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Gabriel INSAUSTI, Preámbulos

Renacimiento, Sevilla, 2015, 173 págs.

La inteligencia es enemiga de la paz precoz.


Suelen hablar con entusiasmo de un mundo en que todo es posible. Yo prefiero uno en que algo sea real.


Desconfía del que proclama que nada es sagrado, porque ese se tiene a sí mismo por sagrado.


Si yo soy yo y mi circunstancia, entonces ¿por qué creo que lo único que debo cambiar para ser feliz es mi circunstancia?


Ni gustarse ni detestarse: la única cordura está en ser un poco indiferentes para nosotros mismos.


Todavía confundimos a veces el que algo concuerde y el que sea verdad.


Una falta de inteligencia es no saber generalizar; otra, solo saber generalizar.


La interpretación nos dice más de quien interpreta que de lo interpretado.


Para el pensamiento, destruir a conciencia es mucho más difícil que construir improvisadamente.


Claro que sé que desde dentro se ve la complejidad de todo. Por eso no entro, prefiero quedarme a la intemperie con mi sencillez.


Si lo vemos todo en términos de todo o nada, entonces no sabremos qué hacer con este mundo: no es todo, pero tampoco es nada.


Uno acaba por entender a las personas, pero cuando ya es demasiado tarde. Con la soledad y la compañía sucede que a veces no se sabe cuál es la enfermedad y cuál es el remedio.


Se puede vivir y se puede matar toda incertidumbre. Lo que no se puede es vivir habiendo matado toda incertidumbre.


Lo primero en lo que se pone de manifiesto que somos reyes es en nuestra posibilidad de abdicar.


El horror más intenso, suministrado en pequeñas dosis, termina por hacérsenos trivial.


Lo peor que le puede pasar al disidente es que desaparezca la oficialidad respecto de la cual ha disentido.


El reino de la ineficiencia es invivible, pero el de la eficiencia es inhumano.


Nada como la adversidad para averiguar qué pensamos realmente de las cosas.


Si no quieres verte obligado a cumplir tu amenaza, hazla bien grande.


La desconfianza produce sus propias causas.


La ecuanimidad es el camino más corto para quedarse solo.


La elegancia, demasiadas veces, consiste en no darse por enterado.


El que busca ante todo vencer solo consigue vencer.


¿Que si creo en Dios? Desde luego, creo que existe o no más allá de que yo crea en él o no.


Dime qué opone cada época a lo sagrado y te diré qué tiene cada época por sagrado. La obsesión por la certeza nos ha hecho mucho daño. Casi todo lo que merece la pena saber es incierto.


La tendencia moderna a desacralizar lo sacro es directamente proporcional a la tendencia a sacralizar lo profano.


La aspiración inconfesa del nihilista es destruir el mundo en una sola frase.


A menudo el problema no es que Dios no exista, es que no existe lo bastante, con esa manifestación evidente, con esa gratificación inmediata que se le exige hoy a todo.


Claro que la ciencia no puede responderlo todo. Ni siquiera puede preguntarlo todo.


En algunas conversaciones no se profundiza por miedo a discrepar. En otras, por miedo a coincidir.


Las instituciones más legítimas son las que contemplan como objetivo última su propia disolución.


Dentro de poco solo se nos reconocerán derechos sin antes se nos reconoce víctimas.


Algo va mal cuando todo el mundo reclama más escaparate pero nadie reclama más trastienda.


Parece contradictorio, pero para aceptar el totalitarismo basta con adoptar un punto de vista parcial.


Tal vez el fanatismo sea una simple cuestión de impaciencia.


Viajar es eso que hacemos de vez en cuando para darnos el gusto de regresar.


¿Haces mucho? Pregúntate por qué.


No hay nada más terrorífico que una multitud cargada de razón.