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Emilia Pardo Bazán en «El Globo»

Ana María Freire López

Cuando hace ahora diez años preparaba para el simposio Emilia Pardo Bazán: Estado de la cuestión (Freire, 2005) una panorámica sobre el periodismo y la literatura en prensa de la escritora, descubrí que en ninguno de los catálogos existentes hasta entonces figuraban sus colaboraciones en El Globo, uno de los grandes periódicos del último cuarto del siglo XIX, durante el cual doña Emilia escribió en la mayoría de los que existían. Hice constar entonces que posponía la investigación sobre aquella laguna, y la celebración de este Seminario ha sido la oportunidad para retomar un tema que nunca llegué a olvidar.

En estos diez años se han publicado importantes trabajos sobre la obra periodística de Pardo Bazán, entre ellos alguna recopilación tan extensa como la incluida en las dos tesis doctorales de Emilia Pérez Romero (Pérez Romero, 1999 y 2012), en ninguna de las cuales incluye las colaboraciones de doña Emilia en El Globo.

Pronto pude entrever un posible motivo de tal ausencia y es que, a pesar de tratarse de uno de los principales periódicos españoles del siglo XIX, en la Biblioteca Nacional de Madrid la colección de El Globo no está completa. En ella falta una década tan capital como la que va de 1886 a 18961, que ha resultado ser precisamente aquella en que Emilia Pardo Bazán fue colaboradora de la publicación. Esa misma razón puede explicar que El Globo no haya sido uno de los periódicos elegidos por José Simón Díaz para su vaciado cuando dirigió las obras colectivas Veinticuatro diarios (Seminario, 1968) y Madrid en sus diarios (Seminario, 1961), recopilaciones que tan útiles resultaron hasta que hemos podido disfrutar de la prensa digitalizada, con sus herramientas de investigación, que permiten búsquedas rápidas y precisas. Entre quienes se ocuparon de El Globo se encuentra Jesús Timoteo Álvarez, que lo hizo en su monografía Restauración y prensa de masas: los engranajes de un sistema (1875-1883) (Álvarez, 1983), en la que estudia unos años que no faltan en la colección de la Biblioteca Nacional. Mi fuente para este trabajo han sido, por tanto, para los períodos ausentes de esta, los ejemplares microfilmados de la Hemeroteca Municipal de Madrid.

Por muchas razones me resultaba extraño que doña Emilia no hubiera colaborado en El Globo, un periódico fundado en 1875 por su buen amigo Emilio Castelar, y al que en 1880 se incorporó como redactor otro buen amigo de la escritora, el santiagués Alfredo Vicenti, apenas un año mayor que ella, que llegaría a ser el director del periódico en 1893. Y, efectivamente, la presencia de Emilia Pardo Bazán en El Globo coincide sin lugar a dudas con la época en que Alfredo Vicenti trabajó para el diario, así como sus colaboraciones terminan con el cambio de propietario, que también fue la causa de la despedida de El Globo de Alfredo Vicenti.

La etapa de Alfredo Vicenti en El Globo

El Globo había nacido en 1875. El número 1 tiene fecha del 1 de abril, pero ya el 21 de marzo se había publicado un ejemplar que daba cuenta de lo que sería el nuevo periódico. Durante los dos primeros años lo dirigió Pedro Avial, hasta su muerte el 9 de junio de 1877, siendo sustituido entonces por Joaquín M.ª de Olías. Aunque no de forma oficial, siempre se supo la parte que en la fundación y orientación republicana del periódico había tenido Emilio Castelar, a pesar de que en la cabecera no conste que se trata de un diario «político» hasta marzo de 1878.

En esa fecha Alfredo Vicenti se encontraba todavía en Galicia, donde en mayo de ese año fue nombrado director del Diario de Santiago, después de haber hecho sus primeras armas periodísticas -Vicenti era médico- en publicaciones de contenido regional, como El Heraldo Gallego de Orense, dirigido por su amigo Valentín Lamas Carvajal, El Eco de Galicia, que publicaba en La Habana su también amigo Waldo Álvarez Insúa, o La Ilustración Gallega y Asturiana.

