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El mojicón

Parodia del drama La bofetada, en un acto y dos pausas

Salvador María Granés



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ArribaAbajoDedicatoria

Al Sr. D. Pedro de Novo y Colson


Acepte usted, amigo mío, la dedicatoria de esta caricatura de su admirable drama, uno de los más perfectos modelos en la literatura dramática del siglo actual.

A usted, que con su hermosa obra ha inspirado el juguete que hoy le dedico; a usted, a quien debo tanta gratitud por los inmerecidos elogios que se ha dignado hacerme de esta parodia al asistir a uno de sus ensayos, corresponde de derecho el ampararla con su protección.

Fortuna grande es para mí que con tal motivo figuren unidos en la misma página el esclarecido nombre de usted y el de su humilde parodiador y afectísimo amigo.

Salvador María Granés.



PERSONAJES
 
ACTORES
 
MARIQUITA.SRA. ROMERO.
LUISA.SRA. VIDAL.
RUPERTO.SR. RIQUELME.
LEZNA.SR. CARRERAS.
EL ALBÉITAR MAL-ANDA.SR. RODRÍGUEZ.
AGUILUCHO.SR. DÍAZ.
SALAZAR.SR. CAMPOS.
GRULLA.SR. LEÓN.
MOZO.SR. IBARROLA.


 

La acción pasa en tiempo de la última guerra carlista. RUPERTO, SALAZAR y GRULLA visten uniforme de quintos de infantería; chaquetilla, pantalón y gorra.

 




ArribaActo único

 

Sala de un ventorrillo. A derecha e izquierda del actor una ventana en primer término y una puerta en segundo. Dos puertas en el foro y, entre ambas, un retrato de tamaño enorme representando una mujer muy vieja y muy fea. A los dos lados del retrato, dos trofeos formados, el uno por una cabeza de toro, banderillas y un estoque de matador, y el otro por jarros y vasos artísticamente agrupados. A la derecha el mostrador para despachar el vino, con todos los cacharros de las tabernas. A la izquierda una mesa y un banco. Taburetes de madera.

 

Escena I

 

LEZNA, LUISA y el MOZO. LUISA cose a la izquierda. A la derecha LEZNA y el MOZO, examinando sobre el mostrador el libro de cuentas.

 

LEZNA.-  A ése bórrale las copas que debe. ¿Qué culpa tiene él de gustarle el vino y no poder pagarlo?

MOZO.-  Juan Bautista debe también dos chorizos, una ración de conejo, otra de queso y tres cuartillos.

LEZNA.-  Bórrale también, y estamos en paz.

LUISA.-  Oye, hermano.

LEZNA.-  ¿Qué?

LUISA.-  Que eres un imbécil. Hace media hora que estás perdonando sus cuentas a todos los que te deben. ¿Es éste un ventorrillo o una casa de misericordia?

LEZNA.-  Calla, tonta. Hoy me da por perdonarles sus trampas, pero mañana les cobro el doble del precio por el gasto que hagan.

 

(Vase el MOZO. LEZNA continúa sentado.)

 


Escena II

 

Dichos, AGUILUCHO.

 

AGUILUCHO.-  Hola, compadre.

LUISA.-  Adiós, vecino.

LEZNA.-  Yo le hacía a usted en Valdepeñas.

AGUILUCHO.-  Pues hace usted mal en hacerme en ninguna parte. He estado en Valdepeñas, pero ya fui yo allá hecho y derecho.

LEZNA.-  Al volver no habrá usted venido tan derecho.

AGUILUCHO.-  Vine caracoleando.

LEZNA.-  ¿Como los caballos?

AGUILUCHO.-  No, comiendo caracoles en los ventorros que encontraba al paso. Por cierto, que en uno de ellos he visto a Ruperto.

LUISA.-  ¿A mi sobrino?

AGUILUCHO.-  Sí, señora.

LUISA.-  ¡Qué desgracia que cayera soldado! ¡Y más ahora que tenemos esa pícara guerra carlista! ¿Y qué tal le va en la vida militar?

AGUILUCHO.-  Tan acostumbrado está a ser quinto, que dudo que nunca llegue a sexto.

LUISA.-  ¿Y qué le dijo a usted?

AGUILUCHO.-  Le hallé sano y rollizo, pero tristísimo. Tenía delante un plato de chuletas y una azumbre de vino. Su dolor por la muerte de su abuela era tan intenso... como su hambre. ¡Cuánto lloraba y cuánto comía! «El mundo -me dijo- es un valle de lágrimas; pasemos esta triste vida comiendo y llorando».

LUISA.-  ¡Pobre Ruperto! Debe sufrir mucho, y con razón, porque es difícil encontrar otra abuela como la suya; ¡ni tan buena, ni tan fea!

AGUILUCHO.-  ¡Y si viera usted qué guapo está el chico con sus veinte años y su uniforme de recluta!

LUISA.-  ¿No has oído, Lezna?

LEZNA.-  Todo lo he estado oyendo.

LUISA.-  Como hace una hora que estás callado.

LEZNA.-  Porque yo me hago el sordo cuando me conviene. Pero, en fin, ¿Ruperto ha hablado algo de venir por acá?

AGUILUCHO.-  Sí, señor; parece que pronto vendrán él y los demás quintos a ese cuartel próximo para terminar su instrucción.



Escena III

 

Dichos, el MOZO.

 

MOZO.-  Mi amo, dos reclutas acaban de entrar en el patio del ventorro.

LEZNA.-  ¿Es Ruperto alguno de ellos?

