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Emilia Pardo Bazán y la educación femenina

María de los Ángeles Ayala

Los años de 1889 -Insolación1- y 1913 -La cocina española antigua2- enmarcan la etapa -inicio y desilusión, respectivamente- de mayor compromiso personal de Emilia Pardo Bazán con uno de los temas que más le preocupó durante toda su vida y que constantemente aflora en su narrativa: la promoción social, cultural y política de la mujer española. La propia escritora señala en un artículo publicado en 1892: «[...] yo he procurado saber lo que se piensa en Europa respecto a los problemas que entraña la educación y condición social, jurídica, política y económica de la mujer. Pues bien: cada opinión española que leo me deja fría, causándome un desaliento infecundo y amargo»3, palabras que permiten entrever cómo la llamada cuestión femenina es una de las grandes batallas sociales a las que Emilia Pardo Bazán dedicó innumerables esfuerzos, convencida de que era imprescindible situar a la mujer en una posición de igualdad con respecto al hombre de su tiempo. En el presente artículo, no trataremos de abordar la figura de Emilia Pardo Bazán como novelista o autora de un amplísimo Corpus cuentístico de indiscutible valor, pues nuestro interés se centra en su figura, engarzada en una época en la que la mujer se encontraba con innumerables obstáculos para participar en la vida pública. Los artículos y ensayos que sobre la mujer española publicó evidencian su decidido apoyo al incipiente movimiento feminista y ofrecen nuevas luces o complementan los temas tratados en un buen número de obras narrativas.

Emilia Pardo Bazán a diferencia de la mayoría de las escritoras del siglo XIX no se contentó solo con dar a conocer sus obras literarias, sino que aspiró a participar activamente en la vida pública, consiguiendo, a pesar de las frecuentes censuras de algunos de sus contemporáneos, tanto el reconocimiento de escritora profesional como de sujeto dinamizador de la sociedad de su tiempo. La tenacidad, con que Emilia Pardo Bazán luchó contra los convencionalismos sociales de su época, contribuyó a abrir a otras mujeres las puertas para aquellos espacios vedados hasta ese momento. Doña Emilia no quiso ser una mujer a la que se tolerase que escribiera. Ella aspiró a algo más, a desarrollar la misma actividad intelectual que cualquier miembro de la generación de escritores a la que perteneció, de ahí que compaginase durante estos años la creación literaria con la publicación de artículos de actualidad y ensayos feministas4. Asimismo, Doña Emilia participará directamente en todos aquellos actos públicos que pongan de relieve su firme creencia en la igualdad entre hombres y mujeres. Recordemos que durante este periodo es frecuente su participación en los actos culturales celebrados en el Ateneo madrileño o en los Congresos Pedagógicos que se celebran a finales de siglo. También imparte conferencias sobre los más diversos temas y desarrolla actividades académicas5, lo que le permite alcanzar un mayor prestigio personal y, sobre todo, abrir nuevos caminos para su sexo. No olvidemos que doña Emilia es la primera mujer nombrada socia numeraria del Ateneo madrileño (3 de noviembre de 1895) y que en 1906 preside la Sección de Literatura del mismo. De igual forma, en 1892, funda la «Biblioteca de la mujer», donde aparecen publicaciones de carácter feminista dedicadas a la instrucción de la mujer, como la traducción de On Liberty and the Subjetion of Woman de Stuart Mill. Asimismo, en el Nuevo Teatro Crítico, periódico fundado, dirigido y costeado por la propia escritora, encontramos reflejadas numerosas muestras de su campaña a favor de la educación femenina, entre las que destaca la publicación de la memoria La educación del hombre y de la mujer, leída el 16 de octubre de 1892 en el Congreso Pedagógico Hispano-Luso-Americano que se celebró en Madrid6.

