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«El Quijote» desde la Teoría de la Experiencia vital

José Antonio Hernández Guerrero





Nuestro trabajo constituye una aplicación a El Quijote, de la «Teoría de la Literatura como experiencia vital». Ésta es una propuesta que, sintetizándola exageradamente, con el riesgo de que la banalicemos, formulamos de la siguiente manera: La literatura es una lectura profunda de la vida, y la vida, si se vive de una manera intensa -más consciente, más plena y más humana- constituye una manera de hacer literatura. Con esta concepción, pretendemos evitar esa tentación en la que, reiteradamente, ha sucumbido la literatura y, de una manera más radical, algunas teorías literarias durante gran parte del siglo pasado: replegarse en su esencia ontológica y encerrarse en su torre de marfil.

Recordemos, sólo a manera de ejemplo, cómo Jean Cohen explica que la literatura surge de un sistema de separaciones y cómo, durante todo el siglo XX, se han sucedido una serie de definiciones de la literatura que la aíslan de las demás actividades humanas. Nosotros tratamos, por el contrario, de sacarla de ese lugar esencialista, metafísico, esquemático, reducionista, fragmentario, fugaz y volátil y, al mismo tiempo, totalitaria y dogmática. Creemos que se debe impregnar de esa realidad compleja, cambiante y polivalente que es la vida humana. Advertimos que no menospreciamos los esfuerzos que se han hecho por definir la «literariedad» sino que situamos esta interrogación que la literatura hace sobre sí misma en otra pregunta más permanente, acuciante e importante que le sirve de base y de horizonte, de punto de partida y de meta: es la averiguación sobre el sentido de la vida, sobre el significado de la existencia humana. Así formulada esta pregunta sobre la naturaleza íntima -humana- de la literatura -y, por lo tanto, de la Teoría de la Literatura-, paradójicamente, encierra una defensa y un ataque, una afirmación y una rebelión contra otras teorías parciales. Por eso, detrás de todas las preguntas sobre la Literatura hemos de escuchar el clamor de la exasperación que nos cuestiona el sentido último de este circo, de esta farsa o de este juego de procedimientos: ¿es la literatura una broma o, por el contrario, un desafío?

La literatura, además de estudiada y disfrutada, puede ser sentida, experimentada y vivida. El literato, por una senda diferente a la del filósofo o a la del asceta, camina hacia la búsqueda del sentido de la vida. Los tres son -es una obviedad- protagonistas y un poco artesanos de sus destinos y de sus caminos en el conjunto de su existencia. Por eso, a veces, sus vidas son más inspiradas y elocuentes que sus textos. La vida -y cada una de sus tareas- (sólo) tiene sentido para un ser que toma su existencia en sus propias manos, que hace de ella, de algún modo, una obra literaria o, en general, una creación artística, en vez de abandonarse a sus ocupaciones vanas o fútiles (aunque resulte presuntuoso que uno hable de sus propios actos).

La vida queda transformada por la acción de las palabras y las palabras se transforman por la vida. El drama de la Teoría Literaria durante cerca de un siglo ha sido la falta inicial de contacto entre el uso peculiar de los procedimientos lingüísticos y las palpitaciones reales de la vida concreta de los escritores y de los lectores: la explícita despreocupación por esas vidas que eran aclaradas por las palabras y esas palabras que, en cierta medida, alcanzaban sentido gracias a la vida. Advertimos que, cuando hablamos de la vida, nos referimos no a un concepto metafísico, sino a la vida real y concreta del hombre real y concreto.

¿Cómo salvar la distancia en la Teoría de la Literatura? ¿Cómo hacer que las nociones literarias y la vida se entiendan?

Descubriendo el espacio que la vida reserva para la literatura y el lugar que la literatura cede a la vida. Hemos de esforzarnos por mostrar el camino por el que la vida se acerca a la literatura; hemos de trabajar denodadamente por llenar el hueco, el abismo ya terriblemente abierto entre literatura y vida.