Pero no tardó en trasladarse a Madrid y, en 1880, Vicenti entraba como redactor en El Globo, un prestigioso diario que por aquellas fechas tenía una tirada de unos 25.000 ejemplares. En agosto de 1885 se hizo cargo de la dirección del periódico otro hombre de toda confianza de Castelar, Eleuterio Maisonnave, que ejercería ese cargo hasta su muerte, en mayo de 1890, pasando a ocuparlo entonces Manuel Troyano. Con la entrada de Maisonnave en El Globo, Alfredo Vicenti fue ascendido a redactor-jefe. Desempeñó el puesto con gran eficacia, y cuando en 1893 Manuel Troyano abandonó El Globo, pasándose a El Imparcial, Castelar confió a Alfredo Vicenti la dirección del diario. Los años de Vicenti en El Globo -como redactor, como redactor-jefe, como director- fueron algunos de los más interesantes de la larga vida del periódico, aunque más tarde colaborarían en él firmas tan destacadas como Baroja o Azorín. El final de la etapa de Vicenti en El Globo tuvo lugar en 1896, cuando, debido al cambio de propietario y de orientación política del diario, se fue a El Liberal, del que asumiría la dirección en 1907, sin abandonarla ya hasta su muerte, ocurrida el 30 de septiembre de 1916.

Emilia Pardo Bazán en El Globo hasta 1893

La primera vez que el nombre de Emilia Pardo Bazán aparece en las páginas de El Globo es el 27 de diciembre de 1879, en una revista bibliográfica que Manuel de la Revilla dedicó a su novela Pascual López, autobiografía de un estudiante de Medicina, «debida a una escritora no muy conocida que se llama Emilia Pardo Bazán». La reseña, que el autor confiesa que abordó desde el prejuicio hacia las mujeres escritoras, y particularmente hacia quien era autora de un Estudio crítico de las obras del padre Feijóo, un estudio sobre Los poetas épicos cristianos, Dante, Milton y Tasso, y un Ensayo crítico sobre el darwinismo, a los que seguiría en breve un libro sobre San Francisco de Asís, «cosas todas tan extrañas al genio femenino, que apenas se concibe que puedan llamar la atención de quien viste faldas», supone un rendido reconocimiento de su mérito, a partir del momento en que el autor leyó las primeras páginas de la novela. La analiza con detalle, destaca sus puntos fuertes (la elegancia y pureza del lenguaje, la verdad de los caracteres, el estudio psicológico) y los débiles (la inverosimilitud del hecho fantástico en que se sustenta la trama, el escaso movimiento de la acción, cierta frialdad en la pintura de las pasiones), y la considera en su conjunto «una novela de primer orden», muy recomendable por las muchas bellezas que contiene, por su sana y elevada moral, por su estilo y por su observación psicológica de los caracteres.

No habían transcurrido cuatro años cuando, el 11 de agosto de 1883, la primera plana del mismo periódico aparecía dedicada por completo a Emilia Pardo Bazán, en un extenso trabajo, continuaba en la página siguiente, el cual, aunque sin firmar, se debía a Alfredo Vicenti. El hecho resultaba más llamativo si cabe, porque se inscribía en una sección titulada «Los hombres del día»2. Pero Vicenti obvia los condicionamientos del título de la sección, debido a que «la escritora ilustre con cuyo retrato y semblanza honramos hoy las columnas de El Globo [...] si por su sexo no puede figurar entre los hombres del día, merece por sus extraordinarias aptitudes un lugar de preferencia entre las ilustraciones contemporáneas».

Para entonces -reconocía el autor de la semblanza- el nombre de Emilia Pardo Bazán ya era «familiar en España, ni más ni menos que los mejores, y su personalidad literaria tratada de igual a igual por los maestros», y en ello había tenido no poco que ver la publicación en La Época de los artículos de La cuestión palpitante. Pero si su nombre sonaba por sus escritos, la persona de doña Emilia todavía no era conocida, y Vicenti, buen periodista, cree que ha llegado el momento de dar respuesta -es una verdadera primicia- a las muchas preguntas que los lectores se estarían haciendo acerca de la escritora.

