Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
IndiceSiguiente


Abajo

El Pelayo

José de Espronceda


[Nota preliminar: edición digital a partir de Obras poéticas de Don José Espronceda, ordenadas y anotadas por J. E. Hartzenbusch (París, Baydry, Librería Europea, 1848), y cotejadas con las ediciones críticas de Robert Marrast (Madrid, Castalia, 1970) y Domingo Ynduráin (Madrid, Cátedra, 1992).]




ArribaAbajoFragmento primero




I1

De los pasados siglos la memoria
trae a mi alma, inspiración divina,
que las tinieblas de la antigua historia
con tus fulgentes rayos ilumina.
Virtud contemplo, libertad y gloria,
crímenes, sangre, asolación, ruina,
rasgando el velo de la edad mi mente,
que osada vuela a la remota gente.


II

Tornan los siglos a emprender su giro
de la sublime eternidad saliendo,
y antiguas gentes y ciudades miro
súbito ante mi vista apareciendo;
de ellos a par en mi ilusión respiro,
oigo del pueblo el bullicioso estruendo,
y, lleno el pecho de agradable susto,
contemplo el brillo del palacio augusto.


III

Al blando son de la armoniosa lira
oigo la voz de alegres trovadores,
el aura siento que fragancia espira,
y al eco escucho murmurando amores;
al sol contemplo que a Occidente gira
reverberando fúlgidos colores,
do la corte del godo poderío
se alza orgullosa sobre el áureo río.


IV

Toledo, que de mágicos jardines
cercada eleva su muralla altiva,
no guardada de fuertes paladines,
ornada sí de juventud festiva.
Allí entregado a espléndidos festines,
Rodrigo alegre y descuidado liba
copas de néctar de fragancia pura,
al deleite brindando y la hermosura.


V

Allí con ojos lánguidos respira
dulce placer, beldad voluptuosa,
y aroma exhala, si feliz suspira,
del puro labio de encarnada rosa.
Rodrigo en ella codicioso mira
la que a su amor se muestra desdeñosa,
que más que todas es cándida y linda
la dulce, bella, celestial Florinda.


VI

El ruido crece del festín en tanto,
y el grato néctar al deleite llama;
su pecho inunda deleitoso encanto
y el fuego impuro del amor le inflama.
Ebrio Rodrigo, desceñido el manto,
alza la mano trémula, derrama
el áureo vaso, y atrevido sella
dulce beso en el rostro a la doncella.


VII

Todo es placer: de su mansión de rosa
la primavera cándida desciende,
y en el regazo de la tierra ansiosa
el fuego animador de vida enciende;
templa del mar la furia procelosa,
el viento en calma plácido suspende,
y derrama la aurora en sus albores
luz regalada y regaladas flores.


VIII2

Abre la flor naciente el lindo seno,
y, recibiendo el encendido rayo,
en la esmeralda del otero ameno
vierte su dulce olor, gloria del mayo.
Pasa el arroyo plácido y sereno,
solícito besándola al soslayo;
ella en vivos colores se ilumina,
y al dulce beso la cabeza inclina.


IX3

Y en el pensil do con rosada frente
el halagüeño abril pasa riendo,
a la sombra de un árbol eminente
está la juventud danzas tejiendo;
cual a la margen de la herbosa fuente
canta, blando laúd diestro tañendo,
y cual del baile y del cantor se aleja,
y a su dulce beldad tierno se queja.


X

Allí Rodrigo con incierta huella
lascivo sigue a la fatal Florinda;
ciego, arrastrado de ominosa estrella,
intenta audaz que a su furor se rinda.
no oye, infeliz, su mísera querella;
la ve humilde a sus pies, la ve más linda,
y con lascivos ojos, con desdoro
mancha la hermosa flor de su decoro.


XI

En tanto encubre pavorosa nube
el cielo enantes transparente y terso,
y relumbra la espada del querube,
ministro del Señor del universo;
que ya la voz de la inocencia sube,
que en llanto el gozo trocará al perverso,
y a la luz del relámpago se muestra
del rayo armada la divina diestra.