Si aplicamos estas ideas al análisis de las obras literarias comprenderemos cómo cada género literario se diferencia de los otros, sobre todo, por el tipo de vida al que ha dado origen. Hemos de partir del supuesto de que no se escribe por exigencias literarias sino por la necesidad que tiene la vida de expresarse, de explicarse y de comunicarse.

En le origen común y más hondo de los géneros literarios está la necesidad que la vida tiene de expresarse o que el hombre tiene de dibujar unos seres diferentes de sí o la de apresar criaturas huidizas y vidas alternativas. La literatura expresa y apresa la vida; revela sus entrañas en un doble y complementario movimiento: el de distanciamiento de sí y el de la búsqueda de un soporte que la sostenga y la aclare.

Su supuesto es, como el de toda salida -como le ocurre al filósofo o al asceta-, un profundo descontento y una aspiración esperanzada: el descontento de lo que todavía somos y la aspiración de lo que pretendemos ser. Sin un profundo descontento, no saldríamos de nosotros mismos. La aventura es, efectivamente, una de las claves que explican nuestras inquietudes, nuestros esfuerzos y nuestros sufrimientos.

La aspiración esperanzada nace del descubrimiento de la posibilidad de que alguien escuche nuestra voz y lea nuestros textos. Todas nuestras palabras, todos nuestros gestos son expresivos y comunicativos: cualquier grito trata de encontrar un interlocutor atento. El lenguaje, aún el más irracional, el llanto mismo, nace ante un posible oyente que lo recoja con respeto y lo interprete con interés.

Nuestra propuesta no es totalmente original ya que un teórico tan acreditado como Gérard Genette afirma que la literatura y «cada género se define esencialmente por una especificidad de contenido»1. Opino que la mejor manera de activar los recursos de la literatura, de apoyar su fecundidad y de asegurar su supervivencia es la de ayudarle a salir de sí misma. Esto es lo que hace don Quijote con ese gesto de salirse de sí mismo o, lo que es lo mismo, de ofrecernos hospitalidad. La literatura es una senda por la que nos salimos de nosotros mismos para situarnos ante algo que pretendemos asimilar, ante alguien con quien queremos convivir y, sobre todo, ante la vida humana que, simplemente, estamos dispuestos a vivir.

Con el fin de mantenernos dentro de los límites fijados para esta intervención, en nuestro análisis emplearemos sólo tres principios que, apropiándonos indebidamente de una nomenclatura filosófica, podríamos denominar «principio de identidad», «principio de contradicción» y «principio de transferencia»:

  1. «Principio de identidad»: La vida humana es literatura y la literatura es vida humana.
  2. «Principio de contradicción»: La vida humana es la asunción y la superación de una esencial paradoja: la vida se define por la muerte y la muerte por la vida; la literatura es la constatación de la paradoja humana: un puro misterio de contradicción.
  3. «Principio de transferencia»: Una cosa es otra cosa; la literatura es el instrumento con el que explicamos el poder humano para mostrar cómo las realidades se hacen humanas cambiando de naturaleza y de funciones.

1. «Principio de identidad»: la vida humana es literatura y la literatura es vida humana

La vida humana es movimiento, cambio, sucesión, tiempo, curso y discurso. La literatura es análisis, interpretación y experiencia vital aplicando unas claves mediante las cuales extraemos sus sentidos más profundos. La literatura no se opone a la vida sino que la ilumina y, en cierta medida, la explica y la transforma.

El Quijote significa mucho más que una invectiva contra los libros de caballerías. La novela -igual que todos los relatos sobre comportamientos humanos- admite muchos niveles de lectura, e interpretaciones muy diversas; no podemos considerarla sólo una obra de humor, como una burla del idealismo humano, como una destilación de amarga ironía y ni siquiera sólo como un canto a la libertad.

