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Entre el poder y las palabras

Daniel Moyano





A la luz del nombramiento de un dramaturgo, Vaclav Havel, como presidente de Checoslovaquia, la candidatura del novelista Mario Vargas Llosa a la presidencia del Perú, que nunca acabé de creerme porque me sonaba a cosa próxima a la ficción, se me aparece como un hecho cierto pese al oficio ficcional de su protagonista.

Si estos impulsos se repiten, no será raro leer algún día en la prensa que el presidente del Perú, señor Mario Vargas Llosa, viajó a España en compañía del presidente de Colombia, señor Gabriel García Márquez, y del de Uruguay, señor Mario Benedetti, con el objeto de gestionar de forma conjunta ante el presidente del gobierno español, señor Gonzalo Torrente Ballester, un trato preferencial en el pago de la deuda.

No parece fácil imaginarse qué tipo de gobierno ejercerían estos escritores, porque no es fácil imaginarse qué hacen los escritores cuando se meten en política, o sea cuando se ponen del lado del poder.


Tierras calientes

En las tierras que Valle Inclán llamó calientes, los escritores sensibles a las circunstancias históricas, geográficas y políticas de su tiempo (Borges los hubiera despreciado) han corrido históricamente la suerte de sus pueblos, cuyo destino asumieron con la acción y la palabra. En el siglo XIX, tenemos a José Martí por el lado del Caribe, y al novelista Domingo Faustino Sarmiento por el lado del Cono Sur. Ambos escriben y al mismo tiempo son fundadores de sus patrias.

En el presente, escritores como el paraguayo Augusto Roa Bastos y el argentino Julio Cortázar, prolongan esta tradición histórica. La actitud de ambos, sin embargo, es radicalmente distinta a la del novelista peruano.

Se puede decir que Roa es, casi él solo, el Paraguay, al haber asumido el destino trágico de ese país castigado por la historia por defender a ultranza su identidad. Julio Cortázar defendió la idea de la revolución y vio en la poesía y en el socialismo la realidad futura, opuesta a la realidad cotidiana, y actual que él negó rotundamente con su obra literaria.

Tanto en Cortázar como en Roa, la actitud política que asumen es sobre todo ética, y está claramente ligada a sus respectivas estéticas. Digamos que el compromiso es con sus pueblos, no con el poder, como podría ser el caso del peruano. Y yo jamás podría imaginármelos como presidentes de Argentina y Paraguay, porque no «pegan» con esa forma del poder; pero sí puedo imaginarme a Vargas Llosa como presidente del Perú. En Roa Bastos y en Cortázar, el punto de contacto con la política es principalmente la palabra; en Vargas Llosa, la acción a través de un proyecto concreto.

El novelista y político argentino Sarmiento negó la identidad de su país, a la que identificó con la barbarie, e impuso un programa liberal, europeo, al que llamó civilización, cuyos resultados están hoy a la vista en Argentina. No sé porqué, me temo que el proyecto liberal de Vargas Llosa se parece al de Sarmiento.




Sueños y deseos

Habría que recordarle, aunque él lo sabe muy bien, que América latina no es Europa, y que en su identidad postergada, con miles de años de existencia precolombina llenos de sueños y deseos, hay poderosas razones que se oponen a las colonizaciones culturales. Y ni el marxismo que rechaza Vargas Llosa ni el capitalismo moderno y a la europea que propicia para un país donde las leyes no se cumplen y la indefensión del ciudadano ante el Estado y las corporaciones es total, pasan por las razones profundas que el Perú tiene para existir.

Aunque más no sea que de cara al quinto centenario, lo más urgente que hay que hacer con América Latina es aprender a mirarla tal como es en lo profundo, allí donde el posible presidente del Perú penetró tan bien como escritor.

Yo creo que Vargas Llosa, como Sarmiento y como Borges, se niega, políticamente, a mirarla tal como es. Y entonces no alcanzo a comprender con claridad, qué hace un escritor tan bueno como él en este espinoso asunto del poder, al que por regla general siempre se han opuesto las palabras.







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