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Emilia Pardo Bazán

Los preludios de una Insolación (junio de 1887-marzo de 1889)


José Manuel González Herrán





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En los primeros días de la primavera de 1889 aparecía en las librerías de Madrid una novela de doña Emilia Pardo Bazán, primorosamente editada, Insolación, en cuya primera página podía leerse esta dedicatoria: «A José Lázaro Galdiano /en prenda de amistad». Los dimes y diretes -no del todo benévolos- que tal declaración suscitaría en determinados círculos han venido propiciando desde entonces una lectura de la novela en clave autobiográfica, que considero equivocada. Así espero demostrarlo en las páginas que siguen, en las que me propongo reconstruir su largo proceso (de redacción, impresión y edición), entre junio de 1887 y marzo de 1889.

Según aquella lectura, en la anécdota de Insolación doña Emilia habría recreado literariamente una experiencia propia, su aventura amorosa, en la primavera de 1888 en Arenys de Mar, con el dedicatario de la novela. Aunque es muy posible que tal especie hubiese empezado a propalarse con la aparición del libro (cuya inequívoca ofrenda estimulaba la sospecha), fue Narcís Oller el primero en ponerla por escrito en el capítulo VII de sus Memòries literàries. Història dels meus llibres [1918]:

[...] l'endemà no em vig atansar a l'hotel on posava la Sra. Pardo, fins al vespre; però ella no hi era. Vaig tornar-hi el migdia següent i tampoc. A la nit va dir-me que amb En Lázaro havien fet una excursió a Arenys de Mar d'on tornava encisada. (Alguns volgueren suposar després que Insolación n'és un reflex).


(Oller, 1962: 108)                


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Lo novelesco de tal suposición ha llegado a convertirla en certeza, admitida y reiterada por algunos críticos e investigadores: Carmen Bravo Villasante, Nelly Clémessy, Marina Mayoral, Daniel S. Whitaker, Pedro Ortiz Armengol, entre otros. Como enseguida demostraré y en contra de tan coincidentes suposiciones, los datos cronológicos no parecen confirmar tan sugestiva hipótesis, ni -en consecuencia- las no menos sugestivas interpretaciones que de la novela se han hecho. Como la de Whitaker, que resume así su explicación del cierre de la novela:

Pardo Bazán reflects in the novel the general experience she herself had with Galdiano, excluding the proposed matrimony in the epilogue. In real life Doña Emilia broke off with her companion before any consideration to marriage was given, for by this time the Countess had been married for many years. Thus, the closure of Insolación allots to Asís what Emilia Pardo Bazán lacked in her friendship with Lázaro and others: an ordering of the chaos of life's experience.


(Whitaker, 1988: 364)                


Pues bien: Insolación comenzó a escribirse bastante antes de que su autora y José Lázaro Galdiano se conociesen; más aún: su redacción -también probablemente su impresión- estaba bastante avanzada cuando ocurrió el episodio de Arenys. Y lo más sorprendente es que algunos de los datos que aquí aduciré en apoyo de mi propuesta proceden de documentos ya conocidos (aunque tal vez no suficientemente atendidos).

El más importante es una carta (por ahora inédita y conservada en la Casa-Museo Galdós de Las Palmas de Gran Canaria) de la escritora coruñesa a su colega canario; la fecha que consta en su encabezamiento es «16 de junio», debajo de la cual -a lápiz y acaso de mano de Galdós- está anotado «87» y en ella le informa que ha comenzado a escribir una novela: como será breve, espera poder despacharla en el mes de julio en su residencia veraniega de la Granja de Meirás; la idea se le ocurrió en el tren y ya tiene título: Insolación.

Según creo, la primera referencia (publicada) a esa carta corresponde a Francisca González Arias (1992: 121), quien, comentando las relaciones intertextuales de Insolación y Fortunata y Jacinta, aduce cartas de doña Emilia a don Benito escritas en 1887, entre   -77-   ellas la que ahora nos importa: «In the letter dated June 16th Emilia revealed that on the train returning from Madrid to Galicia, she had the idea for a novel. Though she did not specify what the novel was to be about, she had a clear idea of the title: Insolación».