XII

Súbito un trueno retumbar se siente:
«¡himnos, vivas al Rey! La danza siga,
y nuestra dicha y júbilo acreciente
el mutuo amor que nuestras almas liga.»
Tal grita aquella juventud demente,
y al Rey ensalza que Jehová castiga:
«¡himnos, vivas al Rey!» Súbito un rayo
heló sus pechos con mortal desmayo.


XIII

Envuelto en noche tenebrosa el mundo,
las densas nubes agitando, ondean
con sus alas los genios del profundo,
que con cárdeno surco centellean;
y al ronco trueno, al eco tremebundo
de los opuestos vientos que pelean,
se oye la voz de la celeste saña:
«¡ay Rodrigo infeliz! ¡Ay triste España!»


XIV

Todo desapareció: lóbrego luto
reina y silencio do el placer ardía,
do el mísero monarca disoluto
en vil torpeza y embriaguez yacía.
Guerra y desolación el triste fruto
al fin será de su lascivia impía,
y horrenda esclavitud: Rodrigo en tanto
verterá entre sus hembras débil llanto.


XV

¡Maldición, maldición! Yertas las flores,
del huracán violento arrebatadas,
el alegre pensil de los amores
verá sus hojas por doquier sembradas;
la música, el banquete, los favores
dulces de amor, las danzas animadas,
el canto de las damas y galanes
trocados miro en lágrimas y afanes.


XVI

Tal otro tiempo en la soberbia cena
donde mofaba de Jehová el impío,
ya la medida al sufrimiento llena,
rebosó de ira caudaloso río;
y el Rey Asirio con amarga pena
vio en el muro de mármol con sombrío
fuego animarse escrito sobre humano,
trazado allí por invisible mano.




ArribaAbajoFragmento segundo




I

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Era la hora en que el mundano ruido
calma, en silencio el orbe sepultado;
yacía el Rey, apenas interrumpido
del dulce sueño su mortal cuidado,
cuando un fúnebre oyó largo alarido
entre angustiosos sueños congojado,
triste presagio de su infausta suerte,
y luego ante sus ojos vio la muerte.


II

La amarillenta mano descarnada,
blandiendo al aire la guadaña impía,
la aterradora vista al Rey clavada,
su cetro y su corona recogía,
mientras en torno extraña gente armada
Sus despojos alegre dividía,
y oyó sus quejas y escuchó sus voces,
y sus semblantes contempló feroces.


III

Y al ángel de tinieblas levantarse
súbito vio, como la inmensa cumbre
del alto Chimborazo, y a él llegarse,
lanzando rayos de ominosa lumbre;
y su mano sintió, que al acercarse
en su frente cargó su pesadumbre,
grabando allí tremendo sobreescrito
que le marcara por de Dios maldito.


IV

Y luego oyó rumor de cien cadenas,
crujir los huesos, rechinar los dientes,
y abismos contempló de eternas penas
inmensurables, lóbregos y ardientes;
oyó voces de horror y espanto llenas,
batieron palmas las precitas gentes,
y oyó también por mofa en su agonía
bárbaras carcajadas de alegría.


V

Mas luego el sueño se trocó en su mente,
y amantes dichas disfrutar figura
en brazos de Florinda dulcemente
entre flores, aromas y frescura;
y cuando más su corazón consiente
que estrecha la deidad de la hermosura,
se halla en los brazos de Julián fornidos
ahogándole, a su cuello retorcidos.


VI

Sobre él enhiesto a su garganta apunta
fiero puñal que el corazón le hiela;
procura desasirse y más le junta
pecho a pecho Julián, que ahogarle anhela;
así fiero dragón trilingüe punta
vibra y se enlaza al animal que cela,
e hincando en él la ponzoñosa boca,
le enrolla, anuda, oprime y le sufoca.


VII

Los brazos alza y lleva a su garganta
del bárbaro enemigo a desprenderse;
cuanto con más ahínco los levanta,
los ve volver sin ánimo a caerse.
Crecen sus bascas, y en angustia tanta
falto de aliento, sin poder valerse,
yerto, rendido y con mortal congoja,
ya con lívida faz espuma arroja.


