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El sendero

Ricardo Güiraldes

Nota

El Sendero fue para Ricardo Güiraldes un camino de perfección y no un tema literario. Inició estos apuntes íntimos el año 1926, o no sé si algo antes, en Buenos Aires, y solo renunció a ellos, en París, dos días antes de morir, ya exhausto por la enfermedad. Ricardo Güiraldes no los destinaba a la publicidad, pero creo ser justa al publicarlos. Con ello honro su memoria y doy a sus lectores como una llave para entrar libremente en aquel espíritu ejemplar. Así, El Sendero que fue para él una maravillosa aventura vital y espiritual, podrá llevar ahora a sus lectores a una más cabal interpretación y más pleno goce de toda su obra.

A. del Carril.

El sendero

Había llegado, no sé hace cuantos años, pero seguramente arriba de diez, al sentimiento de la incapacidad humana para realizarse en el campo emocional.

La guerra fue una tortura moral grande y el derrumbe de muchas ilusiones.

* Resumen: El hombre ante sí y ante los demás es impotente.

Concluida la paz, que nada aportaba como resultado benéfico, miré hacia Oriente.

Un pequeño manual de vulgarización de las teorías Yogis cayó en mis manos: el Raja Yoga del Ramacharaka.

Siguieron otras lecturas.

Descubrí cosas en mí.

Resolví ensartar en un hilo que intitularía El sendero las cuentas desparramadas de un rosario que había rezado en mis poemas.

Anteriores teorías, que había tratado de construirme por necesidad de armonía interior, encontraban satisfacción. Mi soledad se llenaba de una gran presencia.

No pienso ampliar este pequeño prólogo, ni seguir un orden cronológico en mis anotaciones. Hablaré del pasado cuando intervenga en mí como presente, es decir, cuando tome el primer plano en importancia.

La razón, llevada a su cúspide por Kant, se ha probado a sí misma que no puede probar nada, fuera de su incapacidad para probar algo. Kant obligó a que la razón se suicidara por autofagia.

Recuerdo de infancia:

A consecuencia de un golpe o de un accidente peligroso, se producía en mí un estado de incertidumbre: no sabía si en realidad había escapado del peligro o si seguía simplemente sobreviviendo en mi cuerpo por ilusión. Mis actos sufrían el siguiente comentario interior: Todo lo que estoy haciendo es ilusorio; en realidad he muerto. Hasta que cansado seguía viviendo sin mayores averiguaciones sobre la autenticidad de mis actos.

Recuerdo también que hacía, todas las noches, antes de dormirme, un balance de mi día. Acusábame frecuentemente de crueldades o malas acciones y estas acusaciones concluían frecuentemente en lágrimas.

A los dieciocho o diecinueve años, tuve con un amigo una discusión bastante violenta sobre filosofía trascendental, pues no quería yo admitir que se discurriera sobre cosas que sobrepasaran el poder de la razón humana.

Mi amigo me acusaba de indiferencia sobre lo que era esencial dentro de toda inquietud humana. «¿Para qué vivimos?». Además, gustaba razonar sobre el in-finito, el destino, la verdad...

Me negaba yo a querer entrar en ese terreno y llegué a asegurar que solo los imbéciles podían complacerse en un juego tan irrespetuoso como inútil.

Decía más o menos esto:

«El infinito sería mejor dejarlo, pues por definición no puede ser concebido por nuestro cerebro finito». «En cuanto a las otras preguntas, sería útil tratar de contestarlas, cuando se encontrase un punto de apoyo a la razón para hacerlo».

Belleza, Verdad, Salud eran para mí una inseparable trinidad de Perfección y se definían la una por la otra.

(La misma época).

Tenía una teoría sobre el universo que puedo resumir así:

Fuerza -en sí- manifestada de dos modos que son los extremos del equilibrio: atracción, repulsión; centrífugo, centrípeto; amor, odio; polo positivo, polo negativo; imantado, susceptible de serlo; placer, dolor; macho, hembra; deseo, saciedad; ..., etc. Opuestos complementarios en perpetua oscilación; equilibrio eternamente buscado que solo vive en un momento de intersección y luego se destruye porque se sobrepasa.

El equilibrio no podrá existir porque hubiera equivalido a no existencia.

Sería largo e inútil tratar hoy de hacer revivir con exactitud mi concepto de entonces.

Me pregunto cuál es mi camino para la espiritualización. Los tratados sobre Yoga aconsejan dos procedimientos: Meditación mística fija en el YO; análisis del NO YO para ir por eliminación desnudando el YO.

El primer método, según la Introducción al Yoga de Annie Besant, es el que conviene a los de espíritu contemplativo, el segundo a los de espíritu científico.

Si me pusiera a analizar los diferentes métodos aconsejados por quienes saben o inspirados por ellos, me enredaría en un dédalo de discusiones interiores.

Este cuaderno me servirá para desbrozar mi verdad. Las citas que pienso hacer de cuanto he escrito en poemas o pensamientos cuya inspiración se insinúa como espiritual, serán una base para mi busca, porque siendo anteriores a toda lectura espiritualista, no pueden achacarse a lecciones del hombre. Por otra parte, la identidad de estos poemas o pensamientos con las más viejas y más modernas prédicas espiritualistas me señalan una ruta. Sí he alcanzado antes ciertas intuiciones, puedo ahora afirmarlas cotejándolas con lo aprendido y hacerlas más mías por la comprensión.

Escribir es mi manera concreta de meditar y por ella debo seguir como por un camino señalado.

Dice la Introducción al Yoga, fin de la página 47 y principio de la 48:

«Ni el niño, ni el joven, ni el hombre preocupado son aptos para Yogis. Pero quien esté dominado por el más leve pensamiento de elevada índole se hallará cercanamente dispuesto al Yoga que le conduzca a la etapa siguiente, donde sea capaz de escoger una idea y adherirse a ella de su propia voluntad. Desde aquí es corto el trecho que hay que recorrer para alcanzar el absoluto dominio de la mente e impedir toda veleidad. Lograda esta etapa es relativamente fácil pasar al Samadhi».

El párrafo parece escrito para mí.

La necesidad de un mundo total armónico ha sido siempre una idea fija de mis elucubraciones cerebrales y desde hace tiempo quería concretarlas en un libro que hubiese intitulado Concepto del mundo. Además, la busca de la felicidad -no como consecución de placeres, sino como sentimiento de comunión- ha sido un constante anhelo que busqué por caminos errados. En cuanto al temor de querer poseer las cosas para mí, puedo tranquilizarme con un recuerdo de infancia -transmitido por mis padres, pues yo no me acuerdo-: Cuando entre hermanos se agriaba una discusión sobre algún juguete parece que me encogía de hombros dejando el objeto del litigio y diciendo: «C'est pas une affaire ça». El goce en privado de un privilegio no me satisfacía, ni me satisface siquiera en mis ideas y mis poesías. Las siento muertas cuando no puedo darlas.

Vuelvo al párrafo citado: «Pero quien esté dominado por el más leve pensamiento de elevada índole se hallará cercanamente dispuesto al Yoga que le conduzca a la etapa siguiente, donde sea capaz de escoger una idea y adherirse a ella de su propia voluntad».

He estado dominado por ideas idealistas. Desde hace dos años que me topé con los libros Yogis, sé qué ideas -con su idea central de UNIDAD- elijo. Ahora me toca adherirme a ella con mi propia voluntad y hacerla centro de mi vida cotidiana, no con exclusión de los hechos de cada día, sino como objeto final de ellos.

