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Emilia Pardo Bazán escribe sobre el Romanticismo en periódicos de América1

José Manuel González Herrán





Quiero comenzar con una afirmación que podría parecer tan categórica como discutible, pero de la que estoy plenamente convencido: por abundante y variada que sea la producción literaria de Emilia Pardo Bazán, su dedicación preferente y más constante en su dilatada carrera literaria fue la periodística; aunque ella nunca llegase a declararlo tan categóricamente como lo hizo Leopoldo Alas, bien podríamos hacer suyas las palabras de Clarín: «cuando se me pregunta qué soy, respondo: principalmente periodista» (en Lissorgues 1989: 35).

Como he explicado en otro lugar (González Herrán 2013; González Herrán 2014b), una parte no pequeña de esa amplia obra periodística vio la luz en periódicos americanos; además de colaboraciones esporádicas -todavía pendientes de precisar y completar- en periódicos de Chile (El Nuevo Mercurio2), Méjico (El Álbum de la Mujer3) o Filipinas (Revista Filipina/The Philippine Review4), disponemos de datos bastante completos de su presencia en la prensa estadounidense de lengua española, pero también en la de lengua inglesa: varios neoyorquinos, como Las Novedades (subtitulado «España y los pueblos hispanoamericanos»), Revista Ilustrada de Nueva York, Plus Ultra (de la «Unión Benéfica Española»), La Tribuna («Revista semanal defensora de los intereses de la raza hispana»); y en otras ciudades: la Revista Católica, de Las Vegas; Littell's Living Age, de Boston (Caballer Dondarza 2009)... Por lo que se refiere a la prensa argentina, sus más abundantes, frecuentes e importantes colaboraciones corresponden a Caras y Caretas y a La Nación, ambos de Buenos Aires; pero también -y aparte de los que aún puedan encontrarse (porque la búsqueda sigue abierta)- han aparecido textos suyos en otros diarios de la capital argentina (El Correo Español, Plus Ultra) y en la revista humorística Fray Mocho. En cuanto a la prensa cubana, el principal medio que recoge colaboraciones suyas es el Diario de la Marina, de La Habana.

Un grupo especialmente importante es el constituido por periódicos y revistas de la emigración gallega, muy abundante en Argentina, Uruguay y Cuba. Entre sus cabeceras (A Gaita Gallega, La Alborada, Alma Gallega, Aires da miña terra, Bohemia, Cultura Gallega, El Eco de Galicia, Follas Novas, El Gallego, Galicia, Galicia Moderna, Galicia Nueva, Loita, Pro-Galicia, Santos y Melgas, Tierra Gallega5...), hay algunas donde encontramos la firma de Pardo Bazán; casi siempre, con textos tomados de publicaciones españolas, no siempre con permiso o aprobación de su autora. Algo que podríamos hacer extensivo a buena parte de sus apariciones en la prensa americana: con excepción de las tres grandes cabeceras mencionadas (La Nación, Caras y Caretas, Diario de la Marina), que declaran tenerla como colaboradora contratada o corresponsal en Madrid, las demás suelen ser colaboraciones esporádicas y no siempre voluntarias por su parte.

Como sucede con la mayor parte de su producción periodística, la publicada en América es muy variada en modalidades y en temática. Al lado de poemas, cuentos (González Herrán 2014b) o capítulos de novelas, lo que predominan son las crónicas -en el amplio sentido que entonces tenía ese término-, que tocan todo aquello que a su juicio podía tener interés para sus lectores: literatura, arte, política, sociedad, curiosidades, sucesos, modas, viajes...

De esa abundante y variada producción periodística, me ocuparé aquí de lo referido al Romanticismo6. Tema al que, como sabemos, dedicó ensayos y estudios de notable importancia [algunos capítulos de La cuestión palpitante (1882-1883), la serie de artículos «El Romanticismo de escuela», en la revista Renovación española (1918); y -sobre todo- el volumen primero de La literatura francesa moderna. El Romanticismo (1910)]; pero que no desdeñó tratar de manera más ligera, y con afán divulgativo, en las columnas de la prensa americana.