Aun reconociendo su primicia a esta colega, he de señalar que, antes de la aparición de su libro, tuve noticia de la citada carta en una conversación con Maurice Hemingway (en septiembre de 1989); dato que -según me indicó- tenía intención de recoger y comentar en un estudio que entonces preparaba, «La obra novelística de Emilia Pardo Bazán» (y que entregó dos años más tarde); Maurice falleció en junio de 1994, sin ver impreso ese trabajo, que al fin ha visto la luz en el verano de 1998; su nota 14 dice:

Siguiendo el testimonio de Narciso Oller [...] varios críticos han asegurado que la historia amorosa de Insolación está basada en una aventura que se supone tuvo doña Emilia con Álvaro [sic, por José] Lázaro Galdiano. Pero en una carta escrita a Galdós el 16 de junio de 1887 (y conservada en la Casa-Museo Galdós en Las Palmas) dice la autora que ya tiene empezada una novela titulada Insolación, es decir, un año antes de conocer a Lázaro en mayo de 1888. Por tanto, parece poco probable que la intriga de Insolación refleje la supuesta aventura amorosa entre doña Emilia y Lázaro.


(Hemingway, 1998: 670)                


Fue pues el llorado colega que aquí homenajeamos uno de los primeros en llamar la atención sobre esa noticia que, conocida por varios pardobazanistas, parece haber pasado inadvertida: si Insolación comenzó a redactarse en junio de 1887, ¿cómo podría basar el lance principal de su argumento en un suceso que aún tardaría en producirse casi un año, en mayo de 1888?

Apoyándose en el testimonio señalado por Hemingway (cuyo trabajo inédito tuvo ocasión de consultar), pero también en sus propias pesquisas y deducciones, Cristina Patiño Eirín ha discutido con razonamientos muy convincentes el problema que nos ocupa en los párrafos iniciales de su comunicación «La aventura catalana de Pardo Bazán», presentada en el Primer Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX (Barcelona, octubre de 1996) y que se publicará en las Actas correspondientes: «Además de la propia transitividad novelística -afirma-, existen otras razones que parecen no justificar la simplista equivalencia autora = protagonista de la   -78-   peripecia amorosa de Insolación»; y alude a «circunstancias [...] que parecen conceder a la invención novelesca una prelación cronológica con respecto a su aventura mediterránea con Lázaro Galdiano» (Patiño Eirín, 1998 [en prensa]). Aduzco aquí la aportación de mi apreciada discípula y colega porque, si bien nuestras argumentaciones coinciden en algunos puntos, en otros se complementan (o discrepan).

Podría argüirse, en favor de la hipótesis apuntada por Oller -y tan precipitadamente repetida-, que la información de aquella carta a Galdós es muy imprecisa: sólo un título y una idea (que, por otra parte, no se especifica); cabría suponer, pues, que acaso la redacción no fue tan rápida como la autora esperaba, de modo que ni en julio ni en los meses siguientes se concluyó; y la aventura de Arenys de Mar, en la primavera siguiente, habría actuado así como catalizador de aquel proyecto atascado. Mas, por convincente que pueda parecer esta conjetura, otros datos proporcionados por los epistolarios impiden que pueda aceptarse.

En este caso se trata de otra carta de doña Emilia, ahora al dedicatario de la novela, José Lázaro Galdiano, fechada en 10 de julio de 1888 (y publicada en 1988 por Enrique Pardo Canalís). Escrita al regreso de doña Emilia a su ciudad natal, tras ese viaje a Cataluña en el que ambos se han conocido, la misiva dedica su mayor parte a evocar tan grata excursión; y, entre otras consultas y encargos a su corresponsal, doña Emilia le pregunta «si ha visto ya alguna galerada de Insolación, por cuya salud debe V. interesarse a fuer de padrino [esto es, como dedicatario y acaso recomendante ante sus editores].» (Pardo Canalís, 1988: 522).

El testimonio parece irrefutable: en el verano de 1888 aquella novela -cuya idea matriz había surgido en el tren de Madrid a Galicia justamente un año antes- estaba ya en prensa, y lo suficientemente adelantada como para que a comienzos de julio pueda haber ya galeradas; por lo tanto, de nuevo resulta imposible aceptar su relación con la que vengo llamando aventura de Arenys de Mar. Si ésta tuvo lugar en mayo de 1888, no parece fácil suponer que en poco más de un mes -y en plena excursión- doña Emilia redactase la novela, la pasase a limpio y la entregase a los editores. En consecuencia, creo que no puede mantenerse ya la afirmación (ni siquiera la conjetura) de que Insolación recrea un episodio vivido por su autora, pues los datos demuestran que la novela había comenzado   -79-   a redactarse (más aún, posiblemente estaba ya concluida) antes de aquella flirtation. Lo que no impide que tal experiencia real pueda relacionarse con la ficticia, aunque en un sentido inverso.

