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ArribaAbajo7. Eugenio Mendoza (1960-1979)


I. La Fundación Eugenio Mendoza


1. Del carácter hispánico

No es frecuente ver en las sociedades de habla castellana, actos de generosidad social. La historia de los pueblos de la Península y de Hispanoamérica está repleta de gestos heroicos individuales, de personas sacrificadas voluntariamente por el ideal colectivo, o por el bien de los demás, pero en cambio no encontramos manifestaciones de adhesión o de solidaridad social, que son constantes en otras naciones. Este rasgo ha sido señalado continuamente por quienes han ensayado el análisis de nuestro carácter, tanto en España como en las Repúblicas del continente hispánico, que en este punto, como en tantos otros, presentan una gran similitud.

Es copiosísima la bibliografía del tema, puesto que de antiguo ha existido en nuestros países la tendencia a la autocrítica, a veces con carácter despiadado. Quiero aducir dos testimonios contemporáneos, coincidentes en el dictamen, aunque ambos procedan de hombres de distintas disciplinas: Rafael Altamira y Ramón Menéndez Pidal; el historiador y el filólogo llegan a través de diferentes especializaciones a la misma conclusión, cuando se trata de definir un matiz peculiar de la sociedad española.

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Luego de haber cumplido su elevada misión de historiador y de maestro de historiadores, Altamira ensaya en una obra de síntesis su comprensión de España: Los elementos de la civilización y del carácter español (Editorial Losada, Buenos Aires, 1950). Después de aceptar como típico del individualismo español, que sea «propensión a obrar según el propio albedrío y no de concierto con la colectividad» -que es cosa muy distinta del egoísmo-, dice Altamira:

«Probablemente, de ese individualismo que acabo de describir deriva la falta de solidaridad social que acusa nuestra vida; tanto en el orden de las profesiones intelectuales como en el de la cooperación mutua de las regiones diferentes, y en la imperfección de nuestra conciencia de los intereses generales del país, ya sean los del conjunto nacional, o los del Estado central, provincial o municipal». «Esta falta de solidaridad no es menos grave cuando se produce dentro de una región o de un municipio y en materias que deberían interesar a todos los hombres que viven en esos territorios, puesto que su abandono redundaría en perjuicio de todos los individuos».



Es del mismo modo rotunda la aseveración de don Ramón Menéndez Pidal, contenida en uno de los más sesudos trabajos que se deben a su pluma gloriosa: «Los españoles en la Historia», prólogo a la monumental Historia de España, que él dirige y que está en curso de publicación:

«El español propende a no sentir la solidaridad social sino tan sólo en cuanto a las ventajas inmediatas, desatendiendo las indirectas, mediatas o lejanas. De ahí bastante indiferencia por el interés general, deficiente comprensión de la colectividad, en contraste con la viva percepción del caso inmediato individual, no sólo el propio sino igualmente el ajeno. Esta sobreestima de la individualidad afecta muy directamente a la concepción de los principios cardinales de la vida colectiva: la justicia que la regula y la selección que la jerarquiza».



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Las afirmaciones de ambos maestros son claras y terminantes en cuanto a este aspecto del carácter español. No creo que se cometa ninguna impropiedad al aplicar el mismo dictamen a las repúblicas hispanoamericanas, que puede ser apoyado en juicios repetidos de sociólogos e historiadores de este continente. En efecto, en las sociedades latinoamericanas hallamos también predominante el espíritu individual, dispuesto al máximo sacrificio, mientras las sociedades carecen del sentido de solidaridad colectiva, como en la Península.




2. Las fundaciones

Las instituciones privadas destinadas exclusivamente al bien público, orientadas a fines de investigación o ayuda social, son muy escasas en las naciones hispanohablantes. Ello es consecuencia lógica del carácter individualista de los elementos que componen sus comunidades; la iniciativa   —351→   privada se halla, por lo general, limitada a un ámbito reducido en cuanto al servicio colectivo. No podía suceder de otro modo, si el primer supuesto -individualismo, carencia de solidaridad social- es correcto. Salvo la idea de mutualidad o cooperación, con todo y no ser muy arraigada en nuestros pueblos, no encontraremos fácilmente ejemplos de «solidarismo social».

Ofrece un contraste muy elocuente lo que acontece en otros países: Estados Unidos, por ejemplo, donde la idea del servicio a la sociedad se ha convertido casi en sistema, y donde abundan las instituciones, grandes y pequeñas, destinadas a favorecer algún fin público en beneficio de todos. Son innumerables los organismos y centros que gozan de los frutos de tales establecimientos fundacionales, con lo que dan realmente un modelo al mundo. Sea para una finalidad concreta y específica, sea para propósitos vastos, sea para filantropía social en general, nos hallamos frente a una forma de colaboración para la convivencia, que, por ser rara entre nosotros, nos extraña, habituados como estamos a contemplar la generosidad en la forma de ayuda personal o de donación individualizada, generalmente póstuma.




3. La fundación Eugenio Mendoza

No es el caso de hacer el elogio a la personalidad de Eugenio Mendoza. Ni me corresponde. Sólo quisiera citar de José Ortega y Gasset, el más famoso pensador español contemporáneo, unas palabras que me han parecido la explicación de la persona de Eugenio Mendoza. Dice Ortega: «Para mí, nobleza es sinónimo de vida esforzada, puesta siempre a superar a sí misma, a trascender de lo que ya es hacia lo que se propone como deber y exigencia». (Obras Completas, IV, Madrid, 1947, pág. 183).

Pues bien; a este afán de superación y al sentido de comunidad de intereses con el medio se han debido las reiteradas expresiones de generosidad social que desde hace años ha venido manifestando Eugenio Mendoza. Las obras de bien público por él emprendidas llevan siempre el sentido profundo y certero, acaso instintivo, de lo que es más legítimo en Venezuela, rasgo, que a mi juicio, define de modo eminente y exacto su carácter personal. Quiso, en un momento dado, dar la forma de Fundación a cuanto venía haciendo y se proponía hacer. Es una gran ventura, en plena juventud, aparte de haber triunfado en tantas empresas, dejar el nombre vinculado por el bien a una institución que contrarresta los malos usos sociales: la Fundación Eugenio Mendoza.

El Acta de Constitución lleva fecha 1.º de febrero de 1952, otorgada por Eugenio Mendoza y su esposa, doña Luisa Rodríguez de Mendoza, y en ella se enumeran las finalidades de la institución:

a) Promover la creación de centros o entidades dedicadas a la investigación científica y experimental para el desarrollo de la agricultura y de la cría en Venezuela, así como su dirección, administración y ayuda financiera o de otra índole.

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b) Prestar ayuda y asistencia a la infancia venezolana, procurando el mejoramiento de las condiciones de vida de los menores, así como su educación y distracción. A estos fines contribuirá, tal como han venido haciéndolo los fundadores, al sostenimiento de la Fundación Venezolana contra la Parálisis Infantil.

c) La Fundación organizará y contribuirá además a obras y servicios de índole cultural que redunden en beneficio de la colectividad venezolana, dando especial atención a la educación y a estudios e investigaciones acerca de los clásicos venezolanos y divulgación de nuestra Historia.

d) La Fundación tiene asimismo capacidad para llevar a cabo cualesquiera otras obras en Venezuela, siempre que sean de carácter científico, social o benéfico, pero sólo previa decisión expresa de la Asamblea y una vez atendidas las finalidades fundamentales para las cuales se crea la Fundación, enumeradas en los párrafos precedentes.




4. Reflexión final

Dijo Bolívar que nada se hace cuando aún falta que hacer. Al medir el camino que falta por recorrer, sobrecoge el ánimo lo mucho que falta por andar, pero las posibilidades de acción de una entidad como la Fundación Eugenio Mendoza son tan hermosas y se vierten en un medio tan sano como el pueblo venezolano, que cabe esperar confiadamente en los resultados de esta empresa que se mueve sin afán de lucro y con el exclusivo propósito del bien nacional.

Enero, 1953.






II. Eugenio Mendoza, en el recuerdo

El tiempo, en su transcurso, no tan sólo nos da otra perspectiva de los sucesos, sino que nos aclara la estimación de momento y nos precisa más fielmente el valor de los sentimientos y de las relaciones humanas.

La primera reacción de estupor y protesta íntima ante el hecho inapelable de la increíble muerte de Eugenio Mendoza, acaecida el 17 de octubre de 1979, ha venido siendo sustituida poco a poco por otra reflexión: la de la falta que hace su presencia para el trato amistoso; para oír el consejo y la palabra orientadora en las iniciativas de proyección pública; tanto como para compartir el entusiasmo contagioso con que recibía, analizaba y transformaba cualquier pensamiento que se orientase hacia el bien de la comunidad, para lo cual poseía un especial sentido de lo legítimo venezolano. Cada día que pasa, se hace más sensible el íntimo duelo.

Yo no puedo apreciarlo cabalmente como empresario, creador de centros de producción para contribuir al desarrollo de la Venezuela   —353→   del último medio siglo. Veo claro que su capacidad de organizador de nuevos núcleos industriales, comerciales y financieros tienen todos la característica de haberse anticipado a las necesidades que el país iría requiriendo en su velocísima transformación, así como es a todas luces evidente que concebía sus empresas impulsado por la fe en el desenvolvimiento de la nación venezolana.

En más de una ocasión habíamos comentado, mano a mano, la trayectoria de su existencia, desde los lejanos días de 1938-1939, cuando lo conocí en la residencia de sus padres en Los Caobos. A su primera ocupación mercantil en la firma de Moisés Miranda, como simple dependiente, sucedió su función de dueño del negocio, como intermediario de compra y venta de materiales, actividad pronto reemplazada por las primeras industrias propias, modestas, casi de experimento y tanteo, para fabricar lo que se estaba obligado adquirir en el exterior, movido por el convencimiento de que podían elaborarse en la Venezuela del optimismo. Sus éxitos iniciales le dan prestigio en la comunidad, lo que le eleva hasta el desempeño brillante del Ministerio de Fomento en el período liberal del general Isaías Medina, en cuyo ejercicio amplía, sin duda, su excepcional comprensión del país, situado en la geografía americana continental. Con su imaginación creadora de proyectos meditados en su conjunto y en el detalle, con su tenacidad por el trabajo y con el grupo escogido de colaboradores, se ve ya en condiciones de aventurarse a fundar compañías de mayor alcance y trascendencia. Así va consolidando el sueño de participar en mayor amplitud y profundidad en la transformación de la tierra de sus amores: Venezuela.

Su personalidad de forjador de riqueza para su patria está ya definida, sin que olvide sus compromisos como miembro de una sociedad que crece sin tener resueltos grandes y graves problemas sociales. En sus instituciones industriales se atienden con preferente y constante cuidado las necesidades de todos sus empleados, con preocupaciones para el bienestar, que no requirieron ciertamente las disposiciones de gobierno alguno para sentirlas como deber de conciencia de buen jefe de empresa. Los servicios que organiza en beneficio de sus colaboradores en todos los niveles son norma y modelo para el régimen humanizado de la imprescindible cooperación entre el capital y el trabajo. Basta ver las fechas de las leyes y reglamentos, y pensar en el tiempo en que Eugenio Mendoza estableció anticipadamente el ahorro compartido para los seguros de los trabajadores, las previsiones para la vivienda, la salud, los estudios para los hijos, los deportes, la utilización de los ocios, etc., etc.

De ahí a su mayor obra filantrópica, mediante la constitución de Fundaciones, no hay más que un paso. Quiso ampliar su acción hacia sus conciudadanos, en forma más orgánica y totalizadora. Los urgentes problemas de la niñez, la salud, la educación desde el Preescolar a la Universidad (de los jardines de Infancia a la Universidad Metropolitana), la agricultura, la vivienda, la cultura, fueron los grandes fines que persiguió con las varias instituciones fundacionales que creó desde 1941, con el Hospital Antipoliomelítico, hasta la Fundación de la Vivienda Popular, instituciones que, vistas en su armónica interacción, abarcan realmente el complejo de los problemas básicos que esperan la contribución   —354→   ciudadana a los planes que con mayores medios ha acometido el Estado. Desde luego el aporte de un individuo no los puede resolver, pero el esfuerzo aplicado con devoción y talento es un poderoso estímulo y una ayuda para los planes de cualquier administración pública.

Tampoco eludió -llevado por la vida vivida- la responsabilidad de ponerse al frente en puestos políticos, como aconteció en 1958, al liberarse el pueblo de la pesada gabela de los diez años de régimen dictatorial. Si le tentó la Presidencia de la República -y hubiese sido brillante Primer Magistrado- ha de agradecerse a la providencia que no lo haya hecho posible, para que su misión de sencillo ciudadano no sufriese desviación. Hoy las Fundaciones existentes, que forman unidad espiritual y de propósitos con las Empresas que llevan su nombre, son pilares fundamentales para proseguir el mensaje que nos dejó al terminar sus casi 73 años de magnífica biografía.

Recuerdo que el Dr. Vicente Lecuna, condiscípulo de Eugenio Mendoza Cobeña, fundador de la familia de los Mendoza-Goiticoa, me decía que el hogar de los Mendoza-Goiticoa había dado a la patria un grupo de hijos «que cada uno vale un imperio». El criterio sagaz del primer bolivariano de todos los tiempos y venezolano integral, veía perfectamente la significación y el alcance de lo que en esa familia habían representado las virtudes y el ejemplo del viejo Eugenio Mendoza Cobeña y Luisa Goiticoa, trenzados alrededor de una pasión noble y eminente: el bien de sus conciudadanos.

A la distancia de tres meses de la muerte de Eugenio me mortifica su desaparición, por el amigo ido, pero mucho más me duele por la ausencia de un hombre bueno, de un hombre de acción, vacío irreparable en la Venezuela del porvenir. El tiempo se encarga realmente de advertirnos la exacta valía de lo que hemos perdido, valía acaso no presentida mientras vivía.

1980.







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ArribaAbajoV. Escarceos de lenguaje

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ArribaAbajoLa idea de «Alboroto» en castellano


Notas sobre dos vocablos: «Bululú» y «Mitote»


Introito

Sin duda alguna, la lexicología del castellano en América reserva hallazgos y recompensas a quienes quieran estudiar las particularidades expresivas de vocabulario en las distintas repúblicas hispanoamericanas. Constituye una verdadera biblioteca la colección de lexicones americanistas que hasta la fecha se han llevado a cabo acerca del castellano en América. Quiero referirme ahora a dos meritorios trabajos publicados en 1944, los cuales con poco tiempo de por medio señalan caminos precisos en este campo de la investigación. Uno de ellos, de quien fue estimadísimo profesor mío en Madrid, done Pedro Urbano González de la Calle, Orientaciones doctrinales para la investigación lingüística y filológica del castellano en América11, acopio de ciencia y consejos para quienes deseen adentrarse en la fronda de problemas -tan dislocados a menudo- que ofrece el idioma hispánico en tierras del Nuevo Mundo; otro, el estudio del extraordinario filólogo y lexicógrafo don Juan Corominas Indianorrománica12, en el que analiza los leonesismos y lusismos en el léxico americano, vivos en el habla corriente en Hispanoamérica. En esta última investigación se desvanecen un buen número de fantasiosos indigenismos que han circulado como tales en muchos vocabularios americanistas, a causa de haber sido la lexicología una suerte de juego de adivinanzas, o haber estado sometida por mucho tiempo a la imaginación de quienes deseaban hallar antecedentes indígenas por todas partes.

Del referido estudio de González de la Calle me parece oportuno citar algunos párrafos que encuadren el presente trabajo. Se refiere a las investigaciones lexicológicas y dice: «En este sector de las investigaciones lingüísticas es en el que, sin duda, podrán ofrecerse y notarse las más ostensibles y acusadas diferencias entre el castellano peninsular   —358→   y el castellano americano»13; «... es de positivo interés seguir la trayectoria de esos mismos vocablos a través del castellano de América para penetrar en el castellano peninsular. Ciertamente en la lexicología del castellano americano podremos encontrarnos toda una serie de curiosísimos temas, dignos de muy especial consideración y examen. Y convendrá también advertir que en la proporción que alcancen dentro del léxico del castellano de América sus distintos elementos integrantes, se podrá reconocer en muchos casos el decisivo influjo de las ideas reflejadas en tales términos y de los movimientos culturales que en ellos hallan su más característica expresión. Una base psicológica es también requerida en forma inexcusable para el estudio de la lexicología del castellano americano»14; y, por último: «El castellano del Viejo Mundo, sin duda, ha evolucionado en un ambiente de condicionalidades históricas bien distintas de las que forman el respectivo dintorno del castellano del Nuevo Mundo y en éste han podido hallar efectividad y plena consagración procesos o no iniciados, o apenas perceptibles en aquél»15.

De acuerdo con estos principios de condicionalidad sociológica y cultural, quisiera ver la particular trayectoria de dos vocablos: bululú y mitote, casos paralelos, aunque en dirección opuesta. Y añadirles algunas consideraciones que apoyen mi argumentación con otros hechos similares que completen y justifiquen mi interpretación.




Bululú

El vocablo bululú tiene una particular historia semántica que voy a trazar en esta nota. Parece que la mención más antigua de la palabra figura en el famoso Viaje entretenido de Agustín de Rojas Villandrando (1572 a. de 1635), escrito en parte en forma dialogada, en el que intervienen como interlocutores personajes familiarizados con la escena española, entre ellos, el propio Rojas. Al relatar las compañías teatrales («ocho maneras de compañías, y representantes, y todas diferentes») en España, descríbelos diversos grupos de cómicos que han existido en la primitiva escena española, algunos de los cuales perduraban, aunque no todos, en tiempos de Rojas Villandrando. El libro fue escrito en el cruce de los siglos XVI y XVII y publicose en 1603. Tuvo extraordinario éxito y alcanzó sucesivas reediciones en 1611, 1614, 1615, 1624, 1625 y 1640. El texto que he manejado es el de la edición de Madrid, de 1793, en dos volúmenes, impreso por Benito Cano. He visto además la edición de Madrid, de 1901, con prólogo de Manuel Cañete y notas de Adolfo Bonilla y San Martín, en la Colección de libros picarescos. El fragmento a que me refiero es el siguiente:

Habéis de saber, que hay bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha, boxiganga, farándula y compañía. El bululú, es un representante solo, que camina a pie, y pasa su camino: y entra en el pueblo, habla al cura, y dícele   —359→   que sabe una comedia, y alguna loa, que junte al barbero y sacristán, y se la dirá, porque le den alguna cosa, para pasar adelante. Júntanse éstos, y él súbese sobre una arca, y va diciendo: ahora sale la dama, y dice esto y esto, y va representando, y el cura pidiendo limosna en un sombrero, y junta quatro o cinco quartos, algún pedazo de pan, y escudilla de caldo que le da el cura, y con esto sigue su estrella, y prosigue su camino hasta que halla remedio16.



Por la contestación del interlocutor («Para mí es tanta novedad...») es de creerse que estarían ya en desuso algunas de las ocho formas diferenciadas de tales compañías, y aun, quizás, habrían ya quedado olvidadas algunas denominaciones. Sin embargo, por lo que a bululú atañe, encontramos empleado el término, con el mismo significado, en la Vida y hechos de Estebanillo González publicado en 1646, en el siguiente pasaje:

Contome mi amo, el pretendiente a quien serví de paje en Madrid, que hallándose en una aldea cercana a él una víspera de Corpus, llegó una tropa de infantería representanta, que ni era compañía ni farándula, ni mogiganga ni bolulu, sino un pequeño y despeado ñaque, tan falto de galas como de comedias, el cual, a título de compañía de a legua, pretendió hacer la fiesta del día venidero, ofreciendo satisfacción de muestra.17



Es visible en el segundo texto la alteración de significado relativo entre bululú y ñaque, pues al contraponer uno a otro parece reconocerse una mayor importancia histriónica a bululú, en tanto que Rojas Villandrando lo describe como la más ínfima compañía teatral posible. Hay, consiguientemente, un cambio expresivo de bululú, seguramente producido por el desuso del vocablo, y, principalmente, por la pérdida de la institución explicada por Rojas Villandrando, pues un «pequeño y despeado ñaque» siendo «una tropa de infantería representanta» no aparecería contrastado, en desmerecimiento, al lado del bululú unipersonal que explica Rojas18.

