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Bien sabido es el celo y empeño con que San Luis rey de Francia, procuró contribuir a sostener la guerra santa de Ultramar, solicitando para la segunda expedición que dispuso con este intento la alianza y los auxilios de otros príncipes cristianos. Sus vínculos y relaciones con los que dominaban en España le facilitaron tenerlos enteramente a su arbitrio y devoción. Por una parte su primogénito Felipe III de Francia, estaba casado con Doña Isabel hija del rey Don Jaime de Aragón, y hermana de Doña Violante mujer de Don Alonso el Sabio; y por otra sus dos hijas Doña Blanca y Doña Isabel habían contraído matrimonio, la primera con Don Fernando de la Cerda infante y heredero de los reinos de Castilla y León, como hijo de Don Alonso X, y la segunda con Don Teobaldo II de Navarra. Para unirse este príncipe con su suegro en aquella empresa aprestó allí muchas tropas, y a su ejemplo tomaron la insignia de la cruz para seguirle muchos señores vasallos y dependientes suyos de Navarra y de Gascuña, y algunos de Castilla y Aragón. Entre los primeros cita Aleson a los señores de Agramont con los de su bando de la parte de los vascos, y de las montañas el señor de Lusa con los suyos; Don Corbarán de Lehet con su casa y parientes; Don Juan de Ureta con los suyos; el señor de Monteagudo y Don Diego Velázquez de Rada; el señor de Aybar con las gentes de la ribera, Don Iñigo Vélez de Guzmán y Don Ladrón de Guevara su hermano; Don Iñigo de Avalos con los de la divisa, Don Martín de Avalos señor de Leiva, Don Aznar de Torres señor de Cortés, Don Diego Fernández de Ayanz, Don Pedro Pérez de Lodosa, Don Iñigo Vélaz de Medrano, Don Sancho Ramírez de Arellano señor de la casa de Vidaurreta y tierras de la Solana, y otros muchos nobles y caballeros de no menor calidad, con Don Juan González de Agoncillo alférez78. Garibay nombra entre los de Castilla a Don Juan Núñez de Lara, hijo mayor del conde Don Nuño González de Lara79. Y como el primogénito del rey de Francia llevó consigo en esta expedición a su mujer, hija del rey Don Jaime; es natural también que gran parte de la comitiva y servidumbre de aquella princesa se compusiera de señores y caballeros aragoneses. Salió la expedición de los puertos de Marsella y Aguasmuertas a principios de julio de 1270 en buques, cuya marinería por ser la mayor parte de genoveses fue mal recibida en Cálleri de Cerdeña, cuya isla dominaban los pisanos sus émulos naturales. Reparados allí de los descalabros y fatigas de las borrascas que sufrieron en la navegación, trataron del objeto de su jornada, y adoptando al fin el dictamen de San Luis se dirigieron a Túnez donde desembarcaron después de mediado el mes de julio, quizá demasiado confiados en las promesas e ideas favorables de aquel rey mahometano. Mas enterados de su perfidia por dos soldados catalanes que huyeron de los reales de los moros, debilitado el ejército al cabo de tres meses con los continuos encuentros y batallas, con el progreso de las enfermedades, de que fueron víctima el mismo San Luis y otros caudillos principales, y con la intemperie del país en tan rigurosa estación, se vieron precisados los cristianos a ajustar treguas con los infieles y a embarcarse para Europa, tan perseguidos de la mala fortuna, que por efecto de las terribles tormentas que sufrieron en esta travesía perdieron 18 naves grandes además de otras menores, y en ellas como 4.000 personas de ambos sexos, logrando los reyes de Francia y de Navarra salvarse con gran trabajo en el puerto de Trápana, donde falleció Don Teobaldo a 5 de diciembre de 1270 de resultas de tantas fatigas y contratiempos. Su mujer la reina Doña Isabel murió cuatro meses después en Hiéres en Provenza, y el rey Felipe habiendo atravesado la Italia y la Francia hasta San Dionisio, depositó allí las reliquias del santo rey su padre80.




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Algunos historiadores franceses cuentan que el rey Don Jaime de Aragón fue convocado para esta jornada, y que para el apresto de su armada le anticipó el rey de Francia 30.000 marcos de plata, y alguna gente el rey de Castilla su yerno; pero habiéndose embarcado él mismo y sufrido una horrible tormenta, se vio precisado a regresar a Barcelona, cumpliendo después su empeño con enviar algunas tropas auxiliares81. Ni falta escritor extranjero que se propase a injuriar la buena memoria de aquel ilustre monarca, atribuyendo a una pasión criminal y vergonzosa el regreso a sus estados, y la mudanza del propósito de ir a la Tierra Santa, con el pretexto de que conocía no era agradable a Dios este viaje, y que le dispensaba de hacerlo oponiéndole tantos obstáculos y contradicciones82. Hallamos en esta narración tan confundidos unos hechos, y tan equivocados otros por ignorancia o por malicia, que hemos creído conveniente ilustrar esta parte de nuestra historia, tomando el asunto desde tiempo anterior, para dar mejor a conocer la conducta noble y generosa del rey Don Jaime respecto a las cruzadas de Ultramar.




