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El vulnerado silbo indestructible

Primer premio del certamen de poesía Manuel Molina, patrocinado por el Ateneo de Alicante


Manuel Parra Pozuelo



Para Miguel Hernández y Manuel Molina, poetas, in memoriam.




    Que tengo un espejo
en cada barranco advierte
y menos la de la muerte
todas las voces reflejo.



Miguel Hernández, Escena V, Acto III, Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras.                





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Preliminares



Yo sé que en esos sitios tiritará mañana
mi corazón helado en varios tomos.


Miguel Hernández, Llamo a los poetas.                



El pasado no ha muerto, nunca muere
la verdad que en los versos se dibuja,
está siempre presente y siempre empuja
a lo sufrido hasta el sentir que hiere.
Lo vivido retorna y se requiere
volver a lo que fue, a lo que estruja
el corazón con su recuerdo, y puja
sin que pueda decírsele que espere.
Por eso voy a hablar de aquel pasado
que transcurrió hace mucho, hace ya tanto,
pero vive en los libros y en los versos,
y quisiera que, al verlo retratado,
se volviera a vivir aquel espanto
y sus contrarios sinos, ¡tan adversos!






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Los silbos nacen y el de Miguel se aleja



Partir es un asunto dolorido
como morir; al muerto y al ausente
ni la fotografía más ferviente
ni las cartas lo sacan del olvido.


Miguel Hernández, Otros sonetos.                



Donde estaban las huertas y las flores,
los jazmines, las rosas, la amapola,
allí estaba Miguel que, de ola en ola
en verso iba poniendo sus amores.
Junto a él, Fenoll, Molina, los mejores
de aquella juventud, su caracola
hacían también sonar, y eran corola
o coro de cantores ruiseñores.
Panes ganando, esclavos del trabajo,
su yugo a todos tuvo prisioneros,
salvo a Miguel que abandonó su tajo
y con versos ingenuos y primeros
quiso poner el mundo bocabajo
y la altura alcanzar de los luceros.




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El pastor poeta



Os repito: me he creído
que ¡vamos! que tengo pasta
de poeta. Que yo puedo
volar muy alto sin alas.


Miguel Hernández, A todos los oriolanos.                



Carlos, Ramón Sijé, Don Luis Almarcha
son personajes de esta primer hora.
El drama está naciendo, está la aurora
dejando por las huertas frío y escarcha.
Miguel el hato junta, y ya la marcha
se inicia por la senda, donde ahora
su silbo le acompaña, cual sonora
y pastoril o primitiva jarcha.
La lírica pasión, en Miguel, crece,
su voz quiere brotar, hacerse espuma
que inunde el transcurrir agreste y duro,
el pastor en sus ansias se estremece,
e, imaginando altura y gloria suma,
empieza a caminar hacia el futuro.




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Las tres salidas



Topado por mil senos, embestido
por más de mil peligros, tentaciones
mecánicas jaurías
me seguían lujurias y cláxones,
deseos y tranvías.


Miguel Hernández, El silbo de afirmación de la aldea.                



Como el otro Miguel soñó a Quijano,
también Miguel asume su destino
y tres veces emprende su camino,
y empieza a ser Miguel menos huertano.
Difícil fue la senda, nunca a mano
estuvo la abundancia, y fue su sino
bien colmado de penas, y su vino
el poso tuvo del dolor humano.
Tras su primer salida, fue apresado
regresando a Orihuela, aunque, aclamado
por sus fieles amigos verdaderos,
ni penas, ni escaseces, ni fracasos
capaces fueron de parar sus pasos,
que en busca de la fama iban ligeros.




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En busca de la poesía



¡Poesía! Yo querría
definirla con los versos de una estrofa cincelada
por un mágico poder de hechicería;
mas la pobre lira mía
es muy poco para tanto. Menos... ¡Nada!


Miguel Hernández, Poesía.                