Siguiendo el orden cronológico de su aparición en la prensa americana, las colaboraciones más antiguas aparecen en la revista El Eco de Galicia, publicada en La Habana entre 1878 y 1901, bajo la dirección de Waldo Álvarez Insúa (Neira Vilas 1988), que contó a doña Emilia entre sus firmas habituales, ya desde su primer número, aparecido el 16 de julio de 1878, donde incluye uno de los «Estudios literarios» publicados previamente en El Heraldo Gallego, el 15 de enero de 1877, el titulado «El Norte y la balada», donde relaciona aquella modalidad poética con el paisaje y las costumbres de los países del Norte (Sotelo 2007: 212): «A los extremos de la Península, dos comarcas unidas por sorprendentes analogías y separadas por radicalísimas diferencias, estaban predestinadas a entregar a sus hijos el arpa soñadora de la balada. Las Vascongadas y Galicia [...] produjeron en breve tiempo a Trueba y Vilinch, a Pastor Díaz y Pondal»; autores a los que dedica breves comentarios.

Al primero de esos dos poetas gallegos está dedicada su segunda colaboración en El Eco de Galicia-, una serie de cuatro «Estudios literarios. Pastor Díaz», aparecida entre agosto y noviembre de 1884; también en este caso doña Emilia entregaba a sus lectores cubanos un trabajo previamente publicado en aquel periódico orensano, entre noviembre y diciembre de 1877, y que constituye un valioso repaso a la personalidad literaria, pensamiento y obra lírica del poeta de Viveiro. «En la poesía residió su vocación verdadera y suprema», afirma; y a caracterizar esa faceta de su obra dedica la mayor parte de ese estudio. «Para la poesía reuniéronse en él facultades que escasean harto en los tiempos que corremos. Una riqueza y profundidad de sentimiento que se exaltan hasta el delirio, y una ternura melancólica que blandamente fluye de sus versos [...], una gran copia de imágenes, una viva intuición de la naturaleza y una exquisita idealidad [...] Pastor Díaz es poeta subjetivo, poeta interior, si vale la frase; poeta que no recoge los variados ecos del concierto humano para darles forma y devolverlos al público, sino que exhala en acordados sonidos las quejas de su propio corazón». Con abundantes citas y pertinentes comentarios pasa revista a las principales composiciones del poeta gallego, con especial atención a sus temas preferidos -el mar y la muerte- sin que falte la referencia a su «muy honda religiosidad». Pero lo más interesante de estas páginas es la comparación que establece entre el poeta gallego y uno de los líricos del Romanticismo italiano: «El que lea a Leopardi y a Pastor Díaz reconocerá en el canto del primero mayor delicadez, armonía y sublimidad [...]; pero como poeta elegiaco, preferirá al segundo, más incorrecto e indeciso, pero también más conmovedor y tétrico, más bañado en la nebulosidad especial que los países de Norte comunican».

Tras estos tempranos estudios literarios (y dejando aparte el texto que luego comentaré), las demás referencias al Romanticismo que encontramos en sus escritos para la prensa americana tienen un carácter más divulgativo, como corresponde al género periodístico de las crónicas que firma, tanto en La Nación, de Buenos Aires, como en El Diario de la Marina, de la Habana.

En La Nación publica el 5 de mayo de 1889 «Las mujeres en la Academia. Gertrudis Gómez de Avellaneda» (publicado antes en el número 2 de La España Moderna, febrero de 1889, y en El Liberal, 2 y 3 de marzo de 1889), que recogía dos extensas cartas de doña Emilia dirigidas «A Gertrudis Gómez de Avellaneda (en los Campos Elíseos)», precedidas de otras cuatro de la poetisa cubana, fechadas en 1853, en las que aquella mostraba su aspiración a ocupar en la Academia la vacante de Juan Nicasio Gallego (Sinovas Maté 1999: 137-148). A la pregunta que cabría suponer, respecto a la recuperación de aquellas epístolas («¿por qué sale hoy a la luz una correspondencia que desde treinta y seis años hace amarilleaba en el fondo de un cofre o cajón?»), responde la coruñesa: «estos días se ha echado a volar otro nombre de mujer para cubrir la vacante de un sillón académico, y se ha vuelto a poner en tela de juicio la cuestión de si las mujeres pueden o no pueden ser admitidas en la Academia [...] Y el nombre que se ha pronunciado es el mío» (Sinovas Maté 1999: 141). Por tratarse de un texto pardobazaniano bien conocido, reeditado (Gómez-Ferrer 1999: 73-82) y comentado (González Herrán 2008), no parece necesario que le dediquemos aquí mayor atención.