MOZO.-  No, señor.

LEZNA.-  Entonces, diles, como de costumbre, que yo estoy de caza en el monte.

AGUILUCHO.-  ¡Valiente embustero!

LEZNA.-  Ésa es la excusa para ocultarme siempre que me echan alojados. Me encierro en el desván, como ahora voy a hacerlo, y como no les doy de comer, se van pronto. ¿Vienes, Luisa?

LUISA.-  Sí, voy.

 

(Vanse ambos puerta izquierda.)

 


Escena IV

 

AGUILUCHO, el MOZO.

 

AGUILUCHO.-  ¿Debes querer mucho a tu amo?

MOZO.-  ¡Es un manchego, hasta allí!

AGUILUCHO.-  ¿Hasta dónde?

MOZO.-  Hasta cualquier parte.

 

(MARIQUITA sale por la derecha y atraviesa la escena, entrando por la puerta izquierda.)

 

AGUILUCHO.-  ¡Caracoles! ¿Quién es esa chica tan guapa?

MOZO.-  Mariquita.

AGUILUCHO.-  ¿Y por qué pasa sin decirnos palabra?

MOZO.-  Siempre hace lo mismo; no da a nadie los buenos días.

AGUILUCHO.-  ¡Qué cosa más rara! ¿Y es de la familia del señor Juan?

MOZO.-  No, señor. La madre de esa chica estuvo aquí de criada y su padre era un saltamonte, digo no, un guardamonte. Ruperto y Mariquita crecieron juntos y llegó un día en que se amaron, pero el amo se enteró y se puso hecho una fiera...

AGUILUCHO.-  ¡Ya lo creo!... ¡Cómo había de casarse con una criada todo el hijo de un sargento de carabineros!

MOZO.-  Por fortuna, Ruperto cayó soldado y tuvo que ir a servir al rey.

AGUILUCHO.-  Eso hace seis meses.

MOZO.-  ¿Cómo lo sabe usted?

AGUILUCHO.-  No lo sé, pero me lo figuro.

MOZO.-  En cuanto Ruperto se marchó, su padre buscó un novio a Mariquita, el boticario de Torrelodones, y la casó con él.

AGUILUCHO.-  ¿Y Ruperto sabe que está casada?

MOZO.-  Hubo que decírselo, pero él, por lo visto, no se apuró mucho, porque ha poco supimos que el recluta se había hecho jugador, borracho y pendenciero.

AGUILUCHO.-  Eso me consta que es verdad.



Escena V

 

Dichos, SALAZAR y GRULLA.

 

SALAZAR.-  ¡A la paz de Dios!

GRULLA.-  ¿Es éste el ventorro del Cordero sensible?

AGUILUCHO.-  Éste es.

SALAZAR.-  Pues aquí nos dijo Ruperto que le esperásemos.

MOZO.-  ¡Ya lo creo, como que su padre es el dueño del Cordero sensible!

AGUILUCHO.-  Y la madre de Ruperto, era la madre del cordero.

SALAZAR.-  Y Ruperto es un borrego, que nos ha ocultado que ésta es su casa.

GRULLA.-  En fin, ya que sé que ustedes son de la familia, voy a darles una buena noticia. Ruperto se está dando de estacazos ahí cerca con otro individuo, y es muy posible que le traigan aquí con la cabeza rota.

AGUILUCHO.-  ¡Hombre, qué brutos son ustedes!... Y ustedes dispensen. ¡Ya podían haber evitado esa riña!

GRULLA.-  Allá dejamos con Ruperto al albéitar Mal-anda, para que en caso necesario le cure de primera intención.

AGUILUCHO.-  La de ustedes sí que es mala.

MOZO.-  ¿Y por qué fue esa riña?

SALAZAR.-  Cuando veníamos, Ruperto oyó al pasar a uno que decía a otro: «El dueño del ventorro del Cordero es un bribón, que bautiza el vino que vende». Yo también lo oí y, como buen amigo, me hice el sordo, escapé y los dejé dándose leña.

AGUILUCHO.-  ¡Arrogante amigo está usted!



Escena VI

 

Dichos, LUISA.

 

LUISA.-   (Sale puerta izquierda.) ¡Caballeros, si lo sois! Desde niña, tengo la costumbre de escuchar tras de las puertas. Hace media hora os he oído decir que Ruperto se está pegando con otro.

SALAZAR.-  Así es, patrona, pero no tenga usted miedo; él atiza firme y vence siempre.

GRULLA.-  ¡Cuando salió bien de su lucha con aquel perro buldog, crea usted que a ese chico no hay quien le hinque el diente!

AGUILUCHO.-   (Mirando por la ventana derecha.) ¡Atención! ¡Hacia aquí viene uno corriendo a todo correr! ¡Y es un quinto!

LUISA.-  ¿Cinco vienen corriendo?

AGUILUCHO.-  No, señora, es un quinto solo. ¡Es Ruperto!

LUISA.-  ¡Qué alegría!

SALAZAR.-  ¡Lo de siempre, escabechó a su adversario!



Escena VII

 

Dichos, RUPERTO que abraza a LUISA. Escena muda. Luego repara en el retrato de su abuela y se dirige a él.

 

RUPERTO.-  ¡Abuela mía! ¡Te has malogrado en flor! ¡Quién había de pensar que te murieses a la temprana edad de ochenta y seis años!  (Queda sollozando cómicamente.) 

SALAZAR.-  Yo no puedo ver estas cosas.

GRULLA.-  Ni yo.

