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Ensayos poéticos


Salvador Bermúdez de Castro



(Jerez de la Frontera, Cádiz 1817 - Roma, 1883)








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El árabe


    ¡Qué gallarda levanta su follaje
La palma solitaria de Elb-keddí,
Cuando penetra el sol por su ramaje,
Lanzando a plomo su calor allí!

    El firmamento en púrpura se inflama  5
Con los rayos que arrastra el huracán,
Y está ardiendo la arena, cual la llama
Que se eleva del cráter de un volcán.

    En alas del Simún veloz se arroja
Torbellino de arena abrasador:  10
Y refleja al través, flotante y roja,
La luz del sol su ardiente resplandor.

    Entre arena que baña resonando
De alguna antigua Esfinge el roto pie,
El árabe corcel va galopando:  15
El Cairo al lejos relumbrar se ve.

       Sigue así, fiero alazano.
    Alza la frente serena,
    Que ya el desierto de arena
    Se ostenta en su majestad  20
    Ya estamos solos: tu brío
    Sacuda el plácido sueño:
    Respira, como tu dueño,
    El aura de libertad.

       El palacio entre sus muros  25
    No me ofrece independencia:
    ¿Qué me hiciera su opulencia,
    Cuando vivo libre aquí?
    ¿Quién por el mar no dejara
    La fuente mísera y fría,  30
    O el rosal de Alejandría.
    Por la palma del Zaeddí.

       El murmullo entre las flores
    No escucho aquí de la brisa,
    Ni la plácida sonrisa  35
    De pacífico raudal:
    Pero corre ronco el viento,
    Sin parar su vuelo un monte:
    Pero miro un horizonte
    De topacio y de coral.  40

       El sol detiene su giro
    Por contemplarme: navego
    Por un piélago de fuego,
    Sobre mi hermoso alazán:
    Él no borra en su carrera  45
    La huella de paso humano,
    Que yo reino soberano,
    Donde reina el huracán.

       Dios a los hijos de Europa
    Dio ciudades y jardines,  50
    Y entre danzas y festines,
    Los hizo esclavos allí.
    «¡Trabaja!» dijo al cristiano:
    Pero al árabe indolente,
    «Sé tú libre, independiente:  55
    El desierto es para ti».

       Cuando la luz de la aurora
    El horizonte ilumina,
    Tercio mi fiel carabina
    Sobre mi ardiente corcel:  60
    Y a la sombra de una Esfinge,
    De las tumbas de los reyes,
    Doy soberano mis leyes
    Al creyente y al infiel.

       ¡Espacio sin fin, inmenso!  65
    ¡Mi primera, dulce cuna!
    Bello si el sol, si la luna
    Refleja su luz en ti.
    ¿Qué me importa, entre jardines,
    Un sueño de vida incierto?  70
    Quiero habitar el desierto:
    Quiero morir do nací:

       Donde el pecho de una hermosa,
    Al nazareno arrancado,
    Palpita tierno a mi lado,  75
    Sin terror y sin desdén:
    Y de mil bellas esclavas
    Los halagos y caricias,
    Van a colmar de delicias
    La soledad de mi harén.  80

       Sobre el camello indolente
    Cargado de plata y oro,
    Se acerca doblado el moro
    De codicia y de calor:
    Entre mantas y cojines  85
    Muellemente recostado,
    El nazareno espantado
    Siente venir su señor.

       La cristiana de ojos negros,
    Cual la palma deliciosa,  90
    La georgiana pura, hermosa,
    Del profeta bella Hurí,
    Para mí todo: las perlas,
    El sándalo, diales, velos:
    Alá me grita en los cielos,  95
    Todo, todo es para ti.

    Y en un cielo de nácar el sol brilla:
A plomo lanza su radiante luz:
Corre el infiel, sobre la blanda silla,
Medio envuelto en su cándido burnúz.  100

    Y soltando las riendas relumbrantes,
Y apretando en su mano el yathagan,
Corre el infiel, que pronto los turbantes
De su tribu a lo lejos brillarán.

    De ambición y de amor su mente llena,  105
Del botín y las hijas de Ismael,
Corre el infiel, envuelto entre la arena
Que levanta el galope del corcel.