¿Quién es?, ¿de dónde sale?, ¿qué hace?, ¿cómo vive? se preguntan con igual ardor las gentes del oficio y los curiosos insaciables del vulgo. ¿Fuma?, ¿tira las armas?, ¿se viste de hombre? ¿Tiene marido e hijos y se acuerda de que los tiene? ¿Por ventura bebe vinagre, a la manera de Delfina Gay, para conservar la interesante palidez del rostro? ¿Pertenece a la escuela de las independientes, creada por el insigne marimacho que se llamó en el mundo Jorge Sand? ¿Vaga por los peñascos de la costa gallega, endechando como Corina, o tal vez, tal vez como Safo?


«Pasa en la actualidad de los treinta años», escribe el periodista, antes de detenerse en trazar con palabras uno de los pocos retratos físicos de Emilia en su juventud3. Pero lo que resulta más interesante es lo que con perspicacia conjetura acerca de los motivos que impulsan a Emilia Pardo Bazán al intenso trabajo de creación literaria en que ha empeñado sus últimos cinco años:

Tememos que en este desapoderado anhelo de saber se oculta no solo una necesidad de la inteligencia, ávida de verdad y luz, sino también el instintivo recelo de un alma que busca constante ocupación y entretenimiento, temerosa de quedarse por algunas horas a solas consigo misma.


Todavía al final de la semblanza vuelve el autor a insinuar su infelicidad presente, aunque

la mujer prevalece en ella sobre la literata; es que su corazón está constantemente apercibido a olvidar las amarguras propias en servicio de las ajenas; es que cautiva a cuantos la conocen y rodean por la alegre bravura con que domina sus pesares y por la modesta simplicidad con que oculta su indisputable supremacía.


Eran, en efecto, tiempos difíciles para la joven Emilia, pues antes de terminar ese año de 1883 se haría efectiva su separación matrimonial, que venía gestándose desde tiempo atrás.

Se adivinan en esta semblanza confidencias que doña Emilia debió de hacer personalmente a Vicenti, no recogidas por otras fuentes que conozcamos, como el papel que ella desempeñó en el regreso de su padre al redil de la Iglesia, de la que se encontraba apartado por razones políticas, o su personal actividad a favor del carlismo como fervorosa repartidora de corazones.

Después de haber paladeado semejante protagonismo, la presencia de Emilia Pardo Bazán en El Globo pasa a ser, durante una década, como la de otros literatos, ocasional. El periódico da cuenta de sus actuaciones públicas4, inserta algún fragmento de una nueva novela5, publica reseñas de sus obras6 o da noticia de algún acontecimiento social en el que ella figura7, pero su firma en exclusiva todavía no ha aparecido en El Globo.

Novedades en El Globo bajo la dirección de Alfredo Vicenti

Cuando en 1893 asume Vicenti la dirección de El Globo es evidente su voluntad de imprimirle un cambio de rumbo. Las reformas comenzaron en el mes de julio, pero el 17 de diciembre se anunciaba en primera plana, además de otras novedades, el comienzo de una «inmejorable colaboración nacional de carácter permanente»:

Desde el día de hoy aparecerán con regularidad en nuestras columnas trabajos y artículos escritos expresamente para El Globo por los ilustres publicistas siguientes: Pardo Bazán (D.ª Emilia), Alas (D. Leopoldo), Balaguer (D. Víctor), Castelar (D. Emilio), Feliu y Codina (D. José), Rodríguez (D. Gabriel), Rodríguez Carracido (D. José), Sanromá (D. Joaquín M.) y Silvela (D. Francisco).

El ambicioso proyecto de modernización de El Globo, a fin de que emulara «sin desventaja a los primeros periódicos de España y del extranjero», se llevó a cabo bajo el impulso de Alfredo Vicenti. El periódico tenía entonces corresponsales en Roma, que informaban semanalmente sobre los asuntos del Vaticano y sobre los del Quirinal, y también incluía cada semana una revista de Inglaterra y otra de París, esta última de carácter financiero, que se completaba diariamente con las «Crónicas parisienses», exclusivas para El Globo, de una serie de conocidos periodistas franceses, y una vez al mes con artículos de importantes firmas de aquel país. Para comienzos de 1894 el periódico proyectaba aumentar estas corresponsalías con otras en Viena y en Berlín, y

probablemente con una gran Revista internacional, en la que un eminente político extranjero, con absoluta independencia de miras, examinará los problemas y cuestiones que más afectan a los imperios centrales de Europa.


