Emilia Pardo Bazán, cronista en París (1889)
María Isabel Jiménez Morales
Universidad de Málaga
Es conocida y comentada frecuentemente la afición de doña Emilia por los viajes, aunque la bibliografía al respecto sea escasa1. La escritora gallega viajó por España y por toda Europa desde su tierna juventud. Nunca cesó de aprender y de transmitir, a través de su personal visión, sus impresiones viajeras. No dejó constancia escrita de todas ellas, pero, aun así, publicó seis libros, nacidos por encargo -para dar cobertura oficial a eventos internacionales de distinto cariz- o por la necesidad de ampliar sus horizontes personales, de enriquecerse interiormente, por el mero placer de viajar, vertiente ésta escasamente difundida entre los españoles de entonces2. Publicó los siguientes libros de viajes: Mi romería. (Recuerdos de viaje) (1888), Al pie de la Torre Eiffel. (Crónicas de la Exposición) (1889), Por Francia y por Alemania (1890), Por la España pintoresca. Viajes (1896), Cuarenta días en la Exposición (1900) y Por la Europa católica (1902)3. También escribió numerosos textos, más breves, que fueron apareciendo en la prensa contemporánea o que se incluyeron en obras de carácter misceláneo. Es el caso de algunas descripciones de monumentos y paisajes gallegos insertos en De mi tierra (1888). Sin olvidar composiciones que no llegó a publicar, como sus primerizos Apuntes de un viaje. De España a Ginebra (1873).
La cercanía
geográfica y la afición que sentía Pardo
Bazán por Francia justifican sus numerosas visitas al
país vecino. Ella misma confiesa, en la carta tercera de
Al pie de la Torre Eiffel, que había hecho escala
en Burdeos, antes de seguir hacia París: «por cortar
la monotonía de un viaje que he realizado cien veces
directamente». Baquero Goyanes no exagera cuando considera
que Francia fue «para la escritora gallega
algo así como una segunda patria»
4.
Este trabajo se centrará en el primer viaje que doña
Emilia realizó a París como cronista de varios
periódicos sudamericanos para cubrir la Exposición
Universal de 1889, sin olvidar que, once años
después, volvería a la capital francesa con
idéntica misión.
Su primer encargo internacional no estuvo exento de polémica. Por un lado, Francia atravesaba una delicada situación política, materializada en la dura oposición del general Boulanger a Sadi Carnot, presidente de la República. Por otro, el certamen había elegido para su celebración el centenario de la Revolución Francesa. Pardo Bazán, que había mostrado en una de sus cartas parisinas su talante avanzado y liberal ante la destrucción de la Bastilla, juzgó completamente desacertada la fecha elegida, pues las Exposiciones, en modo alguno, debían conmemorar acontecimientos luctuosos ni hacer creer en la población que se consagraban la anarquía y la demagogia. Esta efemérides retrajo a la Europa monárquica, excusando su presencia oficial países como Alemania, Austria-Hungría, Italia o Rumanía5. España asistió por razones económicas y políticas, pues la mayoría liberal del país aconsejó positiva y beneficiosa la presencia. A estas dos circunstancias, habría que añadir una tercera: la difícil coyuntura política de Europa, en constante amenaza de paz armada. Pardo Bazán recogió en sus crónicas la visita de Humberto de Saboya a Guillermo de Hohenzollern en junio de 1889, con la que demostraron públicamente su alianza y poder militar. Este encuentro disgustó enormemente a Francia, nación, que, a juicio de la autora, sentía muy próxima la declaración de guerra de Alemania. Fue, en definitiva, una Exposición Universal de perceptibles tintes políticos, que la autora plasmó a lo largo de sus cartas.
De este primer viaje como cronista nacieron decenas de artículos. En aquellos años, era habitual que la cobertura de eventos internacionales se remitiese a algún periódico y adoptase el molde epistolar. Así lo haría la escritora en esta ocasión, como ya sucedió el año anterior en Roma, al seguir el jubileo sacerdotal de León XIII, crónicas periodísticas que se publicaron posteriormente bajo el título de Mi romería. (Recuerdos de viaje). Las cartas remitidas desde París aparecieron en diversas revistas y periódicos hispanoamericanos. Pese a los frecuentes comentarios que vinculan estas epístolas con la prensa trasatlántica, todavía hoy se desconoce cuál fue el diario receptor de tantas crónicas. La opinión más extendida coincide en afirmar que fueron remitidas a La Nación de Buenos Aires, pero en los índices de Coster y de Sinovas Maté no aparece referencia alguna que así lo confirme6. Con certeza, sabemos que publicó en otro periódico bonaerense, El Correo Español, fragmentos de dos epístolas que luego insertaría en Al pie de la Torre Eiffel y en Por Francia y por Alemania7.
Aparte de su
colaboración en Hispanoamérica, la escritora
envió fragmentos de sus cartas a varios periódicos y
revistas de Barcelona y de Madrid; entre ellos, La
Ilustración, La Época, El Imparcial y La
España Moderna8.
Los artículos aparecidos en las tres primeras publicaciones,
aunque formasen parte de sus crónicas, eran escritos
digresivos que nada contaban sobre el certamen en sí y que
tenían entidad propia si se publicaban desgajados del
conjunto. En El Imparcial, en concreto, Pardo Bazán
no llegó a publicar información relativa al certamen,
pues, para cubrirlo, estuvieron comisionados en París
Federico Urrecha9
y José Ortega Munilla, siendo las colaboraciones de
éste mucho más numerosas que las de su
compañero10.
Las entregas de Pardo Bazán para La España
Moderna sí tuvieron un carácter más
informativo. Fueron cuatro, de periodicidad mensual, de julio a
octubre de 1889, y en ellas la autora tuvo que condensar mucho sus
impresiones sobre el certamen. Pardo Bazán advertía
al lector del retraso de sus artículos al comenzar en julio
la crónica de una Exposición que se había
inaugurado casi tres meses antes, y de la forzosa limitación
del espacio en una revista mensual. Por ello, sólo
podría desflorar el asunto y echar un vistazo a lo
más curioso y notable. En estas cartas de La
España Moderna siguió una clasificación
metódica con el fin de no omitir nada importante en el
resumen y de aclarar la información al lector. En la
primera, disertó sobre el aspecto general de la
Exposición: recinto, edificios, maneras de entrar, etc; la
segunda la dedicó a «la parte esencial y útil
de las Exposiciones»: la industria; en la tercera
abordó los espectáculos y la moda; y en la cuarta
pasó revista al elemento exótico, «que encuentro sumamente original y
entretenido»
(p.
168).
De todos estos
artículos en prensa nacieron dos extensos libros: Al pie
de la Torre Eiffel. (Crónicas de la Exposición)
(1889) y Por Francia y por Alemania (1890), dados a la luz
en Madrid en el establecimiento tipográfico de la
España Editorial, a cargo del «inteligente y animoso
editor» Sr. Manso de
Zúñiga11.
Pero una carta dirigida por la escritora a José Yxart el 29
de agosto de 1889 desvela que Pardo Bazán entabló
negociaciones con otros impresores12.