VIII

En medio a su delirio y agonía
trémulo y fatigoso se despierta;
un helado sudor su cuerpo enfría,
su carne toda horripilada y yerta;
siente el robusto brazo que porfía
aun por ahogarle; a desprender no acierta
el lienzo que a su cuello él mismo liga,
y él cree el brazo tenaz que le fatiga.




ArribaAbajoFragmento tercero




Batalla del Guadalete


I

En vano con prodigios espantosos
el justo cielo le anunció su ruina,
y fúnebres ensueños milagrosos
le intimaron la cólera divina;
ronco trueno a los pueblos temerosos,
a deshora estallando, vaticina
desventuras sin fin; y el Rey en tanto
derrama entre sus hembras débil llanto.


II

Orgulloso torrente de guerreros
pueblos, montañas y ciudades hunde;
tintos en sangre brillan sus aceros,
y el estrago y terror doquiera cunde;
así al impulso de aquilones fieros
llama voraz por selvas se difunde,
consume antiguos troncos, arde el suelo
y amenaza abrasar al mismo cielo.


III

Rompe el alarbe, y fiero desbarata
cuanto encuentra y los campos raudo asuela;
al labrador sus mieses arrebata,
pavoroso terror las gentes hiela;
la virgen triste al vencedor acata,
y hondo suspiro de su pecho vuela
al trono de Rodrigo descuidado,
que en infame placer yace embriagado.


IV

Mas al fin despertó; lució ya el día
en que a tan grandes crímenes el cielo
el merecido premio disponía.
Nublose el sol, encapotose el velo
del ancha esfera; el trueno estremecía
la amedrentada tierra, y con anhelo
Rodrigo entonces, respirando apenas,
quiere romper las bárbaras cadenas.


V

Al deleite se arranca, el hierro viste,
cálase el yelmo, el desdoblado escudo
con fatiga tal vez débil resiste,
de esfuerzo el corazón y ardor desnudo;
pálido el rostro, acongojado y triste,
parte a lidiar contra el alarbe rudo;
vierten sus ojos lágrimas, suspira,
y por última vez su alcázar mira.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


VI

El grito escucha de venganza y guerra
gozoso de su estruendo el mahometano,
y ansioso aguarda en la vandalia tierra
do baña el Lete el muro jerezano.
¡Ay!, a la lid del ocio se destierra
¡oh cara patria!, y se prepara en vano
Rodrigo de su ejército a la frente,
que los vicios de un Rey vician su gente.


VII

Desapareció del godo la osadía
y el antiguo valor; las armas ora,
noble ejercicio de su esfuerzo un día,
cansado blande y los deleites llora,
mientras la enseña de la Luna impía
tremolan a los aires vencedora,
los que el mundo, belígeros varones,
turbaron con sus bárbaras legiones.


VIII

Rodrigo en carro de marfil ostenta
corona de oro y perlas en su frente;
la regia pompa y galas aparenta
que en los banquetes le adornó luciente.
Mísero en vano el corazón alienta,
no ve sobre él ¡oh Dios omnipotente!
Tu diestra levantada; arder no mira
tu rayo a la palabra de tu ira.


IX

Llegamos ya del Lete a la ribera,
y en su fértil llanura el campamento
fijarnos frente a la morisma fiera.
Resuena el campo en pavoroso acento,
al aire va tendida la bandera,
la trompa agita el sonoroso viento,
armas y carros resonantes giran,
y ambas huestes atónitas se miran.


X

La noche el cielo en su sombroso manto
lóbrega encapotó; tal vez brillaba
relámpago sombrío, que el espanto
y el horror de la noche acrecentaba;
lúgubre, sola y temerosa en tanto
la voz de las vigías se escuchaba,
y en torno de los campos tenebrosos
volaban mil espectros espantosos.


XI4

El sol temprano cual rubí encendido
dejaba el golfo del rosado Oriente,
y el rayo, de su disco despedido
doraba de Jerez la alzada frente;
quiebra entre tanto morrión bruñido,
dardo mortal y arnés resplandeciente
su luz, y cada raudo movimiento
de ominoso esplendor inunda el viento.