AGUILUCHO.-  Ni yo.

MOZO.-  Ni yo tampoco.

 

(Vanse.)

 


Escena VIII

 

RUPERTO y LUISA.

 

RUPERTO.-  ¿Y mi padre, dónde está? Tengo hambre de abrazarle.

LUISA.-  Ya te darás un atracón cuando le veas. Pero, ¿no le guardas rencor por la boda de tu novia?

RUPERTO.-  ¡Yo! ¡Quia! Él hizo lo que otros cien padres; vio que la chica no tenía un cuarto y supuso que al separarme de Mariquita diría yo: «Si te vi, no me acuerdo». Si hubiera sabido que yo estaba completamente chalado por ella, no me la habría hecho boticaria.

LUISA.-  Luego, ¿sigues queriéndola?

RUPERTO.-  No sé si la quiero o si la odio. Sólo sé que la veo sin cesar en mi imaginación, bailando una habanera con el boticario de Torrelodones.

LUISA.-  ¡Ruperto!

RUPERTO.-  Por fortuna ella está en su pueblo, y yo no iré allá.

LUISA.-  (Si supiese que está aquí.)

RUPERTO.-  Pero, ¿y mi padre? ¿Sintió mucho la muerte de mi abuela?

LUISA.-  Una cosa regular. Como ella era su madrastra, siempre andaban tirándose los trastos a la cabeza. Pero está muy furioso contra ti.

RUPERTO.-  ¿Y por qué?

LUISA.-  Ya sabes que tiene la manía de echárselas de caballero y que siempre está con el honor por aquí y la honra por allá. Pues bien, como tiene noticias de que has perseguido mujeres y has jugado y has bebido...

RUPERTO.-  No comprendo que le asusten los borrachos, cuando él vende vino.

LUISA.-  Pues por lo mismo que él lo vende odia a todos los que no lo beben en su casa.

RUPERTO.-  Aquí lo beberé yo.

LUISA.-  ¡Silencio! Él viene.



Escena IX

 

Dichos, LEZNA. Luego MARIQUITA.

 

LEZNA.-  ¡Ruperto!

RUPERTO.-  ¡Papá!

MARIQUITA.-   (Saliendo puerta izquierda y viendo a RUPERTO.)  ¡Él!  (Vase corriendo por la derecha.) 

RUPERTO.-  ¡Cuerno!... ¡Ella! ¡Ella aquí!... Perdón, papá. ¡Maldita sea mi suerte!

LEZNA.-  Y tan maldita que lo será. ¿Qué ha hecho el primo-y-ultimogénito del cabo de carabineros, qué ha hecho para probar que es digno de su raza? Seducir mujeres, tirar el pego, andar siempre a trastazos, beber peleón falsificado, no legítimo, como el que despacha su padre. Y ahora mismo, al ver a una mocosuela, decirme: «aguarda»; y no abrazarme por mirarla a ella.

RUPERTO.-  No, padre. Cuando tuve noticia de que Mariquita se había casado, me eché el alma a la espalda y, para olvidarla, me hice seductor, pendenciero y borracho. Pero al saber la muerte de mi abuela, me entró un deseo horroroso de romperle a alguien la crisma. Un hombrón de seis pies de alto pasaba junto a mí, seguido de un tremendo perro buldog...

LEZNA.-  Sé que en aquel lance cumpliste como un valiente.

RUPERTO.-  Aunque ya veo que conoces mi hazaña, déjame que te la cuente otra vez, para que llegue a noticia del público, como dicen los ciegos que venden «el papelito que acaba de salir ahora». Al pasar por mi lado el hombre del perro, le di un fuerte codazo, no al perro, al hombre. Aquellos dos animales, hombre y perro, me lanzaron una mirada amenazadora. El gigante enarboló un garrote y se lanzó sobre mí. Tembló la tierra, empolvose el aire. Entonces, con ojo rápido paré el golpe con el brazo izquierdo, y con el derecho asesté un tremendo puñetazo en el pecho de aquel titán.

LEZNA.-  ¿El perro te acometió?

RUPERTO.-  Sí, y quise hallar la salida.

LEZNA.-  ¿Hacia atrás?

RUPERTO.-  ¡Siempre! Eché a correr.

LEZNA.-  Bien hecho.

RUPERTO.-  Pero el perro me alcanzó. Mis puños vigorosos le sujetaron por las patas. La gente, acobardada, ensanchó el círculo. El perro ladraba como yo, la rabia le cegaba como a mí, me enseñaba sus colmillos y yo a él los míos. «Ven, cobarde», nos gritamos ambos, y el animal se echó sobre mí y yo sobre el animal y sobre los dos otros varios animales. De un tirón le arranqué una oreja, al par que él, de un mordisco, me deshizo una pantorrilla.

LEZNA.-  Pantorrillas hay muchas postizas.

RUPERTO.-  Caí en tierra.

LEZNA.-  Pero el que cae, se levanta.

RUPERTO.-  Y me levanté.

LEZNA.-  Bien, Ruperto.

RUPERTO.-  Arranqué el collar al perro, le di un puntapié y el animal echó a correr aullando, mientras yo continué mi camino, seguido de la multitud que me vitoreaba entusiasmada.

LEZNA.-  Hazaña fue digna de premio.

RUPERTO.-  Y se premió.

LEZNA.-  ¿Cómo?

RUPERTO.-  Condecorándome el pueblo soberano.

LEZNA.-  ¿Te dieron acaso...?