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La duda


    En las altas columnas del templo
A las preces la lámpara llama:
Lumbre triste y escasa derrama
Que ennegrece la nave alredor.
Sólo el mármol de altares y tumbas  5
Con su luz sepulcral se colora:
Es el rayo de pálida aurora,
De una estrella el temblante fulgor.

    Se engrandece y se espacia la mente
Que en las losas del templo medita;  10
Su carrera es entonce infinita:
Su grandeza es entonce inmortal.
Al pensar entre tumbas ¿qué alma
Su vivir congojoso quisiera?
¿Quién a Dios con fervor no pidiera  15
Un olvido completo, eternal?

    Esas luces que brillan y mueren
En las altas columnas macizas:
Ese lúgubre altar, las cenizas
Que la huesa en su centro ocultó,  20
Todo anuncia morir: ¡ay! recuerdo
Mi ventura de un tiempo pasado,
Y mi pecho no late, asustado
A las voces de muerte que oyó.

    ¿Será cierto? Este templo espacioso  25
De tan alta y soberbia estructura,
Esta nave, pacífica, oscura,
Convidando mi labio a rezar:
Esas altas columnas, el ara
Que el incienso encapota sombrío,  30
¡Todo está cual la tumba vacío,
Templo, nave, columnas, y altar!

    ¿Es verdad que esa luz misteriosa
Que brillar en las lámparas miro,
No arrebata la mente en su giro  35
A una eterna existencia de amor?
¿Es verdad que postrada, piadosa,
En las alas del cántico el alma
No se eleva, en dulcísima calma,
Hasta el trono de luz del Señor?  40

    Cual la yerba arrojada en la roca,
Que marchita allí crece, allí muere,
¿Viviré y moriré, sin que espere
Otra vida, otra dicha, otra luz?
Aun en medio de altares y tumbas  45
Mi terrible pensar me amenaza:
Que si el mundo feroz me rechaza,
Me rechaza también esa cruz.

    ¡Ay! la duda mi pecho devora:
Infeliz, nada sé, nada creo:  50
Una nube fatal sólo veo,
Sin belleza, sin luz, sin color.
Porvenir angustioso, insensible
Me presenta mi triste existencia,
Que no tengo ninguna creencia  55
Que me anime a su dulce calor.

    En las sombras envuelto del templo,
Mi rodilla en la piedra reposa:
Menos yerta la fúnebre losa
Está ¡ay Dios! que mi triste pensar.  60
¿Por qué siempre a la mente la dicha
Seductora aparece y lejana,
Como el sol con más luz se engalana
Para hundirse después en la mar?

    Todo huyó para siempre... Dichoso  65
A rezar con mi amada venía,
Y el postrero reflejo del día
Nos miraba en el ara a los dos:
No amargaban mis plácidos sueños
De la triste razón los pesares:  70
Que en el aire, en la tierra, en los mares
Contemplaba la imagen de Dios.

    Su semblante de amor en el templo
A mi infancia feliz sonreía,
De su trono de luz bendecía  75
Mi existencia dichosa y mi paz.
Y ahora sólo mi frente rodean
Negras sombras de horrible tristeza,
Que mi vida de calma y pureza
Disipóse cual niebla fugaz.  80




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La fragata


¡Adiós! ¡adiós! al rayo de la aurora,
       Ligera la fragata,
Libre del ancla que la oprime ahora,
Va a hender las ondas de zafiro y plata.

Del viento al soplo, sobre el mar reclina  5
       Su negra prora el leño,
Como el corcel indómito se inclina
Bajo la mano del soberbio dueño.

Al arrullo del aura se estremece
       Sobre el mástil la lona,  10
Que ya entre negras sombras desparece,
Ya con blancos reflejos se corona.

Los pliegues de la flámula importuna
       Que el céfiro desata,
A los rayos se extienden de la luna,  15
Como una sierpe de luciente plata.

Mil antorchas brillantes como el día,
       La popa coronando,
Van una luz fantástica y sombría
Por las vecinas ondas derramando.  20

Y va a partir... la postrimera hora,
       Dulce placer la llene,
Aunque mañana horrible, asoladora
Sobre la nave la borrasca truene.

