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En «Conceptos de crítica», en la primera entrega de las dos que saldrían en La Revista de Montevideo, en 1899, Herrera y Reissig cita a Arsène Houssaye: «¡Con cuánta razón dijo Houssaye: "se hace necesario penetrar en el mundo de las ideas, a modo de esos grandes cazadores de las selvas africanas, verdaderos parques enciclopédicos, que llevan para sus excursiones, un arma de cada especie!"» (cf. la edición de Archivos citada, pp. 547-548). Arsène Housset, conocido también como Houssaye, es un escritor francés (1815-1896), que colaboró en la Revue de Paris como crítico de arte. Su hijo, Henry Houssaye (1848-1911) fue historiador y miembro de la Academia Francesa. En los años porteños de Rubén Darío (1893-1897), el nicaragüense le dedicó una de sus crónicas de La Nación: «Arsenio Houssaye», crónica necrológica del 28 de febrero de 1896, en la que pone de relieve que Houssaye fue gran admirador de Baudelaire y que Theodore de Bamville (1823-1891) le había dedicado una serie de quintetos: «Où sait-on mieux s'égarer deux, parmi». Darío dice: «[...] ¿Que no era para las niñas del Sacré Coeur lo que escribía? Claro está. Era un bienhechor. Quitaba las tristezas a las miradas de la juventud» (cf. Erwin Kempton Mapes, Escritos inéditos de Rubén Darío, Nueva York: Instituto de las Españas, 1938, pp. 93-94).

 

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Substantivo que designa al Devocionario que contiene las lecturas de las misas dominicales. Compuesto culto del griego eukê, «oración», y de légõ, «yo escojo». El término, atestado por Corominas desde 1899, da la pauta del interés de Herrera por la renovación léxica, como también lo prueban los adjetivos: eléctrica y homeopática, por ejemplo, que emplea en «Psicología literaria».

 

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Neith, en la Tradición egipcia, es la madre de Râ, el dios sol, a quien dio a luz por mediación del Principio Masculino de la creación, estando de acuerdo para ello el Principio de Emanación. Neith constituye la Trinidad egipcia como Principio Femenino. En el Timeo de Platón, Critias le explica a Sócrates que Neith es para los egipcios la Atenea de los griegos, y que fundó la ciudad de Saís (21d). En Los Discípulos en Saís, el poeta romántico alemán Novalis, (pseudónimo de Georg Philipp Friederich von Hardenberg, 1772-1818) exalta los conocimientos de orden y de armonía que los discípulos del espíritu de Neith reciben de la contemplación de los misterios de la Naturaleza, misterios que envían al conocimiento de los de la naturaleza del hombre, de su alma. Conocimiento doble, poético y psicológico, que proyecta al hombre en un futuro sin esas angustias, morales o espirituales que embargaban el alma de los poetas sensibles de finales del XVIII en Alemania, y que serán las mismas que se hallarán en el centro de la creación poética de los poetas simbolistas franceses, simbolismo que nutre el discurso de Herrera y Reissig en este ensayo. El fragmento n.º 4 de Los Discípulos en Saís dice: «Ya en sus obras, ya en sus actos y en sus gestos, el hombre vierte la simbólica filosofía de su ser. Se anuncia a sí mismo y predice sobre sí mismo, y sobre lo que es su Evangelio de la Naturaleza. El hombre es el Mesías de la Naturaleza. (Finales del verano de 1798)». (Cito por la edición de Armel Guerne para la colección «Poésie» de Gallimard en 1975, y la traducción es mía). También en el cuento dedicado a Anatole France «Aguas del Aqueronte» Herrera y Reissig alude a la diosa egipcia Neith, y la define como «la diosa triangular de la Naturaleza» (cf. Poesías completas y Prosas, edic. cit., pp. 709-717; publicado por primera vez en Vida Moderna de Montevideo en 1903). En la décima quinta estrofa de la serie de octavillas consonantes, «Los Ojos negros», para calificarlos se lee: «Son las lámparas eternas / Y las flamígeras urnas / De Neith y los laberintos / De las Thulé taciturnas!» (cf. edición de Archivos citada, p. 387; en las notas explicativas de Ángeles Estévez se lee que en su primera edición en La Revista de Montevideo el 10 de junio de 1900, el poema lleva el título «Psicología de unos ojos negros», p. 429).

 

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Fedro, 244a, 245a y c; la traducción es mía, a partir de la edición de Émile Chambry ya citada.