XII

La extensa vega de Jerez coronan
el uno y otro ejército fronteros.
Guerra las trompas hórridas pregonan,
y al ruido late el pecho a los guerreros.
Armas, carros, caballos se amontonan,
zumba el viento al rumor y estruendo fieros,
los ríos su curso con pavor reprimen,
y los montes al son medrosos gimen.


XIII

Triste Rodrigo su carroza guía
ligera entre sus fuertes escuadrones;
radiante en vano su corona envía
el antiguo esplendor. ¡Ah! sus bridones.
¡Cuán otro rige ya de aquel que un día
toledo vio entre nobles campeones,
augusto vencedor en los torneos,
coronada su frente de trofeos!


XIV

Hoy al peligro puesto el pecho esquivo,
el corazón anima, y su flaqueza
esconde ante su ejército, y altivo
muestra en su acento bélica fiereza.
Sancho, su hijo, el hierro vengativo
Blande a su lado y rige la aspereza
de un gallardo trotón con diestra mano,
mancebo hermoso, intrépido y lozano.


XV

Por vez primera la robusta lanza
blande su brazo juvenil, y ansioso
hiérvele el pecho en bélica esperanza,
ceñir pensando el lauro victorioso;
probar de solo a solo su pujanza
con el mismo Tarif ansía animoso;
párase en tanto el rey, alza la frente,
Y así en guerrera voz grita a su gente.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


XVI

Entretanto el clarín súbito suena
en nuestro campo, y fiera corresponde
con trompas y atabales la agarena
hueste que al ruido en ronco son responde.
Tarif su gente a arremeter ordena;
la nuestra se adelanta, el cielo esconde
densa nube de polvo, el viento inflama,
y el suelo a nuestros pies retiembla y brama.


XVII

Sus caballos los moros recogiendo,
rápidos se aperciben a lanzarse;
súbito a un tiempo en alarido horrendo
arrancan con nosotros a encontrarse;
el ímpetu, las voces, el estruendo
tornan en son confuso a redoblarse;
el acero saltando centellea,
la sangre hirviendo en derredor humea.


XVIII5

Retumba el valle; al golpe repetido
sobre las armas de la hendiente espada,
salta el arnés al suelo sacudido,
la cimera gentil gime abollada;
no más veloz, cuando el metal ardido
labra el martillo en la caverna ahumada,
sobre el fornido yunque horrendo bate,
y forja el fiero rayo del combate.


XIX

Hombres con hombres con furor se estrellan
con golpes reciamente redoblados,
lo arrasan todo y todo lo atropellan,
hienden, rajan, destrozan irritados;
armas, muertos, caballos, carros huellan
con espantoso estruendo derribados;
yelmos, picas, turbantes, sangre ardiente
envuelve el Guadalete juntamente.


XX

Así en recio rumor bramando el viento
en las hondas cavernas de la tierra,
a deshora con ímpetu violento
rompe la cárcel que su furia encierra;
retiembla al choque el duradero asiento
en que el orbe firmísimo se afierra,
abre su abismo el mar, su estrago cunde,
e imperios al no ser súbito hunde.


XXI

En confusa revuelta la batalla,
todos ardiendo en ira se encarnizan,
vuela en pedazos la rompida malla,
crudos golpes los cuerpos martirizan;
no hay ceder, no hay calmar; inmoble valla
cruzados hierros mil contino erizan
hiérense, a herirse tornan y desprecian
la muerte, hirviendo en cólera, y arrecian.


XXII

En tanto el sol en su carroza de oro
vibrando del Cenit vívida lumbre,
padre y monarca del luciente coro,
mediaba el día en la celeste cumbre.
Dura incierto el combate; altivo un moro
de entre la espesa, envuelta muchedumbre
aguija su bridón, la lanza agita,
y en nosotros audaz se precipita.


XXIII

Arrolla a Atanagildo; la pujanza
del fiero Teudis a sus plantas yace,
rinde de Ervigio la terrible lanza,
y su cólera en sangre satisface;
sobre vencidos muertos se abalanza
opuestos hierros su furor deshace;
pavor, desolación, muerte, rüina
su alfanje en alto aterrador fulmina.


