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El primero de todos

Monólogo dramático en prosa

Francisco Pi y Arsuaga



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PERSONAJES
 

 
RICARDO,   estudiante.
DOÑA BRÍGIDA,   patrona (no habla.)
CRIADO,   (no habla).





ArribaActo único

 

Despacho bien amueblado. Ausencia completa de libros. Fustas, espuelas, algunos retratos.

 

Escena única

 

RICARDO, DOÑA BRÍGIDA y el CRIADO cuando lo indique el diálogo.

 

RICARDO.-   Ya hemos leído el periódico y almorzada regularmente. ¡Qué vida! ¡Qué vida, Dios mío! Vaya, vaya.  (Con aburrimiento y como no sabiendo qué decir.)  Pero a mí algo me falta. ¿Qué será?  (Como recordando.)  ¡Ah!... Pues, señor, no sé lo que me falta. ¿Qué hago yo todos los días después de almorzar?   (Pensando.)  Primero, primero..., primero   —4→   dejar de comer, claro, dejar de comer; pero ¿qué es lo que hago, después de dejar de comer, que hoy no he hecho? A ver... A ver... No comer más. Eso desde luego. Es natural. Si acabo de almorzar es que dejo de comer, y si dejo de comer es que no como más... por entonces. ¡Qué tonto soy! ¡Algunas veces se le ocurren a uno unas cosas tan chuscas!  (Enciende distraída una cerilla y se la lleva a la boca como si fuera a encender un cigarro.)  ¡Calla!  (Con vivacidad.)  Ya caigo en lo que todos los días hago: fumarme un puro. Pues voy a hacerlo.  (Se registra los bolsillos.)  No, pues lo que es hoy ya no voy a hacerlo. ¡Ni un puro, ni un cigarrillo! ¡Si no tengo ninguno desde anoche! Ayer, cuando volví del casino, di mi última peseta al simón que me trajo a casa, y mis últimos dos reales al sereno. ¡Mis últimos dos reales, que eran definitivamente las últimas monedas que se hospedaban en mis bolsillos! De todas maneras, éste no es obstáculo para que yo fume. Con la visita que he hecho esta mañana a don Cosme Rabietas  (Sacando algunos billetes de Banco.)  tenía de sobra para haber comprado un estanco. La culpa de que   —5→   yo no fume es personalmente mía; individualmente mía; es decir, yo solamente, o mejor mi mala cabeza, tiene la culpa de que yo ahora no encienda mi veguero y me entretenga en ver las espirales que forma el humo elevándose, como las ilusiones, y como las ilusiones desvaneciéndose en las alturas. ¡Vaya un parrafito poético! Voy a ser un orador parlamentario, que ya, ya. Pero vuelva a reconcentrarse toda mi atención en este manojito de billetes de banco.  (Contándolos.)  Uno, dos, tres..., mil..., dos mil reales. Perfectamente. Estábamos y estamos todavía a últimos de mes. Yo no tenía, como ya he dicho, un cuarto. Hasta los primeros del próximo, si hoy no la recibo, era imposible pensar en la letrita de casa. ¿Qué hacer en situación tan crítica, a no renunciar a esta vida regalada, no por lo que se refiere a lo que dentro de estos muros disfruto, sino por lo que lejos de ellos solaza mi espíritu? ¿Podía yo faltar al baile, yo que soy el primero de todos? ¿Podía yo faltar a las comilonas de estos días, yo que soy el primero de todos, y que, según todos, soy el más rico, y, por lo tanto, el más guapo, el de más talento, el más   —6→   elegante, el más gracioso, en fin, el primero de todos? No; eso no era digno, ni era posible. Por esto precisamente pensé yo anoche en don Cosme. Por esto me he levantado esta mañana muy tempranito a despecho de mi sueño, y a despecho de mi sueño he visitado a don Cosme. Don Cosme, antiguo amigo de mi padre, es un hombre rechoncho, un hombre grave, muy grave; pero a pesar de estar siempre tan grave, nunca se muere. Si se muriese ahora que me ha prestado estos dos mil reales, menos mal. Pero tendrá él buen cuidado de no morirse sin cobrarlos. Mas seguiré mi historia.  (Va con el ademán, y el gesto expresando las distintas situaciones del diálogo siguiente, que recita con mucha animación.)  Don Cosme estaba sentado en un butacón de gutapercha, llevaba una bata de flores y un gorro colorado, y mascullaba entre dientes un cigarro de terrizo color. Entré. «Buenos días, don Cosme. -¡Hola, muchacho! ¿Cómo estás? ¿Y la familia? ¿No se ha muerto ninguno con ese malhadado ciclón que anunció la prensa? -No sé nada de ningún ciclón. -Sí, hombre. Estos días ha habido un ciclón espantoso en Manila, en el mismo Manila.   —7→   Yo creí que venías a anunciarme la muerte de tu padre. -¡Muchas gracias! -No hay de qué. Yo no sé nada de lo que usted me dice. El correo de Filipinas no llega hasta el lunes, según creo; por eso no sé nada; pero presumo que nada habrá ocurrido a mi familia, porque lo hubiera dicho la prensa. Ya ve usted, mi padre es una persona allí tan conocida, un empleado de categoría tal... -Sí, sí, ya comprendo. Pues te doy la enhorabuena. Ya supondrás que mis palabras han sido una broma. -Pesada.» Esto lo dice aparte.  (Al público.)  Él, viendo, mi turbación, continuó: «¿Conque todavía no has tenido este mes noticias de allá? -No, señor; precisamente por esto vengo a ver a usted. -Explícate.»  (Aparte al público.)  Aquí del sable. «Sí, señor, me explicaré. Como todavía no he recibido carta de allá... Usted comprende?»  (Aparte.)  Mi interlocutor arruga la frente, y dice con calma: «No, no. -Pues bien, como no he recibido carta... -Sí, ya me lo has dicho, que no has recibido carta. -No, señor, no la he recibido, y por eso precisamete no he recibido tampoco el dinero del mes.»  (Aparte.) 