RUPERTO.-  Sí, padre mío, ¡la medalla del perro!

LEZNA.-  ¿Dónde está?

RUPERTO.-  Aquí. Para lucirla quise que tú con tus propias manitas me la colgases al cuello.  (Ha sacado del bolsillo el collar de un perro de presa con su medalla pendiente.) 

LEZNA.-  Ven, chiquitín, ven. Un caballero de la orden del perro grande es digno de los Leznas.  (Lo abraza.) 

RUPERTO.-  Gracias, papá. Soy el hombre más valiente del globo.

LEZNA.-  Bien se conoce que se te ha muerto la abuela. (Pero el reñir con los perros no es una prueba.) Di, Ruperto, ¿crees que a Guzmán el Bueno le hubiera gustado tener un hijo granuja?

RUPERTO.-   (Sorprendido al oír tal exabrupto.)  Creo que no, pero ¿a qué viene eso?

LEZNA.-  Ruperto, tú has sido beodo, jugador y libertino.

RUPERTO.-  ¿Otra? ¿Volvemos a las andadas?

LEZNA.-  Dime, ¿te emborrachabas por hacer algo o porque tenías afición al vino? ¿Jugabas por entretenerte o por ganar dinero? ¿Perseguías mujeres por pasar el rato o porque te gustaban? Pero, no, no me lo digas. Dame la medalla, acerca la cabeza... Ya te la he colgado.  (Hace lo que va diciendo.)  Ahora..., lárgate.

RUPERTO.-  (Mi padre está guillati perduti. Tan pronto me abraza como me manda a paseo.)



Escena X

 

Dichos, MOZO.

 

MOZO.-  Señor amo, he ido, como usted me encargó, a decir que venga a probar el Valdepeñas el que propaló por todas partes que usted bautizaba el vino.

LEZNA.-  ¿Y vendrá?

MOZO.-  No, señor, porque está en cama con la cabeza rota.

LEZNA.-  ¿Quién se la ha roto?

RUPERTO.-  Yo, de un estacazo, porque te acusaba de echar agua al vino... Y eso es una calumnia.

LEZNA.-  No lo es, porque se la echo. Regla general: no defiendas nunca a los taberneros.  (Al MOZO.)  Ven conmigo, muchacho, y llevarás a ese infeliz un jarro del vino de la bodega, que aún no está aguado.

 

(Vanse el MOZO y LEZNA.)

 


Escena XI

 

RUPERTO.

 

RUPERTO.-  ¿Es ésta mi casa? ¿Es este hombre brusco el padre cariñoso que yo venía a ver? ¡Qué fría está esta casa sin esterar! ¡Y qué frío encuentro a mi padre! Y ella... ¡También ella!... No sé si estará fría o templada. ¡Maldita sea mi suerte!



Escena XII

 

RUPERTO, EL ALBÉITAR MAL-ANDA.

 

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¿Está aquí Ruperto Lezna?

RUPERTO.-  Servidor.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Yo soy Lucas Mal-anda, albéitar, para servir a usted, y que como usted sabe, presencié su desafío a falta de médico. El herido va bien, gracias a que yo le puse paños de vinagre y sal. Se lo comunico a usted para su inteligencia y satisfacción, y abur.  (Examinando la habitación.)  ¡Cielos! ¡Ese mostrador!

RUPERTO.-  ¿Qué le extraña a usted?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-   (Dando vueltas sobre sí mismo, gira como un peón.)  Nada, nada. Voy al molino a curar al burro del molinero.

RUPERTO.-  No insulte usted al molinero.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Si hablo de su burro.

RUPERTO.-  ¡Ah, ya!

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Sí... Esta sala..., ese jarro... son el mismo jarro y la misma sala...

RUPERTO.-  Pero, hombre, ¿qué diablos tiene usted?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Nada, nada, don Ruperto. ¿Estará usted toda la noche en esta casa?

RUPERTO.-  Naturalmente, ¿dónde he de estar?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Entonces, volveré. (No hay duda, aquí fue.)  (Sigue dando vueltas hasta el final y desaparece del mismo modo, siempre girando.) 

RUPERTO.-  Pero, explíqueme usted...

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Hasta después.



Escena XIII

 

RUPERTO, a poco MARIQUITA. Después LEZNA.

 

RUPERTO.-  ¡Vaya un registro impertinente! ¿Si ese albéitar será de la policía?

MARIQUITA.-  Ruperto.

 

(Todo esto muy rápido.)

 

RUPERTO.-  ¡Ella!

MARIQUITA.-  ¡Silencio! Necesito hablarte.

RUPERTO.-  ¿Cuándo? ¿Dónde?

MARIQUITA.-  Aquí... luego.  (Vase rápidamente.) 

RUPERTO.-   (Siguiéndola.)  Aguarda.  (Se encuentra cara a cara con su padre.)  ¡Ah!... ¡Mi padre!

LEZNA.-  Ni una palabra. Esa mujer es nuestra huéspeda. Su honor es sagrado mientras pague el pupilaje... Conque... ¡mucho ojo!

RUPERTO.-  Entendido. Ahora voy a acostarme.  (Ademán de irse.) 

LEZNA.-   (Deteniéndole.)  No, allá no hay más que una cama, y ésa es para mí. Pasa la noche aquí, contemplando el retrato de tu abuela querida,  (Señala al retrato.)  y todo lo que sientas, todo lo que pienses... cuéntaselo a tu abuela,  (RUPERTO se sienta en el banco y reclina su cabeza sobre la mesa.)  mientras yo duermo tranquilamente en mi cama de tres colchones... sumergido en un océano de lana.  (Vase LEZNA sollozando cómicamente. RUPERTO continúa apoyado en la mesa con la cabeza entre sus manos. Por encima de la concha del apuntador, saca éste un cartel para que el público lo vea, en el que se lee: pausa primera.) 



