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- XXIII -

El alma humana


Dibujo letra Q

¿Qué me querías preguntar anoche, Jacinto?, decía el padre al día siguiente del paseo referido.

El niño contestó:

-Usted dijo que los poetas y demás artistas tienen una imaginación muy viva; y el otro día el señor maestro, reprendiendo a un niño muy guapo y muy listo, que sin embargo no suele saber las lecciones, le dijo: «tiene usted poco juicio y demasiada imaginación.» ¿Qué es, pues, la imaginación? ¿Es una cosa buena o mala? ¿Perjudicial o provechosa?

-Entraremos en materia, después de aceros algunas observaciones, que espero escuchéis con la mayor atención, respondió el padre, y añadió volviéndose a su esposa:

Mira, querida, sería conveniente que hicieses salir a Enrique, porque está molestando a su hermanita, que quisiera escuchar lo que voy a decir.

La señora llamó a la criada, y le entregó una colección de bonitos cromos, encargándole que se llevase al niño y le distrajese enseñándoselos. El pequeñín se fue contento, y Blanca dió las gracias a su buena madre por su amabilidad.

-¿No es verdad, hijos queridos, dijo el padre, que os consideráis muy superiores a todos los demás seres de la creación, que no pertenezcan a la especie humana?

-Sí, señor, respondió Basilio, nosotros y cualquier persona, por ignorante que sea.

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-¿Y vosotros, qué respondéis?

-Opino como mi hermano, repuso Jacinto.

-Y yo también, añadió Blanca.

Tú, niña, habla primero, ¿en qué fundas tu aserto?

-En que ningún animal que estuviese aquí entendería lo que usted dice, y nosotros lo entendemos.

-Sin embargo, hay perros, monos y caballos sabios que hacen cuanto se les manda; y señalan, a su modo, la hora, el día del mes, etc., el uno con ladridos, el otro con pataditas. ¿No has visto todo eso?

-Sí, señor.

-Pues señal que entienden lo que se les dice.

-Yo hablo, y ellos no.

-Tú hablas, y en algunas ocasiones demasiado, porque no eres muda; pero hay niñas que lo son, y en cambio, una cotorra, un loro habla como tú y más que una niña muda.

-Pues no sé qué decir.

-¿Confiesas que te habías equivocado?

-No, señor, y creo que usted piensa como yo.

El padre se sonrió y dijo a Jacinto:

-¿Y tú en que te fundabas?

Me fundaba y me fundo en que tengo un alma racional. Usted mismo lo dijo el otro día.

-Pero no basta que lo diga yo, puedo equivocarme. Tú ¿qué opinas?

-Que somos superiores a los animales más inteligentes, que no hay tales perros ni monos sabios, pues no ejecutan más que ciertas operaciones que les han enseñado, sabe Dios cómo, yo creo que a latigazos o privándolos de comer; pero si usted o yo les mandásemos algo, no nos contestarían ni nos obedecerían; y un niño dirá lo poco o mucho que sepa; lo mismo a su maestro que a cualquier otra persona. En cuanto a los loros, la pobre Blanca no ha sabido contestar, pero estoy cierto de que piensa lo mismo que yo, que aquellos animalitos hablan, pero no saben lo que dicen.

Blanca hacía signos afirmativos.

-Y tú. Basilio, ¿cómo defiendes tu opinión?

-Yo digo que ningún animal es capaz de resolver la más sencilla operación de Aritmética.

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-Tenéis razón. El hombre, hasta en su estructura material, es superior a todos los demás seres de la creación. Sus formas delicadas, sus órganos perfectos, sus manos formadas de modo que pueden llevar a cabo toda suerte de obras, sobre todo su posición erguida y la vista que se dirige con frecuencia e instintivamente a la altura, manifiestan nuestra indiscutible superioridad sobre todas las especies del reino animal, el cual es, a su vez, superior al vegetal, como este lo es al mineral.

