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Benito ROMERO, Horizontes circulares

Trea, Oviedo, 2018, 84 págs.

Su proyecto de vida: encariñarse de lo cotidiano.


Cada meta personal que superaba era recompensada con plástico.


Sus pensamientos eran tan injustos que no tuvo problemas para ser aceptado en ningún grupo.


Encontraba familiar a la gente en el primer contacto. Los veía como desconocidos conforme los iba tratando.


Amar no es solo desear lo que no se tiene.


La nostalgia platónica, asesina silenciosa de la promiscuidad.


Cuando las palabras verdaderamente dicen algo, la nieve sangra.


Nos hemos acostumbrado a vivir en la destrucción de las frases cerradas.


La finalidad de la letra pequeña es recordarnos que la infamia desborda el cauce de los ríos.


Publicar es la mejor manera de repudiarse.


El que escribe para contentar a sus lectores se asemeja al alumno que estudia para contentar a sus padres y profesores.


Para alcanzar un grado óptimo de sabiduría conviene haber pisado los charcos de al menos cuatro siglos.


Los consejos huelen a desinfectante de inodoro.


Lo sencillo asusta porque no nos lo explicaron bien.


La memoria se halla repleta de casas vacías que abandonamos saliendo precipitadamente por la ventana.


La cohesión, un silencioso laberinto de espejos y moscas.


Lo más difícil de asumir de la sensatez es su dureza melancólica.


El medio como fin: avanzar hacia algo para que se te junte alguien.


El verdadero primer paso consiste en dejar atrás el primer paso.


En las entrañas de la anécdota baladí centellea la perspectiva cósmica.


El primero en sentarse sobre una roca fue proclamado líder del grupo.


Pocas cosas provocan tanto desasosiego como los lápices que se dejan afilar.


«Vamos a dialogar», aseveran los que andan desesperados por escucharse.


Hacerse mayor es sentirse seguro con lo inmodificable que antes repudiábamos.


El día en que a la belleza física se le cierren las puertas del éxito, será el fin de la civilización.


La verdad es dura y negra como el excremento reseco que, en medio de la acera, evitamos pisar.


Los pobres se alimentan de las irresponsabilidades que los ricos dejaron arrinconadas en el fondo del baúl.


Hemos alcanzado tal punto de mezquindad colectiva que hasta la amabilidad es acogida con recelo.


El algún momento de lucidez histórica tendrán que ser los árboles los que humillen y condenen a los árboles.


Para algunas personas, la ciencia ficción es salirse del realismo cotidiano; para otras, es zambullirse en el realismo cotidiano.


Vemos lo mismo, escuchamos lo mismo, leemos lo mismo, pensamos lo mismo, hablamos lo mismo y hacemos lo mismo, pero soñamos con lo distinto.


La primera enseñanza que debería transmitirse es la de saber perder. De este modo nos ahorraríamos la enorme dosis de violencia innecesaria que causa la ansiedad de reconocimiento.


Detrás de cada impertinencia gotea el penetrante brillo del metal.


La hipocresía humana genera obsesión por lo subterráneo.


Lo que no te mata, te transforma en un burócrata.


La calma y el aburrimiento nos indican que avanzamos hacia lo correcto.


El propósito de las religiones es superar la contundencia de la realidad.


La vida, sin la perseverancia de la confusión, sería otra cosa.


Obsesionarse con lo que tendría que haber sucedido es pretender amortiguar la caída con las cortinas del abismo.