Dice la Introducción al Yoga de Annie Besant: «VAYRÂGYA o desapasionamiento expresa la idea fundamental de eliminar toda pasión o lubricidad hacia los objetos de los sentidos» (Página 120). En la página 123, la autora apunta lo siguiente: «Conviene ahora prevenirse contra un peligro. Hay un medio tan expedito como acerbo de alcanzar rápidamente el desapasionamiento y consiste en lo que algunos aconsejan: Sofocad todo amor y afecto: sed de hielo para cuantos os rodean; abandonad esposa e hijos, padre y madre, y huid al desierto yermo; levantad una pared entre vosotros y el objeto del deseo; así lograréis el desapasionamiento. -Pero por este medio sofocaréis algo más que el deseo. Alzaríais alrededor del YO, que es amor, una valla que no podría barrenar. Os recluiríais en un recio caparazón que no podríais romper. Os endureceríais cuando debierais abandonaros. Os aislaríais cuando debierais abarcar a los demás. MATARÍAIS EL AMOR CON EL DESEO OLVIDANDO QUE EL AMOR SE ADHIERE Y BUSCA AL YO, MIENTRAS QUE EL DESEO SE APEGA A LAS ENVOLTURAS O CUERPOS DE QUE ESTÁ REVESTIDO EL YO. El desapasionamiento es el desapego a la materia».

Luz en el sendero dice que las almas que han alcanzado la gloria del Nirvana renuncian a su dicha para ayudar a otras, a quien quieren más que a sí mismas. ¿Cómo podría subsistir esto si todo afecto hubiera perecido en el renunciamiento?

Si no existieran razones o, mejor dicho, necesidades místicas para desear la espiritualización, ciertas prácticas se impondrían por el solo deseo de ser dueño de sí mismo. Pertenecer a los eternos caprichos de nuestras pequeñas variaciones cotidianas es casi repugnante. Ir de aquí a allá con paso titubeante de borracho, es tirar hora por hora, como un desperdicio, lo mejor de nosotros mismos. Me propongo adueñarme de mí mismo y entrar en el callejón que me conduzca a la meta de un YO mejor.

El programa de mi vida se irá perfeccionando; por ahora me propongo: Cumplir mi obra literaria, encauzándola cada vez más en la vía de mis anhelos de espiritualización.

Cuidar noblemente de mi cuerpo.

20 de agosto de 1926

Las notas que anteceden datan de hace unos dos años. Desde entonces he concluido una parte de mi obra literaria, rematando Don Segundo sombra. Me siento libre, extraordinariamente libre. Hasta ahora no había concluido una obra sin tener ya adelantada otra. No he querido estos últimos años recrearme un compromiso, en vista de esta libertad que gozo ahora.

¡Enfrentarme conmigo mismo!

Las lecturas preferidas van indicando al hombre su sed mental. Desde hace ya unos años, solo las lecturas espiritualistas me interesan. Lógico es que mis escritos tomen el mismo tema como eje. Leer y escribir son como función respiratoria de nuestra mente: Inhalar y exhalar.

En los principios de mi grafomanía, escribí: «Dios es la belleza, el arte un rezo». Siento más conscientemente hoy este aforismo. Nunca he podido ni puedo hoy definir a Dios. El antropomorfismo me parece un empequeñecimiento de los conceptos metafísicos abstractos. Una definición de Dios para mí sería: «Aquello hacia lo cual tiendo».

El concepto de Brahman Inmanifestado pero origen, sustentador y reabsorbedor de toda manifestación, me gusta como concepto de lo incognoscible.

Es fácil hablar de espiritualización, de sacrificio, de concentración o meditación. Lo difícil es llevar a cabo los proyectos. Sin embargo, es lo necesario. Creo haber conseguido ciertas ventajas. No rabio casi y en el fondo soy indiferente a la mayor parte de los pequeños caprichos y placeres mundanos. La vanidad tampoco me parece ser un enemigo terrible. En cambio, mi sensualismo lo es. He vivido demasiado sobre mis sentidos y sobre mis pasiones sexuales para poderme descargar de ellas en un solo golpe de hombro. Pero eso vendrá.

Grandemente útil debe ser vivir entre gente espiritualizada. El continuo girar de ideas mundanas en torno de uno obliga a vivir de cosas que en el fondo no interesan.

Septiembre 1.º

Intuición del estado extático es el pasaje de Xaimaca en que Clara lee la carta de Marcos.

Toda exaltación llevada a su máximo debe forzosamente, habiendo llegado a un límite, entrever el paisaje (?) del más allá.

La idea de ser implica una perennidad. Lo demás no es sino estar. Concepto de existencia e inmortalidad se identifican en la profundización.

En la mayor parte de los libros teosóficos, incomoda el tono romántico que peligra hacerle ver a uno la teoría en ridículo. Las aventuras de lo astral se presentan a menudo como exacerbación de sentimentalismo burdo. El tono de abstracciones puras de los pocos libros orientales que pueden leerse en las traducciones es el que me gusta. La humanización de los conceptos puros no es, en los textos orientales, otra cosa qué asideros que se dan a la imaginación.

El mejor y más claro de los libros europeos que hasta ahora haya leído sobre la metafísica oriental es el de René Guénon. No debo perderlo de vista porque me aclara conceptos y palabras por otros desfigurados.

La consecución del YO es lograr la conciencia del propio ser sin atributos.

La diferencia entre la meditación como se entiende en Oriente y el pensamiento como se concibe en Europa: Buda, por un lado, el Pensador de Rodin y el Pensieroso de Miguel Ángel, por otro, establecen este distingo. Hay que pensar como Buda, es decir, dejarse pensar por Dios. Es el único modo de pensar que puede hacerle a uno vencer límites. Lo otro es dar vuelta a la misma noria; matraquita de la razón que nada resuelve.

Hay dos posiciones casi siempre definidas por la edad ante la vida. Aquella en que se vive sin haber resuelto su problema pasional o afectivo y aquella en que se ha resuelto ya. En el primer caso, todo se toma y se gusta pasajeramente, esperando la gran solución. La vista está fija entonces en la realización por vía humana de las más grandes aspiraciones. En el segundo caso, habiéndose cumplido la vida pasional o afectiva por la felicidad o la desgracia, poco tiene que esperarse y solo del pasado puede vivirse, a no ser que se dirija la aspiración más allá de lo que puede resolverse en el campo humano. Hay un tercer caso en el que siempre se vive, se ha vivido y se vivirá de migajas de aspiración. Esto no interesa.

Yo he cumplido mi etapa afectiva de aspiración humana.

No puedo y no quiero renovar ni cambiar mi posición en este sentido. Queda la enorme aspiración de vencer todo límite. ¿No escribí ya hace muchos años: "¡Oh imposible, imposible, imposible!"?

La iglesia, en su aspecto primitivo, es el árbol a cuya sombra el Maestro, pobre en bienes terrenales, pero rico en espíritu, predica ante sus discípulos y comparte con ellos el saber de su inspiración divina.

Mal camino es exagerar el valor de los placeres que deben sacrificarse. Es hincharlos y pertenecerles. El hombre que ve gigantes en todos sus enemigos es o porque los agranda o porque se achica. Proporcionalmente, para nosotros muchos errores son pequeños y podemos volverles la espalda. La vanidad da muy poco, tan poco que su satisfacción no es otra cosa más que ridícula. Los vicios nada aportan, fuera de un frenesí barato que, luego, muy luego, naufraga en cansancio.