Además, el periódico continuaría publicando las «donosas Conversaciones» de Eusebio Blasco.

Como tantas veces ocurrió, Emilia Pardo Bazán era la única mujer entre aquel grupo de colaboradores. Por aquellos días llevaba una década escribiendo en La Época, y ya a mediados de los ochenta su firma aparecía también en El Imparcial, en la Revista de España, en la Revista Contemporánea, en La Ilustración Gallega y Asturiana, en la Nouvelle Revue Internationale, y en otras muchas publicaciones de provincias como Gaceta de Galicia, La Ilustración, El Museo Popular, La Ilustración Ibérica o La Ilustración Artística de Barcelona, en la que colaboraría hasta su desaparición en 1916. Además, desde 1889, ayudaba a Lázaro Galdiano en la empresa de La España Moderna (Freire, 2003).

Las colaboraciones de Emilia Pardo Bazán

Como se había anunciado repetidamente, en diciembre de 1893 comenzaron las nuevas colaboraciones firmadas por aquellos escritores prestigiosos. El que inauguró la serie fue, como no podía ser de otro modo, Emilio Castelar.

Doña Emilia, según su costumbre, eligió para sus artículos un título común, de serie, en este caso «El libro de la quincena», dando a conocer de este modo la periodicidad con que aparecerían sus reseñas, aunque, como veremos, se publicaron de forma más espaciada. Ella misma comenzaba la primera de sus colaboraciones manifestando su convicción de que «pocos españoles tienen la bizarría de leerse cada quince días un tomo». Los libros que analizó en el breve tiempo que duró la sección ponen de manifiesto la variedad de intereses de la escritora, pues abarcan géneros y contenidos tan dispares como poesía, ensayo, novela y hasta un tratado de derecho político.

Solo el primero de los libros analizados es de un autor español, pues se trata de las Obras completas de Augusto Ferrán, con prólogo de Gustavo Adolfo Bécquer. Los demás son de autores extranjeros, unos traducidos al castellano y alguno que debió de leer directamente en francés, pues no existía entonces traducción española.

Está claro que doña Emilia trató de unificar los intereses de distintos frentes con los que entonces estaba comprometida, pues casi todos los libros que analizó están editados por La España Moderna, la editorial de Lázaro Galdiano, que publicaba su prestigiosa revista del mismo título.

Si algo tienen en común las reseñas de Pardo Bazán es el prurito pedagógico, el deseo de enseñar, de educar, de elevar el nivel cultural de los lectores, que también alentaba el proyecto de la revista de Lázaro Galdiano. Era el mismo empeño que la había movido a emprender la Biblioteca de la Mujer, cuyo primer volumen había salido el año anterior (1892). No obstante, con los libros reseñados para El Globo no pretendía formar una biblioteca ideal, sino que, según sus propias palabras, sería «la enciclopedia del capricho y de la curiosidad, más que la selecta librería del hombre instruido».

El 20 de diciembre de 1893 abría, pues, su sección con el análisis de las mencionadas Obras completas de Augusto Ferrán, con prólogo de Bécquer, publicadas ese mismo año por La España Moderna. En su artículo atiende tanto al aspecto artístico como al humano. Y aunque reconoce que la lira del poeta «tiene muy pocas cuerdas» no puede negar su inspiración, su comunión con el espíritu poético de Heine, y el entronque de sus versos con la poesía popular, donde encuentra el valor más alto de la poesía de Ferrán.

La variedad de registros que maneja Pardo Bazán le permite abordar de muy distinta manera cada uno de los libros que comenta. El 17 de enero de 1894 titulaba su artículo «La guerra», dedicado al libro La guerra según el Derecho internacional de sir Henry Sumner Maine (Maine, 1893), un ensayo en el que doña Emilia encuentra explicación a las razones del patriotismo, aunque discrepa del autor en algunos aspectos como la convicción de este de que en ocasiones pueda ser bueno dilatar las cosas; para doña Emilia, lo que ha de ser, que sea cuanto antes, y esto es porque ella ha pasado, sin solución de continuidad, del análisis del ensayo de Maine sobre la guerra a su personal preocupación por la situación de España.