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No pudo auxiliarlas en los primeros años de su reinado, según el espíritu de aquel tiempo, por lo mucho que le ocuparon los negocios de su reino y la conquista de Mallorca. Resuelto después a hacer la guerra a los moros del reino de Valencia, publicó en Monzón el año de 1232 la bula de la cruzada, otorgada por el papa Gregorio IX a todos los que saliesen cruzados a esta jornada para el año inmediato83. Con este llamamiento y aliciente concurrieron muchos caballeros y gente granada de Aragón y Cataluña, de quienes hacen honrosa mención nuestros historiadores, con cuyo auxilio sitió Don Jaime a Valencia obligando a Zayen rey moro de aquella ciudad, a capitular firmando un tratado en 28 de septiembre de 1238, por el que le cedió además todo el territorio desde el Júcar para Levante. Así pudo el rey de Aragón entrar triunfante con su ejército en la ciudad el 9 de octubre día de San Dionisio según antigua tradición, y continuar en los años siguientes la conquista y reducción de lo restante de aquel reino84. Apenas había descansado de tan gloriosas fatigas cuando ya comenzó Inocencio IV a instarle para que contribuyese con sus fuerzas a la reconquista de la Tierra Santa, concediendo indulgencia plenaria a todos los vasallos suyos que coadyuvasen a esta empresa, como consta del breve expedido por aquel Papa a 25 de enero de 1245, año segundo de su pontificado; pero otras atenciones muy graves, ya domésticas, ya de sus súbditos y ya de los príncipes comarcanos, que le ocuparon de continuo en los años sucesivos hasta el de 1266 en que verificó la conquista de Murcia, no le dejaron por entonces acudir a aquel llamamiento. Entre tanto su hija tercera la infanta Doña Sancha pasó en peregrinación a visitar los Santos Lugares el año de 1251, Y murió en el Hospital de San Juan de Jerusalén, habiendo residido en él mucho tiempo en traje desconocido, sirviendo a los enfermos con indecible caridad y amor85.




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Ni del corazón de su padre faltó jamás el ánimo de verificar aquella empresa, como lo manifestó cuando supo el buen recibimiento que habían tenido sus embajadores del soldán de Babilonia, con cuya amistad y auxilio contaba para llevarla a efecto; y con iguales miras había enviado a Juan Alarich con embajada al gran Kan emperador de los tártaros, para entender su voluntad y determinación acerca de la conquista de Jerusalén, y certificarse de su poder y forma que tenía en esta jornada86. Resolvió al fin ejecutarla, hallándose en Toledo a fines de 1268 para asistir a la primera misa de su hijo el infante Don Sancho arzobispo de aquella iglesia metropolitana; porque allí supo la llegada a Cataluña de dos embajadores de aquellos príncipes de Oriente, y recibió al mismo tiempo las instancias del emperador de Constantinopla Miguel Paleólogo para que no retardase la ejecución de su empeño, el cual tomó desde entonces con tal calor que, no pudieron apartarle de él ni las reflexiones de su yerno Don Alonso el Sabio, ni las instancias y lágrimas de sus hijos. Viéndole pues tan resuelto y obstinado prometió ayudarle Don Alonso con 100.000 maravedís de oro y con 100 caballos, y se ofrecieron a servirle también en esta jornada Don Pelay Pérez Correa maestre de Santiago con 100 caballeros de su orden, y Don Gonzalo Pereyra, lugarteniente general de la de San Juan en los reinos de España87.

La ciudad de Barcelona contribuyó para los gastos con 80.000 sueldos barceloneses y los naturales de Mallorca con 50.000 sueldos de plata, habiendo pasado el rey Don Jaime a aquella isla con sólo una galera y un bergantín, así para proveer lo conveniente a su gobierno y defensa, como para recoger las naos y otras provisiones con que le sirvieron los isleños en esta ocasión88.




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Desde el mes de Mayo había celebrado en Barcelona varias contratas con muchos caballeros y otros particulares para que a mediados de Agosto se presentasen allí unos con los soldados, caballos y armas a que respectivamente se comprometieron, y otros con las embarcaciones armadas y equipadas que se necesitaban para la expedición89. Componíase la escuadra de 30 naves gruesas y 12 galeras todas catalanas, además de muchos bergantines y fragatas; y se embarcaron 800 hombres de armas con tres caballos para cada uno, los almogávares también de a caballo y la demás gente de a pie, en número según fue fama de 20.000 infantes. Embarcóse también el rey y dio la vela de la rada de Barcelona el 4 de septiembre; pero hallándose sobre Menorca sobrevino tan furiosa tempestad que dispersó el convoy de manera que una parte corrió hasta la Siria, parte arribó a Cerdeña con pérdida de algunos buques, y parte aportó a las costas del Languedoc muy maltratada con gran peligro de aquel soberano. Éste desembarcó en el puerto de Aguasmuertas, y dirigiéndose a Mompeller regresó por tierra a Cataluña90.