La evolución por miedo al infierno es un modo de hacer camino disparando. Y, además, mirar siempre una cosa ¿no peligra identificarnos con ella? He notado que el dolor físico, mientras lo vencemos con nuestra capacidad de resistencia, nos causa el placer de una victoria. El dolor que nos doblega, que retira de nosotros el poder de resistirlo, es el que nos vuelve cobardes. Si en lugar de buscar siempre la disminución del dolor, consiguiéramos el modo de aumentar nuestra resistencia, hasta hacerla espectadora dominante del dolor, habríamos colocado a este último en la situación de instrumento de nuestro poder personal. El dolor nos haría crecer en lugar de disminuirnos.

Moralmente, la falta de peligro nos acostumbra a una molicie que luego no sabe reaccionar ante los hechos desfavorables. Esto tal vez sea lo que nos lleva, en nuestra carrera hacia el bien, a no perder de vista el mal. Ignorarlo sería desarmarnos ante él. ¿Será este un buen motivo para tener presente un Infierno mientras marchamos hacia Dios?

Pero si no debemos olvidar la contraparte del bien, menos debemos tenerla en cuenta como asunto principal. No debe servirnos, sino para acrecentar nuestra capacidad de resistirla y aumentar nuestra fe en el bien final y en nuestra victoria.

Los vicios y pasiones egoístas son estupendos elementos de ejercicio si nos entrenamos en vencerlos. Cada vez que los dominamos hacemos algo en favor del desarrollo de nuestra voluntad. El dolor físico puede llevarnos por el poder de resistencia al dominio de nuestro cuerpo. El paulatino desarrollo de nuestra voluntad, apartando del pensamiento las sugestiones de vicios y pasiones, puede conducirnos al perfecto control de nuestros actos y pensamientos.

La indolencia es uno de los principales estorbos. Con un optimismo estúpido relego a mi fe en un esfuerzo futuro, lo que debo encomendar a mi esfuerzo del momento. Vale más decir: «No voy a fumar hoy» o «No voy a asistir a tal o cual punto», que confiar en una total enmienda en un vago porvenir.

Excelente ejercicio sería ponerme delante un objeto o una idea codiciada, para rechazarla a antojo hasta llegar a la indiferencia.

Hay conceptos que debo poner delante mío y resolver en mi inteligencia hasta conseguir estar solo frente a ellos y oír cuál es la palabra que me dicen.

Los mandamientos de la ley de Dios, así como los grados primeros del Raja Yoga -YAMA y NIYAMA- se componen en su mayor parte de preceptos negativos: No hacer esto, no hacer aquello. Dejando de vivir en ciertos planos de sensualidad, la fuerza vital parece quedar disponible para un uso distinto. Un precepto afirmativo está por encima de estas privaciones: Amar a Dios por sobre todas las cosas o meditar en Brahma Inmanifestado.

El cristianismo nos aconseja ser puros en pensamiento, palabra y obra. El Raja Yoga nos enseña que, adquiriendo dominio sobre nuestra mente, rechacemos todo pensamiento o deseo que mañana pudiera fructificar en obra indeseable. En ambos casos nos encontraríamos preparados, por medio de nuestra pureza, a recibir la comunión.

Cada vez el sentimiento de la vida única, solo varía en formas, es en mí más preciso. Cada vez mi solidaridad con todo cuanto es, se acerca más al sentimiento de identidad.

La idea de ser, como centro y fin de mí mismo, me parece risible. La idea de confusión -digamos- con todo y la presunción de un fin que consiste en una cada vez mayor expansión en la vida de lo que llamaría mi individualidad, me parece más mía.

Marcos Galván en Xaimaca ha encontrado esta palabra de intensidad pasional: «Y dejamos de ser, porque pertenecemos». Progresivamente, voy sintiendo mi ausencia de aislamiento, en una pertenencia. A lo que ES... A lo que ES, más allá de todos nosotros y, sin embargo, con nosotros.

24 de diciembre de 1926

Hoy, hace mil novecientos veintiséis años, naciste.

Es decir: hoy, la Humanidad nació a ti.

¡Qué habías de nacer en fecha alguna, tú que eras nacido desde siempre!

Habías venido a un cuerpo sufridor como el nuestro, para estar más presente en sangre y en dolor.

Y tu cuerpo entonces era tan pequeño que no podías saber de ti, sino un mandato de hacerte digno de sobrellevar la cruz de liberación.

Hoy naciste y fue una gran mancha de luz sobre el mundo.

La fecha es un bien para nosotros, y sentimos que algo como un pulso de Dios latió y late en el día, periódicamente.

Todo es más bueno hoy.

Y te sentimos venir al mundo en el hoy de entonces, con pasos lejanos en el transcurso de los años, y esa lejanía te vuelve, a nuestro sentir, más niño y más nuestro.

Hace mil novecientos veintiséis años que el mundo tuvo la extraordinaria dicha de saberte.

Abril de 1927

He asistido, antes de ayer, a una conferencia de Jinarajadasa (Sociedad Teosófica, París).

Nada podía estar más cerca mío. En un momento en que, dejando de lado después de Don Segundo la parte más terrena de mi obra, esperaba en mi interior un dictado, este me viene de labios del conferenciante como mandado hacer. Tenía mis ideas y estas se confirman. Es cuanto podemos esperar de la palabra ajena.

Según Jinarajadasa, el verdadero peldaño de crecimiento está en la creación. Rezos, meditación, buenas obras, son modos de crearse, creando. Inútil reproducir aquí ideas que saldrán en el Lotus bleu del mes entrante o de junio. Creciendo en mi obra, creceré en mí mismo.

Sé por experiencia propia que es escribiendo como entro en la sensación de mi propio poder. Tengo algo escrito en ese sentido a propósito de paraísos artificiales y tengo que copiarlo en este cuaderno. Nunca he estado más cerca de mi genio o de mi verdadera intuición que trabajando.

Ignorante de mi deidad interior la he rozado en un casi absoluto estado de confianza en mi fuerza... y es así como he intuido muchas cosas.

Volver a trabajar.

El sistema de trabajar con tarjetas y espiar continuamente mis mejores pensamientos a fin de fijarlos, me hacía vivir en un ambiente superior. Además, nada mundano me obligaba a acción alguna, dado que no tenía compromisos y no los atendía en caso de tenerlos.

Y era más grande y más fuerte y más sano. En mí está el volver a recrearme ese estado.

Confianza absoluta. («El que no cree en sí mismo -dice Vivekananda- es un ateo»). Combate continuo contra la pereza y las distracciones exteriores.

Y vigilancia continua de lo mejor de mí, traduciéndolo en obra.

Creando, cumpliré mi obra exteriormente y me limpiaré por dentro.

Mirando en mí, miraré menos el exterior y me libraré de sugestiones estúpidas.

Buscaré un hombre enfocando hacia mí la luz de mi linterna.

Pero nada de proposiciones dormidas. Cada impulso de voluntad debe vivir en obra.

No es destruyendo como pienso evolucionar, sino creando vida dentro de mí y dándola.

Lo demás vendrá; y aunque no viniera, habría cumplido mi obligación y mi destino más noble.

No soy cambalachero.

Muchos andan «A la recherche de Dieu». Encerrado en mi pequeñez como un hombre en una empalizada más alta que su cabeza, no puedo ver el horizonte. No hay más remedio que crecer, pues si mi estatura sobrara la de la empalizada que me rodea, encontraría sin buscar lo que inútilmente buscaría quedándome en mi estatura.