En efecto: para quienes se sientan decepcionados por mi demostración, que destruye una hipótesis muy atractiva, propongo otra, acaso más interesante: por esta vez el arte no refleja la realidad, sino que es la vida quien imita al arte. La imaginación novelesca de doña Emilia habría inventado primero la anécdota de una mujer independiente que, en uso de su libertad y estimulada por un ambiente propicio, se entrega a un hombre atractivo; y luego -acaso para verificar el supuesto, como postulaba el método experimental- lo quiso poner en práctica con la involuntaria ayuda de José Lázaro Galdiano, que merecería aquella dedicatoria en pago por su más o me nos involuntaria «colaboración». Hipótesis que, lejos de contradecirla, confirma la sagaz explicación que ha sugerido Marina Mayoral:

[...] la novela está dedicada a José Lázaro Galdiano «en prenda de amistad». El gesto de doña Emilia de dedicar la novela a su amigo siempre me ha recordado el gesto del personaje de la novela, de Asís Taboada cuando abre la ventana de su dormitorio y se asoma con su amante para que todos puedan verlos juntos. Es un gesto similar, pero mucho más arriesgado y valiente, porque en la marquesa literaria es preámbulo de matrimonio y en la Pardo Bazán no tiene esa cobertura legal, sólo puede interpretarse como un gesto de independencia y de desafío a la hipocresía de la sociedad.


(Mayoral, 1987: 12-13)                


Una pregunta ha podido quedar en el aire tras las explicaciones precedentes: si Insolación se redactó -como esperaba hacer su autora- en el verano de 1887, ¿por qué tardó casi dos años en publicarse? Según la citada carta de doña Emilia a José Lázaro, ya estaba en prensa en julio de 1888, lo que confirma que el retraso no fue de redacción sino de publicación; o -para ser más precisos- de impresión, corrección, ilustración y edición. Sabíamos algo de ese laborioso proceso por las cartas de doña Emilia a Josep Yxart (en Torres, 1977); el reciente descubrimiento -cuya primicia doy aquí de unas galeradas corregidas de Insolación, aparte de su valor para el estudio genético de ese texto, nos proporciona valiosos datos que pueden ayudarnos a resolver aquella pregunta.

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Aunque en la citada carta de julio de 1888 doña Emilia encargaba a su amigo que vigilase la edición de la novela (y acaso que corrigiese sus primeras pruebas), fue ella misma quien lo hizo, según muestran las galeradas conservadas en el archivo de la Real Academia Galega en la casa coruñesa de la escritora, minuciosa y abundantemente corregidas por su propia mano. Ello ayuda a explicar también las razones del retraso en la publicación: más que enmienda de erratas -muy escasas, por cierto-, en el texto inicialmente compuesto se introducen bastantes cambios, crecientes según avanza la lectura: poco abundantes en los primeros capítulos, se incrementan a partir del XIII, y son ya muchos en el XVI y siguientes; especialmente en los dos últimos, algunas de cuyas páginas llegan a tener en sus 47 líneas de texto más de 40 correcciones (que a veces suponen una reescritura de ciertos párrafos). Veamos algunas muestras:

Así, en el capítulo XXI, las frases «¡Ay infeliz de la mujer que se fiase de sus exageraciones y locuras! ¡Requebrar a las cigarreras así, delante de...» (página 297 de la primera edición) sustituyen a la inicialmente escrita, tachada pero legible: «No le arrendaba la ganancia Asís a la desgraciada que tomase al pie de la letra ciertas exageraciones». Poco más adelante, el texto «¡Qué tontera! Lo probable es que a Pacheco no volviese a verle nunca más... Y esta punzada del corazón ¿qué será? Será enfermedad, o... Parece que lo aprieta un aro de hierro... ¡Jesús, qué cavilaciones más simples!» (p. 298) sustituye a este otro, muy diferente: «In Memoriam, que es lo que ponen los ingleses para recordar a un muerto. Vaya unas emociones... ¡Qué quebrantados tenía los huesos!... La alcoba... estaba fresquita». Lo mismo sucede con «¡Ya pareció aquello! ¡Se despejó la incógnita! ¡Y decir que no hará dos semanas que se conocieron en casa de Sahagún! ¡Mujeres...!» (p. 304), que en la primera redacción decía: «¡Esto era!, pensó para sí, con la desaprobación y la censura que invariablemente acompaña a descubrimientos semejantes». Y todo el final del capítulo (desde «Miró al comandante, que se hacía el sueco») es de nueva redacción: 84 líneas que ocupan casi íntegramente las páginas 305 a 308, en lugar de esta primera versión, muy diferente y más breve:

Naturalmente que a don Gabriel le pinchaba ya el asiento de la silla: no veía el minuto de echar escalera abajo. Aprovechó cualquier pretexto, y sólo se detuvo en la esquina de la calle.- ¡Cómo escogen las   -81-   mujeres!... En llegando el cuarto de hora... En fin..., indulgencia, pensador, indulgencia... La severidad no le sienta bien ni aun al justo... Gabriel, se prohíbe el mal humor... Se parece tanto, en estos casos, a la... ¿Envidioso tú? No, hijo, eso no. Lo que te sucede es que, buen amigo de esa dama, ves claramente lo que ella no puede ver... Ese amante que ha escogido es una de las más caracterizadas formas de la decadencia de la raza hispana, o si se quiere, del influjo que sigue ejerciendo sobre nosotros el África, nuestra eterna conquistadora... Perezoso, débil, ignorante, sensual, indefenso contra las pasiones, incapaz del honroso trabajo y de la fecunda lucha; enamoradizo, pendenciero, escéptico en fuerza de su propia indolencia y egoísmo, ese hombre no puede ni fundar una familia seria que ayude a la reconstrucción social como la humilde célula a la del organismo, ni lleva en sí la firmeza que da valor a los juramentos de constancia y los consagra para el porvenir... Pero, ¡bah! ¡Qué tonterías!... -añadió para sí el Comandante. -Cualquiera pensaría que Paquita acaba de darme parte de boda... ¡Esto no pasa de un devaneo... por fortuna para ella! Como aventura... quizá tendrá su poesía..., poesía de romance morisco... Después dirán que no hay casualidades. Tarjetero, tarjetero... -El Comandante se caló los lentes, se retorció la barba, se encogió de hombros... El que en ello tenga empeño, que le siga al Círculo Militar, siquiera por oírle explicar la teoría de la guerra según el Conde Tolstoy.


En el capítulo XXII, «Epílogo», hay también importantes enmiendas: la mitad de su segundo párrafo (desde «Y ahora también piensas en cosas así, muy tristes», p. 310) era inicialmente: «¡Y ese cariñito que te está entrando ahora y que te lo veo en los ojos..., hermosa, ¡te lo veo!... es también porque tú dices -A éste, ¡quién sabe si no lo vuelvo a ver en el mundo! ¡Ay! Yo no seré tan sabio como ese amigo tuyo, ese comandante...; pero de tonto, no tengo un pelo..., y a las mujeres, las leo de corrío... ¡Vaya si las leo, prenda!» En el párrafo siguiente, el texto: «Sus pupilas se humedecieron, su respiración se apresuró, y corrió por sus vértebras misterios o escalofrío, corriente de aire agitado por las alas del Ideal» (pp. 311-12), era en la primera versión: «Sus ojos se humedecían, su respiración se apresuraba, y la noción del tiempo se le había borrado, así como en alta mar se borra la idea de la orilla». Pero la modificación más notable se produce en las páginas 313 y 314 (desde «Pacheco exhaló un suspiro», hasta «-Quédate.»), cuyo diálogo desarrolla lo apuntado en una redacción   -82-   inicial más sintética y suprime las importunas reflexiones de la voz narradora:

Pacheco no necesitaba tanto para decir mil desatinos, todavía más románticos que los anteriores. El que dominó fue el de asegurar que no podía resistir más la pena y que se retiraba. No tenía fuerzas para tanto. De despedirse valía más entonces. Asís se le colgó del cuello.

-No te vas...

-Míralo bien... Si me quedo ahora..., me quedo toda la noche. Piénsalo... No digas después que los criados...

Sociedad, peligros, murmuraciones, respetos humanos, ¿qué sois ante esos torrentes que se desatan a veces en el alma humana, rompiendo todos los diques de la razón?


Es de suponer que tantos y tan sustanciales cambios hubieron de ocasionar un considerable trabajo tipográfico, con las consiguientes demoras. Pero es que, además, del cotejo entre el texto de esas galeradas y el finalmente impreso se deducen tantas variantes que es forzoso suponer otra corrección de pruebas posterior. Dado que el libro se imprimía en Barcelona, no le era posible a la autora hacerlo directamente en prensa (como Galdós), por lo que aquellas segundas pruebas tuvieron que viajar -en ida y vuelta- desde la Imprenta de los Sucesores de N. Ramírez y Compañía (en el barcelonés Pasaje de Escudillers, número 4) hasta la residencia de la escritora, en Galicia o en Madrid. Por eso doña Emilia pudo conservar entre sus papeles un juego de pruebas -acaso las primeras-, pero no las definitivas, que quedarían en la imprenta.

