Ya sabes cómo en
Sevilla |
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murió mi padre don
Pedro |
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de Ribera, a quien mi hermana |
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doña Ana y yo los
trofeos |
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de su sangre y sus
hazañas |
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heredamos a su aliento, |
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con mas de cien mil ducados, |
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que no fue el menor entre
ellos. |
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Yo, que quedé mozo y
libre, |
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rico y noble, y no muy cuerdo, |
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seguía entre mis
locuras |
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la vana opinión de
aquellos |
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que piensan que está el
decoro |
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en sobras del lucimiento, |
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y gastan lo que heredaron |
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como bien que no adquirieron. |
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Pasado el año del luto, |
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que se pasa recibiendo |
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pésames, cuentas,
cobranzas |
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y muchos casamenteros, |
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eché carrozas, libreas, |
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galas, dando en el dinero |
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como si fin no tuviera; |
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que el que no llenó el
talego, |
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como no le vio vacío, |
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cree que ha de estar siempre
lleno. |
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Andaba entonces tan vano, |
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tan necio, loco y soberbio, |
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que pensaba yo que honraba |
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al que quitaba el sombrero. |
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¡Qué necedad! Porque
en ser |
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muy cortés un caballero |
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no gasta nada; y en dar |
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su hacienda a vanos empleos, |
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gasta el honor, pues se quita |
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para adelante el respeto; |
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que al pobre, aunque noble
sea, |
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miran todos con desprecio. |
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La hacienda hoy es calidad, |
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la cortesía es un
viento, |
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y el que la excusa por verse |
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lleno de galas y excesos, |
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es necio, soberbio u simple; |
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pues es, trocando los frenos, |
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pródigo de lo que es
mucho, |
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de lo que es nada avariento. |
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De aquellos era yo entonces, |
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que de mirarlos con
ceño |
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o sin él hacen ofensa, |
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y traen en la vista el duelo. |
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Esta es graciosa locura, |
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pues quieren los que hacen
esto |
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saber lo que el otro calla, |
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construyéndole el
silencio. |
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Si a mí no me dice
nada, |
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aunque él se ofenda
allá dentro, |
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¿Por qué he de hacer
yo a mi enojo |
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la lengua de su secreto? |
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Demás de que, si él
oculta |
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algún rencor en su
pecho, |
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vano antes y agradecido |
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que ofendido estarle debo; |
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pues si con causa o sin ella |
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tiene su enojo encubierto, |
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u de temor me lo encubre, |
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o lo calla de respeto. |
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Con esto me hice malquisto, |
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tanto, que ya a los
empeños |
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les sobraba mi ocasión, |
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porque me buscaban ellos. |
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Todo el día era
pendencias, |
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y como, gracias al cielo, |
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tan bien heredé a mi
padre |
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las manos como el dinero, |
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siempre yo fui el
retraído, |
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y los heridos los presos; |
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que en teniendo un hombre fama |
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de osado, mata sin riesgo, |
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porque siempre la justicia |
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acude a prender al muerto. |
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Salí bien de todas
ellas, |
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pero pobre, a poco tiempo; |
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que como de mis delitos |
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tuvo la culpa el dinero, |
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también él
pagó la pena. |
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Y al cabo, de todos ellos |
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quedé libre, pero
pobre; |
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que un mozo rico y travieso |
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es como lienzo en
lejía, |
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que, aunque mas se ensucie el
lienzo, |
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se limpia allí, mas
también |
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se rompe. Yo fuí lo
mesmo; |
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porque mientras me duró |
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para lavar mis excesos, |
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con la lejía del oro |
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quedé limpio y roto a un
tiempo. |
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Cesaron libreas y coche; |
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no creerás el
sentimiento |
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con que en esta descalcez |
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entré en los años
primeros. |
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Y cuando mas lo sentí, |
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fue cuando, tras haber hecho |
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tanto ruido con lacayos |
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el día de coche nuevo, |
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se vio andando a pie, obligada |
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mi vanidad por su
empeño, |
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a prevenir de zapatos, |