Todos vemos las cosas según nuestra capacidad de ver. Siendo grandes, veremos lo grande.

Abril 1927

Solo nuestra voluntad puede encauzarnos hacia nuestra propia creación. Debemos crearnos a nosotros mismos. Para ser dos veces nacido, es necesario que seamos nuestra propia madre. Hasta ahora somos hechos y nada más que nosotros podemos lograr que nos hagamos. El segundo nacimiento es el único consciente, el único que obedece a nuestra propia voluntad. El día que nos hayamos creado, según nuestro concepto de perfección -que es intuición del arquetipo hacia el cual nos encaminamos-, seremos verdaderamente lo que queremos y debemos ser.

«El Tipo» es nuestro enemigo. Una vez centrada nuestra voluntad hacia la meta de perfeccionamiento, «El Tipo» resulta el cascotito en el zapato que no nos deja caminar. «El Tipo» es naturalmente ayudado por toda nuestra propia resaca y por todos los que alrededor nuestro viven de su resaca. «El Tipo» es, en el fondo, un Tony bastante cómico, un ser incongruente que tropieza en todas las alfombras, desbarata todo el orden que quisiéramos crearnos y nos cambia de rumbo hacia sus muecas cómico-trágicas de una admirable inutilidad. Hay que saber reírse del «Tipo».

(Copio una tarjeta que creo anterior a toda lectura).

Nuestra evolución terrestre se magnificará -del cuerpo al espíritu. Dejaremos de ser imperfectos perceptores de color, forma, sonido, para ser en un éxtasis de autocontemplación, el sonido, la forma, el color.

Nuestra victoria sobre la distancia sería entonces tan sencilla como una proyección luminosa.

En la página 45, apunté: «Sé por experiencia propia que es escribiendo como entro en la sensación de mi propio poder». Seguidamente, me refiero a unos apuntes anteriores. Aquí los copio:

«El trabajo literario es para mí como un amplificador vital. Es algo que compararía con los paraísos artificiales, salvo en una diferencia en cuanto a la ubicación de la fuerza. En el primer caso, es interior y querida, en el segundo exterior e impuesta. Cuando trabajo, cuando entro poco a poco en mí mismo y me acostumbro al ejercicio mental, palpo en ello uno de mis mejores placeres. Recuerdo tal viaje en tren, tal tarde o tal noche de pensamiento, como podría recordar tal amorío o tal episodio intenso de mi vida material. Esos momentos son para mí, en calidad, lo mejor de mi pasado o mi presente, según que hayan existido o existan».

«Lo que de mi trabajo queda en el papel, es lo de menos: ahí estarán los defectos y el cansancio de las cosas inmodificables; lo imponderable y excelente es el surtir fluido de mi pensar. Pero esa fuerza es, para mí mismo -por llevar en sí la condición de una libertad completa-, tan inasible como el discurso de la corriente en un ojo de agua».

«Diría parafraseando una pretensión de Wilde: "No he puesto más que mi talento en mis obras; mi genio estuvo en mi pensamiento sin trabas". Pero he dicho que este estado se parece al buscado en los paraísos artificiales, salvo una diferencia en la ubicación de la fuerza. En efecto: el parecido está en que son, ambos, placeres solitarios de autocontemplación y en que su goce mayor consiste en la persecución de imágenes internas, con un consiguiente desprecio de lo exterior».

«"Pedazo de algodón sin éter", decía un vicioso a uno que asistía de afuera a su delirio, sin comprenderlo, porque la materialidad de su estado normal, lo mantenía ligado a la vida insípida de las cosas.

"Brutos", decimos a los que nada ven fuera de la pata rota de la silla, la cara granujienta de Manuelita o el pantalón bien planchado de Totó.

Nuestro desprecio viene de la incapacidad que tales personas demuestran de ser como nosotros y a esto se apareja un sentimiento de orgullo. Nosotros podemos deducir la superioridad de nuestro placer conociendo también el de ellos, que por su parte ignoran la superioridad del nuestro, siendo ciegos ante él.

En el caso de los viciosos, la gente se encoge de hombros llamándolos degenerados, viciosos inmundos, anormales estúpidos. En el caso de los que sacan de sí su superioridad, la gente suele palidecer de odio, porque no cuadran los epítetos despectivos y cada insulto puede trocarse en elogio.

El desequilibrio de un cerebro que piensa más claro que los demás puede ser contestable, y la anormalidad del genio, según quieren los asertos científicos, puede resultar la deificación de un hombre entre los hombres.

Yo no quiero juzgar a los viciosos con acritud ni puedo anatematizar contra sus deseos de s’évader de la vie, como dice Mallarmé hablando de Rimbaud. El tal deseo lo he experimentado, pues estaba en mí la frase clamorosa y monótona de Laforgue: "Oh, comme la vie est cotidienne". Pero puedo decir que no me cuadra ninguna droga.

Conozco los paraísos artificiales, desde el alcohol hasta el opio. Y bien, ningún vicio de estos me ha captado y menos aún el jeringazo de Pravaz, que en una mínima dosis química nos da el principio activo de todos los somníferos orientales. Esas pruebas han dejado en mí, después de un momento de mezquino desvarío, una repugnancia de sobremesa ordinaria, porque el escapar de las miserias estúpidas por un medio extraño a mí mismo, no cuadra a mi deseo de absoluta libertad interior. Soñar de prestado, sabiendo que mis sueños me vienen de la botica, hace reír mi orgullo ante tal recurso de capón. Por eso no he podido pertenecer a ninguno de esos infiernos, que, al decir de los adeptos, contienen virtualmente el letrero del Infierno de Dante. Tal vez sea un privilegio mío, como del autor de la Divina comedia, el haber podido entrar y salir sin dejar ninguna esperanza y sin arrastrar máculas.

Esa imposibilidad de pertenecer a una fuerza extraña reside en el ejercicio de una fuerza propia. En lugar del cinematógrafo incoloro de una película artificial, conocía la variación infinita y coloreada de la imaginación, trabajando por impulso propio.

En la tarde que tan bien piensa, al pausado tranco de mi caballo, conocía ya ese deambular al través de mí mismo en una forma pura en su fuente y más que ninguna amplia, fuerte y aguda en capacidad de percibir y comprender conjuntamente.

De ahí ha nacido mi trabajo -si puedo así llamarlo.

El hombre que ejercita su brazo tiene el orgullo de su fuerza y una gran confianza plácida al sentir que lleva en sí cuando anda como todos, ese poder latente y para él solo perceptible en la inacción.

Yo escribo mis libros. Mis libros son como una pipa: todos ven su forma, algunos su humo, muy pocos huelen su aroma: yo solo les tomo el gusto».

Un poco posteriores a la publicación de El Cencerro son estas resoluciones. Iba esta tarjeta dentro de un cuadernillo que llevaba por título YO, rodeado de un círculo, del cual se desprendían rayos hacia todos lados.

Imagen: «YO», rodeado de un círculo con rayos hacia todos lados

«He publicado dos libros. He tirado dos haces de mi cerebro en el vacío o en la mierda.

¿Dos libros buenos? No, por cierto.

Uno de ellos de cuentos; eternos cuentos de prosa sosa, con algún retazo de YO, olvidado en su tarro de basura. El Cencerro de Cristal mejor, pero en que hablo de otras cosas... en que tengo condescendencias y cadencias desgastadas por antecesores.