Estos dos libros nacieron rápidamente, a las pocas semanas
de aparecer las cartas en la prensa. La autora era consciente del
raudo envejecimiento de las noticias que escogía, por ello:
«el cronista tiene que aprovechar esa
actualidad momentánea y efímera, y servirla a su
público calentita, hirviendo, espolvoreada de sal, de
azúcar y a veces hasta de pimienta ligera»
(II, p.
249). Publicó tantas crónicas con el fin de
conservarlas, dispersas como estaban en periódicos de
distintos países. La costumbre de reunir en un volumen
artículos y colaboraciones periodísticas fue muy
alabada por Pardo Bazán, quien la puso en práctica en
más de una ocasión:
¡Cuántas veces cogemos un diario, leemos en él, con interés sumo, una crónica que guarda conexión con otras y forma parte de una serie, y nos queda el apetito abierto e insaciado, porque no volvemos nunca a encontrar ocasión de echar la vista encima a las crónicas restantes!13 |
A este motivo habría que añadir otros dos: el interés que, al parecer, suscitaron sus escritos parisinos -requeridos insistentemente, según la Condesa, por amigos y lectores fieles- y la escasa información que, a su juicio, se estaba dando en España sobre la Exposición: «Publicadas en la prensa de América, aquí no las conoce nadie, y creo que por la actualidad tendrían venta», le escribe Pardo Bazán a Yxart cuando ya el certamen había sobrepasado su ecuador14.
La historia de la transmisión literaria de estas crónicas abarca poco más de una década. Los anuncios y reseñas aparecidos en la prensa del momento indican que Al pie de la Torre Eiffel se publicó en torno a octubre de 1889 y Por Francia y por Alemania, alrededor de febrero del siguiente año15. Debieron ser bien acogidas por el público estas dos obras, pues Pardo Bazán comentaba a principios de 1890 -en el Epílogo del segundo libro- que la copiosa tirada de Al pie de la Torre Eiffel se vendió rápidamente, de tal manera que se encontraba «punto menos que agotada, al mes y medio de haber visto la luz»- En estas mismas páginas anunciaba su reimpresión y su traducción al francés16.
En la prensa, tuvo
una repercusión mayor Al pie de la Torre Eiffel. En
octubre de 1889, recién llegada Pardo Bazán de
París, La Época comunicaba a sus lectores
que esa misma semana se pondría a la venta en las
principales librerías españolas una nueva obra de la
escritora gallega: Al pie de la Torre Eiffel. El redactor
indicaba, brevemente, su contenido y afirmaba: «En ella brilla no sólo la tersura de un
castizo estilo, sino la originalidad de un juicio firme y claro y
las deducciones de un espíritu
observador»
17.
Gracias a la amabilidad del editor, La Época
adelantó algunos fragmentos de la primera carta del libro. A
las dos semanas, La Ilustración Ibérica de
Barcelona publicaba una reseña de Carlos
Mendoza18.
Su autor mostraba cierta indiferencia: «A decir verdad, no he
encontrado en este libro gran cosa de particular» -así
comienza su crítica- «quizás por lo mucho que
se ha escrito sobre la Exposición y lo conocido que es
aquí el mundo literario parisiense». Crítico
meticuloso, mostraba los lunares de la obra. Daba su opinión
sobre todo lo que, a su entender, sobraba -como lo relativo a la
política francesa- y corregía apreciaciones de la
autora, por si preparase una segunda edición.
Concluía valorando el interés del libro por la
presencia constante de la personalidad de la Condesa, «con
sus múltiples contraposiciones de ideas y tendencias, y su
estilo, ora desenfadadísimo, ora
archiacadémico».
Hubo otros
escritores que se hicieron eco de esta publicación.
José Ortega Munilla envió una reseña al diario
bonaerense La Nación19
y Clarín dedicó varios Paliques a
las dos obras de la Condesa20.
En el primero, enjuició Al pie de la Torre Eiffel.
Tras comentar la anécdota protagonizada por doña
Emilia y Edmond Goncourt sobre la conveniencia o no de estar
enfermo para ser un verdadero artista, el crítico pasaba a
resaltar la falta de exactitud de algunas de las afirmaciones del
libro y apuntaba que la autora gallega escribía
«demasiado deprisa», escapándosele gazapos,
«noticias y calificativos que no se
pueden admitir»
(p. 6). La reseña de
Clarín se centró en lo accesorio.
Sólo hizo una referencia general al contenido del libro,
aludiendo a su excesiva carga biográfica y
personal21.
El segundo texto del crítico asturiano se centró en
Por Francia y por Alemania. Tras afirmar que el reciente
libro era «excelente por mil conceptos», resaltó
la falta de sinceridad de la escritora, que se declaró
misogalla, no porque así lo sintiera, sino porque
escribía para el público hispanoamericano. En las
semanas siguientes continuaron apareciendo en la prensa
artículos sobre estos dos libros de crónicas. Eduardo
Gómez de Baquero insertó en La Época,
en marzo de 1890, una crítica donde valoraba conjuntamente
los dos epistolarios22.
Este periodista destacó de ambas obras el ingenio, la fina
observación y la variedad de temas tratados, tocados de
pasada con «buen gusto y claro criterio», huyendo de
los tecnicismos, «aceptable sólo en las obras de los
sabios, y dando a las materias más áridas amenidad
suficiente para hacerlas gratas al lector». Emilio Bobadilla,
más conocido como Fray Candil, dedicó
también en Capirotazos un recuerdo a Al pie de
la Torre Eiffel23.
Iniciaba sus comentarios con cierta crudeza: «parece dictado
por la musa de la vanidad», y disentía de algunas de
sus opiniones -en concreto, las relativas a Meissonier y Millet-,
para, a continuación, resaltar capítulos interesantes
-el dedicado a los Goncourt, por ejemplo- y concluir con una
alabanza sobre su estilo: «un primor, salvo los
galicismos». Todas estas opiniones, más o menos
benévolas, tienen en común su brevedad. En ellas, los
autores no realizaron un análisis exhaustivo de los libros.
Les dedicaron apenas unos párrafos, ya fuese por disponer de
poco espacio en la revista, por reproducir fragmentos de alguna de
las cartas reseñadas o por compartir la sección con
libros de otros autores. Sólo encontramos una crítica
extensa a las cartas de la Condesa en Al pie de la Torre de los
Lujanes24.
Este folleto, rebosante de ataques personales, fue firmado por
Un militar, seudónimo de Antonio Díaz
Benzo25.
Nació a raíz de unas polémicas afirmaciones de
Pardo Bazán sobre el ejército. Todas sus
contestaciones rezuman ironía, de la que se sirve el militar
para desautorizarla como novelista. Desde la primera
epístola, se burla del aporte autobiográfico y
subjetivo del libro y ridiculiza la personalidad presuntuosa de la
autora por opinar de temas tan sesudos como, por ejemplo, la
política internacional. Alude con mucha frecuencia a la
vanidad y soberbia de doña Emilia; le afea que escriba de
cosas que no entiende, «sin madura reflexión», y
de cuestiones que nada tienen que ver con el certamen. Aunque esto
no le importa demasiado, pues, en su opinión, «valen más sus descripciones que sus
juicios personales»
(p. 60), concluyendo que el libro no
es, en realidad, una crónica de la Exposición, sino
crítica literaria: «de lo que
usted y sus amigos hacen, hablan y piensan, para que todos nos
enteremos de sus mutuos rencores y de sus mutuos bombos»
(p. 29). A los ataques ya referidos, Díaz Benzo añade
el de su escasa formación, pues, pese a su egocentrismo y
vanidad, cuando escribe de asuntos serios «que exigen
meditación y estudio», no está a la altura. Al
final del folleto, el autor recapitula las aportaciones de esta
obra: «su libro habla muchísimo
bueno de usted, mucho mediano de sus amigos, muy mal de
España, pésimamente de nuestro sufrido
ejército, y poquísimo de la
Exposición»
(p. 61), para concluir que «el libro titulado Al pie de la Torre
Eiffel pudiera llamarse más bien A los pies de
Doña Emilia»
(p. 62)26.