Más breves, y con motivos muy ocasionales son las crónicas que encontramos, años más, tarde, en el diario bonaerense. La del 24 de marzo de 1909 se ocupa de Zorrilla, que en esos días está de actualidad por dos motivos: el estreno en el Teatro Real de una ópera basada en su leyenda Margarita la Tornera, y la proposición presentada en el Senado para darle una pensión a su viuda. Respecto al primer asunto comenta: «A pesar de la inmensa reputación de Zorrilla y de su popularidad aún fresca mediante los desafueros de Tenorio, estas leyendas, que son de lo mejor que ha inspirado su musa, no estoy segura de que hoy se lean mucho, y las figuras de Margarita, del capitán Montoya, del osado burlador contra quien atestigua el Cristo de la Vega van esfumándose entre la penumbra que envuelve a tantas maravillas del romanticismo» (Sinovas Maté 1999: 239). El asunto de la pensión solicitada le da ocasión para reflexionar sobre «el tema asaz trillado de la escasez que suele acompañar a la gloria del poeta y del escritor español» (Sinovas Maté 1999: 240); tras referirse sumariamente a «las cuentas que Zorrilla nos dejó hechas minuciosamente en sus Recuerdos del tiempo viejo», y exponer la penuria económica en que está la viuda del poeta, aprovecha para recordar una propuesta suya, que pretende ampliar ese reconocimiento: «Hace tiempo eché a volar la idea de que se le erija un monumento, no a él solamente: al 'romanticismo español' -coronado por el busto o la efigie del creador de Don Juan, pero donde figuren a su lado sus gloriosos compañeros: Espronceda, Larra, el duque de Rivas, García Gutiérrez, Hartzenbusch-, y haya por lo menos un recuerdo para Pastor Díaz y Gil, dos olvidados que no merecen el olvido» (Sinovas Maté 1999: 242).

El 4 de mayo de 1909 evoca a Larra con ocasión de su centenario, reseñando dos veladas dedicadas a su memoria, en el Teatro Español y en el Ateneo. Como en ambas ocasiones -lo mismo que todos «cuantos hablaron en estos días de Larra»- se trató sobre su suicidio, la escritora también lo hace, formulando un dictamen en cierta medida polémico: «A la fama de Larra, o por lo menos a su prestigio entre la juventud que lo invoca como maestro, no ha contribuido poco ese poético, aunque doloroso fin [...] Larra debe la mitad de su gloria -por otra parte tan merecida- a la bala. Como que fue la bala la que lo afilió en una escuela a la cual no pertenecía, con la cual pugnaba su modo de ser: el Romanticismo. Larra sería romántico por dentro y bien lo demostró; pero si nos limitásemos a leerle, sin conocer su biografía, lo contaríamos entre los clásicos de fondo y forma» (Sinovas Maté 1999: 258-259).

El 29 de abril de 1911 escribe sobre Bretón de los Herreros («nuestro Molière, dicen algunos»), cuyos restos se han exhumado recientemente, lo cual ha dado ocasión para que vuelva a hablarse de un autor «cuyas obras continúan envueltas en el más absoluto y letal de los olvidos». Y ello porque, como argumenta, «Bretón no ha abierto huella en la memoria de las generaciones que le siguieron. Su teatro cesó de representarse; apenas cada diez años se ha exhumado, con ocasión de alguna solemnidad, alguna de sus comedias». Según se dice, al abrir el ataúd «se vio que su cuerpo se encontraba en un estado de conservación muy sorprendente [...] No pudiera decirse otro tanto de su fama. Cada día se aleja más Bretón. Es un ilustre desconocido. Sus obras ni interesan, ni divierten» (Sinovas Maté 1999: 520-522).

