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Escritos selectos

Pedro Grases



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ArribaAbajoPresentación

La tragedia doblemente desastrosa, por guerra y por civil, que sufrió España entre 1936 y 1939, provocó un éxodo de intelectuales hacia las playas americanas. Hombres del más alto mérito intelectual y profesoral, de la manera más inesperada y azarienta, se encontraron de pronto en la necesidad de abandonar lo que había sido el ambiente de su vida y el ámbito de su labor creadora para lanzarse, como inesperados e involuntarios aventureros, a rehacer en los países americanos su vida fecunda.

Científicos de la mayor categoría, pensadores, creadores literarios, profesores de renombre internacional vinieron en esa forma a inventar una experiencia americana, casi de descubrimiento, y a traer a aquella otra parte, mal conocida, de la comunidad lo más valioso y fecundo de la España de su tiempo.

Grandes y no bien reconocidas han sido las consecuencias de esa situación que afectó a tanta gente valiosa. Fue indudablemente un enriquecimiento para la América Española y lo fue también para España. Se echaron las bases fundamentales para la formación de una nueva conciencia viva de la comunidad histórica y cultural, cuyos frutos han sido copiosos y varios y que constituye el comienzo de un nuevo tiempo para la mutua y más profunda comprensión entre los distintos miembros de la comunidad iberoamericana.

En Venezuela, como en tantos otros países americanos, la llegada de esos hombres marcó de inmediato una ampliación del horizonte intelectual y una aceleración de los procesos del saber y el crear.

Entre los peregrinos del dolor de España vino a Venezuela un joven profesor de Letras, hijo histórico del Condado de Barcelona, despierto, activo y desbordante de ganas de hacer. Se llamaba Pedro Grases y venía, acaso sin proponérselo, a constituirse en uno de los mayores servidores intelectuales de Venezuela.

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En todo lo que se relaciona con la historia literaria, la bibliografía, la investigación de fuentes y de autores nacionales se puede hablar sin exageración de la época de antes de Pedro Grases y de la etapa posterior. Es casi imposible estudiar autores y obras del pasado nacional sin tener que recurrir a lo que este hombre infatigable ha encontrado y dicho.

Lo que hoy sabemos de Andrés Bello, por ejemplo, se le debe a él en un grado eminente. Durante más de cuatro décadas ha dedicado su esfuerzo, su acuciosidad, su infatigable búsqueda y su seguro criterio al estudio de la obra y de la vida de este gran caraqueño.

La monumental publicación de las Obras Completas de Bello realizada por la Fundación Andrés Bello de Caracas se le debe, en muchas formas, al entusiasmo, al buen criterio y a la inagotable laboriosidad de Pedro Grases. Es una labor ciclópea y asombrosa que por sí sola lo hace acreedor al reconocimiento de todos los interesados en el pasado cultural de nuestra América.

Enfrentarse con Bello y con su vasta y variada obra era ya una empresa desproporcionada. El gran polígrafo, que vino a representar la sabiduría y la conciencia de su tiempo para los hispanoamericanos no dejó campo ni aspecto de la vida cultural del continente que no tocara y en el que no aportara alguna contribución importante. Desde la revaluación del Poema del Cid hasta su admirable y no superada Gramática de la Lengua Castellana, desde su serena obra de poeta culto hasta su periodismo educador y divulgador, desde las ciencias jurídicas hasta la historia, desde el análisis crítico hasta el estudio de la sociedad civil, desde el afán por el buen decir hasta los textos de la legislación, desde la filosofía hasta la ciencia aplicada, la inmensa obra de Bello, dispersa en el tiempo y en el espacio en libros, revistas, periódicos, folletos, actas de Congresos y cartas, era en buena parte un mundo por redescubrir. Hoy, por el contrario, el gran venezolano es uno de los autores mejor estudiados y más completamente conocidos en todo el ámbito de la cultura iberoamericana, gracias a la insigne labor de la Comisión Editora de sus obras, al patrocinio tenaz de Rafael Caldera y, particularmente y en toda justicia, al celo y a la iluminada voluntad de Pedro Grases.

No resultaría descaminado advertir lo mucho de ejemplo e inspiración de Bello que debió actuar, casi inconscientemente, en la vocación de Grases, de no encerrarse en la celda del especialista sino, al contrario, con vocación conquistadora, lanzarse a conocer y dominar todos los campos de la literatura y el pensamiento de esa América Española, tan mal y tan fragmentariamente conocida.

Este libro, que no puede ser otra cosa que un muestrario insuficiente de la extensión y de la variedad de la obra de Grases, permite darse cuenta de la vastedad y variedad de su estudio y de todo lo que de ese esfuerzo sin tregua ha traído para extender y completar la imagen intelectual y el aporte creador de esta América.

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La parte relativa a Bello, que no podía faltar, es una sobria y rica elección de todo lo que en una vida ha llegado a conocer y a incorporar definitivamente a la figura de aquel hombre ejemplar, que tanto tiene que enseñar todavía.

Pero la mayor parte del volumen está consagrada a otros personajes y a otros aspectos de la evolución política y cultural de estos pueblos. Estudia, con mucha novedad de criterio y de noticias, la Conspiración de Gual y España y, al través de ella, los orígenes ideológicos de la Independencia. Sobre Miranda ha traído a luz muchos aspectos importantes de su formación intelectual. Sigue la pista a aquella imprenta que vino como nueva arma del espíritu en el sollado del «Leander», a traer a tierra venezolana, con tres siglos de retraso aquello que Bolívar iba a llamar «la artillería del pensamiento». En este aspecto hay que señalar el gran servicio que ha prestado al encontrar y publicar el catálogo de la subasta de la biblioteca que acompañaba a Miranda en Londres en sus últimos tiempos. La lectura de aquellos títulos suscita en todo hombre educado la visión viviente de aquel ser excepcional, héroe de la acción y del espíritu, que pretendió colocar sobre sus hombros el pasado cultural de Occidente para ponerlo al servicio de la creación de una nueva América.

También la figura de Bolívar le debe mucha valiosa investigación y hallazgo. Datos nuevos para conocer la historia de la Carta de Jamaica o la elaboración del Discurso de Angostura, entre otras cosas, sin contar su larga colaboración, desde los días de Vicente Lecuna, en la formación y orientación del Archivo del Libertador.

Lo que ha hecho para determinar el sitio de impresión del famoso libro de Cisneros sobre la Venezuela colonial es una ejemplar pesquisa de sabueso del saber, que lo ha llevado con seguro tino detectivesco a descubrir la imprenta de la edición original en España. La risueña sombra de Sherlock Holmes podría decir otra vez: «Elemental, Watson». Una mente tan abierta e inquieta, como la de Grases, no se podía confinar al solo pasado. Con todo lo que de nuevo ha extraído de él, su curiosidad fecunda, y esa especie de necesidad de complementaridad que sienten todos los espíritus elevados; lo ha llevado constantemente a mirar al presente. Hay mucha lección abierta en las páginas que dedica a hombres de las más diversas condiciones. Desde la labor procera e iluminada del impresor Valentín Espinal, hasta Fermín Toro y Juan Vicente González, hasta los más actuales ejemplos de Manuel Segundo Sánchez, que lo acogió y guió en sus primeros pasos en la bibliografía venezolana, hasta Rómulo Gallegos, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas, Ángel Rosenblat, Vicente Lecuna, y ese buen ejemplo de hacedor de cosas que fue Eugenio Mendoza.

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El resto está dedicado a «Escarceos de Lenguaje» y al inagotable tema de la Educación. Buena muestra de su multiplicidad de intereses. El origen del nombre «liberal», el del galerón o el de la humilde y desaparecida «locha», o el gran tema inagotable y siempre actual de «La idea de alboroto en Castellano» que tanto puede decir sobre la psicología colectiva de los pueblos de la herencia hispánica.

Es una buena muestra, ciertamente, que debe servir, sobre todo, para que muchos lectores, despierto el apetito de aprender, se lancen a buscar todo el tesoro de información sobre la historia y las ideas que llena la extensa bibliografía de este bibliógrafo que, por amor de los libros, terminó escribiendo una biblioteca propia.

No son unos breves apuntes como éstos los que pueden dar cuenta de la gran obra de Pedro Grases, ella habla por sí sola, y está perpetuamente abierta para todos los que sienten hambre y sed de conocer mejor lo que es, lo que ha sido, de dónde viene y hacia dónde va esto que todavía, después de tantos siglos, carece de nombre pero que existe, y es la Comunidad Iberoamericana.

Arturo Uslar Pietri

Caracas, marzo de 1988



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ArribaAbajoPrólogo


Los años del encuentro

El ocho de agosto de mil novecientos treintaisiete transcurrió en el caliente y entonces pintoresco puerto de La Guayra como cualquier otro día. Desde mucho antes del amanecer, ya el sol anticipaba su cálido recibimiento a los viajeros que llegarían en las naves provenientes de países cuyo legado cultural habíamos venido acogiendo desde remotos tiempos. Dentro de la rutina del día, que nada presagiaba diferente, se produjo el arribo de una nave en cuya gastada proa unas letras com ponían el significativo nombre de «Simón Bolívar». Los hombres de la caleta descargan la mercancía almacenada en sus bodegas, y de los apretados camarotes bajan también los pasajeros con sus fatigas a cuestas. Entre ellos se encontraba Pedro Grases, un profesor y abogado catalán que la crueldad de una guerra civil lanza a nuestras costas. Hubo de abandonar su país natal ante el fracaso de la experiencia republicana, para no doblegarse a la amenazante dictadura, y con la ansiedad arrastrada por un exilio que le salió al paso, sin buscarlo, se encontró, repentinamente, en un país que estaba iniciando un lento, inseguro y contradictorio proceso de construcción institucional, y al que se incorporará generosamente, de lleno, sin temores ni reticencias, con toda la pasión y el amor de los hombres nacidos en las tierras mediterráneas.

Años más tarde, cuando ya las raíces son profundas, cuando el arraigo es definitivo, uno de los proyectos en los que ha intervenido desde los primeros momentos de su creación, la Fundación Mendoza publica un libro fundamental, Venezuela moderna, 1926-1976, que coordina Grases, y en el que colaboran Ramón J. Velásquez, Arístides Calvani, Carlos Rafael Silva y Juan Liscano. En «Aspectos de la evolución política de Venezuela en el último medio siglo», así ve el prim ero de ellos este período de la historia venezolana:

Empieza el pueblo a caminar, se desatan las lenguas, en los pueblos del interior las multitudes toman justicia por sus propias manos, las playas y   —XIV→   las calles se llenan de gritos de protesta, de banderas y cartelones y en unas oportunidades la multitud persigue y quiere castigar a los gomecistas, en otras saquean sus casas y destruyen sus haciendas (p. 28).


Años antes, Mariano Picón Salas reúne en un libro de modesta apariencia intitulado 1941, cinco ensayos «sobre pasado y presente de la nación venezolana». A lo largo de escasas ciento cuarenta páginas nuestro ilustre escritor presenta un panorama de lo que ofrecía y lo que se le ofrecía al país en ese momento, después que «la muerte del viejo Dictador abrió el país a las corrientes de la vida moderna». Un año después, de allí el título que era tal vez lo que a Picón Salas más le interesaba destacar, Venezuela asistiría, ya que no participaría directamente, al primer acto de ejercicio democrático, cuando el cinco de mayo de 1941 el Congreso, donde había calificada representación de incipientes organizaciones políticas, procedería a legitimar la elección de un nuevo Presidente de la República. Desde el momento de la desaparición física de Juan Vicente Gómez habían venido ocurriendo hechos significativos, de especial aliento en cuanto a cambios profundos en el sistema político de la nación, y en general, de la forma de vida y las perspectivas futuras del venezolano. A la muerte del Dictador había tomado el poder su Ministro de Guerra, el general Eleazar López Contreras, quien, de acuerdo con el historiador Salcedo-Bastardo «inicia una política creadora, entusiasta y de atención justa y creciente para Venezuela entera».

Faltaba apenas una década para que el siglo que ahora nos agobia consumiera la mitad de sus años útiles, pero Venezuela durante los primeros treinta y seis años de la centuria arrastraba la barbarie que caracterizó nuestro siglo diecinueve, después de la muerte de Bolívar, y que ha permitido especular acerca de la prolongación del ochocientos precisamente hasta la muerte de Gómez, en oposición a quienes piensan que lo que este acontecimiento señala es el comienzo del veinte. Un hecho es incuestionable: mil novecientos treintaiséis es la referencia obligada para el recuento histórico. Economía, educación, sanidad, industria, población, política, todas las actividades que, en su conjunto, constituyen un país, en el caso venezolano no merecen consideración sino después de la muerte de Gómez. Desde estudios de corte y enfoque tradicional hasta renovadores del proceso histórico nacional, sostienen, como ya hemos señalado, que Venezuela entra en el siglo XX y en la historia universal a partir de 1936. Aunque incursionamos en un terreno que no nos es familiar, y aun a riesgo de alguna audacia apreciativa, nos atrevemos a plantear que más que inicio del siglo XX lo que marcó la muerte de Gómez fue el final del siglo XIX. Entre el primero y más difundido -autorizado, sería quizás más apropiado- enfoque y el que, no sin audacia, nos atrevemos a proponer ahora hay un pequeño matiz que consideramos de alguna importancia, ya que al plantear el énfasis en la prolongación del diecinueve se insiste más en el atraso, en la persistencia, durante los primeros cuarenta años del veinte, de una historia cargada de montoneras, caudillaje, masas iletradas o simplemente analfabetas. Lo que buscamos destacar es, precisamente,   —XV→   en cuál medida la historia venezolana del mencionado siglo sin hospitales, sin escuelas, sin conciencia de nación se prolonga considerablemente. Mientras otros países americanos no sólo atendían problemas domésticos -como la creación de escuelas y hospitales, precisamente- sino se ocupaban también en adelantar políticas de poblamiento de áreas deshabitadas, nuestra clase dirigente descargaba sus ímpetus creadores en hacer más deshabitada aún la vasta geografía nacional. Entender estos primeros cuarenta años del presente siglo como prolongación del anterior es, aunque se considere una interpretación pesimista, participar de «la Venezuela mestiza surgida de la montonera primitiva, del pueblo sin guía, del estado sin forma que hemos sufrido a través de las crueles guerras inexpiables y las dictaduras de los siglos XIX y XX», como la concebía don Mariano Picón Salas en 1941. Por lo demás, no hemos hecho otra cosa sino tomar prestada la idea. Picón Salas la presenta con su clara prosa en el aludido libro:

Con breves interregnos de civilidad y legalismo que ni alcanzaban a gustarse, se desarrolla así todo un período de nuestra historia social que comenzó en 1858, o acaso mejor en 1848 con la Presidencia de José Tadeo Monagas, para terminar en 1935 con la Presidencia que parecía vitalicia de Juan Vicente Gómez. Interregno trágico de ochentisiete años en que los venezolanos hemos alternativamente peleado o llorado, o bien, porque era menos peligrosa razón de vivir, nos adormecimos en el sopor de una vida material fácil ya que exigía poca cultura y poco bienestar y el trópico regalaba sin esfuerzo sus opimos frutos (p. 68).


En este año de 1988, precisamente cuando se cumple el medio siglo de valiosa y sostenida labor identificadora del pensamiento nacional, encontramos plena vigencia en las palabras iniciales de la Revista Nacional de Cultura. En la presentación del primer número, seguramente escritas por el mismo Picón Salas, su primer Director, leemos:

Cuando en los primeros días de 1936 despertó la conciencia civil venezolana hasta entonces agobiada bajo un pesado silencio político, surgió y se repitió una palabra en que los hombres de Venezuela afirmaron su amor a la tierra, su ansia de recuperar una potente tradición histórica, de abonar y preparar el suelo nativo para una nueva empresa de Cultura y justicia (p. l).


Es como si el país hubiera necesitado el transcurso de un siglo luego de la muerte de Bolívar para adquirir conciencia de la legitimidad y la adultez de sus actos. Mientras, más tarde o más temprano, otras naciones americanas dan inicio, durante el siglo XIX a la organización de las instituciones básicas, el pueblo venezolano insiste ciegamente en mantener una forma de vida alejada de la civilización. Un signo, modesto si se quiere, pero de incuestionable relevancia, se encuentra en la prolongada espera antes de la aparición de una literatura nacional, que aunque consciente de su significado no adquiere trascendencia de universalidad hasta transcurridas las tres primeras décadas del nuevo siglo, manteniéndose dentro de los estrechos márgenes de un acentuado y superado criollismo. En este sentido es significativo señalar cómo, a   —XVI→   pesar de constituir el modernismo el punto de partida de esa literatura nacional, lo cual significa contemporaneidad y universalidad, la muestra aparece por demás limitada y la huella de muy poca profundidad.

Pero sólo con literatura no se construye una nación. Se requiere algo más. Se requiere la voluntad consciente de una decisión colectiva. Cada ciudadano necesita saber que su participación es importante. Y esto es lo que no ocurría en absoluto en la Venezuela anterior a mil novecientos treintiséis, y que en la nación actual sólo ocurre relativamente. País pobre, de poco más de tres millones de habitantes, la azarosa economía se sustentaba en las manos de los escasos intermediarios de la recién descubierta riqueza petrolera. Según autorizadas palabras de Carlos Rafael Silva, recogidas en el «Bosquejo histórico del desenvolvimiento de la economía venezolana en el siglo XX» (en Venezuela Moderna. Medio siglo de historia 1926-1976), el período se caracteriza por una «economía estacionaria y a veces regresiva», en el que hay una «virtual ausencia de la clase media», y la administración de la cosa pública tiene una «orientación semifeudal, en la cual se confundían el manejo de la riqueza nacional y del Erario Público con el peculio personal del gobernante». Por otra parte, el mismo Picón Salas, un año después, en el número seis de la publicación que dirigía sostendrá que estamos ante un país de grandes extensiones, que mantiene una agricultura:

... tosca y rutinaria como el alma rural que la produce. Y nada hacemos reemplazando con el tractor o el arado mecánico los viejos implementos agrícolas si no se transforma fundamentalmente la deprimida existencia material y moral de nuestra masa campesina. En Venezuela ello es una cuestión excepcionalmente grave no sólo por el analfabetismo, la desnutrición, el atraso técnico, la miserable vivienda y los flagelos endémicos que pesan sobre la población agraria sino por el éxodo y el abandono destructor que desde los dos últimos lustros ha comenzado trágicamente en nuestros campos (p. 24).


Tres años después de muerto el Dictador, Arturo Uslar Pietri presentará en el número cuatro de la Revista Nacional de Cultura una apretada síntesis del movimiento cultural de la época:

La cultura ha tenido tan poca función en el curso de nuestra historia porque, mientras la barbarie brotaba de los más profundos cauces autóctonos, lo que llamábamos la cultura era una entelequia inoperante. Era apenas el entendimiento, el refugio, y estoy casi por decir el vicio, de una ínfima minoría, sin capacidad de acción y sin voluntad de comprender. Florecían los filólogos -cuando necesitábamos economistas; teníamos jurisconsultos solemnes, y faltaba un geógrafo; legiones de poetas y de torrentosos oradores, y ni un geólogo, ni un veterinario, ni un agrónomo, ni un higienista. Mientras el pueblo de Venezuela se desangraba en la guerra civil [...] la clase culta se reunía en el salón de algún antiguo convento para celebrar con frases vacías la designación de uno de los suyos como miembro correspondiente de la Academia Española... (p. 10).


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No podía ser diferente el panorama de un país con sesentiséis por ciento de la población en condición de analfabetismo, y ochenta por ciento de la población infantil en edad escolar sin poder asistir a una escuela. En la vasta geografía nacional apenas funcionaban tres liceos y dos universidades, y la inmensa mayoría de los maestros y profesores no eran profesionales preparados para el ejercicio docente sino egresados de otras disciplinas prestados al ejercicio de la docencia. Picón Salas sostiene que «El médico, el abogado, el poeta espontáneo, han solido ser los únicos representantes en nuestra vida cultural». Fue necesario esperar hasta setiembre de 1939 para que se creara, bajo la Presidencia de Eleazar López Contreras el Instituto Pedagógico Nacional. Mientras tanto, en una «Encuesta sobre educación» asienta Uslar:

La falta de actualidad es el más tremendo cargo que contra la educación venezolana puede formularse, casi hasta nuestros días, con entera justicia. No sólo el anacronismo en el tiempo, ya bastante grave, sino la inoperancia en el espacio, mucho peor. Salvo las escuetas y rápidas referencias a la historia nacional, convertidas en fechas muertas o rimbombantes fastos, y a la geografía, transformada en un catálogo estático de jurisdicciones políticas, nuestra enseñanza ignora a Venezuela.


(RNC 4, p. 10)                


Profundo y extremo desaliento, por decir lo menos, cuando casi medio siglo después la situación de la instrucción, sin duda mejorada, permite que se la enjuicie con palabras similares. Más optimista y generoso aparece Mariano Picón-Salas cuando tres meses después, en abril del mismo año, en un ensayo intitulado «Destino y educación venezolana» considera que:

... desde hace tres años ha penetrado en nuestro país al romperse con la dictadura gomecista aquel muro de silencio y mentira que gravitaba sobre la vida nacional, una profunda emoción educativa.


(RNC 6, p. 22)                





Las nuevas tierras

Acercarse al tema «América», en especial si no hay un amplio conocimiento de la disciplina histórica, comporta riesgos que pueden costar caro, sobre todo en los días que corren cuando hablar del Nuevo Mundo implica, aunque no se quiera, una toma de posición. Aun cuando la inocencia no salva, facilita atrevimientos que, cuando están sustentados en posiciones de inconfundible buena fe, permiten desarrollar los propios puntos de vista con todo el arrojo de quien no conoce el peligro. Ayer, vastas extensiones del orbe eran desconocidas, y cuando el hombre europeo supo de ellas por vez primera se consideró durante siglos que había «descubierto» una porción del mundo, poblado por gente salvaje a la que era preciso educar, en la más amplia acepción, para incorporarla a una civilización que se consideraba superior. Españoles y portugueses principalmente, pero también ingleses y franceses, amén de algún afortunado navegante italiano, se desbordaron hacia un nuevo mundo que apreciaron estaban descubriendo y al que decidieron conquistar y colonizar,   —XVIII→   es decir dominar y sojuzgar, si era necesario por las armas, hacer que se pareciera lo más posible al mundo de donde procedían. El enfoque ha variado, especialmente en los últimos años, y ya no es posible mantener impunemente la anterior afirmación. Y aunque no hay respuesta clara y definida, hoy se habla de encuentro de civilizaciones, o se pregunta ¿quién fue el descubierto? Pero no está en correspondencia con nuestros objetivos profundizar en un planteamiento que no parece tener fin. Descubierta o encontrada, lo que interesa en este momento es destacar la fascinación que las nuevas tierras ejercieron sobre los hombres del viejo continente; fascinación que no ha cesado, sino que ahora se manifiesta de manera diferente, cambiando el descubrimiento de riquezas por la búsqueda de sosiego espiritual y de una nueva forma de vida. Pedro Grases, viajero recién llegado, no escapó al hecho común:

Vivía encandilado con mi descubrimiento de América. Probablemente, si no todos, la gran mayoría de los emigrados a tierras colombinas, ignorábamos cómo eran estos países a donde nos condujo el azar. Tengo muy presente la indignación (hasta vergüenza) que sentía porque no se nos hubiese explicado en nuestros estudios anteriores en España, la existencia de pueblos y naciones tan cercanos a nosotros. Solía yo decir que ni en primaria, ni en los seis años de secundaria, ni en los cinco de universidad, ni en posgrado, se me había abierto los ojos para saber de un mundo de gentes americanas, como las que encontré en Venezuela.


(Obras 1, p. 25)                


En un artículo publicado originalmente en El Universal, con motivo de la aparición de Doña Bárbara, que se transcribe en este volumen, Pedro Sotillo se refiere a la «maravillosa epopeya de la llanura contra el hombre». Pues bien, vivir América implica una postura semejante; implica ser testigo diario de la permanente epopeya de la naturaleza, que algunas veces va en detrimento de la capacidad creadora del hombre cuando se expresa por medio de esa riqueza natural y espontánea que permite casi no tener que trabajar para que brote la simiente, mientras el fruto se encuentra durante todo el año al alcance de la mano, y el «jefe altanero / de la espigada tribu, hincha su grano» hasta en la reseca y abandonada tierra al borde de la ruidosa autopista o en medio mismo del tráfico capitalino, mientras el banano cuaja y larga sus hijos hasta en reducidas macetas de las terrazas de las nuevas residencias urbanas. Quinientos años después de su arribo a las nuevas costas, el hombre europeo sigue siendo susceptible de aquella fascinación, con menor curiosidad, tal vez, pero buscando siempre la nueva vida, la segunda patria, lo que no se ha hecho. Salvo en los casos de las ciudades con un desarrollo incontrolado -São Paulo, Buenos Aires, Ciudad de México- América sigue siendo el continente a poblar, y con ello continúa ofreciendo la generosa oportunidad para quien esté en disposición de entrega. A pesar de la explotación insensata e irracional de sus riquezas mineras, el subsuelo americano está lleno todavía de bienes, algunos preciosos, otros no tanto, de inacabable disfrute, a pesar de la continuada irracionalidad de su explotación y de que no siempre ésta   —XIX→   se traduce en felicidad y bienestar para los pueblos, como en el caso del petróleo, a propósito del cual Picón Salas escribía en el número seis de la Revista Nacional de Cultura:

Las industrias extractivas del subsuelo que han alcanzado con técnicas y capitales extranjeros un desarrollo vertiginoso en los últimos diez años, están produciendo en Venezuela un trastorno social semejante al que ocurriera en la Inglaterra de los primeros lustros del siglo XIX cuando el nacimiento de la economía industrial atraía y hacinaba en las ciudades nuevas cubiertas de humo, en miserables barriadas proletarias, una masa rural que había perdido su sano contacto con la tierra (p. 24).


Dos años después de su llegada a Caracas, cuando todavía no conocía la extensa geografía nacional, Grases decidió gastarse todos los ahorros que había logrado hasta ese momento en la venta de máquinas para escribir -su primer brevísimo trabajo- y en sus clases en diferentes institutos educacionales. Ochocientos dólares fueros estirados para darle la vuelta al Nuevo Mundo:

... vi a Cartagena, que me encandiló con su majestad... los días de Lima provocaron en mi ánimo la más viva reacción de admiración... Santiago de Chile fue otra revelación... el vuelo a Buenos Aires era en 1939 una real aventura, compensada por la contemplación del Aconcagua... Río de Janeiro y São Paulo dos urbes que daban el nivel de un imperio...


(Obras 1, p. 335)                


Sin pretender asimilar estas líneas a las descripciones de los antiguos viajeros de Indias, como seguramente tampoco fue objetivo de Grases al describir estos comentarios, más bien de corte familiar, de nostálgico recuerdo de sus primeros años en América, es indudable que al hacerlo está expresando la misma emoción producida en aquéllos, ante la visión de las nuevas tierras.

Abandonar el país de origen, no saber cuándo se volverían a contemplar los paisajes de la infancia y juventud, si es que acaso tal acontecimiento podría ocurrir, someterse al traumático y desgarrador proceso del desarraigo, implica algo más que entrega al proceso de adaptación, fácil de decir, difícil de cumplir. El lugar común de las anteriores líneas pudiera adquirir incuestionado valor cuando el proceso forma parte del cotidiano quehacer, cuando se han vivido y padecido años significativos, que no se pueden borrar con la mera superposición de diferentes paisajes o nuevas y preciosas amistades. El desarraigo es sustituido por la ilusión de la nueva vida, que en el caso de Grases fue gratificadora, pero la incertidumbre de los primeros días era tan grande que hacía difícil el camino. Desconsuelo y nostalgia, mucha nostalgia, ha debido entorpecer el alma durante los primeros días en el nuevo suelo. No es fácil asumir, ahora, como hecho cumplido que en esta Tierra de Gracia estaba el futuro y que, cortadas las amarras, la única alternativa era ponerse a trabajar, ni siquiera en lo que se quería y se sabía hacer, escribir y enseñar, sino vendiendo máquinas. Verlo con la perspectiva actual, superados los obstáculos, aliviados los dolores, llenados los vacíos, calmadas las angustias, con la alegría y el consuelo   —XX→   de los nietos, es como hacer trampa, es como engañar a la propia vida, al convertir un futuro incierto en moldeado y estable pasado.




Venezuela es su canción

En la evaluación que generalmente se hace de los problemas que agobian al país durante los últimos años, hay una tendencia general a dirigir la mirada principalmente hacia los aspectos económicos, como si todo el mal residiera en la balanza de pagos, el precio del petróleo, el incremento de las exportaciones no tradicionales o el mercado cambiario. Es indudable la gran importancia que revisten estas cuestiones en la marcha de las naciones, industrializadas o en proceso de desarrollo industrial, y es natural que la evolución del mundo tienda a colocar en primer lugar valores de este carácter al emitir juicios sobre el estado de una comunidad. Sería absurdo y anacrónico pretender que al enjuiciar la actual crisis por la que atraviesa Venezuela se estuviera en capacidad de obviar tales factores. Sin embargo, aun a riesgo de ser, precisamente, anacrónicos, creemos firmemente que dirigir la atención exclusivamente hacia el mundo de las finanzas en la búsqueda de soluciones taumatúrgicas a nuestros males es, por lo menos, enfocar tan sólo una parte de esa crisis que hoy se manifiesta en la descompuesta estructura familiar, en la desorientada educación, en una actuación política dirigida a la solución improvisada, de cuestiones inmediatas, en la impúdica avidez hacia la riqueza, en la corrupción, en la falta de objetivos claros y definidos por parte de la llamada clase dirigente que se preocupa más por una buena ubicación en los diferentes niveles del poder que en las posibilidades de realizar un trabajo que rinda beneficios para el país, en lo que sin ninguna timidez ni rubor nos permitimos considerar la falta de amor por Venezuela. Es una minoría notable la que manifiesta conciencia por los males que agobian al país. No quiero decir que sean pocos los que padecen los efectos de la falta de amor de la clase dirigente, pero es que la culpa de todo no es lógico atribuirla sólo a ésta, porque también por debajo de ella hay muchos venezolanos que sólo buscan medrar y vivir del medro. Junto a los nativos están los extranjeros, los que se diferencian de ellos por el solo hecho de haber nacido en otros lares, y entre los cuales encontramos muchos confundidos con aquéllos en la búsqueda de la riqueza fácil, sin importar los medros ni los daños. Pero también hay otros con clara conciencia de los males, que aman a Venezuela como amaron o siguen amando sus tierras de origen. Conozco varios, pero sólo en dos de ellos he visto el dolor aflorar con la fuerza de lo incontenible, la frustración que deja la impotencia, el anhelo por lo que parece imposible, la pasión de la venezolanidad. De uno de ellos no viene al caso su mención en esta oportunidad. El otro es Pedro Grases. Más que español, catalán en toda su dimensión, expresa hacia su nueva patria tanto dolor por los desatinos o tanta emoción por los aciertos como el que más.

  —XXI→  

Entre los muchos libros de Grases que han visto la luz pública con el aporte único de su peculio personal, hay uno que se destaca por su hermosa intimidad venezolanista. Me refiero a Digo mi canción a quien conmigo va -publicado en 1974-, del que se recogen acá varias páginas, y al que forzosamente, en razón de su intrínseca hermosura, haremos referencia más de una vez en este Prólogo. Pero entre los ensayos que hubieron de quedar fuera, por comprensibles razones de espacio, queremos destacar el que dedica a la memoria del crítico alemán Ulrich Leo, bajo el expresivo título «La difícil emigración» originalmente escrito como Prólogo a la reedición de Rómulo Gallegos. Estudio sobre el arte de novelar. En las entrelíneas de este ensayo creemos encontrar una intención que trasciende los límites del comentario a la vida y la obra de Ulrich Leo. Aunque la vida de ambos discurrió por diferentes caminos, se nos ocurre que hay como un deseo escondido, una sutil inclinación por parte de Grases para verse reflejado en las circunstancias que lo llevan a interpretar de esa manera los episodios de la vida de Leo. Grases destaca con ahínco el venezolanismo que se creó en el alma de Leo durante los ocho años de permanencia entre nosotros, desde 1938 hasta 1945, que se expresa con mayor fuerza al abandonar el país:

En 1945, decidió Leo trasladarse, con su familia, a Estados Unidos, como profesor en Oskaloosa (Iowa), donde comenzó el proceso de intensa añoranza de su Venezuela, que me consta se llevó prendida en el alma. La correspondencia desde este tiempo hasta el fin de sus días es un canto de nostalgia a la tierra que se convirtió en solar de sus amores.


(Obras 7, p. 270)                


Por demás significativo es el hecho de que por encima de la exégesis del pensamiento crítico o la exposición de la metodología de Leo, en este corto estudio rememorativo de su presencia en Venezuela, Grases no olvide la dedicatoria del crítico alemán a otro de sus libros, Interpretaciones hispanoamericanas. «Venezuela si hubiera querido, habría tenido en mí un hijo».

***

No solamente en el mundo hispanoparlante sino en el de los hispanistas de otras lenguas, los trabajos de Pedro Grases son reconocidos gracias a la autoridad que le confieren la seriedad metodológica de las investigaciones, el rigor de los juicios y el enfoque globalizador de la cuestión tratada. Cualquier docente, investigador o estudioso interesado en la historiografía venezolana así como en la historia de la cultura en Venezuela o en Latinoamérica, tendrá forzosamente que remitirse en algún momento a Pedro Grases. Larga sería la lista para quien se propusiera hacer un recuento o seguimiento de los juicios emitidos por autorizados escritores venezolanos sobre su trabajo. En 1962 a parece el ensayo de Juan Liscano, intitulado «Ciento cincuenta años de cultura venezolana»,   —XXII→   publicado en el volumen Venezuela independiente 1810-1960, donde el serio analista de la historia cultural venezolana considera que:

Gracias a Grases, hemos vuelto a leer a García de Sena, a Simón Rodríguez, a Juan Germán Roscio, a Tomás Lander, a Fermín Toro, a Baralt. Gracias a él, Bello adquirió contemporaneidad. Gracias a su acuciosidad se han creado fuentes bibliográficas que facilitan cualquier tipo de indagación en campos de estudio de la literatura, del 19 de abril, de la Independencia, y de los orígenes de la Emancipación, [...] sobre el Primer libro impreso en Venezuela, sobre las traducciones de obras que influyeron en el proceso de la Independencia (p. 618).


El agudo espíritu crítico de Guillermo Sucre respalda la anterior apreciación de Liscano, con estas palabras:

Con la discreción cervantina que exalta en uno de sus libros y que rige también toda su vida, Grases ha sentado las bases de una historia de la cultura venezolana. Habría que mencionar tan sólo las ediciones que ha realizado de las obras de Bello, Baralt, Codazzi, Roscio, las colecciones que ha dirigido como el Pensamiento Político Venezolano del Siglo XIX, los repertorios bibliográficos y compilaciones que ha preparado, además de los ensayos y prólogos que ha escrito, para darse cuenta de este hecho.


(Imagen, 25, mayo 1968)                


En opinión del historiador y sociólogo Augusto Mijares, la obra de Pedro Grases es insustituible:

Digámoslo de una vez y categóricamente: en la actualidad ninguna obra histórica de alguna importancia puede escribirse entre nosotros sin recurrir a los estudios documentales y bibliográficos de Pedro Grases.


(El Nacional, 9-8-65).                


Y en la oportunidad de presentar a nuestro investigador en la Asociación Cultural Humboldt, Ramón J. Velásquez lo considera continuador de Manuel Segundo Sánchez y de Adolfo Ernst, y se refiere a la Venezuela totalmente desconocida que Grases descubrió para los venezolanos letrados, gracias a su profundo amor por el país de adopción y «el deseo de desentrañar las grandes líneas de la trayectoria venezolana».

En posteriores páginas de esta introducción comentaremos aquellos estudios que nos parecen más significativos, entre los cuales citaremos algunos no incorporados a esta Selección, pero ahora queremos resaltar un aspecto que consideramos de especial significación. No es apropiado limitar el enjuiciamiento de la obra de Grases a sus escritos, olvidando al hombre, a su actividad en las diversas manifestaciones de la cultura en Venezuela, en las que le ha tocado intervenir, y que nos permiten conocer e interpretar situaciones de su vida que consideramos importantes para mejor comprender su pensamiento. El desarrollo de nuevas metodologías hacen que un planteamiento de esta índole presente visos de anacronismo, que aceptamos sin discusión en la medida en que dentro de esa lectura se pretendía fundamentar todo un enfoque a través del   —XXIII→   deformado cristal de la anécdota sobre la que se buscaba explicar, de la manera más fácil posible, una determinada posición del escritor. Tanto la historiografía como la crítica literaria en Venezuela están llenas de trabajos sustentados en estructuras anecdóticas vacías de un verdadero contenido o de simples reflexiones acerca del hecho histórico o del análisis crítico. En la bibliografía del siglo XIX se repiten a menudo casos como el señalado. Por ello, no querríamos siquiera plantear la posibilidad de fundamentar un comentario, en el lugar común de «el hombre y su obra», que sería motivo de forzada condena de acuerdo con el enfoque de las actuales metodologías interpretativas. En el caso de Pedro Grases consideramos ineludible una referencia en este sentido para mejor exponer esa otra parte oculta, no mostrada. Pero lo queremos hacer no en su estricto contenido biográfico sino como sustento, precisamente de la obra escrita. Eludir la acusación o condena que se nos pudiera lanzar por temor al lugar común es otra manera más de escamotear el verdadero compromiso. Desatender o menospreciar este aspecto equivaldría a olvidar la nobleza y la entrega de toda una vida dedicada generosamente a transmitir experiencia y a compartir conocimientos acerca de la historia venezolana, y que durante los treinta y tantos años de tránsito conjunto nos han permitido apreciar la diferencia entre una comunicación limitada al trato enseñanza-aprendizaje y la capacidad de transmitir lo que en el lenguaje de Simón Rodríguez se llamaría lecciones de vida. Cuando revisamos la obra escrita de Grases, nos percatamos que por encima de ella se yergue la figura de un humanista que anhela respaldar con los hechos cuanto ha trazado con la pluma. Parece indudable que para comentar o glosar la obra escrita de un investigador es necesario abordarla atendiendo a normales exigencias metodológicas basadas en la más estricta objetividad, destacando sus valores, señalando sus fallas, realizando, en fin, un acabado trabajo crítico. En el caso que nos ocupa, podemos acercarnos a las páginas del escritor despojados de emoción, con la objetividad como único instrumento, pero apenas nos adentramos en su trabajo nos va envolviendo el calor de una fuerza humana que se está expresando permanentemente en cualquiera de los temas o de los personajes. Equivoca completamente el objetivo quien pretenda una lectura de la obra de Grases despojada de emoción. Seguramente esta apreciación nuestra es esencialmente contradictoria, y niega, por ende, la que alguien podría considerar condición básica de un historiador. Esto nos sugiere otra consideración, cual es la de que Grases más que historiador sea un hombre que descubre el pasado a partir de una documentación. En lo que acabamos de decir podría verse un simple juego de palabras, pero no hay tal. Y es así por la manera misma como Grases enfrenta ese descubrimiento, por el manejo de la documentación, por la participación humana en la escueta identificación histórica.

En cualquier área de la obra escrita de Grases encontramos un respaldo proveniente de una manera de concebir la vida, poco común en el quehacer intelectual; mucho más raro en el ejercicio historiográfico   —XXIV→   que por las exigencias de permanente objetividad empujan hacia zonas de frialdad e insensibilidad que deforman la natural espiritualidad del hombre.

