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Florencio LUQUE, El gato y la madeja

Karima Editora, Sevilla, 2018, 109 págs.

La serenidad sabe de la nada de todo horizonte.


Ejercitarse en la paciencia con la naturalidad con la que el viento modelo las cumbres.


Para estar bien de la vista hay que palpar lo invisible.


En un universo paralelo, ¿andaré tan perdido como en este?


Hazte amigo de lo oculto: te aguarda en la eternidad.


Escuchar exige oír nuestro silencio.


Desaparecer en el poema como guijarro en el agua, mientras leves círculos llevan su eco a la tierra.


¡Qué liberación desprenderse de todo juicio y vagar, solo, en el tacto de la niebla!


El silencio es el altar de las palabras.


También el árbol tiene la cabeza llena de pájaros.


El poema emerge de un abismo que no logra eludir: eco de la piedra silbando en su caída.


La luz de la música no proyecta sombras.


Dejad que el poema nos desvele en las palabras la resurrección de lo inerte.


La soledad se empeña en recordarnos los nombres que nos acompañan.


Todo acto añade un nuevo camino al laberinto de lo existente.


Era un espejo tan caritativo que nadie se reconocía en él.


Todo sucede, siempre, por primera y única vez.