Cuando Emilia Pardo Bazán escribe La mujer española7 y La educación del hombre y la de la mujer8, dos de sus textos más comprometidos con la promoción de la mujer, lleva bastante tiempo madurando sus ideas9. Ha leído innumerables libros sobre el tema, libros que van desde los más clásicos, como la Biblia, con su defensa de la mujer fuerte, La perfecta casada de Fray Luis de León o La institución de la mujer casada de Luis Vives; hasta los escritos del padre Feijoo -Defensa de la mujer-, Stuart Mill -La esclavitud de la mujer-, August Bebel -La mujer ante el socialismo-, Concepción Arenal -La mujer del porvenir y La mujer de su casa10-; o los trabajos que sobre la educación femenina escribieron Félix Dupanloup11, Gabriel Legouvé12, Genlis13, Gasparín14, James Mill15, Rafael María de Labra16, por citar los más sobresalientes. Doña Emilia, no obstante, confiesa que el germen de su radical postura, teórica y práctica, a favor de los derechos de la mujer se fraguó en su más tierna infancia, pues su propio padre siempre se manifestó partidario de la igualdad entre hombre y mujer17. Una postura que se vio alimentada, sin duda, con ese intenso contacto que doña Emilia sostuvo con Francisco Giner de los Ríos18, uno de los principales responsables de que el krausismo se inclinase hacia la labor pedagógica. No debemos olvidar que los krausistas19 jugarán un importantísimo papel en la promoción social e intelectual de la mujer del último tercio del siglo XIX, pues no se contentarán con la denuncia de la desastrosa situación de la misma, sino que promoverán toda una serie de iniciativas y proyectos encaminados a paliar el estado de abandono en que se encuentra la mujer. Desde las «Conferencias dominicales para la educación de la mujer»20, hasta la creación de centros escolares con fines puramente profesionales, como la Escuela de Institutrices (1869), la Asociación para la Mujer (1870), Escuela de Comercio (1878), Escuela de Correos y Telégrafos (1883), Escuela Primaría (1884); los krausistas llevaron a cabo un auténtico programa de promoción social de la mujer, convencidos de que la ansiada renovación de España no se alcanzaría solo incidiendo en la mitad masculina de la población21. La orientación paterna en primer lugar; el talante que se deriva de la proclamación de la Constitución de 1869, texto que garantiza la libertad de expresión, asociación, educación y religión; y las iniciativas que surgen de ese grupo de ideólogos -los krausistas- que hacen suya la defensa del derecho de la mujer a ocupar un puesto digno en la sociedad contribuirán a que la enérgica y entusiasta doña Emilia preste gran atención a un tema que se convierte en eje absoluto de su propia vida: el reconocimiento de los derechos de la mujer en una sociedad que mira con recelo o con burla cualquier intento de la mujer por salir del papel de esposa y madre que dicha sociedad le ha asignado.

La mujer española y La educación del hombre y de la mujer son dos textos de indiscutible importancia en el estudio del movimiento feminista en España. La rotundidad con que la escritora exige la igualdad social, intelectual, moral, sexual entre hombres y mujeres no es equiparable a las tibias denuncias de otras mujeres que como Emilia Pardo Bazán han logrado hacer oír su voz a lo largo del siglo XIX. Ni siquiera Concepción Arenal llegará tan lejos a la hora de desafiar a la sociedad, pues, como es sabido, aunque defiende los derechos de su sexo en La mujer del porvenir y La mujer de su casa, en el terreno personal adoptará una postura de mayor recato y humildad que Emilia Pardo Bazán. En este sentido solo Gertrudis Gómez de Avellaneda, desde el plano privado y profesional -recordemos, especialmente, sus novelas Sab y Dos mujeres-, muestra con gran contundencia, como doña Emilia, su rechazo al papel que la sociedad ha diseñado para la mujer.

Al abordar el pensamiento feminista de Emilia Pardo Bazán, no interesan tanto las censuras concretas que la escritora emite con respecto a la instrucción de la mujer española, como analizar las denuncias que la misma formula contra los principios morales y sociales que han conducido a la mujer a ese estado de subordinación o infantilismo, por usar su propio término, a la que se la ha condenado. Doña Emilia, influida, sin duda, por los aciertos pedagógicos de los krausistas, tiene una fe ciega en la educación como única vía capaz de transformar la realidad social y, consecuentemente, exigirá con vehemencia el derecho de la mujer a recibir dicha educación.