Dieciséis gruesos volúmenes conforman la obra escrita de Pedro Grases, de la que en este libro presentamos una condensada selección de los más representativos trabajos desarrollados durante cincuenta años de sostenida labor. Son páginas dedicadas a hombres y temas fundamentales en la formación de los pueblos y las naciones de Hispanoamérica, en especial aquellos que tienen relación con la obra de Andrés Bello y Simón Bolívar, el Humanista y el Libertador, el civilista y el guerrero. Junto a ellos, temas que ayudan a comprender mejor el proceso independentista y civilizador emprendido por toda una generación que tuvo en estos dos hombres sus mejores representantes. Bastaría consultar el volumen quince, dedicado al Índice Acumulativo para valorar debidamente la significación de la obra de Grases al presentarse ante nuestra atención la gran amplitud de temas tratados y la inmensa variedad de personajes y figuras claves en la historia de Hispanoamérica. No creemos exagerado conceder a este volumen vida propia, independiente de los anteriores. El tomo quince es de por sí una indispensable herramienta que no puede faltar en cualquier biblioteca bien sea de pública consulta u organizada por el estudioso para su utilización particular. No es sólo el índice de la obra de un autor. Es, principalmente, un índice para mejor estudiar el proceso de formación de un pueblo.

***

Aunque no es hombre que niegue el goce pleno de la vida -sería imposible en un catalán tropicalizado- don Pedro Grases encaja a la perfección en lo que entendemos como un scholar, y para mayor contradicción -por su catalanidad, nos permitimos decir- con apariencia de scholar británico. Disciplina invariable y memoria a toda prueba son dos de los primeros atributos que los años no han podido cambiar; pero también lo adornan vastedad y profundidad de conocimientos sin llegar a la insensible erudición; es indeclinable en la fidelidad a los principios que él mismo se ha impuesto, desde los conceptuales hasta en el modo de vestir. Pero antes que esto, es un hombre que comunica. Más que obra de intelectual -que lo es- la voluminosa obra de Pedro Grases trasciende el objetivo primordial y natural de todo escritor, cual es mostrar su pensamiento, comunicarse con sus lectores y escuchas, Grases agrega a este objetivo un afán: el de transmitir sus conocimientos con sentido de enseñanza. De allí que se dedicara a los temas de la formación de una nacionalidad, que no le era propia de origen pero que hizo suya, no por conveniencia o decisión particular o familiar sino por plena identificación.

La condición de español en América -y en Venezuela, patria de Bolívar y Bello, para mayor precisión- confiere a la obra de Grases un significado que sería insensato desestimar al tomar en cuenta que sus dos grandes temas son la Emancipación y Andrés Bello. El primero no   —XXV→   es otra cosa sino la lucha que Bolívar encabeza contra el dominio español. Adentrarse Grases en su estudio representa, en cierta forma, una manera de redefinirse como investigador del proceso histórico. El segundo gran tema, además del aporte específico en el esclarecimiento de la obra del primer humanista de América, que permite afirmar a Uslar Pietri que cuanto «hoy sabemos de Andrés Bello [...] se le debe a él en un grado eminente», es también una identificación con una vida y un destino americanos. El azar, como él mismo lo dice -o un extraño destino, quizás- hace que, una vez en estas tierras le sea imposible sustraerse al enorme poder de atracción de las dos más importantes personalidades americanas.

En las líneas introductorias que Grases escribió para esta selección, se expresa un concepto del trabajo intelectual que va más allá de la mera explicación de los criterios que privaron para organizar la muestra de escritos. Me refiero a lo que considero un escondido complejo de «no escritor». Grases confiesa que en su trabajo se hacen evidentes unas limitaciones producto de actividades carentes de «cualidades que dan rango estético», por lo que su prosa carece de atractivo para el lector moderno. Sin entrar a considerar la validez de la relatividad de lo que puede ser o no «atractivo» para un lector de nuestros días, pero tomándolo en su sentido más común creemos que a Grases le asiste la más completa razón: su prosa carece de atractivo. Pero es así en la medida en que fundamenta el valor o la trascendencia de su trabajo a partir de un proceso comparativo con «los nombres de famosos artistas en la creación literaria». Indudablemente, la lectura de El reino de este mundo, el Responso a Verlaine o Rayuela guardan más escondidos placeres que la igualdad temática de los dos volúmenes de las Investigaciones bibliográficas, la documentación contenida en Materiales para la historia del periodismo en Venezuela o la historia de nuestro primer pleito bibliográfico, contenido en La descripción exacta de la Provincia de Benezuela, de José Luis de Cisneros, que Grases aclara definitivamente, después de una investigación que debería considerarse modelo de manejo de datos documentales. En lo que yerra Grases es en plantear el asunto en los términos vistos. La mayor o menor importancia de los escritos de Grases no se encuentra en el mayor o menor atractivo de una prosa que no ha sido hecha para agradar sino que se explica por la capacidad que tenga para convencer y enseñar, porque ha sido concebida como un instrumento para mejor conocer el pasado de un pueblo. El valor de los escritos de Grases no se encuentra en la comparación con escritores que manejan el lenguaje con finalidad artística, creando mundos, seres, situaciones y emociones; o bien hombres que buscan en la palabra una vía de comunicación para expresar ideas, conceptos, imágenes del mundo donde cada uno está inserto. Narradores y ensayistas transitan vías diferentes a las de los investigadores, para quienes el acto de escribir no requiere de la emoción, porque no contiene sentimientos, y en consecuencia no la expresa. Lo que se destaca es el apoyo referencial, la validez del documento, la irrefutable riqueza bibliográfica, que son las virtudes del trabajo que Grases ha venido   —XXVI→   realizando en nuestro país durante medio siglo cumplido. Y si avanzamos en este campo, con todo el respeto a ilustres nombres del pasado, el aporte metodológico de la obra de Grases es fundamental a la hora de hacer el balance de los estudios sobre temas y hombres venezolanos entre fines del siglo XVIII y nuestros días.




Estudios sobre Andrés Bello

Los dos primeros tomos de las Obras de Pedro Grases -un mil doscientas páginas, en total- contienen exclusivamente estudios sobre el legado intelectual de Andrés Bello, pero es conveniente advertir que no están allí reunidos los resultados de todas las investigaciones de Grases sobre nuestro gran pensador aunque en su conjunto podrían considerarse, quizás, los más importantes. En razón del ordenamiento por materia, que parece acomodarse más a la orientación que el autor imprime a la colección, en diferentes tomos de sus Obras don Pedro dará cabida también a otros escritos que, por guardar relación con temas disímiles -imprenta y bibliografía, por ejemplo- encuentran en éstos posiblemente, más lógica ubicación que en los tomos dedicados al humanista.

En el «Prólogo» a Maestros y amigos, volumen séptimo de sus Obras, Pedro Grases se atreve a lanzar una afirmación tan cargada de riesgosa ingenuidad que sorprende en un hombre de su condición y experiencia, aunque tal vez por ello mismo le hace honor. De la manera más clara y directa -abrupta, preferiría quizá algún perfeccionista- asienta haber nacido para tener amigos. En verdad, si leemos con detenimiento y fijamos la atención en el texto, la expresión de Grases no es generalizadora ni definitiva, pues más que exponer una realidad expresa un deseo, un pensamiento, mejor: «Pienso, a veces, que he nacido para tener amigos». Es así como se lee textualmente, lo cual quiere decir que él piensa también que, a veces por lo menos, puede no tener amigos. Y es eso lo que ha ocurrido por su apasionada entrega, por la manera como ha profundizado en la obra del humanista. Antes de Grases, la difundida imagen que se tenía de Bello era la de un gramático, ni siquiera «el» gramático, que había escrito poesía de corte neoclásico, de escaso aliento y mínima inspiración; se le conocía también por la autoría del Código Civil de Chile, que para algunos constituía más bien motivo de oprobio que de orgullo pues se le consideraba muestra de su alejamiento del país de origen; por otra parte, a sus estudios filosóficos no se les confería mayor originalidad. En resumen, la obra de Andrés Bello no era suficientemente estimada.

No en comprometedoras páginas, que a tanto no ha llegado el atrevimiento, pero sí en conversaciones académicas, durante algún tiempo se estuvo repitiendo una apreciación que no podemos menos que considerar inexacta e injusta, para decirlo de la manera menos ofensiva posible: Pedro Grases se apropió de Andrés Bello, y lo ha venido exprimiendo durante años. Por supuesto, lo que se ha querido   —XXVII→   decir no es que Grases le ha dedicado cincuenta fecundos años de su vida, porque si así fuera la arbitraria apreciación habría sido expresada sin ambages. Lo que se ha querido es enturbiar la acción venezolanista de Grases, desvalorizar su trabajo de rescate bellista por su condición de «reencauchado» como él mismo la llama. Otros hubieran podido realizar esa labor, pero no la cumplieron. Es decir, a otros hubiera podido caber la gloria de, finalmente, valorizar debidamente la obra del ilustre humanista venezolano. Pero no fue así. Unos, por falta de interés; muchos, desafortunadamente, por su identificación con la calumnia; otros, por complejo antivenezolano, porque no les cabía el humanista en su estrechez mental; otros, por simple ignorancia, por la inexplicable razón de que desconocían la proyección de la labor de Bello; y así, se podría prolongar un elenco que no es otra cosa sino una larga demostración de flojera. Aunque en otro contexto, y en relación con diferente temática, pero muy a propósito de la anterior apreciación, queremos traer a colación lo que ya decía Rómulo Betancourt, cuando en el «Prólogo» a Latifundio, de Miguel Acosta Saignes ponía de relieve «La tendencia tropical a la pereza, a la ociosidad mental», cuando se refería a la inclinación venezolana a aceptar lo que viene de afuera, antes de crear un producto propio, pues «le resulta más cómodo rumiar la fórmula europea, antes que luchar a brazo partido con nuestra realidad y desentrañarle su contenido». Con la figura y el pensamiento de Andrés Bello ocurría lo mismo. De afuera recibíamos todo preparado. El humanista conocido era el que habían estudiado en otras latitudes, y lo tomábamos como nos lo ofrecían. Pero Grases comenzó desde cero y nos presentó otra figura, una propia y nueva, diferente, completa.

Desde los primeros años de su llegada a Caracas, Grases comenzó a trabajar el tema Andrés Bello y, sin descanso, lo ha continuado haciendo ininterrumpidamente hasta nuestros días. Es más, no creo que haya dejado transcurrir veinticuatro horas sin dedicarle tiempo y pensamiento a la figura, la vida o la obra del humanista. «Había empezado a aprender quién había sido Bello, en mis días de Caracas, desde 1937, pero tenía de él simples noticias primarias y poco precisas». Es una confesión importante, que va más allá de una honesta declaración de poca familiaridad o escaso conocimiento, si tomamos en cuenta que Grases la escribe en 1979, es decir, cuando ya el tema no le guarda mayores secretos, cuando ya la figura de Bello se ha metido tan profundamente en su vida que casi se la tropieza en el dormitorio o en el altillo de la biblioteca de su residencia caraqueña, cuando se encuentra casi concluido el plan editorial de la Comisión Editora de las Obras Completas de Andrés Bello, que se había iniciado en 1951 con los volúmenes III, Filosofía, y IV, Gramática. Pero hay otro aspecto que es preciso destacar en las palabras de Grases que acabamos de transcribir, por cuanto ponen de relieve una situación por demás desalentadora, debido a la escasa atención que en el país natal se le había concedido al insigne humanista, como bien lo demuestran las siguientes palabras de Mariano Picón Salas. Publicadas hace cincuenta años, en el número 6 de la Revista Nacional de Cultura:

  —XXVIII→  

Siendo uno de los hombres de mayor dimensión que dio nuestra República, nosotros no conocemos a don Andrés Bello sino a través del muro aislador de sus gramáticas y de sus odas neoclásicas donde dejó, fuera de uno que otro cuadrito delicioso, mucho de aquella divagación erudita -y por lo tanto muy poco poética- cuyo modelo había dado el aburridísimo Delille de ‘Los Jardines’. [...] Muchos venezolanos que no lo estudiaron, consideran a don Andrés como el primero y más notable de aquellos «académicos correspondientes» que en nuestra América tuvieron el monopolio de los versos tediosos; los que cantaban a la vacuna, a la lengua castellana, al cultivo del trigo o del maíz o al progreso del siglo XIX... (p. 26).


Durante el viaje que Pedro Grases emprende en 1939 por los países de América del Sur, en la calle San Diego, de Santiago de Chile, pierde el juicio con las librerías de ocasión que ofrecían libros usados, según él de segunda y hasta de novena mano: «Allí tropecé con las Obras Completas de Andrés Bello, en la edición chilena, y en particular con el tomo segundo, contentivo de la edición del Poema del Cid» sobre el que Bello estuvo trabajando desde sus años londinenses, pero que no pudo ver editado antes de morir. Este tomo, confiesa Grases, no sólo fue una «revelación auténtica» sino que «sacudió fuertemente» su ánimo.

Los primeros frutos de la dedicación de Pedro Grases a la figura y obra de don Andrés Bello aparecen, entonces, a su regreso de este viaje cuando, con motivo de la Exposición del libro venezolano, realiza una edición conmemorativa del Discurso inaugural de la Universidad de Chile. Pero es en 1941 cuando en el Boletín de la Academia Venezolana Correspondiente de la Española se publica el primer trabajo relevante, «Don Andrés Bello y los estudios cidianos», que pasará a integrar el capítulo III del libro La épica castellana y los estudios de Andrés Bello sobre el Poema del Cid, con el que en 1953 obtiene el «Premio Andrés Bello».

Seis años después de su arribo al país ha avanzado tanto en el conocimiento de la trayectoria y la trascendencia de la obra de Bello que se encuentra en condiciones de apreciar la calidad y magnitud de los estudios sobre las etapas de Caracas, Londres y Santiago, pudiendo así referirse al exhaustivo conocimiento de la última, gracias sobre todo a los estudios de los hermanos Amunátegui, mientras consideraba inabordable el ciclo londinense a pesar de que «es un tema tentador y sugerente para el estudio que algún día habrá de hacerse». Estas consideraciones están contenidas en «La singular historia de un drama y un soneto de Andrés Bello» en cuyas breves páginas encontramos además importantes apreciaciones sobre un período durante el cual es «signo y médula» de la cultura en Venezuela, por lo que representa «un papel de primer orden». Este ciclo caraqueño de Bello «ofrece espléndidas perspectivas al investigador» debido al convencimiento que tiene de que «está por hacerse la interpretación a fondo de la vida de Bello en los últimos años del siglo XVIII y en los diez primeros del XIX», labor que en ese entonces no había sido emprendida con la tenacidad y rigor requeridos,   —XXIX→   pero que el tiempo ha ido estimulando -adelanto en los estudios, mejor organización de archivos y bibliotecas, conciencia y profesionalización del investigador- como se revela en tantos escritos referidos al período mencionado, aparecidos en los últimos cuarenta años y de los que una buena muestra se encuentra en los volúmenes publicados por la Fundación La Casa de Bello, con motivo del Bicentenario del nacimiento de don Andrés Bello. A propósito de este trabajo de Grases vale la pena recordar aquí una anécdota que revela cuán lejos en el tiempo y cuán profunda es la permanente admiración de Grases hacia la obra de nuestro pensador, aunque se trata de un episodio interno, que hoy tal vez no iría más allá de la reseña periodística, pequeño por tanto, pero de indudable significación en la historia del Instituto Pedagógico Nacional, como se llamaba entonces el actual Instituto Universitario Pedagógico, integrado en fecha reciente a la Universidad Pedagógica Libertador. Un grupo de profesores, bajo la emocionada inspiración de don Pedro, fueron dándole cuerpo a la idea de rendir un homenaje perenne a la memoria de Andrés Bello. La idea se convirtió en realidad y se erigió así, en el patio principal, a la entrada del viejo edificio sede, un busto del humanista, costeado en parte con los fondos recabados de la venta del opúsculo de Grases sobre el drama perdido y el soneto a la victoria de Bailén, al significativo precio de dos bolívares por ejemplar. En un breve recuento histórico que Humberto Parodi Alister publica en 1986 (El Instituto Pedagógico. Fundación y trayectoria), rememora esos momentos:

A principios de 1943 se lanzaron las ideas de colocar en el Instituto un busto de don Andrés Bello y de publicar unos Anales. Recordemos que los presupuestos eran escasísimos y muy reducidos los gastos generales, y también lo eran los del Ministerio, quien nos podría ayudar sólo en pequeña parte. La Embajada de Chile en Venezuela nos ofreció un busto de don Andrés Bello que reposa en su sede, para poder copiarlo, y un artista venezolano, el profesor Bracho, recién llegado de Chile, donde se había graduado en la Escuela de Artes Plásticas, se ofreció gentilmente para realizar la copia en bronce. ¿Y de dónde sacar unos dos mil bolívares que costaría su confección? De todas partes: por pequeñas colectas, por funciones artísticas pagadas, que se verificaron en el Auditorium. [...] Y algo parecido para publicar los primeros Anales: apoyo económico de los profesores, del Ministerio de Educación, y otros Ministerios a los cuales vendíamos un folleto publicado por el profesor Pedro Grases referente a un singular escrito de Andrés Bello. Pedro Grases, profesor del Instituto desde 1937, fue uno de los principales motorizadores de estas dos iniciativas; desde aquellos tiempos conserva su pasión bellista. (p. 55-56).


«La elaboración de una égloga juvenil de Bello» es uno de los primeros trabajos de Grases producidos en el país, posteriormente incluido entre los «Temas de Crítica» del segundo volumen de sus Obras. Aunque fruto de estudios que apenas iniciaba, su autor revela ya un acabado conocimiento sobre una temática familiar al mundo literario del clasicismo, que demuestra ampliamente a través de una intrincada comparación   —XXX→   de los versos del venezolano con los inspiradores poemas de Virgilio, Garcilaso y Figueroa. Es importante señalar que Grases no intenta buscar las fuentes latinas ni la inspiración de Garcilaso y Figueroa en Virgilio sino la presencia de la tradición temática española en la égloga «Tirsis habitador del Tajo umbrío», lo que adquiere mayor relieve si se toma en cuenta que estamos ante una composición de juventud, que Grases data alrededor de 1805, «notoriamente superior al resto» de los trabajos en verso del caraqueño, aspecto este que no es, sin embargo lo que más llama la atención del crítico, sino el interés de indagar y, en consecuencia, esclarecer «un aspecto de las fuentes formativas de Bello». Dentro de la relativa importancia de este breve estudio, se destaca la siguiente conclusión de Grases: «... el clásico Bello, en sus años mozos, traduce a Virgilio gracias a su dominio del latín, pero el hecho poético lo expresa en el, a su juicio, mejor estilo castellano que ha encontrado en el tipo de composición que está vertiendo del latín a su propio idioma».

Pero no sólo las anteriores líneas justifican la mención de esta indagación de Grases. Hay otro aspecto que deseamos subrayar por cuanto pone de manifiesto un momento de íntima satisfacción que se manifiesta mediante un detalle, menudo tal vez, y seguramente de escasa significación para quien no atina a desentrañar la belleza que hay dentro de la frialdad y rutina de la tarea que signa la vida del verdadero investigador. En un primerísimo trabajo de 1943, «La singular historia de un drama y un soneto de Andrés Bello» -que comentábamos párrafos atrás-, Grases se refiere a «dos cartas de un venezolano residente en Madrid, fechadas en 1827, firmadas con el seudónimo de Th. Farmer y dirigidas a Bello», a las que Amunátegui ya se había referido en su Vida de Bello. A continuación Grases agrega: «Conjetura Amunátegui que Farmer sea un nombre convenido, a cuyo amparo se escondía un sacerdote venezolano». En diversos pasajes de su estudio Grases habla del «desconocido Farmer», del «incógnito Farmer» o de «la personalidad escondida debajo de tal nombre». Todo esto en 1943. Todavía cuatro años después, en la nota 4 al estudio sobre la égloga, Grases se sigue refiriendo al «no identificado Farmer», pero ya en 1950 cuando aparece el libro Doce estudios sobre Andrés Bello, en el que incorpora el tantas veces mencionado estudio, en el texto de la nota 4 aparece un agregado, que dice: «(Al corregir estas pruebas puedo adelantar que Th. Farmer, agente secreto de la Gran Colombia en España, ha sido identificado en el caraqueño Tomás J. Quintero, Secretario Civil del Arzobispo don Narciso Coll y Prat)».

De los cuatro trabajos incorporados en esta selección, en la parte «Temas de Andrés Bello», solamente «Las aportaciones de Bello en el estudio del Poema del Cid» procede, en parte, del Tomo I de las Obras, mientras «La Obra literaria de Andrés Bello», aunque no totalmente, forma parte del volumen segundo; «La personalidad de Andrés Bello» fue escrito con posterioridad a la publicación de sus Obras, y forma parte del libro Latin American Writers, de próxima aparición en Norteamérica; a su vez «Andrés Bello, humanista liberal» procede del tomo   —XXXI→   3 catorce, el segundo de los dedicados a Ensayos y reflexiones. El mencionado tomo primero reúne importantes investigaciones monográficas como «El ‘Resumen de la Historia de Venezuela’ de Andrés Bello», «Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela para el año 1810» y el primer producto del trabajo de Grases acerca de los estudios cidianos de Bello, que reunió bajo el título de «La épica española y los estudios de Andrés Bello sobre el Poema del Cid», que no corresponde al que acá se reproduce, pero con el que guarda estrecha relación. Las páginas incorporadas en esta selección proceden del «Estudio Preliminar» al volumen VII, Estudios filológicos II, de las Obras Completas de Andrés Bello, publicado en 1987, y en el que, aun aprovechando algunas partes del anterior trabajo sobre la épica española, recrea el tema haciendo alarde callado del profundo conocimiento acumulado durante esos cuarenta y cuatro años de pacientes indagaciones entre el empolvado y apolillado material de archivos y bibliotecas. Es natural que en tan amplio lapso se presenten reiteraciones y hasta diferencias de enfoques -como él mismo lo reconoce-, lo que no sólo no va en desmedro de la calidad de una obra sino que la acrecienta y robustece, como se desprende fácilmente de una rápida comparación entre el primer estudio escrito entre 1941 y 1953 con el que publica en 1987.

El profundo y extenso conocimiento de la obra de Bello está expresado en todos los escritos que Grases ha dedicado al humanista caraqueño, pero es en el «Estudio preliminar» al mencionado volumen VII de las Obras Completas, publicado por La Casa de Bello en 1987, -parcialmente reproducido acá, repetimos- donde apreciamos cabalmente ese dominio del tema, al emplear durante muchas páginas una modalidad que nos hace valorar y gozar a plenitud no sólo la mencionada profundidad sino también una familiaridad que añade tonos personales a la investigación. La altura que Bello alcanza luego de los estudios de Grases, hace más significativa aún la anterior declaración acerca de la pobreza documental encontrada a su llegada al país, cuando apenas lo conocía mediante «simples noticias primarias y poco precisas». La complejidad de los aspectos tratados o los inevitables «cabos sueltos» que quedan después de una investigación no empequeñecen o afectan en absoluto la anterior apreciación que aparece respaldada por la detallada reconstrucción de los estudios cidianos de Bello. No hay detalle que escape a su vista y a su intuición. Reconstruye con tanta seguridad y firmeza los diferentes momentos del trabajo de Bello que deja en el lector la sensación de estar acompañándolo en Londres o en Santiago, durante los largos años de estudio. De las ciento cincuenta páginas que componen el «Prólogo» al volumen VII, las primeras cien están dedicadas específicamente a la interpretación de los estudios cidianos de Bello; las páginas restantes están dirigidas a otros aspectos -imprescindibles en este tipo de estudio- de la lengua y la literatura castellana y a una selección, riquísima por lo demás, de referencias bibliográficas. Durante más de la mitad de esas primeras cien páginas, Grases parece querer tomarnos de la mano para transitar juntos los caminos recorridos por Bello durante los largos años de reflexión y reconstrucción del   —XXXII→   Poema. La aproximación al tema, la búsqueda incesante del investigador asediado por infinidad de problemas, cada uno de los cuales era suficiente para hacerlo abandonar la empresa, la constancia, los hallazgos alentadores y la experiencia existencial de Bello nacida de la convivencia intelectual con el héroe, son algunas de las circunstancias que se desprenden de la lectura del mencionado «Prólogo». Una extraña sensación se apodera de nosotros cuando leemos detenidamente estas páginas, porque, sin abandonar el rigor metodológico ni apartarse de las exigencias de este tipo de estudio, toma prestadas formas propias de la narrativa, y las introduce sutilmente, quizás sin darse cuenta, sin una plena conciencia de lo que está haciendo, para fijar aspectos o fechas, presentar argumentaciones o respaldar una posición acerca de cualquiera de los tantos puntos controversiales. Es preciso dominar sin debilidades un tema para llegar a esta afirmación:

«No es difícil, sin embargo, seguir la vía de estudio de Andrés Bello a propósito del Poema. Basta examinar la relación cronológica de sus escritos y analizar los cambios que se producen en su pensamiento, el cual en líneas generales, está ya perfectamente elaborado en Londres. Pocas cosas añade ya en Chile, en donde su labor será más de divulgación que de investigación».


(OCAB VII, p. 53).                


***

En el trabajo de Grases encontraremos, también, planteamientos de carácter general que ponen de relieve aspectos de la obra bellista, los cuales, si bien no eran desconocidos, no habían sido valorados en su justa dimensión, hasta el punto de que en diferentes trabajos del mismo investigador observamos significativos cambios en la apreciación de los aportes de Bello. Como señalábamos antes, la investigación de Grases acerca de los estudios cidianos de Bello comenzaron en 1941, con un discurso pronunciado en el Paraninfo de la antigua sede de la Universidad Central, que luego publicó en el Boletín de la Academia Venezolana Correspondiente de la Española, y aparece incorporado, como capítulo III, en La épica castellana y los estudios de Andrés Bello sobre el Poema del Cid, publicada el año siguiente de la concesión en 1953, del Premio Nacional Andrés Bello. Ya desde estos estudios Grases comienza a trabajar los aspectos más relevantes y los aportes sustanciales de los estudios cidianos del humanista caraqueño. Pero si comparamos estas primeras contribuciones de don Pedro con su último escrito concluido en esta selección, encontraremos algunas diferencias favorables a la evolución de su pensamiento sobre este punto. En los trabajos anteriores señala como un aporte de Bello la división del Poema en tres partes, y aunque no aporta ninguna argumentación adicional respecto de esta forma tripartita, considera «justificado el creer que fuera él quien intuyera, el primero, la división en los tres Cantares que tiene el Poema»; pero la importancia de esta apreciación, se ve disminuida cuando agrega, a continuación, que «Sin embargo, no me atrevo   —XXXIII→   a afirmarlo rotundamente». En respaldo a esta cautelosa posición, el crítico apela a la autoridad: «Menéndez Pidal, en su obra, tampoco dice de quién adopta la división tripartita. Por mi parte, dejo insinuada la posibilidad de que fuera éste otro hallazgo de Bello». Pero la seguridad llegó con el tiempo. Como podemos fácilmente constatar, el enfoque contenido en el trabajo que se reproduce en esta selección, no ofrece más cabida a la cautelosa posición, y elimina las dudas, colocando el punto final en la justificación de la creencia que fuera él quien señalara por vez primera la división del Poema en tres Cantares.

Hay otros aportes de la obra de Bello que Grases se preocupa en señalar. El sistema de asonancias característico de la poesía medieval europea, el uso de las Crónicas como recurso enmendatorio del Poema, diferentes cuestiones de orden gramatical, y la teoría de los romances, «con proyección en toda la teoría sobre la literatura medieval», son algunas de estas sustanciales contribuciones del pensador caraqueño. En relación con el primero, el sistema de asonancias, por ejemplo, Grases afirma que se trata de «uno de los grandes descubrimientos de Bello, quizás el de mayor trascendencia» ya que de no haber alcanzado a esclarecer este punto de carácter general no habría podido avanzar en el estudio del Poema y le habría sido imposible llegar a las conclusiones a las cuales llegó. Por su parte, la gran contribución de Grases ha sido incorporar el nombre de Andrés Bello a la bibliografía sobre el Poema del Cid, al lado de otras figuras consideradas autoridades indiscutibles sobre la materia. A partir de ahora ningún estudioso de la épica castellana podrá seguir desconociendo los aportes de Andrés Bello.

La anterior afirmación adquiere mayor perspectiva a la luz de estas palabras de Grases, que se encuentran en el «Prólogo» general a sus Obras.

Estoy convencidísimo de que no olvidaré mientras viva el íntimo regocijo que sentí en setiembre de 1937, cuando me encontré frente a unos alumnos de secundaria, en el Liceo Fermín Toro de Caracas, o ante los estudiantes, ya maestros, de la Escuela Normal Superior, en la misma ciudad, a quienes les expliqué lecciones de literatura y de lenguaje. Me apodaron «Mío Cid», seguramente por el entusiasmo con que les hablé del gran poema medieval, sobre el que hacía pocos años había recibido, en Madrid, las lecciones nada menos que de don Ramón Menéndez Pidal, en el curso de Doctorado que daba en las aulas del Centro de Estudios Históricos...


(Obras 1, p. 23).                





Imprenta y bibliografía

En términos de una aceptable generalización, trabajos sobre la aparición de la imprenta en Venezuela así como recopilaciones bibliográficas constituyen aportes fundamentales y de apoyo para cualquier   —XXXIV→   estudio serio que se quiera emprender sobre aspectos de la historia de la cultura en Venezuela. Pero manejadas por Grases se convierten en materias de primer orden relacionadas con la fundación de la nacionalidad. Una revisión cuidadosa y atenta de sus estudios sobre los primeros impresos aparecidos en Venezuela así como sus investigaciones bibliográficas, nos obliga a considerar estas dos áreas estrechamente relacionadas con el surgimiento del país y con su posterior consolidación.

De todas las carencias que afligen y fatigan al investigador, tal vez la mayor de todas sea el insuficiente apoyo bibliográfico, la escasez de fuentes de consulta sobre las que fundamentarse a la hora de establecer el diseño de una investigación. Si volvemos la mirada hacia atrás, quizás el origen pueda encontrarse en la reducida atención y en el poco interés que había hacia el trabajo bibliográfico, el cual, durante años ha sido considerado como un aporte menor y se le ha visto con ojos de irresponsable condescendencia. Pedro Grases lo señalaba en 1941 en el «Prólogo» al Catálogo de la Segunda Exposición del Libro Venezolano: «Se ha hablado muchísimas veces -y por quien esto escribe- de la gran dificultad con que se tropieza en cualquier investigación de carácter histórico en Venezuela, a causa de la carencia de guías bibliográficas orientadoras en la cultura nacional». Al argumento de que entre las prioridades del Estado no se encuentra formar bibliógrafos, debemos contestar que sin ellos sería más débil todavía la memoria del país. Aun cuando son muchas las áreas que no disponen de adecuados instrumentos de trabajo, sería injusto dejar de reconocer que en los últimos años ha habido un cambio de comportamiento en organismos e instituciones con responsabilidad en este campo. La intervención de Grases se ha visto reflejada en un cambio cualitativo. Su aporte ha sido definitivo en lo que queremos llamar el nuevo enfoque, en el estudio de los fondos bibliográficos. Lo que en un principio fue una labor de rescate solitaria, individual, se ha convertido en una referencia básica y ejemplar, ineludible, para el estudioso del pasado venezolano. Sus investigaciones bibliográficas constituyen hoy una fuente documental imprescindible para el desarrollo de los estudios históricos en Venezuela. En este sentido el aporte de Grases debe considerarse definitivo y el de mayor significación individual. Quiero con esto decir que hay trabajos bibliográficos de gran importancia producidos por un equipo dentro de una misma disciplina o como resultado de un armonioso acoplamiento interdisciplinario; pero como resultado de sostenidas investigaciones personales, el aporte de Grases parece el más importante, no sólo porque supera a todos los anteriores bibliógrafos sino por el contenido humanístico que encontramos en su trabajo. A este respecto, y a pesar de su inevitable e innegable tono muy personal queremos destacar una característica de ese calor humano del investigador, especialmente porque no está presente en la escritura sino en el recuerdo que nace en medio de la conversación acerca de muchas de sus investigaciones. Pensamos en este momento en la enorme diferencia entre la lectura fría, aunque documentada de las páginas 395 y siguientes del cuarto volumen de sus Obras, y el brillo de la mirada y la inocultable emoción al hablarnos de ese curioso personaje llamado Bernardo Mendel, cuyo nombre se dignificó al quedar ligado para siempre a la Biblioteca Lilly de la Universidad de Indiana en Bloomington (EE.UU.), al adquirir ésta la invalorable   —XXXV→   colección de piezas relativas a la historia latinoamericana, que fue reuniendo durante su vida, y en la que Grases encontró un ejemplar del Proyecto de la Constitución de Bolivia, original de Simón Bolívar, con correcciones manuscritas de puño y letra de Antonio José de Sucre. La intensidad con que vive sus temas, hace que cualquier conversación con Grases, se matice con consideraciones adicionales, que aunque no guarden necesaria relación directa con el tema en sí, convierte a los protagonistas en participantes.

Y en esta área de la investigación -me refiero a la bibliográfica- la frialdad es indudablemente mayor, hasta el punto de arrastrar toda una concepción maniqueísta en relación con las personas que la cultivan. Para despejar cualquier duda que se pueda presentar en relación con este tema, basta leer lo que Grases escribe en el citado «Prólogo» al Catálogo de la mencionada exposición de 1940:

El carácter frío de la colección de fichas que forma su cuerpo, así como el gusto a reseco y a erudito de la contemplación de las portadas o páginas interiores durante la exhibición, cobra vida y se llena de significación, si meditamos ante ello, con el recuerdo de la época en que se imprimieron y tenemos en cuenta las condiciones sociales, repletas de riesgos y amenazas, en plena inestabilidad, en un ambiente preñado de acontecimientos siniestros. Con todo, y contra todo, estos modestos artífices de la letra impresa llevaban a cabo sus tareas con primor exquisito, con sentido del buen gusto, con amor entusiasta a la profesión, venciendo la escasez de medios y la abundancia de azares, con tenacidad ejemplar. El resultado es tan espléndido que no hay más tarde ninguna superación en la imprenta venezolana, y si exceptuamos las publicaciones salidas de prensas venezolanas que arrancan ya de esta época -como las del incomparable Valentín Espinal-, hay más bien pérdida de calidad en el arte de imprimir en Venezuela, precisamente en el paso delicado que ha sufrido la imprenta, como todos los oficios en general, al transformarse en explotaciones industriales a partir de la segunda mitad del siglo XIX.


(Obras 9, p. 258-259)                


Durante muchos años, al trabajo bibliográfico no se le ha conferido la importancia que sin duda tiene, no como parte o instrumento de la investigación sino como una investigación en sí misma. Es más, de acuerdo con lo que muchos críticos e historiadores han opinado, todavía es fácil tropezarse con alguno que piensa que la labor de fichaje, archivo y acumulación de datos no alcanzan una dimensión estimable en el mundo del investigador. Según este criterio, una bibliografía no es más que un escuálido instrumento de trabajo, que sólo adquiere relieve en el momento de la necesidad demostrada por el investigador. Se desestiman, de esta manera, no sólo los aspectos metodológicos sino la necesaria identidad con el tema y con los orígenes de éste lo cual, como en el caso de Grases, puede llevar a conferir a sus trabajos un marcado acento nacionalista. De esta forma, el bibliógrafo deja de ser el simple recopilador de fichas, el ordenador de datos, que al entregar el material se deshace de un peso, para convertirse en un investigador que mantiene una postura que tiende a la preservación de esos documentos, mediante un   —XXXVI→   trabajo sistemático cuyo objetivo específico es exacta y exclusivamente ése: preservación. En su afán de acumular datos que tiendan a guardar la memoria del país, lo que parece interesar más a Grases no es el desarrollo de un oficio, aunque sea el de escritor, sino su significación. Nos encontramos así, frente a otro de sus grandes objetivos, con la particularidad de que ahora el investigador encuentra mayores oportunidades para demostrar su amor por Venezuela.

Una tercera parte del total de los escritos de Grases está dedicada a estos aspectos. Cinco de los quince volúmenes publicados hasta la fecha, que en total suman más de tres mil páginas, están dedicados, por una parte, a estudiar diversos aspectos relacionados con la introducción de la imprenta en América Latina y la significación de los primeros impresores quienes, en razón de sus trabajos, se convirtieron en protagonistas de la historia venezolana; y, por otra parte, a registrar los resultados de sus investigaciones bibliográficas. En cuanto al primero de los temas, Grases abandona el corte historicista tradicional por lo que no encontramos el árido recuento de la crónica de sucesos o la escueta interpretación documental, y escoge en su lugar formas y objetivos signados por esa preocupación pedagógica que, también aquí, va más allá de la específica investigación, actitud que no es fácil encontrar en otros historiadores. No es sólo el escrito, el argumento, sino el manejo del dato, la significación del documento.

Como bien sostiene Grases, la imprenta es «el principal instrumento de expresión del pensamiento y registro de los acontecimientos, como medio de información y orientación para las sociedades de nuestra cultura». Desafortunadamente la aparición de otros medios de información -el cine, la radio, la televisión- han reducido considerablemente la validez de la anterior apreciación, hasta el punto de exigirnos ahora resaltar una frase que no cabía en el contexto de la anterior cita, y que se refiere a una limitación de la importancia del impreso: «hasta hace pocos años». Sin embargo, la apreciación de Grases nos estimula para extendernos en algunas consideraciones que, si bien no guardan relación directa con la historia de la imprenta en el país, que tanto interesa a Grases, sí tienen mucho que ver con el papel que juega el impreso en la comunidad, y nos sirven para ampliar nuestras reflexiones sobre el problema editorial en su actual complejidad.