-Es cierta cuanto a vuestra manera habéis indicado. Ningún ser irracional es capaz de comprender las ideas expresadas por medio del lenguaje y si ellos hablan, es porque repiten las palabras que les han enseñado; pero las repiten de un modo mecánico, porque aquellas palabras no pueden ser en ellos expresión de una idea que no son capaces de concebir.

-Eso iba a decir yo antes, repuso Blanca más animada, que conozco una niña sordomuda que es muy superior a todas las cotorras del mundo, ¡tan hermosa, tan inteligente!

-¿Quién es esa niña?, preguntó Flora.

-Es una hermanita de una de mis compañeras de colegio, y cuando a veces viene a buscar a su hermana y salimos juntos, habla con ella por señas con una viveza y una mímica tan expresiva que da gusto el verlas. Yo alguna vez entiendo algo, pero casi siempre me quedo en ayunas.

-Pues bien, esa pobre niña, privada del oído y por consecuencia del precioso don de la palabra tiene, como nosotros, un alma espiritual e inteligente, emanación sublime de Dios e imagen suya, soplo divino que nos hace capaces de conocer y amar al sumo Bien, de aspirar a su posesión, a su compañía, a su amor y la comprensión de sus perfecciones.

Ese espíritu es uno solo, indivisible e indestructible; nuestro cuerpo envejece y muere o acaso, antes de terminar el período de su decadencia, es violentamente destruido; pero el alma ni decae, ni se descompone, ni nadie puede anonadarla, porque es inmortal, como el Soberano Ser de quien dimana.

Como os decía días pasados, el alma piensa y a esta facultad fundamental suya se llama inteligencia; por medio de   -260-   ella, vosotros habéis adquirido varios conocimientos y poséis adquirir muchos más: siente, esto es, experimenta sentimientos de placer y dolor, muy diferentes de las sensaciones físicas, pero no menos intensos.

-Eso no lo entiendo mucho, interrumpió Blanca.

-Si yo os dijese que mañana es la noche señalada para ir a la ópera, y que pasado mañana, día festivo, saldríamos al campo y comeríamos alegremente sobre la yerba del prado, ¿qué efecto os produciría?

-A mí me causaría sumo placer, dijo Basilio.

-Y a mí también, añadió Blanca.

-Y yo, ya estoy saltando de gozo, decía Jacinto, acompañando la acción a las palabras.

-¿No es diferente esa grata sensación que experimentáis a la sola idea de tales diversiones, de la que os causa, por ejemplo, el beber un vaso de agua cuando os abrasa la sed.

-Sí, señor, es muy diferente, respondió Basilio.

-Pues esto es un placer físico, aquello un placer moral.

-¿Y diga usted, lo el teatro y el día de campo no era más que una hipótesis?

-Sí, era una suposición.

-¡Ah!, exclamaron todos, pintado el desaliento en sus semblantes, poco antes tan risueños.

-¿No experimentáis ahora un sentimiento de disgusto?

-Sí, señor, pero no nos cause usted muchos, dijo Blanca.

-¿No es distinto este dolor moral, que se llama desengaño, del físico que os causaría el chocar el codo o la rodilla contra un mueble o una piedra?

-Es claro, repuso Jacinto. Yo hubiera preferido lo último.

-La presencia de los seres amados, la adquisición de un objeto por mucho tiempo deseado, el premio que alcanza el estudio y la laboriosidad nos causan verdaderos goces morales; así como la ausencia de aquellas personas, la pérdida de aquel objeto, la privación de tales bienes, nos producen verdadero dolor, que no afecta en manera alguna a la materia o sea al cuerpo.

Tenéis, pues, idea de la inteligencia y del sentimiento; en cuanto a la voluntad, os será muy fácil comprenderla.

-Si yo os dijese: mañana no se va al teatro, pero os dejo en libertad de hacer lo que queráis, ¿qué haríais?

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-Yo, dijo Basilio, iría a casa de mi amigo Manuel, que tiene un álbum de dibujos precioso y una pequeña máquina eléctrica, y pasaríamos la velada agradablemente.