El texto de Rojas Villandrando con la descripción de los ocho tipos de compañías teatrales en la España del siglo XVI ha sido transcrito o por lo menos aprovechado por cuantos se han ocupado de la historia del teatro pre-lopista en la Península19.

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Veamos ahora la suerte del término bululú en los diccionarios españoles.

En el Diccionario de autoridades, se describe bululú en esta forma: «Voz inventada, y de que usó voluntariamente Quevedo, y que parece que significó con ella lo que comúnmente se llama Mamola, esso es que quando se hace burla o mofa de alguno, o por haberle engañado, o hecho creer alguna cosa no factible, se suele hacer la acción de meter un dedo en la boca, y moviéndolo a una y otra parte de los labios se forma, y resulta una voz o sonido semejante al de esta voz bululú. Latín. Irrisio, sana. // 2. Quevedo, Zahúrdas: «Los [bufones] en racimo son los faranduleros miserables de bululú»20. Es evidente que los redactores del Diccionario no conocieron el uso del vocablo en la vida histriónica española, que sí debió conocer Quevedo, aunque ya un tanto desfigurada la primitiva significación. En el mismo Diccionario de autoridades, al definir el término ñaque cita el texto ya aducido de la Vida y hechos de Estebanillo González, pero en la forma bolula. Aniceto de Pages en su Gran diccionario... (Madrid, 1902, tomo I) cita otro testimonio que no he podido identificar: A. Rojo y Soto, «... hacía cuatro alcocarras o momerías, como un bululú, y empezaba la liorna...».

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En los posteriores Diccionarios de la Academia aparece descrito bululú como «Farsante que en lo antiguo representaba él solo en los pueblos por donde pasaba alguna comedia, loa o entremés, mudando la voz según la calidad de las personas que iban hablando». Así en las ediciones de 1822, 1869, 188421. Es decir, se vuelve a la primera significación del vocablo, conforme al texto de Rojas Villandrando y a las otras citas de autores del siglo de oro. Pero en el Diccionario académico correspondiente a 1914, aunque se inserta la definición correcta, se antepone la explicación etimológica de «voz imitativa», que se irá repitiendo hasta el de 193622. De la misma manera apare ce en el Diccionario histórico de la lengua española publicado por la Academia española de la lengua23.

En la decimoquinta edición del Diccionario, 1925, figura una segunda acepción del vocablo bululú: «Venezuela. Alboroto, tumulto, escándalo»24. De la misma forma en la edición de 1936, en la de 1970 y en la de 1984.

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La cita más reciente que hemos hallado del término bululú, consta en la obra de Francisco de Cossío, Confesiones. Mi familia, mis amigos y mi época (Madrid, España-Calpe, 1959). El libro recoge los recuerdos de los años de estudio en la Universidad, en Valladolid, a primeros del siglo XX, entre los cuales refiere que el poeta Miguel de San Román frecuentaba la peña estudiantil y era versificador fácil, muy zorrillista,   —363→   «al que más tarde le premió el Ayuntamiento de Madrid un sainete titulado El bululú, que se representó en El Español...»25.

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Y, en efecto, en Venezuela donde la palabra es viva y de uso habitual, bululú no significa hoy nada que tenga que ver con la vida histriónica, sino ‘tumulto, alboroto, riña’. Lisandro Alvarado registra el término en sus Glosarios del bajo español en Venezuela: «Bululú. Algarabía, trapatiesta. ‘Luego se embrolló el asunto como usted habrá oído decir, el bululú ese de Calcavechia y la casa Boulton... Dios sabrá qué!’ (Pocaterra: Tierra del sol amada,»)26.

En el Diccionario de americanismos de Augusto Malaret, aparece bululú como venezolanismo con el significado especial de «alboroto, escándalo»27 aunque incluido en el vocabulario académico. El mismo Malaret en su Vocabulario de Puerto Rico lo anota como término vivo también en Puerto Rico con idéntico significado al de Venezuela, y cita a Brau, Hojas caídas (1909): «... o acabarán los lectores, / como siga el bululú, / por quejarse de que apestan / faroles que no dan luz»28. También lo recoge Malaret en la edición del Suplemento al diccionario y repite la aseveración del Vocabulario de Puerto Rico29.

Llegamos con eso a una primera conclusión -que vamos a dejar así por el momento-, que el término bululú ha significado originariamente en España cierta compañía dramática unipersonal30, para venir a expresar en determinada porción de tierras del continente americano, y en muy reducida zona, un concepto equivalente, sinónimo al de ‘alboroto, escándalo, algarabía, trapatiesta’. No es pecar de exceso de candidez ni fantasía -error que antes censuraba- pensar que la pieza representada por una sola persona produciría, además de hilaridad, la consiguiente   —364→   algazara entre el público, por lo que bululú habría pasado a significar solamente ‘alboroto, bulla, etc.’, que es la connotación única que tiene hoy en la República de Venezuela. Por otra parte, en el mismo término bululú hay una suerte de invitación onomatopéyica para ser aceptado en la imaginación de cada individuo con este exclusivo significado31.

Veamos otro vocablo de evolución parecida, a pesar de tener muy distinta procedencia.




Mitote

La palabra mitote se origina en el azteca mitotl o mitoti y aparece ya en el Diccionario de autoridades, que la define así: «Especie de baile u danza, que usaban los indios, en que entraba gran cantidad de ellos, adornados vistosamente, y agarrados de las manos, formaban un gran corro, en medio del qual ponían una bandera, y junto a ella el brebage, que les servía de bebida: y assí iban haciendo sus mudanzas al són de un tamboril, y bebiendo de rato en rato, hasta que se embriagaban y privaban de sentido. Latín. Indicum tripudium sic vulgo dictum. Acosta. Historia Indias, Libro 4, cap. 30. ‘Se juntaban allí para hacer sus mitotes, y bailes y supersticiones’».

En los sucesivos Diccionarios académicos este término recibe el siguiente trato. En el Diccionario de 1822 se repite la definición anterior, pero ya en el de 1869 aparece una nueva acepción, como «provincialismo de América»: «melindre, aspaviento». En el de 1884, aparece la etimología mejicana de mitotl, y se le añade: «Americanismo. Fiesta casera», y en sentido figurado, en América, «melindre, aspaviento», y, además, «bulla, pendencia, alboroto». Y así en los Diccionarios sucesivos hasta el de 1936, el de 1970 y el de 1984.

En los diccionarios de americanismos y, concretamente, de mejicanismos, se confirman las acepciones dadas por la Academia. Así Félix Ramos Duarte en su Diccionario de mejicanismos32 dice: «Mitote, (Guerrero y Méjico) Fandango, baile popular, diversión. Del azteca mitoti, baile, de mitotia, bailar», y «(Veracruz). Barullo, pendencia, riña, disputa». En otra obra, Los llamados mexicanismos de la Academia Española de Ricardo del Castillo33, se estudia la historia que ha tenido el vocablo mitote en los léxicos particulares y oficiales, se comenta la etimología y, en cuanto a sus acepciones, dice que «en México, el significado actual de la palabra mitote, muy usado entre nosotros, encuéntrase en esas tres acepciones [en todas menos en la de baile] que copió la Academia del Diccionario de aztequismos, anotándolas con el carácter de americanismos». O sea, que la acepción de baile está en 1917 en desuso, en México.

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Augusto Malaret reproduce en su Diccionario de americanismos34 el parecer de la Academia, mientras que en el Suplemento al diccionario35, le añade la acepción de «chisme», según el testimonio de Clotilde Evelia Quirarte (México). Santamaría en su Diccionario de americanismos36 sigue evidentemente la tradición del Diccionario académico desde el Diccionario de autoridades, puesto que la redacción es de hecho idéntica. Dice: «(Del azteca mitotl). Especie de baile o danza que usaban los aztecas, en que gran número de ellos adornados vistosamente, y agarrados de las manos, iban bailando en torno de una bandera, junto a la cual había una vasija, y bebiendo de rato en rato, hasta que se embriagaban y perdían el sentido. / 2. Fiesta casera. / 3. Aspaviento, melindre. / 4. Bulla, pendencia, alboroto, zafacoca, zambra».

Vemos aquí un caso de evolución semejante al de bululú, en el que se llega a una conclusión idéntica, aunque sean divergentes los puntos de partida. Es decir, ambas ideas primitivas -compañía de representantes en España; baile indígena de México- han ido coloreándose de la acepción accesoria de ‘tumulto, alboroto, etc.’, hasta llegar a ser este segundo significado el dominante y principal.

Pedro Henríquez Ureña en El teatro de la América española en la época colonial (en Cuadernos de cultura teatral. Buenos Aires, 1936, págs. 9-39), estudia el mitote mexicano, como danza indígena originaria, a la cual -según testimonios de cronistas y de historiadores de Indias- se le habrían interpolado partes dramatizadas, con lo que el término mitote habría significado un concepto intermedio entre danza y alboroto, con elementos dramáticos. Ello acercaría la evolución de mitote al vocablo bululú. La idea ya está insinuada por Menéndez Pelayo, en su Historia de la poesía hispanoamericana, Madrid, 1911, t. I, pág. 53, nota.






La expresión de la idea de alboroto en castellano

La evolución semántica de ambos términos, bululú y mitote, ofrece algunas particularidades dignas de ser glosadas, aparte de la significación que pueda tener la singular coincidencia en una misma acepción final, ya que si todo quedase reducido a que ambos vocablos hubiesen alcanzado a expresar ‘alboroto, algazara, tumulto, etc.’, no tendría mayor trascendencia. Lo que le confiere positivo interés estriba en que tales términos forman parte de un grupo considerable de evoluciones similares hacia tales valores expresivos, tanto en el castellano en América, como en el de la Península. En el caso de bululú, el cambio semántico es total; en el caso de mitote, partiendo de la significación de baile alborotado ha ida predominando progresivamente la connotación de reunión tumultuosa hasta substituir casi completamente la primera acepción -la de ‘baile’- prácticamente olvidada.

Puede establecerse en castellano una clara correlación en buen número de vocablos que han venido a parar a la significación de ‘alboroto’,   —366→   ora partiendo de la vida histriónica, ora de una primera significación de baile, ora de otras acepciones originarias (confusión en el lenguaje; alegría ruidosa; operaciones militares; reuniones desordenadas; discusiones en público; fiestas bulliciosas, etc.). La razón evolutiva es análoga en todos los casos. El conjunto permite estimar el valor psicológico, colectivo o sociológico de tal fenómeno, que se manifiesta tanto en el castellano peninsular, como en el que se trasplanta a suelo americano.

Veamos algunos casos de tan específica evolución en el castellano de uso actual en Venezuela, dentro del que voy a reducir mis notas, y a señalar sus particularidades léxicas, para indicar la idea de ‘alboroto, desorden, tumulto entre los seres humanos’, es decir, la reunión o aglomeración de gente con carácter bullicioso y desordenado. No pretendo agotar las citas de vocablos y expresiones que podrían aducirse, sino simplemente recoger un grupo de ejemplos, que den a entender que la evolución señalada en el caso de bululú, tiene cierto valor de exponente en este aspecto del lenguaje criollo, con lo que, por otra parte, no hace sino continuar el carácter general del castellano.

La significación de ‘alboroto, desorden’ en los vocablos que a continuación anoto, puede probarse mediante la construcción en frases con las expresiones: se formó el (la)...; se armó el (la)...; es decir: se formó (se armó) el fandango, la discusión, el bululú, la zinguizarra, la sampablera, etc.

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1. BOCHINCHE. - Encuentro registrado por primera vez este vocablo en el Diccionario académico de 1884, con la indicación de ser americanismo y con la significación de ‘alboroto, asonada’. Incluye también el adjetivo bochinchero, «alborotador, alterador de la tranquilidad pública». En la decimocuarta edición del Diccionario, de 1914, desaparece la indicación de «americanismo», y así lo encontramos hasta la última publicación de 193637. En los léxicos americanistas figuran con mayor precisión. Cuervo (Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, § 869) registra bochinchero, ‘alborotador’; y en los léxicos venezolanos consta regularmente. Así, Calcaño (El castellano en Venezuela), incluye bochinche, «alboroto, desorden, confusión y alteración del orden, tumulto, rebullicio», y bochinchero, «el que acostumbra promover bochinches»; Picón-Febres (Libro raro) da para bochinche, «alboroto, desorden, confusión, tumulto o rebullicio popular. Equivale asimismo a pelotera, gresca, chamusquina o chamuchina, camorra, zaragata y gazapera. Y véanse adelante brollo y bronca, porque los dos y bochinche son sinónimos»; Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela) anota bochinche como término neológico en Venezuela con la significación de «desorden, alboroto, retozo», y añade como citas   —367→   de autoridad: «Cantaban una canción alarmante, subversiva, y todo lo demás que constituye en los países cultos un perfecto bochinche» (Causa de Antonio L. Guzmán). «Y fuera pesimismo cursi pensar que sólo en nuestra peregrinación ha ya jaleo y bochinche» (J. J. Churión, La peregrinación). «Entiéndase de ordinario en mala parte; pero en la Cordillera, según explica Picón-Febres (Libro raro) suele atenuarse tal sentido». En los vocabularios generales del castellano en América consta asimismo tal significado. En Ciro Bayo (Vocabulario criollo-español sudamericano), bochinche, «bulla, alboroto»; Malaret (Diccionario de americanismos, 2.ª ed.), con el significado de «baboya, desorden» en Argentina, Bolivia, Ecuador, Guatemala, Perú, Puerto Rico y Venezuela, y, además, en México, con la significación de «baile, fiesta»; el propio Malaret (Suplemento al diccionario) añade a Chile y Panamá como países donde es viva la significación de bochinche, «baboya, desorden», en tanto que en Puerto Rico y Colombia significa también «cuento, enredo, chisme». Por último, Santamaría (Diccionario de americanismos) da para bochinche, «alboroto, asonada, desorden», y, como significado particular en México, además, «holgorio, fiesta desordenada, algazara». Es posible que este término, a pesar de ser de tan general uso en América por lo que cabría pensar en un origen peninsular común para todas las repúblicas hispanohablantes, se haya formado en América con este particular significado, y, de ahí, haya pasado a España.

2. BROLLO. - Es vivo en Venezuela el significado de «enredo, confusión, desorden, altercado o riña de las palabras entre varias personas. También es broma o pendencia a garrotazos, a trompadas o a tiros de revólver entre varios individuos, con alboroto, vocería y soez desvergüenza en las palabras» (Picón-Febres, Libro raro). Julio Calcaño (El castellano en Venezuela), lo condena como impropio, lo que significa estar en uso en el país. Lisandro Alvarado lo anota como sinónimo de embrollo (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) y cita: «Y yo sé que esos son ‘brollos’ de la niña Fulanita. Usted sabe quién es porque ya la conoce de atrás» (Pocaterra, Tierra del sol amada); Augusto Malaret (Diccionario de americanismos), lo registra como venezolanismo, sinónimo de ‘embrollo, bochinche, etc.’.

3. BRONCA. - No aparece en los Diccionarios académicos hasta 1884, con el significado familiar de ‘broma pesada’ y, además, de «pelazga, pendencia, riña, disputa», artículo que se repite hasta el Diccionario de 1936. En los glosarios venezolanistas figura como peculiar el significado de ‘altercado, disputa, pelazga o zaragata. Camorra, pendencia, furrusca o gazapera’ (Picón-Febres, Libro raro); y en Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como acepción especial) con el significado de ‘disputa vehemente, altercado, pendencia, riña’. Santamaría (Diccionario de americanismos) dice que se usa por «pelazga, riña, pendencia, y aun por disputa, batahola y algazara, se usa casi exclusivamente en la frase armarse la bronca».

El término bronquina, que Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) anota como «invención del vulgo para significar riña callejera», siguiendo el testimonio de Medrano   —368→   (Apuntaciones para la crítica del lenguaje maracaibero), consta, de antiguo, en los Diccionarios académicos, desde el de 1822, con la significación de ‘pendencia, riña’. No ofrece, pues, ninguna particularidad en el castellano de América. Malaret (Suplemento al diccionario) no halla otra autoridad que este débil testimonio de Lisandro Alvarado.

4. BULLARANGA. - Baldomero Rivodó (Voces nuevas en la lengua castellana). registra bullaranga por bullanga, con el significado de desorden. Julio Calcaño (El castellano en Venezuela) lo condena, lo que nos autoriza a sobrentender que está en uso en Venezuela. Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela) lo anota como neologismo con el significado de ‘bullanga’. Y añade: «En Maracaibo dicen bullerengue; y también dan este nombre a ciertos abultados perifollos que suelen usar [las mujeres] en la parte posterior de sus trajes» (Medrano, Apuntaciones para la crítica del lenguaje maracaibero). La voz en este caso proviene de bullón. «Malaret (Diccionario de americanismos) lo da con significado de ‘bulla’, como vivo en Argentina, Honduras y Tabasco (México).

5. CANFÍNFORA. - Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) recoge este término con la significación de «bullicio, alboroto, barbulla». Repite Malaret (Suplemento al diccionario) tal aseveración. También lo anota Francisco Pimentel [Job Pim] (Enciclopedia Espesa (antes Sigüi). Caracas, 1931) dándole valor de: «bronca, zipizape, perrera, zalagarda, trapatiesta, bululú, zaperoco, pelotera, sampablera, bochinche». Creo, no obstante, que es voz ocasional. Es de interés, como síntoma, ya que indica la propensión en el medio criollo de nuestros días a buscar nuevas denominaciones a la idea de bullicio, alboroto, etc.’.

6. CÓMICA. - No es raro oír en Venezuela este término como equivalente a ‘desorden, alboroto, algazara’. Se armó una cómica, fue una cómica, para referirse a una reunión ruidosa y aun tumultuosa, de gente enfiestada, con risa y estrépito. Con cierto rigor, deberíamos reconocer que no tiene plenamente la significación de ‘alboroto, algazara’, pero está tan cerca que juzgo puede aceptársele con tal valor.

7. DESESPERO. - Según Picón-Febres (Libro raro) es en Venezuela «alboroto, confusión, impaciencia muy vehemente por cualquier motivo». Vale tanto como volante y zaperoco.