El 25 de noviembre de 1911 vuelve sobre Nicomedes Pastor Díaz, en su centenario: la fecha de su nacimiento, el 15 de septiembre de 1811, «le predestinó a militar en las filas románticas [...] la estructura de su alma le predisponía a ello. Su alma era romántica naturalmente, romántica como el género de belleza de Galicia, en el cual hay un elemento muy predominante de nostalgia y ensueño vago, gris y apacible, sin las violencias de contrastes, de luz y sombra de otros paisajes peninsulares [...] clásico en forma, tenía el romanticismo en las venas». Un romanticismo que doña Emilia atribuye también a su complexión de carácter: «uno de esos melancólicos que sienten oscuramente la lesión interna que les impedirá disfrutar de los años maduros, de la vejez serena y fuerte. Este sentimiento de melancolía perenne se refleja en sus estrofas, las cuales son lo único que sobrevive de su obra literaria [...] Si se hiciese una Antología de las cien mejores y más típicas composiciones poéticas del Romanticismo español, no habría que vacilar en incluir entre esa selecta cosecha alguna de las de Pastor Díaz» (Sinovas Maté 1999: 584-587).

Otro centenario, el de Teófilo Gautier, motiva su crónica del 28 de noviembre de 1911: «Gautier es de mis predilectos, entre los de su generación». Tras declarar que, a su juicio, la crítica ha sido injusta con el poeta, explica su arte: «La fórmula poética de Gautier, en la cual consiste su originalidad, es emplear en la rima los mismos procedimientos que emplean los grabadores de piedras preciosas, los orífices y cinceladores [...] trabajo intenso y minucioso, como el de aquellos camafeístas griegos, que en reducidísimo espacio legaban a la posteridad el perfil de Apolo [...] Entendía Gautier que sin labor tenaz, sin esfuerzo que concentre todas las facultades, no hay obra de arte, porque el arte debe buscar ante todo la perfección». Pero lo más interesante de su artículo es su explicación del papel histórico de Gautier: «fue quien desorganizó el Romanticismo, quien más contribuyó a su rápida caída [...] Era esta convicción [el arte es la belleza] la que le llevaba a defender calurosamente en plena insurrección romántica, anteclásica, la belleza griega y la que le guio para comprender lo que había de exagerado y de efímero en el Romanticismo». Y concluye: «Fue pues Gautier un maestro en estética precursor de direcciones que todavía no han agotado su contenido [...] nunca fue de los triunfadores que arrollan y violentan a la fama; pero acaso la posteridad sea con él menos severa que con algunos de sus ilustres contemporáneos» (Sinovas Maté 1999: 589-593).

La crónica del 8 de abril de 1917 anuncia que «van a cumplirse cien años del nacimiento del poeta Zorrilla, y algunos [...] se preocupan con la idea de que tal centenario debería celebrarse». Ello le lleva a evocar, una vez más, la «falta crónica de dinero» del autor vallisoletano, y las gestiones que hizo ella misma, con la colaboración de la Marquesa de Esquilache, para que se le concediese una pensión a su viuda. Aparte de algunas anécdotas y curiosidades biográficas, lo más valioso es el juicio con el que cierra la crónica: «Su papel, en la evolución romántica, es duradero como los bronces. No tuvo ideas, no tuvo vuelo mental, pero tuvo el instinto de lo tradicional, de lo que España lleva en sí por ley histórica, y remontó la corriente, hasta llegar a sus más puros surtidores. Para labor semejante, no hay olvido. Nos olvidaríamos a nosotros mismos, cuando a Zorrilla olvidásemos» (Sinovas Maté 1999: 1182-1184).

Su última crónica de tema romántico en La Nación, el 6 de marzo de 1921, viene motivada por la aparición del libro de Carmen de

Burgos sobre Larra, con «revelaciones basadas en los autógrafos que conservan los descendientes del escritor». En consecuencia, observa, «a quien resucita la señora de Burgos no es tanto al escritor celebrado siempre, como al hombre de su tiempo y de su hora, encerrado en ella cual la miniatura en el marco». Con todo, reconoce que «el libro de la señora de Burgos es un servicio prestado a la historia de las letras». La conclusión de la crónica es -como muchas veces en la Condesa- una excelente síntesis de su interpretación de aquel autor: «Fígaro es un espíritu desolado, un buque combatido, que las olas acabarían por desbaratar, pues no conocía puerto. Los orígenes de su genio, ni los de su naufragio final no es fácil precisarlos, porque el más experto clínico describe un proceso morboso, lo diagnostica, pronostica su curso, pero no puede definir su evolución a la ciencia [...] Siempre Larra será un caso aparte, y los antecedentes de la familia, con esmero recogidos por la biografía, no nos dicen ni por qué aquel mozo descolló entre su linaje, ni por qué un día dado se aproximó la pistola a la sien. En toda vida humana, y más en la vida de los individuos superiores, hay un abismo y un enigma» (Sinovas Maté 1999: 1437-1440)7.

