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71

vv. 5-8.

 

72

vv. 45-48.

 

73

MP y N, núm. 80, vv. 13-16 y 33-36.

 

74

MP y N, núm. 41, vv. 17-20.

 

75

MP y N, núm. 87; IC núm. 36, p. 205, vv. 13-20.

 

76

La lectura que se encuentra en todas las ediciones antiguas es «corrió»; véase la explicación en mi edición de IC, p. 272.

 

77

IC, núm. 62, pp. 272-278, vv. 1-12 y 25-28.

 

78

vv. 109-112. La cuestión de las alabanzas de Sor Juana a las virreinas con quienes tuvo trato, especialmente con respecto a la marquesa de la Laguna, condesa de Paredes, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, ha sido, al parecer, motivo de discusión desde antiguo. En un poema suyo (MP y N, núm. 16; IC, núm. 17, p. 103), después del epígrafe leemos «Advertencia: O el agradecimiento de favorecida y celebrada, o el conocimiento que tenía de las relevantes prendas que a la señora virreina dio el cielo, o aquel secreto influjo (hasta hoy nadie lo ha podido apurar) de los humores o los astros, que llaman simpatía, o todo junto, causó en la poetisa un amar a su excelencia con ardor tan puro como en el contexto de todo el libro irá viendo el lector». Nótese que MP tiene «amor», de una edición posterior, en vez de «amor» que es lo que aparece en la edición antigua de IC y que nos da un tono de menor intimidad. En el núm. 19 de MP, en la nota a los versos (vv. en adelante) 55-56 y siguientes nos dice MP: «Este Sacrificio puro de adoración, que prescinde de cualquier contacto corpóreo y aun de la mínima idea sexual (v. III-2), es un límpido afecto de admiración estética y de apasionada amistad, aunque su tono linde con lo erótico (según ya se ha advertido en no pocos "poemas amistosos" del Renacimiento). Cf. Pedro Henríquez Ureña, en Cuba Contemporánea, La Habana, 1917; y Sidney Lee, Life of Shakespeare, con rica erudición italiana, inglesa y francesa». Estando en Berkeley, California, hace unos años busqué el artículo de Henríquez Ureña al que pensé Méndez Plancarte se refería y no lo hallé. Posteriormente, mi colega de Stony Brook (SUNY), Pedro Lastra, me llamó la atención sobre el capítulo dedicado a Sor Juana que aparece en La utopía de América de Henríquez Ureña (Ayacucho, Caracas, 1978). En la p. 138, la nota a pie de página se refiere a esta cuestión: se trata de cartas que se cruzaron el crítico dominicano y «el ilustre filósofo cubano, Enrique José Varona» con referencia a la «exaltación apasionada» de la amistad entre las dos mujeres. Las cartas, al parecer, se publicaron en Cuba Contemporánea. El «amor» de que se ha hablado con respecto a Sor Juana, basado mayormente en sus poemas a esta marquesa, parece ofrecer base suficiente para ponerlo, por lo menos, en tela de juicio. Sor Juana dedicó poemas con parecido -si bien es cierto que no con tan exagerado- testimonio de devoción y cariño a las otras virreinas con quienes tuvo trato e incluso a algún admirador. La cantidad de datos y ejemplos que propone Sidney Lee en la obra mencionada más arriba, aunque se refiera a la literatura inglesa, parece bastante convincente: esas expresiones de amor eran voces corrientes utilizadas como muestra de amistad y agradecimiento al protector o mecenas del artista, poetas en este caso. Para Shakespeare era el Earl of Southampton. Esta costumbre tenía su raíz en el mundo clásico que Sor Juana conocía bien; así Bruto llamó «lover» a julio César; Porcia a Antonio, el íntimo amigo de su marido Basanio; Ben Jonson a Donne; Drayton a William Drummond de Hawthornden, Nashe a Southampton en su dedicatoria de Jack Wilton (en 1594): «The word "love" was habitually applied to the sentiment subsisting between an author and his patron» (p. 205). Estas palabras amorosas incluían alabanzas a la hermosura varonil de hombres casados (véanse pp. 668-669, passim, Sidney Lee, A Life of William Shakespeare, Nueva York, The McMillan Company, 4.ª ed., 1925). No es extraño, pues, que Sor Juana, por demás mujer apasionada, hiciera lo mismo con sus protectoras tanto más cuanto que las alabanzas entre mujeres no han sido en la cultura española cosa mal vista como lo son entre los hombres. Para esta cuestión véase, también, en el libro de Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, México, 1983, el capítulo «Religiosos incendios», pp. 283-303. Alguna profesora amiga, especialista en el petrarquismo, opina que esas demostraciones de amor podrían explicarse a través de los temas y rasgos de esa corriente. Por otra parte, MP se refiere en su obra a la reputación sin sombra que dejó la monja. Sin caer en las protestas no siempre ajenas a partidarismos del crítico mexicano, hay, que tener en cuenta que una mujer tan combatida como lo fue Sor Juana, especialmente en los últimos años de su vida, hubiera salido peor parada si la creencia general de sus contemporáneos se hubiera inclinado en favor de la tal versión.

 

79

MP y N, núm. 126; IC, núm. 51, p. 253.

 

80

Es el número 89 de MP y N (la primera parte de la composición).

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