XXIV

Sancho, Sancho le ve; su pecho late
venturoso en hallar digna contienda;
tercia su lanza, las hijadas bate,
y al fogoso bridón suelta la rienda;
parte a do el moro intrépido combate,
llámale en alta voz a lid tremenda;
vuelve el árabe a Sancho, el trotón para,
responde al grito y su furor prepara.


XXV

La lanza en ristre, al pecho el fuerte escudo,
sobre el arzón el cuerpo amenazante,
al héroe amaga el bárbaro sañudo,
fijos los ojos, lívido el semblante;
sereno el rostro, en ademán forzudo
blande el mancebo el hierro centelleante,
y envueltos entre el polvo que levantan,
la tierra en torno al embestirse espantan.


XXVI

No más pronto entre humo y fuego y trueno
rayo veloz del cielo se desata;
ni así fiero en la mar de su hondo seno
las turbias olas bóreas arrebata,
ni montaraz torrente al valle ameno,
ni súbito huracán, ni catarata
de ondisonante río, ni lava ardiente
su arranque asemejarán impaciente.


XXVII

Al encuentro fatal con ruido infando
las lanzas saltan; la áspera coraza
el rechinante hierro penetrando,
la robusta armadura despedaza;
la mitad de la lanza retemblando
el pecho al musulmán fiera ataraza;
a torrentes la sangre humeante brota
por la abertura de la hirviente cota.


XXVIII

«¡Maldición sobre ti!», grítale el moro,
y ya su alfanje en alto resplandece;
desploma el golpe en el metal sonoro,
parte a Sancho el arnés y en furia crece.
no así mugiendo fiero andaluz toro
el circo en torno horrísono estremece;
ni iracundo león, ni tigre hircano
iguala en ira al bárbaro africano.


XXIX

Presto otra vez al héroe se adelanta,
suelto el veloz caballo en la carrera;
el roto escudo impávido levanta
Sancho, y el golpe poderoso espera.
Descarga el musulmán, rompe y quebranta
adarga, y yelmo, y barras, y cimera;
Sancho vacila, y de la herida frente
la sangre mana en hervorosa fuente.


XXX

Y audaz tirando de la cruda espada,
que cual cometa, cuando deja el lecho
del mar, resplandeció desenvainada,
la esconde toda en el alarbe pecho.
De los disueltos miembros huye airada,
dando un gemido de mortal despecho,
aquel alma feroz, y vuela impía
del negro averno a la región sombría.


XXXI

Crece entonces el ímpetu; el rüido
dóblase en ambas huestes: Sancho grita;
su acento deja al moro estremecido,
y ansia de gloria en el hispano excita.
¿Quién dirá tu valor, ni el encendido
ardor dirá que el corazón te agita?
¡Oh Sancho! yo si dividí tu gloria,
tuyo fue el lauro y tuya la victoria.


XXXII

En medio la morisma enfierecida
revuelve el héroe su tajante acero:
cada golpe una herida, cada herida
una muerte, y brioso, audaz, ligero,
mil muertes lanza en cada arremetida.
Cede a su esfuerzo el árabe altanero,
redobla el choque el animoso hispano,
y gime el moro y lidia y lucha en vano.


XXXIII

Apenas con fatiga ronca alientan,
yertos los fuertes brazos, los guerreros,
y en vano el bruto que animar intentan
siéntese hincar los acicates fieros;
ora si aún con altivez sustentan
en las cansadas manos los aceros,
no es ya valor ni esfuerzo ni osadía,
mas requemada furia y rabia impía.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


XXXIV

Héroe del español, alta memoria
allí alcanzaste, ¡oh hijo de Rodrigo!,
y altivo yo las palmas de victoria
me esforcé en vano a dividir contigo;
astro menor, siguiéndole en su gloria,
fui de su esfuerzo y su valor testigo.
Al eco torna del clarín que siente,
y tardo sigue el último a su gente.


