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Enrique Planchart: la deuda al amigo

Pedro Grases



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A Fernando Paz Castillo, compañero en la devoción a la memoria de Enrique Planchart.

Pedro Grases.






De la emigración hispánica

El tiempo que le habrá tocado vivir a mi generación estará señalado trágicamente por la guerra civil española (1936-1939) y la consiguiente dispersión por el mundo de un gran número de compatriotas. Una generación, pues, trunca en plena juventud, rota en el momento de fervoroso entusiasmo por la posible participación en la vida pública hispánica. En nuestros años mejores, vimos todos cómo nos caía encima otro de los conflictos -quizá el más grave de toda la historia- declarado entre los dos idearios contrapuestos: tanto en la interpretación de España, cuanto en la forma de vivir en la Península. El viejo antagonismo de grupos que no han logrado, por siglos, el aprendizaje del diálogo y la convivencia, desataba nuevamente con toda ferocidad una lucha cruenta que asoló la sociedad hispánica. Otra vez el camino de la expatriación fue la única vía que quedaba para quienes no teníamos sentimientos bélicos, o para aquellos que veían imposible la permanencia en el suelo español. Quienes permanecieron en la Península, en trance de recuperación de la antigua forma de vida, parece que consideran hoy día esta ilusión como definitivamente perdida.

Los países de América de habla castellana han sido para muchos de nosotros tierras propicias para rehacer nuestras existencias.   —10→   Pero las tierras y los países son algo más que paisajes y sociedades; son sobre todo: hombres, individuos, personas. Sin el trato y la comunicación de algunos espíritus capaces de comprensión humana y fineza de hermanos, la aventura de la emigración habría sido calamitosa. Es justo proclamar este compromiso de gratitud hacia quienes tuvieron la grandeza de alma de darnos la mano y de ayudarnos con el corazón en la difícil empresa de volver a encontrarnos nosotros a nosotros mismos. No se trata, ciertamente, de la solución de los problemas económico-domésticos, que si son pavorosos cuando no están resueltos, no dan sino paz reposada al tenerlos ya solucionados. No bastan para sentirse viviente. Me refiero a un aspecto más sutil, más entrañable, al que he dedicado más de una vez alguna página: la invitación cordial y amiga para participar en las nuevas patrias en los trabajos de índole intelectual.

A mi juicio, éste es el símbolo de la generosidad más espléndida y, sin duda, ha significado para nosotros la posibilidad de rehacer de un modo total lo que habrían sido normalmente nuestras vidas sin la interrupción ocasionada por la lucha entre hermanos. Estamos ya a veinte años del comienzo de la guerra hispánica y por tanto cada cual puede hacer su examen de conciencia. Yo lo he hecho en muchas ocasiones y entiendo que nadie puede dejar de pensar en lo que habría ido a parar sin el afectuoso apoyo de las personas, los amigos, los hombres que nos han alentado -dándonos aliento y vigor- en los países de América. No es solamente el que nos hayan sentado en su mesa a compartir el pan. Es algo más delicado: nos han invitado a ser partícipes de las preocupaciones espirituales, nos han llamado a colaborar en las empresas intelectuales en las que cada hombre entrega lo mejor de su pensamiento. Por tanto, se nos ha permitido la más íntima comunión con lo más estimado de cada ser.

Para mí éste es el acto de mayor desprendimiento y perfección humana. Por eso lo proclamo siempre que tengo oportunidad de hacerlo, y por eso me satisface cuando veo que quienes tienen el   —11→   deber de reconocerlo corresponden con la dignidad que cabe en la palabra gratitud. No corresponder en esta forma a hidalguía tan hermosa sería inexplicable en quienes hayan recibido el beneficio espiritual de la amistad.

Acepto que no puedan entenderme aquellos que no hayan sufrido el vacío producido por la pérdida de su propio país, pero no los que han tenido el consuelo de encontrar una tierra generosa, en la cual han podido recobrar una nueva patria.

No sé si se escribirá nunca la historia de la emigración española actual por tierras de América. Hasta hace poco, nada se había publicado, en sentido humano, de la emigración liberal paralela a la nuestra, que se dispersó por Europa, especialmente en Inglaterra, durante el primer tercio del siglo pasado. Ha comenzado a subsanarse este error. Pero no importa mucho que conste en registros históricos. Lo que interesa es proclamar ahora nuestro reconocimiento a quienes se lo debemos.

Y uno de ellos, por lo que a mí atañe, y sé que a otros más, es Enrique Planchart. Por eso me duele que hayan transcurrido tres años casi de su muerte, sin que haya dicho lo que debo decir. Por lo menos me veo ya en el camino de reparar la deuda debida al amigo.




La mano amiga

No he retenido en mi memoria el recuerdo preciso de mi primer encuentro con Enrique Planchart. Sé que desde 1938 era yo lector asiduo en la Biblioteca Nacional, de la que era director don Enrique. Luego, vinieron consultas sobre bibliografía nacional en las que me dio ánimo, consejo, y el más decidido apoyo. Las primeras Exposiciones del Libro Venezolano, desde 1939, las organizamos juntos y desde el primer instante se estableció el estrecho contacto, derivado del intercambio de ideas y proyectos. Esta franca colaboración fue intensificándose día a día hasta el fallecimiento en 1953 de tan dilecto amigo. El hecho de   —12→   encontrar quien compartiese el interés por un tema en el que yo iniciaba mis primeros estudios fue para mí decisivo. Dudo que hubiese podido hallar mejor acogida. Con Planchart, otros nombres debo recordar en este momento: Manuel Segundo Sánchez, Luis Correa, Santiago Key-Ayala, Vicente Lecuna, Cristóbal L. Mendoza. El primero, casi desde mi llegada a Venezuela; Luis Correa, igualmente; el doctor Lecuna, hombre de más difícil amistad, mucho después. El doctor Mendoza, con su sabio consejo en todo instante. El doctor Key-Ayala con sus consejos, a intervalos impuestos por las consultas mismas. Planchart, siempre. El nobilísimo sentido de la amistad que tuvo en su trato, ganó mi afecto, y, para completarlo todo en perfección, su hogar, presidido por la delicadeza de la esposa, María Luisa Rotundo, acabó de sellar nuestro fraternal afecto de modo definitivo. Por tantas causas, pues, me veo muy firmemente atado a su presencia inolvidable, mucho más cuando de nuestra amistad me quedó el honroso encargo de pertenecer al consejo de tutela de sus menores hijos.