Escena XIV

 

RUPERTO, LUISA y MARIQUITA. Después de un momento de silencio salen ambas a escena, puerta izquierda.

 

LUISA.-   (A MARIQUITA.)  Cuidado con lo que se hace, Mariquita. Procura que la entrevista sea breve.

MARIQUITA.-  El tiempo preciso para pedirle mis cartas.

LUISA.-   (Llegándose donde está él, reclinado en la mesa.)  ¡Ruperto!...  (Éste levanta la cabeza.)  Mariquita desea hablar contigo. Yo os dejo solos.

RUPERTO.-  ¡Ah!... ¿Usted sabía...?

LUISA.-  Ya lo ves. ¡Ea, Ruperto! Juicio... Y ahí queda eso.  (Señalando a MARIQUITA.) 

RUPERTO.-  ¡Tía del alma!... Este noble proceder es digno de una verdadera tía.

 

(Vase LUISA.)

 


Escena XV

 

RUPERTO, MARIQUITA. Toda esta escena con entonación cómicamente dramática.

 

RUPERTO.-  ¿Qué quieres de mí?

MARIQUITA.-  ¿Conservas mis cartas?

RUPERTO.-  Sí, todas. Ciento veintisiete.

MARIQUITA.-  Devuélvemelas.

RUPERTO.-  ¡Un cuerno!

MARIQUITA.-  ¿Para qué las quieres?

RUPERTO.-  ¡Y me lo preguntas! ¿Eres tú aquella niña boba que sin cesar me decía: «¿Quién te quiere a ti, rico mío?»?

MARIQUITA.-  Yo soy esa pobre mujer que se lo debe todo a tu padre. Un día me dijo: «Sé boticaria»; y lo fui.

RUPERTO.-  ¡Pero tú sabías que me arrancaría los pelos al verte en brazos del boticario, y le entregas tus hechizos a cambio de sus jaropes! ¡Mariquita, eso no te lo perdono!

MARIQUITA.-  (Durillo está de pelar.)

RUPERTO.-  ¡Qué ratos me has hecho pasar! Te he visto en sueños tal como eres hoy. No la niña tonta cuyos ojos se cerraban de sueño mientras yo le hablaba, sino la espléndida barbiana que se trae muchas cosas, y todas buenas.

MARIQUITA.-  Ruperto... no puedo oírte.

RUPERTO.-  Escucha. Tu dueño y yo no cabemos en un saco: cuanto más goza él, más rabio yo; cuando te acaricia, me araña. ¡Ea! Ya estoy harto. Nadie ha de ser feliz a mi costa.

MARIQUITA.-  ¡Calla!... ¡Estás loco!

RUPERTO.-  ¿Me has comprendido, eh? Me alegro.  (Con dulzura.)  ¡Qué reteguapa estás, Mariquita! Más que nunca. Desde hoy viviremos juntitos, ¿no es verdad?

MARIQUITA.-  ¡Basta, Ruperto!

RUPERTO.-  Pero, tonta, ¿no comprendes que todo lo pasado ha sido un sueño? Ni tú estás casada, ni me has sido infiel, ni hay tal boticario...

MARIQUITA.-  Me asustas, déjame salir.

RUPERTO.-  Hoy despertamos de aquella pesadilla, pero con una variación. Ayer éramos dos tontos de capirote, hoy somos dos tunos muy largos.

MARIQUITA.-  ¡Ruperto!

RUPERTO.-  ¡Ea! Echa a andar.

MARIQUITA.-  Nunca.

RUPERTO.-  Vente conmigo. No serás la primera que se ha venido.

MARIQUITA.-  No.

RUPERTO.-  Si no vienes me suicidio.

MARIQUITA.-  ¡Santo Dios!

RUPERTO.-  Lo dicho.

MARIQUITA.-  Pues bien, si deseas verme a tu lado y que mis ojos sean dos continuas fuentes de vecindad; si quieres que ni coma ni beba, ni esté gordita..., entonces, llévame contigo... Estoy a tu disposición.

RUPERTO.-  Gracias... Estimando.

MARIQUITA.-  Pero antes mira a esa pobre vieja anciana.   (Señalando al retrato.) 

RUPERTO.-  ¡Abuela mía!

MARIQUITA.-  Piensa en la paliza que te pegaría si pestañease y te oyera hacerme esas proposiciones.

RUPERTO.-   (Conmovido cómicamente.)  ¡Basta, Mariquita! Me has curado. No volveré a verte.

MARIQUITA.-  Gracias. ¡Qué inocentón eres!

RUPERTO.-  Pero antes de separarnos quiero pedirte un favor. Dime, Mariquita, sin que nadie nos oiga, dime que me amas a mí sólo, que estás chaladita por mí. Dímelo una vez nada más.

MARIQUITA.-  No puedo, Ruperto. Las señoras casadas no decimos esas cosas.

RUPERTO.-  Anda, remonísima, dímelo.

MARIQUITA.-  Tales palabras no pueden pronunciarlas mis labios.

RUPERTO.-  ¿Tus labios no? Pero puedes decírmelo por señas.

MARIQUITA.-  ¡Ah!... Eso sí.  (Pantomima en mímica de que le adora.) 

