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Jordi DOCE, Perros en la playa

La Oficina Ediciones, Madrid, 2011, s/p

Hacer de sus restas una suma, por pequeña que sea. La vocación profunda del aforista.


Demasiados críticos acercándose a los libros como si fueran trampolines. Demasiados cayendo de nuevo a la piscina de sí mismos.


A veces lo más próximo es lo más inalcanzable.


El regreso es siempre a otro lugar.


No tengo pensamiento propio, como no es propio el aire que respiro. Según donde esté, así respiro, así pienso.


Abrió la boca, se metió la mano en la garganta, y uno a uno fue sacando a todos los que había sido en el pasado. Después quedó flotando en el aire.


Una cosa o un edificio son formas de acrecentar el espacio, de dar forma al aire y hacerlo más holgado.


El único mástil al que podemos atarnos es al de nosotros mismos: nuestra soledad, nuestro orgullo, nuestra invisibilidad.


Necesidad, al modo oriental, de hallar consuelo en los detalles más nimios. Acaso ellos sean los únicos que permanecen incontaminados a lo largo del tiempo.


Se encierra en la frase más breve posible, y aun así le queda espacio para tomar aliento y decir otra.


Un país en el que nadie habla de lo que sabe. Todos son maestros y alumnos a la vez.


Las mejores historias exigen que las contemos. Pero ganan en fuerza si nos resistimos un poco. Pasear, para que la cháchara incesante de la conciencia se convierta en ruido de fondo.


No tener miedo nunca es de necios. Tenerlo siempre es de locos. Así pues, mi relación conmigo mismo oscila fatalmente entre la necedad y la locura.


En el arte, tan importante como lo que uno hace es lo que uno decide firmemente no hacer.


Algo se rompió para que estos fragmentos emergieran, pero ¿qué?


No se cree mejor que nadie. Él también fue nadie alguna vez.


Las palabras: trenes que pasan una y otra vez ante lo que no tiene nombre.


Cuando no sé de dónde vienen ni adónde van, ¿cómo pretender que estos fragmentos sean de mi propiedad?


Le decepciona que los hechos le respalden. Creía tener más imaginación.


Estas palabras, a lo más: gotas de lluvia repicando en un mar plomizo.


No esgrimas tu sinceridad como un arma. Tendré que mentir para defenderme.


Es todo aquello que no pudo elegir, y ahora no querría ser otra cosa.


La luz siempre da en el blanco.


La extraña metamorfosis que convierte el camino de cabras de la escritura en una autopista para la lectura.


No tener enemigos es otra forma de soledad, tal vez la más estéril. Cuando vivir no es más que el esfuerzo por concertar la decadencia de las distintas partes de nuestro cuerpo, de manera que todas mueran a la vez.


Nada ocurrió. Nada dejó nunca de ocurrir.


El tiempo cura las heridas, tal vez, pero a costa de anestesiar todo cuanto las rodea.


Es la misma puerta, sí. ¿Por qué, entonces, nos entregan cada día una llave distinta?


Frases como pértigas, para saltar por encima de uno mismo.


Todo huye hacia otro lugar. Y ese lugar está en nosotros, y no lo vemos.


¡Qué felicidad, ser todo lo que nadie espera de mí!


La multitud se aparta con secreta y misteriosa unanimidad, y en el margen abierto surge un recién nacido.


Escribir siempre frases que se inauguren a sí mismas.


Los que cumplen a rajatabla la orden con que nacieron al mundo. Los que no pueden, no saben, no quieren cumplirla. Los que tratan de averiguarla quién la dio.


Escarbar en los estratos de uno mismo como un arqueólogo. Pero primero hay que dejarse arruinar.


Mira bien ahí dentro. ¿Qué ha ocupado el lugar de las palabras que dejaste salir?


Tu cara en el espejo cada mañana, como una palabra repetida una y otra vez hasta que se vuelve comprensible.


Que las reglas no te impidan ver el juego.


Habiendo tiempo, de nada nos libramos.


Si lo pienso bien, en realidad ya no leo -ni busco leer- más que fragmentos. Es decir, convierto en fragmento todo lo que leo.


¡Cuidado! Mi inconstancia también es un método.


Aún estoy por hacer, sigo en manos del tiempo, las herencias y azares que hay en mí no terminan de asentarse.


Amar como ama el ojo, dejando intacto el objeto de su amor.


Quiere frases llenas de vida. Pero entonces se revuelven y dicen justamente lo contrario de lo que él espera.


Las palabras son sus lianas. Va de una cosa a otra sin tocar el suelo, sin pisar remotamente tierra firme.


Los días están ahí. Solo hace falta ponerse a buscarlos.


No tengo secretos: vivo en ellos.


¿Por qué la página en blanco? Es el escenario reducido a la mínima expresión. Allí cualquier gesto, por pequeño que sea, es un fogonazo.


No cejar en la escucha, escuchar con tal intensidad que por fin alguien, cualquiera, se sienta obligado a hablar.