En Venezuela parece no haberse entendido que cuando se habla de actividad editorial el discurso no se puede limitar a la simple producción de impresos, a la reproducción mecánica de un material. Debemos entenderla con un sentido integral y en una doble vertiente. Por una parte encontramos el sistema que va desde las prensas hasta la distribución y venta del producto, pasando por la formación y afianzamiento de hábitos de lectura. Pero ni siquiera la aparición y multiplicación de empresas editoriales, productoras de libros, puede resolver en forma efectiva el problema, aunque contribuye sin duda a la discusión, entre otras cosas, y esta es la otra vertiente, porque estimula la aparición de nuevos escritores, aunque sea por la sencilla razón de que «hay más oportunidades para editar», lo que a su vez conduce a un refinamiento   —XXXVII→   de la escritura. Por lo menos debemos suponer que esto es posible. Creemos que no se debe limitar el problema, como en líneas generales se ha venido haciendo, a la mayor producción y más elevado consumo de libros. De lo que se trata, lo que debemos enfrentar de manera decidida es la formación, la educación -no sólo la instrucción- de un pueblo tomando en cuenta el producto libro, y no descansar en la existencia de otros medios de comunicación, como la radio y la televisión. Enfrentar el atraso educacional del pueblo venezolano desde una oficina de alfabetización de adultos -que sin duda es una labor importante que se debe realizar mientras lo exijan las condiciones imperantes en el país, y no como solución demagógica a presiones políticas- es resolver sólo una parte del problema. Hay que dotarlo de los instrumentos críticos adecuados para que el alfabetizado tenga conciencia de la utilización de este medio para alcanzar altos fines, y no acepte pasivamente la envilecedora manipulación consumista. Cualquier campaña alfabetizadora se hace inútil cuando el objetivo inmediato se limita a la enseñanza elemental de la lectura y la escritura, y no se crean las estructuras para el necesario seguimiento del adulto alfabetizado. Es tiempo ya de que Venezuela se imponga programas alfabetizadores -para dentro de veinte, treinta, cuarenta años, los que sean necesarios- cuyas metas sean no tener que seguir organizando nuevas campañas alfabetizadoras, porque a partir de una determinada fecha -que ojalá fuera mañana- se estará iniciando, simultáneamente con la última campaña alfabetizadora, el fiel cumplimiento del mítico decreto de instrucción obligatoria. Ha habido un innegable adelanto en el campo de la educación, lo que ha contribuido a mejorar la calidad de la vida, aunque no en la proporción correspondiente con el esfuerzo realizado, por cuanto hay todavía más de un millón de venezolanos mayores de quince años para quienes la escritura encierra todavía el misterio de lo incomprensible. Con esto, no pretendemos negar los méritos, ni desconocer los resultados de los intentos alfabetizadores, emprendidos tanto por el sector oficial como por la empresa privada. Lo que sí queremos decir es que lo realizado es poco, comparativamente con lo que se ha podido haber hecho gracias a los recursos generados por la explotación del petróleo, del hierro, de la bauxita y de toda esa maldita riqueza mineral encerrada en el subsuelo venezolano. Es indudable que sin la existencia de unos objetivos claramente definidos se hace difícil, por no decir imposible, implementar una política editorial. A partir de cuando la cultura comenzó a interesar electoralmente a los políticos y se consideró conveniente incorporarla entre las promesas de los espasmódicos programas de gobierno, se han realizado diferentes intentos para diseñar un programa editorial, pero hasta ahora no se ha producido ningún resultado que no sea favorecer algún determinado sector cercano al gobierno de turno. Muchas han sido las comisiones creadas por personalidades con autoridad y conocimientos, para que conjuntamente con organismos oficiales y privados busquen y propongan fórmulas viables que permitan la creación de una estructura editorial válida para nuestro país, similar a las que existen en otras naciones con menores recursos, pero donde las exigencias   —XXXVIII→   de mercado son mayores porque ya se creó la conciencia de que el libro es un artículo de primera necesidad, para decirlo en expresión de común entendimiento. Mientras estos temas no sean una cuestión de conciencia, todos los epilépticos trabajos que se adelantan se perderán en esa especie de hueco negro que es la Venezuela de Reinaldo Solar.




La emancipación y la identidad nacional

En otra parte de este Prólogo nos hemos referido a los tres grandes temas de Grases, a saber: Bello, imprenta y emancipación. Aunque en todos es natural que se señalen ausencias notables en esta selección, es quizás el tercero de ellos el que acusa en mayor grado este hecho, y en él sin duda alguna los trabajos dedicados a la figura de Simón Bolívar son los que tienen menor representación, lo cual se puede explicar por la índole de algunos de los más importantes trabajos de Grases y las características generales de la Biblioteca Ayacucho, que dificulta armonizar los objetivos de ésta con los alcances de aquéllos. Lamentablemente este hecho no guarda relación con la indudable importancia de la mayoría de los trabajos incluidos en los volúmenes tercero y cuarto de las Obras de Pedro Grases, en los que reúne respectivamente estudios dedicados a la preindependencia y la emancipación, en el primero, mientras en el segundo agrupa todos los estudios sobre Simón Bolívar y asuntos bolivarianos. Como cualquier intento de búsqueda de la identidad del ser venezolano ha de pasar necesariamente por este larga período de arranque de la nacionalidad, las aportaciones de Grases son fundamentales en este sentido.

Fértil campo para la discusión es la identidad nacional. En la búsqueda de una aceptable o mayoritariamente coincidente definición se han enredado desde representantes del humilde pueblo común hasta preocupados pensadores y estudiosos de la historia pasada y presente, pasando por militares, dirigentes de diferentes sectores sociales y económicos y, por supuesto, políticos. Desde su fundación -uno de los objetivos de su creación, tal vez el de mayor relevancia- el prestigioso grupo reunido alrededor de Fundacredesa indaga no solamente acerca de los lejanos orígenes de la venezolanidad sino también en la búsqueda de las más sobresalientes características del ser venezolano actual. Aunque el tema no parece figurar entre los objetivos directos, las investigaciones de Grases no escapan a este planteamiento, especialmente en los estudios dedicados al siglo dieciocho, sin olvidar las incursiones al dieciséis y diecisiete, período, el de estos dos últimos, que para él fueron «dos siglos perdidos».

La proximidad a la conmemoración de los quinientos años de lo que en nuestra consideración continúa siendo el descubrimiento del continente americano, ha sido motivo por demás significativo y justificado   —XXXIX→   para que especialistas y estudiosos se reúnan a revisar el concepto a la luz de nuevos enfoques sobre las acciones emprendidas por España, durante los siglos de conquista y colonización. Conviene seguramente advertir que mantener la denominación «descubrimiento», tal como lo estamos haciendo ahora, no debe verse como algo diferente a una mera opinión personal, que no intenta siquiera una tímida implicación en asuntos sobre los cuales confesamos nuestra absoluta falta de familiaridad, y que por la trascendencia de la discusión nos colocaría en posiciones muy alejadas a los intereses y objetivos de este volumen. Hecha la advertencia, nos permitimos adelantar algunas consideraciones sobre el tema. Todo proceso de colonización implica sojuzgamiento, cuando para alcanzar las metas propuestas el conquistador debe imponerse a la existencia de un grupo conquistado. No existía otro camino, y no parece haber sido descubierto alguno diferente. No hubo contemplación o bondad en las cohortes romanas, así como tampoco pudo ser blando o contemporizador el conquistador español del siglo dieciséis. Los documentos donde se relatan las peripecias de la soldadesca enfrentada, algunas veces, a una desigual guerra, son una variada muestra de inconcebibles aberraciones y, seguramente, inútiles crueldades, un buen ejemplo de las cuales podría leerse en la espeluznante sentencia a muerte de Tupac Amarú, que más parece escrita para amedrentar y horrorizar que para indicar un procedimiento de aplicación de una ley. Sin embargo toda esa crueldad no debe impedir una apropiada comprensión del proceso de la conquista y colonización. A pesar de todo, el español se integró al nuevo mundo, mezclándose primero con el indígena y luego con el antiguo esclavo negro. Si algo caracteriza al hispanoamericano es precisamente el mestizaje. De manera que, sin buscar acomoda en fáciles posturas interpretativas, el proceso colonizador lleva en sí la misma grandeza de cualquier otra empresa similar del hombre, aunque arrastre las miserias de cada individuo.

Las acciones emprendidas en cada siglo crearon enormes diferencias a lo largo de todo el proceso de conquista y colonización. En la empresa colonial española destacan como primordiales dos objetivos, a saber: la búsqueda y obtención de riquezas, por una parte, y la propagación de la fe, por la otra. La realidad geográfica favorece el trato diferencial que el conquistador se ve obligado a establecer como consecuencia de las diferencias regionales. Los recursos de la corona aumentan principalmente por los tesoros extraídos de las colonias más ricas. Como lo señalan tanto Grases como muchos otros historiadores, Venezuela, al igual que en general toda la costa atlántica del continente, había sido territorio de escaso interés económico, dadas las dificultades para encontrar los dos minerales de mayor aprecio: el oro y la plata. Al respecto, en «La generación de la Independencia (Esquema para una investigación del siglo XVIII venezolano)», uno de los trabajos incorporados en esta selección, dice Pedro Grases:

Durante los siglos XVI y XVII esta porción del mundo será escenario de actos heroicos y sabrán rechazar sus pobladores ataques insolentes de piratas y contrabandistas, pero en sus rasgos generales la tierra venezolana había sólo recorrido una larga etapa de dura conquista por parte del hispano dominador, así como la de un lento establecimiento de núcleos de población extendidos desde San Cristóbal, en la actual frontera con Colombia, hasta la costa oriental, donde las aguas oceánicas reciben la corriente del Orinoco,   —LX→   en cuyas orillas aparecen simbólicos centros misioneros, que aspiraban a llevar la fe cristiana hasta lo más intrincado de la selva guayanesa.

Pero el país, como tal, con su régimen económico deficitario, no había encontrado todavía, hacia finales del siglo XVII, el rumbo que lo encaminaría a su propio desarrollo y a la definición de una estructura individualizada. Prácticamente fueron dos siglos perdidos: el XVI y el XVII.


(Obras 3, p. 4-5).                


Compartimos la negativa conclusión a la que llega Grases, en función del aporte venezolano durante el período señalado. Diferente sería nuestra posición si se pretendiera ampliar la apreciación hacia otras regiones del nuevo mundo. Sin embargo, y también en términos generales, podemos comprender su validez como consecuencia de la situación que se vivió en esta parte de la extensa colonia americana durante esos dos siglos de abandono, como consecuencia del escaso interés demostrado por la corona ante nuestra pobreza mineral, lo cual no impidió, la significativa presencia venezolana en las diferentes guerras de independencia, no sólo en términos de participación directa a través de los ejércitos libertadores, sino mediante el aporte ideológico y doctrinario favorecedor de la constitución de los nuevos estados, de tanta o mayor importancia que el arrojo mismo de los soldados. Es justo destacar que fue precisamente de una de las regiones de mayor pobreza y abandono de donde surgió no sólo la figura del Libertador, así como del grupo de conductores que lo siguió, sino que Caracas fuera el centro de difusión -a pesar también de la tardía aparición de la imprenta- de algunos de los textos libertarios de mayor trascendencia, lo que se explicaría, según el juicio de Grases, por la nueva perspectiva que ofreció el setecientos, negador de los oscuros siglos anteriores, así como en la «profundidad de conocimientos, firmeza de juicio, doctrina política, fe en las convicciones, voluntad de acción y delicada sensibilidad en la comprensión de las sociedades», elementos estos que se unieron en la decisión de construcción de los nuevos estados, gracias al aporte ideológico y la acción militar o legisladora de:

... una generación de personalidades de primer orden, cuyo conjunto es expresión de madurez evolutiva en los aspectos sociales, políticos e intelectuales, suceso al que hay que intentar darle explicación.

Si consideramos que en el espacio de algo más de un cuarto de siglo nacen en el territorio que hoy es Venezuela, hombres como Francisco de Miranda (n. 1750), Andrés Bello (n. 1781), Simón Rodríguez (n. 1771), Simón Bolívar (n. 1783), Juan Germán Roscio (n. 1763), José Luis Ramos (n. 1783), Cristóbal Mendoza (n. 1772), Francisco Javier Ustáriz (n. 1774), Vicente Tejera (n. 1774), Felipe Fermín Paúl (n. 1774), Francisco Espejo (n. 1758), Fernando Peñalver (n. 1765), Manuel Palacio Fajardo (n. 1784), José Rafael Revenga (1786), Pedro Gual (n. 1783), el padre Maya (n. 1752), Miguel José Sanz (1756), Mariano de Talavera (n. 1777), Manuel García de Sena (n. 1775), Carlos Soublette (n. 1789), los Álamo, los López Méndez, los Loynaz, los España, y tantos otros más, debemos deducir que estas tierras han vivido en su transcurso histórico un proceso de   —XLI→   perfeccionamiento y desarrollo que nos obliga a estimar las fuerzas componentes del «habitat» colonial como centro de valor singular para la formación de ciudadanos de altísima calidad humana.


(Obras 3, p. 1).                


La anterior cita adquiere su exacta magnitud a la luz de lo que para Grases es el «tema fascinante», que lo ha guiado en las investigaciones de este período, y que va más allá de la reconstrucción histórica, la interpretación de los episodios o la elaboración historiográfica:

Pasar de súbdito a ciudadano libre, por propia voluntad, supone una alteración sustancial de las bases del razonamiento y en el fundamento filosófico de las teorías aceptadas como buenas para ordenar la sociedad.


(Obras 3, p. 18).                





La educación

Aunque es en la sexta y última sección de este volumen, -la más breve de todas, además- donde se reúnen los trabajos en los cuales se plantean específicamente cuestiones relacionadas con la educación, no podemos dejar de advertir que el tema -quizás en el caso de Grases resulta más apropiado referirnos a la preocupación o la inquietud- relacionado con el «problema educacional» en Venezuela, no sólo está presente en toda su obra sino que su reiterada aparición nos induce a hablar más de preocupación e inquietud ante un problema que aún no ha encontrado solución apropiada, y que es punto de partida para todo intento serio de modificación de la estructura del estado venezolano. Desde los tiempos inmediatos a su llegada, cuando Caracas excedía apenas los límites de la pequeña ciudad de espíritu rural, hasta el momento de la preparación de este volumen, toda la actividad de Pedro Grases está orientada hacia la preservación y trasmisión de conocimientos, lo que pudiera considerarse objetivo normal, ordinario, en cualquier hombre de pensamiento. Pero en el caso que nos ocupa la revisión de los dieciséis volúmenes que componen su obra revelan que su grande y único gran tema gira alrededor de Venezuela, pero acompañado de un objetivo fundamental, aunque no en la concepción de una pedagogía puesta al servicio de la educación del pueblo venezolano, expresión más apropiada a la preservación de los intereses de quienes transitan los confusos y demagógicos caminos de la política diaria. Se trata más bien de dos grandes y magníficos -nobles, mejor- focos de interés: en primer lugar, la educación, vista y ejercida como trasmisión de conocimientos, y luego, una tendencia constante a contribuir a la formación de Venezuela como nación moderna.

El interés básico, esencial, en su vida es, podríamos decir, la educación. Aunque consciente de la audacia de la afirmación, nos atreveríamos a sostener que no hay escrito, manifestación o actividad en la que Grases intervenga, que no tenga como objetivo educar. Y no porque haya un propósito, o porque la pedagogía sea determinante en sus escritos. No, en él no hay formación pedagógica, si por tal entendemos estudios   —XLII→   sistemáticos de una disciplina. No se encuentran enfoques pedagogizantes, ni especulación alrededor de las ideas de los grandes teóricos de la educación -apenas alguna que otra referencia indirecta en el Índice acumulativo. Las investigaciones realizadas no han sido guiadas por el ejercicio o por la manifestación de una profesionalidad. En Grases hay una posición definida: asume el hecho educativo como una concepción de vida, como cuando refiriéndose a la Universidad privada sostiene que «una universidad no es una empresa, sino un compromiso con la comunidad». Podrían bastar estas palabras para saber que estamos delante de un hombre sustentado sobre una línea principista consecuente y coherente, que se orienta hacia una filosofía educativa, y no hacia lo que podría ser una suma de situaciones específicas determinadas por circunstancias diferentes cada vez. Lo que interesa destacar no son los intereses particulares de la Institución sino el bien colectivo.

-En el «Prólogo General» con el que da inicio a sus Obras, deja consignadas reflexiones que no dudamos en considerar de especial trascendencia. Enlazadas en un grato y noble recuento de sus primeros días en Caracas, y con el consiguiente comentario a precisas circunstancias de esos momentos, leemos reflexiones escritas cuarentitrés años después, al inicio de la década de los ochenta, cuando la realidad venezolana no presagiaba siquiera lo que pocos años después habría de venir, bajo el impulso de un gran afán de lucro estimulador de una espiral corruptiva hasta ahora incontenible, que coloca los anteriores niveles de robo y saqueo como «ejercicios» para acceder a estratos de mayor riqueza, lo que facilita la lenta pérdida de valores ciudadanos fundamentales mediante la traición a principios básicos de una conciencia nacional. Esas reflexiones no sólo no han perdido vigencia sino que desafortunadamente, fueron un débil y tal vez atemorizado vaticinio de lo que hace menos de una década podía haberse considerado un mal augurio y hoy la fuerza de la corrupción las va convirtiendo en un acelerado pasado.

***

Después de transcurridos los primeros quince días como vendedor de máquinas para escribir, Grases inicia su vida como profesor, primero en el Liceo Fermín Toro, de Caracas, luego en la incipiente Escuela Normal Superior, para incorporarse definitivamente entre el cuerpo docente del recién creado Instituto Pedagógico Nacional que tanta figura ilustre ha dado a la educación venezolana.

En 1937 no había en la ciudad ni edificios adecuados para la enseñanza, ni laboratorios, ni libros, y sólo una somera información de lo que acontecía en el mundo de las letras y de la ciencia. Tengo muy presente que aun el nombre (sólo el nombre) de Ramón Menéndez Pidal era ignorado por los profesores de literatura. Se trabajaba en locales inadecuados, improvisados. Tengo el vivo recuerdo de que en el Liceo Fermín Toro (de Dos Pilitas a Mamey) debíamos esperar a que terminase la hora del profesor   —XLIII→   que nos precedía para ocupar nosotros -alumnos y profesor- el aula, como si fuesen clases rotativas. Todo por falta de espacio. En el Instituto Pedagógico (en la esquina de Cipreses, en la casa que fue residencia de la familia Colmenares Pacheco) no había nada. Ni útiles, ni laboratorio, ni biblioteca, de todo lo cual darían buen testimonio los compañeros de esos días iniciales de mi profesorado. En la sala de lectura que se fue formando en el Pedagógico están bastantes de mis libros (alrededor de un centenar de volúmenes), salvados de la catástrofe de la emigración.

Pues bien, hoy con grandes locales y laboratorios, grandes edificios, con excelentes bibliotecas (incipientes, pero bibliotecas) y con espacios generosos destinados a la enseñanza, inclusive con Ciudad Universitaria, estoy persuadido de que la enseñanza venezolana no está mejor -cualitativamente considerada- que en los tiempos heroicos posgomecistas de 1937. Ha perdido un elemento esencial, que en esa época se poseía sobreabundantemente: el entusiasmo apostólico por ser educador y la vibrante vocación estudiantil. Había un brillo de exaltación en los ojos de maestros y profesores, que suplía con creces la falta de comunicación y la escasez de útiles auxiliares.


(Obras 1, p. 23-24).                


Aunque escritas más de medio siglo atrás, estas reflexiones no han perdido toda su vigencia. Las bibliotecas siguen siendo insuficientes, y el presupuesto de las universidades se dedica principalmente a satisfacer las naturales exigencias de la incidencia del alto costo de la vida en los sueldos y salarios del personal docente y administrativo, hasta el punto de consumir un altísimo porcentaje de dicho presupuesto, por lo que tampoco son suficientes las partidas para investigación, publicaciones, actualización docente y tantas otras actividades académicas cuya enumeración resultaría excesiva en estas páginas. Continúa Grases:

Las ganas de ser eficiente en la docencia superaban las condiciones impropias en el trabajo, los locales, el aparataje instrumental, la pobreza de elementos se compensaba con el placer de educar y los deseos de enseñar en pro del mejoramiento de la juventud. A mi juicio, la profesión sindicalizada ha estropeado la esencia misma de la tarea pedagógica. En general, hoy predomina la aspiración a la organización gremial, a la vida política menuda, localista, con fines discutibles, con relativa altura de miras. Lo señalo como hecho dramático generalizado en el país, aunque naturalmente haya excepciones.


(Obras 1, p. 24).                


La claridad expositiva de la reflexión de Grases obvia cualquier intento de glosa o comentario; pero es muy difícil no dejarse vencer por la tentación de, simplemente, subrayar algunos puntos, como cuando a la pobreza de elementos -escasez de libros, aulas estrechas, locales desprovistos de las cualidades mínimas- opone en compensación el placer de educar y los deseos de enseñar, a pesar de los sueldos miserables, otro de los motivos para que esa actividad fuera considerada -como en efecto lo era- un apostolado. En 1935 ningún instituto dedicado a la enseñanza disponía de edificación propia. El estado venezolano no se había preocupado de la dotación correspondiente a esta   —XLIV→   actividad básica. En el país existían solamente tres liceos que proporcionaban egresados para las dos únicas universidades: la Central, en Caracas, con mil doscientos cincuenta estudiantes y la de los Andes, en Mérida, con una población de doscientos setenta y seis inscritos. En la capital funcionaba el Liceo Caracas, hoy Andrés Bello, con profesores formados en diferentes facultades universitarias, en ausencia del instituto de formación docente, que sería creado durante el gobierno de López Contreras, según decreto del 30 de setiembre de 1936, a los cuatro meses de haber desembarcado en costas venezolanas la pionera misión chilena compuesta por catorce docentes entre los cuales se encontraba Humberto Parodi Alister, quien luego será uno de los más dedicados Directores del recién creado organismo. En la entrega correspondiente a febrero del año treintinueve, la Revista Nacional de Cultura registra así este hecho:

Durante el presente mes de febrero el Instituto Pedagógico Nacional se ha instalado en su nuevo edificio que es sin duda por la amplitud y magnificencia arquitectónica una de las más bellas construcciones escolares, si no la más bella que se haya levantado en la activa Venezuela de los últimos meses (p. l).


Las líneas transcritas expresan cabalmente el sentimiento de la clase pensante venezolana acerca de un hecho que en nuestros días tiene apenas la significación demagógica de la inauguración de una nueva edificación escolar. Y al saludar el trabajo de los docentes del nuevo Instituto, así dice la misma Revista:

Una ‘elite’, no en el sentido pretenciosamente exhibicionista y adornado que ordinariamente se asocia a esta palabra, sino en el más alto y responsable de comprender de manera integral los arduos problemas de la nación y de llevar su ímpetu de cultura hasta la entraña misma del pueblo. La cultura superior, que en otras épocas de nuestra azarosa vida republicana se consideró como adorno o pedestal individual asumiría, así, en este momento renovador de la Patria, un profundo valor y significado social (p. 2).


Es una nota cargada de optimismo, en la que se saluda la instalación del Instituto Pedagógico Nacional en su nueva sede, luego de los meses transcurridos en la provisionalidad del local ubicado entre las esquinas de Cipreses y Velázquez, al que alude Grases en las líneas arriba transcritas. El recargado estilo retórico, característico por lo demás de la prosa discursiva de una época, no impide ver en el saludo de la Revista las expectativas esperanzadoras creadas por el grupo de hombres que trabajaba por la formación de la nueva clase profesional venezolana. «La preocupación por la educación ha sido constante y mortificante, particularmente en la enseñanza superior» confiesa Grases en el «Prólogo» al volumen trece de sus Obras, y por esa preocupación acepta formar parte del claustro del Instituto durante nueve años, lo que demuestra su «inquietud por la marcha de la instrucción pública en Venezuela».

  —XLV→  

Queremos añadir algunas palabras, relacionadas con la actitud docente de Grases. Cuando aplicamos este juicio a la trayectoria de un hombre, en lo que se piensa de inmediato es en el ejercicio profesional, en la actividad de cátedra, en las clases impartidas en cualquier instituto de educación. En el caso de Grases esta interpretación es por demás evidente: durante un significativo período de su vida ejerció la cátedra en todos los niveles de la educación, salvo la primaria. En el primer tomo de Ensayos y reflexiones, volumen trece de sus Obras, encontramos la respuesta a la invitación que le hace un grupo de ex-alumnos del Colegio América -institución a la que estuvo estrechamente ligado durante muchos años- para participar en el proyecto de una revista. Su colaboración se manifiesta en forma de una carta en la que explica por qué no está en condiciones de atender la invitación debido al exceso de trabajo, pero como le resultaba más difícil la simple negativa intenta atender a la demanda de esta forma. Y el resultado es una carta, breve mas pletórica de consejos, de experiencia docente que quiere y necesita transmitir, de búsqueda de comunicación con la juventud, de consideraciones acerca del ejercicio docente:

Cuando la profesión coincide con el gusto de ejercerla, deja de ser trabajo, por lo menos en el sentido de castigo impuesto a la humanidad. Y ser profesor es, más que tarea penosa, un glorioso placer. El trato de la juventud debería ser obligado para toda persona mayor. Es fuente de revitalización de ideas y sentimientos. La atención de ustedes en la clase, sus reacciones, sus travesuras y sus trascendentes ingenuidades, son para nosotros una lección diaria para captar el íntimo sentido de la vida. Si a esto se añade la conversación fuera de la clase y la amistad nacida del entusiasmo, como siempre he notado en ustedes, entonces el goce de la profesión se enriquece con el provecho de la más rica comunicación humana.


(Obras 13, p. 322)                


Se desprende de las anteriores palabras que el ejercicio de la educación trasciende los límites del aula. Dar clases, lo que comúnmente se entiende por dar clases no es todo. En las reflexiones personales que escribe para don Eugenio Mendoza -también incorporadas en este volumen- encontramos una referencia a la planta física de la universidad que tiene que ver con lo que se acaba de apuntar: «... es evidente que la simple instalación de aulas y laboratorios no inspira suficiente solidaridad ni adhesión individual por parte de la población universitaria...». Solidaridad, adhesión, no es sólo ejercicio profesional y resignación o paciencia de oyente. Es una interrelación entre quien enseña y quien aprende. Hay una lamentación en cuanto a la inexistencia de un ambiente general propicio para esta interrelación, el campus, al apuntar que sólo existen aulas, módulos de aulas, y faltan espacios para una obra educativa integral, para las tareas de investigación, para bibliotecas, para actividad extracátedra,

... donde pueda darse cumplimiento a la plena conducción y realización de la vertiente de la enseñanza superior: hacia y desde el país donde   —XLVI→   opere mediante la decantación y análisis de los conocimientos y las corrientes científicas, artísticas y literarias del pensamiento universal en la actualidad y de todos los tiempos.


(Obras 13, p. 18)                


La otra parte del trabajo de Grases se encuentra en el producto de sus estudios e investigaciones, es decir, en sus libros. Podríamos, pues, afirmar que la vida de Grases se ha desenvuelto entre estudiantes y papeles, en el aula y en el cubículo. Pero una de las cosas que más infunde respeto en este hombre es que, en el fondo, tanto lo expresado verbalmente como lo registrado en cuartillas es una misma actividad, sólo que manifestada en forma diferente: la palabra es, en cierta forma, perecedera, la versión escrita se mantendrá allí, en los anaqueles, desafiando el tiempo; aunque es justo reconocer al pensamiento transmitido en el aula la capacidad y la fuerza de ser repetido y divulgado por sus discípulos, la erosión del tiempo hará que esa transmisión se vaya agotando en sí misma, mientras sobre las páginas escritas no opere el afán de destrucción del hombre permanecerán para siempre en la penumbra de las bibliotecas para enriquecimiento de futuras generaciones. Pero son dos formas de una misma actividad: la primera es la docencia hablada y la segunda es la docencia escrita: «En Caracas pude reanudar mi carrera de educador y pronto inicié lo que he d ado en llamar mi docencia escrita -mis publicaciones». Es decir, que toda su obra escrita está pensada y proyectada al mundo como parte de su actividad docente, como fuerza de enseñanza. Si bien es cierto que en el ejercicio magisterial se encierra una de las más nobles profesiones del hombre, es igualmente innegable que reducida a la sola transmisión oral de conocimientos puede crear, como en efecto crea, una sensación de frustración al constatar que la dedicación de toda una vida puede haber sido vana, y lo único que ha quedado es, cuando se ha podido realizar, la obra escrita. Grases lo comprendió desde el primer momento, cuando expresa que cuanto ha publicado responde a lo que llama «docencia escrita», para diferenciar lo de la «docencia oral», que impartía en las aulas. El viento y el olvido parecen haberle arrebatado a las futuras generaciones la palabra henchida de conocimientos de maestros como Ángel Rama, por ejemplo: pero las páginas de sus libros quedarán para siempre, recordando al mundo su victoria sobre las sombras de la deslealtad y estableciendo de manera permanente la diferencia entre la sabiduría generosa y la ignorancia egoísta. Se asume una responsabilidad mayor cuando se pasa de la «docencia oral» a la «docencia escrita». De ello tiene conciencia Pedro Grases.

Así como las sabias y humildes páginas dedicadas a la educación encuentran refugio en la parte sexta de esta selección, todos los escritos sobre «el problema educación» fueron reunidos en los dos últimos volúmenes de sus Obras. Queremos pensar que están presentados allí, al final, en un intento porque ellos constituyen el resumen de una vida dedicada al estudio y a la investigación, después de los que pudieran ser «los grandes temas» -Bello, la emancipación, Bolívar-; expuestos allí con alguna timidez, como si estuviésemos delante de reflexiones menores sin la fuerza suficiente para acceder a los superiores niveles de   —XLVII→   aquéllos. Presentamos ahora siete trabajos, aunque vale señalar que los dos últimos -«Discurso en la inauguración de la Biblioteca Pedro Grases, en la Universidad Metropolitana de Caracas» y «Tres retratos en una Biblioteca»- fueron escritos con posterioridad a la aparición de los volúmenes que componen la colección, motivo por el cual no aparecen allí recogidos. Las otras cinco piezas, de variados objetivos, están unidas por esa permanente preocupación suya de que todo lo que se hace debe estar en función de un servicio al país. Inclusive en circunstancias cuando las palabras cumplen una escueta y formal función protocolar, como las pronunciadas en la oportunidad de la concesión de los premios del Consejo Nacional de la Cultura, correspondientes al año 1981, cuando a Grases se le otorga el de «Historia», en las que tal vez podría haberse obviado el asunto, aparece claro y preciso el pensamiento orientador: «Cada cual acaricia y alimenta su propio proyecto -como decía Simón Bolívar- a fin de servir a los demás, vivir el deleite de añadir algo al capítulo cultural del país al que se está integrado, y justificar el hecho de haber nacido para algún noble propósito».




Los hombres

«Definidores modernos» es uno de los capítulos de este volumen en el cual se revela con mayor fuerza la significación de las ausencias, es decir la importancia de lo que permanece fuera de las páginas escogidas, de lo que no se puede incluir por las razones comunes generalmente esgrimidas en publicaciones de este tipo. Salvo las generosas líneas sobre Ángel Rosenblat, una parte del trabajo sobre Gallegos y otra sobre Eugenio Mendoza, el capítulo IV dedicado a los «Definidores modernos» apareció agrupado en el séptimo volumen de sus Obras, pero los trabajos sobre Manuel Segundo Sánchez y Vicente Lecuna habían aparecido, junto con otros dos dedicados a Valentín Espinal y Arístides Rojas, por vez primera en 1953 en un pequeño tomo intitulado Cuatro varones venezolanos, e incluido como número 79 de una de las colecciones más hermosa y útil pero también más modesta de nuestro panorama editorial: los Cuadernos Literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Asentado en estas tierras, vecino de las caraqueñas vegas de Chacao, en una zona que, seguramente gracias al azar lleva el nombre La Castellana, como para no olvidar los lejanos orígenes nativos, con paciencia y armonía, Grases adelantaba lentamente en la lectura e interpretación de los fascinantes y enmarañados manuscritos de Bello sin desatender el estudio de otras figuras ligadas profunda y definitivamente al surgimiento o consolidación Venezuela.

Y son precisamente las «Palabras preliminares» del mencionado Cuaderno de la A.E.V., que no están, obviamente, aquí reproducidas, las que ahora se deben recordar para comprender esa otra faceta que sustenta la obra de Pedro Grases.

Las desventuras personales tienen gran valor formativo. Cuando la vieja pedagogía pontificaba que «la letra con sangre entra», andaba más o menos   —XLVIII→   cerca de una verdad: la de que el dolor educa. Y como cada cual habla de la feria según le ha ido en ella, yo puedo apoyarme en mi experiencia para dar la razón de este cuaderno. Antes que la guerra de la Península me obligara a conocer otras tierras, estimaba en más la exactitud científica que la bondad humana. Para mí mismo buscaba el saber, sin reparar en cualidades éticas. Después he comprendido que la vida es más rica y más sabia, si la preside la bondad del trato y la generosidad del alma, puesto que sin la buena gente no habría llegado nunca a rehacerme del estropicio de tantas calamidades.

Y en la nueva tierra de Venezuela, aprendí de veras cuánto significa una mano amiga que nos devuelva la paz, y cuánto vale un corazón comprensivo que nos regale ideas y nos aconseje por el buen camino. Los problemas intelectuales quedan resueltos en la mejor forma: humanizados. Y así es posible reanudar hasta las antiguas ilusiones.


(Obras 14, p. 448).                


En ello queremos insistir. Porque cuando se manejan solamente los criterios que conducen al esclarecimiento de hechos, fijación de fechas, interpretación de acontecimientos, actuación de los hombres que han hecho la historia, se corre el riesgo de presentar una imagen distorsionada de la presencia y de la intervención del historiador. Es también una mejor manera, la mejor tal vez, de comprender América, sus hombres y su historia. No solamente a través del conocimiento e interpretación de los hechos históricos, apoyándose en escuálidas e impersonales metodologías, sino mediante la incorporación de esos otros ingredientes generados en los recovecos del alma. De no ser así, la incorporación de Grases al país no tendría las características que tiene, tanto en la obra producida como en la familia levantada, y que él mismo expresa a través de un permanente equilibrio entre su preocupación doméstica y la investigación bibliográfica o histórica que consume largas horas de estudio y meditación.

En las palabras dedicadas a recordar la figura y la obra de Mariano Picón Salas, encontramos reflexiones que parecen nacidas de la propia experiencia por lo que bien podríamos aplicarlas al caso personal. Durante los años de residencia en Venezuela han sido muchos los viajes emprendidos al exterior, el primero de ellos a los dos años apenas de su arribo al país, que fue como el tributo al mundo nuevo, al realizar el inicial periplo por varios de los países suramericanos. Pero en 1945, cuando todavía el arraigo venezolano podía no ser suficientemente fuerte, se somete a una gran prueba. En diciembre de este año inicia su primera residencia en Estados Unidos, al obtener una beca Rockefeller para completar los estudios cidianos en la Biblioteca del Congreso, de la capital norteamericana. Pero duró poco su felicidad, confiesa con nostalgia, cuando a las pocas semanas de instalado en Washington decide «a regañadientes» aceptar una invitación de la Universidad de Harvard para dictar cursos durante cuatro semestres, como Visiting Professor, plenos de satisfacciones. Se le presentó la oportunidad de permanecer fijo, como profesor titular en el Departamento de Lenguas Romances de una de las más prestigiosas universidades del mundo, pero elige regresar a Venezuela, ante el asombro de colegas y autoridades de la Institución, quienes   —XLIX→   no comprenden cómo se puede optar por el atraso cuando se tiene por delante la mejor oferta que se le podía hacer a cualquier docente.

Mi réplica la fundaba en el deber de la vuelta a Caracas, de donde había salido con licencia de un año que me fue prorrogada por otra anualidad, y también -¿por qué no decirlo?- a causa de que a mi juicio el hispanismo de América del Norte puede alcanzar grandes niveles de erudición y conocimiento, pero no entenderá nunca el íntimo espíritu de las creaciones hispánicas, tan distantes de la idiosincrasia norteamericana. Prefería dedicarme a la enseñanza en un pueblo más cercano y similar al mío, original.


(Obras 1, p. 36-37).                


Todavía hoy, cuando algún arriesgado e improvisado perdedor se podría atrever a considerar a Grases como hombre de tarea cumplida, desde su Vilafranca natal no cesa de confesar su añoranza y necesidad del ambiente tropical. Así dice Grases de Picón:

Venezuela es punto de partida y permanente acicate en las indagaciones de Picón Salas. En el fondo, aunque su pensamiento discurrió por el ámbito de todo el continente americano y por el de Europa, y extendió sus disquisiciones hasta el mundo clásico greco-latino, su objetivo último, siempre presente, fue Venezuela, y toda exploración, universal o concreta, inquietante o reposada, era siempre referida a su tierra, a sus gentes. Vibra siempre este tema como bordón imprescindible, en todo cuanto compuso. De Venezuela parten sus inquietudes hasta los más amplios asuntos de la Cultura, hacia Venezuela revierten todas sus meditaciones.


(Obras 7, p. 360)                


El texto transcrito forma parte, como ya lo hemos dicho, de las páginas dedicadas al ilustre escritor merideño, dentro del tomo 7 de las Obras. Es un ensayo originalmente publicado en la revista chilena Mapocho y reproducido unos años después en Digo mi canción a quieta conmigo va, volumen en el que recoge material variado compuesto por un buen número de prólogos, conferencias y artículos aparecidos en la prensa diaria o en revistas. El hermoso y sugerente título procede del último verso del «Romance del conde Arnaldos» del Cancionero de Amberes, impreso hacia 1545, que vale la pena reproducir íntegramente, por lo mucho que dice del carácter y personalidad de Grases:


¡Quién hubiera tal ventura sobre las aguas del mar
como hubo el Conde Arnaldos la mañana de San Juan!
Con un falcón en la mano la caza iba cazar,
vio llegar una galera que a tierra quiere llegar:
las velas traía de seda, la ejarcia de un cendal;
marinero que la manda diciendo viene un cantar
que la mar facía en calma, los vientos hace amainar,
los peces que andan nel hondo arriba les hace andar,
las aves que andan volando nel mástel las faz posar.
Allí fabló el Conde Arnaldos, bien oiréis lo que dirá:
—L→
-Por Dios te ruego, marinero, dígasme ora ese cantar
Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar:
-Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va.


***

Quizás la mayor muestra de vileza del ser humano pasa a través de la deslealtad, en especial cuando se instrumentaliza para lograr un objetivo cualquiera. El hombre escoge su huella, y mientras la va imprimiendo escribe al mismo tiempo su propia historia, que puede corresponder a una vida de honestidad o a una de infamia, aunque se pueden dar también las de mediocre existencia; pero lo que no se perdona al grande ni al pequeño es la deslealtad, la manipulación de los afectos para favorecer oscuros designios. La amistad es lo único que el hombre no puede perder. Prescindir de ella es prescindir de la vida misma. Por eso Grases expresa en el «Prefacio personalísimo»:

Decir uno su propia canción a otro; sentir la emoción de recibir la canción del amigo, o del compañero, o del maestro, ¿no es acaso el más entrañable placer en la vida que nos haya tocado vivir en la tierra?


(Obras 7, p. 26).                


No basta estudiar la obra de un escritor o, en este caso, de un historiador. Porque el hombre no es sólo pensamiento. Es también, y quizás fundamentalmente, emoción. Por ello, no dudamos en afirmar que no se conoce por completo la obra si ignoramos al hombre. Y quien desee acercarse a la figura de Grases tiene, por lo menos, que leer los prólogos que escribió para cada uno de los, hasta ahora, dieciséis volúmenes de sus Obras, en los que define el contenido y nos comunica las razones que lo llevaron a esa escritura.

Si la vida de un hombre se pudiera encerrar en pocas palabras claves, tal vez maestro y amigo podrían ser dos de las que utilizaríamos en el caso de Pedro Grases. Hemos escrito la vida, que es la totalidad del tránsito por este mundo, porque encierra la obra escrita pero también las acciones del diario acontecer, el trato con los demás, la expresión de los sentimientos, el por qué y para qué de esa vida. En la palabra maestro está implícita la transmisión del conocimiento, la trascendencia de un saber que no se escatima sino que se concibe como un bien que pertenece a las generaciones futuras. Quien no sabe transmitir, quien no está capacitado para comunicarse, quien antepone los intereses privados, personales, al bien común no tiene condiciones de maestro. Y en la palabra amigo, está encerrado el afecto, el sentimiento, y en la amistad se expresa el intercambio, porque el cariño, el altruismo, la lealtad -especialmente la lealtad- no son particulares: o se dan o no existen. Si se practica -porque la amistad más que una creencia es una práctica, una permanente forma de ser- entonces se está forjando la más noble forma de vida, la que más vale la pena de vivir, porque dejan de ser simples palabras con mucho hipócrita trajín, para expresar su verdadero contenido: una concepción de la vida. Por todo ello, Maestros y amigos es el título del volumen siete de la Obras de Grases, en el que reunió notas -algunas breves, otras de mayor extensión-,   —LI→   evocaciones, comentarios y ensayos sobre la huella que dejaron hombres que han estado cerca de su vida durante cuarenta largos y fructíferos años, a partir de 1938, menos de un año después de su llegada al país. En palabras del autor, este volumen es «Un canto a la amistad y un testimonio de gratitud». Maestros y amigos podría ser, con toda propiedad, el título de esta selección, si tomamos en cuenta que enseñanza y amistad constituyeron la base de la actividad de Grases, y reflejan la esencia de su trabajo intelectual, aun en los casos en que este se dirige al pasado, en temas y figuras a los que aparentemente no cuadran tales manifestaciones.