- Por mi parte, respondió Jacinto, estudiaría la lección del lunes, para no tener que pensar en ello el Domingo, y me iría a la cama, porque, para no poder divertirme, prefiero dormir.

-Pues yo, dijo Blanca, haría un vestido que tengo cortado para mi muñeca, que la pobrecita siempre tiene que llevar el mismo traje, y después la vestiría y jugaría con ella toda la noche.

-Ya me habéis expresado vuestra voluntad; pues ahora voy a manifestaros la mía:

En vista de vuestra docilidad y buen comportamiento, decido ir el teatro con vuestra madre si quiere acompañarme, y con aquellos de mis hijos que prefieran esta diversión a las otras que habían elegido.

-Yo iré, yo también, todos iremos, dijeron los tres a una voz.

-Pues por esta vez, se hará vuestra voluntad, dijo el padre.

La facultad más compleja del alma, continuó, es la inteligencia, pues está auxiliada por otras muchas subalternas, siendo las principales: la percepción externa, la percepción interna, el juicio, el raciocinio, la atención, la memoria y la imaginación.

-¡Ah!, ya parecieron el juicio y la imaginación, exclamó Jacinto frotándose las manos.

-Asómate a ver que hace tu hermanito, Blanca, dijo el padre.

La niña obedeció.

-Ya se ha cansado de ver los cromos y hace correr su tren de ferrocarril, dijo.

-¿Cómo lo sabes?

-Porque lo he visto.

-Pues bien; tú, por medio del sentido de la vista, te has enterado de lo que hacía tu hermano; esto es la percepción externa, facultad que por conducto de los sentidos nos pone en relación con los objetos que nos rodean.

El juicio, con ser tan útil y tan precioso, le compara un   -262-   sabio escritor a un laborioso operario que está escondido en un oscuro rincón, esperando materiales, sin los cuales no puede trabajar.

Tú has formado un juicio, cuya facultad consiste en comprender si dos ideas convienen o no convienen entre sí. Si te dicen si Enrique se ha dormido, dirás que no, porque tus ojos le han visto jugar, a tus oídos ha llegado su risa; y ves que la idea del sueño, o sea la de estar dormido, no conviene con el actual estado de tu hermanito, y sí, la de hacer correr un tren. Es más, tú sabías que antes miraba los cromos, y ahora se ocupa en otra cosa, y calculas o deduces que ha dejado de mirarlos porque se ha cansado, de modo que de un juicio sacas otro juicio, y a esto se llama raciocinio. La memoria es una facultad preciosa, que consiste en recordar lo que hemos visto, lo que hemos oído, las ideas que hemos adquirido y los juicios y raciocinios que hemos formado. Sin ella, todos los estudios serían inútiles, porque lo que aprendemos hoy no lo recordaríamos mañana.

La atención es la facultad de fijarse en aquellos objetos que nos interesa conocer, de modo que un niño que no preste atención a las explicaciones de sus maestros, difícilmente aprenderá nada. Si nos enseñan un objeto precioso, un bonito cuadro, por ejemplo, y lo miramos sin fijamos, los ojos lo verán, pero no trasmitirán al cerebro la idea fiel de aquel objeto con todos sus detalles, y no podremos formar juicio de él.

Las personas distraídas o ensimismadas son las que menos atención prestan generalmente a las cosas que se les presentan o enseñan, consistiendo lo primero en querer ver y oírlo todo en poco tiempo, sin fijarse constantemente en cosa alguna; y lo segundo, en estar ocupado el pensamiento en una idea fija, de modo que mira uno sin ver, y suenan las palabras en el oído sin que nos demos cuenta de su significado. Entonces es necesario que los que están con el distraído o ensimismado le llamen la atención, como se dice vulgarmente, esto es, le obliguen a salir de aquel estado y a fijarse en lo que le conviene. La atención sostenida sobre un objeto útil se llama aplicación, y cuando un niño la dirige al estudio y al trabajo, produce excelentes resultados.