En 1899, estas dos
obras se reeditarían «por el inmerecido favor que el
público no ha cesado de dispensar a estas
Crónicas», comentaba la autora en el
Prólogo a la segunda edición27.
Formarían el volumen XIX de sus Obras completas.
Este nuevo tomo de crónicas parisinas apareció sin
datar dentro de la serie, pero puede fecharse con total
precisión, gracias a una entrevista concedida por la autora
en noviembre de 1899. En ella, Pardo Bazán comentaba sus
proyectos literarios. Tras informarnos de su intención de
«revisar y corregir esmeradamente» su Vida de San
Francisco de Asís para incluirla en esa
colección, el periodista puntualizaba que,
«recientemente», había formado «un nuevo volumen de sus Obras completas
con los dos tomos de sus crónicas Al pie de la Torre
Eiffel y Por Francia y por Alemania. El libro
llevará el primero de estos
títulos»
28.
La segunda
edición no fue íntegra y presentaba múltiples
variantes de autora. Ofrecía un nuevo Prólogo y
cambiaba de lugar el Epílogo, adelantándolo a todas
las cartas. Pardo Bazán refundió los dos
títulos en un solo volumen, lo que le obligó a
replantearse la permanencia de muchos excursos que se alejaban, por
la temática, del objeto de su obra. Las casi trescientas
páginas de Al pie de la Torre Eiffel y las
doscientas sesenta de Por Francia y por Alemania se
refundieron en apenas trescientas catorce. La autora
procedió a la supresión completa de trece cartas y al
corte de numerosos pasajes digresivos sobre literatura,
política, pintura y filosofía. Sorprende, no
obstante, que mantuviese en 1899 fragmentos que nada tenían
que ver con la Exposición29.
Transcurridos diez años, la autora había comprobado
la recepción de sus dos libros, lo que le influyó a
la hora de seleccionar las supresiones y cambios. Advertía
en el Prólogo a su segunda edición que había
eliminado algunos capítulos «que en otros trabajos y
con mayor detenimiento y reflexión he tratado
después». Y confesaba que había intentado
recortar «superfluidades y personalismos que en la
crónica periodística se excusan y en el libro
desdicen». Para concluir: «He
respetado lo esencial, una impresión fuerte, vivaz y
espontánea del París de la Exposición, y un
relato de viaje que todavía a pesar del tiempo transcurrido,
hay quien tiene la bondad de leer gustoso»
(III, p. 10).
Al pie de la Torre Eiffel y Por Francia y por
Alemania forman un voluminoso epistolario de treinta y ocho
cartas, donde -en algunos casos- Pardo Bazán va realizando
indicaciones expresas sobre el trayecto y la periodicidad de esa
correspondencia. Al pie de la Torre Eiffel se compone de
diecinueve epístolas, fechadas entre el 7 de abril y el 14
de julio, conmemoración del centenario de la toma de la
Bastilla. Y Por Francia y por Alemania incluye un
número idéntico más un interesante
Epílogo, comenzando la serie el 18 de julio y finalizando el
8 de octubre de 1889. Aunque la carta inicial de la
colección lleva fecha del 7 de abril, la primera
epístola «parisina» la escribe un mes
después, haciéndola coincidir con la
inauguración de la Exposición, celebrada el 5 de
mayo30.
La estructura de estas obras es sencilla. De las diecinueve cartas
de Al pie de la Torre Eiffel, las cuatro primeras se
concibieron como preludio. En ellas, la escritora ponía en
antecedentes al público sudamericano sobre política
francesa, contaba experiencias personales de sus otros viajes a
París, informaba de sucesos relevantes e incluía
crítica literaria. Las dos primeras fueron escritas desde
Madrid -el 7 y el 21 de abril- y las dos siguientes desde Burdeos,
donde Pardo Bazán hizo escala para asistir a un congreso y
visitar a un amigo hispanista. Éstas llevan fecha del 2 y 4
de mayo, respectivamente. La primera carta parisina es de tres
días después, aunque por sus propias declaraciones,
sabemos que llegó antes a la capital: «Para empezar por el principio, digo que
llegué a París en la madrugada del 4, en un tren
atestado de gente»
(I, p. 81). Quería asistir a
los festejos de la inauguración: «empeñeme en agotar las distracciones del
5 y 6 de mayo, y he aquí por qué el 7 estoy -o
estaba, pues ya me siento algo mejor- molida como cibera»
(I, p. 81).
Su labor como
cronista cubrió la duración íntegra del
evento, pero Pardo Bazán no permaneció en
París todo el período. En esos cinco meses de
correspondencia viajó varias veces a España y
visitó distintos países centroeuropeos. Por algunas
de sus escasas cartas personales, sabemos que Pardo Bazán
remitía desde Madrid o La Coruña crónicas que
aparecían fechadas en París. Habituada a un ritmo de
trabajo abrumador, tomaba apuntes sobre el certamen que, luego,
elaboraba en España. Este hábito puede justificar la
inclusión de tantas digresiones a lo largo de sus dos libros
o el hecho de que comente acontecimientos con varios meses de
retraso, a la espera de tener o no cabida en sus
crónicas31.
No sin cierta dificultad, intentaré reconstruir sus idas y
venidas entre España y Francia a lo largo de estos meses.
Con absoluta certeza, viajó a París a principios de
mayo, para asistir a la inauguración del certamen y,
así, aprovisionarse de notas, datos e impresiones que fueron
jalonando sus crónicas periodísticas. A principios de
junio, ya había regresado a Madrid, pues el día 3
escribía desde esta ciudad a José Yxart. En esta
misiva aparecían sabrosas confesiones de la autora.