Hay todavía otro factor que pudo complicar -y retrasar- el proceso: los grabados de J. Cuchy que ilustraban la edición, no sólo en los márgenes sino dentro del texto, lo que sin duda obligó a recomponer el preparado para las galeradas que conocemos. Las cartas de doña Emilia a Josep Yxart aluden repetidamente a estos y otros pormenores interesantes en la fabricación del libro; lamentablemente, el editor de este epistolario no fecha con exactitud todas las cartas, lo que impide reconstruir con la precisión que quisiéramos esta última fase del proceso.

La primera carta que nos importa, número XII de este epistolario, está fechada en Madrid el 24 enero de 1889 y en ella se tratan asuntos de índole editorial, pues Yxart acaba de ingresar en la casa   -83-   que publicará Insolación: la escritora corrige sus primeras impresiones, no muy favorables, acerca del dibujante:

La ilustración, sin ser una obra de arte de esas que sorprenden, resulta muy aceptable, bastante graciosa y fina. Y como así lo creo, así lo dije. Mi mala impresión era natural, toda vez que me aseguraron no había hecho el Sr. Cuchey [sic] más que caricaturas.

Yo al tratarse de la ilustración de un libro mío, no la miro como autora, sino como lectora solamente.


(Torres, 1977: 400)                


En la siguiente, del 4 de febrero, hay un comentario de doña Emilia que permite deducir algo de lo que no había noticia en la bibliografía pardobazaniana: ¿hubo una tirada de Insolación que se vendió por entregas o como parte de alguna de las revistas editadas por aquella misma casa? «Me satisface mucho su dictamen favorable a Insolación (de la cual, entre paréntesis, me gustaron más los primeros pliegos que los que se van vendiendo [cursiva mía]: tengo para mí que la tirada de la ilustración decae)» (Torres, 1977: 401). La deficiencia se subsanó con prontitud, pues semanas más tarde, el 2 de marzo (en la carta, número XIV, no consta el año, pero su editor supone razonablemente que es también de 1889), doña Emilia escribe: «Veo con mucha satisfacción que se ha arreglado lo de las ilustraciones de Insolación. Dé usted gracias a los Sres. Henrich»; y añade una apostilla que parece aludir a la intervención de Yxart como corrector del texto (en una lectura posterior a la hecha por ella en las galeradas antes comentadas): «No me tomo el trabajo de examinar la palabra que usted haya añadido, porque sé que estará perfectamente y lo estaría aun tratándose de adiciones más importantes» (Torres, 1977: 403).

La carta XV está fechada en Madrid el día 21 de un mes que no se indica (su editor la coloca antes de la del 19 de abril) y que sin duda corresponde a marzo: la autora ha recibido ya ejemplares del libro (por cierto, en dos encuadernaciones diferentes, dato que tampoco mencionan las bibliografías: «Diga usted a los Sres. Ramírez que [...] he recibido el primer ejemplar encuadernado y [...] otros nueve en rústica»; (Torres, 1977: 403), pero todavía no los hay en las librerías. No tardarían mucho, puesto que aparecen reseñas de la novela el 24 de marzo (de Mariano de Cavia, en El Liberal) y el 3 de abril (de Luis Alfonso, en La Época).

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En conclusión: según los datos y documentos aquí comentados, con las hipótesis que de ellos cabe deducir, la cronología de escritura de Insolación puede resumirse así: a fines de junio de 1887 Emilia Pardo Bazán comienza a escribir en su residencia veraniega de Meirás una novela cuya idea se le ha ocurrido viajando en tren de Madrid a Galicia; en mayo del año siguiente (posiblemente con la novela ya redactada), una excursión a Arenys de Mar con José Lázaro Galdiano le pone en situación de vivir una experiencia erótica muy similar a la ficticia protagonizada por la heroína de su novela; dos meses más tarde, en julio de 1888, el libro está ya en prensa, pues encarga a su ocasional amante que vea en la imprenta barcelonesa las galeradas de aquella novela a él dedicada; las abundantes correcciones hechas por la autora a las primeras pruebas del texto obligarán a demorar el trabajo de impresión a lo largo del otoño e invierno de 1888-1889; de modo que el libro, primorosamente ilustrado y lujosamente encuadernado, no verá la luz hasta marzo de 1889: habían transcurrido 21 meses desde aquella idea germinal.






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