XXXV

Cual rojo alano a las batallas hecho,
si hubo al toro sujeto entre sus dientes,
de la fiera arrancado, su despecho
muestra con ademanes impacientes;
y ora para tal vez de trecho en trecho,
ora en torno los ojos vuelve ardientes,
o lento sigue al conocido dueño
con oscuro murmullo y torvo ceño.


XXXVI

Así el héroe se aparta desdeñoso,
rotas las armas y el almete hundido,
y descubre marchando perezoso
con palabras su ardor mal reprimido.
No es ya el diestro y galán joven hermoso,
de plumas, oro y perlas revestido;
ora guerrero intrépido le muestra
la ajena y propia sangre y faz siniestra.


XXXVII

De monte en monte retumbando atruena
el fragor lejos del pasado estruendo,
el campo en son confuso en torno suena,
lamentos moribundos repitiendo;
el Guadalete férvido resuena,
su curso entre cadáveres rompiendo,
y entrambas huestes a la lid preparan
las rotas armas y el vigor reparan.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


El consejo


XXXVIII

Habló apenas y presto del asiento
cercano a la del Rey augusta silla
Sancho, su hijo, con brioso aliento
en pie y armado reluciente brilla.
«Con ésta -dijo en varonil acento,
y de la vaina alzó media cuchilla-
al punto aquí castigaré al medroso
que vil demande hasta triunfar reposo.


XXXIX

»¿Tregua? ¡jamás! O vencimiento o muerte;
que nunca fatigó, ni impuso miedo
continua guerra al corazón del fuerte,
ni abatió de su espíritu el denuedo.
Quien ora intente abandonar la suerte,
que ofrece a nuestras armas rostro ledo,
es un cobarde y vil, y de ahora digo
que ya me cuente a mí por su enemigo.»


XL

Dijo, y fuego su vista derramada
en torno de nosotros despedía;
la mano en el recazo de su espada,
ministra de la muerte, sostenía;
y en su ademán y vívida mirada
al genio de la noche parecía
sobre la tempestad, cuando destina
el mundo todo a funeral rüina.


XLI

«¡O triunfo, o muerte!», en grito altisonante
clamé en pos dél, y a un tiempo resonaron
los jóvenes mi voz, y en arrogante
aspecto las espadas empuñaron;
con muestra humilde y plácido semblante
cuando a la voz del Rey todos callaron,
Opas el labio de dulzura lleno
abrió exhalando su infernal veneno.


XLII

«¡Con cuánto gozo -dijo-, ¡oh capitanes!
Miro en vosotros, de la patria escudo,
el pobre ardor que vence los afanes
y el pecho incita a combatir sañudo!
Tímidas ven las huestes musulmanes
vuestro hierro fatal brillar desnudo,
y oyendo vuestra voz que rauda vuela,
mortal temor sus corazones hiela.


XLIII

»Y tú, augusto monarca, el pecho inflama
y el lauro ciñe de inmortal victoria,
goza heredada al contemplar la llama
que hará a tu hijo fatigar la historia;
por cuanto ardiente el sol su luz derrama
himnos alzando en tu alabanza y gloria,
de siglo en siglo esparcirá tu nombre
la fama en voz que al universo asombre.


XLIV

»Mas si alcanzaste nombre de esforzado,
no marchite tu honor puro y radiante
volver acaso al riesgo aventurado
cual bisoño adalid, si fue triunfante.
Muéstrate a par de intrépido soldado
jefe sagaz, y el ánimo arrogante
de tus ínclitos jóvenes serena,
y su ardimiento generoso enfrena.»


XLV

Llegaba aquí cuando en redor se extiende
sordo murmullo que al malvado espanta
e interrumpe su voz; que el pecho enciende
en fiera indignación audacia tanta.
El Rey, que el ruido amenazante entiende,
en la alta silla adusto se levanta,
y acallado el tumulto y todo atento,
Opas siguió con simulado aliento:


XLVI

«No, guerreros ilustres, ora pido
largo reposo, ni penséis siquiera
que, menos que vosotros encendido,
al viento de mi espada la postrera;
que aun no mi corazón gime abatido,
ni tanto helado de los años fuera,
que el alta llama que en vosotros arde
yo desconozca mísero y cobarde.