Comentaba, por ejemplo, que: «dentro de unos
días» saldría para París «a
cumplir mis deberes de cronista». Esta escala en Madrid
quizá tuviera por objeto recoger a sus hijos para llevarlos
consigo a la Exposición, con los que, a finales de junio, se
hallaba en París: «Hoy [la carta
está fechada el 29 de junio], por descansar algún
tanto de la Exposición, resolví llevar a mis dos
chiquillos, Jaime y Blanca, a ver el museo Grevin, que no es sino
una colección de figuras de cera»
(I, p. 229). Un
poco más adelante, continúa:
(I, pp. 229-230) |
Esta segunda
estancia la prolongó, al menos, hasta mediados de julio,
pues asistió en persona a la inauguración del
pabellón mejicano y a los fastos conmemorativos del
aniversario de la toma de la Bastilla: «Esta mañana me despertó el
cañón. [...] me vestí y me fui a presenciar,
delante del Hôtel de
Ville, el desfile de los batallones
escolares»
(I, p. 287). En la carta citada, remitida a
Yxart el 3 de junio de 1889, comentaba la autora que los meses de
calor los pasaría en Galicia. De lo que se deduce que, tras
la visita parisina con sus dos hijos, pudo regresar a Marineda y,
después, a Madrid, donde se encontraba a finales de agosto,
por otra carta remitida a José Yxart el día 29. Desde
Madrid partiría por tercera vez hacia París y de
allí al centro de Europa, para realizar un viaje de placer a
Alemania, Suiza y Austria. En la carta XIII de Por Francia y
por Alemania confesaba:
(II, pp. 147-148) |
En estos países permaneció buena parte de septiembre. El día 10 llegó a Zurich y el 20, a Carlbasd, hallándose el 28 nuevamente en París, pues allí debía estar a finales de septiembre32. Permanecerá en esta capital hasta la primera semana de octubre, fecha en que regresó definitivamente a España y dio por concluida su labor de cronista.
Su persistente
afán de contar cosas de omni re scibili y de deleitar e interesar a un
mismo tiempo, no le permitía profundizar en sus
crónicas ni recoger pormenores exactos, que no eran propios
de unas crónicas «escritas con tal premura y
descuido». Ella así lo advierte en el
«Epílogo»: «obliga a
nadar a flor de agua, a presentar de cada cosa únicamente lo
culminante, y más aún lo divertido, lo que puede
herir la imaginación o recrear el sentido con rápida
vislumbre, a modo de centella o chispazo
eléctrico»
(II, p. 245). Parafraseo unas
declaraciones de la autora que resumen el patrón seguido
para redactar sus crónicas: el estilo ha de ser
«plácido, ameno, caluroso e impetuoso»; el
juicio, accesible a todas las inteligencias; los detalles,
entretenidos, con pincelada «jugosa y colorista» y, por
último, la opinión, marcadamente personal,
«aunque peque de lírica», pues el
tránsito de la impresión al papel es tan inmediato
que no ofrece tiempo para serenarse y, en consecuencia, objetivar:
«En suma, tienen estas crónicas
que parecerse más a conversación chispeante, a grato
discreteo, a discurso inflamado, que a demostración
didáctica. Están más cerca de la palabra
hablada que de la escrita»
. (II, p. 246). Haber sido
redactadas para un público americano obligó a la
autora, en parte, a presentar sus crónicas de modo diferente
que en su país. Sucesos o noticias familiares a lectores
españoles, a los que tan sólo dedicaría una
rápida alusión, debían, por el contrario, ser
presentados en América de modo «punzante y
contundente, hiperbólico y animado». Sin olvidar el
espacio dedicado a todo tipo de cuestiones
«prácticas»33.
Estos dos libros muestran muchas de las características de la escritura de Pardo Bazán. Sus páginas rezuman subjetividad y un enfoque diferente al abordar la vida de un país o ciudad distintos a los suyos; queda patente el carácter misceláneo de acontecimientos de la máxima actualidad; se aprecia un destacado componente autobiográfico e íntimo y se reafirma su compromiso con la sociedad, lo que en ella implicaba una continua concesión a la polémica.
Con respecto al
primer rasgo apuntado, en los libros de viajes de Pardo
Bazán era habitual presentar cada cosa en su
«verdadero horizonte», que, en ella, se traducía
en una mirada subjetiva y personal. Por ello, la imagen que
solía mostrarnos de las ciudades que visitaba no se
encontraba en las guías al uso34.
C. Bravo-Villasante lo entendió de este modo cuando
afirmó que eran «crónicas
amenas, entretenidas, escritas con soltura y ligereza
periodística, y con la acostumbrada dosis de subjetivismo y
elementos autobiográficos»
35.
Esta particularidad aparece en toda su obra, ya que, desde el
primer acercamiento al género con apenas veinte años,
una jovencísima Emilia ofrecía el aspecto moral de
París, estudiándolo a fondo y no permaneciendo en su
fisonomía material36.
Buscaba, ya entonces, cosas distintas a las que un cronista
más convencional reflejaría. Desde las primeras
páginas de Al pie de la Torre Eiffel, vuelve a
apreciarse esta inclinación. En la carta VII -«Los
Goncourt»-, la autora insistía en que el
propósito de su obra no era el «trillado
carácter de crónicas o reseñas de la
Exposición», pues pensaba alternar las descripciones
del certamen internacional con impresiones más
íntimas, aunque de general interés, siempre que
éstas merecieran la atención pública y, en
distintos momentos del libro, advertía que el París
intelectual y moral era lo que verdaderamente le interesaba
mostrarnos: «se destacará de nuevo
para mí sobre el murmullo ensordecedor del gran
Certamen»
(I, p. 25). Esto mismo fue afeado por Emilio
Bobadilla en Capirotazos, calificando su primer libro como
una «exhibición pedantesca de la
personalidad de la autora»
37.
Esta tendencia, innata en la Condesa, se entrelaza, a la perfección, con el espíritu culto y el enfoque misceláneo de estos libros. La autora supo entreverar lo frívolo con lo sesudo, por ello da cuenta de los acontecimientos de la Exposición -actos culturales, pabellones...-, pero también comenta sus salidas, gustos, aficiones, cenas; hace crítica literaria y pictórica y se convierte en comentarista política. De este modo, se justifica que los excursos sean muy habituales en su obra, llegando a ocupar cartas íntegras. Para conocer el verdadero alcance de esa orientación miscelánea -esencial en toda crónica periodística-, debe hacerse notar que Al pie de la Torre Eiffel no inaugura las crónicas de la Exposición en sí hasta la carta VI. A partir de aquí, abordó diferentes aspectos de la misma desde la IX a la XVII. Las entregas restantes son preámbulos de la escritora (así se aprecia en las epístolas I, II, III y V) o digresiones de temas diversos. La carta VII, para descansar del fragor de la inauguración, la dedica a los hermanos Goncourt, la VIII se presenta como un cambio de ritmo dentro de la bulliciosa vida parisina, al reflexionar sobre la fe altruista de Lagarrigue, y las epístolas IV y XVIII versan sobre dos figuras literarias francesas de primer orden: Barbey d'Aurevilly y Bourget. Por Francia y por Alemania presenta todavía un mayor número de cartas que sobrepasan el tema de la Exposición. Tras las dos primeras epístolas destinadas a consignar los avances científicos del certamen, inserta una tercera dedicada a la política francesa, a la que le sigue una carta extensa sobre moda. Desde este momento, se alternan las epístolas digresivas con las que, de forma más o menos directa, abordan aspectos relativos a la Exposición. Así, la V versa sobre concursos literarios; la VIII sobre Boulanger; la IX nos acerca a la actividad del explorador gallego Arnaud; la XV y la XVI son dos excursos sobre poesía y teatro actuales en Francia, respectivamente; la XVII, sobre orfeones gallegos y la XIX es un acercamiento a la figura de Eça de Queiroz. Si suprimimos estos excursos y esas cuatro cartas del viaje por el centro de Europa -de la X a la XIII-, Pardo Bazán abordó aspectos relacionados más o menos directamente con el certamen sólo en siete epístolas (la I, II, IV, VI, VII, XIV y XVIII). Un porcentaje reducido en el conjunto global de la obra.