Esta polivalencia hace que don Quijote nos provoque, como se ha señalado a menudo, una sonrisa y una lágrima, una preocupación y una esperanza. Nos reímos de los disparates del caballero; pero también sentimos la tristeza de ver fracasar su intento de realizar unos ideales que deberían ser posibles. Pero también nos estimula a la reflexión, a la crítica y a la autocrítica. El Quijote es una magna síntesis de vida y literatura, de vida vivida y vida soñada.

Entre otras aportaciones más, el Quijote ofrece asimismo un panorama de la sociedad española en su transición de los siglos XVI al XVII, con personajes de todas las clases sociales, representación de las más variadas profesiones y oficios, muestras de costumbres y creencias populares.

  • - todos los estamentos sociales: nobleza, campesinado, clero, servidumbre, oficios; caballeros, funcionarios, soldados, actores, comerciantes, estudiantes, presos;
  • - la problemática de la época histórica: el peligro turco, los corsarios berberiscos, el drama de los cautivos españoles en Berbería, la presencia de los tercios españoles en las distintas posesiones europeas, y los destinos en América;
  • - la religión: el Santo Oficio, las órdenes religiosas, los autoflagelantes, los peregrinos, la interpretación de la religión y las cuestiones de fe, la expulsión de los moriscos, la «limpieza» de sangre;
  • - la seguridad: los cuadrilleros de la Santa Hermandad y el bandolerismo catalán;
  • - el pensamiento y el saber de la época: medicina, astrología, navegación, artes, letras, el legado greco-latino;
  • - la moral: prevaricación, prebendas, ocupaciones pícaras;
  • - costumbres: comidas, monedas, fiestas y celebraciones, ropa, modas, diferentes clases de telas y adornos, zapatos, joyas, vestimenta de las clases sociales y la de los diferentes oficios, profesiones y altos cargos.

La habilidad y el arte de Miguel de Cervantes -un mago de los ademanes como lo han definido- reside, mucho más que en sus palabras, en su manera de observar la naturaleza humana, en su forma crítica, ingeniosa e incisiva de contemplar los comportamientos de los seres que lo rodean; en la lucidez con la que cuestiona las convenciones trasnochadas que la inercia de los usos y de las prácticas sociales nos hacen pasar por naturales y por eternas.

Por eso Miguel de Cervantes no duda en afirmar que sólo hay que escribir sobre las pasiones vividas, sobre aquellos asuntos y de aquella manera que le permita al autor, después, mirarse en el espejo de la propia conciencia con tranquilidad y con autoridad moral. Sus dos personajes centrales, don Quijote y Sancho, constituyen una síntesis poética del ser humano. Sancho representa el apego a los valores materiales, mientras que don Quijote ejemplifica la entrega a la defensa de un ideal libremente asumido. Dos personajes que no son dos figuras contrarias, sino complementarias, que muestran la complejidad de la persona que, simplificando, es, materialista e idealista a la vez.

Para don Quijote y Sancho, la libertad es una función del orden de juego, que es desinteresado y precario. El juego del mundo, para don Quijote, es una búsqueda idealizada, es una visión depurada de la caballería, el juego de los caballeros errantes, de las bellas damiselas virtuosas y en peligro, de los magos poderosos y malvados, de los gigantes y de los ogros. Para don Quijote y Sancho, la libertad es la posibilidad, no sólo de traspasar las normas del juego de la vida, sino de sustituirlo por otro que, aunque más precario y desinteresado, sea más placentero. Don Quijote está valerosamente loco y es obsesivamente valiente, pero no se engaña a sí mismo. Sabe quién es, pero también quién puede ser si quiere.

Cuando un cura moralista acusa al hidalgo de que no vive en la realidad y le ordena que se vuelva a casa y deje de viajar, don Quijote le replica que, para ser realistas, como caballero errante, ha corregido entuertos, castigado la arrogancia y aplastado a diversos monstruos.

Porque esta novela de Cervantes, en sus dos partes, es un universo, como un macrocosmos de su época, de la historia y de la sociedad, así como el resumen apretado de las corrientes literarias y de pensamiento de entonces; pero es también el microcosmos donde se desenvuelven unos personajes como don Quijote y Sancho, magistralmente creados2.