Escribir sobre Manuel Segundo Sánchez o sobre Arístides Rojas no parece despertar grandes emociones, y en efecto es así. Pedro Grases trabajó la historia y la historiografía, investigó sobre el periodismo, sentó las bases de la moderna bibliografía y documentación nacionales, y se acercó a la crítica literaria; pero donde se revela íntegramente su fibra humana, su concepción de la vida, su generosidad e hidalguía es precisamente en los momentos de reflexión sobre los valores imperecederos del hombre, sobre sus sentimientos y emociones.

***

En la tercera parte de esta selección, que lleva por título «Repúblicos del siglo XIX», se recogen muestras de trabajos sobre Valentín Espinal, Fermín Toro y Juan Vicente González. Tres personalidades, tres concepciones de la vida, tal vez tres maneras de concebir el país. Pocos años los separan: los tres ven la luz en la primera década del siglo, y con un año de diferencia, mueren en la década de los sesenta, Toro en la misma fecha de Bello, sin conocer los reales beneficios de una larga guerra que les concedió la independencia política, viviendo dentro del atraso producido por las luchas desencadenadas por las ambiciones personales de los supuestos herederos de la lucha emancipadora. El mayor de ellos, Espinal, tenía veintisiete años cuando muere Simón Bolívar. Al agruparlos bajo la definición de «repúblicos», Grases destaca la enorme diferencia entre la actuación y el pensamiento de cada uno de ellos y la realidad imperante en el convulso país. Realidad nacional que no parece haberse agotado con el cambio de siglo. Todavía hoy, referirse a un venezolano como «un repúblico» crea, para decir lo menos, extrañeza. Cuando en febrero de 1983, Grases redactaba el Prólogo al volumen diez de sus Obras seguramente no percibía la actualidad de las palabras dirigidas a señalar «sin vacilación» a Valentín Espinal como un «auténtico modelo para la juventud contemporánea». Y decimos esto por que han transcurrido apenas cinco años y lo que Grases señalaba para ese entonces se ha profundizado y extendido: «... particularmente en nuestros días cuando se aprecia un evidente deterioro en el pensamiento cívico, y las artes y profesiones presentan también síntomas de peligrosa decadencia, por falta de devoción en el aprendizaje». Pero no sólo eso. Hay falta de devoción en todo: en el aprendizaje, en el trabajo, en el sentido del servicio público, en el ejercicio de la medicina,   —LII→   hasta en el sacerdocio. Se ha llegado al extremo de familiarizarse con la corrupción, de no considerarla siquiera motivo de censura moral, no diremos persecución y penalización legal. En la historia de una nación, los años no cuentan para fijar los grandes acontecimientos transformadores, pero cuando se trata de la vida diaria, del trajín cotidiano, del presente que a cada uno de nosotros nos toca construir, produce una espantosa laceración en el espíritu constatar la validez de una apreciación expresada en función del pasado, que no solamente perdura y es aplicable al presente, sino que se profundiza y robustece, sin aparecer en el lejano horizonte los síntomas de superación del infausto momento.




La callada actividad

A pesar de la aparente aridez de los suelos donde se cultiva la historiografía, la tarea de selección de escritos de Pedro Grases que presentamos a consideración del lector no especialista, o no especializado, no escapa a las dificultades de cualquier otra publicación del mismo tipo. Seguramente habrá ausencias inexplicables para algunos, y posiblemente el conjunto no satisfará el gusto de todos los estudiosos. No es fácil presentar en los límites de este volumen la imagen completa de una producción intelectual, que en su totalidad ocupa hasta ahora más de doce mil páginas escritas en español, sin contar el volumen de textos en catalán, y excluidos los escritos del volumen diecisiete, actualmente en prensa. Se podría pensar que la mencionada dificultad está referida a la amplia cobertura de temas, enfoques y personajes, lo cual, sin duda, es cierto, pero no exclusivo, porque de ser así se trataría simplemente de aplicar criterios cuantitativos. La importancia que reviste el trabajo de Grases para los estudios sobre la venezolanidad, sobre el nacimiento de una nación, no se puede encerrar en la apabullante amplitud de un gran índice, ni en el señalamiento de su contribución a la definición de lo que podríamos llamar «la identidad» -así, entre comillas, por el carácter subalterno de ésta a la impostergable creación y robustecimiento de esa nación moderna que se busca- sino porque sin ellos el estudio de la historia de Venezuela estaría incompleto.

Pero si realizar la selección con vistas a la incorporación de escritos ha sido una gran tarea, la fuerza ejercida para dejar fuera lo que no se incluyó es -y lo decimos sin timidez ni temor a la exageración- una labor de gigantes. Generalmente en obras de esta índole se atribuye -y se asume, en consecuencia- la responsabilidad por la selección, por lo que se ofrece al lector. Yo creo que en el caso de Grases, si no mayor, es de igual magnitud la responsabilidad asumida por lo que se incluye, que por lo que se ha tenido que dejar fuera. Ha sido más difícil decidir lo que se descartaba que lo de indudable reproducción, no sólo porque esta obra no tiene carácter antológico, de acuerdo con lo que tradicionalmente se entiende por tal, sino porque una parte importante de la actividad de Pedro Grases en Venezuela no está encerrada en un determinado número de apretadas cuartillas. Por una parte,   —LIII→   está escondida en documentos cuya inserción en este volumen se vería, por decir lo menos, fuera de sitio. Por otra parte, esos documentos sólo reseñan o relatan la parte visible de la respectiva actividad, pero no necesariamente su significación, su trascendencia. Los documentos están recogidos a lo largo de los quince volúmenes de sus Obras, en el sitio que corresponde a cada una. La no inclusión se podría subsanar con la justificada mención de aquellos cuyo listado fuera suficientemente demostrativo del sentido y significado. No pretendemos dedicar tiempo y espacio a reseñar todo aquello que figura en sus Obras y que dejamos de incluir acá; pero estimamos justo mencionar algunos casos a modo de ejemplo, y como necesario reconocimiento a una gran labor.

Con toda razón se nos podría reclamar, por ejemplo, no haber destacado la importancia de los documentos que reúne en el «Apéndice» al trabajo sobre la conspiración de Gual y España, incluidos en el volumen tercero de las Obras, y parte del cual se transcribe acá. Desde la reproducción, que alguien podría considerar anecdótica e intrascendente, de los versos de algunas de las canciones patrióticas, hasta los textos completos de los «Derechos del hombre y del ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos» de 1797, los «Derechos del pueblo» de 1811, la «Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano» en la traducción de Antonio Nariño, de 1793, pasando por las varias «Constituciones» de Mérida, Barcelona y Angostura, ponen de relieve la autoridad indiscutible que le otorga el profundo y vasto conocimiento documental del investigador.

En 1939, cuando el tiempo no le había alcanzado para conocer el vasto y desolado territorio nacional, emprende la organización de la «Primera Exposición del Libro Venezolano» en el lapso comprendido entre dos fechas por demás significativas, desde el 29 de noviembre, natalicio de Andrés Bello, hasta el 17 de diciembre, muerte de Simón Bolívar. Cuando al año siguiente se organizó la «Segunda Exposición», se puso en evidencia que desde el año anterior, cuando se reunieron las dos mil quinientas piezas entre libros, folletos, periódicos y hojas sueltas, impresas por venezolanos o extranjeros, dentro y fuera del país, se estaban sentando las bases de una estructura bibliográfica importante, que representaba mucho más que una simple y circunstancial muestra de impresos, ya que con ella, como nos lo explica Grases en el «Prólogo» del Catálogo, se inicia un programa de exhibiciones que tendrá como tema central la historia de la imprenta en Venezuela, desde su aparición en 1808 hasta nuestros días, correspondiendo el primero al que va desde la introducción de la prensa Gallagher y Lamb hasta 1830, «la etapa más difícil de estudiar en cuanto a publicaciones se refiere, y, asimismo, la que más dificultades presenta para reunir los impresos». Es importante destacar, además, que este programa tuvo alguna incidencia en la incipiente industria editorial venezolana cuando, a partir de esta segunda muestra, se organiza conjuntamente la «Feria del Libro Venezolano».

  —LIV→  

Su dedicación al estudio de la obra del Primer Humanista de América le brinda magníficas oportunidades para demostrar lo que dejamos dicho. El 25 de febrero de 1948, por decreto del Presidente de la República, el Maestro Don Rómulo Gallegos, se constituye la Comisión Editora de las Obras Completas de Andrés Bello, de la que desde un primer momento Grases es designado Secretario. Imposible recoger todas las notas escritas de su puño y letra a los veintiséis tomos pues, como él mismo bien dice «las notas sueltas separadas del contexto, no tienen sentido». Pero también es cierto que el texto sin la nota de Grases -escondida muchas veces bajo la firma de «La Comisión Editora»- no siempre alcanza la debida claridad. A lo largo de más de cien páginas del segundo volumen de sus Obras encontramos las notas, advertencias editoriales y comentarios preparados para los diferentes tomos de las Obras Completas de Andrés Bello, producto del trabajo en la Comisión. Esparcidas en los volúmenes, con la relativa confusión que creaba los intervalos en la aparición de los tomos, estas notas parecían tener su razón de ser dentro de cada uno de ellos, como si no tuvieran relación con los otros. Encontrarlas ahora reunidas magnifica el trabajo y les confiere una categoría de cuerpo doctrinario que antes no veíamos, sin duda por cortedad de visión puesto que ellas son ahora las mismas de hace treinta años, pero como ocurre muy a menudo en la vida, fue necesario el paso del tiempo para advertir esta dimensión de las páginas no firmadas por Pedro Grases. Por un momento pensamos -hasta llegamos a escribirlo- que no era necesario haberlo acompañado durante años, pues bastaba la lectura de sus escritos para comprender cabalmente la magnitud de la tarea realizada. Pero el testimonio que podemos consignar quienes diariamente recibíamos la paciente enseñanza, confiere a esta rectificación el valor del debido homenaje personal. Confesamos el temor que nos domina de incurrir en horribles lugares comunes, al percatarnos de que no disponemos de los mecanismos adecuados para expresar cabalmente todo lo que nuestra formación también debe a la callada actividad de Pedro Grases. Pero como decíamos antes, lo escrito allí está, con su firma personal o con la corporativa. Queremos ahora reivindicar el trabajo realizado bajo el más absoluto silencio, para el que no era posible ninguna firma. El que habiendo sido comenzado a tempranas horas de la madrugada estaba dirigido al programa editorial, la organización de los volúmenes, el paciente desciframiento de los manuscritos, la elaboración de índices. Un trabajo de equipo en el que Grases participaba, sin rubores, pretensiones o vanidosas posturas, oyendo y aceptando las observaciones que pudiéramos hacer cualquiera de los jóvenes recién graduados profesores del Pedagógico, como Óscar Sambrano Urdaneta, José Santos Urriola o quien escribe estas líneas. Una lección de modestia, de humildad, pero también de madurez intelectual y de conciencia en el trabajo que responsablemente se emprendía, demostrando una especial condición humana al aceptar desde el respetuoso señalamiento de una lectura equivocada del manuscrito hasta la observación general a la marcha de la investigación.

  —LV→  

Otra callada actividad, realizada sin estridencias, y que se derivaba de la admiración y responsabilidad bellista, como si el trabajo en la Comisión Editora no fuera suficiente, Grases emprende la tarea de organizar todos los años la «Semana de Bello», que no era otra cosa sino una serie de actos que se realizaban alrededor de su fecha natalicia. «Durante los días de su celebración en Caracas hubo hasta en el aire y en la luz un eco jubiloso por los merecidos homenajes al primer humanista de América». Desde 1951 hasta 1956, con entusiasmo y dedicación se organizaban en las principales ciudades venezolanas ciclos de conferencias, charlas, exposiciones bibliográficas e iconográficas; se solicitaba la colaboración de las universidades, las cuales agregaban siempre lo mejor de sus voluntades, se incorporaban aquellas embajadas cuyos países tuvieron directa relación con Bello, como las de Chile y Gran Bretaña, además de la representación venezolana en estos dos países. En el tomo dos de sus Obras, Grases reúne las páginas escritas para cada uno de los libros donde recopila artículos, notas de prensa y entrevistas, así como los textos de las conferencias pronunciadas en los actos conmemorativos de las diferentes semanas dedicadas a la conmemoración del natalicio de Bello. En la presentación al Segundo Libro de la Semana de Bello en Caracas encontramos lo que nos parece la mejor y más sentida expresión de la trascendencia de la serie de homenajes al ilustre caraqueño. Dice Grases:

Desde los Andes al Orinoco, y del Caribe a la Guayana y al Apure, en todos los lugares donde un maestro tiene escolares y discípulos, se intensificó durante la Semana de Bello el estudio y el conocimiento de la obra del humanista y del valor de su vida. Esta acción didáctica aplicada metódicamente ante los niños y adolescentes ofrece todavía mayores perspectivas de fecundidad que la palabra erudita o el discurso emotivo en Academias, Universidades y Centros de Cultura. La mejor cruzada, la de mayor trascendencia, es sin duda la que se haga silenciosamente en las aulas de cada uno de los planteles de enseñanza de todo el país. Nadie puede medir los frutos que ha de dar la glosa de la figura del Maestro, hecha a las mentalidades jóvenes y prometedoras de Venezuela. En la educación de las nuevas promociones está la esperanza de los trabajos actuales. De ahí que conmuevan las comunicaciones que de los más apartados rincones de la República, han enviado una legión de educadores, ya sea en la colocación de un retrato de Bello en cada sala de clase o en la Oficina de la Dirección, ya sea el programa didáctico de un centro de interés ideado alrededor de un poema de Bello, o de un episodio de su vida.


(Obras 2, p. 598-599)                


Lástima constatar que después de la sexta «Semana de Bello» no se ha vuelto a hacer más nada. El esfuerzo se perdió, la semilla no prendió o la figura del Maestro no fue suficiente para proyectar el estímulo, más allá de la tarea emprendida por Grases.

  —LVI→  

***

El paso por el Pedagógico nos formó profesionalmente, y luego la Universidad nos enriqueció en el conocimiento del mundo de la creación literaria, pero también, especialmente en la segunda, los años que le dedicamos estuvieron llenos de nuevas experiencias. En ambas instituciones recibimos las estimulantes enseñanzas de Grases. En la primera, una peculiar y, creo, muy personal, pero efectiva metodología nos hizo descifrar y gustar las asperezas de la gramática española, tan ingrata en las aulas del liceo. En la segunda, tuvimos la fortuna de conocer otras facetas del antiguo profesor. A su lado, en la Universidad y en la Comisión de las Obras Completas de Andrés Bello aprendimos a apreciar mejor la sensibilidad desarrollada a partir de la relación con el hombre, lección que se reanuda en el grato contacto diario que ofrece el trabajo en la Fundación La Casa de Bello. Saber valorar la condición humana nos resulta hoy más importante aun que los conocimientos adquiridos. Nos duele la convivencia con la soberbia, y nos escuece que la vanidad encuentre asiento permanente en las aulas. Abunda el talento sin probidad. Cuando la Institución debería ser modelo de todo, y los colegas dignos representantes de esa condición, muy a menudo encontramos una pretendida infalibilidad que se alimenta de adulaciones y engaños mutuos. Compartir la jornada de trabajo con Pedro Grases permite mantener la fe en la solidaridad humana; facilita el tránsito rodeados por la hostilidad de la envidia; reanuda, a pesar de todo, la confianza en el país; nos percatamos de que abnegación, generosidad y entrega son virtudes extrañas hoy en día. No digo que no se las encuentre, que no existan, existen, sí, pero se desbordan fácilmente cuando las asalta el triunfante pragmatismo y la común falta de sensibilidad y consciencia de objetivos verdaderos, auténticos. El predominio de intereses grupales impide generalmente el desarrollo de la comunicación personal, base de una verdadera amistad entre las personas, y condición indispensable para el desenvolvimiento del trabajo intelectual. Sin embargo, una lección se ha aprendido, cual es precisamente, saber valorar lo opuesto, el contrario. Hemos aprendido a distinguir la solidaridad, la lealtad, las actitudes consecuentes, la coherencia, la discrepancia honesta y sincera, la confrontación de ideas y la defensa de una posición.

Rafael di Prisco





  —LVII→  

ArribaAbajoCriterio de esta selección

Al contraer el compromiso que tanto nos honra de preparar un libro de Escritos selectos míos para la prestigiosa colección de la Biblioteca Ayacucho, he de confesar que sentí cierto sobrecogimiento y temor, pues estoy persuadido de que la prosa producida habitualmente por mi pluma a lo largo de medio siglo, carece del atractivo que para el lector moderno puede ofrecerle cada uno de los tomos de esta Biblioteca -auténtico repertorio de altísimo nivel- compuesto por famosos estilistas de la creación literaria, así como por volúmenes de obras fundamentales, en documentación y en historia. Conozco mis limitaciones, debidas sustancialmente a que he dedicado mis desvelos a un mundo de investigaciones, carentes de las cualidades que dan rango estético o alcances trascendentales en la historia de la literatura y del pensamiento.

Más de una vez he referido que cuanto he publicado responde a lo que llamo «docencia escrita», para diferenciarlo de la «docencia oral», que corresponde a la exposición ante un auditorio, en clases o en conferencias. Por tanto todo lo que corre impreso con mi nombre pertenece a los predios de la enseñanza, que está lejos de la menor pretensión de propósitos artísticos. Sobre este tipo de materiales he debido proceder para preparar este libro de Escritos selectos, destinado al lector general. Me ha ofrecido algunas dificultades y me ha planteado algunas vacilaciones. Me corresponde explicar cuál es el criterio que he seguido.

Naturalmente he recurrido a los textos que componen los diez y seis tomos de mis Obras, editados por Seix Barral, entre 1981 y 1986, más algunos originales que incorporaré a mis volúmenes 17 y 18, si algún mecenazgo me ayuda a que vean la luz.

He distribuido en seis secciones las páginas escogidas, a saber: I. Humanismo y libertad en la Emancipación; II. De libros e imprentas; III. Repúblicos del siglo XIX; IV. Definidores modernos; V. Escarceos de lenguaje y VI. De educación.

Creo que señalan, aunque con cierta imprecisión, los temas a que he dedicado mi atención, en los varios campos tratados en mi vida de escritor. Constreñir a quinientas páginas la masa de once o doce mil páginas no era ciertamente empresa fácil, si quería dar un conjunto de monografías unitarias que, aunque parciales, dieran idea justa indicadora de lo que he querido decir. Tenía que renunciar a muchos asuntos entrañables en que había puesto íntimas ilusiones y dedicado largas vigilias. Si yo hubiera sido autor de tratados orgánicos de contenido bien delimitado, me hubiera bastado reunir dos o tres títulos para formar mi libro.

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No era el caso, porque la casi totalidad de lo que he confiado a las prensas está compuesto por capítulos sobre asuntos muy concretos en los que he creído aportar algo nuevo, desconocido o visto hasta el momento de modo confuso. Es frecuente que varios de mis estudios se refieran a diversas facetas de objetivos más amplios, considerados en cada caso desde un ángulo determinado. Ello me ha permitido agrupar algunos escritos bajo el título más general. Ojalá haya acertado.

El otro escollo que he debido salvar radica en el carácter mismo de mis escritos, elaborados en prosa llana y en los cuales, quizás me he excedido siempre en apoyar cuanto he dicho en referencias a documentos (a menudo transcritos) o en la mención del sustento bibliográfico idóneo. La consecuencia natural de tal estilo es la de dar textos poco atractivos a los lectores de prosa seguida, que son quienes acuden a los libros de la Biblioteca Ayacucho. Por tal razón, he resuelto ahora aliviar el aparataje crítico de notas, citas y menciones a fuentes bibliográficas, cuando he visto que podían aligerarse mis escritos. Dejo siempre la consideración del tema y su teoría, pero reduzco los soportes de las notas para lograr una lectura menos recargada, cuando he entendido que era aconsejable. Creo que da un cuerpo de temas que indican cuáles han sido mi dedicación y mis preferencias, y espero haya logrado evitar la pesadez de la forma, al disminuir la sobrecarga de las transcripciones de autoridades. El ámbito de mis disquisiciones comprende desde el último tercio del siglo XVIII hasta nuestros días, en humanismo, historia, bibliografía, crítica, documentación, historia de las ideas, la imprenta, señales de cultura, lenguaje, periodismo, análisis de obras; en una palabra, en los predios de la historia intelectual.

En el fondo y en la realidad, el cordón umbilical que ata todo lo que he querido hacer no es más que el servicio a la educación, desde el despeje de enigmas bibliográficos hasta los grandes hitos de la historia del pensamiento humanístico en Hispanoamérica.

Lo que ha sido objeto de mi preferente atención ha sido la evolución de las ideas en el mundo hispanoamericano desde las últimas décadas del siglo XVIII hacia la consumación de las nuevas repúblicas hasta 1830. El nacimiento del ánimo independentista en las comunidades coloniales de habla española, que se manifiesta en la voluntad de emancipación en el primer tercio del siglo XIX, despertó poderosamente mi interés cuando me dediqué a conocer e interpretar las grandes personalidades que representan y defienden la mutación de las teorías y los principios que conducirían a la proclamación de la independencia del continente colombino. Fue un cambio profundo de convicciones en los pensadores y políticos lo que sostuvo el ánimo de las minorías de ciudadanos que proclamaron una nueva filosofía política que mantuvo tensos los espíritus que llevaron a cabo la lucha por la liberación nacional. Los héroes militares no se comprenderían sin la base del fondo de razones que conforman y sostienen la voluntad de acción.

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Este análisis lo desarrollo en los trabajos que constituyen la primera sección del volumen, que denomino «Humanismo y libertad en la Emancipación», y en la cual he reunido algunos escritos, encabezados con el ensayo sobre «La generación de la independencia», en el cual esbozo las bases de una tesis interpretativa del siglo XVIII venezolano, con el planteamiento de unas líneas maestras para esclarecer el profundo cambio acaecido en esta parte de Tierra Firme, desde los   —LIX→   primeros años del 1700 hasta el fin de la centuria. Sigo luego con la relación de los hechos y documentos que explican la «Conjuración de Gual y España», en 1797, que es a mi juicio el primer contacto de las ideas liberales republicanas peninsulares con la preocupación o el presentimiento por la libertad de un grupo de patriotas hispanoamericanos. Aunque la conspiración terminó en fracaso, la fuerza de las ideas se impuso en tal forma que unos años más tarde, en 1811, los protagonistas de la emancipación reconocieron la identidad de principios y estimaron la acción de 1797 como el más directo precedente de la proclamación de la libertad nacional de Venezuela.

A idéntica tendencia, proyectada y extendida a un ámbito mucho mayor, corresponde la acción de Francisco de Miranda, quien desde la última década del siglo XVIII había emprendido la misión apostólica de persuadir a sus coetáneos del gran propósito de liberar el continente hispánico. Reúno cinco trabajos sobre Francisco de Miranda: «La casa de Grafton Street, en Londres»; «La imprenta de la expedición libertadora»; una nota sobre «Miranda y Bello»; y dos artículos sobre «La biblioteca de Miranda» y «La singular historia de un libro» que estuvo en sus anaqueles.

Entre los hechos importantes por la emancipación señalo el de la introducción de la imprenta en Venezuela y comento asimismo el conjunto de traducciones de interés político-cultural que se acometen en esta parte septentrional de Sudamérica.

Luego, entro en la parte de mis estudios sobre Andrés Bello, de los cuales he escogido el de mi tesis sobre el «Humanismo liberal», seguido del juicio integral relativo a «La personalidad de Andrés Bello», en curso de publicación en inglés en la obra Latin American Writers, en Estados Unidos, y el capítulo de «Las aportaciones de Bello en el estudio del Poema del Cid», en lo cual he trabajado por muchos años.

Termino esta sección con algunos textos sobre Bolívar: «Hitos bibliográficos bolivarianos», con la conferencia dada en 1983 en la Biblioteca Pública de Boston sobre algunos puntos orientadores en la obra del Libertador; la conferencia sobre «El carácter hispánico de la Emancipación Hispanoamericana», dada en Barcelona el 12 de octubre de 1985; y, para finalizar, el artículo «Bolívar y Góngora», que presenta un nuevo aspecto en el análisis de las fuentes literarias de Bolívar.

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En la segunda sección, «De libros e imprentas», asuntos que también han ocupado con mucha frecuencia mis vigilias, he seleccionado tres capítulos: a) El relativo al libro de José Luis Cisneros Descripción exacta de la Provincia de Benezuela, que es el primer pleito bibliográfico en la historia de los libros en Venezuela; el estudio del Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros para Venezuela en 1810, que es sin duda el primer libro impreso en Venezuela, redactado por Andrés Bello, quien escribe en él un «Resumen de la historia de Venezuela», la prosa más extensa, única conservada de la juventud del humanista. La localización e identificación de este venerable impreso es quizás la mayor satisfacción experimentada en mi vida de investigador de la imprenta nacional. Cierro esta sección con el estudio de los impresos de Angostura (Ciudad Bolívar), emanados del taller de Roderick que fue el instrumento de Bolívar al empezar en 1818-19 la campaña definitiva de la liberación suramericana.

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En la sección tercera, «Repúblicos del siglo XIX», inserto la estampa de tres personajes entre los muchos que he tratado, como representativos de las líneas y hechos nacionales en la edificación de la República: a) Valentín Espinal, artesano y hombre público, editor y político, que es un modelo de autodidacta en el rico panorama de ciudadanos del siglo XIX; b) Fermín Toro, diplomático, sociólogo y humanista, cuya vida fue ejemplo de rectitud y sabiduría; y c) Juan Vicente González, apasionado escritor, humanista frustrado, víctima de su entrega patriota a la política de su tiempo. En estos tres hombres, aspiro a que se vean las tendencias fundamentales por la construcción de la república.

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En la sección cuarta, «Definidores modernos», inserto mi interpretación de siete personajes del siglo XX, a quienes traté asiduamente, hoy desaparecidos, que fueron activos y eficaces ciudadanos en diversos aspectos de los tiempos modernos en Venezuela, cada uno en determinado campo, según su especialidad intelectual de la acción de sus vidas. Me duele dejar fuera de la relación a personalidades de alta valía, pero he decidido incorporar sólo a personas ya difuntas: Manuel Segundo Sánchez, el mejor conocedor de la bibliografía nacional, estudiada por él con gran perfección; Vicente Lecuna, el historiador y exégeta de Bolívar, el más ilustre en toda la historia del bolivarianismo, quien nos legó una obra extraordinaria; Rómulo Gallegos, el mejor novelista moderno venezolano y una de las grandes plumas del continente, maestro en el lenguaje y en el consejo ético-político, que ha de merecer el respeto contemporáneo y el del futuro; Augusto Mijares, campeón de la interpretación de los modelos de honestidad y patriotismo en el pasado nacional, y gran analista de la vida moderna de Venezuela; Mariano Picón Salas, prosista atildado y gran razonador de la sociedad del siglo XX de Venezuela, con su donaire de estilo y su profundo sentido de humanista; Ángel Rosenblat, filólogo de muchos quilates, quien nos legó una viva lección maestra en sus estudios del lenguaje y en sus admoniciones de crítico de los problemas de la enseñanza; y Eugenio Mendoza, genio empresarial, espíritu creador ejemplar, quien tuvo profunda comprensión del carácter de lo venezolano. Más que por su obra de forjador de riqueza, nos da la indicación de cómo hay que obrar en bien del país, en educación, en salud y en el uso de la fortuna.

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En la sección quinta, «Escarceos de lenguaje», incluyo algunos ensayos sobre particularidades del castellano en Venezuela, que acaso hubiese sido mi mayor dedicación, si no me hubiese decidido a entregarme a los temas de la historia de la cultura.

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«De educación», denomino la sexta y última sección de este volumen y en Con todo gusto reproduzco además algunos escritos relacionados con la «Biblioteca ella incorporo algunos textos sobre asuntos de lo que ha sido mi vida profesional. Pedro Grases», en la que se conservan los libros (sobre 65.000) que reuní a lo   —LXI→   largo de más de cincuenta años y que luego obsequié a la Universidad Metropolitana de Caracas. Me vi correspondido magníficamente, con la construcción de un edificio para el servicio bibliotecario, que lleva en piedra -homenaje perenne- mi nombre en su fachada. ¿Qué más podía esperar?

Tal es el contenido de este tomo, que lleva por mi parte la mayor carga de emoción imaginable.

1989.

P. G.





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ArribaAbajoI. Humanismo y libertad en la emancipación

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ArribaAbajoLa generación de la independencia

(Esquema para una investigación del siglo XVIII venezolano)


1.-En Venezuela el período correspondiente a las últimas décadas del siglo XVIII y a los diez primeros años del XIX, o sea, antes de iniciarse la lucha efectiva y declarada por la Independencia, presenta a los ojos del historiador un extraordinario interés, por cuanto que plantea la presencia de un hecho de enorme trascendencia, que es el siguiente: sin antecedentes que permitiesen preverlo, esta porción de América, encabezada por la ciudad de Caracas, da al mundo hispánico una generación de personalidades de primer orden, cuyo conjunto es expresión de madurez evolutiva en los aspectos sociales, políticos e intelectuales, suceso al que hay que intentar darle explicación.

Si consideramos que en el espacio de algo más de un cuarto de siglo nacen en el territorio que hoy es Venezuela, hombres como Francisco de Miranda (n. 1750), Andrés Bello (n. 1781), Simón Rodríguez (n. 1771), Simón Bolívar (n. 1783), Juan Germán Roscio (n. 1763), José Luis Ramos (n. 1783), Cristóbal Mendoza (n. 1772), Francisco Javier Ustáriz (n. 1774), Vicente Tejera (n. 1774), Felipe Fermín Paúl (n. 1774), Francisco Espejo (n. 1758), Fernando Peñalver (n. 1765), Manuel Palacio Fajardo (n. 1784), José Rafael Revenga (n. 1786), Pedro Gual (n. 1783), el Padre Maya (n. 1752), Miguel José Sanz (n. 1756), Mariano de Talavera (n. 1777), Manuel García de Sena (n. 1775), Carlos Soublette (n. 1789), los Álamo, los López Méndez, los Loynaz, los España, y tantos más, debemos deducir que estas tierras han vivido en su transcurso histórico un proceso de perfeccionamiento y desarrollo que nos obliga a estimar las fuerzas componentes del «habitat» colonial como centro de valor singular para la formación de ciudadanos de altísima calidad humana.

La simple enumeración de los nombres consignados, cada uno de los cuales nos da hoy la noble lección de haber sido excepcionales protagonistas de grandes obras, tanto en la acción pública cuanto en la vida del espíritu, como humanistas, políticos, pensadores, juristas, estadistas, indica que la época con que se cierran los tiempos coloniales es por un lado un índice de alta valía para una organización social, y por otra parte es el signo promisor de una acción futura, como la que   —4→   en efecto se lleva a cabo con la gesta impresionante de la Emancipación a partir de 1810. En la existencia de los pueblos nada se debe a la casualidad o al capricho y si las razones últimas de la Independencia tenemos que encontrarlas en la decisión humana, y ella exige profundidad de conocimiento, firmeza de juicio, doctrina política, fe en las convicciones, voluntad de acción, y delicada sensibilidad en la comprensión de las sociedades, todos estos elementos han de tener sus raíces en los caracteres de los personajes que supieron dar expresión y realidad a la tarea de construir un nuevo Estado.

2.-Es natural que una sociedad que cuenta con tales personalidades no se resigne a vivir en condiciones de dependencia, a permanecer sometida a un régimen minimizador de su propio valer, sino que busque la vía para llegar a manejar sus propios destinos. No es otro el sentido de las palabras proféticas de uno de los integrantes de esta generación, Andrés Bello, quien al resumir el dictamen escrito en su análisis de la Compañía Guipuzcoana establecida en Venezuela a lo largo del siglo XVIII, dijo:

«Tales fueron los efectos que harían siempre apreciables la institución de la Compañía Guipúzcoa, si semejantes establecimientos pudieran ser útiles cuando las sociedades pasando de la infancia no necesitan de las andaderas con que aprendieron a dar los primeros pasos hacia su engrandecimiento. Venezuela tardó poco en conocer sus fuerzas y la primera aplicación que hizo de ellas fue procurar desembarazarse de los obstáculos que le impedían el libre uso de sus miembros».


(Resumen de la Historia de Venezuela, Caracas, 1810)                


Estas palabras, salidas de la pluma de Bello en 1809, en vísperas del otro gran paso hacia la proclamación del libre uso del derecho a la nacionalidad, son exponente de la mayoría de edad de un pueblo, en plena conciencia de la responsabilidad de sus propios actos.

Prescindir de «las andaderas con que aprendieron a dar los primeros pasos» significa para la sociedad venezolana, proclamar el derecho a regir su propio gobierno.

3.-En el vastísimo imperio colonial hispánico en América, Venezuela, como en general toda la costa atlántica del Continente, había sido territorio de escaso relieve histórico, cultural y económico. Si lo comparamos con las fastuosas realidades que al poderío español brindaron México, Guatemala, el Perú, Potosí y tantos otros puntos de países bañados por el Pacífico, vemos que a Venezuela le toca poco más que el haber sido escenario de la gran leyenda de El Dorado, que convirtió este suelo en tierra de aventuras y de ilusiones en busca de la fantástica región de los más alucinantes tesoros. Salvo el brevísimo intervalo de la producción perlífera de Cubagua, no correspondió Venezuela a los anhelos codiciosos de quienes se lanzaron a su descubrimiento y posesión desde los primeros años del siglo XVI. Y en este desencanto transcurren casi doscientos años, durante los cuales van sembrándose ciudades y establecimientos   —5→   a lo largo y a lo ancho de la geografía de Tierra Firme, sin que se convierta en realidad el mito que trajo a las playas venezolanas población de habla castellana y negociantes aventureros en pos de la fortuna soñada. Transitó por sus paisajes toda clase de gente: desde el apostólico P. Las Casas con su fracasado experimento colonizador, hasta la violencia del Tirano Aguirre que termina trágicamente sus días en Barquisimeto. El trasiego humano y la mezcla de razas va dando a Venezuela su población vegetativa, que ensaya su propia convivencia en un inmenso espacio y va pensando en los medios necesarios para subsistir. En algunos memoriales son formuladas ante la Corte metropolitana las primeras aspiraciones de esta poco afortunada colonia que saca sus reservas de la próvida naturaleza. No alcanza ciertamente mayor atención por parte de la Corona que ya una vez con los Welsers había considerado y tratado el país como objeto de transacciones financieras, aunque no incurriera en merma de soberanía.

Durante los siglos XVI y XVII esta porción del mundo será escenario de actos heroicos y sabrán rechazar sus pobladores ataques insolentes de piratas y contrabandistas, pero en sus rasgos generales la tierra venezolana había sólo recorrido una larga etapa de dura conquista por parte del hispano dominador, así como la de un lento establecimiento de núcleos de población extendidos desde San Cristóbal, en la actual frontera con Colombia, hasta la costa oriental, donde las aguas oceánicas reciben la corriente del Orinoco, en cuyas orillas aparecen simbólicos centros misioneros, que aspiraban a llevar la fe cristiana hasta lo más intrincado de la selva guayanesa.

Pero el país, como tal, con su régimen económico deficitario, no había encontrado todavía, hacia fines del siglo XVII, el rumbo que lo encaminaría a su propio desarrollo y a la definición de una estructura individualizada. Prácticamente fueron dos siglos perdidos: el XVI y el XVII.

4.-El siglo XVIII nos ofrece otra perspectiva y posiblemente sean los sucesos acaecidos durante esta centuria los que nos den la clave para explicarnos el desenvolvimiento de los trazos fundamentales de la nacionalidad venezolana. Lo cierto es que la imprecisa fisonomía que nos es dable comprobar en lo que es hoy Venezuela, para los años postreros del siglo XVI, se ha transformado a fines del siglo XVII en un cuadro radicalmente distinto, pues en su gente, en sus instituciones, en sus obras y en sus manifestaciones de cultura, nos hallamos ya con los elementos constitutivos de nuestro gentilicio, en tal forma que el pensamiento de sus escritores, su modo de vivir y la gesta que llevarán a término en el primer tercio del siglo XIX, tienen el sello inconfundible de lo venezolano. Si para el 19 de abril de 1810 se oye la palabra de una nación que proclama el derecho a la existencia emancipada, no hay duda que ello es el resultado de la pausada maduración de los caracteres individuales, que se han forjado primordialmente en el yunque de la centuria precedente.

5.-En primer lugar, la principal fuente de subsistencia se fija desde comienzos del siglo XVIII en la agricultura. Se abandonan las   —6→   quimeras perturbadoras del hallazgo de El Dorado, o las búsquedas de las riquezas mineras, para concentrar el esfuerzo de sus pobladores en la explotación agrícola para la cual la naturaleza venezolana ofrecía sus fecundos valles, sus campos, sus laderas, de ilímites provechos. Bastó que la atención de los moradores de esta porción de Tierra Firme se dedicase con mayor ahínco a los cultivos para que comenzase un cambio de signo en el devenir del país. Faltos, sin embargo, de organización adecuada, sus costas quedaban a merced de negociantes sin escrúpulos que sometían a contrabando sus productos.

Las actividades del comercio existente en los primeros años del siglo XVIII no hubieran dado resultados apreciables para el país, sino a larguísimo plazo.

6.- La creación de la Compañía Guipuzcoana de Caracas, en 1728, empresa monopolística de comercio, fue uno de los sucesos más trascendentales en el pasado histórico venezolano, ya que con ella se dio una orientación decidida a la vida agrícola en suelo venezolano y se organizó además de modo racional la actividad mercantil del país, especialmente con la cuenca del Caribe, tanto como en la Metrópoli. Anulado casi por completo, con la vigilancia de la navegación, el tráfico ilegal que aplastaba la vida comercial; y comprobados los espléndidos resultados que la feracidad del suelo podía dar al hombre, se fue enriqueciendo en posibilidades esta porción del mundo. Dejó de depender del erario de la Nueva España, para tener recursos fiscales propios. Y con los naturales altibajos de toda empresa de monopolio, la Compañía Guipuzcoana de Caracas, cuya existencia se prolongó hasta 1785, irá realizando una tarea de compenetración y asimilación paulatina del poblador y su tierra, con la formación de intereses y de afectos entre el hombre y su geografía, de incalculables beneficios para la futura nación.

No creo que sea demasiado aventurado afirmar que con la Compañía Guipuzcoana comienza el auténtico proceso de integración e interrelación de las provincias venezolanas, y con él el nacimiento de un germen de constitución de una sociedad que habrá de desenvolverse progresivamente con caracteres definitivos. Es posible que, además, los bajeles de la Compañía, hayan sido «los navíos de la Ilustración», como los denominó el poeta Ramón de Basterra; es posible que con las mercancías para el consumo de nuestros antepasados, hayan llegado ideas y libros, doctrinas e impresos, que impulsarán las mentes de caraqueños, tocuyanos, maracaiberos, valencianos, cumaneses, yaracuyanos y cuantos vivían en estas tierras, pero lo que nadie podrá negar es que haya sido uno de los factores determinantes de la evolución social venezolana como pueblo con rasgos individualizados.