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papeles para el invierno. |
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Y esto no fue lo peor, |
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sino que con el dinero |
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perdí la comodidad, |
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pero no el arrojamiento. |
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Proseguí mis travesuras |
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de modo, que fui el objeto |
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del rigor de la justicia, |
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y ya con más propio
riesgo; |
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que, como quedé
desnudo, |
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las heridas del proceso, |
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en pasando del vestido, |
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es fuerza entrar en el cuerpo, |
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de estos forzosos temores |
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resultó el no estar
atento |
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al cuidado de una hermana |
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moza, hermosa y con
empeños, |
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en que yo mismo la puse |
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con mis locos desaciertos. |
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Pues ella viviendo sola, |
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y yo en mi retraimiento, |
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quedó sin guarda mi
honor, |
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y este tan justo recelo |
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me llevaba allá las
noches, |
|
con temor de algún
exceso. |
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Que halló después mi
desdicha. |
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Pues una noche (aquí el
pelo |
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se me eriza) no te espante, |
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que este fue el lance primero |
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que en mi pecho caber pudo |
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de veras un sentimiento, |
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porque a todos los
demás |
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mi condición, cuyo
extremo |
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es hacer chanza de todo, |
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nunca dio lugar adentro. |
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Llevado pues una noche |
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del cuidado de mis celos |
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entré por la puerta
falsa |
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de un jardín, cuando al
encuentro |
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un hombre, que la aguardaba, |
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me salió osado,
diciendo: |
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«Caballero, vuelva
atrás.» |
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Cuál se quedaría mi
aliento |
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mira tú, considerando |
|
que al ir a mi casa veo |
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quien, ya como dueño
della, |
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me trató con tal
desprecio. |
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«¿Quién lo
dice?» pregunté. |
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«Quien tiene orden de su
dueño |
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para guardar esta puerta. |
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Pues yo del mismo la tengo |
|
para saber quién sois
vos,» |
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le dije. «No la
obedezco,» |
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me respondió.
Repliquéle: |
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«Pues de otra usaré
que tengo |
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para mataros y entrar, |
|
y quemar cuanto esté
dentro.» |
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A esto respondió su
espada, |
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y al ruido de los aceros |
|
salió otro, que dentro
estaba; |
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y contra mi los dos puestos, |
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me tiraron de lo fino. |
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Mejoréme yo; mas esto |
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de pintarle la pendencia, |
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ya pienso que estoy
riñendo, |
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y no puedo hacerlo a espacio. |
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Acercábanse, y
matélos: |
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uno cayó sin hablar, |
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el otro quedó pidiendo |
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confesión; y yo,
ofendido, |
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pasé por encima de
ellos |
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a buscar mi aleve hermana. |
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Y su cuarto discurriendo, |
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en toda la casa hallé |
|
sino de mi voz el eco; |
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que huyó sin duda el
peligro, |
|
avisada del estruendo. |
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Viendo incierta mi venganza, |
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y tan preciso mi riesgo |
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que, aunque pudiera salvarme |
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por lo honrado del
empeño, |
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ya el cúmulo de mis
causas |
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me hallaba sin el respeto |
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del oro (que fue mi escudo, |
|
o mis escudos lo fueron); |
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y que mi hermana
tendría |
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el sagrado de un convento; |
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público mi deshonor, |
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mi venganza sin remedio, |
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pues tomando la que pude, |
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no me la dio entera el cielo, |
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a huir se determinó |
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de mi afrenta mi desvelo. |
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Y hallándote a ti en la
calle, |
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sin referirte el suceso, |
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del modo que nos hallamos, |
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sin prevención ni
dinero, |
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nos pusimos en camino, |
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y hoy en la corte nos vemos |
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sin arrimo, sin amparo, |
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pobres, sin conocimiento, |
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sin albergue ni esperanza |
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de tenerle. Esto prevengo |
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para que cuando me ves |
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arrebatado y suspenso |
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de una hermosura que he visto, |
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y estando, como me veo, |
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desvalido, esta pasión |
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halla lugar en mi pecho, |
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tú con tu donaire
añadas, |
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para remate del cuento, |
|
a todas estas locuras |
|
lo que me está
sucediendo. |
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