Ahora hablaré de mí -no por el orgullo de mi carroña humana- sino por el orgullo de la fuerza universal que canta en algunos hombres. Y la diré con la sinceridad de un egotista convencido por hechos, que no se puede ser sino uno mismo. Así pues, serlo à outrance sin temer a los capones. Los fuertes te aplaudirán».

(En otra tarjeta adjunta, estaba un rudimento de programa).

«Mi potencia volatoria.

Mi comprensión de las cosas terrestres, íntimas, humanas.

Lo que tengo de astro.

Mi aspiración hacia la trayectoria planetaria.

El llamado de los soles multicolores.

"Ser Dios-Amar"».

(Tarjeta que debe de datar del año pasado)

«Por ti, mi ingenio, he ganado una totalidad perdiendo sus partes.

La metáfora ha unido tantas cosas que lo apartado no existe.

Cada metáfora nueva me daba una parte de mundo.

Poseo una sola palabra.

Mi soledad y mi silencio se pierden en ella como dos frutas muertas en el sol».

(En la misma fecha)

«El ambiente no forma el ser sino indirectamente. El ambiente mataría lo que no está de acuerdo con él. Es el ser, por su deseo de vivir, quien va creando en sí las modificaciones.

Nuestros deseos de hoy prevén el hombre de mañana».

(Más o menos en la fecha anterior)

«Porque somos radicalmente egoístas, creemos todo perdido cuando lo perdemos nosotros. Negamos la alegría, la salud, el amor y hasta la vida cuando de ellas quedamos separados. Cada muerte que se produce en nosotros (y son muchas), nos hace pensar que la vida concluye.

Poder mirar y gozar las bellezas de la alegría, la salud, el amor, la vida, sin pensar en su relación con nosotros, debe ser la gran paz interior».

(No ubico la fecha)

«La belleza es una demostración de la verdad en el campo de la intuición».

«La verdad es una demostración de la belleza en el campo intelectual».

«La genuflexión ante una jerarquía social, empequeñece. La genuflexión por amor, agranda».

«La obediencia a la jerarquía social se trueca en servilismo. En el amor, la obediencia es una función que no necesita nombre. Adorar, incluye y sobrepasa tanto el concepto de la obediencia que esta pierde su carácter sumiso».

«Así como una mujer bonita es más verdadera que una fea, un sentimiento noble es más veraz que uno vil».

(Año pasado)

«Excelente ejercicio: Poner delante de uno algo codiciado y no obedecer a nuestra codicia».

(De hace 4 o 5 años)

«Algo ha caído en mí. Algo se derrumba y tiene frío y tirita en la postura claudicante de un mendigo.

Quisiera tener manos en mi alma, suficientemente poderosas para llamar a este hermano envejecido que se me queda».

(Año pasado)

«Lo que es enajenador en la enfermedad y el dolor físico -lo mismo podría decirse del placer-, es pertenecer completamente no solo al cuerpo, sino a una parte del cuerpo.

Lo que es admirable en la salud perfecta, es la libertad espiritual y mental que da el completo olvido del cuerpo.

Lo perfecto en el estado de salud corporal, así como lo perfecto en lo que llamamos buen tiempo -salud del día- dan sensación de no existencia1.

Son las desarmonías que uno tiene tendencia a combatir, las que por su presencia dan sensación de existencia.

Esto constituye una pequeña argumentación a favor del Nirvana.

La nada vista así equivaldría a Suma Existencia».

(Estos apuntes datan de 1917; fueron escritos en mi viaje de vuelta de Jamaica. Suenan como una despedida al vivir terrenal)

«A mí me da en el mundo por meterme donde no me llaman.

Como no me llaman de ninguna parte tengo muchas donde ir. Lo que a veces me falta es plata. Plata muy redonda que me ayude a rodar por nuestra tierra madre y sepulturera.

Largarse, a revolcón limpio por los continentes, es como hacerse mano que acaricia un cuerpo y volverse deleite en variados encantos. ¡Oh, calores y fríos, selvas, desiertos, montañas, océanos y hielos polares!

Yo sé que pronto me iré del mundo para ascender.

En el planeta futuro seré lo mismo por atavismo planetario... et sic, para arriba, en metempsícosis siderales, ¡hasta soles multicolores y más allá!

Pero, ¡oh, mi carcasa, hija de mi madre! Te quiero con todos los afectos apegados en tu epidermis, durante el tránsito de muerte a muerte que fue tu vida; pobre receptáculo de dolor, tan amplio y hospitalario, pobre carne de mi carne, en ti estuvieron mis dolores sacros».

(Esto es muy viejo. Debe ser un proyecto del tiempo de El cencerro)

«Mar - Cielo - Casas = Cero.

Un gran deseo de naturaleza. Deseo en el sol que fue anterior a toda generación y lo es de las conservaciones: humana, animal, vegetal por medio de la reproducción, en el amor físico: causa de seguir siendo a través de la muerte, por los hijos de los hijos que vencen las edades - Amén. Las amibas humanas, larvas pre-diosas, se retuercen en intelectualizadas lascivias, por escasa comprensión del querer omnipotente que está en dondequiera.

Amor, palabra supra terrestre, que es modo de ser Dios, conocedor supremo del bien y del mal; BIEN lo que está en el amor - MAL lo que queda fuera.

¡Oh eterno hipererotismo desvariador de conciencias y morales ad-querendum! ¡Gran luz y abismo plenipotenciario!...

A ti rezan los humanos en la eterna plegaria de la carne, superviviente por obra y gracia de tu milagro fecundante.

Quien se ha bañado en tu fuente sagrada sabe lo eterno del momento que es padre porque engendra, hijo porque de él nació y espíritu santo, porque en nosotros baja la luz inmortal de los dioses».

«Protagonista macho -posesión.

Protagonista hembra -dádiva.

Resultado -Dios».

«Ella tiene el pudor, ese sonrojo del ardor místico.

Él tiene la desvergüenza, esa ingenuidad de las tendencias naturales.

Ella se abre.

Él crea dando.

Y de la conjunción nace la única hermosa razón de vivir, que, al mismo tiempo, es también modo de perpetuar vida indefinidamente».

«Ella; vibra, abierta como las flores al sol.

Él; corre por su vocación sagrada tras el eterno hembra, para santificar la hostia en la copa, con ferviente ofertorio al todo extático de la naturaleza».

(Copio un pequeño proyecto de poema cuya fecha no podría fijar, pero que data, seguramente, dado su tono, de cuando no había mirado aún de frente mi deseo de espiritualización)

«Lirismos usados, sentimentalismos de molde, vanos ajedreces de la sensualidad. ¿Por qué me pedís hoy una renovación posible, pero cansadora? Mi pureza se ha mellado en la sapiencia jactanciosa y mis nervios no pueden ya ser alma.

¡Oh, poder, desear, pertenecer!

Las cosas ideales han sido empleadas como teclas de piano, sobre las cuales pasaron todas las vidas sus manos fabricadoras de sentimientos.

Las ensoñaciones han pasado como vagos algodones y queda el sexo desnudo como una espada».