Más de un mes transcurre hasta que el 21 de febrero publica en «El libro de la quincena» «Fisiología de los monarcas», donde analiza Les rois de Jules Lemaître, edición francesa publicada en París que debió de utilizar la escritora, pues no existía edición castellana (Lemaître, 1893). La reseña de este libro le ofrece a Pardo Bazán la oportunidad para hablar de la decadencia que detecta en las monarquías existentes -en la institución monárquica-, algo que sin duda resultaría grato al alma de El Globo, Emilio Castelar.

El viernes 16 de marzo de 1894 doña Emilia dedicaba su sección a «La Biblia del hombre de Estado», pues eso considera ella que es el volumen de Derecho político-filosófico, escrito por Luis Gumplowicz, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Graz (Austria), traducido al castellano, prologado y anotado por el catedrático de la Universidad de Salamanca Pedro Dorado Montero (Gumplowicz, 1893). También este libro había sido publicado por La España Moderna. La lectura de doña Emilia es verdaderamente crítica y sin prejuicios -una de cal y otra de arena-, y manifiesta su admiración y la coincidencia de muchas de sus opiniones con las de Dorado Montero, de quien hasta entonces no había oído hablar8.

Esta fue la última de sus reseñas en El Globo y, poco antes o poco después, aparecieron los últimos artículos de aquel selecto grupo de escritores anunciados con tanta ilusión a finales del 93.

Hay razones para suponer que la empresa de El Globo debió afrontar problemas económicos de los que se derivaron estas y otras consecuencias. Una de ellas, muy evidente, fue la desaparición, por las mismas fechas, de la sección «Nuestro grabado», que solía aparecer en primer plana y que era un distintivo de El Globo, un periódico ilustrado, conocido por sus grabados, que si bien eran una marca distintiva encarecían notablemente los costes. Los espacios que dejaron vacantes los grabados fueron ocupados en adelante por información política.

Emilia Pardo Bazán en El Globo desde 1895

La interrupción de las colaboraciones periódicas de Emilia Pardo Bazán en El Globo no afectó a las buenas relaciones que continuó manteniendo con la publicación mientras Alfredo Vicenti fue su director. Prueba de ello es la carta que el periódico le publicó el 17 de abril de 1895, con ocasión de la polémica suscitada por su cuento «La sed de Cristo», publicado en El Imparcial el 12 de abril de ese año, carta que no había querido insertar el director del periódico agresor, La Correspondencia de España, a quien estaba dirigida. Ese director era Andrés Mellado. Lo ocurrido puede resumirse en pocas líneas. El viernes 12 de abril, La Correspondencia de España había publicado una «larga y deshilvanada gacetilla» -palabras de doña Emilia- bajo el epígrafe «Una judiada», en la que ella juzgó que se atentaba contra su personalidad moral, sus creencias, su buen gusto y hasta su sano juicio. Agravaba las cosas el hecho de que tal escrito era anónimo, pero, sobre todo, le importaba a la escritora que pudiera darse crédito a su contenido, por el escándalo que pudiera ocasionar. De no ser así -afirma-, solo merecería su desdén. El autor anónimo daba a entender que en el cuento «La sed de Cristo», publicado por El Imparcial el Viernes Santo día 12, la autora insinuaba «sospechosos afectos» entre Jesús y María Magdalena. Todo porque el autor anónimo tergiversaba el sentido del cuento en el que, habiendo escuchado la Magdalena pronunciar a Cristo en la cruz las palabras «Tengo sed», no logró aplacarla, después de varios intentos, sino con sus lágrimas de arrepentimiento, al recordar su vida pasada. En la carta que le publicó El Globo defendía doña Emilia la ortodoxia del argumento de su cuento, apelando a los Evangelios, al padre Scío, y hasta sometiendo esa ortodoxia a la autoridad de la Iglesia, y acusando a su agresor de no conocer la obra de Renan ni la de de Strauss, a los que no obstante este citaba.

Personalmente, me llama la atención que doña Emilia no mencione a Alfonso X el Sabio, cuyas Cantigas de Santa María sin duda conocía bien, una de las cuales, la CLV, tiene un argumento muy similar9. En ella un pecador recibe como penitencia de su confesión llenar un vaso que le entrega el sacerdote. Lo intenta repetidamente sin conseguirlo hasta que, dolido y arrepentido de sus pecados, derrama unas lágrimas de compunción, con las que el vaso se llena totalmente.