Por lo que se refiere al habanero El Diario de la Marina, mencionaré tres crónicas pertinentes a nuestro objeto: la del 24 de julio de 1910, titulada «Un episodio sentimental en la vida de la Avellaneda», comenta la reciente publicación de la correspondencia amorosa de la escritora cubana con Ignacio de Cepeda, en un libro que en España ha tenido escasa difusión, por su corta tirada, pero que doña Emilia supone puede interesar a sus lectores cubanos; en la lectura de esas y otras cartas de Tula «se patentiza el modo de ser de la Avellaneda en lo sentimental amoroso, y se evidencia que, a causa de este modo de ser, propiamente romántico, el amor debió de representar en su existencia una serie de sufrimientos, desencantos, y caídas de las nubes al fango terrestre, rompiendo y manchando en ellas alas purísimas de un ardoroso ideal» (Heydl-Cortínez 2002: 86-87).

La del 26 de febrero de 1911, titulada «Un recuerdo», está dedicada también a una reciente publicación, la de las Memorias de la Condesa de Espoz y Mina, Juana de Vega, «a quien conocí hallándome yo en la infancia y primera juventud, en A Coruña, donde transcurrieron los últimos años de una existencia llena de interés y enlazada con los fastos de nuestra historia» (Heydl-Cortínez 2002: 114). Y en la del 7 de enero de 1912, versa sobre Pastor Díaz con ocasión de su centenario, como lo había hecho, dos meses antes, en La Nación; en este caso, contrariamente a su costumbre cuando trataba un mismo asunto en colaboraciones periodísticas para distintos medios y escribía una crónica diferente para cada uno de ellos, según he estudiado en otro lugar (González Herrán 2014a), doña Emilia reproduce literalmente lo publicado en el diario bonaerense8.

Rompiendo la ordenación cronológica que hasta ahora he venido siguiendo en mis comentarios a las colaboraciones periodísticas sobre el Romanticismo publicadas por Pardo Bazán en la prensa periódica americana, he reservado para el final -y, en cierta medida, como primicia- un curioso texto que (lo digo con la prudente provisionalidad obligada en estos casos) nunca apareció en España, aunque sí por partida doble en América, en 1885; y que, acaso por ello, no se ha catalogado ni comentado entre sus escritos críticos9.

Es una breve nota titulada «Victor Hugo», necrológica del autor francés, fallecido el 22 de mayo de 1885, que doña Emilia escribe un mes después (la carta al director de la revista, José Novo y García, remitiéndole el artículo está fechada el 24 de junio), y que aparece en una de las revistas de la emigración gallega en Cuba, Galicia Moderna, en su número 15, correspondiente al 9 de agosto de 1885, en su página 2. Sospecho que, dada la importancia universal del escritor evocado, y el prestigio de quien firma la necrológica, el artículo estaría destinado a ocupar un lugar preferente -acaso la primera página- de la revista. Pero desde que la autora coruñesa envió su colaboración a La Habana (por correo marítimo, claro), a finales de junio, se ha producido en Galicia un suceso que exige atención preferente: el fallecimiento de Rosalía de Castro, el 15 de julio. No olvidemos que, además de su trascendencia para la cultura y la identidad de Galicia, la cantora del Sar tenía una especial vinculación con la colonia gallega en La Habana. De ahí que la revista ocupe toda la primera página de ese número con un artículo titulado «Rosalía Castro», que firma Victorino Novo y García; en la siguiente, además de anunciar que «en el próximo número empezaremos a publicar un importante estudio crítico de Rosalía Castro, inédito, que forma parte del libro en prensa Los precursores de Manuel Murguía», se incluye una nota titulada «En memoria de Rosalía Castro», firmada por La Redacción, donde se propone una suscripción pública para «que se le erija un modesto mausoleo, representación tangible de nuestro afecto y de nuestro pesar».