2. La esencial paradoja de la vida humana; la literatura es la constatación de la paradoja humana: un puro misterio de contradicción

El Quijote nace en un mundo contradictorio: era un momento de la Historia que mezclaba el sufrimiento, con el gozo, la riqueza con la pobreza y la creación con la imitación. España vivía a caballo entre el optimismo de Lepanto, que hace pensar al cristianismo que los turcos no son invencibles, y el trauma desproporcionado de la derrota ante los ingleses, cuando el país se sintió vulnerable por primera vez; aunque aquélla fue una derrota más simbólica y psicológica que real.

Era un país rígido y organizado, pero no eficaz, «el primer estado moderno», y a la vez, un lugar muy difícil de vivir:

Había hambrunas, crisis económica, peste, un rey anciano, mucha ortodoxia política y religiosa, mucho rigor y mucho machismo. Pero también había cierto pluralismo social, y en esa saciedad de estratos se produjo un cambio brutal de valores.

De la crisis de lo caballeresco, lo tradicional y lo integrado, aflora el hombre moderno, el primer sentimiento de individualidad: el hombre afirma su propia libertad y su dignidad, ya no siente pertenecer al grupo, al clan, al estamento3.



Cervantes reflejó esa crisis: «Alonso Quijano sufre todo tipo de crueldades, pero la dignidad del individuo queda a salvo. Cervantes explica, con enorme piedad por la condición humana, con notable tolerancia y con intensa profundidad, cómo ese nuevo sentimiento individual y utópico choca, una y otra vez, con esa realidad tan española que afirma que siempre lo peor es cierto, que nos aquejan males mucho mayores de lo que realmente son». A cervantistas como Riquer, Astrana, Canavaggio o Alfredo Alvar, llama la atención la valentía, el sentido de la libertad, la fortaleza moral de Cervantes.

En su época El Quijote se contempló sobre todo desde una perspectiva burlesca, y los románticos, en cambio, aportaron una visión donde el mundo ideal y el real están en lucha perpetua.

Seguramente ambas visiones, cómica y trágica, están contenidas en el libro y eso es lo que lo ha hecho tan fructífero. Cervantes afirmó varias veces que su primera intención era mostrar a los lectores de la época los disparates de las novelas de caballerías. En efecto, el Quijote ofrece una parodia de las disparatadas invenciones de tales obras.

Por todo esto hemos afirmando que El Quijote es una obra carnavalesca. Porque, como es sabedlo, el Carnaval es una lectura paródica de la vida; es una manera de distanciarnos, mediante la acción desactivadora del humor, de los problemas que nos acucian; es una forma de desacralizar, mediante la fuerza disolvente de la risa, la irracionalidad de las convenciones sociales y, sobre todo, es un modo de descubrir el fondo secreto de muchas de nuestras aspiraciones no identificadas.

Creemos que estas mismas definiciones nos pueden servir para explicar algunos de los valores que determinan que El Quijote -composición transgresora- sea una obra maestra de la literatura universal, una composición artística que nos sigue enseñando y divirtiendo a los hombres actuales, una «novela» que nos sigue hablando con un lenguaje claro, de cuestiones vitales que nos afectan, nos interesan o nos inquietan en la actualidad.

Los teóricos coinciden en señalar que un elemento estructurador fundamental de El Quijote es su carácter paródico. Es fácil comprobar cómo su organización copia la de los libros de caballerías y, por ello, sigue sus esquemas: se apropia de la disposición general, de sus personajes, del encadenamiento de aventuras e, incluso, de sus quimeras. Pero hemos de reconocer que la riqueza de esta obra estriba, en gran medida, en la agudeza de sus ocurrencias, en sus graciosas y picantes bromas, en su fina y pronta ironía, en sus pícaros y maliciosos sarcasmos y en sus felices y oportunos disparates.