La solté; respiro. Don Cosme, con acritud,   —8→   poniéndose en guardia: «¡Hola, hola!»  (Aparte.)  Yo, con franqueza: «Vengo, pues, por usted me hace el singular favor de prestarme la cantidad que suelen remitirme, que a principio del entrante enero se la devolveré.»  (Aparte.)  Don Cosme, más blanco que la cera: ¡Hombre, hombre, hombre! Con muchísimo gusto. Tu padre es antiguo amigo mío y me será agradable servirte; pero es el caso que no sé si tengo lo que me pides.  (Aparte.)  Yo, dignidad: «pues entonces no me lo dé usted.»  (Aparte.)  Don Cosme mirándome confuso: «Veremos, veremos, no seas tan vivo de genio. A ver, a ver.»  (Abre el cajón.)   (Aparte.)  Yo aparte: «¡Cuántos billetes!» Don Cosme, cerrando los ojos para no ver cómo se van los cuartos: «¿Y cuánto es, cuánto es?» Yo: «Ya sabe usted, quinientas pesetas. -Allá van. Quedo agradecido. Yo mismo vendré a pagar a usted mi deuda. -No, no te molestes. Ya iré yo por allí y cobraré. -Como usted quiera. -Adiós. -Adiós.»  (Al público.)  Y aquí me tienen ustedes. ¡Pobre don Cosme! Lo que es el mes que viene no cobra más que la mitad.  (Pausa.)  Pensemos ahora en otra cosa. Debo   —9→   a la patrona tres meses. ¡Noventa duros! La casa los vale. Dos balcones a la calle de Alcalá. Buen mueblaje. Regular comida. Hoy la pagaré cuarenta duros.  (Llama y aparece el criado.)  Da esos cuarenta duros a doña Brígida.  (Dándoselos.)  Esos cinco para la lavandera. Con esos diez toma un palco para el baile del Liceo.  (Dándole más.)  Toma, trae una docena de botellas de Manzanilla y un par de pavos trufados; trae también jamón en dulce; en fin, trae lo mismo, que el otro día.  (Vase el criado.)  ¡Eh! Escucha. Toma diez más, que con eso no tendrás bastante.  (Vase el criado. Llama otra vez.)  Escucha. A la vuelta di a un simón que me aguarde a la puerta. Voy a salir.  (Vase el criado.) 

Me quedan veinte duros. Con ellos y con la letrita, de casa podré pasarlo divinamente de baile en baile y de jaleo en jaleo. Ahora estoy bien. De los tres años que llevo en Madrid, este va a ser el mejor de todos. Hace tres años que emplearon a mi padre, partió a su destino a Filipinas, y me dejó aquí, para que siguiera mi carrera, en casa de un amigo suyo. «La poca libertad de que en tal casa gozaba me obligó el   —10→   año pasado a insurreccionarme, y me declaré independiente. Mi padre me ha dispensado ese lance porque me supone muy adelantado en mi carrera, en la que, en honor a la verdad no he podido aún pasar del preparatorio. Porque a mí me gusta mucho el jaleo. Ya lo habrán notado ustedes. Me entusiasma todo aquello del baile: Luis, ¿quieres subir al palco?  (Gritando.)  ¡Di a la Rosita que venga! ¡Aquí sobra manzanilla! ¡Ahí vi la chistera de Pepe! Todo eso es muy agradable. Las últimas horas, sobre todo las últimas horas. Yo me extasío con estas cosas; por eso no falto a ellas, y todos me llaman «El primero de todos». ¡El primero de todos, el punto número uno! ¡Qué dicha! ¡Cuántos como yo quisieran ser el primero de todos!  (Entra DOÑA BRÍGIDA, con una carta en la mano.)  Una carta; venga. Sí, es la misma, la que yo aguardaba, la de mi familia. Leamos  (Vase DOÑA BRÍGIDA. Lee.)  «Querido hijo...»  (Mirando la firma.)  Es de mi madre.  (Leyendo.)  ¿Querido hijo, no vacilo en darte la triste noticia...,» ¿Qué es esto? «porque ya por los periódicos sabrás lo sucedido, y puedes suponer nuestra desgracia mayor cuando acaso   —11→   tenga todavía remedio. Tu padre no ha muerto, como los periódicos han dicho a primera hora, pero tu padre está gravísimo. El ciclón que el otro día azotó a este pueblo fue terrible. Se derrumbaron los más fuertes edificios, y ricos y pobres, todos sufrieron espantosas consecuencias. Tu padre fue de las primeras víctimas. Uno de los tabiques de la casa que habitábamos cayó sobre él, y de entre los escombros le sacaron en un estado dolorosísimo. Afortunadamente los médicos aún tienen alguna esperanza.»  (Recitando.)  ¡Cielos! ¡Qué suceso tan desagradable viene a turbar mis alegrías! Mientras aquí me divierto, mi padre muere al impulso de las poderosas fuerzas de la naturaleza.  (Sigue leyendo.)  «La situación en que quedamos es aflictiva por todo extremo. Si tu padre se salva, quedará imposibilitado para trabajar, y si muere perderemos nuestro principal apoyo. En mucho tiempo, hijo mío, nada podremos enviarte. Lloro escribiéndote. Afortunadamente estás lo bastante adelantado en tu carrera para poder ocuparte en algo y hallar una colocación que te dé para vivir   —12→   en tanto que todo se arregla. Este es el único consuelo.»