XLVII

»Mas ¿qué vale triunfar, qué el ardimiento,
ni qué vale el esfuerzo y la osadía,
si ciegos y con loco pensamiento
a cierto daño su imprudencia guía?
Cansado el brazo, el pecho sin aliento,
¿Qué al español valdrá su valentía,
si ni el hierro mellar podrá su espada
de tan continuos golpes fatigada?


XLVIII

»Volved la vista ¡oh nobles campeones!
A ese campo de gloria, y ved tendidos
tintos en sangre intrépidos varones
en medio de los árabes caídos;
hollados ved del moro los pendones,
los pendones jamás antes vencidos;
luego decid si galardón merecen
pechos que tanta hazaña al mundo ofrecen.


XLIX

»Descanso os pide el esforzado ibero,
si a moveros mi voz sola no alcanza;
descanso sí, para después más fiero
blandir su brazo la robusta lanza.
Sus acentos oíd, ved al guerrero
cansado ya de sangre y de matanza;
os pide sólo de reposo un día,
y os promete después nueva osadía.


L

»Un día sólo, y cuando ya mañana
el orbe el sol con su esplendor encienda,
la voz de guerra elévese inhumana
y el sonoro clarín los aires hienda.
Gózate en tanto, ¡oh rey!, gócese ufana
tu heroica hueste y su furor suspenda,
y vosotros, ¡oh nobles compañeros!,
dad a la vaina un punto los aceros.»


LI

Así robando a la virtud su acento,
dijo el inicuo, y de su labio impuro
encubierto espiró letal aliento
de infausta muerte precursor seguro;
llamas, guerras, horror, males sin cuento.
Cesó de hablar, y de su centro oscuro
lanzó tronando horrísono el Averno
y el rayo asolador vibró el Eterno.


LII

Mostró Rodrigo a su lisonja agrado
y en daño suyo consintió gozoso,
tembló al traidor el corazón malvado,
cumplido al ver su intento criminoso.
Todos también con pecho confiado
(que nunca recelara el generoso)
crédito noble a sus razones dimos,
y el hierro en nuestra contra convertimos.


La procesión


LIII

Abierta en tanto de Jerez ofrece
la altiva puerta el pueblo en su contento
y marchando magnífico aparece
sacro concurso en tardo movimiento.
El aura en ondas el incienso mece,
y humildes gracias al empíreo asiento
un virgen coro armónico levanta,
y «hossana, hossana», sonoroso canta.


LIV

Inmenso pueblo el simulacro santo
atiende en pos del Salvador del mundo,
resuena sólo reverente el canto,
reina silencio en derredor profundo.
Sublima el pecho religioso encanto,
y en paz trocado el ánimo iracundo,
la hueste sigue en muestra respetosa,
y desnuda la frente y humildosa.


LV

Preceden la alta pompa los pastores
sacros ministros de Jesús divino,
parte su estola auríferos colores
sobre la veste cándida de lino,
orlas de lauro y de vistosas flores
penden al asta del cruzado sino,
y allí Rodrigo respetuoso guía
en pos la augusta ceremonia pía.


LVI

Las tiendas cercan y el glorioso acento
se siente al eco resonar suave,
calma su ruido misterioso el viento,
suspende el canto embebecida el ave,
bendice el campo de la lid sangriento
el sacerdote en aparato grave,
tornan y al muro majestuosos giran
míseros ¡ay!, y júbilo respiran.


LVII

El campo todo venturoso ríe;
allí la virgen tímida y atenta
la vista esparce, y el mancebo engríe
su noble pecho y animarla intenta.
El padre anciano con placer sonríe,
si el ternezuelo infante, cuando ostenta
a sus ojos las armas, temeroso
se abriga al seno de su madre ansioso.


LVIII

Tremolan desplegadas las banderas
guerreros nuestros en el campo moro,
y relumbran gallardas las cimeras
y armas y petos enmoldados de oro;
suenan confusas voces placenteras,
himnos alza tal vez juvenil coro,
y fiesta, y triunfo, y algazara, y canto
presagios son de esclavitud y llanto.





IndiceSiguiente