No es extraño, por lo tanto, que, sin necesidad de acudir al procedimiento tan actual de la introspección, sepa elegantemente ceder la voz a sus personajes para que sean éstos quienes expresen sin intermediarios su estado de ánimo.

Don Quijote es también un modelo de aspiración a un ideal ético y estético de vida. Se hace caballero andante para defender la justicia en el mundo y desde el principio aspira a ser personaje literario.

En suma, quiere hacer el bien y vivir la vida como una obra de arte. Se propone acometer «todo aquello que pueda hacer perfecto y famoso a un andante caballero». Por eso imita los modelos, entre los cuales el primero es Amadís de Gaula, a quien don Quijote emula en la penitencia de Sierra Morena.




3. «Principio de transferencia» o de «contigüidad: una cosa es otra cosa

La literatura es el instrumento con el que explicamos el poder humano para mostrar cómo las realidades se hacen humanas cambiando de naturaleza y de funciones. Este principio se fundamenta antropológicamente en el fetichismo, término que aquí usamos con pretensiones exclusivamente descriptivas y, por lo tanto, axiológicamente, neutras (sin valoraciones religiosas, psiquiátricas ni morales). Es una institución cuyas raíces nacen en el fondo de las capas más profundas de la misma vida humana, y no sólo en sus comienzos, sino a lo largo de toda su trayectoria cultural y, de una manera muy evidente, en la actualidad.

El fetichismo es el fondo antropológico de la metáfora, de metonimia y de la sinécdoque; es la explicación de esa relación de contigüidad, de posesión, de inclusión, de grado, proximidad y de pertenencia.

Don Quijote está valerosamente loco y es obsesivamente valiente, pero su locura y su valentía, no hace que pierda el sentido de la realidad sino que, por el contrario, le sirve para iluminar zonas oscuras de las cosas y para descubrir nuevos e inéditos valores: no se engaña a sí mismo ni mucho menos, trata de engañar a Sancho ni a los demás personajes.

Él sabe quién es, pero también quién puede ser si quiere. Cuando un cura moralista acusa al hidalgo de que no vive en la realidad y le ordena que se vuelva a casa y deje de viajar, don Quijote le replica que, para ser realista, el caballero errante, ha de corregir entuertos, castigar la arrogancia y aplastar a diversos monstruos.

Cuando afirma que los molinos de viento -que giran y muelen- son gigantes, nos descubre que los gigantes son molinos de viento. Gracias a Don Quijote descubrimos que los molinos de viento, las máquinas, los motores y la técnica son, o pueden ser, «desaforados gigantes» que ponen en peligro la supremacía del hombre, pero, también que algunos seres humanos que se encaraman en las peanas del poder físico, económico o militar, son molinos que se mueven por la fuerza cambiante de los vientos y que trituran, con sus avarientas e insaciables muelas, el trigo de los valores humanos.

Cuando leemos que Aldonza, es una campesina, contemplada con los ojos penetrantes de don Quijote es Dulcinea, la emperatriz del Toboso, una doncella de belleza no hay otra igual en el mundo entero, nos anima para que descubramos esa belleza inédita en la mirada, en las expresiones y en los gestos de tantos seres humanos que no han aprendido mirar.

Si la descripción de la ínsula Barataria nos revela cómo, efectivamente, en cualquier pedazo de esta tierra podemos localizar nuestro paraíso perdido o soñado, si no fijamos con atención, podremos llegar a la conclusión de que una sencilla venta al borde de un camino es, o puede llegar a ser, una mansión, un palacio o, sin duda alguna, un airoso castillo.

Esta lectura nos pone de manifiesto cómo Cervantes, vitalista y, al mismo tiempo escéptico, exuberante y entusiasta, con la pintura de don Quijote nos muestra que la literatura, no sólo es una forma de conocer al hombre, no sólo es una teoría de la vida humana, una senda por la que el hombre se conoce a sí mismo y a otros hombres, sino también es una vía, si no la única, sí complementaria, para lograr la sabiduría de la vida.







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