-Ha dicho usted, papá, dijo Basilio, que la percepción externa   -263-   consiste en adquirir ideas por medio de los sentidos, de modo que yo puedo decir que la noche está serena porque lo he visto; que usted nos habla, porque le oigo; que las rosas son fragantes, porque las he olido; que el azúcar es dulce, porque lo he probado; y que la superficie de esta mesa es lisa, porque la toco. Pero ¿qué puede ser la percepción interna?

-Ahora os lo iba a explicar. ¿Conoces tú si tienes todas lo facultades de que acabo de hablar?

-Yo creo que sí.

-¿Te crees capaz de aprender de memoria para mañana seis páginas de tu libro de Historia?

-Sí, señor.

-¿Y de extraer inmediatamente la raíz cúbica de un número cualquiera?

-También.

-Y de escribir un tratado de matemáticas?

-Eso no, señor, ni pensarlo siquiera.

-Y tú, Blanca ¿conoces si tienes memoria, atención y demás facultades intelectuales?

-En mayor o menor grado, sí, señor.

-Tienes también modestia. Así me gusta. ¿Y te juzgas capaz de hacerme unos calcetines?

-En unos cuantos días, sí, señor.

-¿Y de hacer, un vestido para ti?

-Por ahora no; con el tiempo, tal vez.

-¿Cómo te conoces a ti misma, y sabes de lo que eres capaz?, porque esto no te lo enseñan los sentidos.

-Me lo enseña el conocimiento...

-Eso es la percepción interna, ¿verdad, papá?, interrumpió Jacinto

-Ya lo iba a decir tu hermana, ¿no es cierto, hija mía?

-No lo hubiese dicho tan bien. Iba a decir: el conocimiento que tengo de mí misma.

-Pues eso es precisamente la percepción interna, la propiedad de conocernos y formar juicio acerca de nosotros mismos.

-Pues si el juicio no es más que pensar que el papel es blanco, porque mis ojos lo ven de este color; que yo tengo poca memoria, porque necesito estudiar muchas veces la lección   -264-   para retenerla bien, ¿por qué le dijeron a mi compañero que tenía poco juicio? Me parece que en eso no hay poco ni mucho, sino tener o no tener.

-¿Y qué entiendes tú por no tener juicio?

-No poder juzgar de las cosas. Enrique, por ejemplo, no tiene juicio todavía.

-Tienes razón. Enrique aún no ha adquirido la facultad de juzgar, y si emite un juicio será únicamente sobre cosas materiales, y sobre todo si se relacionan con sus juguetes; así te dirá que su caballo es grande; pero si le preguntas si la obediencia es una virtud, no sabrá contestar, y si le dices que el talento es un don del Cielo, no te entenderá. Los tontos no tienen ni tendrán nunca ideas, y los locos las han perdido; y como ni unos ni otros pueden formar juicios acertados, se dice que no tienen juicio; y por la misma razón el que frecuentemente juzga de un modo erróneo se le dice que tiene poco.

Pueden provenir estos errores de varias causas, siendo las principales la precipitación en el juzgar y la pasión.

Me comprenderéis fácilmente por medio de ejemplos: yo soy, como sabéis, miope o corto de vista, salgo de casa anticipándome a tu mamá y la espero en un punto convenido; mi memoria me recuerda que se ha puesto un vestido negro, y al ver que se acerca una señora con traje del indicado color, me figuro que es ella; pero como por medio de la percepción interna me conozco y sé lo imperfecto que es en mí el sentido de la vista, antes de decir a otro: «Allí viene mi esposa», ni aún de persuadirme yo mismo de que lo es, aguardaré a que esté cerca; al paso que otro que juzgue con precipitación, estará esperando una procesión, o un entierro que va acompañado de la música, oirá a lo lejos unas notas armoniosas, y asegurará que ya viene lo que espera, que ya está cerca; sonrojándose después el convencerse de que las notas que había oído procedían de un organillo o un piano callejero.