Sigue, en la misma columna, una carta de Pardo Bazán al Director de Galicia Moderna, fechada en Coruña el 24 de junio de 1885 (esto es: tres semanas antes del fallecimiento de Rosalía), en respuesta a la que Novo le había escrito el 25 de abril, en la que «me pide V. escriba algo para ella». Y argumenta: «Si tuviese tanto tiempo como buenos deseos mucho escribiría para periódicos, pero esto es del todo incompatible con el propósito de hacer libros. De todos modos, como muestra de mi intención envío a V. esa página breve que casi por asalto he trazado. Es lo único, puede decirse, que hace dos años escribo suelto».

Aparte de la retórica convencional en este género, la carta contiene dos declaraciones dignas de interés: la primera, su decidido propósito de dedicarse preferentemente a hacer libros y escribir menos para los periódicos. Recordemos que a estas alturas, con la publicación y polémica recepción de Un viaje de novios (1881), San Francisco de Asís (1882), La cuestión palpitante (1882-1883), La Tribuna (1883), ya se ha producido su consagración como una de las más destacadas figuras del sistema literario español; dedicación preferente a los libros que la llevará a publicar, en ese mismo año, la novela El Cisne de Vilamorta y el volumen de cuentos La Dama joven; mientras, previsiblemente, ha comenzado ya la redacción de Los Pazos de Ulloa, cuyos dos volúmenes aparecerán en 1886.

La segunda declaración («esa página breve que casi por asalto he trazado») debe ser tomada con alguna precaución, o matizada: aunque doña Emilia da a entender que ha escrito esta nota urgida por la invitación de Novo, lo cierto es que con ella está respondiendo a otro encargo o contrato (rentabilizando doblemente el esfuerzo, como haría bastantes veces a lo largo de su carrera), pues la necrológica apareció también en El Álbum de la Mujer, que dirigía en Méjico Concepción Gimeno de Flaquer, el mismo 9 de agosto de 188510. Dada tal coincidencia de fechas, es difícil saber cuál de las dos publicaciones americanas fue la destinataria preferente de aquella colaboración de doña Emilia.

Galicia moderna

Descritas y explicadas las circunstancias de la publicación (doble, en América, pero nunca en España) de ese interesante texto [cuya reproducción facsímil se adjunta], comentaré sumariamente algunos aspectos. El primero y fundamental -que no podía faltar en la inevitable (y siempre vanidosa) doña Emilia- es su alarde de haber conocido y tratado «al excelso poeta, que acaba de expirar, hará cosa de cuatro o cinco años». En efecto, había sido en París, poco después de su estancia en el balneario de Vichy (en septiembre de 1880): así lo recordaría en sus «Apuntes autobiográficos»: «quise conocer a Víctor Hugo, último y grandioso resto de la generación romántica. El autor de Hernani me convidó a su tertulia, mejor dijera a su corte, pues no parecía sino monarca destronado en el suntuoso salón alumbrado por resplandeciente lámpara de veneciano cristal, vestido de seda y decorado con soberbios tapices...» (Pardo Bazán 1999: 39). Para abreviar, no alargo más la cita de los «Apuntes...», aunque sugiero cotejar esa evocación, fechada en septiembre de 1886, con la de la necrológica que nos ocupa: sus coincidencias casi textuales podrían deberse a la proximidad de sus respectivas redacciones.

Casi la mitad de la nota está dedicada a evocar aquella visita. Haciendo gala de sus dotes de creadora de ficción, además de estudiosa de la literatura, Pardo Bazán nos pone ante la escena evocada, descrita en sus menores detalles, tanto del lugar (la chimenea, el salón de rojo terciopelo, la araña de cristal veneciano...), como del personaje («encorvado el cuerpo y apagado el brillante y profundo mirar [...] canas la barba y cabellera, rugosas las manos [...] la surcada frente, las marchitas pupilas»). La idea predominante es la de estar ante un monumento vivo, un resto casi arqueológico del pasado, de un movimiento literario definitivamente caducado. Algo que reitera lo que había escrito en los capítulos IV y V de La cuestión palpitante (1882-1883), donde se refería al poeta como «coloso que aún se mantiene de pie» (capítulo IV; en Pardo Bazán 1989: 165); «de la generación romántica francesa sólo queda en pie Víctor Hugo materialmente, porque vive; moralmente hace tiempo que no se cuenta con él» (capítulo V; en Pardo Bazán 1989: 173).