8. FOLLA, FOLLÓN, FOLLISCA, FULLONA. - La voz follisca es señalada como venezolanismo para indicar la idea de ‘alboroto, desorden’. El vocablo tiene una interesante correlación que sirve admirablemente de paralelo a nuestro bululú. Emilio Cotarelo y Mori en la documentadísima introducción a la Colección de entremeses... (Madrid, NBAE), analiza el término folla, acerca del cual aduce el testimonio de Covarrubias (Tesoro de la lengua castellana): «Los comediantes, cuando representaban muchos entremeses juntos sin comedia ni representación grave la llaman folla, y con razón; porque todo es locura, chacota y risa», de lo que concluye Cotarelo que no era, por tanto la folla un intermedio,   —369→   sino clase o manera de espectáculo, y añade el criterio del Diccionario de la Academia: «Folla. Diversión teatral, compuesta de varios pasos de comedia inconexos, mezclados con otros de música», opinión que está cerca, aunque no coincida, con lo que nos dice Covarrubias38. Si completamos esto con la opinión del lexicógrafo Julio Casares (Cosas del lenguaje, Madrid, 1943), redondearemos esta relación íntima entre algarabía (‘alboroto’) y representación teatral que tiene el término folla. Dice Casares: «folla cuyo significado aparece restringido en el Diccionario académico a un ‘lance del torneo en que batallan dos cuadrillas desordenadamente’. Esta acepción... sólo es... un caso particular del concepto más amplio que ha tenido en la lengua, al igual de las otras voces neolatinas que acabamos de mencionar. Así lo acreditan los siguientes pasajes: ‘Procuran que haya muchos capitulantes y gran folla y ruido’ (Castillo Bobadilla, Política, lib. 5, cap. I). ‘Parécenle estos desventurados, cuando anda la folla y meneo de su bullicio, al que traían... cuando andaban reparando sus templos al tiempo que el patriarca Abraham se los derribaba’ (Fr. Antonio Álvarez: Silva espiritual, parte I, Domingo de quinquagésima). En estos ejemplos no se trata evidentemente de ‘cuadrillas en torneo’ sino de ‘gentes que se agitan en confuso desorden’. Restablecida de este modo la acepción fundamental de folla, no será aventurado considerar esta voz emparentada con fullona (pendencia entre varias personas con muchas voces y ruido), con follista (que el Diccionario trae como americanismo con el significado de ‘gresca’), y con el moderno follón, que es sencillamente un aumentativo de folla y que, como tal, bien pudiera tener antecedentes literarios». Creo que relacionadas las afirmaciones de Casares con lo que nos dice Cotarelo complementamos la correcta interpretación de folla y sus derivados.

En particular, me interesa subrayar el venezolanismo follisca, estudiado como tal por Baldomero Rivodó (Voces nuevas en la lengua castellana), quien dice «equivale a desorden, confusión, pendencia, riña»; por Calcaño (El castellano en Venezuela), quien escribe: «follisca es un venezolanismo que expresa riña o pendencia con algazara; y equivale a las voces castellanas fullona, gresca, pelotera, chamusquina, gazapera. En concepto mío follisca deriva del castellano folla, anticuado, fola (en fola, desordenadamente). El catalán antiguo decía folla, tropel; el portugués dice fula; foule el francés; y el italiano folla y fola. En catalán corriente foll, folla (loco, loca), se aplica a los animales, como el lobo y el perro, en el sentido de rabioso, lleno de furia. Acaso nuestro follisca no sea sino una voz común anticuada sin uso ya ni testimonio en España». Tal es el parecer de Calcaño. Picón-Febres (Libro raro) explica follisca como «pendencia, pelazga, chamusquina o zafacoca», y el propio vocabulista lo usa en El sargento Felipe: «Lo que debes tener como sabido es que Salazar anda ya alzao en Carabobo, y que si no lo apagan pronto   —370→   entualito se prende la follisca en toda la República». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela) sigue al parecer de Picón-Febres. Malaret (Diccionario de americanismos) lo anota como de uso corriente en América Central, Colombia, Puerto Rico y Venezuela. Follón «es sinónimo de alboroto, gresca, trifulca» (Casares, Cosas del lenguaje). Fullona es «pendencia, riña y cuestión entre dos o más personas, con muchas voces y ruidos» (Diccionario de la Academia, ed. de 1925). Véase este fragmento de la Vida y hechos de Estebanillo González: «... y al tiempo que trataba de desagraviarme y de armar la fullona, me hallé cercado de toda la familia...». El gran interés de este grupo de términos consiste en la similitud de evolución conceptual desde la palabra folla, representación teatral que había de provocar alboroto y desorden, a través de la confusión producida por numerosos hablantes simultáneos, hasta la significación de reunión tumultuosa, atropellada, en un número de derivados de folla, que han conservado en América y en la Península un sentido semejante al del caso de bululú.

9. GALLETA. - Es viva en Venezuela la significación de ‘confusión, desorden’ para este término, aunque los vocabulistas no le asignen tal valor. Efectivamente, Picón-Febres (Libro raro) anota el significado de ‘bofetada’, de uso en Venezuela y en Canarias. También lo tiene en catalán galeta. Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela) dice significar: «Chanza pesada de bañistas, que consiste en anudar bien las distintas piezas del traje de alguno mientras se está bañando».

10. GUACHAFITA. - Es un término vivo en Venezuela para indicar ‘desorden, algazara, con cierta connotación de broma y gresca alborozada’. Julio Calcaño (El castellano en Venezuela) le da una curiosa, y creo que errada, interpretación: «Guachafita es un término que significa casa de juego y se aplica a toda clase de desorden o de irregularidad, y así a las asociaciones, como a los gobiernos y a las personas y a las cosas. Cecilio Acosta me decía: la palabra es un tesoro, ¡pero no doy con su origen! Años más tarde en la revolución de Maracaibo, de 1869, fui más afortunado que él al oír decir, no ya sólo guachafita, sino guachapa y guachapita, y se me informó que los jugadores llamaban guachapa al acto de apagar las velas y manotear la mesa, por donde comprendí que formaban el sustantivo del verbo guachapear. La corrupción guachafita ha triunfado, y se ha hecho indispensable y expresiva en el lenguaje familiar». Picón-Febres (Libro raro) le asigna el significado más correcto: «desorden e irregularidad extrema. Guachafita es reunión de personas con cualquier objeto, en la cual hay mucha bulla, discusiones, ruidoso vocerío, y casi siempre pleitos y aguardiente». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) trata del vocablo de la siguiente manera: «Confusión, desorden. ‘Tenía en el alma la sencillez nativa de su pueblo, ajeno a las guachafitas mundanas’ (Urbaneja Achelpohl Nubes de verano); ‘Su ánimo como el de los otros tendía a la disolución y a la guachafita’ (id., En este país...!). Propónese para la etimología de esta voz, el anticuado guachapear (recrearse bebiendo). Observaríamos que este verbo tenía una acepción algo diferente;   —371→   v. gr. en la Pícara Justina, págs. 22, 23, ed. Ochoa. En Puerto Rico, significa ‘burla, choteo’, según Malaret». Este, (Diccionario de americanismos) da para Venezuela la significación de ‘casa de juego’ derivada sin duda de Calcaño, sentido que no se observa jamás. El propio Malaret (Suplemento al diccionario) anota el término en Colombia, con el significado de ‘algazara’. Y el vocablo guachapita con el valor de ‘barullo, desorden’ como colombianismo. Santamaría (Diccionario de americanismos) afirma por su propia autoridad, que «en varios países de Sur América» significa «desorden, barullo, principalmente la alteración del orden público por movimiento armado, pronunciamiento, revolución, etc.». Y repite que «en Venezuela, además, garito, lugar de juego». Véase alguna de las numerosas muestras de uso moderno del término en Venezuela: «... ése es más criollo que nosotros y le haría falta la guachafita» (Rómulo Gallegos, Doña Bárbara, 7.ª ed. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1944); «... si se acaba la guachafita me voy» (id., ib.). El mismo Gallegos explica la palabra en el glosario final: «Guachafita, embrollo, desorden». No ha aceptado el vocablo el Diccionario de la Academia39.

11. GUAIÑO. - Aunque no sea término de uso en Venezuela, quiero insertar esta nota de Ciro Bayo (Vocabulario criollo-español sudamericano, Madrid, 1911): «Guaiño. Voz quichua. De huañin, muerto. Triste o yaraví, canción popular boliviana, como el bambuco de Antioquia y la vidalita de Santiago del Estero. // ¡Es un guaiño!: es una confusión, una algarabía, por el barullo de gente alegre que se pasa la noche cantando guaiños a la luna». Malaret Diccionario de americanismos) repite la aseveración de Ciro Bayo. Es un curioso corrimiento expresivo: de muerto (?) y de canto de un triste, ¡a la idea de algarabía y desorden! Casi comparable a la evolución del término velorio40.

12. GUASA. - Tampoco es en Venezuela donde esta palabra significa desorden o barullo, sino ‘broma, chanza, ironía, burla’, y al mismo tiempo es denominación de un tipo de baile popular. Pero en otras   —372→   Repúblicas hispanoamericanas, sí ha alcanzado el valor de ‘holgorio, fiesta ruidosa’, según Santamaría (Diccionario de americanismos), así como la voz guasanga, que según Joaquín García Icazbalceta (Vocabulario de mexicanismos) significa «bulla, zambra, barahúnda, vocería». Salvá le trae como procedente de Cuba; pero lo es también de México y de Colombia (Bogotá: Cuervo § 598; Cuba: Pichardo, Macías, Armas, pág. 82; F. Ortiz, Glos. afronegr.; Guatemala: riña, pelotera, cf. Batres). Guasanga está ya recogida en el Diccionario de la Academia, de 1925, con tal significado y atribuido a América Central, Colombia, Cuba y México. Guasábara (i. e. guazábara), probable criollización de algazara (Cf. Wagner, RFE, XV, 296) durante la conquista, ‘algarada, reencuentro, guerra con indios’, no ha llegado todavía a ‘alboroto, desorden’.

13. GUIRISAPA (i. e. guirizapa). - Significa en Venezuela «batahola, algarabía, alharaca, bullicio» (José Martí, Obras completas, II, 1662). Registran también el término Santamaría y Malaret (Suplemento).

14. MATURRANGA. - Según Picón-Febres (Libro raro) significa en Venezuela «desorden o irregularidad extrema. Equivale a guachafita en la primera de sus acepciones (‘reunión con bulla, etc.’)». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) acepta el testimonio de Picón-Febres, y añade: «En Honduras, delito, picardía. En El Salvador, gatuperio, embrollo, enjuague. Es voz provincial de Extremadura, por treta, marrullería. No sé que se use en Venezuela el adjetivo maturrango (de dos terminaciones) con la significación de mal jinete, o por extensión, de español, o aplicado a un caballo malo y flaco, como en el Perú».

15. MEREQUETÉN. - Palabra viva para indicar en Venezuela ‘alboroto, desorden’. No está registrada en los vocabularios venezolanos. Malaret (Suplemento al diccionario) dice que en Puerto Rico significa lo que revolú, que es ‘pelotera, revoltina’41.

16. PERIQUERA. - De este vocablo tan frecuente y generalmente usado en Venezuela no he hallado más que el testimonio de Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo), quien dice: «Reunión de pericos; y por analogía, conjunto de personas charladoras; algarabía, alboroto». Malaret (Suplemento al diccionario) reproduce el texto de Alvarado, con el complemento de que en México significa ‘sitio encumbrado’.

17. PERRERA. - Picón-Febres (Libro raro) asienta: «En Venezuela significa pleito, bronca, pendencia, tumulto o zinguizarra». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como acepción especial) anota el significado de «pendencia, reyerta» y cita a Picón-Febres   —373→   como autoridad. Santamaría (Diccionario de americanismos) escribe: «Vulgarismo cubano y venezolano, por pleito, disputa, bronca, escándalo, pendencia, zipizape, tremolina. Se armó la gran perrera, chico». En el Diccionario académico no se registra tal significado: la acepción más próxima es la de ‘rabieta de niño’, que aparece en la edición de 1869, anotada también en Luis y Agustín Millares (Léxico de Gran Canaria, Las Palmas, 1924, pág. 132), con mayor extensión: «Se aplica generalmente a los accesos de cólera infantiles, acompañados de gritos, llanto y pataleo».

18. ROCHELA. - En el significado de alboroto parece ser hoy este término particularidad del castellano en América. Cuervo (Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano) dice: «Así como es comunísimo trasladar los nombres de Babel, Belén y Liorna a denotar un lugar de desorden y confusión, hase aplicado lo mismo el de la Rochela: si hoy se haga eso en España es cosa que no podemos resolver: sólo diremos que en este sentido usa Mateo Alemán el tal nombre de ciudad, y que así lo oímos diariamente en nuestra tierra, si bien de ordinario se circunscribe su sentido a denotar un gran ruido o algazara. De aquí hemos formado el verbo arrochelarse, que se dice particularmente de los caballos cuando se alborotan. ‘En resolución, todo el mundo es la Rochela en este caso, cada cual vive para sí, quien pilla pilla, y sólo pagan los desdichados como tú (Guzmán de Alfarache, pte. II, lib. II, cap. VI). ‘Todo aquello se pasó y deshizo, quedando cada cual como los de la Rochela, quien piglia piglia’ (Ortografía castellana). Lo registra también Gustavo Otero Muñoz (Copla colombiana), «Pido que cuando me muera / me entierren con mi vigüela, / por si acaso en la otra vida / se ocurre alguna rochela». En los vocabularios venezolanistas se encuentra el vocablo. Picón-Febres (Libro raro) lo define como «retozo con mucha risa y bulla y alboroto», y a continuación anota rochelera, «persona muy aficionada a rochelear, o lo que es lo mismo, a la rochela. Persona jacarandosa o parrandera. También se le dice rochelera a la caballería que adolece del repugnante resabio de resistirse a continuar la marcha». También registra el verbo arrochelarse. Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismos) da a rochela el significado que le reconoce Picón-Febres, y, además, el de ‘querencia, gorrionera’, con testimonios de interés: «Tiene mucha sabana, del todo perdida, por motivo de los espineros, crobales y chiribitales que todos son rochelas y cuevas de tigres» (Informe del prefecto de las misiones de Guayana, 1799, en Colección Blanco-Azpúrua, I, pág. 462); «Empezó a abrazarlo y morderlo -al mismo tiempo que reía bulliciosa y burlescamente, sin darse cuidado de su hermano que le rechazaba con fingido fastidio y le decía: -¡Deja la rochela ‘Isa’!... ¡Estáte quieta!... ¡No seas tan fastidiosa!». (G. Espinosa, Yo soy poeta y sólo poeta). Usado también en Colombia. Alvarado incluye también rochelear y rochelero. «En el lenguaje popular de Venezuela se dice que es rochelera la bestia que tiene el resabio de pararse en un lugar sin querer proseguir la marcha» (N. Bolet Peraza, De Caracas a La Guaira).

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Véanse algunos ejemplos de usos modernos del vocablo: «Lejos se levantaba una rochela de caballos salvajes» (Rómulo Gallegos, Doña Bárbara); «En las sabanas de Lagartijera está una rochela de cimarrones» (id.); «... y en la vida fiera y libre de la rochela dentro del mastrantal inaccesible» (id.); «Ya me dijeron también que tienes una rochelita con una de las muchachas de Paso Real» (id.). El propio Gallegos explica el término en el Glosario del mismo libro como «reunión de ganado inquieto, y también el sitio donde se efectúa», pero, evidentemente, el uso del vocablo en los textos citados de Gallegos es de un sentido mucho más amplio que el que da Gallegos, reducido a la acción del ganado, aunque éste sea el significado principal y quizás el primitivo en Venezuela. Con la definición de Gallegos mal podría explicarse que un galán tuviera «una rochelita con una de las muchachas de Paso Real». A mayor abundamiento, obsérvese este ejemplo del mismo novelista: «¿Qué pasa? -pregunta tío Manuel, creyendo que fuera caso de algún barajuste del ganado encorralado. Y le contestan: -Nada, don, rochelas de los muchachos. Un viejito, que acaba de llegar, dando lástima de puro parecer que no podía con su alma, y como los muchachos quisieron divertirse con él y le tiraron una punta de garrote, de la barajustada que se dio tramoliando el suyo, abrió un claro en el corredor» (Rómulo Gallegos, Cantaclaro). También anota rochela y sus derivados, Baldomero Rivodó (Voces nuevas en la lengua castellana). Queda claro, por tanto, la amplitud del significado en Venezuela42.

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Malaret (Diccionario de americanismos y Suplementos al diccionario) da el significado de ‘bulla, algazara’ para Colombia y Venezuela. Santamaría (Diccionario de americanismos) dice que «En Sur América y Puerto Rico, algazara, reunión bulliciosa o de gente ordinaria, juerga, jarana; ribota en las islas. - 2. En Venezuela, conjunto de ganado inquieto. - 3. El sitio en que éste se reúne». El Diccionario de la Academia ha ignorado la acepción de este término tan valioso, hasta la edición de 1925.

19. SAMPABLERA. - Picón-Febres (Libro raro) escribe: «Sampablera. Pleito ruidoso entre muchas personas. Este vocablo es sinónimo de brollo... y también de zalagarda». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, sección de neologismos) anota: «Gazapera, zaragata, zipizape» y cita como autoridad: «Estuvimos en un tris de que se formara una sampablera de todos los demonios» (Picón-Febres, ‘Fidelia’); «Todos sabemos que el uno como el otro son dos almas de Dios, incapaces de armar escándalos, ni de andar en sampableras de gente de tres al cuarto» (Bachiller Munguía [J. J. Churion], Una equivocación carnavalesca). Malaret (Diccionario de americanismos) se limita a registrar el vocablo como venezolanismo.

Es posible que este término, así como el siguiente, se hayan formado en Venezuela en contaminación con zambra, zambapalo, etc., comenzando la expresión con el principio de términos habituales con la significación de ‘alboroto’, y finalizándola con una expresión de carácter criollo.

20. SAMPLEGORIO. - Picón-Febres (Libro raro) le da la equivalencia de «desorden, algazara, guachafita». Lisandro Alvarado lo interpreta igualmente (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo)

reconociéndole el significado de «embrollo, confusión» y también «cierto potaje o revoltillo»; cita: «Vivir como vive el pobre // en eterno samplegorio, / es pagar anticipado / las penas del purgatorio» (P. Montesinos,   —376→   Cancionero popular, Ms.). «Se harta uno de samplegorio aderezado con hueso de espinazo o de rabo, pimienta, vinagre doble y ají bravo» (R. Bolívar, Los velorios de mayo)43.

21. SEISPOROCHO. - Es de actual uso con la significación de ‘alboroto, desorden, tumulto, etc.’ el término seis-por-ocho. Habitualmente en la consabida frase se formó un seis-por-ocho.

22. TRANCAPERROS. - Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) le da la significación de ‘zinguizarra’: «En cuanto no más le forma un trancaperros» (R. Cabrera, Mimí). Es el único lexicógrafo que registra este término en Venezuela, como equivalente a ‘desorden, alboroto’. Seguramente es voz ocasional, acerca de la que ignoramos la extensión que haya podido tener en su uso, nacida probablemente de la interferencia del vocablo tranca, que en América significa ‘borrachera’44, y el término perrera, que ya hemos anotado.

23. VOLATE. - Picón-Febres (Libro raro) lo define: «Alboroto con mucho ruido y movimiento. Desespero y zaperoco... valen igualmente que volate». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela) recogen la opinión de Picón-Febres y añade lo que Cuervo (Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano) dice respecto a este vocablo que en Colombia significa «multitud de atenciones». Malaret (Diccionario de americanismos y Suplemento al diccionario) registra estas opiniones, y, además, la comunicación de Rafael Uribe Uribe, quien informa que en Colombia volate significa «confusión, faena», con la variante bolate45.

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24. ZAFACOCA. - Término de uso general para indicar la idea de desorden, alboroto, tumulto. En el Diccionario de la Academia no aparece sino hasta la edición de 1925, con la indicación de americanismo y andalucismo, y con el significado de ‘riña, pendencia, trifulca’. Picón-Febres (Libro raro) registra el término como equivalente a «alboroto, desorden, pendencia, gritería» y añade la nota que «se usa en el Perú». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como acepción especial) reproduce la opinión de Picón-Febres. En los diccionarios americanistas se incluye el vocablo como de uso general en toda América (Cf. Malaret, Diccionario de americanismos; Santamaría, Diccionario de americanismos; y Ciro Bayo, Vocabulario criollo-español sud-americano).