Al hablar de la educación femenina, Emilia Pardo Bazán señala, con una radicalidad que todavía hoy sorprende, su inexistencia: «No puede, en rigor, la educación actual de la mujer llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión [...]. Es la educación de la mujer preventiva y represiva hasta la ignominia»22. Ya en sus Apuntes autobiográficos, la escritora se lamenta de la escasa formación que recibe la mujer:

«Apenas pueden los hombres formarse idea de lo difícil que es para una mujer adquirir cultura autodidáctica y llenar los claros de su educación. Los varones, desde que pueden andar y hablar, concurren a las escuelas de instrucción primaria; luego al Instituto, a la Academia, a la Universidad, sin darse punto de reposo, engranando los estudios [...] Todas ventajas; y para la mujer, obstáculos todos»23.


En La educación del hombre y de la mujer, establece las relaciones y diferencias que existen en la educación que recibe cada uno de los sexos. Los métodos, los programas y las materias son afines a ambos, pero en lo íntimo y fundamental, en los principios que rigen la educación del hombre y de la mujer, las diferencias son insalvables:

«Mientras la educación masculina se inspira en el postulado optimista, o sea la fe en la perfectibilidad de la naturaleza humana [...] la educación femenina derívase del postulado pesimista, o sea del supuesto de que existe una antinomia o contradicción palmaria entre la ley moral y la ley intelectual de la mujer, cediendo en daño y perjuicio de la moral cuanto redunde en beneficio de la intelectual, y que -para hablar en lenguaje liso y llano- la mujer es tanto más apta para su providencial destino cuanto más ignorante y estacionaria, y la intensidad de educación, que constituye para el varón honra y gloria, para la hembra es deshonor y casi monstruosidad»24.


En estas palabras, Emilia Pardo Bazán alude a esa característica fisiológica que condiciona y rige la vida de la mujer del siglo XIX: la capacidad reproductora. Una facultad biológica que la limita en el plano social y educativo, pues por un lado la supedita a la esfera familiar y por otro la conduce a la total ignorancia. Doña Emilia sostendrá, por el contrario, que la mujer tiene derecho a un destino individual, pues la mencionada capacidad reproductora no debe anular las restantes funciones de la actividad humana. De ahí que señale, con su acostumbrada ironía, que «todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal, que solo se cultive por la cosecha»25. La educación, para la escritora, debe dirigirse a desarrollar plenamente la condición humana, con independencia del sexo o del estado civil que la persona adquiera en su madurez.

Emilia Pardo Bazán protesta por esa doble escala de valores que se inculca dependiendo del sexo de los individuos. Mientras que en el varón las cualidades morales más valoradas son el valor, la dignidad personal, la firmeza de carácter, la independencia, la fecunda ambición de descollar entre sus semejantes, la firmeza del pensamiento, la lealtad, la veracidad, la iniciativa, la noble altivez, el amor al trabajo... esos mismos valores se combaten explícita o implícitamente en la educación femenina. Con amargura, Emilia Pardo Bazán señala que ante la ausencia de unos valores y exigencias elevadas:

«La mujer se ahoga, presa de las estrechas mallas de una red de moral menuda, menuda. Debercitos; gustar, lucir en el salón. Instruccioncita: música, algo de baile, migajas de historia, nociones superficiales y truncadas. Devocioncilla: prácticas rutinarias, genuflexiones, rezos maquinales, todo enano, raquítico, como los albaricoques chinos. Falta el soplo de lo ideal, la línea grandiosa, la majestad, la dignidad, el brío»26.


La escritora es consciente de que la educación del hombre se basa en la idea de rentabilidad, de ahí que cualquier padre de familia no escatime ningún esfuerzo en beneficio de la formación del posible excelente profesional, político y hombre que debe brillar en la vida social. Una rentabilidad que no se obtiene en la formación de la mujer, pues la sociedad solo le concede un único destino, una única función: la maternidad. De ahí que los esfuerzos educativos de los progenitores, en el caso de las niñas, se dirijan a otorgarles un superficial barniz de cultura que las haga más atractivas a los ojos de sus admiradores y alcancen el ansiado matrimonio. Emilia Pardo Bazán, con su proverbial mordacidad, denuncia, al trazar el retrato de la mujer de clase media en La mujer española, esta farsa educativa que, olvidando que la educación persigue el desarrollo de las facultades del individuo, se limita a acercarla al ideal de mujer que el hombre de la época posee:

«[...] Por más que todavía hay hombres partidarios de la absoluta ignorancia en la mujer, la mayoría va prefiriendo, en el terreno práctico, una mujer que sin ambicionar la instrucción fundamental y nutritiva, tenga un baño, barniz o apariencia que la haga "presentable". Si no quieren a la instruida, la quieren algo educada, sobre todo en lo exterior y ornamental. El progreso no es una palabra vana, puesto que hoy un marido burgués se sonrojaría de que su esposa no supiera leer ni escribir. La historia, la retórica, la astronomía, las matemáticas, son conocimientos ya algo sospechosos para los hombres; la filosofía y las lenguas clásicas serían una prevaricación; en cambio, transigen y hasta gustan de los idiomas, la geografía, la música y el dibujo, siempre que no rebasen del límite de aficiones y no se conviertan en vocación seria y real. Pintar platos, decorar tacitas, emborronar un "efecto de luna", bueno; frecuentar los Museos, estudiar la naturaleza, copiar del modelo vivo, malo, malo. Leer en francés el figurín, y en inglés las novelas de Walter Scott..., ¡psh!, bien; leer en latín a Horacio..., ¡horror, horror, tres veces horror!»27.


Emilia Pardo Bazán irá mucho más allá que sus contemporáneos en su exigencia al derecho de la mujer de recibir una educación idéntica a la que recibe el hombre de su época. Rechazará, incluso, las avanzadas tesis krausistas sobre la educación femenina, pues «aunque no es costumbre en buena estrategia rechazar aliados, yo he de desprenderme de unos que considero funestos: los que encarecen la necesidad de educar intelectualmente a la mujer, para que pueda transmitir la enseñanza a sus hijos»28. Emilia Pardo Bazán rechazará esta alianza porque mantiene la nefasta creencia de que la mujer «no ha sido creada más que para el hombre; no tiene existencia propia ni individualidad, fuera de su marido e hijos; es toda su vida alieni juri»29. El fin de la educación es -señala la escritora siguiendo las ideas de James Mill- hacer del individuo apropiado instrumento de felicidad; en primer lugar de sí mismo y, posteriormente, de los demás. Ahora bien -continúa precisando Emilia Pardo Bazán- como en este momento histórico el segundo objetivo se antepone al primero, el resultado es que la educación que en la actualidad se da a la mujer parece estar elegida con el propósito de labrar su desdicha. La presunta inferioridad intelectual congénita de todo el sexo femenino condiciona la instrucción de la mujer, y la educación que recibe queda reducida a un aprendizaje de cosas vanas e intrascendentes.

Emilia Pardo Bazán adopta una postura tajante al respecto y se aleja de las soluciones ofrecidas por los krausistas de reconocer a la mujer solo un destino relativo, pues perpetúa ese ideal de ángel del hogar, de esa mujer honesta, prudente, económica, esposa y madre amante, cuyas perfecciones se resumen en una frase clásica de la época: mujer que no piensa más que en su casa, en su marido, en sus hijos. Doña Emilia exige más a la sociedad de su tiempo30 y señala con vehemencia que la mujer tiene un destino propio.

Consecuentemente, la educación que la mujer reciba debe estar dirigida a procurar ese destino individual: «La instrucción y cultura racional que la mujer adquiera, adquiéralas en primer término para sí, para desarrollo de su razón u natural ejercicio de su entendimiento»31. Una educación que contribuya a lograr el reconocimiento de su propia dignidad y, por ende, su propia felicidad. Evidentemente, Emilia Pardo Bazán está a favor de que la mujer cultive sus dotes intelectuales, único camino posible para conseguir la igualdad con el hombre. De ahí que en las conclusiones que lee el 17 de octubre de 1892 en el Congreso Pedagógico Hispano-Luso-Americano reivindique de nuevo el derecho de la mujer a que se le reconozca un destino individual:

«Aspiro, señores, a que reconozcáis que la mujer tiene un destino propio; que sus primeros deberes naturales son para consigo misma, no relativos y dependientes de la entidad moral de la familia que en su día podrá constituir o no constituir; que su felicidad y dignidad personal tienen que ser el fin esencial de su cultura, y que por consecuencia de ese modo de ser de la mujer, está investida del mismo derecho a la educación que el hombre»32.