(En el fondo esta aparente renunciación me huele a asqueada protesta)

Fines de Julio 1927

Sería esencial aclarar en lo posible qué pienso. Leo mucho, sobre todo libros teosóficos, que son los que más pueden acercarme a Oriente, que es, a su vez, lo que más puede, según creo, acercarme a mi más hondo modo de pensar. ¿Qué acepta mi lógica, mi intuición, mi deseo? ¿Qué rechaza? Hay una diferencia entre lo que creo y lo que quisiera creer. Si mirara a los teósofos como cualquier racionalista, los juzgaría locos. Aun así, no habría concluido con ellos. El hecho de ser su locura, una locura colectiva que abarca razas y épocas aisladas por la distancia y el tiempo, me impondría por lo menos el deseo de desentrañar las razones de ese extraño desvarío que no reconoce para desarrollarse ninguna valla mental ni material. Las épocas podrían clasificarse por tal o cual fisonomía mental que hace aceptar a un pueblo o a una época, modalidades que respecto a ese pueblo o a ese momento son originales. En cambio, lo clasificado como locura tiene una perennidad que podría hacer por lo menos dudar a quienes la tratan a papirotazos de desprecio. La ciencia de tal o cual época resuelve problemas que caracterizan tal o cual época. Las artes descubren variables modalidades de belleza. La locura espiritualista se topa siempre con las mismas máximas y los mismos hechos. Santos, iluminados, iniciados, entran en una comprensión de las cosas casi idéntica en cualquier tiempo y cualquier región. ¿Qué es esa locura que queda, en comparación de la cordura que pasa? Un libro místico o metafísico de los que han servido de base a las religiones, siempre nos sorprende en su fondo y en su forma y siempre nos parece, por lo menos, de gran efecto para nuestro pensar y nuestra impresionabilidad estética. Un libro de medicina práctica de hace cien años, nos hace reír. ¿No habrá nada detrás de las letras muertas que contribuya a esta impresión? Sí. La locura de siempre. La locura que consiste en la evasión de nuestros límites de conocimiento práctico, si entendemos por práctico la resolución por vía material de problemas materiales.

Si son locos, pues, son locos de tal estatura, que el tratarlos como lo han hecho las pequeñas ciencias del siglo pasado, es perfectamente cobarde -pues elude el combate- y pretenciosamente imbécil -pues quisiera hacernos creer que no se interesa cuando no comprende.

En el momento actual -no sé si no me hubiera sucedido en cualquier otro- todo hombre sano vive como repugnado del ambiente. El odio está a la orden del día y es bandera hasta de los movimientos sociales nuevos. La política se revuelca en la mentira como los perros en las osamentas. Las ciudades son prostíbulos más o menos disimulados, con olor a estupro y a riña de borracho (no de otro modo se ve la lucha de las ambiciones), su palabra es placer y su placer no dista mucho de lo que el cerdo pudiera entender por tal. El esfuerzo de las individualidades que pugnan por levantar el nivel es entorpecido por la indiferencia y la inercia. Cristo sigue siendo lapidado cotidianamente. Los diarios, poder temible, tratan de satisfacer al público grueso en beneficio de un mayor tiraje. El peligro de una idea lanzada en el mundo, o no lo conocen o no les importa. «El que venga atrás, que arree».

Entre medio de todo esto y de muchas porquerías más, que es mejor rechazar que enumerar, existen pequeños grupos de hombres que tratan de ser buenos. ¿Otra locura? Tal vez. Pero cuando se ha bajado a la Morgue del materialismo, y de ella se sale perseguido por un hedor adherente y dulzón, los brazos tienden hacia cualquier estrella, aunque sea inalcanzable. Y he aquí una de las más feroces estupideces queriéndonos retener aquel gesto: La estrella es inalcanzable, masque Ud. esta lonjita de carne en podritura sacada de un cajón basurero que es tan, tan real.

¿Real? Las cosas no son reales más que en nosotros y una impresión mejoradora es más verdad que una repugnante, venga esta de donde venga.

Bondad. Cualquiera sabe que es practicable, aunque le digan que solo la fuerza brutal llega a un fin práctico. ¿Qué es práctico? ¿Romperse el alma per secula seculorum por un botón de bragueta o por poderse sentar un momento en el trono del dominio para muy luego ser destronado con vergonzosos puntapiés en el trasero? Yo me río de ese criterio práctico en nombre de mi lirismo y me río de los que se ríen de verme capaz de transmutar realidades en bellezas. Yo sé que el lirismo es un poder. Poder en manos del que goza sus beneficios y en la marcha hacia un fin mejor. Nada más poderoso que un lirismo. Pero pocos saben que usan tales galeritas o zapatos o viven bajo tal moral o tales leyes sociales, porque ha habido líricos que forzaron la mano a lo que se llamaba real, en beneficio de lo que los chatos llamaron sus sueños y que no era más que un sentido más cierto de la realidad del porvenir. Las cosas que se hacen hoy, se hacen porque ayer se hizo tal esfuerzo en dicho sentido. El esfuerzo que unos pocos hacen hoy, será la ley de mañana, et sic de caeteris.

Sacrificio. Todo el mundo, o casi, dirá hoy que el sacrificio es una tontería digna de piedad. Los mismos ponderarán a un Fulano diciendo «¡Qué bueno es!» ¿Por qué les parece bueno? Porque cede en beneficio de una segunda persona un bien particular. Un hombre es bueno cuando teniendo en su cigarrera un solo cigarrillo se lo da al amigo. Ese amigo es uno de los que después lo pondera. Un hombre es bueno cuando sacrifica cualquier cosa: dinero, comodidad, situación ventajosa, etc., en beneficio de cualquiera que sea. La bondad es medida por el valor del sacrificio. ¿Por qué, entonces, se pondera lo bueno y se dice del que sacrifica algo que es «un otario» o un «benemérito» y hasta -Dios me perdone- «un Cristo»?

Porque «bueno» es el tipo familiar que a nosotros nos ha hecho un bien directamente o que hemos visto actuar en ambientes de nuestro trato, mientras el otro es una especie de «loco» -¡siempre lo mismo!-, dispuesto a sacrificarse sin que veamos el objeto material de su sacrificio. No le ha hecho hacer un traje a Pepito, ni se pasó velando a la tía, ni se acuerda todos los cumpleaños de la familia de llevar bombones al del santo.

Los hombres que ejercen las cualidades superiores de la bondad, salen del campo visual de los miopes y estos, no viéndolos, los niegan. No tienen la culpa porque dicen su verdad.

A mí es esa bondad la que sobre todas me interesa, aunque la otra me conmueva. La bondad del Cristo es la bondad de la cual las otras son pedacitos.

Hacia esa bondad se encaminan algunos y son esos algunos los que me interesan, sobre todo en el actual momento de prédica egoísta: ya para el individuo, ya para una agrupación política, ya para un país, ya para una raza, un color o un credo religioso, filosófico o social.

Ser bueno porque sí, como un manantial, es de agua.

Según infiero de mis lecturas, el grado de evolución espiritual no mejora -por lo menos rápidamente- la capacidad intelectual o literaria. Si la influencia fuera casi instantánea, como la revelación, las personas iniciadas en cualquier grado comenzarían de hecho a demostrar una mayor sabiduría y una mayor capacidad de expresión. Los que escriben libros espiritualistas y sobre todo los teósofos suelen demostrar que tal cosa no sucede. ¿Por qué los que han alcanzado el conocimiento de las leyes del ritmo -por ejemplo- no son sino mediocres poetas? ¿Por qué los que están fuera del camino espiritualista y fuera de toda agrupación religiosa u ocultista o esotérica sobrepasan en maestría de ritmo y en grandeza de conceptos a los que están muy por encima de ellos en grado de espiritualización? Unos parecen tener mayor privilegio en su conocimiento y otros en intuición. Pero el hecho es que los evolucionados espiritualmente han hecho justamente por la intuición su desarrollo. El problema no me presenta soluciones fáciles.