Pardo Bazán en El Globo sin Alfredo Vicenti

Como antes he apuntado, en febrero de 1896 El Globo cambiaba de manos, pasando a las del conde de Romanones. El nuevo propietario pretendía imprimir a la publicación un giro de acuerdo con sus ideas políticas, y Vicenti lo sabía. Por eso, aunque Romanones le ofreció continuar en la dirección, no aceptó, pasando a ocupar el cargo José Francos Rodríguez10. La crítica de libros reapareció entonces en forma de breves reseñas de carácter noticioso -no críticas ni analíticas como las de Pardo Bazán-, firmadas por Enrique Alonso y Orera. Con la marcha de Alfredo Vicenti a El Liberal, la presencia de la escritora en las páginas de El Globo se hizo más esporádica, aunque el periódico continuó dando cuenta de sus actividades en el Ateneo, de sus conferencias -como la pronunciada en París sobre La España de ayer y la de hoy (1899)11 -, y en general noticias sobre su actividad y su presencia en el mundo literario y en el social.

El 19 de febrero de 1903 El Globo informó de su nombramiento como presidenta honoraria del Centro Gallego de Madrid, y en sus páginas anunció el 27 de marzo la nueva edición de San Francisco de Asís, dentro de la colección de sus obras completas, que además pronto vería la luz en Bruselas, en una traducción supervisada por los monjes benedictinos de Maredsous.

Es también en 1903 cuando, después de mucho tiempo, volvemos a encontrar una colaboración de Emilia Pardo Bazán, original y exclusiva para El Globo, en la primera plana del número del 10 de abril. Se trata de un texto de contenido religioso y carácter ensayístico titulado «Sentido de la Pasión. La sangre», que nunca hemos visto mencionado. Es probable que se tratara de un encargo, pues ese 10 de abril era Viernes Santo y el periódico incluyó varias colaboraciones de tema religioso relacionadas con la conmemoración. El texto de doña Emilia es largo y en él reflexiona, aunando erudición y sentimiento, sobre el significado de la sangre en la Pasión de Cristo. Después de un extenso preámbulo, va recorriendo en su artículo, día a día, cada uno de los de la Semana de Pasión y los de la Semana Santa, con alusiones a la celebración de esos días santos según los distintos ritos, con dominio de los textos sagrados, de las ceremonias litúrgicas y del vocabulario.

Solo tres días después, el 13 de abril, El Globo insertaba una carta firmada por Jaime Quiroga, el hijo de doña Emilia, por encargo de su madre, en la que desmentía que esta hubiera escrito un artículo aparecido en El País el Sábado Santo, firmado por E. P. Bazán, que «ni remotamente puede parecerse a nada que de su pluma brote». La carta de Jaime estaba firmada el mismo día, 11 de abril, en que había aparecido en primera plana de El País el artículo «La muerte de Jesús ante la crítica», en el que quien firmaba «E. P. Bazán» cuestionaba la historicidad de la muerte de Cristo y apuntaba manidos argumentos heterodoxos, en un tono irreverente y descreído. La sola firma de tales contenidos era para doña Emilia una provocación, y en la lacónica rectificación de El País del día 12 se adivina la presencia de Jaime, en persona o por escrito, en la redacción. Decía así:

En nuestro número de ayer apareció un artículo firmado por E. P. Bazán con el título de «La muerte de Jesús ante la crítica», el cual artículo hacemos constar no ha sido escrito por la señora Pardo Bazán (doña Emilia).


También El Liberal, con Vicenti en la dirección, insertó el desmentido de Jaime Quiroga. De modo que El País, que bien sabía que conseguía ventas y lectores con una polémica en la que estuviera implicada la escritora, publicó el día 14 un nuevo suelto titulado «Doña Emilia Pardo Bazán es católica», en el que fingía asombrarse de que la defensa de la escritora se hubiera insertado en un periódico -El Liberal- que consideraba correligionario suyo y no en uno neutral -El Correo Español- o en otro periódico ultramontano. En tono irónico dan la razón a Jaime Quiroga: su madre no es la autora de tal artículo, escrito por Eduardo Pina Bazán, colaborador de ese periódico, un nombre falso que no figura en el catálogo de periodistas del siglo XIX de Ossorio y Bernard (Ossorio, 1903). Y no pierden la ocasión de poner en entredicho la ortodoxia de que hace gala la escritora, a la que califican de «ultramontana y clerical» aunque su ortodoxia haya sido cuestionada por algunos integristas, con ocasión de la publicación de algunos artículos o cuentos «bien conocidos y comentados»12. Por tratarse más de El País que de El Globo no abundo aquí en lo ocurrido, pero resumo en pocas palabras que El País, con mala intención, pretendió implicar en ese mismo número del Sábado Santo, a dos obispos, cuyas firmas, desfiguradas como la de doña Emilia, pero perfectamente reconocibles, puso al pie de sendos artículos de dudoso contenido.