Enrique Planchart (1894-1953)

Enrique Planchart fue un extraordinario animador de toda cultura1. Excelente ciudadano, no regateaba su colaboración   —13→   abierta a cuantas iniciativas reclaman su concurso. Las letras y las artes deben mucho a su consejo certero y a su cooperación decidida. En la Biblioteca Nacional, donde ejercí desde 1943 el puesto de jefe de la Oficina de Bibliografía Venezolana, con el encargo expreso de preparar y publicar el Anuario Bibliográfico, vi siempre a Enrique Planchart acoger e identificarse con las ideas y proyectos de acción cultural, a los cuales se sumaba entusiastamente.

Esta condición de apasionado colaborador la he visto luego ratificada por lo que sus compañeros me han contado y por lo que los escritos de Planchart me han dado a conocer. Desde el «Círculo de Bellas Artes», Enrique Planchart fue un decidido propulsor del progreso de la cultura y de toda manifestación estética que se producía en Venezuela. Desde la Dirección de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación, no hizo sino proseguir oficialmente la tarea que se había propuesto: el fomento de la vida artística en Venezuela. Ésta es, posiblemente, la razón principal de que haya sido relativamente escasa su propia obra escrita.

Además, como literato, Planchart fue sumamente exigente y rigoroso con lo que él mismo escribía. Profundo conocedor del idioma castellano, dotado de exquisito buen gusto, con exacto sentido del valor de significación de los términos y fino corrector de giros sintácticos, toda su obra es pura justeza, no preciosismo.   —14→   Tengo muy presentes las amables discusiones alrededor de una frase precisa o sobre un concepto, rebelde a ceder la expresión adecuada. Tal conocimiento del lenguaje fue el producto de sus prolongadas lecturas y del largo ejercicio para lograr el dominio de verter en castellano sus propias creaciones.

Muy señor en cosas espirituales, su conversación era un regalo en variadísimos campos de las letras y las artes.




Las obras póstumas

Al desaparecer su esposa, en 1952, Enrique Planchart salió de Caracas para encontrar alivio al peso de tantos recuerdos que iban arruinando su voluntad de vivir. Se fue al Canadá, buscando el contraste -clima y color- del medio que le había sido habitual hasta entonces. Se dio a la tarea de preparar su mensaje poético, al que puso el título muy exacto: Bajo su mirada, en homenaje a la esposa ausente. Toda la correspondencia de los meses de permanencia en Montreal gira alrededor de este volumen cuya forma de edición dejó establecida en todos sus detalles. Regresaba a Venezuela para el primer aniversario del fallecimiento de la esposa, cuando le sobrevino en Curazao, a la vista de su tierra venezolana, el ataque del que murió.

El Consejo de Tutela distribuyó al cumplirse el primer aniversario de la muerte de Planchart la edición del poemario, y se propuso publicar en años sucesivos los otros escritos del gran amigo.

Este tomo, La pintura en Venezuela, es el segundo que se edita. Queda para el año próximo un tercer volumen, de Prosa y Verso. El resto de su obra son traducciones (Depons, Viaje a la parte oriental de Tierra Firme, Ludwig, Bolívar) que no nos corresponde editar.

En el presente libro se agrupan los escritos sobre la pintura nacional, salvo el último artículo referido a Eloy Palacios, escultor,   —15→   que por ser tema de arte se ha incluido en esta obra. Se ha distribuido el material en dos grandes partes:

I. Estudios mayores, y

II. Exposiciones y pintores.

En la primera sección se incluye el trabajo de conjunto sobre «La pintura en Venezuela», que es el escrito más acabado de lo que fue proyecto irrealizado por Planchart: una historia de la pintura venezolana, de la cual entre sus papeles hay numerosas notas y apuntes, signos de una laboriosa y paciente investigación, de la que no se ha encontrado, sin embargo, redacción alguna. En la misma sección figuran sus estudios sobre Juan Lovera, Martín Tovar y Tovar, y Arturo Michelena.

En la segunda parte se han recogido los escritos menores sobre exposiciones y sobre artistas; artículos publicados desde 1920 hasta 1952, que constituyen un testimonio maravilloso de tenacidad y continuidad en pro de la comprensión de la obra de arte en el campo de la pintura.

He puesto a cada artículo una breve nota bibliográfica para su identificación, y en algunos casos explico la refundición llevada a cabo, por ejemplo, en el estudio sobre Arturo Michelena el cual, aunque editado aparte en 1948, es el texto ampliado y enmendado de la parte correspondiente de su escrito mayor: «La pintura en Venezuela».

Se completa el libro con la reproducción de sesenta láminas, que ilustran los comentarios y análisis de Planchart y enriquecen el volumen.

*  *  *

Con la edición de estas obras se persigue el propósito de que el nombre de Enrique Planchart quede incorporado, como se merece, en la historia de la cultura venezolana, a cuyo servicio dedicó como gran pasión, toda su vida.

Caracas, agosto de 1956.





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