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Mario PÉREZ ANTOLÍN, Profanación del poder

Los Libros del Lince, Barcelona, 2011, 201 págs.

La evolución entraña convulsión, por eso no es posible perfeccionarse sin destruirse.


La buena creación precisa del dolor. Hay verdades que solo comprendemos padeciéndolas.


La mayoría de las veces la seguridad se reduce a una demostración de confianza en los errores de los demás.


Con la primera mentira acaba la infancia, con la primera nostalgia empieza la vejez.


La providencia demuestra su gran sabiduría cada vez que nos quita oportunidades que hubiéramos convertido en fiascos.


Por mucho que nos empeñemos en quitar el polvo, está perdida la batalla. Todo terminará sedimentándose.


Las cimas acabarán arrasadas; las simas, rellenadas. Lo que a uno le sobra a otro le falta.


El consumo mitiga nuestra insatisfacción. En una comunidad de personas felices no hay manera de incrementar las ventas.


Consigo descubrirme por mediación del extrañamiento que libera lo que no soy dentro de lo que seré.


Escribo para que otros caigan en mi locura y yo me deshaga de ella.


La historia es pródiga en grandilocuentes acontecimientos inútiles y en nimios detalles cruciales.


El progreso, sin anclajes y bastimentos, tarde o temprano se convierte en regreso; y, a fuerza de ir y venir, acaba teniendo la inmovilidad del fósil.


Cumple la ley, el que la ignora; la vulnera, el que la prescribe.


Ten en cuenta que, por mucho que desconfíes, siempre abrirás la puerta al heraldo equivocado.


Hasta que no se hace costumbre, cualquier precepto tiene los días contados.


En el amor, la entrega absoluta es la condena y la recompensa.


Nada hay tan poderoso que se permita desobedecer sus inclinaciones.


Cada vez son menos los que tienen más y más los que tienen menos, y esto continuará así mientras se pueda acumular lo que no conseguimos usar.


Cuando las palabras no bastan y los conceptos no sobran, aparecen las elucubraciones del entendimiento fronterizo.


El amor nos anestesia el costado por el que entra la espada del desamor.


La mejor novela es aquella que utiliza los recuerdos del lector como parte fundamental del argumento.


La auténtica libertad consiste en romper el ciclo: no tener que acabar para no tener que empezar.


No hay mejor manera de adquirir ventura que acomodar los deseos a las potencias.


El que desee conocer los fundamentos de unos principios hágase esta pregunta: ¿en contra de quién fueron concebidos?


No solemos detectar nuestras equivocaciones hasta que alguien las aprovecha.