 

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Estamos en el cuarto apartado, «Moldes de sensibilidad», el «peri-sprit», como escribe Herrera y Reissig partiendo de la ortografía en inglés, es un concepto que nace con el espiritismo en la segunda mitad del siglo XIX y que designa al envoltorio del espíritu, es decir, al alma desencarnada, la que posee capacidad de actuar en la materia. En el ámbito del ocultismo, sugiere también, de manera más general, la relación inteligente entre los principios vitales y el universo creado. Con este término el poeta uruguayo insta a ambos actores en el centro de una poiesis de «ritmo doble» y paradógico, volcada tanto a la metafísica y al misterio del hombre como al de la «palabra himética», expresión ésta de la divina armonía del universo y que el hombre comparte como actor y destinatario.

 

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Cito por la traducción de Edouard des Places para Les Belles Lettres, en 1975; 533d y e, 534a, 535e. La traducción es mía.

 

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Respecto del papel del «legislador», a quien se deben los nombres de todo lo creado, véase el diálogo platónico Crátilo.

 

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Las citas pertenecen al quinto apartado, «Rejuvenecimiento de la poesía». Pausanias en la citada Descripción del Ática señala que en el ágora de Atenas existían varios pórticos: el de Zeus (que cuenta hoy con una reconstrucción, criticada por cierto, pero muy ilustrativa), el de Hermes, los del Sur y del Centro, el de los Gigantes que llevaba al templo de Teseo, el Real, cercano al cementerio del Cerámico; el Pintado o Vario, que contaba con una estatua de Solón. Éstos entre otros más. Señala Pausanias que todos estaban consagrados a divinidades o semidivinidades (cap. XIV-XVI). Y, cerca de ellos se hallaban el Liceo, el Jardín, la Academia. Aludiendo al Pórtico, con mayúscula, Herrera y Reissig parece sugerir no sólo la referencia al estoicismo, como ya lo veremos, sino también a la tradición ateniense de organizar el espacio en armonía, mezclando en ello cultura, filosofía, arte, sociedad y política. En el término «pórtico» Grecia plasma una tradición cuya significación simbólica se relaciona con la religión, el saber, o la política.

 

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Que el uruguayo se refiera al «Reino del Pórtico» no tiene nada de extraordinario en tiempos en los que un artista, un poeta, poseían una cultura clásica, la que estructuraba su condición de artistas y de poetas. No obstante, dejando de lado esta evidencia, siempre existirá la necesidad de cuestionarse sobre la naturaleza de las fuentes a las que fueron a beber aquellos poetas que, como Herrera y Reissig defendían la transcendencia de la poesía.

 

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De haber consultado Herrera y Reissig esta edición, y el ensayo de Quevedo, ello podría haber contribuido a que el autor de «Psicología literaria» considerara con prolífico detenimiento la «Doctrina estoica», y así fundar su argumentación para este quinto apartado. Empieza Quevedo su ensayo indicando que los estoicos se llaman así porque «se juntaban en el Pórtico, en el Vario Pórtico, así conocido por los colores que poseían los frescos que lo adornaban». Acto seguido, Quevedo realiza el parangón -muy frecuente en la época del Barroco- entre estoicismo, judaísmo y cristianismo, poniendo de relieve la relación entre los principios de la filosofía y los de la religión: el estoicismo «santifica» los pórticos, como David en sus salmos (n.º 1 y 84), dice Quevedo, y añade que las virtudes varoniles de los seguidores de Zenón de Citio se equiparan totalmente. En efecto, con «la valentía cristiana» la ciencia estoica basaba lo esencial en la actitud que consistía en el no perturbarse ni afligirse con los contratiempos y las penas que causan los hechos que escapan a nuestra competencia, así como son esenciales la paciencia y la tranquilidad que Job practicó, explica, y Quevedo agrega que: «Dios lo dio, Dios lo quita, sea el nombre de Dios bendito» (cap. 6.º). La humildad, la limpieza de alma, el dominio de la voluntad, la virtud, el equilibrio armonioso del espíritu, constituyen «el instinto de esta secta fue la apatía [literalmente "sin sentimientos, padecimientos"]», una casi insensibilidad ante todo aquello que signifique ruptura del equilibrio, de la armonía del hombre consigo mismo y en su relación con el universo. Esto, y más dice Quevedo sobre la riqueza del pensamiento estoico, que él juzga muy próximo del catolicismo.