El silbo de su voz estremecida,
sonando entre las huertas y las flores,
tuvo un coro de pájaros cantores,
en momentos primeros de su vida.
Mas fue Miguel caballo que la brida
del cansino existir y sus sudores
pronto rompió, en busca de mejores
aires donde su voz fuese aplaudida.
Poeta se llamaba y lo decía
tan alto como pudo, y hasta el cielo
su voz quiso alcanzar desde aquel día
en que hablo del dolor y el desconsuelo
con que colmó su vida y su poesía
de inalcanzable y tan humano anhelo.




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Josefina Manresa


No te niego que he conocido a otras mujeres, pero he visto la diferencia enorme que hay entre tú y ellas. Tú vales más que ninguna: eres sencilla, buena, honrada y tienes todo lo que yo puedo y quiero exigir a una mujer.


Miguel Hernández, Carta a Josefina Manresa, Marzo, 1936.                



La pintora que fue Maruja Mallo,
o antes María Cegarra, la escritora
fueron amores, fueron, en la aurora,
las nubes paridoras de su rayo.
Mas no fue en ellas donde fue el desmayo,
que no fue en ellas ni en aquella hora,
cuando en sus versos el amor aflora
al decir lo que dijo y yo no callo,
cuando habló de su pena y de ninguno
más penado que él y menos cardo.
El amor absoluto fue su sino
hasta dejarle umbrío y casi bruno,
hasta herirle con furia de leopardo,
y hasta unir Josefina a su destino.




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Manuel Molina




Amigo de tierra libre,
sin Estudio ni Despacho
para escribir. Sólo tierra,
sólo monte, sólo espacio,
sólo soledad, silencio,
sólo huerto y pobre patio.

De allí salieron los versos
como si fueran milagros,
los truenos de la emoción
y la emoción de los rayos.


Manuel Molina, A Miguel Hernández                


«He llegado al cabo de mi obra que quise hacer sacramental. Para la mitad de la semana que se nos hecha encima le mandaré lo hecho que falta».


Carta de Miguel a José Bergamín, referida a la terminación del auto sacramental que inicialmente se tituló La danzarina bíblica y finalmente fue publicado con el título Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras.                



Junto a Miguel está Manuel Molina,
y ante sus ojos nacen resplandores,
cuadros esplendorosos y pastores
con los que el auto acaba y se culmina.
Ante el joven Manuel, la bailarina
danzando está entre lirios y entre flores,
y Miguel sueña con espectadores
para escena que quiso ser divina.
La amistad que se inicia en esas horas
atraviesa las penas y el espanto,
traspasa los silencios y fracasos,
y se encarna en palabras turbadoras
o en versos repetidos tanto y tanto
que norte fueran siempre de sus pasos.




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Pidiendo y dejando de pedir


Necesito enseguida las setenta pesetas que te pedía en mi telegrama que supongo habrás recibido. No me quedan más que unas pesetas para dormir y comer hoy martes. Pídeselas al señor Alcalde o a quien tú creas que te las dará. Envíamelas telegráficamente para poder salir mañana noche miércoles para Orihuela.


Miguel Hernández, Carta a Ramón Sijé, Mayo, 1932.                



Aquí tengo una voz enardecida,
aquí tengo una vida combatida y airada,
aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.


Miguel Hernández, Recoged esta voz.                



Era el pedir preciso y él lo hacía.
Pidió, terca, constante y pobremente,
tanto pidió y tan repetidamente
que casi natural le parecía.
Mas en el treinta y seis llegase el día
en que pudo vivir valientemente,
sin a nadie pedir, y airadamente
entrar como uno más en la porfía.
Entonces, de ataduras liberado,
a las trincheras, sin dudarlo, acude,
y es su palabra viento emocionado
e indignado temblor que lo sacude
y cabalga en sus versos desbocado:
y ya nadie es preciso que le ayude.




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Precipitado en las sombras



Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.


Miguel Hernández, Eterna sombra.                


Almarcha y toda su familia y demás personas de su especie que se guarden muy bien de intervenir en mis asuntos.


Miguel Hernández, Carta a Josefina Manresa, Abril, 1941.                