En adelante, la presencia de Emilia Pardo Bazán en El Globo será la propia de un personaje público: su actividad en el Ateneo, sus aspiraciones a un sillón en la Real Academia, sus conferencias, su vida social, o la cátedra que se le concede en 1916. Encontramos su firma en un breve suelto, junto a las de otros personajes notables, en el homenaje que el periódico tributó a Emilio Castelar el 25 de mayo de 1918. Pero, fuera de esto, pocas veces aparece al pie de un texto. El Globo publica de vez en cuando algún cuento suyo, pero no escrito en exclusiva, tal vez porque no pudiera pagarlo. Así «El remedio», publicado el 14 de junio de 1910, ya había salido en 1907 en el número 823 de Blanco y Negro, y «El rizo del Nazareno», que El Globo insertó en el número del 10 de abril de 1914, era uno de sus cuentos más antiguos, y seguramente de sus preferidos, pues después de haberlo publicado en la Revista Española (LXXVII) en 1880, lo recogió en dos de sus antologías: en La dama joven (1885) y en Cuentos de Marineda (1892).

Invariable amistad con Vicenti

La amistad entre Emilia Pardo Bazán y Alfredo Vicenti duró hasta la muerte de este, en 1916. Todavía durante ese año y el anterior ambos colaboraron en Mondariz, la publicación del balneario en el que tantos veranos habían coincidido, aunque solo fuera durante unos días.

Unos meses después de la muerte de Alfredo Vicenti, el Centro Gallego de Madrid, que ambos habían frecuentado, organizó una velada necrológica en su honor, en la que no faltó la presencia de doña Emilia, cuya fotografía en aquel acto publicó El Día (25.2.1917).

Para concluir

Este trabajo sobre la presencia de Emilia Pardo Bazán en El Globo ha resultado verdaderamente interesante, porque no solo ha permitido hallar textos desconocidos de la escritora que se guardan entre sus páginas, ni únicamente probar su invariable amistad con Alfredo Vicenti. Esta investigación ha puesto de relieve testimonios concretos de las relaciones, en ocasiones difíciles, de la escritora con la prensa de su tiempo. Si es verdad que tuvo abiertas de par en par las puertas y las páginas de los más importantes periódicos y revistas, también lo es que experimentó tropiezos con algunas publicaciones sectarias o intolerantes, de uno u otro signo, ya fuera con periódicos integristas como La Ciencia Cristiana en los inicios de su carrera, o con El Siglo Futuro que, amigo en los comienzos, no perdió después ocasión de cuestionar la ortodoxia de doña Emilia, ya fuera con otras que se encontraban en el extremo opuesto, como El País, en alguna etapa de su historia. La de El Globo -la historia de El Globo-, como la de otros grandes periódicos del siglo XIX, está sin escribir y valdría la pena intentarlo, por la historia del periodismo en España y por nuestra historia literaria. En cuanto a la búsqueda de Emilia Pardo Bazán en la prensa de su tiempo, tanto española como extranjera, es tarea muy adelantada en los últimos años, pero todavía en marcha, que se ha de ir completando con contribuciones parciales como esta que he querido aportar.

Referencias bibliográficas

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  • SEMINARIO DE BIBLIOGRAFÍA HISPÁNICA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE (1961-1972): Madrid en sus diarios, Madrid: Instituto de Estudios Madrileños, 4 vols.
  • SEMINARIO DE BIBLIOGRAFÍA HISPÁNICA DE LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE (1968): Veinticuatro diarios (Madrid, 1830-1900). Madrid: CSIC, 5 vols.
 
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