RUPERTO.-  Así..., así..., Mariquita. ¡Bendita seas y bendita sea tu madre!  (Se arrodilla y le besa la mano.) 



Escena XVI

 

Dichos y LEZNA, que sale por el foro y se coloca entre ambos.

 

LEZNA.-   (A RUPERTO.)  ¡Sinvergüenza!

 

(MARIQUITA escapa corriendo.)

 

RUPERTO.-  ¡Padre!

LEZNA
Mientes, no lo fui jamás.

RUPERTO
Reportaos, por Belcebú.

LEZNA
No, los hijos como tú
son hijos de Satanás.

Y basta de Don Juan Tenorio. Yo no puedo ser padre de un seductor de señoras. Tu abuelo, Marcos Lezna, fue un zapatero honrado que no le faltó nunca a su zapatera. Yo, Juan Lezna, no he ofendido jamás a tu madre, a pesar de que fui cabo de carabineros. Pero tú desmientes nuestra noble raza. Porque, vamos a ver: ¿Eres caballero? No, porque eres de infantería. ¿Eres honrado? No, porque persigues a las casadas. ¿Eres bueno? ¡Qué lo has de ser, indigno vástago de los Leznas!


RUPERTO.-  Papá, cállate.

LEZNA.-  Tú no puedes figurarte lo que me ha recordado el cuadro plástico que acabo de ver. Tú arrodillado a los pies de esa... y ella con su mano abandonada a tus besos. ¡Así estaban los otros!

RUPERTO.-  Pero, padre, ¿te has vuelto loco?

LEZNA.-   (A grito pelado.)  Vete, quítate de mi vista.

RUPERTO.-   (Gritando también.)  No quiero.

LEZNA.-   (Transición y con la mayor naturalidad.)  Pues me iré yo.  (Vase muy tieso.) 



Escena XVII

 

RUPERTO.

 

RUPERTO.-  ¿Qué es esto? ¿Por qué se enoja mi padre de tal modo? ¿Qué misterio hay aquí? ¡Cielos! ¿Será hija suya Mariquita? ¡Imposible! Ella es hija de un guardamonte. Pero, entonces, ¿qué le ha recordado a mi padre el verme de rodillas ante ella, besándole la mano?



Escena XVIII

 

RUPERTO y EL ALBÉITAR MAL-ANDA.

 

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Señor Ruperto.

RUPERTO.-  Señor albéitar.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Vengo a que usted me ayude para aclarar un misterio.  (Examinando detenidamente la habitación, siempre girando sobre sí mismo.)  No me engaño. Ésta es la misma habitación que tengo clavada aquí desde aquella noche. Éste fue el siniestro ventorrillo.

RUPERTO.-   (Muy incomodado.)  ¿Por qué le llama usted siniestro? A ver..., pronto... Hable usted.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¿Se enoja usted, Ruperto? ¿Acaso tiene en este ventorro relaciones o familia? En tal caso me callo.

RUPERTO.-   (Fingiendo indiferencia.)  No..., conozco a los dueños..., pero nada más. Continúe usted.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Hallábame cierta noche en un caserío, cerca de aquí, asistiendo a una caballería mayor, con perdón de usted, que tenía un sobrehueso en salva sea la parte, cuando me sorprendió con su visita un hombre mal encarado y me dijo: «He sabido que es usted albéitar y, como el único médico que había por estos contornos ha muerto ayer, vengo a rogarle que me acompañe a mi casa para que certifique una defunción que allí acaba de ocurrir».

RUPERTO.-  ¿Y fue en este ventorro?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  En este mismo. El desconocido me condujo ante un lecho donde yacía una pobre vieja. Una ojeada me bastó para conocer que la difunta estaba muerta. Negueme al principio a certificar la defunción; pero al fin accedí a hacerlo en calidad de veterinario y por falta de médico. Mientras el desconocido salió a buscar papel y tintero, fijé mi vista en un rincón de la alcoba... Me acerqué más... Miré... Miré con horror... Volví al lecho, examiné a la muerta, di un grito y caí al suelo como una rana.

RUPERTO.-  Pero, ¿a qué venía eso?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  A que en aquel rincón vi una pierna humana... y aquella pierna le faltaba a la difunta.

RUPERTO.-  ¿Se la habían arrancado?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Ni más, ni menos.

RUPERTO.-  ¿Qué fecha fue la de aquella noche?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Hoy hace tres meses justos.

RUPERTO.-  ¡Gran Dios! ¡Tres meses hace que murió aquí mi abuela! Albéitar, ¿no ha visto usted ese cuadro?  (Por el de la abuela.) 

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Como es tan chiquitín, no había reparado en él.

RUPERTO.-  ¿Quién es esa anciana?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Ésa es la muerta coja.



Escena XIX

 

Dichos, LEZNA.

 

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-   (Reparando en LEZNA que aparece.)  ¡Y ése el desconocido que me trajo ante su lecho!

RUPERTO.-  ¡Mi padre!

LEZNA.-  ¡Sí, yo fui quien la perniquebró!

 

(RUPERTO va dando vueltas como atontado y, al fin, cae redondo. Aparece otro cartel sobre la concha del apuntador, en que se lee: pausa segunda. Corto momento de silencio. Todos los personajes quedan durante él, inmóviles, en las posiciones del final. EL ALBÉITAR MAL-ANDA examina a RUPERTO, le toca las orejas y dice:)

 

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¡No es nada! ¡Está vivo!