Al son del arpa que el placer despierta,  25
       Y en plácida bonanza,
Pasar se ven, girando en la cubierta,
Rápidas sombras en alegre danza.

Cada ola leve que, en las peñas rota,
       Sobre la playa expira,  30
En su espuma blanquísima una nota
De la flotante música suspira.

Tiñe el alba los célicos altares
       Con túnica de llama;
¡Ya viene el sol!... del seno de los mares  35
Brota su luz y el universo inflama.

Calla entonces del arpa melodiosa
       La música suave,
Que al astro rey con salva estrepitosa
Saludan los costados de la nave.  40

Mas ¿qué otro son de bárbara armonía
       Con ímpetu revienta?
Calle el cañón sus cánticos al día,
Que también lo saluda la tormenta.

Que ella también inquieta lo esperaba  45
       Para empezar su vuelo:
Que ella también con cólera miraba
Puras las ondas y sereno el cielo.

Pronto murió la brisa y su armonía
       Bajo sus pies airados:  50
Poco sirve la luz del nuevo día,
Que ella trajo en sus alas los nublados.

Esa fragata tan soberbia antes,
       El áncora ya rota,
A merced de los vientos inconstantes  55
Sobre las olas irritadas flota.

No hay salvación: que la corriente lleva
       La nave desarmada,
Hacia la negra peña que se eleva
De huracanes y espuma rodeada.  60

Y agolpados a bordo se veían
       Pálidos mil semblantes,
Contemplando las olas que subían
Sobre la nave náufraga tronantes.

Venciendo al trueno, un grito sobrehumano  65
       Doliente se dilata:
Calle la tempestad.... que el Oceano
Cubrió ya con sus olas la fragata.




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El peregrino


    Era una noche de invierno,
Del invierno crudo y frío,
Oscura, sin una estrella,
Y de nieve y de ventisco:
Era más de media noche,  5
Y la puerta de un castillo
Resonaba al duro golpe
Del fuerte aldabón macizo:
Mucho aqueja al Castellano
La visita y el ruido,  10
Que allá estaba junto al fuego
Bebiendo con sus amigos.
«Soy un pobre» el que llamaba
Con voz apagada dijo,
«Soy un pobre extraviado  15
Que no conoce el camino».
Y gritóle el Castellano:
«Vaya a otra parte el mendigo».
-«Estoy solo y sin defensa,
Soy un pobre peregrino,  20
Y vengo de Tierra Santa
Muy cansado y busco asilo».
-«Busque albergue en otra parte
Que no se da en este sitio».
-«Yo pagaré en oraciones  25
Por el Señor compasivo,
Daré del santo sepulcro
Un relicario bendito».
-«Pase, le digo, adelante».
Gritó el Castellano altivo.  30
-«¡Señor, por piedad!» de nuevo
Dijo el pobre peregrino,
«Soy ya muy viejo, sin fuerzas,
Desnudo y muero de frío»:
Mas nada de esto apiadara  35
Al dueño de aquel Castillo,
Que tenía el corazón
Cual mármol endurecido.
Antes bien se puso en pie
Y gritóle enfurecido:  40
-«Parta el pobre en hora mala,
No me canse con sus gritos,
No despierte mis sabuesos
Ni mis halcones dormidos».
Y tornó de nuevo al fuego  45
Y a beber con sus amigos.
-«A Dios, Señor» le responde
El pobre con un suspiro,
«Si llamáis a puerta ajena
Dios os dé mejor destino».  50
Larga y negra fue la noche
De vendaval y granizo:
Muy mucho sonaba el aire
Con triste horrendo silbido.
Poco durmió el Castellano,  55
Porque su sueño indeciso
Fue turbado muchas veces
Por la memoria de un grito.
Por aquel ¡ay! doloroso
Que lanzara el despedido.  60
Desde entonces cada noche
Ha vuelto a escuchar lo mismo:
Que a la mañana siguiente,
Cuando de perros seguido,
Con el azor sobre el puño,  65
Sobre un caballo de brío,
Buscaba tímida garza
Por las orillas del río,
Olvidado del día antes
Y en la caza divertido:  70
Halló sobre el duro suelo,
En nieve casi sumido,
Amoratado y sin vida
Al infeliz peregrino.








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