De sus cartas, se
trasluce que el bullicio y el vértigo de la
Exposición fueron causantes directos del retraso en el
relato material y físico del certamen. En más de una
ocasión, alude a «la vida agitadísima que me
veo obligada a llevar», a «las innumerables visitas que
hago y recibo», al remolino de fiestas, a la ida y venida de
personas ilustres. En la carta IX -«Un español de pura
raza»-, fechada el 28 de mayo, nos dice que, de la
Exposición propiamente dicha, «no
he visitado despacio por ahora más que la exposición
de los productos de las fábricas nacionales de Sèvres
y los Gobelinos»
(I, p. 149). Y en la carta siguiente:
«Cacharros, muebles, encajes, joyas», del 5 de junio,
comenta: «Me he prometido a mí
misma hablar algo de la parte industrial de la Exposición
francesa»
(I, p. 161), pues llevaba un mes en
París y aún no había abordado faceta de tanta
repercusión internacional. Sin olvidar que el 1 de julio,
casi dos meses después de la inauguración, comentaba
a sus lectores: «Ya es tiempo de que yo
empiece a describir algunas instalaciones nacionales; y siguiendo
el orden cronológico de nuestra civilización,
empezaré por Grecia
» (I, p. 251).
Destaca en estos
dos epistolarios las concesiones autobiográficas de la
escritora. A través de sus páginas, conocemos muchos
de sus gustos, hábitos y aficiones. Esa intensa presencia de
Pardo Bazán fue objeto de controversia. C. Mendoza, por
ejemplo, valoró muy positivamente el documento
biográfico de Al pie de la Torre
Eiffel38,
mientras que Díaz Benzo se burló ácidamente de
sus cartas iniciales, abarrotadas de rasgos personales39.
Las dos primeras epístolas están plagadas de
recuerdos de sus otros viajes, recuperando esa vida íntima,
ese día a día en París de años pasados.
Por ellas sabemos que solía estudiar hasta las cuatro y de
cuatro a doce hacía la noche del incansable turista y
observador. Visitaba a las duquesas legitimistas de Saint Germain y
a los literatos y sabios más relevantes. En enero se iba con
su «cartera de apuntes bajo el brazo» a tomar notas del
natural. No le disuadía el mal tiempo; por ello, nunca
dejaba de «bregar con los libros y los manuscritos de la
Biblioteca Nacional de la calle Richelieu», ni de asistir a
la Ópera. Entusiasmada, comenta que recorría la
capital «sola y libre», siendo respetada como mujer,
«porque aquél es un país
culto»
(I, p. 15), pero también porque dominaba
perfectamente la topografía física y moral de los
barrios parisinos. Confiesa que ha recorrido toda la ciudad: sus
calles, restaurantes, freidurías y cafés; todo, salvo
algunos lugares indecorosos. Y, con curiosidad insaciable, comenta
que ha visto fabricar el nougat y las trufas, acaramelar las violetas y
falsificar el champaña: «en fin,
me sé de memoria la bucólica parisiense»
(I, p. 7). Una de sus excursiones predilectas era la visita a los
museos. Los domingos, como cerraba la Biblioteca Nacional, se
refugiaba en el Louvre, el Luxembourg o Cluny. Y sólo
cambiaba de itinerario cuando iba al desván de Edmond
Goncourt40.
Por estas pequeñas confesiones, sabemos que doña
Emilia tenía el paladar «cosmopolita y curioso»,
como su personalidad; que los fuegos de artificio eran uno de sus
espectáculos favoritos; conocemos sus añoranzas y
opiniones acerca del carlismo41
o que, entre sus aficiones, no se contaba la música
(«de todas las bellas artes la
música es la que me satisface menos»
I, p. 147).
Pero Al pie de la Torre Eiffel no sólo ofrece
evocaciones parisinas, su autora también incluyó sus
recuerdos de la Exposición Universal de Barcelona de 1888, a
la que asistió «como viajera
perezosa, a gozar un mes de libertad y de recreo estético y
ensoñador»
(I, p. 70). Estas páginas
presentan un interés singular, pues Pardo Bazán no
escribió, en su día, nada sobre el certamen, exhausta
como quedó de sus crónicas vaticanas42.
De sus opiniones personales, resalto en este apartado su concepción del progreso. Ella, que había confesado numerosas veces su afición «invencible» al pasado, al arte, por considerarlo más auténtico y fervoroso; se siente sobrecogida en París por tanto adelanto industrial y tanto progreso, que simboliza el presente, prosaico y gris. A principios de mayo, confiesa encontrarse en una tremenda disyuntiva:
(I, p. 80) |
En la carta VI del
mismo libro: «La inauguración», Pardo
Bazán sigue reflejando ese conflicto cuando, tras penetrar
en la Galería de las Máquinas, alude brevemente a su
grandiosidad e imagina que los artilugios allí expuestos le
hablan a ella, «empedernida amante del pasado»,
«admiradora infatigable de las catedrales viejas y de los
edificios muertos». Los aparatos parecen pedazos de bruto
metal, pero representan la inteligencia, pues el alma del hombre es
quien los mueve: «Aunque tú no lo
creas, soñadora idealista, en nosotros hay un poema: somos
estrofas, somos canto»
(I, p. 99). Cuando vuelve a
visitar la Galería de las Máquinas, confiesa que, si
no fuese por las aficiones científicas de su hijo Jaime,
sólo hubiese ido una vez, pues, con total franqueza, admite
que las máquinas le aburren y que no posee «la bosse o chichón de la
mecánica»
43.
Pese a todo, Pardo
Bazán es consciente de que la modernidad es una fuerza
imparable. Ella, como tantas otras figuras finiseculares,
«intentó realizar el esfuerzo desesperado de
conciliación entre lo tradicional y lo moderno en todos los
aspectos», de ahí también su
eclecticismo44.
De hecho, el de 1889 es el certamen en que la electricidad ha
eclipsado al vapor y el hierro a la piedra. Ahora es el busto de
Edisson el que destaca en la Galería de las Máquinas
y la Torre Eiffel la que señalará una nueva e
importante etapa para las construcciones de hierro: «El hierro entrará como elemento poderoso
a facilitar obras y empresas colosales»
(II, p. 28). Por
ello, dejará constancia en sus cartas de los avances
científicos, pero solventará el dilema con dos
únicas epístolas, las primeras de Por Francia y
por Alemania. Entre la curiosidad por todo lo nuevo, por lo
que hace avanzar a un país -aspecto que siempre
consideró necesario- y la inclinación
artística, se decanta por lo segundo. Y así se
aprecia en las cartas en que aborda el elemento industrial, las
máquinas o la Torre Eiffel. En todas aparece una
comparación implícita que genera la disyuntiva arte
vs industria. Y en todas toma claro partido
por el objeto artístico45.
El aparente desdén de la Condesa por el avance
científico y arquitectónico se produce porque al
compararlo con la magnificencia del arte en sus diversas
manifestaciones y escuelas, aquél siempre sale perjudicado.