¡Esto no puede ser! Pero, ¿qué voy a hacer yo? ¡Morir, morir de angustia! ¿Para qué sirvo yo? ¡Para nada! Si no he hecho en toda mi vida más que entretener el tiempo en pueriles, ¿qué en pueriles?, en infames, en despreciables devaneos. ¿Cómo vivir así? ¡Mi padre! ¡Pobre padre mío! ¡Yo, que ya debía servir de ayuda, hoy, por mi conducta, nada puedo hacer por ti! ¿Y yo..., yo mismo?... ¡La miseria!... Yo..., yo...  (Con ironía.)  ¡El primero de todos!  (Se sienta, desfallecido. Entra el criado cargado con los objetos que antes le encargó.)  ¡Qué! ¿Qué traes? ¿Qué es eso? ¡Los preparativos para el baile!... ¡Ya no voy, dame el dinero; quédate con todo eso, para nada lo quiero; dame el dinero! Don Cosme vendrá por él. Leerá la noticia en los periódicos y no tendrá paciencia para esperar. Pero, ¿qué periódicos? Los periódicos no han dicho nada. Yo no lo he visto.  (Se abre la puerta, y entra DOÑA BRÍGIDA ridículamente asustada y con un periódico en la mano. Sin dejarla, bailar.)  ¡Ah! ¿Lo dicen los periódicos? ¡Lo dicen y yo   —13→   nada sabía! Eso es. Usted también viene a agobiarme ahora, precisamente, que no puedo, que no tengo. Es imposible. Mi desgracia es atroz. Yo no puedo pagar.  (Huyendo de todos.)  Paciencia, paciencia; ahora sólo debo pensar en mi padre.  (Suena mi fuerte campanillero. Asustado.)  ¡Ah! Ese es don Cosme que viene por sus dos mil reales. No le abran ustedes la puerta. Díganle que me he muerto, que me he mudado, que no estoy en casa. Nada, nada, no estoy; eso es, no estoy. ¿Adónde va usted?  (A DOÑA BRÍGIDA, que se va.)  ¡Doña Brígida, por Dios, no abra usted las puertas a don Cosme! ¡Ah! Se va usted sin hacerme caso.  (DOÑA BRÍGIDA, se va y vuelve. RICARDO se pasea agitado. Entra DOÑA BRÍGIDA y le entrega una carta.)  ¡Ah! ¡Conque no es don Cosme? ¿Conque es otra carta?  (La abre. Mirando la firma.)  De don Ruperto, de mi antiguo encargado. ¿Qué dirá?  (Lee.)  «Todo es mentira. Tu padre se estropeó solamente un brazo, del que ya está casi curado. La prensa exageró la dolencia, y tu familia, sabiendo la vida que llevas, pensó en darte un disgusto, que es el que ya has recibido; tengo en mi   —14→   poder los dos mil reales de este mes. Aprovecha esta lección, y, renunciando a tu malhadada libertad, vuelve a casa del encargado que te designó tu padre. -Ruperto.»  (Recitando.)  ¿Conque todo es mentira? Me tranquilizo, me tranquilizo. Un abrazo, doña Brígida. Otro, muchacho.  (Los abraza.)  Mañana cobrarán todos; aprovecharé esta lección que mis padres me han dado, estudiaré por si alguna vez me hallo expuesto, a que tan tristes noticias sean verdaderas, y celebremos hoy todos juntos y sin salir de casa mi regeneración, enmiendo esas viandas que tenía preparadas para la orgía de esta noche.

 (Telón.) 



 
 
FIN
 
 




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