7.-La Compañía Guipuzcoana provocará acciones y reacciones, que se denominarán en nuestra historia: la rebelión de Andresote (1730-1732), el motín de San Felipe el Fuerte (1741), Juan Francisco de León (1749), y la sublevación de El Tocuyo (1744). Algunas protestas han llegado a merecer hasta interpretaciones de alcance político. Debemos anotar también cómo los Gual y los Zuloaga resisten en La Guaira   —7→   (1743) y en Puerto Cabello (1743) los ataques de la flota inglesa. Pero este movimiento pendular, de pros y contras, es también signo visible de un pueblo en franco crecimiento. Y con estos actos colectivos se irán fortaleciendo los músculos de una sociedad que habrá de sostener a principios del siglo XIX el peso de la acción hercúlea de la emancipación de medio continente.

La acción pública de la colectividad colonial da muestras de vida desde mediados del siglo XVIII, manifestaciones que no se hubieran sospechado en la centuria anterior. Está ya en marcha una nación que va cobrando su propio perfil. Cuando la Compañía Guipuzcoana se extingue en 1785 se había ya decretado en 1777 la Capitanía General de Venezuela, como lógico reconocimiento legal a una realidad sociológico-política, base de la futura estructura del Estado.

8.-Las actividades mercantiles debidas principalmente a la presencia de la Compañía Guipuzcoana han empezado a dar asimismo un principio de enlace, trato y organización entre las ciudades del país, con lo que se aumentaban el mutuo conocimiento y los vínculos de relación. Del mismo modo se inicia el descubrimiento de las zonas inexploradas del territorio con expediciones que parten de las regiones ya pobladas de Venezuela. Así se emprendió la de Iturriaga, las visitas a la Guayana, y otras posteriores que ensancharon el horizonte de la geografía venezolana.

Todo ello constituye un grupo de factores que van acumulándose a lo largo del siglo XVIII y van dando mayor solidez y compenetración a la población colonial, que llega a formular protestas contra la opresión ejercida por la Compañía con peticiones de tanto vuelo como la solicitud del libre comercio, que constituye quizás la primera reclamación pública en nombre de la comunidad.

El establecimiento de la libertad de Comercio es un hecho trascendental en la vida de Venezuela.

9.-A este mismo siglo XVIII pertenece también la creación de la Universidad de Caracas. De 1721 es la cédula de fundación de la Real y Pontificia Universidad de Santiago de León de Caracas, aunque se instaló en 1725. Primera gran semilla de la cultura superior en el país, la cual, si bien mantuvo por muchos años las características típicas de estos establecimientos coloniales hispánicos en los dominios de América, fue un centro de inquietudes intelectuales, cuya falta hubiera sido sensible falla en la evolución de la futura sociedad de Venezuela.

Del seno de la Universidad saldrán educados muchos de los hombres representativos de la historia nacional. No es posible ni oportuno entrar en la disquisición valorativa de nuestra Universidad colonial, que tantos encontrados pareceres ha suscitado. Básteme citar unas palabras para mí suficientemente representativas, como son los que estampó Francisco de Miranda, el Precursor, en su primer testamento de 1805, reiteradas en el segundo, de 1810, otorgados ambos en Londres, en circunstancias muy semejantes, cuando Miranda decidía regresar a Venezuela:

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«A la Universidad de Caracas se enviarán a mi nombre los libros clásicos griegos de mi Biblioteca, en señal de agradecimiento y respeto por los sabios principios de Literatura y de Moral Cristiana con que administraron mi juventud, con cuyos sólidos fundamentos he podido superar felizmente los graves peligros y dificultades de los presentes tiempos».


Si en Miranda admiramos, junto con sus convicciones, la fortaleza y el temple del carácter, tenaz y perseverante, no es en verdad escaso ni débil el homenaje que rinde a la modesta Universidad de Caracas, cuando proclama deberle los «sólidos fundamentos» de su personalidad.

10.-Otras dos instituciones sociales refuerzan su presencia en el siglo XVIII venezolano: el Cabildo Municipal y la Iglesia.

En la vastísima geografía del país, unas pocas ciudades esparcidas a distancias considerables, que las naturales dificultades de comunicación debían mantener en práctico aislamiento, iban rigiendo la vida municipal a través de su respectivo Cabildo, organismo rector de las actividades locales. Con el desarrollo de la agricultura cada municipio agrandará el límite geográfico efectivo de su propia jurisdicción, pero no se alcanzará a la plena organización provincial, pese a las disposiciones legales que nos hablan de Provincias. De hecho son las ciudades: Caracas, Barinas, Mérida, Maracaibo, Coro, Cumaná, etc., los centros determinantes de las decisiones públicas. Los respectivos Cabildos son entidades que acometen y resuelven materias hoy reservadas a cuerpos legislativos de ámbito más dilatado. En los últimos años coloniales se encuentran de hecho los Cabildos con un extraordinario poder de acción. Por ejemplo, al iniciarse el movimiento del 19 de abril de 1810, proclamado por el Cabildo de Caracas, el acuerdo de adherirse o no a la revolución caraqueña será tomada en toda la extensión de Venezuela por los Cabildos de las principales ciudades, cada una de las cuales hablará prácticamente en nombre de sus Provincias.

La Iglesia, como aglutinante social, ve también el incremento progresivo de su presencia en Venezuela. Desde la primitiva sede de Coro, la silla episcopal pasará, por resoluciones oficiales de 1636, a Caracas. La participación en la vida pública corre paralela al desarrollo del país.

Ilustres prelados harán oír su voz admonitoria para la orientación de sus feligreses. Con la mayor consistencia de la colectividad, la Iglesia acrecienta paralelamente su acción durante el siglo XVIII. Es sumamente ilustrativo el relato de la visita del Obispo Mariano Martí de 1771 a 1784.

Antes de la explosión de 1810 alcanza la silla de Caracas el rango de Arzobispado (1803).

11.-Podrían multiplicarse los testimonios demostrativos del proceso integrador que el siglo XVIII representa para Venezuela. Ininterrumpidamente se han ido estableciendo y fortaleciendo los organismos propios para el gobierno del país, en lo administrativo, en lo jurídico, en lo eclesiástico, en lo mercantil, si bien con dependencia de la Metrópoli, pero ya desgajado el territorio de jurisdicciones intermedias en América.

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A fines del XVIII hallamos un conjunto de disposiciones promulgadas por la Monarquía española respecto a la ordenación política, económica, administrativa y eclesiástica acordadas para el buen régimen e integración del territorio de lo que es Venezuela en nuestros días, que hasta esta época había estado sometido a diversas y complejas jurisdicciones, casi como apéndice geográfico a entidades políticas de mayor significación. Veamos tales resoluciones:

a) El 8 de diciembre de 1776, se dicta la Real Cédula de creación de la Intendencia de Caracas, con jurisdicción sobre las provincias de Venezuela, Cumaná, Guayana, Maracaibo e islas de Margarita y Trinidad, o sea en toda la extensión del Estado actual. El profesor Eduardo Arcila Farías en el prólogo al magnífico libro de la Dra. Gisela Morazzani de Pérez Enciso, La Intendencia en España y en América (Caracas, 1966), señala la trascendencia de la institución, en cuanto al ordenamiento económico del país. Subrayó que la Intendencia de Caracas era la segunda que se creaba en los dominios españoles de América.

b) El 7 de setiembre de 1777, por Real Cédula de Carlos III, se agregaban a la jurisdicción gubernativa y militar de la Capitanía General de Venezuela, las provincias de Cumaná, Guayana y Maracaibo, e islas de Trinidad y Margarita, «del mismo modo que lo están, por lo respectivo al manejo de mi Real Hacienda, a la nueva Intendencia erigida en dicha provincia, y ciudad de Caracas, su capital».

c) El 13 de junio de 1786, se crea la Real Audiencia de Caracas, por el mismo monarca. En ella se ratifica la jurisdicción de la Capitanía General e Intendencia de Caracas, y dispone la instalación de la Audiencia de Caracas a fin de «evitar los perjuicios que se originan a los habitantes de dichas provincias de Maracaibo, la de Cumaná, Guayana, Margarita e Isla de Trinidad, comprendidas en la misma Capitanía General, de recurrir en apelación de sus negocios a la Audiencia pretorial de Santo Domingo».

d) El 3 de junio de 1793 se promulga la Real Cédula de creación del Consulado de Caracas, el tercero que se establecía en la América hispana, pues se habían creado antes únicamente los de México (1603) y Lima (1614). Destaca Arcila Farías que el Consulado de Caracas fue decretado por Real Orden de 5 de setiembre de 1785, aunque sus Ordenanzas no fueron aprobadas sino el 3 de junio de 1793, fecha definitiva de su promulgación. Señalamos algunas particularidades que ofrecen positivo interés: la de que las Ordenanzas del Consulado de Caracas se deben a iniciativa de los caraqueños, por cuanto que fueron autorizados para redactarlas; en segundo lugar, se le atribuyeron funciones de organismo de fomento, de las que carecían los organismos similares; y, por último, subrayamos que es el primer Consulado establecido en Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo XVIII, síntoma evidente del reconocimiento de la necesidad de organizar una provincia que se veía pujante y en brillante proceso de desarrollo. En la primera comunicación del Intendente de Caracas, don Francisco de Saavedra (2 de mayo de 1785), aparece constancia clarísima de este convencimiento:

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«Sin embargo que en esta parte veo recompensadas mis fatigas y que el comercio cada día se fomenta, los frutos se multiplican y el erario crece, conozco que son inadecuadas las luces de un hombre solo para atender a los muchos artículos de que constan estos dos importantes ramos [agricultura y comercio], los cuales exigen un cuerpo personalmente interesado en su adelantamiento...

Reflexionando estos puntos me vino a la imaginación que estas Provincias, así por su estado presente como por los vastos lejos que se descubren para lo venidero, no desmerecían un Consulado...».


Saavedra, el Intendente civilizador, comprobaba el desenvolvimiento alcanzado por el territorio a su cargo, y, además vislumbraba un porvenir halagüeño, de vastos lejos, para los años futuros.

e) Registro, por último, la Bula del Papa, fechada a 24 de noviembre de 1803, por la cual se hizo la erección canónica del Arzobispado de Caracas, y sometidos como Sufragáneos los obispados de Mérida y Guayana, o sea que su jurisdicción abarcaba a todo el territorio que en lo temporal estaba sujeto a la Intendencia, a la Capitanía General y a la Audiencia.

Este grupo de documentos constituye la trabazón legislativa e institucional de la actual extensión geográfica de Venezuela. Naturalmente, corresponde a una porción de los dominios de la Corona española, reordenada en el siglo XVIII sobre un plan que abarcaba toda la vasta dimensión del Imperio español, pero lo que nos importa es destacar cómo se hizo en esta región y en qué momento: en las últimas décadas del siglo XVIII.

Son instituciones que significan el reconocimiento de mayor personalidad, puesto que con su creación se quiere atender a las necesidades efectivas del manejo y gobierno del país. Aunque los cargos más eminentes en lo político serán reservados a funcionarios que se envían expresamente de la Metrópoli, con lo que se creará motivo de agravio, alguna participación tendrán en tales organismos personajes criollos que irán adquiriendo práctica y experiencia en el gobierno de los asuntos públicos. En otros, como el Real Consulado, son criollos sus dirigentes.

Se ha señalado, muy justamente, que la organización de toda esta estructura legislativa ha sido la base de la moderna Venezuela, pues la independencia política lograda poco tiempo después, a partir de 1810, se fundó en Hispanoamérica sobre el principio del uti possidetis, sobre los antecedentes y límites vigentes en 1810 durante el régimen de dominio español. Por tanto, lógicamente, se han interpretado como base de la nación y el Estado venezolanos.

12.-Ha sido tema de exaltación por parte de notables historiadores una u otra institución como punto de partida de la vida política independiente. Por ejemplo, para Mario Briceño Iragorry, «la Cédula Real de 1777, que permitió al Gobernador y Capitán General de Caracas, dictar órdenes que se cumplían uniformes desde el Roraima hasta Río de Oro» constituye el momento en que «se echaron los cimientos político-geográficos del gran hogar venezolano y de entonces arranca el   —11→   proceso formativo de nuestro país como nacionalidad determinada en el conjunto universal de los pueblos civilizados». Han surgido discrepancias muy respetables sobre esta interpretación.

No son, sin embargo, las divergencias de opinión lo que motiva esta glosa.

Estimo que el conjunto de disposiciones que atañen a Venezuela, desde la creación de la Intendencia de Caracas en 1776 hasta la erección del Arzobispado de Caracas en 1803 pueden orientar el estudio de la transformación acaecida en Venezuela a lo largo del siglo XVIII. Realmente las resoluciones oficiales de ordenación administrativa y política son generalmente consagratorias de un estado de hecho, más que causa de una evolución posterior. Es decir, son resultados, normas y sanciones de gobierno que reconocen la transformación habida en un país, consagran algo que la vida y los hechos han demostrado o hecho ver al buen observador político, al estadista que sabe percibir con mayor exactitud que los demás, la fuerza de un cambio o de un estado real.

De ahí que juzgue de gran trascendencia el estudio de la mudanza y el desarrollo de la sociedad que habitó desde principio del siglo XVIII el país que hoy constituye la nación venezolana. O sea, alterar la perspectiva del examen de las disposiciones que hemos enumerado: verlas como término de una profunda evolución desde los comienzos del siglo hasta sus postrimerías.

Creo que una investigación sistemática y orgánica del siglo XVIII venezolano, teniendo como norte esta finalidad, habría de dar una excelente disquisición histórica.

Pienso en el análisis metódico de unos cuantos temas, que sin carácter limitativo de ninguna clase, consigno a continuación:

-Las instituciones. Organismos de gobierno metropolitano. Los Cabildos y su régimen. La Universidad. La enseñanza. La Iglesia. El Ejército.

-La Legislación general y las disposiciones particulares.

-La población. Clases. Convivencia. Distribución en el campo y en la ciudad. Costumbres. Las comunicaciones.

-La propiedad. El trabajo.

-La agricultura y el comercio.

-La evolución cultural. El pensamiento.

-Manifestaciones públicas, como signo del espíritu colectivo.

-Relaciones con otros países.

El desarrollo a fondo de estos puntos y otros más, podría dar una visión más clara y acaso satisfactoria del problema que plantea el siglo XVIII venezolano.

13.-Deseo mencionar un documento, a mi juicio, de gran significación: El Resumen de la Historia de Venezuela, de Andrés Bello. El texto de este escrito primerizo del gran humanista fue elaborado a fines de 1809 o a primeros de 1810, en todo caso antes del movimiento político del 19 de abril. Más de la mitad del Resumen es síntesis de   —12→   fuentes de cronistas, como es bien sabido (Oviedo y Baños, principalmente), pero la porción relativa al siglo XVIII es de redacción original de Bello, basada con seguridad en sus propias observaciones y pesquisas, o en informaciones suministradas directamente por compatriotas de avanzada edad o recogidas de la tradición oral, por lo que tiene a nuestros ojos mayor valor que los relatos y descripciones debidos a terceros.

En esta parte original de Bello, está el juicio ya aducido sobre la acción de la Compañía Guipuzcoana en Venezuela, que nos ofrece un cuadro vivo de los cambios operados en el campo y en algunas ciudades, testimonio profundamente humano y orientador en la investigación que preconizamos. Estas páginas de Bello son la explicación de los vastos lejos, que Don Francisco de Saavedra comunicaba en 1785 al Consejo de Indias.

14.-Poco antes de expirar el siglo XVIII, la Capitanía General de Venezuela ha de verse sacudida por una conmoción sumamente significativa: la denominada Conspiración de Gual y España, en 1797, un auténtico movimiento precursor de la Emancipación, con ideario perfectamente definido y un plan de acción político, social y económico, con total delineamiento de una doctrina que aspiraba a la transformación nacional. Si no tuviésemos otro argumento, bastaría éste para convencernos de que la evolución del país había experimentado un cambio profundo desde los comienzos del siglo XVIII. No se trata de una conspiración para una protesta esporádica, ni de una acción ocasional, transitoria. Es ya una acción revolucionaria perfectamente articulada con principios, ideario y un conjunto de documentos preparados para la inmediata acción pública. Los Derechos del hombre y del ciudadano con varias máximas republicanas forman el esquema filosófico en que hubieron de apoyarse las decisiones (ideas y conducta) de los integrantes de la nueva sociedad. Es el código de prerrogativas y obligaciones de las personas en tanto que son miembros de una sociedad libre. Tal doctrina va precedida de un «Discurso dirigido a los Americanos», en el que se glosa la recta justicia de los nuevos dogmas sociales y se aducen ejemplos y precedentes para persuadir a los pobladores del Continente, futuros adherentes de los nuevos Estados. A todo ello se unen los textos de proclamas de difusión, unas ordenanzas con instrucciones para llevar a cabo el magno proyecto de liberación, y aun textos de canciones: «Carmañola Americana» y «Canción Americana», destinadas a popularizar con entusiasmos, el ambiente revolucionario que habrá de favorecer el triunfo del movimiento.

Las «Ordenanzas» de la Conspiración de Gual y España desarrollan en 44 artículos las instrucciones, como base de la acción revolucionaria que tenía que ser observada en todas las provincias de Tierra Firme (Caracas, Maracaibo, Cumaná y Guayana) a fin de alcanzar el éxito apetecido: restituir al Pueblo Americano su libertad. Al lado de principios doctrinales, figuran recomendaciones de carácter práctico, órdenes ejecutivas acordadas por los Comandantes de las Provincias para saber a qué atenerse al implantar el nuevo régimen de libertad.

Es sumamente significativo que las «Ordenanzas» se inspiren claramente en el objetivo de la Independencia política, y proclamen el derecho   —13→   a la libertad de cultivo, a la del comercio, así como el principio de la igualdad natural entre los hombres, sin diferencias de razas, con abolición de la esclavitud, y la definición de los símbolos del Estado. De hecho en las «Ordenanzas» se interpretaba para su ejecución práctica el ideario de los «Derechos del Hombre y del Ciudadano», definidos por la Revolución francesa, que fue también texto traducido, impreso y difundido con la Conspiración.

La excitación a la insurrección, contenida en la proclama a los «Habitantes libres de la América Española» indica sin lugar a dudas la finalidad política: la Emancipación, en la conjura de Gual y España.

El «Discurso preliminar dirigido a los americanos» apunta un propósito más alto: dar las razones de la revolución. Abundan las especulaciones de orden filosófico, histórico, político y económico. Quiere ilustrar a quienes se decidan a cooperar en el movimiento que ha de llevar al triunfo la «causa del Pueblo». Forma el «Discurso» la explicación previa e indispensable a los «Derechos del Hombre», que sin esta aclaración de causas y motivos, caerían en terreno impreparado, serían ineficaces.

En el «Discurso» se formulan graves cargos a los reyes y a los gobernantes monárquicos durante los «trescientos años de colonia» por haber mantenido en la ignorancia a sus «vasallos». Para restituir al Pueblo la soberanía, es preciso instruirlo, abrirle los ojos ante el nuevo derecho que el mundo ha proclamado después de tanta errónea doctrina.

América debe decidirse a proclamar su libertad, en el momento en que los otros pueblos están empeñados en la misma lucha. Dados los abusos de los reyes y los reiterados yerros de gobiernos, no cabe otro recurso que la fuerza. La oportunidad es preciosa, pues los principios de redención humana triunfan en Europa, y si en el viejo continente se realiza tal transformación política, en América habrá de ser más fácil, puesto que la nobleza no será impedimento, ni tampoco el clero, ya que habrá de proseguir sin alteración el catolicismo; las tropas patricias habrán de adherirse a una causa que sentirán como propia. Habrá que establecer varias repúblicas en América y si todas se levantan a un tiempo, España no podrá ocurrir a todas partes.

Además, las condiciones de fuerza son superiores en América respecto a España. La población debe unirse: Blancos, Indios, Pardos y Negros, abandonando toda discrepancia y división, de las que ha formado el rey durante su dominio.

Este alegato político volvió a revivir en los días de la revolución de Independencia. Su autor más probable, Juan Mariano Picornell, lo encontramos luego en 1810, como primer Director de la Sociedad Patriótica.

Los textos de la Conspiración de Gual y España tuvieron enorme repercusión posterior en la organización de la Independencia. Los artículos de los «Derechos del Hombre y del Ciudadano», traducidos de la Declaración francesa que pre cede el Acta Constitucional de 1793, son mucho más radicales y violentos que los que constan en la Constitución   —14→   francesa de 1791, que fueron los traducidos por Antonio Nariño. La versión de Gual y España es la que aparece en las Constituciones Americanas, desde la primera de Venezuela, de 1811.

Con todo y que el movimiento finalizó en fracaso, y algunos de sus jefes terminaron en el cadalso, la semilla quedó prendida en la conciencia de los habitantes de la Capitanía General de Venezuela, en tal forma que cuando en 1810 realizan el primer acto formal de Emancipación, enlazan inmediatamente la rebelión de Independencia con la Conspiración de Gual y España, a la que estiman como precedente histórico inmediato, como el antecedente heroico de la liberación del país.

15.-Antes de concluir el siglo XVIII había emprendido Venezuela su marcha hacia la libertad individual y nacional. Cohesionada su sociedad organizada en cabildos, evolucionada su economía basada en la producción agrícola mejorada y en el comercio libre, transformada la resignada mentalidad colonial de otro tiempo en el decidido convencimiento de los derechos propios, era fatal que esta parte del mundo no demorase mucho la manifestación de voluntad de gobernarse a sí misma.

El gran visionario y Precursor de la libertad americana, Francisco de Miranda, en momentos de plenitud en su carrera política elabora como fruto de sus meditaciones y como texto de persuasión política ante la corte inglesa, dos proyectos de bases constitucionales para el continente americano. Con escaso sentido práctico fantasea sobre la posible organización política del Nuevo Mundo en libertad. Imagina en su primer proyecto, sobre los principios de un derecho ciudadano conformado en cierto modo a las doctrinas derivadas del enciclopedismo de la época, una curiosa institución de una Dieta Imperial como cuerpo legislativo, que tendría que elegir a dos Incas que encarnasen el poder ejecutivo supremo, mientras que en las Provincias serían dos Curacas los encargados de representarlo, en el gran cuerpo de la Federación de Provincias Americanas. Supone la existencia de una Ciudad Federal, cerca del Istmo, en la que habrá de residir uno de los Incas, mientras el otro recorre la vasta extensión del grandioso Estado. La administración sería cuidada a través de cuerpos de Censores, Administradores y Ediles, así como de jueces para la vida judicial, organizada en Jurados, tal como se hallaba en Inglaterra y en Estados Unidos de América.

El segundo proyecto mantiene las líneas generales del primero, aunque reduce la grandiosidad de corte imperial a que conducía la institución de los Incas.

La significación de ambos proyectos estriba en el hecho de haber sido concebidos desde Europa en 1798 y en 1801, respectivamente. Aunque sean normas efectivamente irrealizables, no dejan de ser un trazo más en el difícil camino hacia la libertad política de los conciudadanos de Miranda, y en tanto que son otra señal puesta en la vía de la Emancipación, tienen valor positivo y trascendente.

Miranda, en su Proclama de 1806, dirigida «A los pueblos habitantes del continente Américo-Colombiano» utiliza ideas expresadas en su segundo proyecto de bases constitucionales, aunque adaptadas a las circunstancias de una acción expedicionaria. La novedad más importante   —15→   que añade en este documento es la invocación a «los buenos e inocentes indios, así como los bizarros pardos, y morenos libres» para que «crean firmemente que somos todos conciudadanos y que los premios pertenecen exclusivamente al mérito y a la virtud, en cuya suposición obtendrán en adelante infaliblemente las recompensas militares y civiles, por su mérito solamente».

Si la acción de Miranda, quedó reducida en 1806 a la fuerza y ejemplaridad del gesto simbólico, no por ello es desdeñable, como no lo son en el mundo hispánico ninguna de las palabras, ni siquiera el menor acto, de Alonso Quijano El Bueno, inmortalizado por Cervantes. La invasión mirandina fue prematura en 1806, pero a los ojos del historiador moderno, la trayectoria de su vida ha adquirido enorme significación en la evolución de Hispanoamérica hacia su libertad.

16.-Quizás el último y más grave problema de conciencia haya sido el de la compaginación de los principios revolucionarios republicanos con los de las creencias religiosas católicas que fueron dogmas de conducta durante la Colonia. También en este aspecto hallamos en Venezuela el mayor teorizador de Hispanoamérica, quien dedicó principalmente su vida a desvanecer el último escrúpulo de sus conciudadanos. Tal fue la misión de Juan Germán Roscio, excelente jurista, profesor de cánones en la Universidad de Caracas, a quien debemos la continua prédica desde 1811 para apaciguar la preocupación de los cristianos que pudiesen temer que fuese pecado el ser republicano. En numerosos escritos explica y desvanece la supuesta antinomia hasta dedicarle un libro de notable dimensión: El triunfo de la libertad sobre el despotismo (1817), en el que confiesa sus antiguos errores por haber creído en el derecho divino de los monarcas, como pecador arrepentido. Y fundado en los mismos textos (particularmente la Biblia) con que se había edificado la caduca teoría del derecho divino de los reyes, construye la nueva doctrina:

«Muy lejos de ser repugnante al cristianismo la forma popular de gobierno, ella es la más conforme a la igualdad, libertad y fraternidad recomendadas en el Evangelio».


(La Homilía del Cardenal Chiaramonti, 1817)                


Y así extiende sobre la nueva sociedad, no tan sólo los textos legales y los alegatos de los próceres de la Independencia, en su mayor parte salidos de la pluma de Roscio, sino que hace oír su grave y responsable consejo para la conducta individual:

«Son sin duda las virtudes cristianas el mejor apoyo de una República».


(De la misma obra)                


17.-La pobre y escasa vida colonial, que en los dos primeros siglos de dominación había llevado una modestísima existencia, sólo recordada por los actos de heroísmo y violencia, la vemos convertida a fines del siglo XVIII en una entidad vigorosa, capaz de dar al mundo un grupo de personalidades de primer orden. El desarrollo y afianzamiento   —16→   de su economía han corrido parejos con el robustecimiento de sus instituciones y con el desenvolvimiento de la educación ciudadana.

18.-Su población mezcla de las tres razas que se funden en el crisol del Nuevo Mundo en esta región del Caribe está ordenada en la típica sociedad colonial de casi toda la América: mantuanos, blancos, pardos y esclavos. Si no pueden ostentar la brillantez de otras partes del Imperio español, ofrecen no obstante rasgos distintivos de fina cultura y perspicaz acuidad, que llama la atención de los viajeros como Humboldt, quien al comparar las distintas porciones americanas reconoce para Caracas la particular sensibilidad por los problemas políticos de la época y un elevado nivel en la educación pública.

La más desmantelada, otrora, de las colonias hispánicas en América está preparada para llevar a cabo, con extraordinaria pujanza en sus decisiones, el papel de avanzada, definidora, de la gesta de Emancipación del Continente.

19.-En julio de 1808 supo oponerse virilmente al intento de dominación napoleónica. Y en 1810 asombrará al mundo con el comienzo de la Revolución de la Independencia. Sus ideas se esparcen por todo el ámbito americano y Europa seguirá con atención creciente, la resolución de este núcleo social que, después, dirigido por el genio de Bolívar, iba a consumar la libertad del vasto imperio español.

1964-1967



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ArribaAbajoLa conspiración de Gual y España y el ideario de la independencia


ArribaAbajoI. La conspiración


ArribaAbajo1. Las nuevas ideas

Llamarles Quijotes, como a los autores de la rebelión de 1797 premonitora de nuestra Independencia...


Pedro-Emilio Coll                


El paso de la vida colonial a la vida independiente en Hispanoamérica no radica únicamente en los hechos políticos y bélicos que determinan el cambio del poder público, de manos de la metrópoli a los nuevos gobernantes de las nacionalidades constituidas en Estado a comienzos del siglo XIX. Mucho más profundo que el traspaso del dominio, es la conversión de los principios actuantes en las antiguas sociedades coloniales. Los renovadores conceptos filosófico-políticos del «liberalismo» habrán de constituir el nervio y la razón de conducta de los hombres públicos. El esfuerzo del héroe militar, o el genio del estadista se estrellarían infaliblemente en el vacío, si no marcharan al unísono con la transformación de las conciencias. Ambas condicionantes -dirigentes y clima social- son indispensables para que se realice la obra creadora en la historia de los pueblos. Aun el héroe y el estadista necesitan apoyarse en un sólido sistema de ideas para no desfallecer al realizar su propia obra.

A medida que los grupos dirigentes en Hispanoamérica reciben y asimilan las nuevas ideas van realizando ellos mismos la preparación espiritual necesaria para decidirse en favor de ideales revolucionarios. La Independencia, empresa de entusiasmo y abnegación, exige en los hombres rectores fuerte convencimiento para ponerse al servicio de un ideario, dispuestos a servirlo con todo el desprendimiento, la generosidad y la pasión típicas en los pueblos de habla hispánica.

La evolución de las mentes no puede ser de ningún modo repentina, ya que un trastrueque de valores tan completo requiere naturalmente un plazo largo, aun en las minorías dirigentes. Es preciso que las nuevas directrices filosóficas tengan un período de aclimatación paulatina antes de llegar a sazón; que de inquietudes pasen a ser convencimiento, para que se posen sólidamente en las almas de los hombres en la colonia, a fin de que emprendan la tarea no presentida en los años de desconocimiento político.

No creo en los efectos taumatúrgicos de los enunciados de las nuevas ideas. No. Acepto que el proceso histórico es más complejo y que al intentar el análisis de cualquier evolución histórica es preciso considerar el   —18→   tejido vivo de un buen número de causas y concausas que en el acontecer de los pueblos se dan sin el deslinde y esquematización que el historiador lleva a cabo.

Para explicar la Independencia de Hispanoamérica se han ensayado muchas interpretaciones de hechos determinantes. Francisco A. Encina enumera las siguientes: 1) La diferenciación y antipatía entre españoles europeos y criollos; 2) El amor de los criollos a su propio suelo que formó una suerte de «ambiente o alma nacional embrionaria»; 3) La expulsión de los jesuitas, con lo que se debilitó muy considerablemente el lazo espiritual de unión con España; 4) El ejemplo de la emancipación norteamericana; 5) El deseo de Inglaterra; 6) La filosofía política del siglo XVIII; 7) La invasión napoleónica en España y sus consecuencias.

Todo ello, que es verdad, forma una conciencia de época, crea un momento histórico, o si se quiere llamar de otra manera, forma un clima de posibilidades que sólo espera encontrar concreción en una síntesis doctrinal, en una enunciación filosófico-política. Entonces la predicación de una idea puede cuajar de manera decisiva y determinante, porque proporciona el cauce necesario a conceptos más o menos vagos, mezcla de anhelos, de pensamientos y aun de sentimientos.

Tal es el caso, a mi ver, de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamados por la Revolución francesa, aunque con filiación directa con la Declaración de Derechos norteamericana, el Bill of Rights británico, y la filosofía del XVII y XVIII. Su doctrina encuadra poderosamente en todo el mundo occidental a fines del siglo XVIII, como credo del liberalismo. Se convierten así en orientación y encauzamiento, pero no en causa de transformaciones políticas. Son solamente vehículo de las acciones públicas en un tiempo histórico determinado.

En anticipo de influencia, la Declaración francesa de los derechos del hombre fue prohibida en América, en 1789, por el tribunal de la inquisición de Cartagena de Indias antes de ser introducidos sus artículos en el continente y mucho antes de ser traducidos.

***

En la historia colonial de Hispanoamérica observamos un grupo de hechos aislados en diversos puntos del continente, especialmente en el siglo XVIII, señalados como antecedentes del movimiento de la Independencia, puesto que a ella convergen todos por la intención que nos manifiestan. La proclamación de derechos se hará en todo Hispanoamérica de acuerdo con su sistema de ideas expresadas casi uniformemente. Casi las mismas palabras proclamarán en todas partes la redención política, humana, individual y nacional.

Los derechos del hombre y del ciudadano serán una meta final, una aspiración por la que se deberá dar la vida si es preciso. Antes de que los principios liberales alcancen el valor de ideas compartidas por los grupos sociales, habrá sido preciso que los hombres mejores o los más sensibles a las nuevas doctrinas vayan adoptando las normas renovadoras y con su palabra y ejemplo las prediquen para que aumenten los adeptos   —19→   y se halle por fin la conjunción oportuna de las ideas creadoras: los hombres que las sirven y el momento histórico que permite la fructificación. Mi propósito es observar cómo las ideas reivindicadoras de la independencia humana simbolizadas fundamentalmente en los Derechos del Hombre han tenido en Hispanoamérica una importante vía de penetración en esta cabeza de continente, Tierra Firme, la parte más septentrional de la América del Sur. Y más concretamente cómo en la Capitanía General de Venezuela entran en acción a fines del siglo XVIII los principios políticos, sociales y filosóficos que utilizarán más tarde los realizadores históricos de la liberación del continente.

Mientras Miranda está en Europa viviendo la extraordinaria aventura de su fe política para ganar un mundo al proyecto de la vida de libertad, unos sencillos hombres de letras, la mayor parte de ellos profesores y maestros, salidos encadenados de España con destino a «algunos puertos malsanos de América», se ponían en contacto accidentalmente con hombres de Tierra Firme, predicaban la buena nueva, y, con la chispa de la comprensión, se iniciaba una acción revolucionaria que iba a fracasar. Pero catorce años después habría de encontrar expresión, como vibrante eco de victoria, en los primeros textos constitucionales de los nuevos Estados Independientes.

Hablando con nombres y fechas: En 1797 unos reos de Estado, Juan Picornell, Manuel Cortés Campomanes, Sebastián Andrés, José Lax, condenados por la conspiración republicana de San Blas, en España, eran encarcelados en La Guaira, de camino hacia diversos puertos de las costas hispanoamericanas: Puerto Cabello, Cartagena, Portobelo. En La Guaira irían a encontrar quienes les escucharan y entendieran. Almas nobles que se inflamaron de entusiasmo por la libertad de su tierra y de sus conciudadanos: José María España, Manuel Gual y muchos más. Esta aventura tiene sanción trágica para algunos de ellos; para otros significó el destierro y la desventura; para Hispanoamérica dejó un precoz ejemplo histórico, y unos textos que más adelante serán revividos y honrados en documentos de importancia para la historia del continente.

Quiero anudar la existencia de estas ideas a través de los escritos que nos dejó la llamada Conspiración de Gual y España, que no es más que un episodio en el drama riquísimo de los orígenes de la Independencia hispanoamericana. Episodio por otra parte, que no ha sido hasta ahora enjuiciado en todo su valor, particularmente en este aspecto.



  —20→  
ArribaAbajo2. El plan de la conspiración de Gual y España

Cuando las palabras de cualquier propagandista pueden servir de motor a un movimiento de la voluntad de otro hombre cualquiera o de un grupo de hombres, es seguro que esas palabras son sólo una bandera que sirve de guía y de pretexto a estados de opinión ya existentes.


Gregorio Marañón,
Los deberes olvidados.
               


a) Picornell y la conspiración de San Blas.

El 3 de febrero de 1796, día de San Blas, debía estallar en Madrid la conspiración planeada para transformar la monarquía española en República, al estilo de lo acontecido poco antes en Francia. La influencia de las ideas francesas tenía que sacudir forzosamente la Península. Un grupo de hombres de letras dirigía la conspiración, capitaneados por Juan Bautista Mariano Picornell y Gomila, mallorquín de Palma, maestro reformador de la escuela tradicional en España, autor de varios tratados pedagógico-políticos. Acompañaban a Picornell, José Lax, Sebastián Andrés, Manuel Cortés Campomanes, Bernardo Garasa, Juan de Manzanares, Joaquín Villalba, Juan Pons Izquierdo. Todos ellos, hombres de profesión liberal (profesores, abogados, médicos), fueron apresados la víspera de la revolución, excepto Garasa, quien alcanzó a huir a Francia.

El intento de revolución democrática en España iba a terminar con la condena a la horca de los conjurados, con la confiscación de todos sus bienes. Fueron sentenciados, pero gracias a la intervención del agente francés, Mr. Perignon, quien alegó que no podía ejecutarse a nadie por motivos políticos, se les conmutó, por decreto de 25 de julio de 1796, la pena de muerte por la reclusión perpetua en los castillos de Puerto Cabello, Portobelo, y Panamá, en tierras americanas.

Las ideas de liberación no se extinguirían en los apasionados corazones de los conspiradores, sino que prenderían en el destierro al encontrar terreno abonado y voluntades decididas como las de los hombres de San Blas. Cervantes había dicho que las Indias eran «refugio y amparo de los desesperados de España».

Esta vez, gente no indocta, va a predicar ideas de libertad que encontrarán eco en los hombres del mundo hispánico colonial.

b) Hacia tierra americana.

La guerra entre Inglaterra y la coalición franco-española no hacía fácil la navegación en el Caribe. Los condenados a cadena perpetua en «los lugares malsanos de América» fueron remitidos en partidas individuales, y depositados a causa de los riesgos de la navegación en las mazmorras de La Guaira, mientras se esperaba poder enviarlos a los destinos que por toda la vida les había señalado el Gobierno de Carlos IV.

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El bergantín-correo «La Golondrina» trajo a La Guaira, aunque con destino a Panamá, a Juan Bautista Picornell, dirigente principal de la de San Blas, el 3 de diciembre de 1796, a diez meses de la fracasada intentona. Picornell, masón «hombre de corazón ardiente, odiaba el poder absoluto porque España se regía. Habíase educado en los libros de los enciclopedistas, cuya lengua le era tan familiar como la propia, y ardía en deseos de ver realizado en el mundo todos los principios democráticos». «Era hombre de gigantesca estatura, grueso, de rostro sonrosado, de ancha frente, de ojos vivos, pecoso de viruelas, más fuerte aún de alma que de cuerpo». En oficio del capitán general de Venezuela, don Pedro Carbonell, de 10 de junio de 1797, se filia de la siguiente manera: «... natural de Mallorca, de edad de 38 años, alto, de buen cuerpo, cargado de espaldas, cara llena, ojos garzos, pelo negro y corto, cerrado de barba negra, color trigueño, frente espaciosa, el pelo de la cabeza rapado».

Picornell no era hombre vulgar. Exaltado, apasionado, orador de fácil palabra, había hecho exclamar al fiscal de su causa en España «... el hombre que tenemos presente en esta audiencia o es un santo o es un demonio». Nacido probablemente en 1759, educado en humanidades, se había graduado de maestro y había publicado varias obras: Examen público, catechístico, histórico y geográfico, a que expone don Juan Picornell y Gomila individuo de la Real Sociedad Económica de Madrid a su hijo Juan Antonio Picornell y Obispo..., Madrid, 1785; Discurso teórico-práctico sobre la educación de la infancia, 1786; El maestro de primeras letras, 1786; Discurso sobre los mejores medios de excitar y fomentar el patriotismo en una Monarquía, Madrid, 1790. Fue condiscípulo del Abate Marchena, en Salamanca, entre los años de 1785-1788, ambos lectores ávidos de Rousseau y de los enciclopedistas.

