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José Manuel BENÍTEZ ARIZA, Efémera

Takara Editorial, Cádiz, 2016, 65 págs.

Atenerse a un desengaño es también un propósito de enmienda.


Frente a lo gregario espeso, la soledad trasparente.


Ay de quien, en vez de afines, se rodea meramente de cómplices.


En la ciudad el silencio es un zumbido; en el campo, un clamor.


Podría vivir en cualquier parte, a condición de que no me obligaran a salir de casa.


El Dios más difícil: el que quienes nos decimos ateos nos vemos obligados a esclarecer a partir de la difusa noción de trascendencia.


Hay prendas de vestir que añaden solo énfasis.


Según el estado de ánimo del observador, la lluvia limpia o... deshace.


Incluso entre muros de cemento hay un campo instantáneo cuando cantan los pájaros.


Feliz como dicen que son los tontos cuando les dan un lápiz. En mi caso añadiría: y un trozo de papel.


El miedo a la página, o a la pantalla, en blanco: el que se siente cuando te asomas a un espejo y no te ves.


Se escriben poemas para purgarse de esa especie de pecado de prodigalidad que es haber escrito otras cosas.


Escribe para nadie: ningún otro público paga mejor.


Quien te roba una idea -ay de las confidencias entre escritores- más bien te hace un favor.