25. ZAPERA, ZAPEROCO. - Posiblemente zaperoco es la palabra de mayor uso en Venezuela para expresar la idea de ‘alboroto y desorden’.   —378→   Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) recoge el término zapera, ‘gazapera, alboroto’, término que registra Malaret (Suplemento al diccionario). Zaperoco consta en Calcaño (El castellano en Venezuela), quien dice: «es en buen castellano, alboroto, zaragata, etc.». Picón-Febres (Libro raro) incluye el término como «alboroto, desorden, ruidajón. Vale tanto como volate y desespero. Es de uso general en Venezuela». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, tomó neologismo) da a zaperoco la equivalencia de «bodrio, embrollo, confusión», y cita: «Una mañanita, entre dos luces, veo yo ese pionaje corriendo y sigo ese zaperoco en el cañaveral» (Cabrera Malo, Mimí). Malaret y Santamaría lo registran como venezolanismo con la significación de «zambra, volate, alboroto, jaleo»46. Pedro Núñez de Cáceres en su «Memoria de Venezuela y Caracas» (Bol. ANH, n.º 85, Caracas, 1939), registra la voz soperoco, «condumio de mezcla rara», significado que puede haberse cruzado con zaperoco.

26. ZINGUIZARRA. - (Escrito también singuizarra, singuisarra y singussarra). Indica la misma idea de ‘alboroto, desorden’. Picón- Febres (Libro raro) dice: «igual que zafacoca». Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como neologismo) escribe: ‘zalagarda, riña, alboroto», y cita: «En ambas partes cuando menos se pensaba armábase una singuizarra, fruto de la democracia, en que los ministriles de la policía tomaban parte activa» (J. J. Churión, El teatro en Caracas). Malaret (Suplemento al diccionario) anota el término como venezolanismo. Santamaría (Diccionario de americanismos) dice que se usa en Colombia con tal sentido47.

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El vocabulario castellano general ofrece ya una considerable riqueza de términos con la significación de ‘alboroto, tumulto, riña, pendencia, etc.’. En tierras de América se ha desarrollado, además, un grupo importante de voces con la misma acepción. Ello es de suma importancia para entender el carácter peculiar de la vida en Hispanoamérica, y aun para comprender la singular condición en que se halla el habla de quienes contemplan las situaciones desordenadas que a su alrededor se producen. Tales caracteres son comunes al castellano de ambos hemisferios.

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Hemos visto algunas voces del castellano de América. Véanse ahora los términos de uso general en el castellano peninsular para expresar la misma idea de ‘alboroto, pendencia, etc.’. No creo ni pretendo agotar la lista, ni mucho menos, con todo y lo nutrida que pueda parecer. Insertaré después alguna glosa a palabras que, a mi ver, merecen breve comentario48. He aquí la lista:

Agarrada, alarida, albórbola, alborotamiento, alboroto, algarabía, algarada, algazara, altercado, anarquía, arrancasiega, arrebatiña, asonada, ataque;

Babel, babilonia, baraja, barahúnda (barafunda), barbulla, barullo, batahola (tabaola), behetría, belén49, boda de negros, bolina, brega, bregadura, broma, bronquina, bulla, bullanga, bullicio;

Cachetina, camorra, cantaleta, caos, cascarada, cisco, combate, competencia, confusión, conmoción, contraste, convulsión, cuchillada, cuestión, culebra;

Chacota, chamusquina, chipén, chirinola, choque;

Danza, debate, desarreglo, desate, desbarajuste (desbarahuste), desconcierto, desgobierno, desorden, día del juicio, discusión, disensión, disgusto, disputa, disturbio;

Embrollo, enredo, escándalo, escaramuza, escarapela, estruendo;

Fandango, folla, follón, fullona;

Galimatías, gallinero, garbullo, gazapera, gazapina, gazuza, ginebra, greguería, gresca, grillera (olla de grillos), grita, gritería, guerra, guirigay;

Herrería;

Infierno, inversión;

Jabardillo, jaleo, jarana, jolgorio (holgorio), jollín (hollín);

Lance, lelilí (lilaila, lililí), lid, lío, liorna, litigio, liza, lucha;

Mare magnum, marimorena, merienda de negros, monote, motín;

Paloteado, parranda, pelamesa, pelazga, pelea, peleona, pelotera, pelotero, penchicarda, pendencia, pendenzuela, pesadumbre, petera, prisa;

Querella, quimera, quintín (san);

Rebate, rebato, rebujina (rebujiña), rebullicio, redopelo, remolino, rencilla, repelo, repique, repunta, revoltijo, (revoltillo), revolución, revuelo, revuelta, reyerta, rifa, rifirrafe, rija, riña, rompimiento, ruido;   —380→  

Samotana, sanfrancia, sarracina, sedición, suiza;

Tambarimba, tararira, tasquera, tope, torre de Babel, trapa (trapa, trapa), trapatiesta, trapisonda, trastorno, tremolina, trifulca, tropel, tropelina, tropiezo, trulla, tumulto, turbación, turbulencia;

Vocería, vocerío;

Zacapela (zacapella), zafarrancho, zalagarda, zambra, zarabanda, zaragata, zipizape, zuriza, zurra, zurribanda, zurriburri.

Veamos algunos términos de interés particular.

a) BULLA. - En el Diccionario de autoridades encontramos registrado el término: «... ruido causado del concurso de mucha gente en alguna acción o solemnidad. Viene del verbo bullir. Latín. Murmur». Y cita dos textos de la Vida y hechos de Estebanillo González y de Quevedo. Añade: «Bulla significa también la confusión causada del mismo ruido del concurso de gente, y se dice también de un discurso, u de una contienda». «Meterlo a bulla. Es lo propio que alborotar, y dar voces para causar confusión». Figura asimismo en los Diccionarios académicos posteriores. Es sobremanera curiosa la existencia del término bullaque, con la significación de «confusión en el lenguaje»50, lo que le acerca a otros significados de este grupo de vocablos.

Malaret y Santamaría, por exceso de celo, han dado entrada en sus diccionarios al término bulla, que no tiene ninguna acepción particular en América. Es distinto el caso de bullaranga.

b) CHIRINOLA. - He aquí un término cuyo significado no ha sido bien dilucidado. En el Diccionario de autoridades se menciona el juego de la chirinola, y en los Diccionarios académicos se le da el sentido de «estar de fiesta o de buen humor». En el Vocabulario de germanía publicado por Juan Hidalgo en Romances de germanía (Madrid, 1779), figura cherinola con el significado de «junta de ladrones, o rufianes», y cherinol, «el que es principal en la rufianesca, o ladronesca». Sin embargo, un pasaje de Cervantes en El coloquio de los perros: «... y que saque a plaza toda la cherinola desta historia», ha tenido que explicarse forzadamente a base de los significados admitidos. Agustín de Amezúa (ed. de Madrid, 1912), escribe: «Dos explicaciones pueden darse a esta frase, que corresponden a los dos sentidos que tiene la voz chirinola, no incluido, sin embargo, ninguno de los dos en nuestro Diccionario. Uno, entendiendo chirinola, por enredo, trama, embuste, mentira, maraña, en cuyo caso, sustituyendo aquella voz por cualquiera de estos términos, queda el pasaje aclarado; o traduciendo chirinola por junta de rufianes y ladrones, como quiere el vocabulario germanesco de Juan Hidalgo, digo, de Cristóbal de Chaves; y entonces la frase   —381→   equivaldría a ‘saque a plaza toda esta reunión y cofradía de ladrones, bellacos, embusteros y falsos’ cual lo eran el capítulo y hermandad del alguacil con el escribano y la Colindres. El lector escogerá de ambas acepciones la que más le guste, pues ambas son lógicas». Rodríguez Marín se decide por la segunda acepción (ed. de Clásicos Castellanos. Madrid, 1917). No obstante creo que la verdadera interpretación la da Rufino José Cuervo, de acuerdo con el significado que chirinola tiene habitualmente en América. Dice: «Chirinola ha tenido en castellano sentido un poco vago; nosotros lo tomamos por pelotera, gazapera, significación derivada acaso de la de enredo, embrollo, que tiene en este lugar de Cervantes: ‘Callen la boca, y váyanse con Dios; sino, por mi santiguada, que arroje el bodegón por la ventana y saque a plaza toda la chirinola desta historia’ (Coloquio de los perros). Más se acerca a nuestro uso en estos pasajes de Bernal Díaz del Castillo: ‘Había entre nosotros bandos y medio chirinolas sobre quien sería capitán’ (Biblioteca Rivadeneira); ‘Estaban tan enojados y rabiosos que comenzaron a armar bandos y chirinolas, y aun palabras muy mal dichas contra Cortés’ (ib.); ‘Quedamos con Cortés todos los de su bando, por temor no hubiese más ruido ni chirinola y se levantase contra él’» (ib.)51. La equivalencia de chirinola con ‘pelotera, gazapera’, explica la confusión en que se tiene a dicho vocablo.

c) FANDANGO. - En el Diccionario de autoridades hallamos explicado este término: «Baile introducido por los que han estado en los Reinos de las Indias, que se hace al son de un tañido muy alegre y festivo. Latín. Tripudium fescenninum. Por ampliación se toma por cualquiera función de banquete, festejo u holgura a que concurren muchas personas. Latín. Festiva oblectatio. Jucunditas». El término fandanguero lo define así: «El que es aficionado a bailar el fandango, o a asistir a convites o festejos». En el Diccionario de la Academia de 1822, encontramos considerablemente enmendado el artículo del léxico oficial. Dice: «Fandango. Cierto baile alegre muy antiguo y común en España. Llámase también así al tañido o son con que se baila. Metafóricamente: Baile de botón o cascabel gordo». En el Diccionario de 1869 desaparece la explicación del sentido metafórico, seguramente por no tener ya uso la denominación específica de tal tipo de bailes. En el de 1884 se ensaya, con interrogante, la etimología del vocablo: «¿Del latín fidicinare, tocar la lira?». Los diccionarios posteriores abandonan tal intento etimológico y dicen solamente: «Antiguo baile español, muy común entre andaluces, cantado con acompañamiento de guitarras, castañuelas y hasta de platillos y violín, a tres tiempos y con movimiento vivo y apasionado. // 2. Tañido y coplas con que se acompaña. // 3. Figurado y familiar. Bullicio, trapatiesta». Este doble significado de baile y alboroto, aparece en los vocabularios americanos con regular constancia. Calcaño (El castellano en Venezuela) indica la acepción -como aragonesismo (?) - de ‘desorden, pendencia, confusión’. Malaret (Diccionario de americanismos) escribe: «Argentina y México. Baile, sobre todo el de la gente pobre. (Así se llamó en España una antigua danza introducida de Indias,   —382→   según el Diccionario de autoridades). // 2. Argentina, Chile, Guatemala, México, Puerto Rico y Venezuela. Lío, desorden. Por supuesto, hubo fandango. (Igual en Andalucía y Aragón). Y añade: «Fandanguillo. El propio baile llamado fandango, en ritmo de 3 por 8, usadísimo en Asturias (Tiscornia). // Puerto Rico. Baile de garabato, que es una degeneración de las seguidillas y del fandango español». Santamaría (Diccionario de americanismos) define: «En sentido familiar, pero algo despectivo (fandango) es reunión, fiesta, celebración con alboroto y bullicio, o de carácter desordenado». En cuanto a fandanguillo transcribe a Malaret. En España es general el uso de fandango en la doble acepción de alboroto y de baile, aunque este segundo concepto aparezca muy impreciso por no referirse a un tipo de baile determinado. En las propias monografías sobre bailes y danzas en España, el vocablo fandango, extendido por todo el país, tiene realmente muy poca concreción. José María Gutiérrez de Alba en su artículo Un baile de candil (en el libro El pueblo andaluz, Madrid, s. f.) escribe: «Allí suelen alternar con la polka íntima el cancán desenfrenado, las seguidillas incitadoras y el fandango agitanado»; en El vito (id.), habla de nuevo de bailes -el de San Vito es uno de ellos- y menciona «el fandango de Andalucía», «el hechicero fandango». Eduardo Martínez Torner en Cancionero musical de la lírica popular asturiana (Madrid, 1920) comenta un baile de gaita, transcrito en Oviedo: «A este y a todos los bailes de gaita que tienen una medida y una distribución rítmicas análogas, se les designa con el nombre de fandango. Es tal vez el baile más usado en Asturias, y su ejecución varía muy poco en los distintos pueblos de la provincia, dependiendo solamente de la agilidad que el bailador tenga para hacer con los pies figuras complicadas». Lo mismo testifica Aurelio de Llano Roza de Ampudia en Del folklore asturiano: Mitos, supersticiones y costumbres (Madrid, 1922), quien nos habla de que el fandango es baile existente en las romerías asturianas. Podríamos multiplicar las citas, pero es suficiente con las aducidas para que quede clara la doble significación de baile y alboroto para el término fandango.

d) GALIMATÍAS. - Término definido en el Diccionario como «lenguaje oscuro por la impropiedad de la frase o por la confusión de las ideas», evidentemente emparentado con otros vocablos que señalaré a continuación52, pero no tiene galimatías el pleno sentido de ‘alboroto’, ‘desorden, etc.’, que los demás vocablos han adquirido. Algarabía, que era primitivamente «el arábigo que hablaban los cristianos», y que significa hoy «gritería confusa de varias personas que hablan a un tiempo»53.   —383→   Barbulla «ruido, voces y gritería de los que hablan a un tiempo confusa y atropelladamente»54. Garbullo, «inquietud y confusión de muchas personas revueltas unas con otras. Dícese especialmente de los muchachos cuando andan a la rebatiña». Cejador interpreta el vocablo como tropel de gente, derivándolo de garba, «conjunto de muchos manojos de mies, en Aragón...»55. Otra voz con equivalente evolución es cantaleta, «ruido y confusión de voces e instrumentos con que se burlaban de alguna persona». Todos estos términos han alcanzado la doble acepción de ‘alboroto, desorden, etc.’. No ha sucedido así al vocabulario monserga que significa simplemente «lenguaje confuso y embrollado».

e) GUIRIGAY. - Respecto al grupo de palabras anteriores ésta ofrece distinta evolución. Bonilla y San Martín anota en la edición del Diablo cojuelo (Madrid, 1910) que «hoy llamamos guirigay al lenguaje oscuro y de dificultosa inteligencia», concordando con lo que dice el Diccionario académico: «Gritería y confusión que resulta cuando varios hablan a la vez o cantan desordenadamente». Pues bien; este vocablo (o guiriguirigay) designó un famoso baile popular en España, del que existen abundantes testimonios. Lo estudia con gran erudición Emilio Cotarelo y Morí en la Introducción a la Colección de entremeses (Madrid, 1911, vol. I) con numerosas citas de textos de Quevedo, Lope de Vega, Vélez de Guevara, Moreto, Castillo Solórzano. También lo anota Bonilla en la edición más arriba referida.

f) JALEO. - Es particularmente curioso el trato que dan a este término los Diccionarios de la Academia. Lo ignora el Diccionario de autoridades. En el de 1869 encontramos definido jalear: «llamar a los perros a voces para cargar o seguir la caza. // Animar con palmadas, ademanes y expresiones a los que bailan»; y la voz jaleo, «la acción y efecto de jalear. // Diversión bulliciosa de gente ordinaria». En el Diccionario de 1884 se repite el artículo jalear, pero a la voz jaleo le da la siguiente parte: «(Del griego alalé grito de guerra, grito de alegría). Acción y efecto de jalear. // Cierto baile popular andaluz. // Familiar. [Como jarana]. Diversión bulliciosa de gente ordinaria. // Familiar. Pendencia, alboroto, tumulto». Es decir, aparece aquí ya con la acepción de baile, que va a conservar hasta el Diccionario de 1936. En éste solamente le añade otra acepción «tonada y coplas de este baile». Juan Valera -para citar un testimonio literario- escribe en Pepita Jiménez: «... a solazar a la casa de campo, armando con los rústicos trabajadores un jaleo probe, de fandango, lindas coplas, repiqueteo de castañuelas, brincos y mudanzas»; «... el lejano y confuso rumor del jaleo de la casa de campo...». Es evidente, pues, para jaleo la doble significación   —384→   de baile popular y alboroto, como en el caso del americanismo mitote. Sería fácil multiplicar los ejemplos56.

g) PARRANDA. - En el Diccionario se define como «holgorio, fiesta, jarana». En América tiene más pleno sentido de ‘alboroto’, como testimonia Picón-Febres (Libro raro): «paseo de mucha gente por las calles, con música, vocerío y cohetes. También se usa en el sentido de chacota, rochela, guachafita, bacanal, orgía, zahora, jolgorio y maturranga»; asimismo Lisandro Alvarado (Glosarios del bajo español en Venezuela, como acepción especial) «fiesta ruidosa, bacanal». Pues bien; según Alberto Sevilla, Cancionero popular murciano (Madrid, [?] 1912), parranda fue en Murcia la denominación de un baile popular, señalado como antiguo y en desuso.

h) PELAZGA. - El más curioso de los vocablos que significan ‘pendencia, riña, disputa’, derivado de pelar, pela, es pelazga o pelaza. Tenemos abundantes testimonios en Quevedo, Vélez de Guevara, Mateo Alemán, Cervantes y en piezas teatrales del siglo XVI. Véanse algunas notas: Clemencín (Quijote, vol. II) escribe: «Pelaza, por quimera o riña. Luis Vélez de Guevara, en su Diablo cojuelo, da este nombre de pelaza a la quimera que en una venta de Sierra Morena hubo con una compañía de representantes y un alguacil que los conducía a la corte. Puede traer su origen de pelar, como lo trae pelamesa que significa riña en que los combatientes se mesan y arrancan el pelo: dícese con particularidad de la riña en que intervienen mujeres». Julio Cejador anota un texto de Quevedo (Sueños, Madrid, 1917): «Pelaza o pelazga significa pendencia, riña o disputa. Empelazgar una controversia es frase inventada por el escritor para encarecer la vehemencia del altercado».

i) PELOTERA. - En el Diccionario de autoridades se define: «Pelotero. Vale también riña, contienda o revuelta. Particularmente se entiende entre mujeres. Dícese también Pelotera». Cita textos de Quevedo. Los Diccionarios académicos sucesivos corrigen la redacción pero mantienen la misma interpretación hasta el de 1936. Los léxicos americanistas incluyen esta voz, aunque es muy débil el matiz diferencial del significado que tiene en la Península. Así, Picón-Febres (Libro raro) la define como «pleito ruidoso entre varias personas». Y en tal sentido es vivo el término en Venezuela. Santamaría (Diccionario de americanismos), como «riña escandalosa entre varias personas; rebujina; en México más comúnmente, bola o botón, o jicotera; zipizape, zafacoca, trifulca, etc. // En México, además, tumulto, aglomeración de gentes».

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j) REYERTA. - El significado de ‘contienda, alteración o cuestión’ es explicado por Vicente García de Diego. (Contribución al diccionario hispánico etimológico, Madrid, 1923, § 487): «refertus, ‘lleno’. Meyer Lübke, Wb., 7152, parte de referta ‘pelea’; pero esta significación está arbitrariamente puesta, pues en ningún testimonio se funda. La significación latina es la de «‘lleno, completo’, hablando de hombres, de donde nacería inmediatamente la de multitud, reunión’»; «... el sentido fundamental fue el de ‘acudir, concurrir’, con una evolución semántica comparable a la que descubrimos dentro del latín en el verbo contendere, que pasó de la idea de ‘acudir’ a la de ‘luchar’».

k) ZAFARRANCHO. - El Diccionario de la Academia de 1822 inserta esta voz como término náutico, con el significado de «la acción de desembarazar la embarcación, deshaciendo los ranchos y dejando libres las baterías». Hasta la edición de 1884 no aparece con el nuevo significado que es el más corriente hoy: «Riza, destrozo. // Riña, chamusquina».