Una cosa es el utilitarismo y otra bien distinta la
estética. Como cuando contrapone la altura de la aguja de la
catedral de Colonia a la de la Torre Eiffel. Aquélla le
parece infinitamente superior: «¡159 metros de piedra,
artísticamente labrada, animada por el soplo de la fe! El
hierro, en mi entender, no conseguirá nunca la majestad y
dignidad de la piedra»
(II, p. 19). Entre arte y ciencia;
entre piedra y hierro, elige las primeras opciones por su belleza,
alma y personalidad; aunque ello no excluya la admiración de
las segundas.
Sí es cierto que, en comparación con las cartas que dedica total o parcialmente a cuestiones literarias (I: IV, VII, XIV, XVII; II: V, XV, XVI, XIX), pictóricas (I: XII; II: VII) o políticas (I: II, V; II: III, VIII), las relativas al progreso y al elemento industrial conforman una reducidísima presencia46. El enfoque peculiar de la autora ante el adelanto de la civilización se vislumbra desde la carta VI de Al pie de la Torre Eiffel: «La inauguración». En ella advirtió a sus lectores que no iba a hablar sobre esta construcción desde el primer instante, pese a ser el más importante símbolo del avance de las sociedades y el mayor atractivo de la Exposición. Sabía que, después de la Torre, difícilmente se encontraría alguna novedad estimulante, algún signo peculiar que distinguiese en el futuro a este certamen de los venideros; pero, aun así, quería dejar pasar cierto tiempo y abordarla en sus crónicas cuando todos los corresponsales y periódicos del mundo, de tanto hablar, empezasen a abandonarla47. Pardo Bazán podía adoptar esta actitud en unas crónicas extensas y de cierta periodicidad, como las remitidas al público sudamericano; pero en las cuatro cartas de La España Moderna, no; pues disponía de un espacio limitado. De ahí que en la primera epístola dirigida a esta revista, al describir los edificios de la Exposición, hablase, de inmediato, de la Torre Eiffel.
A pesar de la
prevención que dice sentir hacia los avances
científicos, Pardo Bazán es consciente de que, como
cronista del evento, debe informar sobre la parte industrial de la
Exposición francesa: «no todo ha
de ser elemento pintoresco, literario y político»
(II, p. 1). En la carta X de Al pie de la Torre Eiffel
-«Cacharros, muebles, encajes, joyas»-, confiesa que es
una obligación, pues ha hecho una promesa en su fuero
interno: «y la verdad es que me he metido
en camisa de once varas»
(I, p. 161), al no entender ni
incumbirle demasiado el tema. Pardo Bazán soluciona esa
necesidad informativa reflejando en su carta «la impresión reflexiva y puramente
estética de quien no ve en la industria otro atractivo que
servir de pretexto a las aplicaciones del arte»
(I, p.
161). De este modo, y sirva de ejemplo, cuando la autora afronta la
tarea de reseñar la aportación de la cerámica
a la industria, no facilita datos concretos ni realiza un estudio
comparativo de la producción ceramista de los diferentes
países europeos. En su lugar, opina sobre la fragilidad de
la cerámica portuguesa a la hora de su cuidado, haciendo un
recorrido intuitivo por esta faceta industrial.
Rasgo definidor de
toda crónica periodística es la valoración
personal del autor ante la noticia que refiere. Es difícil
imaginar algún escrito de Pardo Bazán sin un
comentario o interpretación particulares. Como la autora
estaba muy implicada con la realidad social, cultural y
política de su país, sus opiniones sinceras
solían ir acompañadas de cierta polémica. Este
compromiso fue, además, una constante en toda su obra y
apareció simultáneamente en su crítica y en
sus novelas, como demostró N. Clemessy48.
J. M. González Herrán apuntó que cada vez era
más común que las declaraciones de esta escritora
suscitaran controversia, «frecuentemente
salpicada de insultos y acusaciones
injustas»
49.
En estas dos obras, por su extensión y carácter
misceláneo, esta peculiaridad ofrece abundantes ejemplos. La
vemos mostrando su indignación por el fallo del jurado en el
certamen de Bellas Artes, pues supuso un descrédito para la
pintura española50;
manifestando su desconfianza en el sistema democrático
español, aplicado según convenía a los
políticos; leemos sus opiniones sobre el destino de
España y de las repúblicas sudamericanas o sus
reflexiones sobre el ejército español. Por el cariz
de sus ideas, Pardo Bazán se muestra en esta obra
pre-noventayochista y, en todo momento, aparece su acendrado
patriotismo, mal entendido por muchos de sus
contemporáneos51
y cada vez más acentuado. La autora escribía el 3 de
junio de 1889 a José Yxart y, al final de la misiva,
explicaba: «los años pasan y en
vez de gastarla endurecen y descubren en mí la veta
española»
52.
Ese amor a su
patria se muestra como Jano bifronte y nunca hay que entenderlo en
ella como alabanza incondicional de todo lo español. Cree
que puede servir al país con su pluma, alertando de los
vicios, corrupciones y retraso en que se encuentra, para que
progrese y se coloque a la cabeza de las potencias europeas. Por
ello, no dudará en criticar lo defectuoso de sus propias
creencias. Pero al mismo tiempo, considera una obligación
defender a España de esos ataques injustificados que
procedían, en especial, de Francia y de los que se queja a
lo largo de sus libros. Al proteger a España,
embestía contra el país vecino, profiriendo
comentarios de aparente galofobia, propiciada por el destinatario
de sus libros: «De haber sido escritas
para público americano, origínase también una
falta o exceso de estas crónicas: cierta galofobia
acentuada en la forma aunque templadísima en el
fondo»
(II, pp.
246-47), nos dice en el Epílogo. Las opiniones de Pardo
Bazán en defensa de España y contra aspectos diversos
de Francia jalonaban las páginas de sus dos libros, pero la
última carta de Al pie de la Torre Eiffel es una
muestra prototípica de lo expuesto53.
Esta epístola -«Pro patria»- es una
defensa de su país y sirve para valorar el patriotismo de la
escritora. Se queja amargamente, por un lado, del desconocimiento
que los franceses muestran por España, ignorancia que se
refleja en artículos grotescos y ridículos, cargados
de gazapos54;
por otro, no comprende la ceguera de los franceses ante «una
nación que se tiene inmediata», pues las más
elementales nociones de la prudencia y del sentido común
aconsejan conocer a fondo. Considera causa primera de esa
ignorancia, la prepotencia del país vecino
-«presunción exclusivista», la define ella-:
«Virtudes y vicios; ingenio y genio; arte
y ciencia; caracteres y costumbres, todo ha de ser a la manera
gala, y si no, es puro salvajismo, barbaridad y
estupidez»
(I, p. 293). Pero Pardo Bazán no
quería que sus crónicas resultasen en exceso
antifrancesas y, por ello, desea que sus compatriotas piensen en
Francia como un país de primer orden y que mucho en
él debe admirarse, conocerse e imitarse. Francia es una
nación «grande, poderosa, ilustrada, activa y
fuerte», pero ello no impide a la escritora que, a veces, se
acalore y afirme realidades con un lenguaje apasionado que, con el
paso del tiempo, se enfrían: «Creo
que bajo la hoguera está la nieve, y que en las capas
profundas de mi espíritu reina la calma»
(II, p.
247).