Respecto a las pasiones, que son el amor o la antipatía a determinadas personas y objetos, la envidia, la cólera, etc., contribuyen poderosamente a viciar o extraviar. nuestro juicio: por ejemplo, una niña tiene una amiguita muy querida, y aunque los demás reconozcan en la última que es   -265-   perezosa o desaplicada, ella la juzgará perfecta y su cariño ño le dejará conocer aquellos defectos; al paso que otra de quien haya recibido un agravio, le parecerá mala y hasta fea, aun cuando sus facciones sean correctas y graciosas; mientras que si su juicio estuviese libre de pasión, lo formularía así: «Conmigo se ha portado muy mal pero confieso que es muy bonita, y quizá será buena para los demás.»

La imaginación es una facultad que nos representa las especies de la memoria enriquecidas, engalanadas con el más vivo colorido. Algunos le han llamado facultad creadora, pero no hay tales creaciones, sino concepciones engendradas siempre por recuerdos.

El pintor que traslada al lienzo una imagen de la Virgen María, el escultor que la talla o cincela, han concebido aquella figura en su imaginación, pero no la han creado; porque si no han visto a la Reina de los cielos, han visto mujeres hermosas, y no hacen más que combinar los rasgos de belleza que les son más simpáticos o que su fe y su ternura atribuyen a dicha Señora.

El que pinta un cuadro de costumbres, el poeta que escribe una leyenda, un poema o un drama, si no hubieran visto algo semejante a lo que describen, no lo podrían inventar: lo que hacen es vestirlo con las galas de su imaginación.

-Pues yo tengo mucha imaginación, dijo Blanca, porque a veces me pongo a pensar que me gustaría tener para mi muñeca, un vestido de terciopelo bordado de oro y guarnecido de encaje, y que la sillería, el tocador y todo el mueblaje de mi Sara fuera de marfil, y me parece que lo veo todo tan bonito, tan rico, que algunas noches me desvelo pensando en ello.

-En efecto, esos son, como decía yo antes, unas concepciones de tu imaginación, la cual no crea, porque tú has visto terciopelo, oro, encajes y marfil y no luces más que asociar la idea de estas preciosas materias a la de los tra jes y muebles de tu muñeca; pero como al propio tiempo tienes juicio, éste te dice que tales objetos costarían muy caros, y te abstienes de pedirlos. Si hicieses lo contrario, te diríamos, como al compañero de Jacinto, que tienes poco juicio y mucha imaginación.

Los sabios que se han ocupado de Psicología, que así se   -267-   llama la ciencia que trata de las facultades del alma, han considerado la imaginación como una de las más preciosas pues es útil y aun necesario no sólo a los que cultivan las bellas artes, de que hemos tratado, sino a los que se dedican a otras muchas, como la ebanistería y la joyería por ejemplo, no menos que a la mujer para los bordados y la confección de trajes y adornos. Ha habido sin embargo, quien le ha llamado la loca de la casa, por que, si no se la sujeta y se cortan sus vuelos, produce lamentables resultados.

-Explíquenos usted, eso, papá, dijo Basilio.

-Si te imaginas, llevado de un impulso generoso, que has de encontrar siempre amigos leales, criados adictos y fieles y que cuantos traten contigo han de ser nobles y justos, la experiencia te convencerá de un modo bien doloroso de que te habías equivocado porque la humanidad está muy lejos de ser perfecta; si tu imaginación te finge un porvenir risueño, creyendo que tu aplicación al estudio y tu laboriosidad te han de proporcionar gloria y riqueza en esta vida, es fácil que sufras un amargo desengaño, porque no siempre Dios recompensa en el mundo, en que transitoriamente vivimos, las virtudes del hombre, ni satisface sus justas aspiraciones.

Este espíritu nobilísimo de que hemos tratado tiene un destino más alto que el que desempeña unido al cuerpo mortal, y como su patria es la morada de Dios, de quien es imagen y hechura, debemos tratar de perfeccionarle ilustrando nuestra inteligencia, dirigiendo nuestra voluntad a lo que es justo y bueno, y fomentando aquellos sentimientos que nos elevan y enaltecen.

Sólo así seremos dignos de la eterna felicidad.

Dibujo niña



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