1) ZALAGARDA. - Desde el Diccionario de autoridades consta en el léxico oficial la siguiente definición: «(Voz derivada del árabe significando emboscada). Se toma también por el alboroto repentino de gente ruin, para espantar los que están descuidados. Es voz del reino de Toledo». Cita textos de Quevedo, y añade: «Significa también la pendencia, regularmente fingida, de palos, o cuchilladas, en que hay mucha bulla, voces, y estruendo». Ya he señalado otras voces de origen militar que han pasado a significar la idea de alboroto.

11) ZAMBRA. - Esta voz originada del árabe zamra ‘flauta’, tiene en castellano la doble significación tan característica de ‘fiesta que usaban los moriscos, con bulla, regocijo y baile’, y ‘algazara, bulla y ruido de muchos’. Y también significa estrictamente una danza57.

m) ZARABANDA. - La famosa, y tan traída y llevada, zarabanda, que tanto hizo escribir a los polemistas del teatro español, está ya definida y explicada en el Diccionario de autoridades como «tañido, y danza viva y alegre, que se hace con repetidos movimientos del cuerpo poco modestos». «Por extensión se llama cualquier cosa, que cause ruido, bulla, o molestia repetida». Hay abundantísimos testimonios de esta doble significación.

n) ZIPIZAPE. - Consta en el Diccionario de autoridades como «riña ruidosa, o con golpes. Es voz del estilo familiar, y tomada del modo de ahuyentar, o espantar los gatos»58. También es abundante su empleo en los textos clásicos.

ñ) ZURRIBANDA. - A la significación de ‘pendencia o riña ruidosa en que hay golpes’ ha añadido la de ‘danza’, como testimonia Julio   —386→   Puyol y Alonso al anotar La pícara Justina (ed. de Madrid, 1912): «Es la zurra o castigo repetido, o con muchos golpes, o la pendencia o riña ruidosa entre varios en que hay golpes o se hacen daño (Academia). Como ejemplo cita el texto que queda transcrito [‘quando parava el carro, lo primero que hazían era baxarse y dançar un poco de çurribanda con corcobos’], pero en nuestra opinión no conviene en modo alguno al significado que el Diccionario da de la palabra. La frase çurribanda con corcobos parece indicar que se trata de un baile determinado». Concuerda con esta interpretación, Ángel Valbuena Prat (cf. La novela picaresca española, ed. Aguilar, Madrid, 1943). Otro caso más de la repetida dualidad: ‘baile’ y ‘alboroto’.




Consideraciones conclusivas

Volviendo a nuestros términos, bululú y mitote, de los cuales hemos partido, me interesa subrayar el carácter de la trayectoria semántica de ambos vocablos. Al caer en desuso las instituciones representadas por ellos, al desaparecer, en bululú, la compañía dramática de un solo actor, aunque en pretendido diálogo; o, en mitote, la fiesta danzada indígena; se ha preservado únicamente en el significado de dichas palabras la acepción secundaria y accidental; la de reunión tumultuosa de espectadores o danzantes con ánimo festivo y regocijado que se congregan para celebrar algo con alborozo y ruido. Es decir, el castellano de América ha recogido del vocabulario peninsular un término de teatro, importado o llevado por los españoles al continente americano, bululú, y perdura hoy en el habla usual de una república hispanoamericana, Venezuela, y posiblemente, en Puerto Rico. Al mismo tiempo, el castellano de América ha recibido un vocablo de tradición indígena, que expresaba primitivamente una danza en México, mitote, y lo ha incorporado al vocabulario hispánico. Ambos han convergido a la significación del hecho sociológico: ‘reunión alborotada’, frecuente en los pueblos de habla castellana. Ello acontece al perderse el valor originario de sus respectivas significaciones. Ni bululú, ni mitote podían continuar en su valor primitivo, porque el contenido expresivo había desaparecido en las nuevas sociedades de habla hispánica y al sobrevivir en el uso las palabras a las cosas primeramente representadas, se llenan tales términos de una significación solamente accesoria en sus primeros empleos.

Esta evolución, aunque por diferentes vías, no es extraña al castellano general.

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Hemos visto que no es precisamente escaso en la Península el número de vocablos que expresan la idea de ‘alboroto, desorden, pendencia, etc.’. Dichas palabras, de uso corriente en España, han tenido diferentes procedencias o significados originarios antes de adquirir la significación de la idea de ‘alboroto’, etc. En algunos casos tal significación se mantiene al lado de la sobrevenida; en otros, es preciso reconstruir la evolución semántica, por la etimología, o por el examen de   —387→   significados, hoy en total desuso59. En algunas palabras, evidentemente, la significación de alboroto ha sido añadida a través de otras acepciones intermedias. No interesa ahora aclarar estos puntos. Deseo solamente dejar constancia de la ostensible riqueza en castellano de tales términos y de cómo, en muchas ocasiones, los vocablos que expresaban ideas que traían aparejada cierta confusión o sentido de agrupación tumultuosa, han ido reduciendo el significado a la idea de ‘alboroto, desorden, etc.’. Por su número tiene especial importancia en castellano el grupo de voces con este significado60.

El idioma castellano al trasladarse a América lleva este caudal de voces, o lo va creando mientras es lenguaje de uso común en ambos hemisferios. En suelo americano se encuentra con nuevas condiciones sociales que favorecen la creación de palabras con la misma significación, con los aportes de nuevos elementos étnicos y léxicos: el indio y el negro. En la vida desarrollada en América, al ser adoptado el castellano como lengua de uso general, habrán de producirse ciertos hechos de adaptación del vocabulario, que estarán condicionados por la asimilación de las instituciones en las nuevas sociedades. Además, debe tenerse en cuenta lo acaecido en dirección contraria: la repercusión en el lenguaje peninsular de las costumbres que los españoles hallan y asimilan en tierras americanas; es decir, no hay únicamente el paso del lenguaje al Nuevo Mundo, sino, viceversa, de América hacia España, probablemente de mayor importancia de la que habitualmente se le concede, puesto que desde el descubrimiento el continente americano tuvo necesariamente considerable reflejo en la vida de la población española. Por ello me parecen los términos bululú y mitote buenos exponentes de ambas direcciones en el léxico castellano.

Creo que es posible comprobar tales asertos en el grupo de vocablos que estamos examinando. En las rectificaciones sucesivas de las definiciones del Diccionario de la Academia tienen, a mi parecer, mucho peso las nuevas acepciones que en América se dan a las palabras castellanas. Algunas de ellas son ya vistas como tales, desde los primeros diccionarios en que aparecen (Cf. zarabanda, bochinche, mitote, zafacoca, etc.); en otras, sin reconocerlo o sin advertirlo, se habrá operado el cambio por influencia del uso del castellano en América.

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La tendencia al aumento de voces castellanas con significación de ‘alboroto, desorden, pendencia, etc.’ se habrá visto favorecida en suelo americano por las circunstancias sociales de las colonias españolas y, más tarde, de las repúblicas hispanohablantes; además, por los nuevos elementos étnicos; y, si se quiere, por la lejanía de las fuentes originarias de muchos términos, aunque esta razón no puede ser totalmente específica, por cuanto que en la propia Península debemos reconocer una fuerte propensión al aumento del vocabulario con la acepción de ‘alboroto’, y, por otra parte, los vocablos formados en América -ya fuesen nuevos términos, ya se tratase de acepciones especiales- habían de recalar en España e incrementar el volumen del léxico hispánico.

Las mismas ideas que en España crean palabras con la acepción de ‘alboroto’ son vivas y actuantes en América, con lo que no hace sino producir un fenómeno paralelo al que acontece en la Península. Pero en América se complica un poco más por el choque de costumbres, razas y medios distintos, de lo que se deriva una mezcla de instituciones y conceptos que van poco a poco clarificándose -asistimos todavía a este proceso-. De tal estabilización es exponente el lenguaje, en particular las designaciones de la idea de ‘alboroto, tumulto, etc.’. Algunas denominaciones designarán conceptos que han conservado su individualizado carácter primitivo; otras, las más frecuentes, sirven para expresar instituciones y costumbres de ascendencia doble o triple.

Hay más; el lenguaje en América no quedó separado del de la Península en ningún tiempo. Hay continuo trato entre los viajeros de España a Indias, y al revés. Ha de tenerse en cuenta este contacto humano para interpretar las relaciones lingüísticas entre América y España. En nuestro caso, al continuar la evolución de los vocablos, merced a causas similares, había de darse casos de interferencias de significación. Dicho de otro modo, no puede pensarse en que el léxico castellano viva y evolucione en América independientemente de la Península, sino que continuamente habrá tenido fuerte y renovada convivencia con el castellano de España. Las transformaciones del lenguaje en tierra americana se habrán sentido en España; y del mismo modo, en dirección opuesta, las singularidades del castellano en la Península habrán influido continuamente en América. Si esto acontece de manera tan visible y poderosa en el siglo XIX, con mayor razón habrá tenido realidad este intercambio durante los siglos de unidad política, con todo y que fueran menos fáciles las comunicaciones entre ambos continentes. Creo que si se observan los hechos lingüísticos de acuerdo con este principio, se entienden ciertos cruces de términos. Hay renuevos de significación en vocablos salidos de España en época temprana, que vuelven otra vez a América con posterioridad a su primer establecimiento, así como muchos vocablos de origen americano incorporados al castellano general, habrán regresado al continente americano, después de haberse extendido su uso en toda la Península. La vinculación individual de los españoles al medio social americano es un hecho de profunda influencia en la vida del lenguaje.

Las idas y tornaviajes entre ambos continentes mantienen esta perduración de los signos lingüísticos que a menudo no están de acuerdo con la transformación de la idea expresada. Podríamos, quizás, denominarlos   —389→   semi-arcaísmos, pues si bien aparecen en su uso como anticuados, no obstante son vocablos de evolución singular, no totalmente estancados, gracias a estos contactos intermitentes. Hay numerosos ejemplos de ello en las denominaciones de bailes populares. En sus designaciones actúa un factor social no desdeñable, que interviene asimismo en las voces que expresan la idea de ‘alboroto, tumulto, etc.’. Es el siguiente. En la Península existen ciertas capas sociales que pueden desempeñar algún poder moderador y restrictivo en cuanto a evitar la generalización de las expresiones populares avulgaradas. Es muy relativo, pero existe. En cambio, en América la propia contextura social y el alejamiento de los grandes centros urbanos de la Península no pueden evitar que el lenguaje se popularice de manera más amplia y decidida que en España. Ello contribuye poderosamente a la creación y divulgación de formas expresivas que se propagan rápidamente con cierto dislocamiento de acepciones, formas que, por otra parte, son aceptadas en España con singular complacencia, por la similitud de condiciones sociales.

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Ciñéndonos a las voces que estudiamos, creo oportuno traer a colación un texto de Julio Casares, al explicar la palabra folla. Las ideas expuestas en este fragmento aclaran la idea central, a base de la que ha florecido una buena parte del gran número de términos que indican ‘alboroto, desorden, pendencia, etc.’ en castellano. Dice: «Entre la descendencia románica del latín fullo (el que abatana los paños), figuran varios verbos en cuya significación entra como idea básica la de pisotear: tales son el francés fouler (abatanar), el catalán folar (pisotear) y el castellano hollar... De un modo natural esta acción de ‘pisotear’ sugiere la representación mental de pies en movimiento; representación que, cuando se refiere a muchos pies y éstos se imaginan, según es usual, como poseídos de dos en dos por el correspondiente número de personas, da lugar al concepto de ‘gente que se agita’. Así nacen el francés foule (muchedumbre), el catalán fola (tropel), el portugués fula-fula (remolino de personas) y el español folla...»61.

Tal idea de muchedumbre en desorden es fundamental para explicarnos algunos cambios semánticos en los vocablos que expresan actualmente alboroto en castellano. Así, en todos los que significan simultáneamente baile agitado y alboroto (zarabanda, jaleo, parranda, fandango, guaiño, guasa, guirigay, zambra, mitote, zurribanda, etc.), la evolución ha sido de ‘baile’ a ‘alboroto’ o viceversa. De la misma manera, los términos de origen militar (algarada, escaramuza, zalagarda, etc.), y en buena parte los numerosos vocablos que han significado originariamente ‘discusión o contienda’. Junto a la idea de muchedumbre en desorden, actúa la de confusión en la comprensión humana, sea por griterío, mezcla de voces, o desigualdad de lenguaje. Tales son las fuentes principales de tan rico vocabulario castellano.

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Cabría intentar una consideración final, que por estar excesivamente al margen de mi propósito, no voy a desarrollar completamente, pero que deseo dejar anotada. La historia del mundo hispanohablante ofrece un contraste de desorden al cotejarlo con la trayectoria de otros países. Parece que ello sea consubstancial con la creación hispánica, como si actuar en sentido hispánico, implicara verter vida a borbotones, sin cohesión social, sin concierto y disciplina. El desorden es tomado ya como algo típico y endémico del mundo hispánico, y efectivamente no deja de ser un buen criterio interpretativo de la historia de los pueblos de habla castellana. Hasta tal punto creo ello cierto que me he preguntado si no es necesario o imprescindible para que existan las obras que el genio hispánico ha dado al mundo, darlas en forma alborotada, desordenada o tumultuosa. Naturalmente no tiene respuesta la pregunta de si la obra hispánica existiría en el caso de ser una cultura ordenada. Es posible, por lo menos, dudar, dada la persistencia de nuestro carácter, que hubiese sido lo que es, si se hubiese desarrollado a base de normas estrictas y de fuerte regulación ordenadora. Toda la historia hispánica ha sido una suerte de alboroto vital, un desorden creador, de enorme pujanza. Puede comprenderse que los pueblos de creación ordenada abriguen un sentimiento, no diré compasivo, pero sí de cierta piadosa conmiseración hacia las naciones hispanohablantes en tanto que se constituyen en grupos sociales, pero no por ello mengua la admiración que se merecen como pueblos creadores de ideas poderosas para la humanidad.

La riqueza de vocabulario castellano para expresar la idea de ‘alboroto, tumulto, pendencia, etc.’, da la razón a quienes consideren nuestras sociedades como entidades que viven en frecuente desorden. No obstante, nadie ha encontrado todavía, cuál sea la forma de vida más profunda y más fecunda.

1950.






ArribaAbajoLa obra lexicográfica de Lisandro Alvarado (1858-1929)

Considerada en conjunto, la labor de Lisandro Alvarado acerca de las peculiaridades del vocabulario venezolano, no ha sido superada hasta nuestros días y constituye sin duda el esfuerzo más considerable que se ha realizado en el país, de un modo sistemático, amplio, totalizador y con ánimo de agotar las fuentes de información tanto en lo que atañe a la bibliografía especial del tema, como a las obras literarias que debía consultar; y, además, lo que es más importante, gracias a la observación directa del lenguaje usado en Venezuela, en trabajo de campo y estudio de la bibliografía.

La formación científica de Lisandro Alvarado y sus adhesiones a las doctrinas positivistas, así como la técnica de investigación aprendida seguramente de su maestro Adolfo Ernst, le dieron una excepcional   —391→   preparación para ser eminentemente objetivo en la tarea de recoger y ordenar las singularidades del idioma castellano en Venezuela. Con el estudio del libro mayor de Alvarado Glosarios del bajo español en Venezuela, publicado en Caracas en el mismo año de su muerte, 1929, es posible enjuiciar su obra de lexicógrafo nacional como la de más significación y trascendencia en la historia de la filología venezolana. Se pueden rectificar detalles, completar datos, enmendar errores que la ciencia posterior haya aclarado, pero en la estimación de la empresa en su totalidad, no hay en la lexicología nacional quien haya dado, antes de la vida de Alvarado ni desde 1929, un paso tan considerable como el que forma la colección de estudios de don Lisandro sobre el vocabulario privativo del español de Venezuela.


Unidad de su pensamiento

Lisando Alvarado responde a la figura moderna de un humanista, interesado por los problemas que podían preocupar a un positivista enfrentado a los hechos de la cultura americana en Venezuela. La historia, las letras clásicas, la lingüística -hispánica e indigenista-, las ciencias naturales, la etnología, la sociología, fueron disciplinas que embargaron su atención a lo largo de su existencia y le dieron temas para notables disquisiciones personales. No es el caso de analizar sus puntos de vista como etnólogo, historiador o sociólogo, sino limitar la presente nota a sus trabajos de lexicología, y aun en este campo apartar todo lo que se refiere a las lenguas indígenas americanas, que no tienen vinculación directa con el idioma castellano de uso general en el país. La serie de vocabularios indígenas -en su mayor parte todavía inéditos- y los estudios gramaticales que Alvarado hizo sobre lenguas aborígenes escapan a la finalidad de esta glosa.

La contribución al estudio de las peculiaridades del español en Venezuela está formada por tres obras de Alvarado:

a) Glosarios del bajo español en Venezuela62;

b) Glosario de voces indígenas de Venezuela63; y

c) Alteraciones fonéticas del español en Venezuela64;

a las que deben añadirse algunos escritos menores, como el intitulado Sufijos en el lenguaje criollo, que publicó en forma de apéndice a la primeras de las obras referidas, y Un anacronismo lingüístico.

La unidad de pensamiento en estas tres obras, la explica el propio Lisandro Alvarado en la «Introducción» a los Glosarios del bajo español en Venezuela, cuando al referirse a las voces indígenas y a «las llamadas   —392→   corrupciones del español», dice: «haremos de todo ello asunto particular de dos tratados que pueden servir de complemento al presente y llevar por título Alteraciones fonéticas del bajo español en Venezuela el uno, y Glosario de voces indígenas de Venezuela el otro»65.

El propósito fundamental de Alvarado nos lo da él mismo en la «Introducción» a los Glosarios del bajo español. Dice: «Nuestra tarea es muy modesta: explicar las voces regionales ordinarias en Venezuela y no admitidas por la Academia Española», y lo impele a ello el que «casi todas las repúblicas hispanoamericanas tienen diccionarios de sus voces corrientes y modismos».

Ratifica en más de una oportunidad la intención principal de proporcionar a la Academia Española elementos de juicio que permitan enriquecer el acervo del idioma con las voces especiales del léxico venezolano, cuya legitimidad defiende apasionadamente, no porque puedan otorgarle tal título los filólogos, sino porque la consagración que el uso da a un vocablo impone «la mayor parte de los términos útiles y viables que constituye, en no escasa proporción, la riqueza y fastuosidad de los idiomas. Supuesto así el caso de que al caudal de nuestra lengua haga falta, o no sea por lo menos superfluo, tal o cual neologismo cuya estructura sea por otra parte correcta, natural será que se le dé carta de naturalización o que se recurra a algún término arcaico injustamente olvidado». E insiste: «Recordaremos de nuevo que muchos de los neologismos señalados están correctamente formados, o son de todo punto indispensables en casos en que no hay otra voz castellana equivalente». Estas palabras de la «Introducción» a los Glosarios del bajo español, que redondea graciosamente con la cita de Séneca de que «no es posible ser negligente en la indigencia», la corrobora en la «Introducción» al Glosario de voces indígenas, quizás con mayor rotundidad: «Si, pues una de esas voces vernaculares y modestas está autorizada por traer su origen de una lengua viva o muerta del país o por el uso constante de nuestros mejores escritores, hay derecho de que entre ella en el caudal, ya de suyo rico, del español»66. Es decir, el uso exige la adaptación de un vocablo por necesario, y el lexicólogo la ampara por entenderlo justo. Tal es el papel de Alvarado en el estudio del léxico venezolano.