LEZNA.-   (Toca la campanilla y aparecen dos Mozos.)  Llevaos a mi hijo y echadle en mi cama.  (A EL ALBÉITAR MAL-ANDA.)  No se vaya usted. Tenemos que hablar.



Escena XX

 

LEZNA y EL ALBÉITAR MAL-ANDA.

 

LEZNA.-  Señor albéitar, puede usted entregarme a los tribunales. ¡Yo he amputado una pierna a mi infeliz madrastra!

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¡Esa no cuela! Nadie amputa piernas por divertirse. Su madrastra debió darle algún grave motivo para eso.

LEZNA.-  No tolero dudas sobre su honra.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Vamos, hombre, basta de disimulo. Sea usted franco y échese en brazos de un albéitar.

LEZNA.-   (Conmovido.)  ¡Ah!... Sí, no puedo más.  (Se echa cómicamente en brazos de EL ALBÉITAR MAL-ANDA.)  Voy a decir a usted la verdad toda.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Así me gusta.

LEZNA.-  Hace cincuenta años, mi madrastra era joven.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¡Parece mentira!

LEZNA.-  Estaba ciegamente enamorada de un mequetrefe, primo suyo. Por entonces, la conoció mi padre y se casó con ella.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Mal hecho.

LEZNA.-  Prohibiola, como es natural, que recibiera en su casa al tal primito; pero ella, al pasar por su lado, le dirigía miradas a hurtadillas, lo cual le valió en varias ocasiones el que mi padre la solfease. El primo se fue a América y allí ha vivido veinte años.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Y durante ese tiempo, ¿el matrimonio fue feliz?

LEZNA.-  Completamente. Seis años hace murió mi padre, a los ochenta y cuatro de edad, y hace tres meses regresó de América el primo de mi madrastra. Un día le sorprendí a sus pies y besándole la mano. De un empellón, le hice rodar la escalera, bajé tras él y juntos llegamos a la Era del Mico; allí le solté dos estacazos y cayó en tierra. Creyéndole muerto le registré los bolsillos, porque no me pareció bien que la justicia se incautase del reloj y del dinero que llevaba. Entre los objetos que le encontré, había varias cartas de mi madrastra, unas anteriores a su casamiento y otras sin fecha y que debían ser recientes.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Debió usted dudar.

LEZNA.-  Dudé un segundo, porque el seductor, volviendo en sí, me llamó y, con voz apagada, me dijo: «¡Ya es tarde, Lezna, ya es tarde!». Miré el reloj; eran las ocho y cuarto. Luego lo de «ya es tarde» lo decía por mi madrastra. Corrí a buscarla..., la interrogué... ¡Que si quieres! No abrió la boca para disculparse y, cuando le dije que su amante quedaba tendido en la Era del Mico, empezó a gritar, llamándome: «¡Asesino!... ¡Asesino!...»; y se lanzó a mí para arañarme. Yo, ciego de ira, la sujeté por una pierna, pero con tal presión, que me quedé con la pierna en la mano.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¡Qué barbaridad!

LEZNA.-  Dio un grito.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¿La pierna?

LEZNA.-  Mi madrastra. Y cayó al suelo para no levantarse más.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¿Sentiría un dolor horrible?

LEZNA.-  Ninguno. La pierna que yo le había arrancado era postiza.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¿Qué me cuenta usted?

LEZNA.-  Una pierna primorosamente fabricada, que usaba desde joven, sin que nadie lo sospechase.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Pero si era postiza, ¿por qué no lo ha confesado usted hasta ahora?

LEZNA.-  Por respetar el secreto de la pobre vieja, que se murió de pena al verle descubierto.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Pero, al menos, ¿a Ruperto se lo revelará usted?

LEZNA.-  Sí, algún día...

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  No, usted no se lo dirá nunca.

LEZNA.-  ¿Nunca?

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Porque cree que Ruperto no es su hijo.

LEZNA.-  Y no lo es. Ayer dudaba, hoy tengo la evidencia. La escena que he presenciado aquí es la reproducción exacta de la de mi madrastra con el otro... Y quien tal hace no puede ser mi hijo.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Pero, ¿en qué funda usted esa duda sobre su paternidad?

LEZNA.-  Escuche usted; y es el cuarto o quinto cuento que le cuento, porque éste es el cuento de nunca acabar... Al nacer Ruperto, su madre cayó enferma. No pudiendo criarle confié el recién nacido a una nodriza que habitaba en un pueblo inmediato. Cuando a los tres meses mi esposa recobró la salud, mandamos a la nodriza que nos trajese el niño y, al ir a besarle, le encontré tan variado, que desde entonces he tenido siempre la escama de que me hubieran cambiado el chico. Hoy que veo sus malos instintos, ya no me cabe duda de que Ruperto es un hijo... falsificado.

 

(RUPERTO aparece y se dirige a su padre.)

 


Escena XXI

 

Dichos, RUPERTO.

 

RUPERTO.-  De eso hablaremos ahora.

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Ruperto.

LEZNA.-  ¿Me escuchabas?

RUPERTO.-  Sí, ese vicio me lo ha pegado mi tía, tu querida hermana. Ya ves, padre, si tengo la sangre de la familia. No se marche usted, señor albéitar. Usted ha oído su acusación hecha a mi abuela y debe oír la defensa.  (A LEZNA.)  Si yo dudase de la virtud de esa respetable anciana descuartizada,  (Señala al cuadro.)  me vengaría en su descuartizador, pero el descuartizador que la descuartizó es mi padre.

LEZNA.-  No lo soy.

