62), ve al instante, y adereza el cuarto del señor bien limpio todo, una buena cama, la colcha verde, la Jarra con agua, la aljofayna, la toalla; en fin, que no falte cosa ninguna... ¿Estás?
Luc. Si(63) señor.
D. Ger. Vamos, hija(64) mía.
Bart. Yo sudo... En mi vida me he visto más apurado... ¡Si es imposible que esto pare en bien, imposible!... Veré si ahora, que todos andan por allá adentro, puedo... Y si no, mal estamos... En las espaldas siento una desazón que no me dexa... Y no es por los palos recibidos, sino por los que aún me faltan que recibir(65).

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