Su conocimiento del Romanticismo europeo se manifiesta en la certera recreación de algunos de sus personajes emblemáticos (Manfredo, de Byron; Werther de Goethe; el estudiante salmantino, de Espronceda; Hernani, del propio Hugo), en sus actitudes más representativas: «salvando vertiginosos abismos», el primero; «pistola en mano», el segundo; «levantando la copa y apurando con frenesí la vida», el tercero; «inmolándose en aras de horrible juramento», el cuarto. Y sigue la referencia, que refleja el conocimiento directo de una devota lectora, a los principales títulos del autor homenajeado. Su genio, fundamentalmente poético, aunque se hubiese mostrado no solo en los versos, sino también en las novelas y en los dramas, es brillantemente analizado mediante un certero símil («¡Qué notable semejanza existe entre el mar y el genio de Víctor Hugo!»), en comparación con otros líricos europeos de su tiempo: Leopardi, Musset, Heine, Lamartine...; sin que falte, salvando las distancias, el poeta español por quien doña Emilia siempre tuvo -ya desde su adolescencia- una especial predilección: José Zorrilla11.






Bibliografía

  • CABALLER DONDARZA, Mercedes (2009): «Cuentos y ensayos de Emilia Pardo Bazán en la prensa estadounidense», en: J. M. González Herrán, C. Patiño Eirín y E. Penas Varela (eds.), La literatura de Emilia Pardo Bazán, A Coruña: Casa-Museo Emilia Pardo Bazán, pp. 217-227.
  • «En memoria de Rosalía Castro» [editorial] (1885): Galicia Moderna, n.º 15, 9 de agosto de 1885, p. 2.
  • Galicia Moderna. A Habana (1885-1890) (2002): Estudio Introductorio e índices de Natalia Regueiro, Santiago de Compostela: Centro Ramón Piñeiro-Xunta de Galicia.
  • GÓMEZ-FERRER, Guadalupe (ed.) (1999): E. Pardo Bazán: La mujer española y otros escritos, Madrid: Cátedra, pp. 73-82.
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  • —— (2013): «Colaboraciones de Emilia Pardo Bazán en la prensa periódica americana (1879-1921)», en Adalberto Santana (coord.), Setenta años de Cuadernos Americanos (1942-2012), México: UNAM-Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, pp. 135-148.
  • —— (2014a): «Reescritura en algunas crónicas periodísticas de Emilia Pardo Bazán (1912-1915)», en C. Servén e I. Rota (eds.), Escritoras españolas en los medios de prensa (1868-1936), Sevilla: Renacimiento, pp. 117-137.
  • —— (2014b): «Introducción» a Emilia Pardo Bazán, El vidrio roto. Cuentos para las Américas. Argentina, Vigo: Editorial Galaxia, pp. 7-25.
  • HEYDL-CORTÍNEZ, Cecilia (ed.) (2002): Cartas de la Condesa en el Diario de la Marina. La Habana (1909-1915), Madrid: Pliegos, pp. 85-91.
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  • —— (2014): «Concepción Gimeno de Flaquer y los escritores españoles: El Álbum de la Mujer mexicano entre 1883 y 1888», BBMP, XC, pp. 191-212.
  • SINOVAS MATÉ, Juliana (ed.) (1999): E. Pardo Bazán: La obra periodística completa en La Nación de Buenos Aires (1879-1921), A Coruña: Diputación Provincial de A Coruña.
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  • SOTELO VÁZQUEZ, Marisa (2007): «Las publicaciones de Emilia Pardo Bazán en El Heraldo Gallego: la forja de su personalidad literaria», en J. M. González Herrán, C. Patiño Eirín y E. Penas Varela (eds.), «Emilia Pardo Bazán: El periodismo». Actas del III Simposio. A Coruña: Casa-Museo Emilia Pardo Bazán, pp. 203-231.