En su artículo «La mujer española», Emilia Pardo Bazán ya había reprochado al sexo masculino su apego a mantener inalterable, a pesar de los cambios y progresos sociales, el concepto tradicional de mujer:

«Para el español -insisto en ello- todo puede y debe transformarse; sólo la mujer ha de mantenerse inmutable y fija como la estrella polar. Preguntad al hombre más liberal de España qué condiciones tiene que reunir la mujer según su corazón, y os trazará un diseño muy poco diferente del que delineó Fr. Luis de León en La perfecta casada, o Juan Luis Vives en La institución de la mujer cristiana, si ya no es que remontando más la corriente de los tiempos, sube hasta la Biblia y no se conforma sino con la Mujer fuerte. Al mismo tiempo que dibuja tan severa silueta, y pide a la hembra virtudes del filósofo estoico y del ángel reunidas, el español la quiere metida en una campana de cristal que la aísle del mundo exterior por medio de la ignorancia»33.


Postura que lleva, desde su punto de vista, a considerar a la mujer como un ser inferior y dependiente del hombre. En su intervención en el Congreso Pedagógico de 1892, doña Emilia adopta una postura mucho más radical en defensa de una educación que libere a la mujer de la ignorancia en la que vive, pues en esta ocasión la escritora no se conforma con denunciar, sino que también exige que la sociedad reconozca que la educación que le ofrece a la mujer es «deficiente, casi nula, y que es preciso extenderla y elevarla hasta los mismos límites de la del hombre»34. Emilia Pardo Bazán sostiene que esta reforma es exigible de derecho, de posibilidad y de conveniencia, los tres grados necesarios que toda reforma requiere para que ésta sea, además de justa, fecunda. Frente a otras propuestas manifestadas a lo largo de las sesiones del Congreso Pedagógico35, Doña Emilia no se muestra partidaria de una educación distinta para cada sexo. La escritora, por el contrario, abogará por la coeducación o educación mixta como el medio más seguro para lograr la ansiada igualdad entre los seres humanos.

La siguiente conclusión a la que llega la escritora es de orden práctico, pues exige sin más dilación que la enseñanza oficial se extienda a la mujer y se le permita ejercer y desempeñar los puestos a que le den opción sus estudios y títulos académicos ganados con su inteligencia y esfuerzo. Emilia Pardo Bazán se lamenta de que los centros oficiales universitarios permanezcan cerrados a las mujeres y de que solo, dependiendo de la buena voluntad de los rectores o profesores, se permita, excepcionalmente, a alguna mujer acudir a sus aulas36. Emilia Pardo Bazán aspira para la mujer de su época a lo que desea para ella misma. Así, apoyándose en el concepto de educación práctica de Kant, reclama el derecho a recibir una educación que desarrolle plenamente la personalidad de la mujer, considerada esta como un ser libre, capaz de bastarse a sí mismo, y ocupar dignamente su puesto en la sociedad. Emilia Pardo Bazán no verá cumplido su deseo, pues la sociedad española tardará bastantes años en reconocer a la mujer los mismos derechos sociales, culturales y políticos de que goza el hombre, pero es indiscutible que su brillante contribución al Congreso Pedagógico de 1892 favoreció, al menos, que un grupo numeroso de congresistas votara mayoritariamente a favor del reconocimiento de los derechos de la mujer para desarrollar y cultivar todas sus facultades. Los participantes en dicho Congreso, en sus recomendaciones finales, exigirán para la mujer una educación igual en dirección e intensidad a la del hombre, y se declararán, igualmente, a favor de la enseñanza de la mujer en todos sus grados37. Conclusiones que Emilia Pardo Bazán, sin duda, vería con agrado, aunque en ellas no se recogiera su deseo y exigencia de que los estudios realizados capaciten profesionalmente a la mujer para el desempeño de cualquier trabajo o profesión38. Pero, evidentemente, la escritora se adelantaba radicalmente a su tiempo, y el derecho de la mujer a seguir su propia vocación profesional debía de parecer una propuesta demasiado audaz, incluso para aquellos que se mostraban más favorables a rescatar a la mujer del abandono secular en el que yacía a las puertas del siglo XX.

 
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