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Todavía reafirma este propósito en los Glosarios del bajo español, cuando precisa la conveniencia de fijar la extensión geográfica del uso de una voz en América, de lo que «no siempre están informados los lexicógrafos españoles»; y añade: «La distribución geográfica de las palabras dialécticas interesa bastante al porvenir de la lengua española, tanto que una perseverante atención de la Academia de la Lengua nunca estará en demasía». Estas palabras traslucen la preocupación por la varia riqueza del idioma dentro de su unidad, tanto en la Península como en el continente americano, completamente de acuerdo con el pensamiento de Bello expuesto en el «Prólogo» de su Gramática («Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres...», etc.), que cita precisamente Alvarado en su referido trabajo de 1903, Ideas sobre la evolución del español en Venezuela, que es la primera expresión de sus estudios lexicográficos.

Las diferencias de vocabulario no son para Alvarado un peligro frente a la unidad del idioma, sino, como hemos visto, factor de enriquecimiento, y por lo mismo constituye un noble tema de estudio. Dice Alvarado: «Un castellano viejo que con cierto detenimiento peregrinara en alguna república hispanoamericana, pronto convendría en la necesidad de estudiar el dialecto local para bien entenderse con los habitantes»; y luego enumera las razones de las diferencias: «... en la pronunciación, en el énfasis, en la acepción y construcción particular de las voces, hallaría algo irregular o chocante, o aun absurdo». Fijándonos en la expresión de Alvarado, observamos que lo fundamental es su preocupación por la pureza del lenguaje, con lo que subraya el carácter de servicio a la Academia que es la finalidad eminente que persigue. Del mismo modo deben interpretarse las afirmaciones que a continuación transcribo: «No tenemos gran responsabilidad los americanos en las llamadas corrupciones del español, es decir, en aquellas voces de igual significación que las castellanas, pero más o menos estropeadas en su forma usual; y tampoco han manchado la pureza del idioma las voces de origen americano, que cuando más podrían tacharse de barbarismos».

Todas estas ideas son las que mueven y animan a Lisandro Alvarado a emprender y realizar en Venezuela la obra del vocabulario nacional que había sido ya ensayada en la mayor parte de las Repúblicas hispanohablantes. En Venezuela existían algunas publicaciones estimables que Alvarado respeta y utiliza ampliamente, pero no se había intentado en forma de Diccionario el estudio exhaustivo del léxico peculiar. Calcaño, Medrano, Picón Febres, Carmona, Rivodó, Seijas, Villalobos, Michelena, Ernst, Rojas, y pocos más habían dado ya a las prensas escritos dignos de consideración, pero unos por ser predominantemente didácticos, otros por referirse solamente a una parte del país o por ser muy fragmentarios, algunos por ser excesivamente polémicos, y otros por carecer de las glosas necesarias, no satisfacían el propósito totalizador y objetivo a que aspiraba Lisandro Alvarado. Y con esta mira, recorre el país, consulta antecedentes y anota la literatura nacional, para legar a Venezuela la obra más acabada que en este campo se posee.



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La tradición venezolana

Los publicaciones sobre el idioma castellano a lo largo del siglo XIX forman una verdadera tradición nacional en Venezuela. Encontramos ya las primeras noticias en la generación de humanistas coetánea de la Independencia, quienes se dedican con auténtica devoción al estudio y a la enseñanza de las leyes gramaticales del lenguaje. Está fuera de duda, aunque lamentablemente se haya perdido el texto, que Andrés Bello escribió en sus mocedades un estudio sobre el carácter gramatical y las funciones del que en castellano, y sobre las funciones de las consecutivas que, porque, pues como si con estos trabajos anticipara sus escritos futuros sobre el idioma67. Seguro, asimismo, que su Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana haya sido obra de los días caraqueños de Bello, antes de 1810. A su lado, la figura de José Luis Ramos se nos presenta como autor en 1829 del primer Silabario de la lengua española, al mismo tiempo que compone sendos manuales de gramática para la enseñanza del latín y del griego. Ramos preside con su altísima figura la generación humanista en la Independencia, y explica, además, la formación de la conciencia de cultura superior republicana: Toro, Baralt, González, Espinal, etc68.

Predominan al principio como es lógico, las obras de carácter didáctico iniciadas en 1841 con el Compendio de Gramática Castellana, según Salvá y otros autores, y arreglado al método de la Gramática de la Academia, de Juan Vicente González, con dos ediciones el mismo año. Son numerosos los maestros y preceptistas que se preocupan por la enseñanza del idioma y elaboran textos escolares, como tributo al mejor conocimiento del lenguaje69. Con la aparición en 1847 de la Gramática   —395→   de Andrés Bello que se reeditó muy pronto en Caracas, en 1850 y 1859, se avivan tales estudios y son frecuentes las ediciones en el país de libros relativos a la gramática de la lengua, adhiéranse o no a las ideas de Bello.

La intención didáctica, que perdura hasta nuestros días, va modificándose con la interferencia de otro pensamiento. Ya no es solamente la enseñanza de las reglas del buen decir, según las normas dadas por la Academia, por Bello, o por Salvá, que son los autores de mayor influencia, sino que se procura enmendar errores y desfiguraciones producidos por el uso, en lo que influye seguramente el ejemplo del humanismo colombiano, encabezado por Rufino José Cuervo. De ahí que vayan apareciendo obras cada vez más directamente atentas a la realidad del lenguaje en el país. Tal es la intención de los libros y escritos de José Domingo Medrano, Julio Calcaño, Gonzalo Picón Febres, Miguel Carmona, Baldomero Rivodó, Juan Seijas, Tulio Febres Cordero, Pedro Fortoult Hurtado, Abelardo Gorrochotegui, Emilio Constantino Guerrero, Ricardo Ovidio Limardo, Santiago Michelena, Pedro Montesinos, Jesús Muñoz Tébar, Antonio Ignacio Picón, Francisco Pimentel, Rafael Rodríguez López, Bartolomé Tavera Acosta, Manuel M. Vinalobos, Juan Manuel Álamo, José M. Benites, Nicanor Bolet Peraza, Eduardo y José Antonio Calcaño.

Esta nueva orientación obliga a observar los hechos reales y objetivos del idioma, pues ya no se trata del aprendizaje de unas leyes sistematizadas, sino del análisis del lenguaje propio y del intento de dictamen acerca de la legitimidad de ciertas formas del idioma, para lo cual hay que estudiar delicadamente los fenómenos de expresión vivos en la sociedad70. Con ello nace una nueva emoción nacional ante el idioma.

Bello había dicho en el «Prólogo» de su Gramática que:

«no se crea que recomendando la conservación del castellano sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los Americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas y que subsisten tradicionalmente en Hispano-América, ¿por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué razón hemos de preferir la que, caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce,   —396→   y de que se ha servido, y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay para que nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada».



En Venezuela prenderá este espíritu en forma vibrante y dará nuevo cauce a los estudios del lenguaje.

La instalación de las Academias correspondientes habrá de favorecer esta tendencia de modo muy decisivo y así vemos que no sólo en Venezuela, sino en todas las Repúblicas hispánicas van elaborándose trabajos individuales y corporativos que aspiran a colaborar en la magna empresa del vocabulario general castellano, con inclusión de los localismos. Se produce entonces, naturalmente, un ensanchamiento del campo de investigación. Por ejemplo, el estudio de los indigenismos no será ya tema exclusivo de etnólogos e historiadores, sino de los lexicólogos y así vemos paulatinamente como aparecen publicaciones referidas al idioma español, que comprenden vocabularios de origen prehispánico. Hasta cierto punto es curioso que sea la propia Academia que en sus primeras publicaciones inserte vocabularios indígenas71 como elementos de conocimiento del idioma en el país. En Venezuela ya había que contar con los antecedentes de Fermín Toro y de Arístides Rojas, iniciadores de dichas investigaciones.

No hay que olvidar que, con el creciente auge del positivismo, domina el propósito de recoger lo más fielmente posible los hechos vivos y propios de cada sociedad. El magisterio de Adolfo Ernst, en este sentido, es decisivo y entre sus discípulos hay que colocar en lugar eminente a Lisandro Alvarado, quien se complace y enorgullece en proclamarlo «mi recordado maestro». Con la acción personal de Ernst sobre el ánimo de Alvarado y con la tradición nacional en los estudios del lenguaje se explica el espíritu que informa la decisión de emprender su obra lexicológica, en un ingente esfuerzo que requerirá muchos años de su vida.

Es singular en Venezuela el caso de Adolfo Ernst (1932-1899), y perdóneseme la digresión. Formó un grupo de discípulos, hombres de ciencia, que constituyeron una brillante generación a fines del siglo XIX y dieron obras meritorias a la cultura venezolana. Lo habitual en la historia de la ciencia y las letras nacionales es que no se forme escuela ni se dejen continuadores de la obra emprendida. Cada investigador científico y cada hombre de letras trabaja solo y aislado: toda empresa descansa en unos hombros únicos. La figura, tan común en otros medios, de un maestro con sus colaboradores y discípulos, que son seguidores de una idea y de un método en el que se han especializado, con lo que es posible que se establezca concatenación y continuidad en la ciencia, es insólita en Venezuela. Vargas, Arístides Rojas, Gaspar Marcano, el propio Lisandro Alvarado, y tantos más, son hombres que desaparecen sin   —397→   dejar quienes prosigan la obra emprendida. La carencia de solidaridad en las ocupaciones científicas perjudica muy notoriamente la tarea, pues en cada caso se interrumpe la obra iniciada y obliga a recomenzar la preparación de cada individuo. Quizá sea característica general hispánica en el continente americano, pero sin duda, ello explica el aire de reiterado autodidactismo en las obras de investigación.




La obra de Lisandro Alvarado

Por primera vez en Venezuela, un científico con ánimo de lexicólogo había recorrido todo el país y había acumulado de un modo sistemático las notas personales sobre los venezolanismos o las peculiaridades dialectales del castellano de uso general. Además había buscado para corroborar sus observaciones directas, las obras literarias nacionales, que no eran ni son de fácil alcance72, y había utilizado, como veremos en su lugar, un buen número de obras de consulta, vocabularios nacionales, americanos y del castellano general. Innumerables papeletas de su bien dibujada y fina letra habían sido ordenadas, con paciencia y rigor de filólogo. Es de imaginarse el placer experimentado por un investigador de pensamiento positivista al contemplar la corporeización de una obra objetiva como la que había llevado a término Lisandro Alvarado. Estamos lejos del comentario severo y admonitivo en busca de errores y ofensas a la gravedad del lenguaje académico. La fuerza del hecho vivo prevalecía por encima de toda otra consideración, y ya hemos visto con qué rotundidad invoca el derecho a ser tenidas por legítimas las voces que el uso del vulgo o de los literatos ha consagrado.

La clasificación de las cédulas nos da la clave para seguir el pensamiento de Alvarado:

a) Palabras de raigambre común hispánica, que han adquirido en Venezuela nuevos valores expresivos («voces de igual forma o sonido que las castellanas, pero de diferente significación»). Las ordena bajo el título de Acepciones especiales.

b) Voces de carácter nacional, cuyo uso u origen está en la sociedad criolla y que son palabras que «aun siendo derivadas de voces castellanas, no tienen cabida en el Diccionario de la Academia Española, o en otros enciclopédicos, o que si por accidente la tienen es con pasaporte amarillo». Esta parte, en la que incluye también «las voces obsoletas en España, pero no aquí (en Venezuela)», la denomina Neologismos y arcaísmos.

c) Los términos de origen indígena, con los que formó un Glosario aparte, pero integrado en la obra totalizadora73.

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La empresa era de mucha ambición y la llevó a cabo con admirable ahínco y tenacidad. Adopta como sistema la concisión en las explicaciones para «ahorrar tiempo y espacio», pues los vocabularios, por lo general, sirven sólo para resolver la consulta de un momento «para librarse de una duda o para alegar la razón que se tiene de usar tal o cual voz, este o aquel giro»74.

Además, procura en cuanto ello le es posible precisar el área de uso de un término, aun dentro de Venezuela, para lo que divide el país en zonas de interés filológico (Oriente, Occidente, Cordillera y Llanos -Alto Llano y Bajo Llano-), apoyado en «razones fundadas en la historia de la colonización española». Teme con su habitual modestia que pueda ser «tildado de extrema nimiedad», cuando en realidad se anticipa a un principio científico que la filología moderna ha proclamado como indispensable. El conocimiento del país le permitió a Lisandro Alvarado esta división en zonas, que si bien adolece de cierta imprecisión, es válida en sus líneas generales, y aun debemos estimarla notoriamente aceptable, si consideramos que es la primera vez que se intenta la distribución de los fenómenos del lenguaje en distintas porciones geográficas de Venezuela.

Alvarado propone las siguientes zonas:

I. Oriente, antiguas provincias de Maturín, Cumaná, Barcelona y Margarita. En el Glosario de voces indígenas, les da otra denominación: Anzoátegui, Sucre, Monagas y Margarita.

II. Occidente, Maracaibo, Coro, Barquisimeto, Yaracuy. En el Glosario de voces indígenas: Zulia, Falcón, Lara y Yaracuy.

III. Cordillera, Trujillo, Mérida, Táchira.

IV. Llanos, subdivididos en: 1) Alto Llano, Maturín, Barcelona y Guárico; y 2) Bajo Llano, Cojedes, Portuguesa, Barinas y Apure.

Las fuentes bibliográficas utilizadas por Lisandro Alvarado son numerosas y puede afirmarse que estaba al día en cuanto a elementos de información. Dejando aparte las obras literarias venezolanas, hemos ordenado las referencias dadas por Alvarado en tres grupos, que atestiguan la riqueza de la documentación que manejó para su obra:

1) Diccionarios y estudios de vocabularios, a) Venezolanos: Julio Calcaño, Miguel Carmona, José Domingo Medrano, Santiago Michelena, Gonzalo Picón Febres, Baldomero Rivodó, José Seijas, Manuel M. Villalobos;   —399→   b) No-Venezolanos: Armas, Arona (Paz-Soldán), Bachiller y Morales, Barberena, Barreto, Batres Jáuregui, Ciro Bayo, Vizconde de Beaurepaire Rohan, Pedro Fermín Cevallos, Cuervo, Echeverría y Reyes, Fernández Ferraz, Gagini, Garzón, Daniel Granada, Lafone Quevedo, Lentzner, Lenz, Malaret, Membreño, Ortúzar, Ricardo Palma, Pereira Coruya, Pichardo, Zorobabel Rodríguez, Román, Salazar García, Salvá, Sánchez Samoano, Segovia, Zayas y Alfonso.

2) Testimonios hispánicos75. Acosta, Aguado, Carvajal, Las Casas, Castellanos, Caulín, José Luis de Cisneros, López de Gómara, Gumilla, Herrera, Oviedo y Valdés, Oviedo y Baños, Rivero.

3) Obras varias. Benites, Codazzi, José Antonio Díaz, Renato de Grosourdy, Pittier.

Lamenta Alvarado la falta de estudios lingüísticos indigenistas durante la Colonia, pues a su juicio «los vocabularios y gramáticas de los misioneros fueron compuestos más bien para enseñar el catecismo cristiano que para fines filológicos», afirmación discutible que nos limitamos a transcribir. En la bibliografía nacional indigenista, Alvarado elogia y utiliza los trabajos de Arístides Rojas y Adolfo Ernst.

***

Algunas de las observaciones generales de Lisandro Alvarado son realmente sagaces y demuestran haber poseído excelente criterio sobre las características fundamentales del castellano en Venezuela.

Para Alvarado muchas voces particulares de Venezuela tienen igual uso y significación en Cuba, hecho que atribuye a «las íntimas relaciones que en lo antiguo hubo entre esta isla y Tierra Firme». Y señala, además, que «varias voces indígenas de las Antillas fueron propagadas así en otras Colonias españolas». Acepta, por otra parte, la observación ya formulada por otros lexicógrafos de que un buen número de vocablos de uso especial en Venezuela han sido tomados del len guaje náutico, para ser empleados en sentido natural o figurado. Opina que la introducción de tales voces ha de haber sido desde los primeros años de la conquista.

Al hablar de los neologismos, observa Lisandro Alvarado dos importantes rasgos que son fruto de sus meditaciones acerca del lenguaje criollo. Uno se refiere al uso de formas caprichosas o anómalas: «para los vocablos y su evolución la fortuna es ciega, y de un modo inconcebible consagra en todas las lenguas expresiones que carecen de lógica y precisión». Otro rasgo, peculiar del lenguaje usado en Venezuela, es el de la frecuencia fugaz de términos que gozan de cierta popularidad en un determinado momento, se divulgan con pasmosa celeridad y desaparecen luego también rápidamente. Para Lisandro Alvarado son voces «a las claras circunstanciales naciendo anónimas y muriendo presto en la oscuridad». Y añade: «A otros (vocablos) dan importancia ciertos acontecimientos sociales o políticos». Anota, asimismo, la existencia de   —400→   voces onomatopéyicas, para las cuales «no siempre es satisfactoria la explicación etimológica fundada en una simple onomatopeya».

En su primer trabajo Ideas sobre la evolución del español en Venezuela comenta Alvarado el pernicioso afrancesamiento sufrido por la lengua castellana en Venezuela. Es posible que en algún momento haya pensado incluir los barbarismos en su estudio, pero explícitamente desiste del análisis de galicismos y anglicismos por haber «tan buenos libros como los de Baralt, Calcaño, Rivodó y Villalobos».

***

La obra de Lisandro Alvarado, metódica, exhaustiva y bien documentada, se nos aparece en contradicción con la imagen de bohemio y trotamundos con que nos ha llegado su personalidad. Si bien tuvo que ser viajero incansable por su propia tierra para recoger de primera mano tanta información, no puede descartarse que ha de haber trabajado en forma sedentaria, en la elaboración paciente de su obra. De otro modo, sus escritos carecerían de la solidez, la documentación y la claridad de la obra de erudición, hecha reposada y mesuradamente. Las copiosas anotaciones que figuran en sus libros nos dan la visión de un trabajador silencioso en la paz de su mesa de estudio. La literatura nacional desfila en la riqueza de publicaciones utilizadas por Lisandro Alvarado: novelas, cuentos, artículos, poesías, glosas, notas de periódicos, todo está anotado cuidadosamente, siendo sólo de lamentar que no haya dado en cada caso la referencia rigurosa y completa de la fuente consultada.