Para la conspiración de San Blas había escrito un manifiesto y una instrucción en doce capítulos, como director espiritual y material del movimiento. En tierra americana habría de repetir su papel de director en otra conspiración libertadora. Su intervención será muy semejante.

***

El 27 de febrero de 1797 llegaba a La Guaira la lancha corsaria «S. Francisco», aunque con destino a Puerto Cabello. En arribo forzoso, depositaba en la cárcel a Sebastián Andrés, aragonés, compañero de Picornell en la de San Blas. Sebastián Andrés había sido opositor en España a la cátedra de matemáticas de San Isidro el Real.

José Lax ingresaba en las bóvedas de La Guaira el 29 de abril de 1797 en el bergantín correo «El Lanzarote», también destinado a Puerto Cabello. José Lax, aragonés, fue hasta 1796, profesor de humanidades en Madrid.

El 24 de mayo de 1797 era recibido en La Guaira, Manuel Cortés Campomanes, principal secundados de Picornell, joven de 19 años, cuando la de San Blas. Era ayudante de profesor en el Colegio de Pajes, de Madrid. En oficio de Pedro Carbonell, de 10 de junio de 1797 se describe así: «... delgado de cuerpo, color blanco, ojos negros y grandes,   —22→   nariz larga, poca barba, algo gibado de cuerpo, sin pelo en el pecho, frente espaciosa y pelo negro».

Volvemos a encontrar reunidos en La Guaira a los más notorios participantes de la conjuración de San Blas. Para completar el cuadro de los dirigentes, faltaba únicamente la presencia de Juan Pons Izquierdo quien, en España había traducido del francés los Derechos y deberes del ciudadano.

Con todo, Picornell, Andrés, Lax y Cortés recomenzaron seguidamente la tarea interrumpida el 2 de febrero de 1796. De los cuatro, sólo dos pudieron proseguirla, como luego se verá.

c) Conspiración de Gual y España.

Al contacto de los conjurados de San Blas con los americanos de La Guaira, prendió la chispa de la conspiración. Manuel Gual, José María España y muchos más se adhirieron con entusiasmo al plan propuesto indudablemente por Picornell, el primero de los llegados al puerto venezolano y el de mayor prestigio entre los condenados por España. José Domingo Díaz dice que «el nombre de Picornell entre ellos no era pronunciado sino con la más profunda veneración». Debido seguramente a los hechos revolucionarios anteriores, la ocasión fue propicia para que cuajara el proyecto, pues en muy breve plazo se puso en marcha la conspiración.

Dado que el interés primordial de mi estudio es el análisis del ideario de la conspiración y la influencia posterior en los días de la Independencia, 1810-1811, estoy reduciendo a un simple esquema los acontecimientos principales.

Los encarcelados en La Guaira lograron facilidades para comunicarse con ciudadanos libres con quienes urdieron la trama de la conjura. El plan de acción y los propósitos perseguidos habremos de verlos en los documentos que más adelante examinaré. Baste ahora anotar que la finalidad esencial de los conspiradores era el logro de la independencia humana y, a la vez, la independencia política nacional en forma de República. Todo ello queda muy claro en los textos preparados para la conspiración, en contra de lo que con tanta frecuencia se ha afirmado.



El 4 de junio de 1797 se fugan de La Guaira Juan Bautista Picornell, Sebastián Andrés y Manuel Cortés Campomanes. José Lax no pudo acompañarlos porque el día antes había sido trasladado a Puerto Cabello, a cuyo castillo iba destinado como prisionero desde España. La lancha del Resguardo de Sotavento le quita la libertad, en vísperas de alcanzarla.

De los tres fugitivos, Picornell y Cortés se escondieron en La Guaira hasta el 16 de junio y después en Macuto hasta su huida a Curazao el 25 de junio. Andrés se dirigió a Caracas, donde fue aprehendido el 5 de julio y encarcelado. Consta que el 27 de septiembre de 1797 era conducido al Castillo de Puerto Cabello. Fue libertado en 1810, por la junta de Gobierno de Caracas, quien le ofrece la dirección de la Academia Militar de Matemáticas, recién creada. Andrés renunció   —23→   al cargo «por no tomar parte en un gobierno que marchaba contra los intereses de su patria, la España».

Sólo Picornell y Cortés continuaban la obra revolucionaria. Debe rectificarse la insinuación lanzada por Baralt, ya que los hechos la desmienten rotundamente. Escribe Baralt: «Qué hicieron después de salvados para auxiliar la empresa, no sabemos: acaso nunca pretendieron ellos seriamente otra cosa que evadirse, empleando el medio convenido, que una vez libres olvidaron». Es una lamentable imputación que ciertamente no merecían Picornell y Cortés, por la conducta observada inmediatamente después de su fuga.

Es cosa completamente dilucidada que Picornell y Cortés siguieron trabajando con devoción por la obra revolucionaria. Las informaciones que nos proporciona el Archivo Gual y España atestiguan la actividad de Picornell y Cortés desde las Antillas. Fueron en súplica de ayuda a las posesiones francesas del Caribe (a Santo Domingo o a Guadalupe). No está aclarado con exactitud el lugar, pero sí es cierto que antes de terminar el año de 1797 habían logrado imprimir textos, probablemente convenidos, si no redactados, en La Guaira, en pro de la conjuración. Es más; inundaron con ellos a Tierra Firme.

Es posible que sean fantasiosos los informes que remite el Capitán General de Venezuela al Virrey de Santa Fe acerca de una invasión al continente con 400 ó 500 hombres y 1.500 fusiles con municiones, preparada por Picornell y Cortés. Es posible que los comunicados oficiales adolezcan de otros errores -lugares o fechas- debidos a falsas informaciones de espías deseosos de hacer méritos. Pero de lo que no cabe duda es que Picornell y Cortés hicieron honor a su compromiso, mientras Gual y España proseguían la obra de la conspiración en Tierra Firme. Picornell se escondía bajo nombres falsos: Mariano Parra, Vicente Mariéne o Vicente Mariano.

El 13 de julio de 1797 es denunciado el intento de sublevación al Capitán General de Venezuela, don Pedro Carbonell. Buen número de comprometidos fueron encarcelados, pero Manuel Gual y José María España lograron escapar y refugiarse, por lo que parece, en Curazao. Se sabe, con seguridad, que Gual y España estuvieron en Trinidad. Dauxion Lavaïsse habla de haber conocido a España en la isla; y de Gual se tienen noticias más abundantes, inclusive correspondencia con Miranda. No puede precisarse si Picornell y Cortés se reunieron con Gual o España, una vez huidos de La Guaira. Sus andanzas por las Antillas se conocen a través de las comunicaciones oficiales de la Capitanía General y no nos parecen totalmente dignas de crédito, puesto que sus datos no provienen de fuente muy segura y a menudo son contradictorios.

De la carta de Manuel Gual a Miranda, de fecha 12 de julio de 1799 se desprende que Gual después de huir a Curazao se refugió en Trinidad al conocer la proclama de Picton (de 26 de junio de 1797) en apoyo abierto a las insurrecciones de Sur América. En cambio Picornell y Cortés es casi seguro que de Curazao pasaron a islas del dominio francés en el Caribe, cosa comprensible habida cuenta que propugnaban   —24→   ideas de origen francés. Creo entrever en esta divergencia la poca uniformidad en la acción de los conjurados a partir de su salida de La Guaira. España regresó a La Guaira, donde fue detenido, procesado luego y condenado al suplicio, siendo ejecutado en Caracas el 8 de mayo de 1799. Gual muere en Trinidad, en San José de Oruña, probablemente envenenado el 25 de octubre de 1800.

¿Habría terminado la conspiración?

d) El ejemplo y la obra escrita.

A pesar del fracaso inmediato, la conspiración no fue en absoluto esfuerzo perdido. Las palabras proféticas de José María España al ser ajusticiado: «que no pasaría mucho tiempo sin que sus cenizas fuesen honradas», tuvieron plena realidad. La conspiración conocida en la historia del continente como la de Gual y España es el intento de liberación más serio en Hispanoamérica antes del de Miranda en 1806. La posteridad ha reivindicado la trascendente acción de sus protagonistas. Valga el elogio de Level de Goda, habitualmente tan dado a las censuras acres y venenosas: «El Gobierno que proclamó Venezuela en 1811 se hallaba en el pecho de venezolanos eminentes dirigidos por la cabeza privilegiada de un sabio español confinado en La Guaira, hombre de tan elevados pensamientos y de alma tan bien montada que intentó en Madrid la resurrección del comunero Padilla vencido y matado por Carlos V en los campos de Villalar: esto es, intentó la estupenda obra de restablecer en España las libertades públicas». «Se trató de la independencia de Venezuela en dicho año [1797] sobre el pie de una República federal poniendo el sabio Picornell esta revolución en los intereses de todos, así españoles como criollos o venezolanos, por lo cual entraron en ella cuantos fueron hablados apenas se les descubría el plan».

El gesto fue ejemplar.

***

Vamos ahora a referirnos a los textos que nos ha dejado la Conspiración.

En La Guaira en los primeros meses de 1797 se redactaron varios documentos tal como consta en el informe remitido por Pedro Carbonell al Príncipe de la Paz y a don Juan Manuel Álvarez el 28 de agosto de 1797 mes y medio después de haberse descubierto la Conspiración. A continuación reproduzco parte del referido informe:

«En la casa de Gual se encontraron varios papeles, muchos de su propia letra y algunos de otra aunque desconocida, se infiere sea del reo de Estado Juan Picornell, los cuales extracto concisamente: se reducen a una instrucción del primer movimiento de los revolucionarios en La Guaira cuyas fortalezas y puestos importantes trataban de ocupar después de asegurados el Comandante en el silencio de la noche, las oficinas Rs, caudales y sujetos que no les fuesen afectos: supone que estaba al corriente la guarnición de aquella plaza y aun la de esta capital donde disponían la entrada en la misma noche: varios papeles   —25→   exhortatorios al pueblo con aliños y exageraciones a favor de la libertad, ofertas de más feliz suerte a los soldados; una carta para el Reverendo Obispo obligándole a contribuir con sus oficios pastorales a que el estado eclesiástico abrazase su partido, bajo protesta de proteger la religión ultrajada, en el Gobierno, que ellos dicen tirano, y de lo contrario usar del rigor; órdenes a los partidos y ciudades interiores, con comisionados, destacamentos y tren de artillería señalando los parajes de reunión para atraer y mandar expediciones hasta lograr la sedición general y establecimiento de su nuevo sistema: un diseño de la bandera y escarapela cuatricolor, que pensaban usar, alusiva a las cuatro clases de blancos, pardos, negros e indios, a igual número de provincias, Caracas, Maracaibo, Cumaná y Guayana, y a los fundamentos que se proponían: Igualdad, libertad, propiedad y seguridad; una carta al vecindario de La Guaira recomendando a los reos de Estado que vinieron de esos Reinos asegurando que estaban tomadas las medidas para su soltura y que como buenos ciudadanos contribuyesen a su alivio como lo había hecho el comisario Perignon en esa corte libertándoles la vida; y por último se remitía a otras instrucciones generales y hacían advertencias sobre su proyecto en términos que manifiestan contaban ya vencidos los embarazos que pudieran oponérseles y su idea en el estado que deseaban».



Se conocen algunos de los papeles referidos en la parte transcrita, como las «Ordenanzas» para la liberación y la Alocución «Habitantes libres de la América española».

No obstante, los textos más importantes son los que aparecieron después de la fuga de Picornell y Cortés, el 4 de junio de 1797, especialmente uno de ellos: Derechos del hombre y del ciudadano, impreso y difundido profusamente. Fue prohibido por la Real Audiencia de Caracas, por acuerdo de 11 de diciembre de 1797.

Dicho acuerdo aparece ratificado con el oficio del Capitán General de Venezuela, Pedro Carbonell, al Príncipe de la Paz, de 28 de diciembre de 1797, en el que: «dice que Picornell imprimió en Guadalupe un libro pequeño en octavo, titulado Derechos del Hombre, fingiendo haber sido impreso en Madrid, uno de los cuales le ha traído el espía enviado a Curazao; también imprimió una canción titulada La Carmañola americana para introducirla en Tierra Firme y en el Reino de México».

Es decir; para el 11 de diciembre se tenía ya noticia en Caracas del impreso Derechos del Hombre, que va a ser la pieza fundamental de mi estudio; y para el 28 del mismo mes ya se poseía un ejemplar traído por un agente de la Capitanía General, desde Curazao. Vale la pena recordar nuestras fechas: el 25 de junio de 1797, Picornell y Cortés huían de Macuto; el 11 de diciembre ya conoce la Real Audiencia de Caracas la existencia del impreso; y el 28 de diciembre posee un ejemplar.

El impreso lleva la siguiente portada: «Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos. Madrid, en la Imprenta de la Verdad, 1797».

Este libro va a tener una extraordinaria historia, que habré de esclarecer en su momento. Debo señalar ahora que el pie de Madrid, es totalmente falso, «fingido» como dice el Capitán General. Este tiempo es época de portadas apócrifas, pero ésta es de todo punto inaceptable.   —26→   Picornell, autor principal, y Cortés su ayudante, de ningún modo podían imprimir esta obra en Madrid en 1797, ya que fueron encarcelados el 2 de febrero de 1796, y de la cárcel pasaron a cumplir cadena perpetua en América, a través de una pena de muerte. Además, este libro se imprimió para Tierra Firme, pues lo comprueba -aparte el análisis del contenido que haré en lugar oportuno- el hecho de que el 10 de abril de 1798, el Capitán General Carbonell envía desde Caracas a don Joaquín de Jovellanos un ejemplar del impreso; y el 4 de abril dos ejemplares más, uno al Inquisidor General y otro al Conde de Ezpeleta, Gobernador del Supremo Consejo de Castilla, «haciéndole memoria que estando Ezpeleta de virrey de Santa Fe, le avisó en setiembre de 1794, haberse descubierto la impresión de un papel titulado Los derechos del hombre cuyo autor resultó ser don Antonio Nariño». Y ahora Juan Picornell «hizo un papel con igual mote para introducirlo en los dominios de S. M. logrando encontrar muchos sectarios a quienes complace el veneno de su lectura, para pasar la plaza de ilustrados».

Todavía consta que el 19 de junio de 1799, la Real Audiencia de Caracas remitía otro ejemplar al monarca español.

Queda fuera de duda que no pudo ser impreso en Madrid, en 1797. Por otra parte, no hay ninguna noticia documentada de que existiera tal Imprenta de la Verdad en Madrid, por este tiempo.

Las Canciones, impresas al mismo tiempo que estos Derechos del Hombre, tienen también curiosa historia.

Todos estos escritos han tenido viva continuidad en Tierra Firme, pero su memoria se ha visto perturbada por la interferencia de otros textos y de otros nombres. Es justo restituirles lo que a ellos se debe, especialmente a los Derechos del Hombre, que es, sin duda, la producción de mayor vuelo emanada de la Conspiración de Gual y España.




ArribaAbajo3. Textos de la conspiración de Gual y España

Los escritos que nos quedan de la trama revolucionaria son:

a) Las «Ordenanzas».

b) La alocución «Habitantes libres de la América Española».

c) La «Canción Americana» y la «Carmañola Americana».

d) Los «Derechos del Hombre y del ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos».

Es de real interés la confrontación de estos textos, por cuanto que junto a la fijación cronológica, tendremos establecido un cuerpo de doctrina del que habremos de sacar más adelante las deducciones pertinentes.

a) Las «Ordenanzas».

Los 44 artículos en que están distribuidas las «Ordenanzas» de la Conspiración, son una suerte de instrucciones de índole varia, pero en conjunto constituyen una base de acción revolucionaria que tenía que   —27→   ser observada en todas las provincias de Tierra Firme (Caracas, Maracaibo, Cumaná y Guayana) a fin de alcanzar el éxito apetecido: restituir al Pueblo Americano su libertad.

Contienen, por una parte, solemnes manifestaciones de principios doctrinales y excitaciones a la aceptación de la nueva verdad política; mientras que, por otro lado, los artículos de las «Ordenanzas» son recomendaciones de carácter práctico, órdenes ejecutivas acordadas por los Comandantes de las Provincias de Tierra Firme para saber a qué atenerse al implantar el nuevo régimen de libertad.

Significan, en consecuencia, la proclama de la orientación política revolucionaria y al mismo tiempo son las bases de gobierno para cuantos vayan a intervenir en la transformación política.

Al final de las «Ordenanzas» aparece el texto de un comunicado o bando que debía acompañar a su notificación: «Requiero a Vmd. en nombre del pueblo, con el cumplimiento de los anteriores artículos en la parte que le toca, en la inteligencia de que si al tiempo de su lectura, o posteriormente ejecutase la más mínima acción en contrario, se procederá inmediatamente a la ejecución de las órdenes que lleva el comisionado; pero si después de enterado de su contenido, se sometiese a la disposición de dichos artículos, será tratado como corresponda y se previene en los mismos. Nuestro Señor guarde Vmd. muchos años».

Los artículos doctrinales de las «Ordenanzas» coinciden totalmente, en espíritu, con lo que proclaman la «Canción Americana» y la «Carmañola Americana», y con el texto del impreso Derechos del Hombre y del Ciudadano..., de 1797. Pero, además, la expresión es muy a menudo la misma y los giros y frases son idénticos, por lo que se puede afirmar con toda seguridad que hay unidad de redactor o redactores. En particular son significativas las coincidencias de expresión entre las «Ordenanzas» y los Derechos del Hombre y del Ciudadano..., de 1797, tanto en la parte del «Discurso preliminar», como en los «Derechos del Hombre». Sin lugar a dudas, es la misma mano que redacta uno y otro texto.

Las «Ordenanzas» comienzan con una invocación religiosa: «en el nombre de la Santísima Trinidad y de Jesús, María y José», anunciadora de que el documento no es anticatólico (Artículos 11, respecto a las rentas eclesiásticas; 12, recompensas a los eclesiásticos colaboradores; 13, respeto y veneración a templos, imágenes y a clérigos; 32, «la igualdad natural... como hermanos en Jesucristo iguales por Dios»).

Recomiendan la adhesión y sacrificio por la causa del pueblo (Artículos 1, 2, 4, 27, 28, 30); condenan la violencia (Artículos 3, 5, 29, 31 «indulto», 39); atienden a la organización del poder político y militar (Artículos 6, Junta Gubernativa; 8, colaboración ciudadana; 10, recaudación de rentas; 15, simplificación de impuestos; 16, policía; 17, diputados; 23, autoridades; 24, nombramientos; 25, ejércitos de provincias; 26, material militar; 38, milicias; Juntas Gubernativas, 40 y 42).

Se inspiran claramente en el objetivo de Independencia de la metrópoli (Artículos 12, 17, 19, 22, 29, 37); proclaman la libertad de   —28→   cultivo (Artículo 14); y la de comercio (Artículos 18, pueblos y radas; 20, «barcos mercantes españoles»; 21, comercio de oro y plata).

Proclaman la igualdad natural entre los hombres (Artículos 32, 33, 34 y 35 sobre la esclavitud; 36, manumisión; 43, publicación de los derechos del hombre como primer acto de gobierno); y establecen la divisa del Estado (Artículo 44).

Júzguese por este esquema que su redactor había de ser hombre versado en lides revolucionarias, como lo era Picornell, conspirador probado en la de San Blas, en España.

b) «Habitantes libres de la América española».

Es un alegato a la insurrección. El texto es más apasionado, como corresponde a una exaltación a la obra revolucionaria. Empieza con una invocación a la libertad en forma de preguntas incitadoras de reacciones inmediatas. Ataca al mal Gobierno colonial, que ha probado que no podrá nunca rectificar sus errores, para concluir que la sublevación es obligada ante tantos engaños. Contiene referencias al general irlandés, Conde de O’Reilly (Alejandro O’Reilly, 1725-1794), de larga actuación en el ejército español, cuyas acciones violentas en la Luisiana le crearon fama de cruel, particularmente después de la toma de Nueva Orleans.

La mención de mayor interés, por cuanto que enlaza la Conspiración de Gual y España con otros gestos reivindicadores en Tierra Firme es la que hace al intento de Juan Francisco de León, en 1749, medio siglo antes, contra el domino de la Compañía Guipuzcoana. Se refiere al castigo impuesto a los familiares de León. La conciencia de la similitud de fines con este hecho en la historia de Tierra Firme es sumamente significativa.

Aboga por armarse con lo que a mano se halle: «cuchillos, machetes, picas, palos, azadones y todos los instrumentos y utensilios de cocina y agricultura», invitación que tiene fuerte resabio de las estampas de motines callejeros en Europa. Deben desecharse las preocupaciones inútiles hijas de la superstición y, concretamente, las distinciones mantenidas frente a la sangre parda. Y rebelarse contra la esclavitud.

Termina con el ensalzamiento de la libertad y cita el ejemplo de la América del Norte, cuyo magisterio político merece seguirse. Finaliza con un «¡ahora antes que nunca!» de ascendencia jacobina.

Esta proclama abunda en las mismas ideas del resto de papeles salidos de la Conspiración de Gual y España. Un poco más ceñidas a América por ir destinadas a la multitud de pobladores del continente.

Como en los demás textos, es clara la conjunción de ideas europeas, a través de una mentalidad española, y de ideas americanas. Es producto de la colaboración de los conspiradores de San Blas y los hombres de la de Gual y España.

c) Las «Canciones».

Las dos composiciones «Canción Americana» y «Carmañola Americana» son obras destinadas a levantar las clases sociales menos educadas,   —29→   en los ideales de la revolución. Son piezas muy propias de la época, pródiga en esta clase de cantos revolucionarios. La redacción de una y otra se atribuye sin precisión alguna a Picornell y a Cortés Campomanes.

El carácter y espíritu de dichas canciones es totalmente idéntico al de las «Ordenanzas»; es más: aguzando la confrontación hallaríamos expresiones coincidentes, pero no nos conduciría a nada, puesto que el metro, aunque sea muy irregular obliga a forzar la expresión. Basta, creo, subrayar la igualdad de propósitos y de ideario, y considerar estas canciones como una muestra más de la producción literaria que nos ha dejado la Conspiración de Gual y España. Veremos luego la curiosa transformación que sufren en los días de la Independencia, en 1811.

En las canciones lo que se afirma es más apasionado y violento que lo que dicen las «Ordenanzas» y el texto de los Derechos del Hombre y del Ciudadano..., de 1797. Ello es lógico, ya que se trata de panfletos dirigidos a inflamar las masas que deberían corear estrofas y estribillos.

d) Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos.

La obra más importante de la Conspiración de Gual y España, la más significativa y la que más preocupaciones causó a las autoridades españolas en Caracas es la de los Derechos del Hombre y del Ciudadano..., publicada el mismo año de 1797.

Contiene el impreso como parte central el texto de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, traducidos de la Declaración francesa que precede al Acta constitucional de 24 de junio de 1793. Treinta y cinco artículos, en vez de los diecisiete de 1789, insertos en la Constitución francesa de septiembre de 1791. Estos últimos son los traducidos por Antonio Nariño.

La declaración de los Decretos del Hombre y del Ciudadano, de 1793, aunque vinculada con la de 1789, es mucho más radical y violenta, por cuanto que corresponde a la época del terror y constituye una invitación a la revolución activa. La Convención francesa aprobó la Constitución de 1793 pero no estuvo nunca en vigencia, ni se pretendió ponerla en práctica hasta que se hubiese sofocado la guerra civil desatada en Francia. A pesar de ser la Constitución de 1793 más radicalmente democrática, como inspirada por Dantón, sufrió las protestas de los extremistas de la Montaña, porque en la Constitución veían excesivas concesiones a la burguesía.

***

Las Máximas republicanas son enunciados y síntesis de principios y virtudes ciudadanas. Proclaman la fe y por ella creen en la filantropía; establecen la norma ética de amor al prójimo, y de la verdad en las relaciones humanas; exaltan los principios políticos de amor a la patria, del desinterés y del servicio a la sociedad y al bien público, del trabajo, del sentido de justicia, del respeto a las leyes, la convivencia social, la   —30→   ayuda a los semejantes, la fraternidad; condenan el egoísmo, la avaricia, el libertinaje; y ensalzan la sobriedad.

En resumen, las máximas son un código de moral y política por el que debe guiarse un buen republicano: «buen padre, buen hijo, buen marido, y buen vecino».

***

El Discurso preliminar dirigido a los americanos apunta un propósito más alto: dar las razones de la revolución. Por tal causa, abundan las especulaciones de orden filosófico, histórico y político. Quiere ilustrar a quienes se decidan a cooperar en el movimiento que ha de llevar al triunfo la «causa del Pueblo». Los Derechos del Hombre y las Máximas republicanas, sin previa explicación, sin la exposición de causas y motivos, caerían en terreno impreparado, serían ineficaces. Para evitar este fracaso, se escribe y se imprime el Discurso preliminar dirigido a los americanos, que naturalmente antecede al texto de las normas político-filosóficas, pieza predominante del impreso: los Derechos del Hombre y del Ciudadano y las Máximas republicanas.

En el Discurso preliminar se formulan graves cargos a los reyes y a los gobernantes monárquicos durante los «trescientos años de colonia» por haber mantenido en la ignorancia a sus «vasallos». Para restituir al Pueblo la soberanía, es preciso instruirlo, abrirle los ojos al nuevo derecho que el mundo ha proclamado después de tanta errónea doctrina. América debe decidirse a proclamar su libertad, en el momento en que los otros pueblos están empeñados en la misma lucha. Dados los abusos de los reyes y los reiterados yerros de gobiernos, no cabe otro recurso que la fuerza. La oportunidad es preciosa, pues los principios de redención humana triunfan en Europa, y si en el viejo continente se realiza tal transformación política, en América habrá de ser más fácil, puesto que la nobleza no será impedimento, ni tampoco el clero, ya que habrá de proseguir sin alteración el catolicismo; las tropas patricias habrán de adherirse a una causa que sentirán como propia. Habrá que establecer varias repúblicas en América y si todas se levantan a un tiempo, España no podrá atender a todas partes.

Además, las condiciones de fuerza son superiores en América respecto a España. La población debe unirse: Blancos, Indios, Pardos y Negros, abandonando toda discrepancia y división, de las que ha fomentado el rey durante su dominio.

Expone el arte de hacer la revolución y el aprovechamiento de la posición espiritual de los pueblos. Aconseja sobre la forma de Gobierno, con el propósito principal de evitar que el poder recaiga en una sola persona por los peligros que ello entraña. Exalta los altos fines de una república y las virtudes republicanas. En los momentos de transición política el gobierno debe actuar con suma cautela. Esta parte del discurso parece que haya dado la pauta de conducta a los repúblicos venezolanos de 1810.

Al hablar de la transformación del espíritu público en los albores de un nuevo régimen público, el discurso se eleva a finas disquisiciones   —31→   filosóficas de ascendencia rusoniana y manifiesta honda y clara comprensión social. Es un europeo que está discurriendo gracias a sus conocimientos de sociología y a su indudable experiencia en lides conspiratorias.

Considera, luego, los riesgos del poder personal, único, y explica la conveniencia de la selección de los mejores por medio de elecciones. Con acopio de vida observada habla de los abusos del ejército en la península española. Muestra profunda sabiduría en los consejos dados con ocasión de analizar el poder público, su duración y la responsabilidad del gobernante.

Termina con apasionada alocución final en la que invita a obrar en pro de la causa del pueblo americano.

***

En la redacción del Discurso preliminar me parece ver más de una mano, o, si hay un redactor único, hay por lo menos dos actitudes muy claramente diferenciadas. En las primeras páginas habla en nombre de la ciudadanía americana y sitúa con cuidado el discurso en tierra americana. O mejor dicho, habla como español de América. Son frecuentes las expresiones en primera persona de plural: «nosotros los americanos», «nuestras provincias», «los españoles de Europa no nos mirarán jamás como enemigos», etc.

En cambio, hay expresiones que hacen español al autor del Discurso preliminar, por ejemplo: «... en España se vean casi siempre a la cabeza de nuestras tropas... », etc.

La parte central del Discurso es dedicada a la consideración de doctrinas democráticas, donde alcanza el escrito mayor tono y valor. Se habla en esta parte en modo impersonal, llevado por el razonamiento expositivo.

La parte final del Discurso es una inflamada alocución a los Americanos y habla entonces en forma unipersonal: «Oíd la voz de un Patriota reconocido...». El carácter de la alocución inclina a creer que no es americano su autor.

Del principio al fin del Discurso es muy claro este cambio de posición, pero juzgo que no puede dictaminarse con seguridad si hay más de un redactor, o si existe sólo consciente alteración de postura al escribir el texto.

Me inclino a pensar que el Discurso fue redactado en Tierra Firme, en La Guaira, puesto que cuando el 4 de junio de 1797, huye Picornell de los calabozos guaireños, sale con el propósito de proseguir en la acción revolucionaria que debía estallar poco después en las provincias de la Capitanía General de Venezuela. En las «Ordenanzas» de la Conspiración (Artículo 43) se prescribe la publicación de los Derechos del Hombre como acto sustancial a la acción revolucionaria. Si, además, se tiene en cuenta que se tiene noticia de la impresión de los Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas, etc. en Tierra Firme, en diciembre de 1797, un poco más de cinco meses después de la huida de Picornell y Cortés, no es aventurado suponer que se llevaran el texto ya preparado del impreso que estudiamos, puesto que se estimaba   —32→   pieza esencial para el buen éxito de la Conspiración. Por tanto, a base de ello podrían explicarse las distintas posiciones sucesivas en la redacción: nosotros (con valor de español de la península y español de América); impersonal; y primera persona yo.

Por otra parte, con tal supuesto se aclararían de manera satisfactoria y completa las coincidencias de expresión entre las «Ordenanzas» y el texto del Discurso preliminar.

Estimo oportuno glosar algunos puntos del Discurso preliminar. No hay duda de que es un alegato a la independencia. Se habla de varias repúblicas en el continente; se anuncia una posición de neutralidad entre los beligerantes de 1797; España y Francia por un lado, y Gran Bretaña por otro, es decir, es un acto de soberanía nacional.

El análisis de los hechos en una revolución y los consejos para llevarla a feliz término, demandan una fuerte experiencia, lo que nos prueba la participación en este texto del preparador de la Conspiración de San Blas. El ideario del Discurso preliminar deriva de los principios revolucionarios rusonianos, principalmente, y enciclopedistas. Los mismos que inspiran a Paine y a los hombres de la Revolución francesa de 1789.

Por la altura de miras y por las cualidades del escrito, así como por el tiempo y circunstancias en que se publicó, estos Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos constituyen una obra importante en la dirección espiritual de la vida política hispanoamericana en los orígenes de la Independencia.

e) Cotejo de textos.

Procedamos ahora a la confrontación de las «Ordenanzas» con el Discurso preliminar, con lo que llegaremos a algunas conclusiones ciertamente importantes para mi objeto.

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Es palmaria la similitud y la exactitud de conceptos y de redacción -ya no digo de espíritu- entre las ordenanzas de 1797 y el «Discurso preliminar a los Americanos» que antecede a los Derechos del Hombre de 1797. Es la misma mano y el mismo tiempo. O, si hay más de una mano, es para el logro de algo propuesto en un mismo momento de la Historia.

No cabe duda que ambas piezas corresponden a la misma gestión revolucionaria: La Conspiración de Gual y España en 1797.




ArribaAbajo4. Confusiones y esclarecimientos

Es preciso establecer la suerte de la obra impresa por Picornell, dentro del plan de la Conspiración. La historia ha dejado en la penumbra la aventura de tales publicaciones. Es más; apenas se citan y cuando se mencionan se hace confusamente, sin precisión alguna y, lo que es más grave y frecuente, se atribuyen erróneamente a otros autores. Un doble motivo influye en esta perturbación de los hechos.

En primer lugar, se debe a haber quedado trunca la Conspiración de Gual y España, puesto que al fracasar la conjura en Tierra Firme, los principales dirigentes de la conspiración tuvieron que fugarse y dispersarse, sin que se reagruparan después. De haber proseguido con mejor fortuna la acción libertadora, habrían aflorado a la superficie los impresos elaborados en el destierro, principalmente el más valioso de todos ellos, los Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos, que tiene excepcional importancia, en 1811, en la ordenación jurídica de la primera República hispanoamericana independiente: Venezuela.

En segundo lugar, la confusión nace muy explicablemente porque el código revolucionario de los Derechos del Hombre, proclamado por la Asamblea francesa el 26 de agosto de 1789, penetra en Hispanoamérica por otras vías que se entrecruzan con la que estamos estudiando. Este hecho perturba la interpretación de la vida y la historia de nuestro impreso.

La Declaración de los Derechos del Hombre fue prohibida y perseguida en América por el Tribunal de la Inquisición de Cartagena, por edicto de 13 de diciembre de 1789, antes que se conociera ninguna   —37→   divulgación por el Nuevo Mundo. La tensa vigilancia ejercida contra este texto ha mezclado y confundido las noticias y referencias, encaballadas precipitadamente unas con otras.

Para empezar nuestras aclaratorias hay que precisar que el texto que estudiamos es distinto de aquellos con que se ha confundido, y que es traducción de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1793, y no la de 1789, incorporada a la Constitución francesa de 1791. Es decir; comienza ya por ser un texto diferente y propio.

A pesar de ello, se ha confundido con otras empresas. Y la obra impresa, debida a Picornell y a la Conspiración de Gual y España se ha barajado con la versión de un texto distinto, por Antonio Nariño, y se ha atribuido por otra parte a otros nombres, que no tienen nada que ver con la traducción de los Derechos del hombre y del ciudadano. En tal error han incurrido eminentes historiadores y bibliógrafos, estudiosos de la historia americana.

La traducción de Picornell, vinculada a la Conspiración de Gual y España, ha sido adjudicada, además de Antonio Nariño, a Juan Pons Izquierdo, a Thomas Paine, a Juan Germán Roscio, al Abate Juan Pablo Viscardo y Guzmán y a Pedro Fermín de Vargas.

El conjunto de tales atribuciones no resiste el análisis bibliográfico e histórico, que no reproduzco en este momento, dado el carácter de la presente publicación. Consta todo detalladamente en mi libro La Conspiración de Gual y España y el ideario de la independencia, publicado en dos ediciones: Caracas, 1949 y 1978.

Ojalá queden aclaradas de una buena vez las confusiones que tanto se han repetido.




ArribaAbajo5. Problemas bibliográficos de los Derechos del hombre y del ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos

a) El impreso y sus ediciones.

La obra ha tenido las siguientes ediciones, de las cuales sólo anoto las primeras seis publicaciones:

1. Derechos del Hombre y del Ciudadano, con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos. Madrid, en la imprenta de la Verdad, año de 1797, 15 cm., lii - 15 p. Las 52 páginas primeras, de numeración romana, corresponden al Discurso preliminar. De las 15 de numeración arábiga, 8 corresponden a los Derechos del Hombre y del Ciudadano; y 7 a las Máximas republicanas.

Las ediciones posteriores respetan esta ordenación y aun remedan visiblemente la disposición tipográfica de esta primera edición, tanto en la portada como en el texto. Se conserva un ejemplar en el Archivo de Indias, Sevilla.

  —38→  

2. Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas; y un discurso preliminar, dirigido a los americanos. Nueva edición. Caracas (sic), 1811. Imprenta de J. Baillio y Comp. 52, [12], 7 p. sin numerar. 17 cm.

De este impreso existe un ejemplar en la Biblioteca de la Universidad de Yale (New Haven) aunque incompleto, pues conserva solamente el texto del Discurso preliminar, idéntico, inclusive las notas a la edición de 1797. Ahora bien; la Biblioteca Nacional de Caracas posee la última parte del impreso: las Máximas republicanas, 7 páginas, sin numerar, que son sin duda alguna la porción final de la impresión de Baillio, por ser del mismo tipo de letra, del mismo formato y de la misma disposición del texto, etc. Además por la signatura E de la primera de sus hojas, se ve claramente que se corresponde con las signaturas B (p. 17) y C (p. 33) del ejemplar de Yale. A mayor abundamiento, la paginación del impreso de 1797, del que procede el de 1811, tiene en principio la misma disposición que éste. En consecuencia, es lícito concluir que entre las 52 primeras páginas del ejemplar de Yale y las 7 del ejemplar de la Biblioteca Nacional de Caracas, disponemos del impreso completo. Esta parte llevaría otra numeración o iría sin numerar. La signatura E de la primera hoja de las Máximas, correspondería a la página 65 del impreso, o sea que en total la nueva edición de Baillio y Comp. de 1811, tendría: 52 páginas del Discurso preliminar, 11 o 12 páginas para los Derechos del Hombre (p. 53 a 64; no sé si todas impresas o si habría alguna en blanco); y 7 páginas, sin numerar, para las Máximas republicanas. En total: 71 páginas para la catalogación bibliotecaria.

Por si quedase alguna duda acerca de las deducciones que me permito hacer, la edición de Caracas, de 1824, nos la aclara completamente.

Esta nueva edición de Caracas, 1811, es sumamente valiosa. Por una parte significa que se conocía el impreso de 1797 y, además, que se disponía de un ejemplar de tal impresión. Por otro lado, es una especie de homenaje en los días de la Independencia a los hombres de la Conspiración de Gual y España.

3. Derechos del hombre y del Ciudadano, con varias máximas republicanas; y un discurso preliminar, dirigido a los americanos. Reimpreso en Santafé de Bogotá, año de 1813. 1º En la imprenta del Estado. Por el C. José María Ríos.

3-64 p. 15 ½ cm.

Existe en la Biblioteca Nacional de Bogotá. Fondo Pineda. Reproduce las notas. Es reimpresión de la edición de Caracas, 1811.

4. Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas; y un discurso preliminar, dirigido a los americanos. Segunda edición. Caracas: año de 1824. Reimpreso por Tomás Antero. 48, 10, 7 p., 14 cm.

  —39→  

Existe un ejemplar en la Widener Library de la Universidad de Harvard (Cambridge, Mass). Reproduce hasta con identidad tipográfica la edición de Caracas, 1811, pero suprime las notas al texto del Discurso preliminar. El formato es un poco menor. Se altera muy levemente la ortografía del texto en algunos casos.

5. Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas; y un discurso preliminar, dirigido a los americanos. Londres, Imprenta española de M. Calero. N.º 17, Frederick Place, Goswell Road, 1825.

57 p., 15 ½ cm.

Reproduce la edición de Caracas, 1824, con la supresión de las notas al Discurso preliminar, incluidas en la edición de 1811 y de 1813. Poseo un ejemplar de tan curiosa edición.

6. Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas; y un discurso preliminar dirigido a los americanos. Segunda edición. Cumaná: Imp. de Antonio M. Martínez, año 1848.

52 p., 15 cm.

La Biblioteca Nacional de Caracas posee un ejemplar de esta tardía reimpresión.

Todas las reimpresiones provienen de la edición de 1797, la de Caracas 1811, directamente; y a través de ésta, las demás.

La impresión de 1797 plantea algunas cuestiones de interés: fecha, lugar, y autor-editor. El carácter de la época invita u obliga a falsificar impresos. Este tiene algunos datos deliberadamente inexactos. Es justo que precisemos los verdaderos y rectifiquemos los falseados.

b) Fecha de la 1.ª edición.

Hemos visto en el capítulo 2 cómo las primeras noticias del impreso de 1797 aparecen en las comunicaciones oficiales del Capitán General de Venezuela, de diciembre de 1797, hecho perfectamente cónsono con la remisión posterior de varios ejemplares a las autoridades superiores durante los primeros meses de 1798. Es decir, la prueba documental nos ratifica la fecha que aparece en la portada del impreso.