RUPERTO.-  Pronto me vuelvo al cuartel. Por fortuna, está ahí al lado. Pero antes quiero decirte cuatro frescas. Fuiste esclavo de tu barbaridad con pretexto de la honra. ¡Maldita honra que le arranca una pierna a una señora, con más prontitud que un carnicero corta un kilo de carne de vaca!... Tú, no contento con haber hecho la autopsia en vida a la pobre vieja, la calumnias pregonando que usaba una pierna postiza. ¡Mientes, padre, aunque cien veces lo fueras!

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  Ruperto, sosiégate.

RUPERTO.-   (A LEZNA.)  ¿Qué has hecho de mi abuela? ¿Por qué dejaste coja a la que, al ir yo a servir al rey, me decía: «No te achiques ante los carlistas, leña en ellos, duro y a la cabeza»?

LEZNA.-  Pero, ¿no sabes que su pierna era de palo? ¿Por qué me acusas de haberla perniquebrado?

RUPERTO.-  Te acuso, porque no creo en tal pierna postiza, porque la suya era de carne y hueso, con su pie, idem, idem; y tú le arrancaste pierna y pie, creyendo que andaba en malos pasos.

LEZNA.-  ¿Qué haría yo para convencerte?

RUPERTO.-  Échate a la mala vida como yo y aprenderás los puntos que calza cada mujer, de qué pie cojean y dónde les aprieta el zapato. ¿Y quieres que yo, tan inteligente en materia pedícura, crea que mi abuela usaba piernas postizas? ¡Mientes, padre, mientes mil veces!

LEZNA.-  Te las echas de misionero y hace poco te sorprendí seduciendo a la boticaria.

RUPERTO.-  Mi amor a Mariquita es puro.

LEZNA.-  ¿Puro?... Ni pitillo.

RUPERTO.-  Calla, padre, o hago un disparate.

LEZNA.-  ¿Me amenazas, bribón? Pues bien, escucha y tiembla: ¡Juro que tu abuela era coja y que tú eres inclusero!

RUPERTO.-  ¡Mientes!

LEZNA.-  ¿Necesitas que te lo pruebe?

RUPERTO.-  Sí, dame una prueba de su cojera y mi inclusería.

LEZNA.-  Pues, ahí va una... y contundente.  (Le larga una bofetada.) 

RUPERTO.-  ¡Condenación!

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¡Ah!

 

(Todos, menos EL ALBÉITAR MAL-ANDA que está en escena, se asoman cada uno por una puerta, sacan la cabeza, lanzan la exclamación y vuelven a cerrar rápidamente.)

 

SALAZAR.-  E...

GRULLA.-  I...

MARIQUITA.-  O...

LUISA.-  U...

RUPERTO.-   (A LEZNA.)  Si tu madrastra era coja, tú no eres manco.  (Mirando al retrato.)  ¡Abuela!... ¡Es mi padre y no puedo devolverle el mojicón! Pero yo no me lo guardo. ¡Allá va eso!  (Da una gran boletada a EL ALBÉITAR MAL-ANDA, que está a su lado.) 

EL ALBÉITAR MAL-ANDA.-  ¡Bárbaro!

 

(Aparecen SALAZAR y GRULLA, y quedan en segundo término.)

 

RUPERTO.-  Gané esta medalla peleando con un perro. Ahora vuelvo a ganarla aguantando otra perrería.

LEZNA.-   (Que durante lo anterior se ha quedado inmóvil en el proscenio sin ver nada de lo que pasa a su espalda.)  ¿Qué es esto? ¿Por qué ha sonado dos veces un solo mojicón?

RUPERTO.-  ¡Ea, se acabó! Un Lezna no puede vivir con la cara hinchada.  (Saca una gran navaja y se la va a clavar.) 

SALAZAR.-   (Deteniéndole.)  Eso no, vente al cuartel; el rancho espera, y no hemos cenado.

RUPERTO.-  Tienes razón... Vamos allá... ¡Adiós, abuela!  (Despedida cómica en pantomima. Vase dando jipíos.) 



Escena XXII

 

LEZNA.

 

LEZNA.-  Se va llevándose el mojicón que le di... ¡Y fue de cuello vuelto!...  (Al decir de «cuello vuelto» se oyen sonar a lo lejos los tambores tocando lo que vulgarmente se llama «al cuartel, a comer, medio pan...».)  ¡Cómo corre!...  (Mirando por la ventana derecha.)  Ya llega al cuartel. Allí le veo ante la olla del rancho con la cuchara en una mano y la otra en el carrillo. Ya mete la cuchara...  (Gritando.)  ¡Hijo!... ¡Que aproveche!... Sí, tú eres mi hijo, yo soy tu padre...   (Con entonación muy alta.) 


Perdón, Ruperto, perdón.
¡Yo no dudaré de ti!...

 (Al público. Transición. Con la mayor naturalidad.) 

La parodia acaba aquí...
Ahora prestadme atención.
No hay hombre al que enaltezca
    la fama pública
del cual no se hayan hecho
    caricaturas.
   Las grandes obras
aún son más populares
   por las parodias.
Ésta que habéis oído,
   de un drama hermoso,
es tributo al ingenio
   de Novo y Colson,
   que con tal drama
ha grabado en el mármol
   su Bofetada.
El aplauso, señores,
    que os pido ahora
no es para el que ha hilvanado
   esta parodia.
   Lo pido sólo
para el preclaro ingenio
    de Novo y Colson.





 
 
FIN DE LA PARODIA
 
 


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