Don Santiago Key-Ayala, íntimo conocedor de la personalidad de Alvarado: nos da en una hermosa página la comprensión de esta particular y eficacísima paradoja de nuestro lexicólogo:

«Extraño bohemio, este, que dentro de la aparente irregularidad externa proseguía una labor de ciencia, metódica, rigurosa. ¿Cuándo y dónde, y cómo trabajó su obra Lisandro Alvarado? En todas partes y todo momento. Su bagaje científico no le estorba, porque lo lleva en el cerebro. Su gabinete de trabajo es portátil y deambula con él. Tiene una ventana y una puerta que dan a un paisaje de Bohemia. Alvarado se asoma de tiempo en tiempo a la ventana, mientras trabaja, y otras veces abre la puerta, la traspone, y sigue trabajando. En una botillería, entre amigos de buen humor, sonriente, cordial, tiene en la mano la copa. De pronto depone la copa sobre una mesa, se aparta un momento de sus amigos, echa mano de una libreta de apuntes y escribe notas. Ha cazado un dato. Ha consignado un pensamiento. De pronto desaparecerá del grupo y la primera noticia que sus amigos tendrán de él es que de allí mismo ha emprendido viaje. Así, trabajando en todas partes y en todo momento, conversando con los humildes, confrontando testimonios de las más varias fuentes, aprendiendo de la naturaleza y de la vida, pudo dejarnos su Historia de la guerra federal, los Glosarios del bajo español en Venezuela, el Glosario de voces indígenas, la traducción del poema de Tito Lucrecio Caro, y numerosos trabajos sueltos»76.



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Hermosa conjunción de un talento y de un temperamento. Sin el estudio, no habría dispuesto de una base científica tan notoria; sin su temple de carácter no habría alcanzado a incorporar las formas vivas del lenguaje aprendidas in situ, que habían escapado a la mayor parte de los estudiosos nacionales del idioma. De ahí que su obra tenga todos los requisitos para estimarla trascendente en los anales de la lexicología venezolana.




Valor actual

Los Glosarios y las notas de Lisandro Alvarado requieren sin duda rectificaciones: términos que deben clasificarse en sección distinta de donde están colocados; identificaciones que hay que enmendar; neologismos que son generales del español; vocablos que no son de ascendencia indígena. Tales rectificaciones son fruto de la superación impuesta por la ciencia posterior. ¡Qué duda cabe! Lisandro Alvarado sería el primero en reconocerlo y aun de llevarlo a efecto, si tuviese a mano los datos actuales de la lexicografía del castellano en América. No en vano ha trascurrido un cuarto de siglo desde la muerte de Alvarado, y por lo mismo hay que juzgar su obra en su tiempo. Además, poseía la humildad del científico y en más de una oportunidad al tropezar con una dificultad insalvable formulaba sus votos para que encontrasen la solución «nuevas y más eruditas tentativas»77.

En esa modestia y en el sentido nacional que sabe darle a su obra están también otros títulos para que perdure la labor lexicográfica de Alvarado. Termina su «Introducción» en los Glosarios del bajo español con las siguientes palabras:

«Los académicos, los filólogos, los literatos, no sacarán por de contado gran provecho de este estudio, que ha sido arreglado tan sólo para aquellos que no tienen espacio u holgura que les permita observar con esmero las causas y elementos que han modificado el castellano en Venezuela. Es el caso en que están muchos de nuestros agricultores y criadores, cuyas atenciones y energías se absorben en la vida campestre, los extranjeros y viajeros que exploran y estudian nuestra patria y sobre todo nuestro lenguaje con limitados recursos bibliográficos».



Los estudios de vocabulario de Lisandro Alvarado no han tenido la fortuna de que han gozado los libros de Calcaño o Rivodó, por ejemplo. Escrito el del primero bajo la influencia de las Apuntaciones de Cuervo, fue en seguida cita obligada para quienes querían referirse al lenguaje en Venezuela, aunque sea superior la obra de Alvarado; los trabajos de Rivodó, tan diversos y desiguales aunque estimables,   —402→   han sido consultados y tenidos en cuenta con mucha más frecuencia que los de Alvarado, probablemente por el hecho de haberse editado en París, que fue hasta hace poco el centro de divulgación más poderoso y decisivo en el mundo de la cultura occidental. Los libros de Lisandro Alvarado, más ricos, más exactos, más objetivos, no han tenido tanta ventura.

Es necesaria y justísima la reedición de la obra lexicográfica de Alvarado, para darla a conocer mejor. Si en algunos puntos hay que enmendarla, en su mayor parte es digna de segura consulta; y, además, el ánimo con que se hizo, su plan, y su realización y contenido, están particularmente en pleno vigor y validez para que todo ello sea ejemplo y guía de los investigadores del léxico peculiar del castellano en Venezuela.

1954.






ArribaAbajoFórmulas de tratamiento en Venezuela en la época de la independencia


I

En el magnífico estudio de Amado Alonso intitulado «Las abreviaciones de Señor, Señora en fórmulas de tratamiento», incluido en el volumen «Problemas de Dialectología Hispanoamericana»78, es abordado el problema de las formas de uso popular de Señor, Señora, reducidas a ño, ña, de empleo general en casi todas las Repúblicas hispanoamericanas y en otros lugares de habla castellana.

Amado Alonso roza, asimismo, en el referido trabajo, el caso de otras fórmulas de tratamiento existentes en las tierras americanas de habla castellana, aunque especialmente concentra su investigación a las formas esquematizadas Ño, Ña.

Naturalmente analiza también el hecho lingüístico vivo en Venezuela, apoyándose únicamente, según las citas bibliográficas del texto, en las siguientes obras: El castellano en Venezuela, (Caracas, 1897), de Julio Calcaño; y Entretenimientos gramaticales (París, 1890-1893, 7 vols.), de Baldomero Rivodó.

Es realmente magistral e inobjetable el estudio de Amado Alonso acerca de las transformaciones fonéticas de las palabras plenas hasta las formas reducidas usadas para el tratamiento, reducción que obedece a principio general del castellano, idioma en el que «se observa una excepcional debilitación articulatoria en los proclíticos de las fórmulas de tratamiento»79.

Además del aspecto lingüístico del problema, Amado Alonso, al final de su artículo, hace expresa referencia, aunque de refilón por   —403→   cuanto que no es su principal objetivo, al valor social e histórico que el estudio de las fórmulas de tratamiento tiene sin duda alguna para las investigaciones de historia americana. He aquí sus palabras: «El esbozo histórico de estas fórmulas de tratamiento nos revela un capítulo de la historia íntima de nuestros pueblos en el momento en que las sociedades constituidas en naciones hacían esfuerzos por darse una forma más adecuada a las nuevas condiciones de vida; se tendía a una reacomodación de los elementos, que produjera el buscado equilibrio. Pero el equilibrio tiene que ser siempre rectificable cuando son varios los centros de gravedad: la historia de nuestras fórmulas de tratamiento es el reflejo de una lucha permanente en la cual se oponen los esfuerzos de la masa por igualarse a los distinguidos y los de los distinguidos por diferenciarse de la masa. Igualación y diferenciación»80.




II

Por referirse precisamente a esta época de acomodación social en Venezuela, al tiempo de la lucha por la independencia, cuando según la expresión de Amado Alonso las recién constituidas naciones se adaptaban a las nuevas formas de vida, me parece que tienen singular valor significativo los testimonios de dos escritores de destacada intervención en la política venezolana de dicho período. Son documentos de cierta importancia, a mi juicio, por cuanto que atestiguan exactamente la trascendencia social de las fórmulas de tratamiento habituales en la sociedad venezolana.

El primer escrito que traigo a colación es el de José Domingo Díaz, figura curiosa de paladín realista, nacido en Venezuela, defensor a ultranza de los derechos de España en contra de las pretensiones de los republicanos. Personaje muy destacado en los últimos tiempos de la Colonia fue el más activo contendor con la pluma en la mano de las ansias independentistas de los patriotas venezolanos. En Caracas primero, y más tarde en Curazao y Puerto Rico, no cejó en ningún momento su campaña periodística, violenta, tenaz y apasionada, contra los partidarios de la separación de la metrópoli, a quienes ataca con particular saña. José Domingo Díaz regresó a España -no rendido todavía su temple- donde publicó en Madrid, en 1829, la famosa obra «Recuerdos sobre la rebelión de Caracas»81.

En nota puesta a la página 276 de la mencionada obra, escribe atinada reflexión de interés lingüístico, que es la que transcribo seguidamente, no sin subrayar el contraste que a simple vista se presenta entre el tono respetuoso y hasta deferente que da a Bolívar, y el de incontenida violencia que emplea habitualmente para denostar al Libertador, contra quien dirige de manera muy especial sus ataques políticos.

Véase:

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«Si llega a parecer extraño a los republicanos de Venezuela que al hablar al que fue su gefe se le trate con la cortesía española del Don, también nos parece necesario manifestarles que lo hacemos por no incurrir en la pueril sustitución del Señor, que han hecho a aquella palabra. Si la han proscrito de sus tratamientos como signo de una gerarquía monárquica, han cometido una necedad, y nosotros no queremos ser necios; porque lo mismo es decir Don Simón Bolívar, que Señor Simón Bolívar. Dominus en latín, Don su abreviado, Señor en castellano, Monsieur en francés, Master en inglés, etc., significan una misma cosa, y sacamos en claro que la mayor parte de las naciones usan del Señor en sus cortesías. El Don, como hemos dicho, es un abreviado del Dominus, así como Doña de Domina, y así también como en la gente vulgar de Venezuela Ño es abreviado de Señor, y Ña de Señora. En consecuencia, pues, nos ha parecido más decente decir Don Simón Bolívar, que Señor Simón»82.






III

El segundo testimonio a que antes me he referido es el de Rafael Diego Mérida, personaje inquieto y luchador, quien sostuvo empeñosamente varias polémicas en los últimos años de la unión colombiana, es decir, antes de 1830. El fragmento que más adelante transcribo es también una nota inserta en la página 26 del folleto intitulado: «República de Colombia. Rafael Diego Mérida, a los Colombianos de Venezuela, contestando el artículo del Marqués imaginario de Santa Lucía Tomás J. Hernández Sanabria, que forma el suplemento al Colombiano número 113, de 6 de junio de 1825»83.

Dice así tal curiosa observación lingüística:

«Ño es voz provincial deducida de Señor; la introdujeron y usaban de ella en Caracas los que se llamaban mantuanos, que eran las primeras familias, de quienes se generalizó. El objeto fue no dar el dictado de Señor a ningún blanco del estado llano considerado como plebe, pues era exclusivo de ellos, con el agregado del Don. Así era que los pulperos por blancos que fuesen, el pueblo los llamaba Ño, y a todos los demás aunque no pulperos no siendo blancos. A los originarios de África, o que traían su origen de ellos, se les trataba de tú y de vos, y a los viejos ya respetables por sus oficios y virtudes de tú, con la circunstancia que todos, si encontraban en la calle un mantuano, se quitaban el sombrero, se cuadraban y hacían un acatamiento con la cabeza. En sus casas cuando iban a ellas, se mantenían en pie destocados, y no podían ni escupir; el tratamiento que daban era el de sumerced. En el mismo caso se encontraban los isleños pulperos; pero a éstos y a los demás blancos del estado llano, siempre se les dispensaba   —405→   en los instrumentos públicos el Don para distinguirlos de la ínfima plebe84. Hasta en nuestros días se ha visto esta odiosa humillación. Loor eterno a nuestra transformación política que ha destruido estas quiméricas distinciones».



Hasta aquí los documentos referidos a la época de la independencia venezolana. Coincidentes ambos en cuanto al uso e intención de Ño y Ña, y a la respectiva estimación social que implicaba en el tratamiento. Es importante, asimismo, destacar la compartida opinión de que Ño y Ña derivan del vocablo Señor, -a. La divergencia en el valor y uso del Don es realmente mínima, a causa de que es observada de distintos ángulos contemplativos, pero en el fondo ambos testimonios ratifican el carácter distintivo de tal tratamiento.




IV

Debería terminar en este punto la presente nota, puesto que aquí finalizan las referencias a las fórmulas de tratamiento en la época de la independencia que quiero citar, pero me permito añadir unos ligerísimos apuntes sobre el uso posterior de las mismas, con el propósito de completar estas observaciones.

Ño y Ña son términos vivos todavía, aunque de uso más restringido, en el lenguaje de Venezuela, empleándose con cierto carácter despectivo, tal como los define Lisandro Alvarado en «Glosarios del bajo español en Venezuela», quien dice a tal objeto:

Ña, Ño. - Abreviación de señora, señor. Es tratamiento reservado a personas ancianas de la clase plebeya. Además de usarse dichas voces con el nombre propio, en tercera persona o en vocativo, son también interjectivas, para responder a un llamamiento el criado o persona inferior, bien sea hombre o mujer aquél que llama; y en tal caso ño corresponde a ambos géneros. Seor en español, y sieur en francés tuvieron antes un uso análogo85.



Podría recordarse en este momento la vivencia del Ño en el famoso personaje Ño Pernalete, de la novela de Rómulo Gallegos «Doña Bárbara», que ha dado denominación a una serie de estudios de carácter sociológico en Venezuela.

Por último, aporto una cita sacada de un artículo costumbrista, firmado por el pseudónimo Hércules, publicado en El Cojo Ilustrado, revista de altos quilates que se publicó en Caracas desde 1892 a 1915. En el escrito intitulado «Necedades», se dice:

«Quitad a este individuo el oropel por razón del cual lo llaman Don, y ya veréis que viene a ser nada más que... ño Fulano!»86.





  —406→  
V

Es corriente también en Venezuela, como fórmula de tratamiento, el término Misia, que existe en el idioma popular de uso general en América entera, y aún en ciertas regiones de España. Lisandro Alvarado la explica en la siguiente forma:

«MISIA. - Mi señora; tratamiento familiar que se da a las señoras, muy usado en Venezuela, lo mismo en tercera persona que en vocativo»87.



Paralelamente a esta fórmula Misia, legítimamente castellana, se ha extendido el uso en Venezuela, por todo el país, del término Musiú, que Alvarado define y explica de la siguiente manera:

«MUSIÚ. - Vocablo popular con que se designa a todo extranjero que habla o pronuncia incorrectamente el español... Hay además el femenino musiúa, y los diminutivos musiuito, musiuita, son derivados de uso corriente. En los Estados Guárico y Anzoátegui, apartándose aún más de la forma primitiva, dicen: un musio, una musia, etc. La voz proviene, por supuesto, del anticuado monsiur, que a su turno es transcripción del francés monsieur. Los clásicos del siglo XVI... usaron la forma monsiur:... mosiur:... mussiur. De aquí a nuestra forma vulgar no hay casi diferencia.

«Hacerse el musiú: hacerse el sueco»88.



Musiú es forma de uso posterior a los tratamientos que hemos anotado como coetáneos al movimiento de la independencia de Venezuela. No creo totalmente exacta la definición de Lisandro Alvarado, porque es un hecho cierto que en muchas ocasiones no espera el hombre del pueblo a oír el castellano que use la persona a quien llama desde luego musiú. Le basta ver que no es hispanoamericano, aunque es cierto que más rotundamente se aplica a quien habla con marcado acento extranjero el castellano.

Caracas, noviembre de 1942.






ArribaAbajoLa nomenclatura de bailes y canciones de Hispanoamérica

Es realmente frondosa la colección de denominaciones de bailes y cantos en cualquier país, de Hispanoamérica. Venezuela ofrece verdadera   —407→   profusión de nombres, que están interferidos en tal forma que es difícil moverse con cierta soltura entre la enmarañada trama de significados y acepciones. No hay solamente diferencias regionales -Oriente, Centro, Llanos, Andes, zona del Zulia-, pues si así fuera, la ordenación de las denominaciones no sería tan compleja, porque habría un criterio clasificador, de distribución geográfica, que contribuiría mucho a simplificar la barahúnda de términos que en la actualidad y en tiempos pretéritos ha ido acumulando el lenguaje. No. Es más complicada la razón de la confusión, además del número considerable de nombres y su distribución regional. Las significaciones de los vocablos que expresan bailes y cantos están algunos extendidos por todo el país, unas veces con acepciones uniformes o con leve matiz diferencial, pero a menudo idénticos términos indican conceptos distintos; otros, son vocablos de específica y reducida significación en determinada parte, en zona precisa; en otros casos una misma voz expresa conceptos musicales de muy variada amplitud y comprensión; y, por último, un mismo baile es denominado de diversa manera en distintos sitios de la República, a veces en lugares muy próximos.

La ordenación del léxico tropieza con la grave dificultad de que no existe la sistematización técnica de la música popular sobre la que cabalga el nombre, la denominación. Tal clasificación de la música (ritmos y aires) es indudablemente previa a la ordenación del vocabulario, y, en consecuencia a falta de ella, las denominaciones no pueden estudiarse de manera segura. Si la música fuese término de referencia fijo, podría entonces sobre base sólida intentarse la explicación de lo que hubiese acontecido al vocabulario.

Mi único interés está en el problema del léxico, en el que hay, si cabe mayor confusión que en el aspecto estrictamente musical. A mi ver, existen varias razones que nos explican la mezcolanza de términos, su abundancia y la poca precisión que tienen en la actualidad al designar bailes, danzas y canciones populares en Venezuela. Juzgo que las mismas causas, en general, son válidas para todo Hispanoamérica, salvo aquellas que referidas a condiciones étnicas no tienen posible aplicación a alguna de las Repúblicas hispanohablantes.

Intentaré esbozar las causas de confusión de dicha nomenclatura:

a) En primer lugar debe notarse el extraordinario volumen de nombres de bailes y danzas en la propia España, no solamente por la plenitud y variedad de designaciones provenientes de las distintas partes de la Península, tan rica en folklore diferenciado, sino porque en cualquier lugar mismo de España, tomado aisladamente aparece una diversidad de denominaciones de difícil interpretación. Si tomamos Andalucía como ejemplo, hallamos tal riqueza de términos, tanto en la actualidad como en el folklore histórico andaluz, que casi es imposible encontrar un camino firme de explicación de cada vocablo; y del mismo modo en el resto de la Península. Este hecho es general en todo el mundo hispánico. Creo que se debe a la desviación de significado de las palabras con que se designa un baile en un determinado momento: ya sea por aplicar al baile el nombre genérico, pero local, de la fiesta o el bullicio   —408→   y el alboroto89, ya porque una denominación gana rápida fortuna90; ya para evitar las prohibiciones que los bailes sufrieron, en particular a fines del siglo XVI y comienzos del XVII91; ya por el carácter inestable de la propia institución; ya por utilizar como nombres de bailes, términos que significaron en su primera intención otros conceptos, por ejemplo, un verso -generalmente el primero- de la parte cantada92; ya fuese por una alusión certera o por el nombre de una cantante o bailarina famosas93; ya simplemente por denominarse el baile con un término convencional94.

Lo cierto es que el cúmulo de designaciones que encontramos en la historia del léxico español para nombrar bailes y canciones, es, por lo menos, tan profuso y confuso en la Península como puede serlo en cualquier país hispanoamericano. Y, consecuentemente, adolece de la   —409→   misma imprecisión ante nuestros ojos95. No es probable que cada nombre haya representado un baile individualmente distinto de los demás, es decir que cada designación corresponda a un tipo de baile diferenciado, sino que varios nombres se utilizarían para indicar a uno de ellos, con lo que nos explicamos tal floresta de vocablos.

b) Otra razón que perturba la interpretación de las denominaciones ha sido la confusión de las formas literarias con las musicales, pues un gran número de bailes fueron totalmente o en parte cantados, y las denominaciones de una y otra cosa se alternaban, mezclaban y cruzaban, especialmente en el teatro y en la literatura de recitación popular96. Ello ha aumentado los nombres de danzas, y ha hecho también que ciertas producciones literarias se designaran con nombres de bailes97. Tal confusión la hallamos tanto en la Península como en Hispanoamérica.

c) Ha de haber sido motivo de confusión de denominaciones, y muy considerable, en Hispanoamérica, la adaptación al medio distinto, de los nombres de los bailes originados en la Península y trasladados al Continente americano, a causa de la diferente naturaleza de las sociedades coloniales que se formaron en América y por la escasa densidad de población. Puede ser exacto que un tipo único de baile se expanda y se diversifique en sus formas por el mundo colonial hispánico, y conserve en todas partes su unidad considerada desde el punto de vista musical. Pero ello no impide que las denominaciones se multipliquen por la fuerza de factores locales.