Como se trata de un texto eminentemente doctrinal, no hay referencias a hechos concretos que permitan datar con precisión el momento de su redacción pero la concordancia de algunos rasgos del contenido con otros textos y con los protagonistas de la Conspiración de Gual y España confirman el testimonio documental de los comunicados de la Capitanía General de Caracas.

Hay que descartar la publicación antes de 1797. Quien o quienes escriben el Discurso preliminar conocían, indudablemente, España y Tierra Firme. Es decir, el texto es resultado de observaciones directas sobre España y sobre Hispanoamérica, y es seguro también que está relacionado   —40→   con la Conspiración de Gual y España. Sobre estas premisas, hay que colegir que el contacto entre españoles y americanos se hace a partir de los primeros meses de 1797, ya que el primer reo de la de San Blas. Picornell, llega a las cárceles de La Guaira en diciembre de 1796.

La única referencia concreta del texto que corrobora la fecha de 1797 es la mención a «las recientes repúblicas de Italia». Alusión a la obra de Napoleón durante la campaña de Italia de 1796-1797.

c) Lugar de la 1.ª edición.

El pie de imprenta dice: «Madrid, Imprenta de la Verdad». Afirmación falseada expresamente. En primer lugar, no hemos visto nunca tal imprenta de la Verdad, en el Madrid de esta época, y, además, no es de creer que una excitación a la rebelión dijera el establecimiento donde se imprimió. Y menos en España. Es lógico que un impreso clandestino como el que estudiamos escamotee la imprenta y el lugar de la edición.

Esta publicación de los Derechos del Hombre se realiza con miras a la sublevación en América y se relaciona estrechamente con la Conjura de Gual y España. La prueba documental es ya irrefutable. Aun sin ella, no nos podríamos explicar de otro modo que apareciese con tanta profusión en las costas de Tierra Firme. Sería absurdo aceptar a Madrid, como pie de imprenta auténtico. Creo que es una designación puesta al azar, ya que no quiero suponer a los conspiradores de la de Gual y España tan ingenuos como para que se figurasen que alguien pudiese aceptar que desde Madrid les invitaban a la rebeldía, cuando es constante en el mismo texto la mención a la tiranía de la metrópoli.

Los documentos de la Capitanía General de Venezuela aseguran una y otra vez que la edición se hizo en la isla de Guadalupe, a la sazón en manos francesas. Sólo es aparente la contradicción que las autoridades francesas amparasen y protegiesen en Hispanoamérica la revuelta contra España, en los momentos en que Francia y España eran aliadas y en guerra contra Gran Bretaña.

Sospeché que hubiese podido imprimirse en Trinidad, isla recién ocupada por los ingleses, desde donde Picton había lanzado la proclama de 26 de junio de 1797, incitando a «resistir la autoridad opresiva» del gobierno de España. En efecto, Trinidad fue refugio y centro de conspiradores en pro de la libertad de las colonias españolas, y los propios Gual y España estuvieron en la isla después de la huida de Venezuela. Pero me inclino a creer que no fue impreso en Trinidad por las siguientes razones:

Pedro José Caro, agente de Miranda, estuvo en Trinidad, desde febrero a junio de 1797. Desde allí informa continuamente a Miranda acerca de los manejos revolucionarios relacionados con las colonias españolas, en particular de cuanto se imprimió en la isla, y recibe, además, el encargo de Miranda de publicar la Carta de Viscardo y Guzmán. Jamás se hace mención alguna de los Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas, etc. Habría sido difícil que se   —41→   le escapara este impreso, a un hombre tan avisado como Caro. Es verdad que Picton impidió la entrevista de Caro con Manuel Gual -cosa que indignó justamente a Miranda- pero, con seguridad habría conocido el impreso si se hubiese publicado en Trinidad, con el amparo británico. Además, Gual tampoco habla a Miranda de este impreso, a pesar de remitirle desde Puerto España algunos alegatos en pro de la rebelión.

En segundo lugar, Inglaterra no estaba interesada en favorecer la divulgación de principios propagadores de la influencia francesa en el Continente americano, en el preciso momento que se está oponiendo a la penetración francesa en Hispanoamérica. Es más, entiendo que el mal trato que sufre Gual en Trinidad, por parte de Picton, con respecto a Miranda y a su emisario Caro, se debe probablemente al carácter afrancesado de la Conspiración y a que los ingleses la verían con mal ojo. Miranda suelta su disgusto por ello, e inclusive acusa a Picton de haber colaborado al sacrificio de José María España.

Por todo ello, creo que la actividad revolucionaria en las Antillas, dentro de la Conspiración de Gual y España cae fuera del campo de influencia y protección inglesa. Hay que acudir, por tanto, a centros dominados por Francia, Santo Domingo, o Guadalupe, lugar este último al que la documentación oficial le otorga el privilegio de ser el sitio donde se imprimió la obra que analizamos.

d) Autor-editor de la edición.

He formulado la hipótesis de que es posible que haya varias manos en la redacción del Discurso preliminar. No dudo que Picornell es el autor principal, si no el único con la adopción de distintas actitudes (nosotros, impersonal, yo) al redactar el escrito.

De la misma manera creo que se debe fundamentalmente a Picornell la existencia de la edición de 1797. Quizás algún hallazgo permitirá algún día aclarar totalmente la aventura de Manuel Gual y José Marta España, desde la huida de Tierra Firme hasta la muerte de ambos. Entonces se estaría en condiciones de precisar su posible intervención en el impreso. Hoy por hoy, lo que juzgo más seguro es que Picornell, ayudado por Cortés, imprimió los Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas, etc., en cumplimiento del compromiso contraído antes de huir de La Guaira con los otros conjurados en la Conspiración.

En el Archivo Gual y España consta el informe de José Mariano Aloy, de 28 de marzo de 1799. En él se refiere la confesión de Picornell: «... de que a pesar de que nuestro Gobierno había cogido varios ejemplares de su Evangelio de Picornell aún había algunos esparcidos hasta en las chozas». Clara alusión a la edición de los Derechos del hombre y del ciudadano.

Es más; al traicionar Picornell, en 1814, sus viejos ideales revolucionarios, se pone al servicio del Padre Sedella, agente de España en Nueva Orleans y pide clemencia al Rey. En el documento de súplica se retracta de todas sus convicciones «y ofrece trabajar para reparar los   —42→   perjuicios que ha causado con la publicación en 1798 (sic) de los Derechos del Hombre».

Confesión que aleja toda duda.

e) La edición de Caracas, 1811.

La «nueva edición» de Caracas, hecha por Baillio y Compañía, en 1811, es una de las más valiosas y más raras obras salidas de la segunda imprenta caraqueña. Venerable por ser de las primeras muestras de la imprenta en Venezuela, y prácticamente desconocida por los historiadores de la imprenta en el país.

Debe colocarse, con todos los honores, por su extraordinaria importancia, entre los más preciosos incunables de Venezuela.

No puede fecharse con seguridad el mes de esta edición, pero juzgo de interés el siguiente indicio. La Canción Americana, publicada también por Baillio y Compañía en 1811 está fechada: 20 de enero de 1811. Es decir, otro texto íntimamente ligado a la Conspiración de Gual y España, como los Derechos del Hombre y del Ciudadano con varias máximas, etc., aparece reimpreso en los primeros días de 1811. No permite inferir nada seguro, pero fortalece mi presunción de que los Derechos del Hombre fueron impresos antes del 5 de julio, como alegato poderoso para la declaración de la Independencia. No se opone a ello, el que propugnara la Independencia y ésta no se hubiese proclamado sino hasta el 5 de julio, puesto que la propia Canción Americana (impresa el 20 de enero) da ya como realizada la separación de la metrópoli.






ArribaAbajoII. Trascendencia de los textos de la conspiración de Gual y España

«Constituyéndose [Venezuela en 1811] en una República Democrática, proscribió la Monarquía, las distinciones, la nobleza, los fueros, los privilegios: declaró los derechos del hombre, la libertad de obrar, de pensar, de hablar y de escribir. Estos actos eminentemente liberales jamás serán demasiado admirados por la pureza que los ha dictado».



Bolívar: Discurso de Angostura. (1819).                



ArribaAbajoA) Planteamiento

Gil Fortoul, en su Historia Constitucional de Venezuela afirma: «El programa de 1797 contiene ya en germen lo que realizaron los patriotas de 1810 a 1811».

  —43→  

Esta afirmación es sorprendentemente exacta, como vamos a ver. No solamente por lo que entraña como actitud humana al rebelarse contra el poder de la metrópoli, ni siquiera por las particulares coincidencias en la conducta de los patricios de 1810-1811, que parece pautada en las «Ordenanzas» de 1797, sino -y es lo más significativo- por la perduración del ideario de los conjurados en la de Gual y España, ideario que continúa vivo con fuerza singularísima en el ánimo de quienes redactan los textos jurídicos del nuevo Estado Independiente en 1811: Venezuela.

Como este punto es el núcleo fundamental de mi trabajo, llamo desde ahora la atención al asombroso hecho de que los impresos publicados en 1797 para la Conspiración de Gual y España, reaparezcan en 1811 con tal pujanza que sostienen desde el armazón doctrinal de las primeras Constituciones: Soberanía del Pueblo, Deberes y Derechos del Ciudadano, hasta la literatura populachera que iba a ser coreada por las calles, plazas y campos de la nueva República de Venezuela.

Es más: los textos de 1797 alcanzan mayor longevidad y con ella mayor prestancia y nobleza: llegan hasta la Constitución de Venezuela proclamada en Angostura, en 1819. Es decir, mientras se creyó necesario afianzar las constituciones en los principios doctrinales que impulsaron el cambio político en Hispanoamérica, valga decir Los derechos y deberes de los ciudadanos, estuvo casi siempre presente la obra nacida de la Conspiración de Gual y España. En la Constitución de 1821, termina tan singular sobrevivencia de unos textos escritos e impresos para 1797.

Este hecho sería de por sí suficientemente importante. Si, además, consideramos que las Constituciones de Venezuela, de 1811, son las primeras de Hispanoamérica, adelantadas en el tiempo a las que fueron acordando las otras Repúblicas sucesivamente, entonces el antecedente de 1797 crece y se agiganta como maravilloso gozne que soporta y facilita la transformación de la mentalidad político-jurídica en el continente hispanoamericano.

Habrá que reconocer, por tanto, a la Conspiración de Gual y España un puesto de mayor categoría histórica de la que habitualmente se le concede, al estudiar los orígenes de la Independencia continental. Veamos los hechos.




ArribaAbajoB) Los derechos del hombre en los primeros textos legales hispanoamericanos

a) Textos confrontados.

No reproduzco ahora el minucioso cotejo de los textos. Me limito a señalar los documentos comparados:

1. Derechos del hombre y del ciudadano con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos, 1797.

2. Derechos del Pueblo, declaración de 1.º de julio de 1811, formulada por la sección legislativa de la Provincia de Caracas, con autoridad   —44→   emanada del Supremo Congreso de Venezuela (i. e. Congreso General), de 1811.

El Congreso de la Provincia de Caracas (i. e. Sección Legislativa para la Provincia de Caracas; Sesión Legislativa de la Provincia de Caracas) se instaló por acuerdo del Congreso General de 1.º de junio de 1811. Entre sus fines figuraba: «declarar los derechos del ciudadano», los cuales se aprobaron a 1.º de julio de 1811, que equivalían a la declaración filosófica de la Independencia. Se imprimieron en la Gazeta de Caracas, del 23 del mismo mes. Seguramente alude a esta publicación el diputado José Ángel Álamo, cuando dice en su intervención de 31 de julio de 1811, al discutirse en sesión pública si es materia de Congreso General o de Asambleas provinciales, el tema de la condición de los pardos: «Es superflua e inoportuna cualquier declaratoria que sobre la materia se haga en el día por el Supremo Congreso, cuando clara y sencillamente lo tiene hecho la sesión legislativa de Caracas de uno de los artículos d e los derechos del ciudadano que acaban de publicarse...».

3. Constitución de Mérida de Venezuela, sancionada el 31 de agosto de 1811.

Fue redactada por Mariano de Talavera y Garcés y debía regir hasta que el Congreso General dictase la Constitución de la Federación.

4. Constitución Federal para los Estados Unidos de Venezuela, de 21 de diciembre de 1811.

Es la primera Constitución de Venezuela, la primera de Hispanoamérica. En sesión de 31 de enero de 1812, se declara a Francisca Javier de Ustáriz como autor del proyecto sometido a discusión del Supremo Congreso. Juan Germán Roscio y Gabriel de Ponte colaboraron de manera notoria en el proyecto.

5. Constitución de Barcelona colombiana, de 12 de enero de 1812. Fue redactada principalmente por Francisco Espejo y Ramón García de Sena. En su «Título primero» reproduce totalmente el texto de los Derechos del Hombre, 1797.

6. Constitución de Angostura, sancionada el 15 de agosto de 1819. Tuvo el alto auspicio del propio Bolívar.

***

Como la parte de las Constituciones que interesa en esta confrontación es la que se refiere a la Soberanía del Pueblo y Derechos y Deberes del Ciudadano, no utilizaré la Constitución de la Provincia de Trujillo, de 2 de setiembre de 1811, porque carece del capítulo correspondiente, que invariablemente insertan las otras constituciones provinciales y la Constitución Federal.

La Constitución para la Provincia de Caracas, sancionada el 31 de enero de 1812, no incluye tampoco sección alguna sobre Soberanía   —45→   del Pueblo y Derechos y Deberes del Ciudadano. Entendieron los legisladores que bastaba remitir al Capítulo VIII de la Constitución Federal que, por otra parte habría sido originado en los Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811, proclamados por la Sección Legislativa de Caracas, la misma que sancionaba la Constitución Provincial, de 31 de enero de 1812. No obstante, declara en sus artículos 327 y 328 que hace suyos los principios de la Constitución Federal y obliga a curas y a maestros que lo lean, prediquen y comenten para ilustración y educación del pueblo venezolano.

No he podido encontrar, ni sé si existen, las constituciones provinciales de esta época correspondientes a Cumaná, Margarita y Barinas.

***

Aunque mi propósito se limita a registrar únicamente la influencia de las ideas y la redacción del texto de 1797 en los primeros códigos constitucionales de la República, voy a anotar algunas perduraciones singulares: algunos artículos que se recogen en Constituciones muy posteriores.

En muchos casos, por el hecho de irse alejando del primitivo redactado es difícil precisar su ascendencia. Los principios sobreviven hasta nuestros días, pero han sido reelaborados tantas veces y redistribuidos con frecuencia en capítulos distintos, que podría tildarse de viciada alguna reconstrucción demasiado forzada. Por ello escojo solamente un par de ejemplos que no ofrezcan dudas. O sea, un par de artículos que del texto de 1797 hayan pasado a las primeras disposiciones de derecho público venezolano sin interferencias ni cruces con otras redacciones, y de aquí a otros textos legales posteriores a 1819.

Véanse:

1) El artículo XIX de 1797 perdura en la Constitución de Cúcuta de 6 de octubre de 1821, en la siguiente forma:

«Art. 177. Ninguno podrá ser privado de la menor porción de su propiedad, ni ésta será aplicada a usos públicos, sin su propio consentimiento, o el del Cuerpo Legislativo. Cuando alguna pública necesidad legalmente comprobada exigiese que la propiedad de algún ciudadano se aplique a usos semejantes, la condición de una justa compensación debe presuponerse».



En la Constitución de Venezuela, de 24 de setiembre de 1830, figura el artículo 202, del siguiente tenor:

«Ninguno podrá ser privado de la menor porción de su propiedad, ni será aplicada a ningún uso público sin su consentimiento o el del Congreso. Cuando el interés común legalmente comprobado así lo exija, debe presuponerse siempre una justa compensación».



Y aun en la Constitución de Venezuela, de 31 de diciembre de 1858, puede verse su artículo 26, con idéntica redacción al de 1830.

  —46→  

2) El texto del artículo XVII, de 1797 se halla recogido en la Constitución de Cúcuta, de 1821:

«Art. 178. Ningún género de trabajo, de cultura, de industria, o de comercio será prohibido a los colombianos, excepto aquellos que ahora son necesarios para la subsistencia de la República, que se libertarán por el Congreso cuando lo juzgue oportuno y conveniente».



En la Constitución de Bolivia, de 11 de julio de 1826, se repite en el artículo 150:

«Art. 150. Ningún género de trabajo, industria, o comercio puede ser prohibido a no ser que se oponga a las costumbres públicas, a la seguridad y a la salubridad de los bolivianos».



Asimismo, en la Constitución de Venezuela, de 1830, en su artículo 209:

«Ningún género de trabajo, de cultura, de industria o de comercio será prohibido a los venezolanos, excepto aquellos que ahora son necesarios para la subsistencia de la República, que se libertarán por el Congreso cuando lo juzgue oportuno y conveniente. También se exceptúan todos los que sean contrarios a la moral y salubridad públicas».



En las constituciones posteriores, a partir del año de 1864, la redacción se altera demasiado, para que sirva a la finalidad de dar fe de la persistencia de un texto originario.

b) Glosa general.

Como consecuencia del minucioso cotejo, creo lícito concluir que, en líneas generales, la principal base de redacción de los textos examinados es la edición de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1797, vinculada a la Conspiración de Gual y España, movimiento precursor de la Independencia.

Mis aseveraciones se fundamentan en los giros y expresiones, aun a sabiendas de que al partir también otros textos de fuentes de inspiración común, podría colidir aparentemente con otras redacciones, como la de Nariño, por ejemplo. He procedido con toda cautela y no me he decidido en ningún punto, sino al encontrarme con casos claros de continuidad o reelaboración indudables del texto que juzgo base de las leyes estudiadas.

Naturalmente, son mucho más semejantes al texto originario las primeras redacciones. A medida que los artículos doctrinales van pasando de un ordenamiento jurídico al sucesivo, sufren con las nuevas redacciones un mayor distanciamiento del texto primitivo, pero esta misma evolución es aleccionadora para percibir cómo a pesar de las sucesivas intervenciones de nuevos legisladores era aceptada la fuerza del principio redactado e impreso en 1797.

  —47→  

En general son así estas alteraciones en la sucesiva redacción de los artículos, pero algunas veces los textos más tardíos vuelven a la primera redacción.

Del mismo modo es expresiva la redistribución en secciones y capítulos diferenciados del articulado correlativo de la primera redacción de 1797. La declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se reparte bajo rubros distintos, al perderse la noción de unidad, de bloque, que formó a fines del siglo XVIII, en los albores de la Independencia, cuando todo el conjunto constituía el nuevo credo político-filosófico que iba a transformar la vida de las naciones de todo un continente.

Estimo que la utilización del texto de 1797 como punto de partida, como base de la legislación doctrinal en el derecho público de Tierra Firme es un hecho trascendente. Me imagino, además, que habrá influido en ello otro factor: no debían ser muy abundantes los textos legales ni los tratados con las nuevas ideas en la Venezuela de 1810-1811. De manera que los 35 artículos del impreso de 1797 deben haberse recibido hasta cierto punto como providenciales.

Pero, por encima de todo esto debía pesar otra consideración. El impreso de 1797 se estimaría como obra propia, pues sin duda se encontraría con cierta profusión en Tierra Firme y, además, la mayor parte de los próceres que decidían la nueva ordenación legal lo recordarían y apreciarían como símbolo de un hermoso episodio, clavado en la historia propia, en el que se jugaron la vida compatriotas de alto valer. Otros textos afloran y participan en la redacción de las Constituciones en 1811 y años sucesivos, la traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de Nariño, por ejemplo. En cada caso lo he anotado. Sin embargo, es visible la preferencia en pro de la redacción de 1797.

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Sobre los textos comparados cabe establecer las siguientes afirmaciones:

Los Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811 siguen casi siempre el texto de 1797. Si hay algunas divergencias obedecen a modificaciones establecidas por los diputados de la Sección Legislativa de Caracas, y por influencia del texto de la Constitución francesa de 1795, sólo en algunos artículos iniciales y en el capítulo Deberes del Hombre en Sociedad, que es transcrito casi íntegramente.

La Constitución de Mérida, 1811 tiene una redacción muy singular. Un gran número de artículos del texto de 1797 no es recogido, seguramente a causa del criterio personal de su principal redactor: don Mariano de Talavera y Garcés. Influye también el texto de la Constitución francesa de 1795.

La Constitución Federal de 1811 sigue en buena parte el texto de 1797, aunque en menor proporción que en los Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811. Influye, asimismo, la Constitución francesa de   —48→   1795. Aparecen nuevos textos co-influyentes: Paine, a través de la traducción de García de Sena; y la traducción de Nariño.

La Constitución de Barcelona, 1812 es el texto más ceñido a la redacción de 1797. Es más; respeta el orden casi sin alteración, es decir, con la única interpolación de un par de artículos tomados de la Constitución Federal, 1811, o de Paine a través de la traducción de García de Sena.

La Constitución de Angostura, 1819, por estar ya lejos de las primeras redacciones de 1811-1812, y, por tanto, ser resultado de varias reelaboraciones, a menudo se aparta del texto de 1797. No obstante, algunas veces vuelve al original, pasando por encima de redacciones intermedias.

***

Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1797 son los 35 artículos encabezadores de la Constitución francesa, de setiembre de 1793, correspondiente a la época del Terror, por tanto la más violenta de las «Declaraciones» emanadas de la Revolución Francesa. Mucho más radicales que los traducidos por Nariño, aunque coinciden en el espíritu filosófico de reivindicación humana individualista.

Queda sólo en pie el interrogante de quién sería su traductor. ¿Los habría traducido Picornell? ¿Es la traducción, preparada para la de San Blas, traída de España por Picornell y los suyos en 1797? ¿Es una obra conjunta de españoles y americanos en suelo americano, al preparar la Conspiración de Gual y España?

***

Veamos ciertas particularidades de algunos textos influidos.

1) Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811. El articulado se reparte en cuatro secciones: a) Soberanía del Pueblo; b) Derechos del Hombre en Sociedad; c) Deberes del Hombre en Sociedad; y d) Deberes del Cuerpo Social. Esta división se mantendrá en la Constitución Federal de 21 de diciembre de 1811.

Se incluyen algunos artículos que respondían a necesidades de gobierno, que no podían sentirse en 1797. Por ejemplo, las elecciones (arts. 7 a 10) o disposiciones de tipo práctico (arts. 5 y 6; 24 a 27).

Los artículos doctrinales de 1797 a menudo se dulcifican, se atenúan, por una razón constante: algunas sentencias fuertes que son comprensibles en espíritus encarados a una revolución inminente no pueden ser convertidas en normas de gobierno. Llega, a veces, este razonamiento a hacer aconsejable la supresión total de algunos principios.

Proviene una parte de los Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811 de otra fuente: los Deberes del hombre en Sociedad son traducción casi literal de los Deberes de la Declaración de la Constitución francesa de 1795. Esta parte se repetirá con algunas modificaciones en la Constitución de Mérida, 1811, donde de manera más estricta se repite el texto y la ordenación de los Devoirs, de la Constitución francesa de 1795.

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De todos modos, los Derechos del Pueblo, 1.º de julio 1811 se basan fundamentalmente en el texto de 1797, traducción de los 35 artículos de la Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano de la Constitución francesa de 1793. Ahora bien; en el impreso de 1797 no aparece completo el texto original francés, pues se publica sin el preámbulo del Acta Constitucional francesa, que sin embargo es traducido para la declaración de los Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811, de Caracas, aunque con variantes de redacción, tanto en la introducción que se publicó en la Gazeta de Caracas, de 23 de julio de 1811, como la que reproduce Blanco-Azpúrua de alguna probable publicación en bando. Esto obliga a suponer o que hay otros papeles de la Conspiración de Gual y España que no conocemos, o que en Caracas se dispuso de nuevo en 1811 de otro texto original de la Constitución francesa de 1793, del que se habría tomado el preámbulo, echando mano de la publicación de 1797 para el articulado de la Declaración caraqueña. No es aventurado suponer que Miranda a su regreso a Caracas, en diciembre de 1810, trajera consigo documentación europea para la formación del derecho público en Venezuela.

Probablemente esta Declaración de los Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811 habrá sido obra principal de Juan Germán Roscio y de ahí haya nacido la tan repetida aseveración de haber traducido secretamente los Derechos del Hombre en 1810.

2) Los Derechos del Hombre que se reconocerán, y respetarán en toda la extensión del Estado, capítulo 8.º de la Constitución Federal, 1811, conservan el mismo esquema de los Derechos del Pueblo, 1.º de julio de 1811, sobre los cual es se redacta el articulado de la Constitución. Los conceptos y disposiciones son ampliados y alcanzan mayor vuelo. La base es sustancialmente la misma -el texto de 1797- pero se le añade la influencia de la Constitución francesa de 1795, la de Paine y la de la traducción de Nariño. Contribuye, además, a distanciar el texto de la Constitución Federal, 1811, de los Derechos del Pueblo, un mayor cuidado en el estilo y la dicción.

Como algunas veces reaparece en la Constitución Federal, 1811, el texto primitivo de 1797, puede afirmarse que lo tuvieron a la vista al proceder a redactarla. Las grandes diferencias en este capítulo 8.º respecto al texto de 1797, obedecen a la inclusión de artículos nuevos, necesarios para la regulación de un Estado. Por las mismas razones de gobierno, aducidas a propósito de los Derechos del Pueblo, muchos artículos se atenúan y otro s desaparecen.

Como ejemplo más eminente, me permito citar el distinto trato de los artículos XXVI, XXVII, XXXII y XXXV de 1797, que habían sido olvidados en los Derechos del Pueblo, son recogidos en la Constitución Federal en el último artículo de los «Derechos del Hombre en Sociedad», el 191. Es una recapitulación de principios estupendamente redactada, en la que aparecen las violentas llamadas a la acción, muy comprensibles en una oposición revolucionaria, transformadas en normas   —50→   de una ordenación constitucional, como había de ser el nuevo Estado, de 1811 en adelante.

Compárense los artículos referidos, de 1797, con el siguiente texto:

Art. 191. «Los Gobiernos se han constituido para la felicidad común, para la protección y seguridad de los Pueblos que los componen, y no para el beneficio, honor o privado interés de algún hombre, de alguna familia, o de alguna clase de hombres en particular, que sólo son una parte de la comunidad. El mejor de todos los Gobiernos será el que fuere más propio para producir la mayor suma de bien y de felicidad, y estuviere más a cubierto del peligro de una mala administración; y cuantas veces se reconociere que un Gobierno es incapaz de llenar estos objetos o que fuere contrario a ellos, la mayoría de la nación tiene indubitablemente el derecho inenajenable e imprescindible de abolirlo, cambiarlo o reformarlo, del modo que juzgue más propio para procurar el bien público. Para obtener esta indispensable mayoría, sin daño de la justicia, ni de la libertad general, la Constitución presenta y ordena los medios más razonables, justos y regulares en el capítulo de la revisión, y las Provincias adoptarán otros semejantes o equivalentes en sus respectivas Constituciones.



***

Además de la influencia de Nariño, visible pero escasa, es clara en la Constitución Federal, 1811 la presencia de los extractos de Paine, traducidos por Manuel García de Sena. Voy a citar unos ejemplos en la parte de los Derechos del Hombre. En los otros capítulos la influencia de Paine es todavía mayor, pero son puntos que no interesan a nuestro objeto. Basten unas muestras:

a)

«XIV. Toda persona tiene derecho para estar segura de pesquisas injustas y de violencias en su persona, sus casas, sus papeles, y todas sus posesiones. Por tanto toda orden de arresto es contraria a este derecho, si la causa o fundamento de ella no está apoyada previamente por juramento o afirmación; y si la orden, comunicada a un oficial civil, para hacer pesquisa en algún lugar sospechoso, o arrestar una o más personas sospechosas, o embargar sus propiedades, no está acompañada con una especial designación de las personas, u objetos de pesquisa, arresto o captura. Y ninguna orden de arresto debe ser expedida, sino en los casos   —51→   y con las formalidades que prescriben las leyes».

(De: Independencia de Costa Firme, Paine, p. 205).

Art. 162. (Constitución Federal, 1811).

«Toda persona tiene derecho a estar segura de que no sufrirá pesquisa alguna, registro, averiguación, capturas o embargos irregulares, e indebidos de su persona, su casa y sus bienes; y cualquiera orden de los Magistrados para registrar lugares sospechosos, sin probabilidad de algún hecho grave que lo exija, ni expresa designación de los referidos lugares, o para apoderarse de alguna o de algunas personas, y de sus propiedades sin nombrarlas ni indicar los motivos del procedimiento, ni que haya precedido testimonio, o deposición jurada de personas creíbles; será   —51→   contraria a aquel derecho, peligrosa a la libertad y no deberá expedirse».

(Sección: Derechos del Hombre en Sociedad).

b)

«X. Todos los individuos de la Sociedad tienen un derecho para ser protegidos por ella en el goce de su vida, libertad, y propiedad, conforme a las leyes establecidas. Por consiguiente cada uno está obligado a contribuir su porción para los gastos de esta protección; a dar su servicio personal, o un equivalente cuando sea necesario. Pero ninguna parte de la propiedad de cualquier individuo puede justamente quitársele, o aplicarse a los usos públicos sin su mismo consentimiento, o el del Cuerpo Representante del Pueblo.

En fin, el Pueblo de esta República no será gobernado por otras leyes que aquellas, a que su Cuerpo Representante por Constitución ha dado su consentimiento. Y siempre que las exigencias públicas requieran que la propiedad de algún individuo se aplique a usos públicos, él recibirá una razonable compensación por ella».

De: Independencia de Costa Firme, Paine, p. 204).

Art. 165. (Constitución Federal, 1811). «Todo individuo de la Sociedad, tiene derecho a ser protegido por ella, en el goce de su vida, de su libertad, y de sus propiedades, con arreglo a las leyes; está obligado de consiguiente a contribuir por su parte para las expensas de esta protección, y a prestar sus servicios personales o un equivalente de ellos cuando sea necesario; pero ninguno podrá ser privado de la menor porción de su propiedad, ni ésta podrá aplicarse a usos públicos sin su propio consentimiento o el de los Cuerpos Legislativos representantes del Pueblo, y cuando alguna pública necesidad legalmente comprobada exigiere que la propiedad de algún ciudadano se aplique a usos semejantes, deberá recibir por ella una justa indemnización».

(Sección: Derechos del Hombre en Sociedad).

c)

«XVII. El Pueblo tiene derecho para tener y llevar armas para la defensa común. Y como que es peligroso a la libertad tener tropas sobre las armas en tiempo de paz, no deben mantenerse sin el consentimiento de la Legislatura: y el poder militar estará siempre subordinado a la autoridad civil, y gobernado por ella.

(De: Independencia de Costa Firme, Paine, p. 206).

Art. 178. (Constitución Federal, 1811). «Una milicia bien reglada e instruida compuesta de los ciudadanos es la defensa natural más conveniente y más segura a un Estado libre. No deberá haber tropas veteranas en tiempo de paz, sino las rigurosamente precisas para la seguridad del País, con el consentimiento del Congreso.

Tampoco se impedirá a los ciudadanos   —52→   el derecho de tener y llevar armas lícitas y permitidas para su defensa, y el Poder Militar en todos casos se conservará en una exacta subordinación a la autoridad civil, y será dirigido por ella».

(Sección: Derechos del Hombre en Sociedad).

3) La Constitución de Mérida, 1811 es la que palía más el sentido revolucionario de los Derechos del Hombre de 1797. No obstante, el hecho de utilizar preferentemente la redacción de 1797, autoriza a afirmar que los Derechos del Hombre, que el 10 de diciembre de 1810 perseguía por edicto en Mérida el Obispo Doctor Santiago Hernández Milanés, son los impresos en 1797: «Haremos saber que ha llegado a nuestra noticia que en esta ciudad se ha introducido un papel titulado «Derechos del Hombre y del Ciudadano» que contiene errores...».

Ya hemos visto que utiliza también el texto de la Constitución francesa de 1795.

Creo que la filiación histórica de nuestro texto queda establecida.






ArribaAbajo III. La canción americana

He mencionado antes uno de los textos relacionados con la Constitución de Gual y España: La Canción Americana, impresa también por Picornell después de su huida de La Guaira en 1797.

El año de 1811 se imprimía de nuevo en Caracas, por el mismo impresor de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, J. Baillio y C.ª. La impresión lleva fecha: 20 de enero de 1811.

Basta comparar los dos textos para darse cuenta que se trata de la misma obra. El coro o estribillo es idéntico, pero las octavillas asonantadas al estilo de un romance tienen una curiosa particularidad: los tiempos verbales están significativamente cambiados. Donde era presente en 1797, se transforma en pretérito, en 1811, clara expresión de tener conciencia sus reeditores del tiempo transcurrido y, lo que es más importante, de haber sucedido alteraciones decisivas en la vida política de Hispanoamérica. Este trastrueque en los tiempos verbales es la alteración más notoria, aunque hay otras rectificaciones y enmiendas de gran valor.

Véanse algunas estrofas:

  —53→  

Canción americana
Texto de 1797
1
Texto de 1811
1
Afligida la Patria
os llama, Americanos
para que, reunidos,
destruyais al tirano:
Oid su voz sagrada
que anuncia a ese malvado
la felicidad vuestra,
y su fin desastrado.
Afligida la Patria
os llamó, Americano
para que, reunidos,
destruyais al tirano:
que anunciaba al malvado
la felicidad vuestra,
y su fin desastrado.
COROCORO
Viva tan solo el Pueblo,
el Pueblo Soberano:
mueran los opresores,
mueran sus partidarios.
Viva tan solo el Pueblo,
el Pueblo Soberano:
mueran los opresores,
mueran sus partidarios.
22
La Patria es nuestra Madre
nuestra Madre querida
a quien tiene el tirano
esclava y oprimida:
A ella es a quien debemos
hasta la misma vida;
perezcan pues todos
o sea libre en el día.
Viva, etc.
La Patria es nuestra Madre
nuestra Madre querida
a quien tuvo el tirano
esclava y afligida:
a esta es a quien debemos
hasta la misma vida;
perezcamos, pues, antes
que ella se vea oprimida.
Viva, etc.
33
Todos nuestros derechos
los vemos usurpados:
con tributos e impuestos
estamos agobiados
si hablamos en justicia
no somos escuchados,
pues sean esos perros
del todo exterminados.
Viva, etc.   —54→  
Todos nuestros derechos
los vimos usurpados:
con tributos e impuestos
éramos agobiados
si pedíamos justicia,
no éramos escuchados:
pues sean esos fieros
del todo destronados.
Viva, etc.   —54→  
88
Tiembla tu, Rey infame
tiembla pérfido Carlos
que todos tus delitos
van a ser castigados:
Ya la terrible espada
del pueblo Americano
va a destruir tu orgullo
déspota sanguinario.
Viva, etc.
Tiembla, opresor infame,
tiembla, cruel e inhumano,
que todos tus delitos
van a ser castigados:
Ya la terrible espada
del brazo Americano
va a destruir vuestro orgullo,
déspota sanguinario.
Viva, etc.
99
Monstruo cruel y horrendo
hace trescientos años
que con furor devoras
a los Americanos:
ya es tiempo que pagueis
tus crímenes, malvado,
y que recobre el Pueblo
sus derechos sagrados.
Monstruo feroz y horrendo
hacían trescientos años
que tu furor destruía
a los Americanos:
ya es tiempo de que pagues
tus crímenes, malvado,
pues ya recobró el Pueblo,
sus derechos sagrados.

La trasposición es clara. Es un hecho paralelo al de la utilización de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1797, para los textos legales de los años 1811 y siguientes, como hemos estudiado.

Los anhelos de la Conspiración de Gual y España convertidos en realidad. En la Canción Americana, júbilo popular por un pretérito finiquitado; en los Derechos del Hombre, incorporación al nuevo ordenamiento legal, núcleo de la vida independiente.






ArribaAbajoIV. La Carmañola americana

Juan Vicente González en la Biografía de José Félix Ribas nos habla de la Caracas revolucionaria de 1811, y de cómo don Andrés Moreno, de regreso de su cautiverio en Puerto Rico «aunque de carácter apacible y de costumbres dulces, ofreció los amplios salones de su casa a un Club más demagógico que la Sociedad Patriótica, el Club de los Sincamisa, donde se bailaba extraña y grotescamente al son de esta canción compuesta por los Landaetas:


   Aunque pobre y sin camisa,
un baile tengo que dar
y en lugar de la guitarra,
cañones resonarán.
—55→
   ¡Que bailen los sin camisa,
y viva el són del cañón!



El texto de la canción y la misma denominación del club son hijos de la Carmañola Americana, de 1797. La primera estrofa del canto compuesto para la de Gual y España, se modifica ligeramente en el texto que da Juan Vicente González:


   «Yo que soy un sin camisa
un baile tengo que dar
y en lugar de guitarras
cañones sonarán.
    Bailen los sin camisas
y viva el son, y viva el son.
Bailen los sin camisas
y viva el son del cañón».



De la misma manera la Carmañola Americana, de 1797 tiene curiosísima supervivencia en un texto conservado por un «cronista» de la Independencia, el capitán Vowell, voluntario inglés quien en 1817, después de haber intervenido en las guerras napoleónicas de la Península, se alistaba como teniente en el «Regimiento 1.º de Lanceros venezolanos».

En su libro Las Sabanas de Barinas, Vowell registra la vida de los Llanos, escenario grandioso de combates inverosímiles, capitaneados por el centauro Páez. Pues bien; en el capítulo IX, «El mercader ambulante -Festín llanero», recoge algunas canciones patrióticas, entre ellas la que Páez «ordenó en seguida a su guardia que cantase»; la llamada Canto de las Sabanas.

Basta comparar su texto con algunas estrofas de la Carmañola Americana, para que nos ahorre todo comentario, puesto que es clarísima la vinculación de un texto a otro.

Canción americana
CANTO DE LAS SABANAS
(1817-1818)
CARMAÑOLA AMERICANA
(1797)
Si acaso te preguntan por qué
andáis descamisados;
(¡Avanzad! ¡Avanzad! ¡Avanzad
con machete en mano!)
Decid que con sus tributos los
Godos me la han quitado.
(¡Avanzad! ¡Avanzad! ¡Avanzad
con machete en mano!)
Vengan ¡Chapetones! a morir aquí.
Dexemos la España en su frenesí.   —56→  
Si alguno quiere saber
por qué estoy descamisado,
porque con los tributos
El Rey me ha desnudado   —56→  
La justicia en las Audiencias
se compraba y se vendía;
(¡Avanzad! ¡Avanzad!, etc.)
Y el oro de los pleitantes en las
Cortes prevalía.
(¡Avanzad! ¡Avanzad!, etc.)
Vengan ¡Chapetones!, etc.
La Justicia en las Audiencias
a quien más paga se vende,
del favor y el cohecho
las sentencias dependen.
Todos los reyes del mundo son
igualmente tiranos;
(¡Avanzad! ¡Avanzad!, etc.)
Y contra ellos es preciso que
nosotros nos unamos.
(¡Avanzad! ¡Avanzad!, etc.)
Vengan ¡Chapetones!, etc.
Todos los Reyes del mundo
son igualmente tiranos
y uno de los mayores
es ese infame Carlos.




ArribaAbajoV. Recapitulación

Consta en las actas del Primer Congreso Constituyente de Venezuela que el día 20 de noviembre de 1811, mientras se estaba discutiendo la Constitución Federal para los Estados de Venezuela, en el salón de sesiones del Supremo Congreso, en Caracas, «entró con previo permiso don Juan Picornell, a ofrecer sus servicios en favor de la Patria, al restituirse a Venezuela de la persecución sufrida por el Gobierno anterior».