Textos de Emilia Pardo Bazán citados

  • «El Norte y la balada», El Eco de Galicia, n.º 1 (18): 5-6. 16 de julio de 1878; publicado antes en El Heraldo Gallego, n.º 206, 15 de enero de 1877.
  • La cuestión palpitante [1882-1883], ed. J. M. González Herrán, Barcelona/Santiago de Compostela: Anthropos/Universidade de Santiago.
  • «Estudios literarios. Pastor Díaz», El Eco de Galicia, n.º 113, 24 de agosto de 1884; «Estudios literarios. Pastor Díaz», El Eco de Galicia, n.º 115, 7 de septiembre de 1884; «Estudios literarios. Pastor Díaz», El Eco de Galicia, n.º 116, 14 de septiembre de 1884; «Estudios literarios. Pastor Díaz», El Eco de Galicia, n.º 127, 30 de noviembre de 1884; publicados antes en El Heraldo Gallego, núms. 231, 232, 233 y 234; 25 noviembre-10 diciembre de 1877.
  • «Victor Hugo», Galicia Moderna, n.º 15, 9 de agosto de 1885; también en El Álbum de la Mujer, 9 de agosto de 1885, p. 2.
  • «Apuntes autobiográficos» [1886], recogidos en Obras Completas, II (Novelas), ed. de D. Villanueva y J. M. González Herrán. Madrid: Biblioteca Castro-Fundación José Antonio de Castro, pp. 5-59.
  • «Las mujeres en la Academia. Gertrudis Gómez de Avellaneda», La Nación, 5 de mayo 1889 [antes, con el título «La cuestión académica. A Gertrudis Gómez de Avellaneda (en los Campos Elíseos)», en La España Moderna, año I, 2 (febrero), pp. 173-184, y en El Liberal, 2 y 3 de marzo de 1889], recogido en Sinovas Maté 1999: 137-148.
  • «Crónica», La Nación, 24 de marzo de 1909; recogido en Sinovas Maté 1999: 238-243.
  • «Crónica», La Nación, 4 de mayo de 1909; recogido en Sinovas Maté 1999: 256-261.
  • «Un episodio sentimental en la vida de la Avellaneda», Diario de la Marina, 24 de julio de 1910; recogido en Heydl-Cortínez 2002: 85-91.
  • La literatura francesa moderna. El Romanticismo, Madrid: Renacimiento, 1910.
  • «Un recuerdo», Diario de la Marina, 26 de febrero de 1911; recogido en Heydl-Cortínez 2002:114-121.
  • «Crónica de España», La Nación, 29 de abril de 1911; recogido en Sinovas Maté 1999: 520-525.
  • «Crónicas de España», La Nación, 25 de noviembre de 1911; recogido en Sinovas Maté 1999: 584-588.
  • «Crónicas de Europa», La Nación, 28 de noviembre de 1911; recogido en Sinovas Maté 1999: 589-593.
  • «Una biografía de Pastor Díaz», Diario de la Marina, 7 de enero de 1912; recogido en Heydl-Cortínez 2002:150-156.
  • «De España», La Nación, 7 de agosto 1912; recogido en Sinovas Maté 1999: 682-686.
  • «Crónica de España», La Nación, 17 de noviembre de 1916; recogido en Sinovas Maté 1999: 1157-1159.
  • «Crónicas de España», La Nación, 8 de abril de 1917; recogido en Sinovas Maté 1999:1182-1184.
  • «Crónicas de España», La Nación, 24 de abril de 1917; recogido en Sinovas Maté 1999: 1188-1190.
  • «Crónicas de España», La Nación, 4 de noviembre de 1917; recogido en Sinovas Maté 1999: 1213-1215.
  • «Crónicas de España», La Nación, 9 de diciembre de 1917; recogido en Sinovas Maté 1999: 1219-1221.
  • «Estudios literarios. El Romanticismo de escuela. I», Renovación española, I, n.º 10 (2 de abril de 1918), pp. 1-3.
  • «Estudios literarios. El Romanticismo de escuela. II», Renovación española, I, n.º 11 (9 de abril de 1918), pp. 1-2.
  • «La gloria de Larra», La Nación, 6 y 8 de marzo de 1921; recogido en Sinovas Maté 1999: 1437-1440.


 
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