Y fue imposible levantar el muro,
las esperanzas fueron derribadas
y fueron las salidas taponadas,
y no hubo espacio, ni aun hogar seguro.
De nuevo el suplicar, de nuevo el duro
pedir sin encontrar y hallar cerradas
puertas con mil cerrojos clausuradas
y no tener presente ni futuro.
Así fue el tiempo aquel, aunque él, altivo,
cuando le fue ofrecido el desdecirse
no quiso responder y, aunque cautivo,
no admitió renegar ni convertirse,
por más que, al final, fuese un muerto vivo
que en su verdad siguiera hasta extinguirse.




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Atraviesa su muerte



Así, noche tras noche, sucumbiste,
en medio de una España negra y triste
como el toro en la plaza como el toro.


Blas de Otero, 1939-1942                



Oscureció su sino y tristemente
por cárceles de espantos habitadas
pasó Miguel sus horas torturadas,
muriendo lenta y despaciosamente.
Cuán trabajosa y cuán inútilmente
le advirtieron con gestos y miradas
que, estando sus jugadas acabadas
era inútil luchar contra corriente.
Musitó: desgraciada Josefina
en el final instante decisivo.
Cuando ya su vivir se le termina,
Miguel expira como un árbol vivo,
herido y moribundo, que declina
con cósmico temblor definitivo.




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Los cinco silbos que Miguel nos deja para que siempre su palabra viva



y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos



No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
Libre soy. Siénteme libre.
Sólo por amor.


Miguel Hernández, Cancionero y romancero de ausencia.                




Miguel en cinco silbos se refleja,
cinco fueron los libros que él escribe,
cinco legados donde sobrevive
al olvido y al tiempo que lo aleja.

Los cinco silbos que Miguel nos deja,
son cinco estancias donde se percibe
el alma de Miguel, donde pervive
su inconsolable y tan amarga queja.

Desde lunas a ausencias el viaje
del perito empujado por los vientos
va del pueblo a la pena, y lleva un traje
cosido con suspiros y lamentos
de un corazón crecido en el ultraje
de lutos y de llanto y sufrimientos.




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Perito en lunas


Cuando el poeta es recta unidad y torre cerrada, cruza, pariendo su tercera luna: es el poema de rito inefable, producto de la «acción transformadora y unificante de una realidad misteriosa», es la estrella pura, en delirio callado de tormentos deliciosos.

Miguel Hernández ha resuelto, técnicamente, su agónico problema conversión del «sujeto» en «objeto» poético. Porque la poesía... y su poesía, con musculatura de grumete... es, tan sólo, trasmutación, milagro y virtud.


Prólogo de Ramón Sijé a la primera edición de Perito en lunas.                



Salidizo de sombras y de umbría,
más Góngora que huerta y más de luna
que de sol y de estricta geometría,
con voz más sonorosa que ninguna
el perito trasmuta geografía
y con altos vocablos desayuna:
y miguelhernandiza los corrales
de octavas prepotentes y reales.




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El rayo que no cesa (I)



A ti sola, a ti sola:
por aquella promesa
de color de amapola
que hoy te besa y me besa,
juntos de nuevo
respirando las rosas
y cogiendo los ramos
de tu amor y mi amor.


Palabras con las que Miguel Hernández dedicó a Josefina Manresa El rayo que no cesa.                



Umbrío por la pena casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.


Miguel Hernández, El rayo que no cesa.                



Triste de amor en el amor insiste,
tanto que convirtiera todo en llanto:
triste de amor y tanto, tanto y tanto
que sólo fuera triste, triste y triste.
Triste de amor en el amor persiste
y va diciendo cuanto, cuanto y cuanto
lo sigue y lo persigue un dulce espanto
que de pena lo viste y lo reviste.
Desalentado en penas y azucenas,
su corazón, donde la pena estalla,
como mar que besara sus arenas,
espumoso y fatal, sólo se calla,
cuando el fanal se rompe de sus penas,
y así le da a la pena ciento y raya.