Mostrar las opiniones personales de Pardo Bazán sobre todos los asuntos tratados en estos dos libros resulta inabordable en un trabajo de esta índole. Me centraré en las declaraciones sobre el ejército español y en sus ideas sobre la situación de España, manifestaciones ambas de la decadencia nacional. Con respecto a la primera cuestión, unas opiniones de la autora vertidas en la carta XI de Al pie de la Torre Eiffel: «Bayonetas, cañones. La Exposición por fuera», la colocaron en una situación comprometida, levantando tremenda polvareda en la prensa55. Doña Emilia, tras abordar el rearme de Alemania e Italia, expuso, en poco más de dos páginas, la inutilidad de nuestro ejército en tiempo de paz -por desorganizado y ruinoso al erario- y la involución que solía presentar el prototipo del militar en provincias. Su habitual franqueza encontró un duro escollo en algunos miembros del estamento militar, quienes, rápidamente, extendieron el debate a la prensa. La Época publicó un artículo donde se indicaba que Pardo Bazán había sido llevada ante los tribunales56. Este texto reprodujo el fragmento polémico y, en su parte final, mediaba en el debate. Llegó, incluso, a justificar a la autora dándole la razón en sus críticas, estampadas «con su claridad y soltura peculiares». Con humor, pretendía distender la tensión generada, rogando que cesase el agravio y hubiese paz entre las partes. La escritora desmintió a los pocos días, en otra carta remitida al mismo periódico, que hubiese visitado los juzgados y aclaraba el malentendido57. Relataba que primero apareció la noticia en los periódicos coruñeses y que pasó rápidamente a los madrileños: La Época, El Globo y El Liberal. Para confirmar el estado de la cuestión, llegó a escribir a la autoridad militar competente, el Sr. Sánchez Bregua, por si dicho Capitán General tenía noticia de la demanda, siendo, por parte de éste, negativa la respuesta. Aparte del rápido y directo cauce de la prensa, varios meses después la autora volvía sobre el mismo asunto en el Epílogo de Por Francia y por Alemania y se lamentaba de la injusticia de la que había sido objeto, pues unas pocas líneas, «de estilo entre humorístico y censorio», provocaron un alboroto tremendo: sueltos y artículos -anónimos en su mayoría- y hasta un folleto, «de grosero e insultante estilo»58. Que unas concisas líneas levantasen más polvareda que juicios similares de otras personas, demostraba una vez más que lo escrito por mujeres -y muy en especial por Pardo Bazán- era revisado con lupa por sus colegas masculinos. De hecho, en diversos números de La España Moderna, se publicaron varios estudios que abordaban la crítica situación del ejército español y no provocaron el escándalo que las palabras de la escritora gallega59. Su indignación la llevó a advertir en el Epílogo del segundo epistolario que, en la nueva reimpresión de Al pie de la Torre Eiffel, no pensaba suprimir esas páginas, por «el vocerío insultante y amenazador» que se había levantado tan injustamente. Y así lo hizo, llegando incluso a introducir en el fragmento variantes estilísticas.
El folleto al que
alude la autora se tituló, ya lo hemos visto, Al pie de
la Torre de los Lujanes. Pardo Bazán adoptó ante
esta publicación una actitud desdeñosa e indiferente
al no responder públicamente a ninguna de sus acusaciones.
Su autor adoptó las mismas armas literarias que doña
Emilia, sirviéndose del molde epistolar y del recurso de un
viaje: desde el pueblo burgalés de Villazopeque hasta
Madrid. Al pie de la Torre de los Lujanes está
compuesto por catorce cartas, la mayoría breves, que
contestan a todas las de doña Emilia. Están fechadas
en Villazopeque, Valdepeñas y Madrid y fueron escritas a lo
largo del mes de diciembre de 1889. Frente a la postura
europeísta y cosmopolita de Pardo Bazán, que viaja a
la cuna del progreso: al pie de la Torre Eiffel; Díaz Benzo
se traslada a la madrileña Torre de los Lujanes,
símbolo de ese casticismo y patriotería de los que la
escritora gallega recibió tantos injustos ataques. La
Contestación a la Carta 11ª, la más
extensa del folleto, es donde el militar abordaba el debate sobre
el ejército español. Defendía a ultranza a
este estamento y denunciaba el indiferentismo de los que pensaban
que España nunca necesitaría a sus militares y del de
aquellos jóvenes que desdeñaban carrera tan
esforzada. Díaz Benzo rebatía, una a una, todas las
afirmaciones hechas por doña Emilia en el retrato del
militar, máxime cuando la escritora nunca había
visitado un cuartel, es decir: que opinaba de lo que no
entendía. Y la llegó a acusar de oportunismo:
«Esas críticas que levantan
polvareda aumentan la venta del libro, y son reclamos
literarios»
(p. 40).
Pero la
cuestión militar suscitada por el libro de doña
Emilia siguió ocupando la actualidad en meses sucesivos. En
marzo de 1890, La España Moderna publicó un
extenso artículo de Juan Lapoulide, el entonces director de
La Correspondencia Militar. Comenzaba dando las gracias a
Pardo Bazán por citar uno de sus libros -Pobre
España-, para, a continuación, entrar en el
debate60.
Lapoulide justificaba que casi todos los militares implicados
firmasen con seudónimo, pues solían publicar en
revistas estamentales donde de continuo sufrían gran
presión. En tono conciliador, comentaba a la escritora que
cometió dos importantes faltas al opinar como lo hizo sobre
el ejército en Al pie de la Torre Eiffel. La
primera, haber generalizado en sus juicios: cierto que hay
oficiales de reserva panzudos, sin afeitar y que pasan hasta
hambre; «pero generalizó
V., y todos se consideraron
ofendidos»
(p. 96). La segunda, haber pronunciado
aquellas opiniones en momento tan delicado. El ejercito, mal
considerado por las gentes y con escasos dones de fortuna,
podía ver en toda censura, por razonable y meditada que
fuese, «intención
deliberadísima de ofenderle»
(pp. 90-91). Sin olvidar que las palabras de
Pardo Bazán causaron aún más marejada por el
prestigio del que la escritora gozaba en la tribuna
pública.
Esta
cuestioncilla, como la calificó en el
Epílogo de Por Francia y por Alemania, debió
herirla en lo más profundo de su ser. En 1899, cuando
publicó la segunda edición de estas crónicas,
adelantó el mencionado Epílogo, ubicándolo
delante de todas las cartas, dándole, así, un lugar
preferente. El debate militar volvió a aflorar en el
Prólogo a la segunda edición, redactado tras la
derrota de Cuba y en unos delicados momentos en que, en el Congreso
y el Senado, se debatía lo que dieron en llamar
prestigios del ejército español. Desde 1899,
Pardo Bazán comprobaba con tristeza que no se había
equivocado en esos polémicos juicios de antaño,
aunque ahora la crítica la hacía extensible a otras
instituciones -no sólo al ejército-, causantes
«de nuestra enferma y decaída
patria»
(III, p. 6).