Los espiritualmente desarrollados suelen decir que de tal o cual cosa el profano no entiende, siendo un ciego ante las verdades luminosas que no puede siquiera percibir. De acuerdo; pero lo malo está en que, en el terreno de la palabra escrita, que muchos teósofos han elegido como su medio de trabajo y de propaganda, los iniciados parecen ser los profanos. No creo que, como demostración de capacidad poética y literaria, sea cuestión de partir de un principio arbitrario -como, por ejemplo: este escrito es espiritualista, luego es mejor; aquel es profano, luego es peor-, sino de demostrar por la obra la superioridad de las facultades intuitivas. Tal no sucede, y podría hacerse a los teósofos el argumento que ellos hacen en cuanto a la ceguera de los no iniciados en sus misterios: Son ciegos que no perciben ciertas cualidades de la palabra. De la palabra, por la cual se crea.

Pero esta polémica de nada sirve. Para mi fuero interno y en vista de un provechoso desbrozamiento de mi huella, tengo por cierto, hoy por hoy, que los poetas, si bien no iniciados en los principios básicos y generales recibidos a raíz de una entrada en los campos superiores del conocimiento, tienen en su propio campo más afinada la intuición que los videntes de planos muy superiores al de ellos.

Esto me persigue desde que -y hace ya un tiempo que leí la primera- han caído entre mis manos varias descripciones del estado extático. Las descripciones o son exteriores -y entonces se limitan a exponer la imposibilidad de verter en palabras lo sentido o visto y se mantienen en una prudente o modesta reserva- o, disculpándose de una casi inútil intentona, entran francamente en materia tratando de sugerir. Y he aquí la falla. Cuando podría esperarse no la descripción exacta, que es imposible en toda exaltación, sino la exaltación misma -eje de toda poesía y siempre inexpresable- eligen la descripción de la cosa y nos dan una mediocre sensación de su estado. Estado también es el de amor humano y aunque también indescriptible, nos ha dado páginas de verso y prosa no precisas, pero diría contagiosas. No es el rostro de la persona a quien elevan al rango de ídolo lo que nos quieren presentar, no es una descripción cabal y total la que intentan, sino la transmisión de lo que ellos sintieron en tal estado.

Salvo en los grandes textos, Biblia, Gita, etc., no sentimos esto y no creo que sea culpa del sujeto. ¡Cómo podría ser, siendo este el mejor y el más intenso!

La idea de lo que es bondad, me parece, en el gaucho, muy justa; a lo menos para lo que yo entiendo por bondad.

El gaucho dice muy rara vez bueno en el sentido más usual. Bueno para el gaucho es casi sinónimo de útil. Un güen caballo, un hombre güeno pal trabajo, un güen lazo o una güeña mujer son cosas excelentes en sus desempeños. En cambio, el paisano usa la palabra servicial, entendiendo por ello, cuando la aplica al hombre, la virtud de hacer algo en favor de los otros, sin o con desmedro de su propia conveniencia.

Julio 1927

He apuntado hace unos días que lo esencial sería saber qué pienso.

Error. Largas disertaciones no me llevarán a nada. Mucho mejor engranar de nuevo mi actividad en mi obra literaria. Ayer he tenido la certeza de que lo demás son tortas y pan pintado. ¿Por qué yo también iría a meterle a la matraquita de la razón? «Travailler, travailler, travailler». O alcanzo lo más alto de mí mismo cantando on the top of my voice o pierdo el tiempo en querer ser mi vecino.

Basta.

Pequeñas frases ayudadoras, sí me serían útiles.

Así será hasta nuevo aviso.

Querer llegar es ansiar la iluminación, el Nirvana, como quiera llamársele. No quiero llegar.

Quisiera en el mundo la cesación de un estado de cosas que me repugnan. Para mí la idea de aniquilación «post-mortem» de los materialistas, no es una tortura. A veces tengo ganas de dormir, dormir, dormir, largamente. La idea, en cambio, de infligir pesadumbre por mi muerte a los que quiero, me es insoportable. Por ellos quisiera vivir y ser fuerte y poder prestar mi fuerza.

Decirse -según las teorías espiritualistas- que uno va a prolongar la vida de los sentimientos y las congojas más allá de la muerte, es torpe. Por evitar esto tendería uno con toda su aspiración a la liberación, como la entienden los orientales. Sin embargo, no hay que ser apóstata de la vida. De su noble parte nadie se cansa. On se lasse de tout excepté de connaître. ¿Hay mengua de vida en la iluminación o el Nirvana? Al contrario. Suma existencia, sumo conocimiento. ¡Oh, cómo se tienden los brazos hacia ese fin!

La única apostura digna de madurarlo a uno es la de tensión. Tender es el gesto precursor de crecer. Todo en el mundo lo obedece.

Para tender hay que ignorar. ¿Qué mutación y, por consecuencia, qué aspiración podría tener quien, sabiendo, no puede ya ir?

Los hombres de ciencia deberían preguntarse si existe una materia imponderable -o, más bien, un estado primario en sutileza de la materia- sobre la cual nuestros pensamientos tuvieran acción. Si es que sí, quedaría de hecho como veraz la existencia material del pensamiento, o por lo menos de sus cuños. Y aquello de los «anales akásicos» -un poco infantiles en su denominación; más me gustaría memoria universal materializada- sería una extraordinaria verdad.

¿Existe en nosotros una fuerza magnética de índole idéntica a la fuerza latente y activa de nuestro mundo? Si es que sí, la iluminación o el Nirvana son naturales como más no pueden serlo. Todo está en saberse poner en estado receptor.

Escuchar es una gran palabra y casi sinónima de tender. Escuchar es prepararse a la recepción -verdadera comunión- de lo ignoto y esencial. Rezar es, en cierta forma, un poco burda, escuchar y tender. Del gesto en tensión del rezo puede llegar la capacidad de establecer el contacto que produce la iluminación.

La quietud perfecta en todo lo circundante y la propia quietud, crea el estado de gran percepción. Un día quieto en temperatura -la media parece inexistencia de temperatura- quieto de viento, -cesa la sensación de contacto del cuerpo con algo- la quietud de los sentidos -salud perfecta es olvido del cuerpo- producen la inexistencia exterior. La ausencia de pensamientos a raíz del olvido corporal, crea la inexistencia interior.

Entonces se percibe.

Por una exaltación puede encontrarse el estado, aun en medio impropio. La exaltación, cima de nuestro sentir, trae por saturación la serenidad. El límite alto de nuestra exaltación es el límite bajo del paisaje de otro mundo más sutil.

Sobre la cima del monte es cuando se cree vivir en el cielo.

Tenías los brazos abiertos y en tu pecho cabía el mundo. Las estrellas andaban siempre, a pesar de tu dolor reducido a la estatura del hombre.

Y había una palabra en todas partes. Y los que en torno tuyo no comprendían eran un cuadro pequeño de carne ignorante y egoísta.

Al fin abriste los brazos definitivamente para sobrevolar tu imagen humana.

Y hubo un pensamiento oscuro, oscuro en las cosas, y los hombres tuvieron miedo.

Tres días esperaste para surgir.

Algunos habían seguido tu martirio.

La pequeña Jerusalén, inquieta de harapos y discusiones, seguía picoteando sus migajas de ideas y nada supo de los siglos por venir y de tu advenimiento en el hombre.