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El rayo que no cesa (II)


La otra noche he soñado contigo toda la noche, y mi sueño era muy bueno: éramos ya esposos y hasta teníamos un hijo; tú te habías dejado crecer el pelo hasta los pies y me hacías jugar con él y me dabas aire con un abanico. Estábamos en una casa completamente solos y nuestro hijo salía corriendo a un jardín, no, creo que era un huerto, y tú le mirabas irse, riéndote...


Carta de Miguel Hernández a Josefina Manresa, de 22 de Marzo de 1936.                



Con la pasión volcánica del toro
y anhelando el cobijo de los besos,
sus labios, ya contritos y confesos,
eran un largo vendaval sonoro.
Siguió Miguel cautivo de su lloro
y caminando tras los besos esos
en que quedaron sus amores presos
tras un brillar de femenino oro.
Propicia fue la noche al desposado
y, al escuchar cantar los ruiseñores,
advirtió el despertar de nuevas flores
nacidas del cantar apasionado
de una sangre que en otra busco aliento
y en ella iba sonando por el viento.




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Viento del pueblo


Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hasta las cumbres más hermosas. Hoy, ese hoy de pasión, de vida, de muerte, nos empuja a ti, a mí, a varios, hacia el pueblo. El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo.


Prólogo de Miguel Hernández a Viento del pueblo, con el que dedicó este libro a Vicente Aleixandre.                




La muerte se anunciaba tras herrumbrosas lanzas,
tras sangre de caballos y de lirios tronchados.
Pero también nacían violentas esperanzas
en puros corazones hasta ese día humillados.

Miguel, hecho de barro y de penares hecho,
compartió sus trincheras y habló de sus temores,
y le nació en el alma y le nació en el pecho
una estrella de rojos y vivos resplandores.

España fue asolada con despiadado fuego
y Miguel recorría trincheras y hospitales
y en su viva palabra lo reflejaba luego
y en sus versos la sangre dejaba sus señales.

Asesinos laureles y mitras inclementes
derribaban murallas de corazones hechas,
y Miguel defendía con el alma y los dientes
a los que defendían su casa y sus cosechas.

Lleno de la certeza que nació con el día
en el que el yugo rompiera de los niños yunteros,
sus versos se colmaron de rabia y de elegía
cuando lloró la muerte de tantos compañeros.

Y en sus versos de entonces toda la sangre grita,
cantando las hazañas, tan terribles y hermosas,
de los que entre fusiles y entre la dinamita
buscaban implacables a implacables esposas.

Y un hijo le naciera con el puño cerrado,
y lo soñó sin guerra, tan libre como el viento,
que alentaba en su canto miliciano y airado,
y que venía del pueblo, fraternal y violento.

Y sus versos emergen entre mares de llanto,
de estremecida rabia donde la estrella brilla
como un puro diamante al borde del espanto,
como una altiva sangre a la que nadie humilla.




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El hombre acecha




Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y esperanzas.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.


Miguel Hernández, Canción última.                




Tras dos años de sangre, tras dos inundaciones
de sangre que anegaba pueblos y cordilleras,
desalentados fueron aquellos corazones
que con tanta esperanza levantaron trincheras.

Amenazaban turbios y oscuros nubarrones
a aquel triunfante mayo y a sus rojas banderas,
y hombres que habían luchado con furia de leones
envueltos en derrotas cruzaban las fronteras.

Aún volcánico el toro pudo cambiar la suerte
y a aquellos carceleros de aldabas y cerrojos
dejar, tras sus barrotes, condenados y presos.
Todavía pudo el toro luchar contra la muerte,
y, escuchando los llantos de innumerables ojos,
Miguel pintó su casa de esperanzas y besos.




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Cancionero y romancero de ausencias



Si este libro se perdiera
como puede suceder
se ruega a quien se lo encuentre
me lo sepa devolver.
Si quiere saber mi nombre
aquí abajo lo pondré.
Con perdón suyo, me llamo
M. Hernández Gilabert.
El domicilio, en la cárcel.
Visitas, de seis a seis.


Versos escritos por Miguel Hernández en las tapas del cuaderno de Cancionero y romancero de ausencias.                