Las reflexiones de
Pardo Bazán sobre la situación española se
fueron haciendo más patentes en torno a estos años y
tiñéndose de matices cada vez más
sombríos. Su análisis muestra dos frentes: el
político -resalta la corrupción del gobierno- y el
económico -lamenta la profunda crisis en todos los sectores
productivos-. Ambos se relacionan, por contraste, con la optimista
e ilusionada disposición de América Latina. Con
respecto a este último punto, estos dos libros ayudan a
comprender su visión sobre Hispanoamérica y
amplían la exposición que Freire López
ofreció acerca del «tema americano» en la obra
de la Condesa61.
En la carta III de Por Francia y por Alemania:
«Politiqueos», Pardo Bazán abordaba la
situación política francesa para pasar
rápidamente a opinar de la Restauración
española. A su juicio, era un «infeliz sistema»
que tenía malparados a los españoles: «La inmoralidad de las costumbres ha llegado,
bajo los regímenes parlamentarios, a ser una lepra
mansa»
(II, p. 31). En el apartado, cargado de
indignación, que presta atención a la
situación española, Pardo Bazán analizaba la
extendida corrupción entre los políticos:
Al que se asusta de un chanchullo le dicen que no entiende nada de política y que es un memo, al que protesta contra él le tratan como a secator o trouble fête impertinente y mal criado. |
(II, p. 31) |
Apuntaba que echar
por tierra las instituciones y constituciones «que amparan semejante estado de la
república»
(II, p. 33) quizás fuese la
única solución a tanto malestar. Hablaba sobre los
políticos que derrochaban el dinero y se enriquecían
inmoralmente a costa de los españoles u ostentaban siete
cargos a la vez: «el abuso tiene
raíces tan hondas, que ha llegado a amortiguar la conciencia
hasta el extremo de que tratar de semejantes asuntos, sacarlo a
relucir, indignarse contra ellos, pasa ya por inocentada, ya por
extravagancia, ya por incorrección...»
(II, p.
31). Los males sociales están extendidísimos en la
Restauración y la industria y la agricultura, en franca
decadencia: «A la sombra del sistema
actual, la política ha llegado a ser la carrera más
fructuosa, mientras la industria tose de pecho y la agricultura
echa el último hipo»
(II, p. 33).
En «Algo de
España y América», dedica unas pocas
líneas a la agricultura española, que «harto hará si se defiende del fisco y no
se entrega exánime, desgarrada en todas partes por sus
uñas. Ignoro si adelanta o no; lo asombroso es que viva; que
el territorio español no se haya quedado aún yermo e
inculto»
(II, p. 226). Y cuando habla de nuestros
emigrantes vuelve a abordar la grave crisis del país, que
favorecía el éxodo de tantos
compatriotas62.
Pardo Bazán se cuestionaba el papel de nuestra raza en sus
dos ramificaciones: España y América latina y
hacía balance de la representación española en
el certamen. Esos párrafos se vinculan a otras opiniones
aparecidas el año anterior en Mi romería, en
el interesante capítulo titulado «Confesión
política», y nos recuerdan las formuladas por sus
amigos los noventayochistas y por ella misma en obras
posteriores63.
Al evaluar la autora la aportación de España en el
certamen, realiza un breve análisis de la decadencia
nacional, pues lo primero es consecuencia de lo segundo. Ahora no
se centra en lo político, sino en lo industrial. Opina que
España se ha presentado en París como un país
de color local, de riqueza agrícola y grandes aptitudes;
pero afligido por una decadencia lastimosa, «que todos vemos, que todos reconocemos -al menos
verbalmente- y sobre cuyas causas y remedios se opina de tan
diversos modos»
(II, p. 221). Cree que la
situación española no se puede llamar decadencia,
«sino desorganización o desbarajuste general, con
aleación de atonía y pereza». Hay voces que la
achacaron al régimen anterior, pero con la llegada del
nuevo, la situación no ha mejorado:
(II, p. 221) |
La industria,
calificada por la escritora como «fuente de prosperidad para
las naciones contemporáneas», no se encuentra en
España en su mejor momento, pero el que quiera juzgarla por
la representación en París, sacaría una
opinión «errónea por lo
despreciativa e injusta»
(II, p. 221). Para confirmar su
aserto, realiza un breve recorrido por todos los productos
españoles, que, en lo industrial, son más castizos
que relevantes: capas de paño, corsés, zapatos,
coches, muebles, guitarras, castañuelas, sillones. En
definitiva, la representación española es la de un
país «capaz de grandeza y esplendor», que no
avanza ni está a la altura de otras naciones
europeas64.
Similar lamento volvería a aparecer en las crónicas
parisinas de 1900: «No seremos de las
primeras naciones industriales; pero somos más, mucho
más de lo que aquí parece»
65.
Lo contrario se
aprecia en las jóvenes repúblicas sudamericanas:
«Allí está nuestro
porvenir, nuestra renovación, la continuación de
nuestra importancia histórica»
(II, p. 227). Esta
nueva España aparece ignorada por nosotros, aunque
calladamente se va colocando en primera línea, por el
esfuerzo con que ha desterrado la anarquía y la rudeza.
Ahora absorbe a los emigrantes españoles, ahuyentados
«por el malestar que crecía, los
tributos que arreciaban, la miseria que llamaba a las puertas del
labriego y del colono, y el horizonte que se cerraba cada vez
más»
(II, p. 228). Defiende con energía a
estos pueblos sudamericanos que han sabido granjearse con esfuerzo
el respeto de toda Europa y que han tenido una digna
representación en el certamen internacional. De hecho,
admite que su mirada más ilusionada la lanza, en general, a
todos los pabellones hispanoamericanos, pues en esos nuevos estados
se cifra, a su juicio, «el porvenir de
la raza española»
(I, p. 25). Aunque la
Providencia ha arrebatado a España su señorío
en Europa, la ha hecho renacer en las regiones sudamericanas. Con
esta optimista y esperanzadora reflexión sobre
Sudamérica y sobre el futuro de la raza española,
cierra la crónica de la Exposición y se despide de
París, cuyo certamen se ha coronado con un éxito
rotundo. A su juicio, ha servido para demostrar el adelanto,
riqueza y poderío del país organizador y ha sabido
aunar en perfecto equilibrio el elemento científico -la
Galería de las Máquinas y la Torre Eiffel-, el
artístico -en especial, en las Exposiciones Decenal y
Centenal- y el exótico o pintoresco -con las costumbres de
salvajes, negros, asiáticos, moros...-. Se muestra
satisfecha porque la doble faceta de toda Exposición: la
feria y la universidad, de las que habló
en uno de sus libros posteriores, se ha mostrado sobradamente.
Estos dos libros, citados por la crítica siempre de pasada, son importantes en el conjunto de la obra pardobazaniana. Escritos cuando su autora había alcanzado la madurez literaria, tras la publicación de sus grandes novelas sobre la tierra gallega, nos acercan a una mujer culta, curiosa, íntima, inteligente, comprometida con su realidad, polémica, que nos brindó una mirada abierta al mundo, visión que acercaba Europa a España. Al pie de la Torre Eiffel y Por Francia y por Alemania fueron redactados en la década anterior al desastre del 98, cuando se fue fraguando la generalizada toma de conciencia de la decadencia nacional. A través de sus páginas, se reafirma el patriotismo de Emilia Pardo Bazán y su preocupación por España y comprendemos mejor la evolución ideológica de pensadora tan relevante.