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21

En la edición de 1884, a pesar de que se intenta por vez primera establecer la etimología del léxico castellano, no se atreve a ensayar para bululú, etimología alguna. Hugo Schuchardt en su estudio Die cantes flamencos en Zeitschrift für Romanische Philologie, Halle, V. 1881, pág. 264, escribe: «En lo que se refiere al lenguaje de los gitanos, fueron en un principio los malhechores los que, por motivos prácticos, se ocuparon de aprenderlo. La actual ‘germanía’ se compone, a diferencia del antiguo lenguaje germanesco, en gran parte, de palabras gitanas. Si además se tiene en cuenta que en las grandes ciudades (en las que yo especialmente he aprendido el dialecto gitanesco) acostumbran las clases bajas a servirse en abundancia del lenguaje de los malhechores, no nos extrañará, por lo tanto, que los españoles tomaran bastantes palabras de los gitanos que vivían entre ellos. Y así se da alguna que otra palabra de origen gitano entre las del Diccionario de la Academia. Agustín de Rojas en su Viaje entretenido de 1602, nos da algunos extraños términos para denominar actores y compañías de actores. Los términos parecen pertenecer a. un lenguaje especial de los comediantes que, debido a su relación con el lenguaje de los malhechores, debió tener la lengua gitanesca como fuente bastante directa. Me permito suponer origen gitanesco refiriéndome especialmente a dos de estos términos: bululú, que significa un actor que viaja solo, y ñaque que significa la reunión de dos actores. La primera palabra nos recuerda los numerosos adjetivos y sustantivos en -aló, como babaló, rico; chungaló, malo; manusaló, valiente; sungaló, traidor (cf. ululó, molestoso, barbalú, médico, etc.); a causa de la primera sílaba lo pongo en relación con bul, el que está detrás, y las formas derivadas seguramente de esta palabra bulo, bulipen, engaño, bulero, el que engaña, (*bulalo, significaría lo mismo). Ñaque tendrá seguramente que ver con naquivar, atar, relacionar». Debo el conocimiento de este texto a mi buen amigo Carlos Clavería. En el Glosario de afronegrismos de Fernando Ortiz, Habana, 1924, se insinúa la siguiente etimología: bululú, vocablo africano que «quiere decir en malinké ‘varias vidas’. La concordancia fonética e ideológica de los vocablos castellano y africano nos hacen pensar si el vulgarismo, tomado de los esclavos mandingas, tan llevados y traídos en el antiguo teatro español, podía haber influido en el vocablo de la jerga escénica». El mismo autor en Preludios étnicos de la música afrocubana, en Revista bimestre cubana. LIX, enero-junio, 1947, pág. 168, dice que hoy día significa en «el embrionario teatro de los negros del Congo» algo como loa.

 

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1936 debería ser la fecha de la decimosexta edición del Diccionario académico, y tal es la del ejemplar que he consultado en la Widener Library, en la Universidad de Harvard, aunque la mayor parte de la edición tenga suplantada esta da ta por la de 1939.

 

23

Tomo II, Madrid, 1936. Por cierto que añade otro testimonio del empleo de bululú, por Iriarte (Obras, ed. 1805, t. 4, pág. 94).

 

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Aunque no interesa de manera directa en este estudio, es sobremanera curiosa la suerte que ha cabido a las restantes denominaciones de compañías teatrales registradas por Rojas Villandrando: ñaque, gangarilla, tambaleo, garnacha, bojiganga, farándula y compañía.