Relación de los efectos propiedad del fallecido hoy a las 5,30 horas, Miguel Hernández Gilabert: 1 mono, 2 camisetas, 1 jersey, 1 camisa, 1 calzoncillo, 2 fundas almohada, 1 correa, 1 toalla, 1 servilleta, 2 pañuelos, 1 par de calcetines, 1 manta, 1 cazuela, 1 bote.


Parte suscrito por el oficial de prisiones, en Alicante, el 28 de Marzo de 1942.                






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I



El palomar de su casa
y el limonar de su huerto
yacen como un lirio muerto,
y son sólo flor que pasa
y nave que no va a puerto
y que un mal viento la abrasa.



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II



Los albos albañiles constructores del muro,
la escoba que en el polvo fuera condecorada,
y la esperanza insomne que soñaba el futuro
todo, y Miguel con ello, se sumergió en la nada.




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El labrador de más aire



Nadie se deje morir
mansa y silenciosamente
para que a la humilde frente
no le vengan a escupir.
¿Por qué no lleváis dispuesta
contra toda villanía
una hoz de rebeldía
y un martillo de protesta?


Juan, Escena IV, Cuadro segundo, Acto tercero, de El labrador de más aire, de Miguel Hernández.                



Miguel quiso acompañar
a los bravos milicianos,
y, a favor de sus hermanos,
su voz hizo resonar.
Escribió entonces escenas
donde, en verso, iba poniendo
lo que iba al pueblo diciendo
de sus luchas y sus penas.
Dibuja así labradores
celosos de su opinión
que, con furia de león,
son valientes luchadores.
También pinta a los borrachos,
los que viven para el vino
y lo beben tan sin tino
que le dan su vida a cachos.
Son estos sus personajes
y así sus obras nos dejan
estampas que nos alejan
de cotidianos ultrajes,
mas, al mirar con cuidado,
vemos que el rico y tirano
es parecido y cercano
al cacique más odiado.
Y Miguel Juan quiere ser,
y al igual que él de valiente,
en palabras de la gente,
esa fama merecer.
Así, si Juan se nos muere,
fácil es de deducir
que a Juan haciendo morir
a otro Juan él se refiere.
Fue Juan-pueblo quien tenía
en gran peligro su vida,
y Miguel la acometida,
de la traición, advertía.
Alonso, el gran envidioso,
quiso a Juan asesinar
y el amo quiso ayudar,
mediante ardid mentiroso.
Don Augusto aspira a dar
muerte a Juan-pueblo al instante
para que nadie levante
cabeza al verlo pasar.
Así Miguel lo describe
y dice a Juan-labrador
que ha de vencer al temor
y al peligro con que vive.
Juan-pueblo muere en escena
y así se nos dice a todos
que habremos, de todos modos,
evitar nuestra condena.
Encarnación, la más bella,
no pudo impedir su muerte,
pues fuera el golpe tan fuerte
que apagó su buena estrella.
Mas mejor hubiera sido
poner antes el remedio
y haber quitado de en medio
al traidor y fementido.
Eso nos quiere decir
El labrador de más aire
y Miguel con su donaire
bien nos lo supo escribir.




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La ascensión al Parnaso



Puras noches nerudianas.
Miguel Hernández olía
a oveja y calzón de pana.
¿Y Federico? A canciones
con jardines de arrayanes
y con patios de limones.
¡Casa alegre de las flores!
Sobre Madrid cómo abrías
ventanas y miradores.


Rafael Alberti, Coplas de Juan Pandero.                


Hay mucha mentira en todo, querido Carlos. Estoy sufriendo cada desengaño con amigos que he creído generosos y perfectos. Procuro verme con todos ellos lo menos posible. A veces, ante las situaciones que observo de envidia, rencor, mala intención o veneno, que de todo encuentro, me dan ganas de mandarlo todo a hacer leches.


Carta a Carlos Fenoll, Febrero de 1936.                