Se está discutiendo el capítulo 8.º: Derechos del hombre que se reconocerán y respetarán en toda la extensión del Estado.

Picornell presenciaría la supervivencia de las ideas y los textos que catorce años antes había contribuido a introducir en Tierra Firme, en 1797, como ideal de una conspiración que vería en 1811 incorporarse en la ley, hacerse cuerpo de la ordenación fundamental de un nuevo estado. Grandiosa resurrección histórica de un impreso.

La revolución estaba cumplida.

Las vicisitudes posteriores harán zozobrar más de una vez los principios por los cuales Picornell, el jacobino de San Blas, el reo de estado en los calabozos de La Guaira, el fugitivo-conspirador de la Gual y España, había dado sus años maduros, repletos de reflexión filosófico-política. Pero ya están en la Historia de Hispanoamérica los proyectos y los sueños de reivindicación humana en la regulación de una sociedad nueva: La revolución estaba cumplida.

La base legal de la antigua colonia se recobraba en plena conciencia para decir que su ley había de ser, en adelante, la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad; que la ley es la expresión libre de la voluntad general, etc., etc.

  —57→  

Picornell asociaría en su recuerdo a los compañeros caídos, a Manuel Gual, a José María España, a los conjurados de San Blas. A pesar de tanto suceso lamentable, la vida se habría entregado para algo útil, ya que los próceres de la primera revolución hispánica en América auspiciaban amorosamente las máximas de la nueva ley.

Hasta es posible que a su regreso a Caracas, haya sorprendido a Picornell el curioso cambio de unos versos que, a lo mejor, coreaba en la calle el patriota entusiasta:


Afligida la Patria
os llamó Americanos



cuando él mismo había impreso que «os llama». Se sentiría protagonista de tal hecho histórico simbolizado por la alteración hacia un pretérito de lo que había vivido como presente.

***

Esta es la hermosa significación de la Conspiración de Gual y España.

1949. 2.ª ed. 1978.





  —58→  

ArribaAbajoTemas de Francisco de Miranda


ArribaAbajo I. La casa de Grafton Street, en Londres

Francisco de Miranda (1750-1816) es la figura más universal y más culta que dio el continente suramericano, antes de la Emancipación, por la que trabajó en su peregrinaje por el mundo de la civiliza ción occidental. Con plena justicia se le denomina el Precursor, título ganado por el esfuerzo sostenido con singular ahínco y perseverancia. El testimonio de su vida admirable se ha conservado en la imponente colección de su Archivo, un auténtico tesoro para conocer una época, un personaje y un ideal. Nos ilustran asimismo las referencias de sus coetáneos, que vieron en la acción de Miranda la fuerza de un mensaje que podría transformar el rumbo de una época.

Hombre de la ilustración, nacido en la Caracas recoleta de la mitad del siglo XVIII, mantuvo en su existencia un extraordinario afán de estudio y asimilación de la evolución filosófica y política que se iba operando sobre la vieja ordenación de las sociedades asentadas sobre tradiciones de poderoso resabio feudal, que el racionalismo renacentista no había sabido todavía liquidar en el régimen de las naciones. La biografía de Miranda es fulgurante. Recorre países con la apetencia de informarse de las gentes, las ciudades, con deseo de conocer los principios que iban a remodelar los sistemas políticos vigentes en el siglo XVIII.

Empujado por su carácter de hombre de acción se hallará presente, con papel de protagonista, en las tres grandes revoluciones que habrán de crear nueva fisonomía a la cultura de occidente: la independencia norteamericana; la revolución francesa y la emancipación de las colonias del imperio español. No puede ser un hecho casual que en tales acontecimientos trascendentales, distanciados en más de tres décadas, estuviese siempre Miranda en función de colaboración notoria. Debemos ver la razón de ello en su poderosa intuición de los sucesos en proceso de preparación. Es la íntima explicación de la función del líder, en todos los tiempos, que se anticipa en la visión del futuro; que capta con particularísima sensibilidad las transformaciones políticas en proceso; y se halla siempre dispuesto a dar su brazo y su juicio a los acontecimientos en desarrollo. Es el fruto y el signo de su capacidad analítica lo que le hace   —59→   comprender la madurez del cambio filosófico en Estados Unidos, cuyos principales actores trata en uno de sus primeros viajes; del mismo modo que avizora en Europa la marcha hacia la revolución; y vaticina con sorprendente exactitud la progresiva preparación del continente americano hispanohablante hacia la libertad de sus naciones.

No nos ofrece la historia un personaje paralelo, ni remotamente comparable. Percibir los grandes cambios con antelación, cooperar en su ejecución y preparar los seguidores para llevar a cabo tan altos de signos en lo porvenir, lo convierten en un ser de excepción, que merece el recuerdo y el homenaje de la posteridad.

Tal fue la línea vital de Francisco de Miranda, el hombre admirable que, como una leyenda mitológica, se ha creado una aureola de universalidad en su función de Precursor. La lucha ideológica que desde mediados del siglo XVIII está planteada en el ámbito internacional es vivida a plenitud por este hombre extraordinario. Su mente se prepara a lo largo de un sensacional periplo por otras culturas y otras mentalidades, (África, Estados Unidos, Holanda, Prusia, Austria, Italia, Grecia, Rusia, Dinamarca, Suiza, Francia e Inglaterra), para definir en su alma el diagnóstico exacto de la vida de las sociedades en trance de cambio y evolución.

Acaso podría establecerse un paralelismo con Alejandro de Humboldt que en los mismos años de las jornadas exploratorias de Miranda, recorría el mundo en busca de las leyes esenciales del cosmos. En Miranda, la dilatada odisea perseguía la percepción de algo más alambicado y quizás más difícil: el rumbo de las ideas políticas que irían a imponerse en un mundo en transformación. Diría que con fines distintos, alcanzan grandeza equivalente. En otro campo de análisis de los hombres, hallamos, salido también de Venezuela, otro personaje singular, Simón Rodríguez, quien a través de sus viajes desentraña las bases de la educación para construir las nuevas sociedades americanas. Los impulsos son motivados por diferentes propósitos, pero las preocupaciones son en el fondo semejantes en cuanto a la avidez por interpretar las normas de las mudanzas del ser humano.

Se establece Miranda en Londres, al término de sus viajes, para fijar la sede de sus reflexiones y, además, para disponer de un centro o cuartel general desde donde pudiera proyectar su acción. En 1802 se instala en Grafton Street. Tampoco es por azar que haya escogido Londres, pues era la capital del mundo liberal, ya que el continente europeo había caído en las manos poderosas del gran corso. Era en Inglaterra, desde donde podía adelantar la acción y la difusión de su mensaje. No cabía otra alternativa. De ahí la adscripción de la persona de Miranda a la capital británica, el lugar de más prolongada residencia en toda su vida, después de la partida de Caracas, a los veinte años de edad. En la casa del 27 Grafton Street (hoy, 58 Grafton Way), fue donde recibió gran cantidad de visitantes, de la más variada condición y oficio, provenientes de todas partes. Ahí nacen sus hijos: Leandro, en 1803: Francisco, en 1806. Su mansión fue centro político, base de operaciones y, además, hogar, con la presencia de Sarah Andrews que le da calor de   —60→   sentimiento. Por otra parte, su biblioteca, reunida contra viento, marea y viajes, la ve agrupada bajo techo protector y la cuida y usa como remanso a su dilatada agitación. Así, con el corazón y la mente en relativo o casi imposible sosiego, funda en Grafton Street lo que el propio Miranda explica en las páginas del manifiesto de El Colombiano: «Mi casa en esta ciudad es y será siempre el punto fijo para la Independencia y libertades del Continente Colombiano». En 1810, prepara en Grafton Street la publicación de El Colombiano, la primera revista dedicada al ideal emancipador.

¡Cuántas horas de la vida de Miranda habrá pasado entre las paredes de su fascinante biblioteca escribiendo, leyendo, meditando, recibiendo amigos y emisarios, planeando su acción con la función del creador de ideas para el bien de sus conciudadanos o en el placer de compartir las páginas de autores clásicos y modernos que fueron alimento permanente de su alma insaciable, de sus sueños de liberación política de su amado continente colombino! Escribe en su diario: «Oh, libros de mi vida, qué recurso inagotable para alivio de la vida humana». Las mayores emociones de la existencia de Miranda, las habrá pasado entre los anaqueles de su sensacional colección de libros, mapas, ilustraciones, objetos y evocaciones de sus andanzas por los más variados rincones del universo durante las cuales gozó la frecuentación de los protagonistas políticos de su época. Evoquemos la cuidadosa preservación de los documentos y testimonios que fue acumulado en su Archivo, empastado por sus propias manos, para dar fe ante la historia de su entrega a un propósito de libertad. Con plena conciencia de la huella que iba a dejar con sus papeles para la reconstrucción de los anales de su tiempo, acumula la extraordinaria variedad y riqueza de este Archivo, que reúne desde tarjetas de visita hasta documentos de altísimo valor histórico que son reflejo de la rica aventura biográfica de Miranda.

En cuanto a la presencia de notables interlocutores en la sala-biblioteca de Grafton Street, creo que basta recordar que en ella se habrá efectuado la única coincidencia física de los tres mayores venezolanos nacidos en Caracas: Miranda, Bolívar y Bello, en los pocos días de residencia simultánea en la capital inglesa en agosto y septiembre de 1810. La reunión de los tres con diferencia de edad: Miranda, de 60 años; Bello, de 29; y Bolívar, de 27, adquiere pleno valor de símbolo para los grandes fastos americanos, el que se hallasen juntos al amparo de los estantes de los libros del Precursor. No volverán a encontrarse después. Cada cual siguió la ruta que les había señalado el destino. Bolívar y Miranda participan en el intento de consolidar la Primera República en Venezuela hasta 1812, en tanto que Bello permanece en Londres hasta su regreso a América, en 1829. Los diplomáticos de Caracas, Bolívar y Bello, habrán visto en Miranda un consejero único para cooperar en el objeto de la Misión enviada por la junta de Caracas, nacida el 19 de abril de 1810. De la impresión que recibió Bello, tenemos un documento precioso redactado sin duda por el humanista, seguramente desde la propia biblioteca de la Casa de Miranda, donde residía con López Méndez, en el que se lee: «Miranda es un hombre   —61→   que reúne eminentemente las cualidades constitutivas de un Patriota celoso, de un General experto, y de un profundo político». «Ni aún sus enemigos se han atrevido a negarle una superioridad extraordinaria de luces, experiencia y talentos. A la verdad sería un absurdo suponer que un individuo desnudo de estas cualidades, y sin recomendación alguna exterior hubiese podido sostener un papel distinguido en las cortes, introducirse en las sociedades más respetables, adquirir la estimación y aun la confianza de una infinidad de hombres ilustres, acercarse a los Soberanos, y dejar en todas partes una impresión favorable».

Así consta en esta redacción autógrafa de Bello, el eco espiritual que ha de haber producido la personalidad de Miranda en su alma. Miranda deja para siempre Grafton Street en 1810, pues muere en La Carraca en 1816, sin poder realizar su anhelado regreso al hogar. La casa queda al cuidado de la fiel Sarah Andrews, cuya aventura ha sido explicada espléndidamente por Carlos Pi Suñer, hace unos años, y por Miriam Blanco de Hood en su reciente libro.

La Biblioteca de Miranda estuvo a punto de ir a Suramérica en tres oportunidades. La primera, en 1820, por la gestión de Antonio José de Irisarri cerca del Gobierno de Chile; la segunda, en 1826, cuando Bolívar le sugiere a Sucre que la compre para Bolivia; y la tercera, en 1828, cuando el Dr. José María Vargas inicia gestiones, para adquirirla para la Universidad de Caracas. Pero los libros de tan famosa biblioteca se van a dispersar a través de dos subastas en 1828 y 1832. Conocemos exactamente el contenido de la rica colección gracias a los Catálogos de las ventas públicas realizadas por la Casa Evans de Londres, a lo que hay que añadir la relación de los clásicos grecolatinos legados por Miranda a la Universidad de Caracas. El conjunto constaba cerca de 6.000 volúmenes, resultado de una selección exquisita e inteligente. La relación bibliográfica es impresionante, y con ella «comprendemos mejor la magnitud de la grandeza y de la tragedia de Miranda», como escribe Arturo Uslar Pietri, quien asevera que «todo está allí, testimoniando el ansia universal de conocer de Miranda: poesía, teatro, ensayos, historia, religión, filosofía, viajes, bellas artes, agricultura, novela, ingeniería, lingüística, arte militar, medicina, ciencias naturales, enciclopedias y diccionarios». Libros de todos los tiempos, de la antigüedad clásica hasta obras contemporáneas, adquiridas durante sus correrías por el mundo concentradas luego en los armarios de Grafton Street. En esta biblioteca abrió los ojos a la cultura universal, Andrés Bello.

La casa quedó sin patrón, cuando Miranda parte para la aventura americana, en 1810. En 1818 fue oficina de reclutamiento de los legionarios ingleses, escoceses e irlandeses que partían a colaborar con los patriotas de Venezuela. Quedó definitivamente vacía, cuando en 1833 se ultima el segundo remate de La Casa Evans. La seguirá velando la fiel Sarah Andrews hasta su muerte en 1847.

Así ha estado hasta la adquisición del inmueble por parte del Gobierno de Venezuela.

Es natural que la sede de Miranda ejerza un atractivo especialísimo para el orbe de nuestra civilización, particularmente para los ciudadanos   —62→   de Hispanoamérica. Centro y Meca de la libertad continental. Hoy su biblioteca es prácticamente imposible reconstruirla. Debemos limitarnos a lamentar que fracasaron los intentos de destinarla a alguna de las Repúblicas americanas nacidas de la guerra emancipadora.

Cabe pensar y decidir un homenaje condigno para nuestros días: rehacer la biblioteca con obras que conduzcan a un propósito similar, mediante la formación de una Biblioteca de la Emancipación, al servicio de los países hispanoamericanos. Convertir a Grafton Street en una mansión de estudio y divulgación de la inteligencia y el corazón de los países, por cuya liberación, trabajó denodadamente Miranda. Sería el mejor tributo de respeto y veneración a la obra que llevó a cabo en su admirable vida. Todas las Repúblicas hispanohablantes podrían y deberían colaborar en tan estupenda empresa.

En este año Bicentenario del Nacimiento de Simón Bolívar, hay que comprometernos a proseguir el empeño que tan intrépidamente sirvió el Precursor Miranda.

Noviembre, 1983.

Acto de inauguración, Londres,
17 de diciembre de 1983.




ArribaAbajoII. La imprenta de la expedición libertadora

A mediados de 1805, Francisco de Miranda (1750-1816) toma la trascendental decisión de intentar llevar a cabo la acción para la cual ha estado laborando incansablemente: la liberación del Continente americano de habla hispánica. Cerrado ya el ciclo de negociaciones y conspiraciones, va a emprender la obra personal en su amada Colombia, llamada injustamente América. Este momento, que en sus reflexiones habrá creído propicio por la situación política internacional y por la madurez del pensamiento de sus compatriotas, habrá sin embargo sobrecogido su alma, tanto por la íntima emoción de la aventura en perspectiva, cuanto por la suerte incierta que iba a correr.

En la vida de Francisco de Miranda, ciudadano de un mundo que aspiraba a su libertad, el año de 1806 habrá sido el de la gran prueba: regresar a su viejo solar nativo para llevar sus compatriotas a la independencia. Una vez cumplida la tarea de preparación política; terminado el prolongado aprendizaje de sus ideas filosóficas en los tiempos de ilustración, enciclopedismo y revolución norteamericana y europea; Miranda, a los 56 años de edad, decide la acción personal en los campos y ciudades de Tierra Firme, en esa zona americana -la soñada Colombia- donde había nacido y donde había recibido de la Universidad de Caracas la educación de «sabios principios de Literatura y de moral cristiana con que administraron mi juventud, con cuyos sólidos fundamentos he podido superar felizmente los graves peligros y dificultades de los presentes tiempos».

  —63→  

Así reza el testamento de Miranda, otorgado en Londres, a 1.º de agosto de 1805. En las palabras iniciales de dicha disposición testamentaria está el signo del valor decisivo que el espíritu del Precursor concedía a la expedición:

«Hallándome a punto de embarcarme para América con intención de llevar a debido efecto los Planes políticos en que tengo empleado gran parte de mi vida; y considerando los grandes riesgos y peligros que para ello será indispensable superar, hago esta declaración a fin de que por ella se cumpla, en caso de fallecimiento, ésta mi voluntad».



La suerte estaba echada. Casi con las mismas palabras del testamento encabezará la proclama más famosa de la Expedición.

Hombre de persuasión, más que de combate, llevaba en su bagaje para anunciar la buena nueva a sus conciudadanos, una imprenta, auténtico símbolo de sus propósitos y de su estilo de político idealista. Los numerosos escritos que había hecho leer a tantos estadistas europeos y a sus compañeros de conspiración, iban ahora a ser transformados en alegatos, proclamas y manifiestos, impresos en una modesta imprenta, instalada a bordo de su nave capitana, el Leander, bautizada con el nombre de su primogénito.

Las costas venezolanas empezarían a recibir por primera vez papeles con tinta húmeda todavía, recado emocional de un gran caraqueño, quien a pesar del fracaso iba a dejar la estela viva de su ejemplo. Pienso en el hondo sentimiento que Miranda experimentaría al dar su aprobación a las hojas salidas de la prensa del Leander, en la reflexión de que centenares de compatriotas podrían leer su palabra de liberación y fraternidad. Si las hojas impresas fueron luego quemadas en las plazas públicas, el esfuerzo no se perdió, pues prendió el fuego del entusiasmo para las resoluciones en un futuro próximo. Pocos años después la Emancipación empezaría su camino incontenible. Miranda será el Precursor, título legítimo reconocido por la historia del Continente hispanohablante.

Veamos la suerte de este taller de imprenta, lanza quijotesca en manos de la voluntad de Francisco de Miranda.


A. Cronología de la expedición de 1806

La historia de la expedición de Miranda tiene excelente bibliografía. Para mi propósito me basta consignar simplemente las fechas principales de los sucesos acaecidos desde febrero de 1806 hasta el final de la tentativa.

2 de febrero. - Miranda parte de Nueva York a bordo del Leander.

20 de febrero. - Fondea en Jacmel (Haití), donde se refuerza con las goletas Bee y Bacchus.

28 de marzo. - Zarpa de Jacmel para el Sur.

11 de abril. - Llega a Aruba.

16 de abril. - Parte de Aruba.

  —64→  

23 de abril. - Avistan a Bonaire, y pasan frente a Curazao el 24.

28 de abril. - Se acerca la expedición a la costa venezolana, frente a Ocumare, donde entabla batalla con los navíos españoles, el bergantín Argos la goleta Celosa. Son apresadas las goletas mirandinas Bee y Bacchus. A consecuencia del fracaso, el Leander se retira hacia Bonaire, donde llega el 29 de abril.

9 de mayo. - Ya en alta mar, acuerda dirigirse a Trinidad.

24 de mayo. - Se encuentra con el Lily, buque de guerra inglés, que socorre al Leander con agua y provisiones.

28 de mayo. - Desembarcan en la isla de Granada.

30 de mayo. - Zarpa para la isla de Barbada, escoltado por el Lily.

6 de junio. - Llega a Barbada.

21 de junio. - Sale de Barbada, escoltado por el Lily, el bergantín Express, y la goleta mercante The Trimmer.

24 de junio. - Llega a Trinidad.

Se había cumplido la primera fase de la Expedición, que reanuda un mes más tarde.

24 de julio. - El Leander parte de Trinidad, con el Lily, el Express, el Provost, el Attentive, las cañoneras Bull-dog, Dispatch y Mastiff. Van también el bergantín norteamericano Commodore Berry y la goleta The Trimmer.

27 de julio. - Se detiene en la isla de Coche.

1.º de agosto. - Llega a La Vela, en la costa venezolana.

4 de agosto. - Ocupa la ciudad de Coro, abandonada por sus pobladores.

10 de agosto. - Regresa a La Vela.

13 de agosto. - Se reembarca hacia Aruba, donde llega el día 14.

22 de agosto. - Toma posesión de la isla.

27 de setiembre. - Parten las naves inglesas, y Miranda se embarca en la fragata británica Seine, que zarpa con el Leander hacia la isla de Granada, donde llegan el 21 de octubre. De ahí sale en el Leander hacia Barbada, y luego en la fragata Melville parte para Trinidad donde arriba el 9 de noviembre.

El intento ha concluido. Sólo queda la liquidación y remate de todos los efectos. Permanecerá Miranda en Trinidad durante el año de 1807, hasta el 31 de diciembre, cuando en la fragata Alexandría regresa a Inglaterra.

Tales son las fechas que jalonan el itinerario de la Expedición.




B. La imprenta del «Leander»

Son numerosos los documentos que atestiguan la existencia del taller de imprenta de la Expedición. Fue adquirido en Nueva York a fines de enero de 1806, según el testimonio (aducido por García Chuecos), del Cónsul español en Nueva York, Thomas Stoughton, quien el 31 de enero escribía al Ministro de España en Washington: «Ayer he sabido con certeza que recibió a su bordo una imprenta y seis   —65→   impresores». Lo mismo ratifica un oficio de Pedro Ceballos al Secretario del Despacho de la Guerra, del Gobierno de la Península, fechado en Aranjuez el 23 de abril de 1806: «A bordo del Leander va una imprenta y seis oficiales de este arte». (Archivo de Indias, Sevilla, Estante 133, Cajón 4, Legajo 9).

Fue adquirida la imprenta a un tal Hopkins.

La imprenta tenía las siguientes personas adscritas, según el Archivo de Miranda (tomo XVII, p. 349), en documento fechado a 1.º de enero de 1806:

Miles L. Hale, Segundo teniente

John H. Shermann

John M. Elliott

Robert Saunders

Henry Ingersoll

John Elliott

Según cuenta Ingersoll y ratifican Biggs y Edsall, aunque éste con menor precisión, al día siguiente de haber llegado la expedición a Jacmel, el 20 de febrero, se colocó la imprenta «sobre la cubierta del buque (era día jueves). En los días viernes, sábado y domingo, imprimimos dos mil proclamas en español, las cuales contienen la declaratoria de nuestros propósitos y serán distribuidas a todas partes del mundo tan pronto como lleguemos a nuestro destino». Biggs describe, en su diario, para el día 23 de febrero, el funcionamiento de la imprenta, en la siguiente forma: «Tal es la escena que se desarrolla en el puente de nuestro buque desde el amanecer hasta la caída del sol: Un lado de la torre de mando está ocupado por una prensa de imprimir, en la cual varios jóvenes de esta profesión trabajan preparando las proclamas del General para el pueblo de Sur-América y preparando los tipos para imprimir nuestros despachos».

El principal tipógrafo fue Henry Ingersoll, joven de 22 años y nativo de Massachusetts, quien de acuerdo con su propia confesión, montó la imprenta en la cubierta del Leander. Nos ha dejado Ingersoll unas memorias de la Expedición de Miranda, que son del mayor interés.

La Expedición del Leander, con las goletas Bee y Bacchus, abandonó Jacmel el 28 de marzo. «Antes de darse a la vela -dice Manuel Segundo Sánchez-, algunos oficiales y todo el personal de la imprenta fue transbordado del Leander a las goletas, quedando en el primero el material tipográfico; lo que fue causa de que no se perdiera éste en la desgraciada escaramuza naval de Ocumare. La separación de la imprenta de los obreros que la manejaban, nos está probando que, después de la partida de Haití y por lo menos durante el primer período de la expedición, ningún trabajo se llevó a cabo en la prensa del Leander».

La observación de Sánchez es certera. A ella puede agregarse que sus primeros operarios no habrían podido tampoco imprimir, por cuanto fueron hechos prisioneros en Ocumare, en la acción de 28 de abril. Miles L. Hale fue condenado a la horca; Shermann, John M. Elliot, Saunders e Ingersoll fueron condenados a 10 años de prisión en Omoa   —66→   (Honduras). Ingersoll fue luego indultado y Shermann y Elliott lograron fugarse, Saunders fue castigado a cinco años de trabajos forzados en las minas, por haber intentado escaparse de la cárcel mediante llaves falsas.

***

Es de suponer que en Trinidad, entre el 24 de junio y el 24 de julio, antes de emprender su segundo intento, Miranda habrá contratado nuevos operarios, ya que la imprenta estará en actividad en el Cuartel General de Coro, en agosto, y probablemente después en Aruba.

Pero la obra fundamental estaba ya impresa, ejecutada en Jacmel.




C. Los impresos y su historia

Ignoramos si se ha conservado alguna colección completa de los impresos salidos de la imprenta del Leander. Creemos que no, ya que las proclamas fueron destruidas apenas publicadas, y los papeles de tipo administrativo (patentes, fórmula de juramento, etc.) habrán sufrido igual suerte. Hubo indubitables autos de fe, en Puerto Cabello y en Caracas, con los testimonios apresados a los expedicionarios.

Para identificar la obra de la imprenta instalada en el Leander, hay que proceder con la cautela de don Manuel Segundo Sánchez, maestro de la bibliografía venezolana, y analizar cuidadosamente lo que haya podido ser impreso, según lo que se desprende de los testimonios de la Expedición.

Del primer intento de la expedición, fueron impresos sin duda en Jacmel entre el 21 de febrero y el 27 de marzo:

1.-La proclama «A los pueblos y habitantes del Continente AméricoColombiano».

2.-Los esqueletos de los despachos.

Y probablemente:

3.-La fórmula de juramento.

4.-La proclama de recompensa.

Del segundo intento, o sea del mes de agosto, deben haberse impreso:

5.-La alocución «Amigos y compatriotas».

6.-La proclama del 7 de agosto «Deseoso aun de dar pruebas de moderación y afecto...».

7.-La proclama a los «Habitantes de Aruba: Si las circunstancias presentes...» fechada a 19 de agosto de 1806.

Vamos a ver cada pieza en particular:

1.º La proclama «A los pueblos y habitantes del Continente Américo-Colombiano».

Es el más importante y trascendental de los textos emanados de la expedición. Por fortuna se conserva un ejemplar impreso, quizás único   —67→   en el mundo, en el Archivo de Miranda que se custodia en la Academia Nacional de la Historia, en Caracas, «Negociaciones, tomo VII, folio 174», con algunas correcciones manuscritas.

De esta gran Proclama, además, el Archivo de Miranda («Negociaciones, t. VI, folios 199-201») ha conservado la redacción original, de puño y letra del Precursor, con sus enmiendas y rectificaciones, y la data de elaboración. Y, por otra parte, en el Archivo General de Indias, Sevilla, se conserva una copia del texto impreso, anexa al oficio de 7 de mayo de 1806, remitido al Príncipe de la Paz, por el Capitán General Manuel de Guevara Vasconcelos. Va a sernos útil para conocer exactamente cómo salió de la imprenta del Leander.

Consecuentemente, con toda esta documentación, podemos reconstruir la historia completa del impreso capital de la Expedición.

El manuscrito original de Miranda está fechado en «New York -enero 10- de 1806», o sea pertenece al momento en que está preparando su Expedición, desde la gran metrópoli del Norte. La fecha de la proclama en el manuscrito está en blanco, pues no podía preverse cuándo iba a acontecer el desembarco, así como está en blanco el lugar del «Cuartel General», ya que no podía precisarse por dónde iba a realizarse.

Del manuscrito a la hoja impresa hay algunas variantes. Quiero sólo señalar que tampoco figura impreso el lugar de desembarco (pues Coro está añadido a mano, en letra del Secretario Thomas Molini), ni el día del mes, puesto a mano también. En cambio se imprimió marzo, que fue tachado y sustituido por agosto.

Está, pues, claro: a) que la proclama se imprimió en Jacmel, entre el 21 de febrero y el 27 de marzo; b) que es el impreso del cual se tiraron dos mil ejemplares, según el testimonio de Biggs; c) que fue utilizada en el primer intento, ya que la copia enviada por Guevara Vasconcelos, va con oficio de 7 de mayo y corresponde al impreso sin que en él conste el lugar de desembarco, ni el día del mes; y d) que fue corregida a mano, al ponerle la fecha de 2 de agosto y el lugar, Coro, para el segundo intento de invasión.

No hay dos proclamas distintas, tal como había sospechado ya don Manuel Segundo Sánchez, sino una sola para las dos tentativas.

Este impreso iba acompañado de la famosa Carta dirigida a los españoles americanos del abate Juan Pablo Viscardo, que el propio Miranda había impreso en Londres, en 1801, con el falso pie de imprenta de Filadelfia.

2.-Los esqueletos de los despachos.

Los esqueletos o nombramientos, emanados de Miranda como Comandante en jefe del Ejército Colombiano, para designar sus oficiales y los cargos de sus colaboradores, fueron sin duda impresos. Sánchez los da como indudablemente impresos y se apoya para aseverarlo en el texto del acta levantada por el ayuntamiento de Caracas el 5 de mayo de 1806, que dice a la letra: «... a bordo de las mismas goletas, además de su tripulación, han sido apresados los pertrechos de guerra, que en   —68→   considerable número se conducían al intento; y las proclamas y patentes o títulos impresos y firmados por el propio Miranda...».

Traduce su texto al inglés Biggs en su referida obra. Pero el doctor García Chuecos da el texto castellano original, transcrito del título de Sargento Mayor dado a favor de Thomas Donohue, copiado en los Archivos de Bogotá por Luis Eduardo Pacheco. El hecho de que Biggs conserve, en la versión inglesa, una línea de puntos suspensivos en el lugar donde debía ir el nombre del designado, es prueba de que copia de hoja impresa.

Dispongo, ahora, de una prueba documental de que, en efecto, las credenciales o títulos de nombramientos fueron impresos en la imprenta del Leander, con los mismos tipos y caracteres de la mencionada «Proclama», y además firmados por Miranda «a bordo del Leander».

Gracias a la cooperación del historiador irlandés, Eric Lambert, he podido examinar el nombramiento original impreso expedido a favor de William Clifford, como segundo lugarteniente del Primer Regimiento de Rifleros norteamericanos, fechado a 10 de julio de 1806, con firmas autógrafas de Miranda, como Comandante en jefe del Ejército de Colombia, y del secretario Tomás Molini.

No queda duda, pues, acerca de que tales esqueletos fueron impresos, y en el taller del Leander.

William Clifford se incorpora a la expedición, de acuerdo con la fecha del nombramiento, en el segundo intento de la expedición de Miranda. Seguramente fue uno de los dos oficiales británicos que se enrolan en Trinidad, según lo afirma Robertson en La vida de Miranda, sin mencionar los nombres.

Clifford era oriundo irlandés de la ciudad de Wexford, del Condado de Wexford en el Sureste de Irlanda, en Leinster. Propietario de una tenería en su ciudad natal. Casó el 5 de octubre con María Murray, cuyo padre, Eduardo, era oficial retirado del ejército. Este acontecimiento cambió el rumbo de su vida, pues su cuñado, Henry Murray, oficial del Regimiento n.º 57, tomó parte en la captura de la isla de Trinidad en 1797, donde permaneció dos años, hasta su regreso a Wexford. William Clifford le había acompañado a Trinidad por estas fechas y se residenció en la isla, desde donde vendió su negocio de tenería el 10 de abril de 1806, en documento expedido en Puerto España. Pocos meses después, en julio, se enrolaba en las huestes de Miranda.

Después del fracaso de la invasión mirandina regresó a Trinidad, donde aparece en 1813 como propietario rural en el primer registro de esclavos de dicho año. Debe haber fallecido antes de 1815, pues en el registro correspondiente a esta fecha, es María, la esposa, quien figura como dueña.

Tales son los datos que he podido recoger de William Clifford, segundo lugarteniente del Primer Regimiento de Rifleros norteamericanos, creado por Miranda. Sus descendientes conservan en Irlanda el original del nombramiento impreso como título honroso de su antepasado.

  —69→  

(TRANSCRIPCIÓN DEL DOCUMENTO)

DON FRANCISCO DE MIRANDA
COMMANDER IN CHIEF OF THE ARMY OF COLOMBIA

By virtue of Power and Authority vested in me, I hereby constitute and appoint William Clifford, Gent, to be Second Lieutenant in the First Regiment of North American Riflemen in the Army of Colombia under my command; and all Officers, his Superiors and Inferiors, non-commissioned Officers, Soldiers and others, are hereby required to respect and obey him as such, agreeable to the Articles of War.

Given under my Hand Seal, on Board the Lander this Tenth Day of July 1806.

Fran: de Miranda

Thomas Moliny

Sec’ry and Reg.



3.-La fórmula de juramento.

No es seguro que haya sido impresa. Es posible que lo fuese dado el número de integrantes de la expedición, pero no se desprende nada definitivo del relato que nos da Biggs, quien traduce al inglés el texto del juramento. Su fecha, 24 de marzo, induce a creer que fuese impreso, pues corresponde al tiempo de anclaje en la bahía de Jacmel, en el período de plena actividad de la imprenta del Leander.

4.-La proclama de recompensa.

Es más dudoso todavía que hubiese sido impresa, pues a las razones del número anterior hay que añadir la de su fecha: 25 de abril, cuando los operarios del taller impresor habían sido distribuidos en las goletas Bee y Bacchus, alejados de la prensa, que se conservo en el Leander. Conocemos su texto en la versión inglesa de Biggs.

5.-La alocución «Amigos y compatriotas».

Muy probablemente impresa durante los días de permanencia en Puerto España, antes de acometer su segundo intento de invasión. Se conoce solamente la versión inglesa de su texto original hecha por Biggs, quien la sitúa en su diario correspondiente al día 21 de julio, precedida de este comentario: «Con la intención de inducir al pueblo a juntársenos, el General o cualquier otro de los que lo rodean, ha lanzado el siguiente curioso y tonto volante, que ha circulado en la ciudad y ha sido pegado en todos los lugares públicos. Implica un llamamiento de Miranda a la gente española de aquí».

Puede deducirse, lógicamente, que fue manifiesto impreso.

  —70→  

6. -La proclama «Deseoso aún de dar pruebas...».

Fechada a 7 de agosto, en el Cuartel General de Coro, fue casi seguramente impresa para hacerla llegar a la población huidiza de la ciudad de Coro. Anuncia en ella la decisión de retirarse.

El manuscrito, conservado en el Archivo de Miranda («Negociaciones», t. VII, folio 184) está datado a 7 de agosto.

7.-La proclama a los «Habitantes de Aruba: Si las circunstancias...».

Muy seguramente impresa. Reproduce su texto Rojas, en El General Miranda, p. 195, y dan una versión inglesa Burke y Biggs.

Se conserva el original manuscrito de puño y letra de Miranda, en el Archivo, «Negociaciones», t. VII, folio 201.

***

Tal es la relación de los escritos públicos de la expedición mirandina de 1806. La imprenta había llenado su cometido.

Se ha supuesto que la imprenta de Miranda que fue luego rematada en Trinidad, en la liquidación de los gastos de la empresa, fue más tarde traída a Caracas por Mateo Gallagher y Jaime Lamb en 1808, cuando instalan el primer taller efectivamente establecido en Venezuela. Así lo afirman Arístides Rojas, Ricardo Becerra y Landaeta Rosales, entre otros, y se sigue repitiendo por algunos historiadores.

En Puerto España existía imprenta desde 1789, y por tanto no ha de ser necesariamente la del Leander, la del taller que instalan en Caracas la sociedad de Gallagher y Lamb en 1808. Es más: Lamb se traslada solo a Caracas, y Gallagher continúa de impresor en Trinidad.

Julio Febres Cordero G. ha exhumado un documento mirandino muy significativo, donde consta que Mateo Gallagher el futuro impresor, en 1808, de la Gazeta de Caracas, adquirió la imprenta del Leander, en Trinidad, por cuanto que en una relación del estado de cuentas del Precursor con George Fitzwilliam, de fecha enero de 1808, éste le anota «haber recibido al contado del señor M. Gallagher el saldo debido por la imprenta», de importe 90 libras esterlinas. Este precioso documento comprueba que Miranda vendió a Gallagher el taller que usó en su fracasada expedición de 1806. Pero ello no autoriza a afirmar que ésta sea la imprenta que Gallagher traslada a Caracas para instalar el primer taller venezolano, Es más: ciertos documentos atestiguan que la imprenta de Caracas se compuso con parte del sobrante de la de Trinidad y parte de un taller de la isla de Granada a donde fue Gallagher en busca de los elementos complementarios. Además, Gallagher estaba instalado desde 1796 en Puerto España y prosigue en su empresa después de 1808, por lo que al adquirir el taller de Miranda puede haberse incorporado al de la empresa en Trinidad. Si bien el hecho de haber comprado el taller del Leander, vincula espiritualmente el nombre de Miranda a la nueva empresa en Caracas, ello no permite afirmar que la imprenta de la Gazeta de Caracas es la que llevaba a bordo de la nave capitana el ilustre   —71→   Precursor de la Emancipación. Además, no hay que olvidar que Gallagher adquiere en Granada otros implementos para constituir el taller con que se trasladó a Caracas; y que mantiene su taller en Puerto España, después de 1808, pues consta que en marzo de 1811, publica una Gazeta, los miércoles y sábados. He visto una reproducción de este impreso que se conserva en el P.R.O.C.O. 318/43, fs. 239-240.




D. Significación y símbolo

En la maravillosa trayectoria de la vida de Miranda, este año de 1806 habrá sido el de mayor acercamiento a la realización de un propósito que ha impulsado la mayor parte de su vida, como él mismo confiesa en su disposición testamentaria.

La expedición hecha en nombre de la libertad ha terminado sin éxito. Para el propósito de este estudio, vemos cómo la imprenta, adquirida y embarcada en Nueva York, es utilizada en Jacmel para comunicar a sus compatriotas las ideas que exaltaban el alma del Precursor. Esta imprenta se salva en la escaramuza de Ocumare, porque está a bordo del Leander, pero sus operarios son hechos prisioneros. Sigue su periplo por el mar Caribe hasta Puerto España donde nuevas manos la pondrán en marcha. Regresa luego para la frustrada acción de la Vela de Coro y para la operación de la isla de Aruba. Después del fracaso, este taller heroico es adquirido por Mateo Gallagher.

Antes de 1806 nunca había tenido tan cerca Venezuela una imprenta, del mismo modo que Miranda, negociador de la liberación de la América hispana entre los políticos de Europa y Norteamérica, nunca había llevado en persona su palabra hasta el propio suelo natal.

En 1810 volverá el Precursor para presenciar su ideario en proceso de realización. Será su última actuación política.

***

Para mí, el símbolo de la imprenta del Leander está en un pequeño hecho, que tiene signo de profunda emoción.

Es el siguiente:

El 24 de octubre de 1808, comenzará a ser publicada la Gazeta de Caracas, órgano de las autoridades españolas en las postrimerías de la Colonia.

El 19 de abril de 1810 comienza, con la junta de Caracas defensora de los derechos de Fernando VII, el movimiento revolucionario hacia la Independencia.

Pues bien: la Gazeta de Caracas va a poner un epígrafe en abril de 1810, como subtítulo expresivo de la norma directiva del periódico en esa nueva etapa de la vida del país. Escoge una sentencia latina, máxima romana de derecho público:

Salus populi suprema lex esto.



  —72→  

No es pura coincidencia que éstas sean las palabras con que Miranda finaliza la más importante proclama de su expedición de 1806, la proclama de 2 de agosto, fechada en Coro, aunque impresa en Jacmel:

¡La Salud pública es la Ley Suprema!



1958.





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