De ellas, dos han permanecido idénticas en el diccionario oficial: gangarilla y cambaleo. Garnacha, figura con significado muy distinto y alejado del que nos da Rojas. Bonilla explica el término (Diablo cojuelo, ed. Madrid, 1910, págs. 172-173) así: «Garnacha, según Covarrubias: ‘vestidura antigua de personajes muy graves con vuelta a las espaldas y una manga con rocadero, y así se hallará en las figuras de paños antiguos. Díjose de la palabra guarnir, que en castellano antiguo vale defender, porque no solo con ellas se defendían del frío, pero les era defensa y amparo para que la gente los acatase y reverenciase, siendo insignia de persona señalada o ministro grande del Rey. Y por esto el Rey don Felipe Segundo, de felice memoria, ordenó que todos los de sus Consejos, así el supremo como los demás, y los Oidores de las Chancillerías y Fiscales, trujesen estas ropas, dichas garnachas, por que anduviesen diferenciados de los demás, cosa muy acertada y con que cesaron mil inconvenientes’». Otra voz, bojiganga, transformada en mojiganga, ha extendido sus acepciones: a) pieza teatral de carácter ligero; b) fiesta alborotada y con máscaras; y c) burla, broma. El mismo significado tiene el catalán moixiganga. Farándula ha ampliado el valor expresivo, pues al lado del significado de grupo histriónico de poca entidad, ha alcanzado a significar la misma profesión dramática, mientras el vocablo compañía sigue manteniendo el sentido pleno de grupo dramático completo, que le atribuye Rojas. Otra suerte ha tenido la voz ñaque, según los Diccionarios académicos (No aparece en los vocabularios americanistas). El de Autoridades registra esta voz dándole erradamente el significado de «conjunto u montón de cosas inútiles y ridículas», equivocando la interpretación de la cita de autoridad, pues transcribe el pasaje ya aducido de la Vida y hechos de Estebanillo González, en el que está claro el sentido de ‘compañía de representantes’. Ello prueba que el término estaba ya en desuso. Esta desviación de significado va a perdurar en los Diccionarios académicos; así vemos en la sexta edición, de 1822, en que figura ñaque con la acepción dada por el de Autoridades, y aparece, además, la voz naque, como «compañía de cómicos compuesta de dos hombres, los cuales iban por los pueblos representando algún entremés, auto o loa, o recitando algunas octavas, tocando el tamboril, poniéndose una barba de zamarro y cobrando a ochavo o dinerillo». Precisamente la misma explicación de Rojas Villandrando para ñaque. Los Diccionarios sucesivos repiten los dos términos ñaque y naque en la misma forma, con la particularidad de que el de 1884 ensaya la etimología del vocablo con un étimon alemán «necken, burlar», pero desaparece después en las ediciones posteriores. En la nota 21, recogía la opinión de Schuchardt respecto al probable origen de ñaque. Podría estar relacionada también con la voz de germanía naquerar, hablar, conversar, decir, publicar, como figura en las coplas registradas por F. Rodríguez Marín en Cantos populares españoles, tomo III, pág. 441, y tomo IV, pág. 186:

Muchas fatigas me dieron, muchas ganas é yorá, cuando te bien la cave y no te pué naquerá. Cualesquiera que me biere conoserá mi pasión:

lo que la boca no jabla lo naquera el corazón».

La significación de ñaque ‘nadería’, persiste en voces como ñiquiñaque, cat. nyiguinyogui, onomatopeyas despectivas (cf. J. Morawiski, Les formules apophoniques en espagnol et en roman, RFE, XVI, 1929, pág. 363).

 

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En el momento de corregir estas pruebas, hallo el uso del término bululú en un texto del escritor uruguayo José Enrique Rodó («Mirador de Próspero», en Obras Completas, p. 592). Está fechado el escrito en 1913. Habla de las representaciones teatrales primitivas en Ecuador y dice que en las festividades de los reyes, se hacían fiestas espontáneas que a veces se coloreaban de «inocente bufonerío como de polichinela o bululú». Y subraya la palabra bululú, como término desusado. También la usa José Antonio de Zunzunegui en su novela La vida como es (Barcelona, 1954, p. 627) para indicar alboroto: «Entre los miembros de la banda de palquistas de ‘Cielín’ había un bululú espantoso». El autor me informó que no sabía dónde la había oído, pero que desde el primer momento le pareció «una voz imitativa de tal fuerza expresiva que la adopté en seguida».

 

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Lisandro Alvarado incluye este término en la primera parte de su obra Acepciones especiales, es decir: el léxico castellano que ha adquirido en Venezuela significados accesorios. No registra el vocablo ni Picón-Febres, Libro raro, ni Julio Calcaño, El castellano en Venezuela, Pedro Henríquez Ureña, El español en Santo Domingo, anota que bululú significa ‘dólar’ (?), en la República Dominicana.

 

27

Segunda edición del Diccionario de Malaret, de 1931.

 

28

San Juan, 1937.

 

29

Edición de Buenos Aires, 1942.

 

30

Entroncaría la institución representada por el vocablo bululú con el juglar medieval, recitador de poesía narrativa. Podría ser la continuación de la tradición juglaresca de los juglares cazurros, aunque tengan sus diferencias. Cf. Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y juglares, Madrid, 1924, págs, 296 y sigs.