Poetas de amor y odio coronados
escriben sin cesar su antología,
Miguel también quisiera ser un día
famoso igual que los antologados.
Neruda y Aleixandre, deslumbrados,
por aquel corazón en donde ardía
el fuego de la vida y su alegría
en su amistad vivieron hermanados.
Cernuda y Federico, tercamente,
no admiten que el pastor se les iguale,
e, ignorando su voz, en lo que vale
a Miguel entristecen torpemente.
Mas Miguel con su muerte justifica
la entrada en el Parnaso que suplica.




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La vida de Manuel Molina, después que Miguel Hernández y tantas otras cosas murieran



Sin pasado, presente ni futuro
agoto la esperanza con la espera
de un soplo de ilusión que mantuviera
este edificio pobre e inseguro.


Manuel Molina, Protocolo jubilar.                



A veces -como ahora- me enfrasco en la lectura
de un texto amable y dulce como un veneno activo,
y poco a poco el sueño va ganando mis ojos,
y me quedo dormido, como un hombre cualquiera.


Manuel Molina, Otros poemas desde 1994.                



Buscó Manuel, en tiempo triste y frío,
la primavera alegre y soleada,
buscó Manuel la huerta cultivada
en paraje que fue sólo baldío.
Manuel sólo encontró un escalofrío
cuando buscó la luz de la alborada,
y, si buscó una patria mañanada,
sólo encontró un solar hosco y sombrío.
Sólo en la paz serena de su casa,
sólo entre los recuerdos de otros días
le fue dado el vivir libre y sin tasa
sus honradas y limpias alegrías,
sólo allí pudo hallar la primavera
que con Miguel soñó ¡tan verdadera!




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El recobrado canto



   Como en aquel otoño
adolescente, de aquel
Octubre del cuarenta
cuando la paz aquella
de muerte y amargura
nos ahogaba
en plena juventud.


Manuel Molina, Protocolo jubilar.                



¿Qué hice para que pusieran
en mi vida tanta cárcel?


Miguel Hernández, El último rincón.                



Pero hay un rayo de luz en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.


Miguel Hernández, Eterna sombra.                



Todo arrasó inclemente la tormenta,
la tempestad feroz y despiadada
que fue tan pertinaz como violenta.
Miguel estuvo con la sojuzgada
bandera que blandieron sus hermanos,
aunque tras rejas fuese encarcelada.
Allí su voz tanto como sus manos
iguales fueron que habían sido antes,
y aunque los vencedores inhumanos
le asediaran, crueles e incesantes,
incólumes siguieron sus sinceras
palabras repetidas y constantes.
No hubo entonces dichosas primaveras,
se oscureció entre sombras la alegría,
cerradas y lejanas las fronteras,
sólo el silencio y el temor nacía
donde Miguel antaño había crecido.
Manuel le dijo que mejor huido
hubiera estado que seguir presente
donde hubiera podido ser querido,
pero Miguel, confiada y ciegamente,
sin ver la magnitud del aguacero,
arrastrar se dejó por la corriente
que hasta el mar lo llevó, a él, el primero
de los poetas de aquel siglo airado,
trágico y desgraciado por entero.
Miguel en Alicante, encarcelado,
Manuel, por los caminos, temeroso,
así fuera aquel tiempo desolado,
en que Miguel bebió el amargo poso
de muerte tan injusta como cierta,
y Manuel, afligido y silencioso,
levantó un muro y clausuró su puerta
para que nadie viera que sus ojos
lloraban a su amigo y a la yerta
esperanza que fue, con sus despojos,
sólo ilusión tronchada e imposible,
sólo huerta cubierta ya de abrojos.
Sigue Manuel soñando, incorregible,
con volver a editar a su poeta,
y, frente a aquel destino inamovible,
al temor y al cuidado Manuel reta,
y vuelve a estar Miguel en letra impresa,
y, aunque fuese su verso flor secreta,
su palabra, de nuevo, el aire besa,
y, de nuevo, Miguel vuelve a estar vivo,
y la sombra, por más que fuese espesa,
no oculta el brillo del que fue cautivo,
severa y largamente silenciado,
y es ya, por siempre, el canto más altivo
por mano de Manuel resucitado
pujante e inmortal como el olivo.








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