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El mundo y nosotros

Manuel Ugarte





Mientras aquí se sigue «haciendo política» y utilizando hasta las fechas nacionales para la propaganda de partido, el mundo entero recapacita y se contrae frente a situaciones decisivas que pueden poner a prueba en todas partes la vitalidad y la existencia de las naciones.

Renunciando al lujo de los aparatosos debates internos -propios de las épocas de bonanza- las Patrias se aperciben para la preservación de sus raíces, de sus realidades, de su porvenir.

Como ya tuvimos oportunidad de decir en esta hoja, la política interior de los pueblos se halla hoy subordinada a la política internacional. Esto en el sentido de que se ha de poner el patrimonio común por encima, no sólo de los anhelos de preeminencia de cada grupo, sino de los mismos ideales o principios, por respetables y evidentes que estos puedan parecer desde el punto de vista de la ética.

Así vemos -tomando al azar un ejemplo en un solo sector-, que las medidas excepcionales referentes a la defensa nacional cuentan con el apoyo fervoroso de los mismos que en otras épocas defendían el internacionalismo; abominaban del ejército y votaban contra todo presupuesto de guerra. La evolución ha sido tan rápida que algunos no han advertido estos cambios, más atentos a las inflexibles fórmulas que a las nuevas realidades que se imponen.

Desde el punto de vista del gobierno de los pueblos, todos los principios son relativos y temporales. Los que poseían una verdad en 1910, sólo rectificándose podrán estar en la verdad de hoy. Hemos entrado en la zona en que hay que reaccionar sobre todo contra el prejuicio de la idea pura, considerada como independiente de los hechos sobré los cuales debe ejercer acción. Los hechos tienen ahora, por el contrario, una importancia concluyente que modifica la estructura y la esencia de las ideas.

En medio de la vertiginosa evolución de estos últimos años, durante los cuales la fuerza preeminente es la «razón de Estado» -lo mismo en lo que se refiere a la vida interna que en la que toca a la vida exterior- cobran disonancias de anacronismo las premisas estáticas y las actitudes menoristas. En vez de recordar, hay que comprender.

De lo que podríamos llamar la «política del madrigal», que meció la esperanza de los pueblos hasta 1914, van quedando en firme muy pocas cosas y las que aún subsisten pueden ser barridas de la noche a la mañana por los acontecimientos. Nos guste o no nos guste, asistimos al nacimiento de nuevas modalidades y nuevos tipos de civilización. Hace 25 años los hombres y los capitales circulaban por el mundo sin más pasaporte que una tarjeta de visita. Hoy se acumulan las barreras, se obstaculiza la emigración, se regula desde el gobierno el intercambio, y cada pueblo se encierra dentro de sus fronteras, tratando de consolidarse con la eliminación de las moléculas discordantes y la absorción de los elementos afines.

Nuestro país, que hizo suyos ayer los aforismos más generosos (gobernar es poblar, necesitamos brazos, necesitamos capitales, etc.), sufre una dolorosa desilusión ante el espectáculo: pero no puede sensatamente ignorar la nueva atmósfera del mundo. Sin desmentir las inspiraciones iniciales, ha de preservar su idiosincrasia actualizando su ideología política. No ha de imitar ciegamente, sin embargo. Y en esto estriba la dificultad.





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