La pequeña Jerusalén inquieta como un sarpullido y piojosa y mugrienta, seguía tirada en sus calles: gusanera en la herida.

-Te doy tres por veinte.

-No, te doy veinte por cuatro.

-¡Me arruinas!

-¡Me robas!

Tu serenidad no tocaba siquiera las cúpulas de sus templos.

Así pasaste y viniste hacia nosotros.

Julio 1927

Escribir, escribir, un poco al tuntún, dejando al pensamiento guiar la pluma y también la pluma al pensamiento. Irse barranca abajo del declive por lo subconsciente y dejar las imágenes substituirse en una fértil fuga de caleidoscopio. Un día la inquietud se agotará como la de una mariposa, para inmovilizarse sobre la flor de la serenidad. Entonces la savia de vida ascenderá en nosotros por la atracción de nuestra sed.

Debería llegar a encontrarme, dentro de mi trabajo, en el estado más cómodo. Sentarme a escribir con placer. Ir a la deriva de mis pensamientos con soltura y sin contrariedades. Crearme un hábito capaz de intensificar mis ideas y acostumbrarlas a salir de mí con la fluidez de todo lo que surge por natural función: ojo de agua, lluvia, crecimiento. La costumbre de pensar así, pronto me habituaría a la creación constante. No habría tropiezos, ni trabajo, ni dolor de producción; habría simplemente un camino abierto por el cual andaría con la naturalidad de un andante sin apuros ni fatiga.

Tan es buena esta última proposición que solo poniéndola en camino me acomodo y complazco. ¿No era así como lo hacía antes? Y qué buena actividad mental la mía entonces y qué a mano de ella estaban mis intuiciones. Tal vez tuviera una ventaja sobre ahora, la de la ingenuidad. No me fijaba en las ideas encontradas porque no las observaba, mientras hoy mi intelecto espía el significado de cada una con relación a lo que he leído. Pero puedo volver a esta ingenuidad. Todo está en pertenecer a mis intuiciones y dejándolas crecer, darles salida, o si no, mejor, dándoles salida, dejarlas crecer.

Una ventaja llevo. Si en mi ingenuidad no reconocía la excelencia del sistema y sus virtudes espirituales, hoy mi experiencia sabe que es en el movimiento fluvial de mi pensar donde encuentro lo mejor mío y mi exaltación.

¿Qué importa que me repita? Hay ideas madres que justamente deben volver a una continua revisión. De las repeticiones saldrá la posibilidad de un conocimiento.

El tema de mi meditación escrita, es lo de menos. Lo importante es llevarla a una cúspide.

Las ventanas están abiertas al verano; un pobre verano llorón que se llueve a sí mismo con una monotonía paciente, constante. Afuera es el verano y el mundo. El mundo en el cual entraré para sufrir su influencia e imponerle mi pequeña parte de creación. Siempre el mundo sigue, como el verano, monótono y llorón, lagrimeando sus dolores en razón directa de sus exigencias. Las pasiones agarran al hombre por la nuca y exprimen su energía y le dan empleo y papel que desempeñar. Sin pasiones el hombre se acabaría en el renunciamiento, dejaría de existir por falta de razón para ello. Yo no quiero el torbellino pasional, ni espero en vagas recompensas de mi sufrir una limosna del hombre. Sin embargo, no caigo en aniquilamiento. No quiero pasiones porque no quiero para mí un premio insuficiente. La fama no me turba, el orgullo me parece tonto, la inquietud descentra mi espíritu y estorba mi potencia de trabajo. Quiero trabajar y sé encontrar en ello el mejor de los premios. En el ejercicio de mi fuerza pulso mi vida, una vida aumentada. La satisfacción está en mi propia sensación de poder creador y creo para los otros. Para que los otros quieran lo que quiero. Así establezco a veces un guion de armonía entre gentes que se ignoraban. Además, un valor nuevo -pequeño o grande igual da si es expresión de un temperamento que como todos nunca se repite- un valor nuevo cae en el mundo y corre su suerte entrando en ellos, deformándose según el poder creador de cada individuo que en sí le da existencia. De la idea o el sentir de un hombre nacen miles de ideas y sentimientos en otros hombres.

Y eso es gravitar sobre el mundo. Todos, más o menos, gravitan sobre el mundo. Menos, el que solo acepta; más, el que incorpora y devuelve.

La palabra profundo, de uso tan germano y europeo en filosofía, me es insoportable. Profundo es un pozo, la noche, el precipicio, el infierno, la ignorancia. Y vaya si en las páginas de los sistemas filosóficos he tenido la sensación de una pesadilla profundamente torturante por su girar inútil en una oscuridad baja, baja y trabajosa como un delirio de fiebre o de jaqueca. La palabra ha sido un daño y si la reemplazáramos por claro o alto o noble, tendríamos enseguida además del bienestar reconquistado, una posibilidad de explaye intelectual que se había hecho imposible en la mazmorra de lo profundo.

Si Le sous-sol de Dostoievski es un cuento profundo, le prefiero el más leve pastito asoleado que, en su síntesis de cosa que tiende hacia ARRIBA, es más universal y más claro.

La evolución hacia sí mismo es para mi ascensión y nada tiene que ver con profundo.

No he podido nunca entrar en un sistema. He seguido algunos pensamientos concordantes en un filósofo, pero ni he visto ni he querido ver el lugar al que quería llevarme. De la portada de un libro sabía que se me iba a querer convencer por vías de la razón y me oponía a ser convencido.

Como un hombre de campo que sabe lo que el campo es, me sentía tomado de la mano -como que se me iba a querer forzar- para ser llevado al límite de una casita construida aparte del campo entre paredes hostiles al afuera. Allí se me querría convencer de que un voluntario orden de varios árboles y los parterres de un jardín y una bomba oscura para tirar agua, eran la verdad de la naturaleza. Yo me aburría, no escuchaba y rompía cualquier ventana para salir, dejando el discurso a medio chorrear, en boca de mi organizador de profundidades.

El símbolo oriental de la perfección es el loto: las raíces en el barro, el tallo -esfuerzo hacia la flor- en el agua y la flor en la claridad.

Eso es lo contrario de lo profundo y es lo deseable.

Lo importante es encontrarse en la cima de uno mismo. En la cima de sí mismo se está como en el vichadero de un rancho, en contacto con más mundo. Y cuanto más mundo se ve, más mundo se adivina en lo no visible. Curioso: aprender, en el terreno material, es apoderarse de una cosa; aprender, en el terreno de las capacidades superiores, es abrir ventanas para recibir un beneficio y al mismo tiempo entrever mil ventanas más, susceptibles de presentarnos cada vez mayores perspectivas. El saber material mata lo que conoce. El saber verdadero da vida sin perderla y multiplica sus promesas. Si en el primero hay un punto final, en el segundo hay millares de mayúsculas para comenzar nuevos párrafos.

Podría decirme que en mi nueva busca no camino solo ni trato de aislar mis ideas como únicas posesiones personales. Eso, hoy, no me importa. En la situación de antena o de árbol en el viento que deseo para mí, hasta nueva orden, todo prurito de posesión está ausente. Sé la fuerza del mar y del temporal y no me niego a la gravitación de los miles de esfuerzos de otros sobre mis esfuerzos. En mi pequeña barca voy junto a la barra que no largo, pero lo inmenso en derredor no me halla con los sentidos lacrados.

Octubre 6 de 1927. París

¿He tenido el más débil vislumbre de lo que se llamaría éxtasis?

¡Sí!