  —410→  

La falta de contacto de una colonia con otra, desde el siglo XVII determina la formación de zonas geográficas, relativamente aisladas, en donde se habrá facilitado grandemente el desarrollo de alteraciones en la nomenclatura, a pesar de que no se hubiese modificado esencialmente el tipo de la institución que se rebautizaba. Con todo, los nombres han quedado. Si a ello unimos el variadísimo carácter de tantos puntos y lugares por donde se extendió una población tan escasa como ha sido la española desde fines del siglo XV hasta la Independencia suramericana, a principios del siglo XIX, comprenderemos que haya habido tan considerable trastrueque de significaciones en los nombres tradicionales de canciones y bailes, y que, además, aparezca tan gran profusión de vocablos para denominar instituciones que posiblemente tengan un mayor fondo común. Es decir, las causas de plurinominación que hemos mencionado en relación con la Península, deben multiplicarse cuando las refiramos al Continente americano, y ello es tan cierto que, sin el concurso de los musicólogos, es prácticamente inútil acometer el esclarecimiento de la multitud de nombres con que se tropieza en toda la extensión del actual mundo hispanohablante.

d) El indio y el negro. Al considerable volumen de nombres que para los bailes y canciones tenía el mundo propiamente hispánico, hay que añadirle los no escasos signos con que las poblaciones indígenas denominarían sus propias danzas en todo el continente de Colón. Es otra respetable causa de aumento de denominaciones. Hayan sufrido mayor o menor transformación los bailes hispánicos; hayan quedado como substractum de pocos o muchos bailes en Hispanoamérica; hayan cambiado totalmente o no; eso no nos atañe. Pero sí es seguro que la nomenclatura se habrá engrosado con nuevos términos, sumados a los ya numerosos, borrando algunos, modificando otros, y, en algunos casos, matizándolos con la designación de otras formas musicales. Y a todo ello, añádase todavía la aportación de otra raza, además de la indígena: la negra, introducida a oleadas en determinadas zonas de Hispanoamérica. Nuevas instituciones y nuevos nombres, como en el caso de las poblaciones indígenas primitivas, habrán contribuido a proseguir el aumento de vocabulario para designar los bailes populares. Es visible esta triple ascendencia: hispánica, india y negra.

e) La estrecha relación entre los bailes populares y la aglomeración multitudinaria, generalmente alborotada y en desorden, da con mucha frecuencia un matiz de aplebeyamiento a las denominaciones de los bailes. Un buen número de designaciones de danzas, cantos y bailes en España tenían también esta connotación: son las denominadas danzas de cascabel «tan despreciadas de los maestros como favorecidas de la gente alegre y picaresca»98 -en oposición a las danzas de cuenta, que «se bailaban por lo general al son de la vihuela de mano o de arco, al del arpa o de otros instrumentos aristocráticos, sin canto de voz humana»-99.   —411→   Ahora bien; en la sociedad peninsular existían ciertas capas sociales que se opondrían a la aceptación de expresiones que implicarían conceptos doblados de sentido picaresco y de poco recato, con lo que se impediría su propagación y generalización. En América, especialmente durante la Colonia, las muy distintas condiciones sociales no podrían evitar el empleo general de voces avulgaradas con tales connotaciones100.

f) A todo ello hay que unir otra razón, aunque se admitiera la perduración de las primitivas denominaciones: la deformación de las voces originarias al pasar en su empleo de un pueblo a otro, no tan sólo en cuanto a la adaptación al castellano de fonemas de lenguas precolombinas o africanas, sino también por la intervención de factores imaginativos y aun caprichosos en la población formada por la mezcla de las tres razas, o de dos, donde no haya sino elemento español e indígena. Dicho de otro modo, en el uso del vocabulario, el castellano en Hispanoamérica está condicionado por la convergencia de nombres de triple fuente: hispánica, india y negra; y, además, en la denominación resultante habrán operado razones de fantasía popular o de deformación muy singulares. Tal es el caso de joropo, en Venezuela, pongamos por ejemplo.

En las denominaciones de bailes, actúa cierto prurito localista, el deseo de dar a las cosas propias y de uso familiar, un nombre que responda al carácter íntimo, personal y del lugar donde se use. En ello habrá intervenido la razón singularizadora de la naturaleza y de los primitivos pobladores. Con la Independencia de Hispanoamérica este mismo anhelo podremos llamarlo nacional, muy visible en la reivindicación de lo peculiar en cada República, pero con viejas raíces en los tiempos de la colonia. Esta diferenciación tiene, a mi parecer, bastante importancia en el afianzamiento de las designaciones de bailes.

g) Las denominaciones de bailes, como en general todo el léxico en Hispanoamérica, no quedaron separadas radicalmente de las de la Península, sino que tuvieron constantes renovaciones y contactos, gracias a la comunicación de las colonias con la metrópoli. Tal intercambio fue, si se quiere, intermitente, pero continuado, y en consecuencia fue causa de poderosa influencia mutua. El Nuevo Mundo pesó constantemente en la imaginación española y ello había de manifestarse en el léxico. Lo vemos concretamente en la denominación de los bailes. En las primeras definiciones y estudios de bailes en España, a partir del siglo XVI, es frecuente encontrar la atribución del origen de ciertas danzas a las Indias,   —412→   sobre todo si eran bailes condenables o más o menos deshonestos101. No creo que toda la culpa la tuvieran las Indias, pero así se excusaba la probabilidad de censura y castigo.

Cambridge, Mass., 1947.




ArribaAbajo«Galerón» en tierra firme

El vocablo galerón, de uso general en Tierra Firme para significar instituciones de valor folklórico, proviene del galeón colonial que dio nombre a fiestas y a reuniones populares en la parte septentrional de Sur América.

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En Venezuela el valor actual de la voz galerón es el de ‘aire musical con el canto de coplas contrapunteadas; y, a veces, solamente estas mismas coplas; o únicamente la música; habiéndose olvidado casi la acepción de baile que en otro tiempo tuvo de manera predominante’.

En Colombia, hoy, galerón equivale a «romance vulgar que se canta en una especie de recitado»102.

  —413→  

Tiene también otras acepciones en América la voz galerón103, pero nos interesan únicamente las que se refieren a canto, baile y recitado poético, significación que está reducida a una pequeña zona de la parte septentrional de Sur América: Venezuela y Colombia; y de ésta solamente a la parte de los Llanos de San Martín y Casanare, colindantes de los Llanos venezolanos, con los que forman unidad geográfica. Es decir, el término vive hoy en la antigua Tierra Firme104. Los vocabularios de manejo habitual ignoran cualquier otro uso de la voz galerón, pero, como hemos de ver más adelante, es palabra viva en España, con significado cercano al que se reconoce para Colombia y Venezuela.

***

La significación primaria de galerón en Tierra Firme debió ser la de ‘baile cantado’ como unidad objetiva. Y, como ocurre en casos semánticos análogos, la voz se ha usado también indistintamente para expresar uno de sus tres componentes: el baile, la música o aire, o el canto. El baile, tal como lo hallamos descrito en varios testimonios, es de tipo popular, danzado en parejas sin enlazarse105. El aire «se rasguea o charrasquea con el cuatro, y al son del cual se cantan coplas y se baila en los   —414→   populares joropos»106. La mayor parte de testimonios aseveran que el aire de galerón acompaña al canto de coplas, pero como si cobrara personalidad propia, y desprendido de las coplas tradicionales, sirven de acompañamiento al canto de décimas. Galerón, en el significado de canto, es generalmente la copla, ‘estrofa de cuatro versos, habitualmente asonantados los pares, al modo de las cuartetas españolas’107, aunque también se le equipara al romance español108.

  —415→  

La idea primaria de galerón fue la de baile cantado; después la de aire cantado y bailado. Así lo atestigua el uso del término en la literatura de Venezuela y Colombia, habiéndose destacado en su empleo alguno o algunos de los tres elementos de que está formado: baile, música y letra. Ello explica cierta confusión de los folkloristas en la interpretación de la voz galerón, y también de los literatos en el uso, y, en realidad, anula la diferencia, aparentemente importante, que le dan en Venezuela (galerón = aire cantado) y en Colombia (galerón = corrido = romance). Puede reducirse perfectamente a unidad109. Todo ello se aclara al comprobar la procedencia de galerón.

  —416→  

Origen semántico de nuestro «Galerón»

Es el galeón marinero110.

La denominación de Galeones fue específica para la flota española que se dirigía de Cádiz a Tierra Firme. La comunicación marítima entre España y las Indias -la carrera de las Indias- se organizó en grandes convoyes como medida defensiva para protegerse de la navegación pirata y de los ataques de los bucaneros. En efecto, desde principios del siglo XVI, salía anualmente de Cádiz la flota española hacia las islas de las Antillas y puertos del Caribe111, especialmente al Reino de la Nueva España, pero al aumentar el rendimiento de las minas de plata del Potosí se estimó conveniente diversificar en dos flotas la navegación entre Cádiz y las Indias (1574), flotas que podían salir juntas de Cádiz para separarse al llegar al Caribe, o partían a tiempos distintos a fin de aprovechar mejor los vientos. Una vez en el Caribe, una se dirigía a la costa del Norte, a San Juan de Ulloa (Veracruz) y se denominaba La Flota o Flota de la Nueva España; otra iba a la costa del Sur, a Cartagena de Indias y a Portobelo y era llamada Flota del Reino de Tierra Firme, o más comúnmente Flota de los Galeones, Galeones de Tierra Firme o Armada de los Galeones112. La segunda flota era de mayor   —417→   importancia y mayor jerarquía, y sus generales disfrutaban de mayor sueldo, porque la Armada de los Galeones recogía los tesoros que se acumulaban en Cartagena y Portobelo, procedentes de los Virreinatos de Santa Fe y, especialmente, del Perú113. Era extraordinario el comercio que con la Flota de los Galeones se desarrollaba en la costa de Tierra Firme, en donde fueron famosas las ferias de Portobelo y Cartagena. Hasta el primer tercio del siglo XVIII, o sea durante más de ciento cincuenta años, se mantuvo este sistema de navegación. Naturalmente, para España y para las Indias, el viaje de la flota era cuestión de vida o muerte114.

Testimonio toponímico de esta flota lo tenemos en el Pasaje de los Galeones entre las islas de Trinidad y Tobago, llamado así por ser el camino de entrada al Caribe de los Galeones.

  —418→  

En 1625 dispuso Felipe IV que anualmente se celebrara fiesta en todos sus reinos el 29 de noviembre por haber llegado a Cádiz en esta fecha, a pesar de la gran amenaza inglesa en las costas españolas, la Armada de los Galeones, que venía de Tierra Firme con el tesoro de las Indias115. Nos consta el alborozo provocado en España por el salvamento de los Galeones, por la existencia de varios impresos: a) Relación de los viajes de los galeones a España, año 1625, con un decreto del Rey para que se hiciesen fiestas públicas. Madrid, 1625; b) Decreto que el Rey don Felipe Cuarto, nuestro Señor, hizo para que en todo su Reyno se hiciese Fiesta todos los años en 29 de Noviembre, en hacimiento de gracias por la venida de los galeones. I jornada de su Majestad a Llerena, Lisboa y Aragón; 1625. Impreso en Sevilla, por Juan de Cabrera, año de 1625; y c) Relación de los buenos sucesos que han tenido los Galeones de la plata, y voto que el Rey Don Felipe IV hizo para que en todo su Reino se hiziese fiesta todos los años en 29 de Noviembre en hacimiento de gracias por la venida de los Galeones. Barcelona, por Sebastián y Jaime Matevat, 1625.

Pues bien; en Tierra Firme la institución de tal festividad tuvo, lógicamente, honda repercusión. Disponemos del testimonio correspondiente a la jurisdicción eclesiástica de Venezuela116, en el que se traslada la Real Cédula, dada en Cervera a 21 de mayo de 1626 (comunicación del Decreto de Felipe IV), en la que por «el prodigio de haber llegado a salvamento los Galeones y Flota, se manda... en todos los Conventos y Lugares principales se hiciese solemne fiesta al Santísimo Sacramento, preveniéndose a los Obispos que así lo instituyan en sus Diócesis: y que   —419→   en atención a que la alegría de tales fiestas la dirigían a malos fines los inadvertidos y ociosos, les prevenía a los mismos Obispos, con grande instancia y apretando a lo que tanto les tenía encargado Su Majestad, la reformación y castigo de los vicios y pecados públicos...» Ya se ve cuan pronto el carácter religioso de acción de gracias se encontraba dominado por el profano de celebración con cantos y bailes, etc117.

Esta fiesta se llamaba Fiestas de los Galeones.

De tales festejos salió el llamar galerón (galeón) a un baile cantado que sería característico de estas fiestas. Y la historia justifica a la vez la significación de galerones y el área geográfica de su uso.

***

La explicación histórica de la Fiesta de los Galeones es suficiente para aclarar el uso de galeón en Tierra Firme. Pero en España existe el uso del término galerons para indicar una de las partes del actual baile de gitanas del Penedés. Galerons es denominación de una danza, ball de galerons, y, además, es designación de dos de los danzarines del baile de gitanos. Este es de cintas trenzadas alrededor de un palo sostenido en el centro del círculo que forman los danzantes118. Se denomina hoy de gitanas, seguramente por ser gitanos quienes lo danzaban de muchos años a esta parte. Figuran en él dos bailarines llamados galerons, que no trenzan cinta, sino que permanecen fuera del círculo que los danzantes trazan al rodear el palo. Los dos galerons punteando el baile, van dando vueltas en dirección opuesta y al encontrarse giran en otra dirección hasta encontrarse de nuevo, y así hasta que termina una parte de la danza; bailan después enfrentándose primeramente los dos galerons, y luego encarados frente a otros danzarines de los que trenzan cinta. Se baila con castañuelas. Al comenzar el baile, los dos galerons encabezan los dos grupos en que se divide la compañía, de 9 a 11 comparsas. La danza tiene parte recitada con determinada entonación, sin ser cantada, en coplas de cuatro versos octosilábicos, recitadas a modo de diálogo, con réplicas, una aprendidas por ser tradicionales, otras, improvisadas. Inter vienen también en el diálogo los galerons. Dentro del baile de gitanas se denomina específicamente ball de galerons una parte de danza, que tiene su música especial; es el momento en que la pareja de galerons baila enfrentada o se coloca cada galerón frente a otro danzante. Reproduzco una de las cuartetas, en lenguaje bilingüe castellano y catalán (estropeados ambos idiomas), cuarteta que forma parte del referido diálogo:

  —420→  

«Estas sí que son gitanas
gitanas de cuandición
por sus culpas y erradas
bailarán els galerons»119.

Ignoro si ha podido tener relación este baile de gitanas con el galerón de Tierra Firme, o si la denominación habrá provenido de una fuente paralela.

Sospecho que no ha sido del todo extraña a ello la voz galera, que tanto peso tuvo en la vida popular española. Presumo que galera puede haber tenido significación de canto o baile, en el siglo XVII. Terminaré esta nota con algunas observaciones sobre dicho término, aunque no me atreva a proponer influencia concreta en el especial significado de galerón.

***

Galera es vocablo de varias acepciones. Limitaré mi glosa a las que se relacionan con mi tema.

a) ‘Carro para transportar personas, grande, con cuatro ruedas, al que se pone ordinariamente una cubierta o toldo de lienzo fuerte’.

b) Cárcel de mujeres120. En este especial significado hallo otra mención de la palabra galerón121.

c) ‘Embarcación de vela y remo, la más larga de quilla y que calaba menos agua entre las de vela latina’; y galeras, ‘pena de servir remando en las galeras reales, que se imponía a ciertos delincuentes’.

La voz galera significó ‘carreta’ en lenguaje de germanía122. Ciertas denominaciones de bailes tienen su origen en voces de germanía: Gambeta proviene de gamba, ‘pierna’ en lenguaje germanesco; jácara. Galera, ‘carreta’, puede haber tenido alguna contaminación del significado de carretería, baile muy popular en los siglos XVI y XVII en España, ya que indudablemente la idea de carreta trashumante, de volantines, estuvo asociada a las fiestas y bailes populares.

  —421→  

Sin embargo, en el terreno hipotético siempre, creo más probable que la denominación de galera ‘baile’, tuviera su origen en el hecho de que el tema de canción fuese la galera como lugar donde se cumple condena (galera, ‘barco de penados’; galera ‘cárcel’)123. En esta acepción, véase el siguiente texto de Quevedo, pues aunque por el sentido se refiere a una serie de sufrimientos (azote, trabajo, galera), parece haber tenido la voz galera cierta significación de canto y baile:

«Pironda.
¿Háse olvidado el bailar
entre duelos y quebrantos?
Santurde.
Quien bien baila tarde olvida.
Juan.
Bailaré mortificado.
Puede tanto el natural,
el son, la mudanza, el garbo,
que bailamos el azote,
la galera y el trabajo.
Coruja.
Mientras la prima rendida
se llega, señor hidalgo,
vaya un poco de galera.
Santurde.
Pues cante y mande, nuestramo124.

Las seguidillas con que termina el baile son, asimismo, muy significativas:



«Fragatica nueva,
    ¿Qué vas buscando?
-Remolinos de pajes
    y de lacayos.

    Galeón tusona,
   tén desde luego
la carrera de Indias
    por tu paseo»:

  —422→  

En otro baile anónimo del siglo XVII, Baile de los mares de Levante, aparece un simbolismo temático de gran interés para reforzar nuestra hipótesis. Las damas son galeras, destinadas a apresar el gracioso, que sería galeón. «Por eso al verse rodeado de tantas damas, canta:



¿Qué es esto, santos cielos?
¡Socorro que me anego
entre olas de enaguas
y mar de celos

Mares de Levante,
    doléos de mi;
de Alicante vengo,
    no del Potosí»125.

Más claramente aparece todavía el tema de galeras, para canto y baile, en el entremés cantado de Quiñones de Benavente La visita de la cárcel126, el cual termina en escena de torbellino bailando, con los siguientes versos, seguidillas típicas de danzas, con alteraciones acentuales para el ritmo del canto y danza:

«Juan Matías.
Plaza, plaza al comisario
de las jaulas de la mar,
que a encerrar lleva calandrias,
porque cantaron acá.
Josefa.
De galera es tu vida,
    mundo picaño
pues en ti no se excusa
    vivir remando.
Beatricica.
Tiempo es limitado
    el que se rema,
mas si tú te rematas,
    ¿de quién te quejas?
Bernardo.
Pulí, pulidí, pulidó Alcaldé,
¿por qué galeritas, si no hay por qué?
Beatricica.
Pulí, pulidí, pulidó presó,
que no hay galeritas sin delitó».

Y, por último, esta preciosa seguidilla popular:



Toda va de verde
    la mi galera;
toda va de verde
    de dentro afuera.
—423→

Aires de mi tierra,
    vení y llevadme;
que estoy en tierra ajena,
    no tengo a nadie.

Las referencias a «la carrera de Indias», «Potosí», «que estoy en tierra ajena», son evidente alusión a los viajes de la flotas hispánicas al Nuevo Mundo, a una de las cuales, la de los Galeones, debemos nuestro término.

En resumen, galera, galeón, seguro tema de canto y quizás de baile, son algo vivo en la literatura y en las costumbres de la península, por lo que no juzgo imposible que hubiese contribuido galera a que galeón alcanzase el significado que tiene en la actualidad.

Cambridge, Mass. Febrero de 1947.