Las naves que llegaron a Acre pudieron animar y abastecer de víveres a los cristianos que acababan de tener grandes pérdidas y padecían suma carestía; pero viendo al cabo de algún tiempo que ni aparecía el rey ni las tropas de sus aliados los emperadores de la Tartaria y de Constantinopla, regresaron a Barcelona, tocando antes en las islas de Creta y de Sicilia y habiendo dejado en Acre muchos militares de a caballo y otros ballesteros y hombres de armas, con las provisiones y caudales necesarios para su socorro y el de los embajadores aliados que habían transportado para que regresasen a su país91.




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Tal fue el éxito desgraciado de esta expedición, pero lejos de desmayar por esto el papa Gregorio X procuró pocos años después fomentar y dar vigor a la guerra de Tierra Santa, con cuyo objeto y el de unir la Iglesia griega con la latina juntó concilio en León de Francia en el año 1274, y allí trató con el rey de Aragón de los aprestos que serían necesarios contra el soldán y para defender las fortalezas que conservaban los cristianos en Asia. Ofrecía el papa ir personalmente a esta jornada, y Don Jaime después de dar su voto y manifestar su opinión, añadió que acompañaría también con su persona a la del sumo pontífice en esta expedición sin embargo de su vejez, siguiéndole con un buen ejército: y que en el caso de que no fuese su Santidad enviaría 1.000 caballos muy escogidos, pagados por todo el tiempo que durase la guerra. Expuso también los servicios que había hecho a la religión cristiana, conquistando tres reinos de moros, e introduciendo en ellos la fe católica, en cuya consideración pedía que su Santidad le coronase por su mano con las ceremonias acostumbradas en tales casos; pero negándose a ello el papa si primero no renovaba la promesa de pagarle el censo en que su padre había gravado su reino a favor de la Santa Sede, no sólo se excusó Don Jaime de contestar a esta demanda, prefiriendo su propio honor y el bien de su pueblo a una satisfacción tan estéril, sino que se despidió del pontífice con mucha sequedad, perdiendo éste entonces por su falta de condescendencia los socorros que había procurado y consentido reunir para la jornada de Ultramar92. Apenas murió Gregorio X cuando su sucesor Inocencio V a causa de la guerra promovida por el rey de Fez y Marruecos, que ayudaba a los moros de Murcia y Granada contra el rey Don Jaime mandó al arzobispo de Sevilla Don Raymundo Losana en el año de 1276 pasase al reino de Aragón a publicar la cruzada contra infieles, por la plena confianza que tenía de su virtud y de la pureza de su fe93.




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La última expedición a la Siria a que concurrieron la marina y tropas de Cataluña fue en el año de 1290, cuando conquistada Trípoli por el soldán de Egipto y amenazados los cristianos de ser arrojados enteramente de Asia, solicitaron éstos los auxilios de varias potencias, y el papa promovió una cruzada con el objeto de recobrar aquella plaza. Las repúblicas marítimas de Italia y los soberanos de Europa, envueltos entre sí en guerras y disensiones particulares, no pudieron acudir a tan urgente necesidad. Sólo el rey de Sicilia, instado vivamente del sumo pontífice, despachó 23 naves de guerra en dos divisiones: la una se dirigió al puerto de Acre; y la otra, compuesta de 16 galeras y mandada por el famoso almirante Roger de Lauria, navegó hacia el puerto de Tolometa en África, donde apresadas las naves que había en él, desembarcó sus tropas, que forzaron las puertas y entraron a viva fuerza en el castillo, siguiéndose el saqueo y destrucción de toda la ciudad94.




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Por otra parte el rey de Aragón Don Alonso III había permitido al maestre de los templarios en sus dominios extraer de ellos cuantos caballos, acémilas, armas y víveres necesitase para socorro de la Tierra Santa; pero ni éste ni otros de igual naturaleza y consideración que pudieron prestar los venecianos y reunir la solicitud del papa, alcanzaron a evitar que los sarracenos, dueños ya de cuantas plazas y fortalezas habían poseído en Asia los cristianos, a excepción de Tolemaida o Acre, les obligasen a encerrarse en esta ciudad, cuya pérdida apresuraron éstos, más por su división e imprudencia que por el valor o la fuerza de los enemigos.




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Además de Enrique rey de Chipre, que debió haber tomado el mando supremo, estaban allí el legado pontificio, el patriarca de Jerusalén, el príncipe de Antioquía, el conde de Trípoli, las tres órdenes militares del Hospital, del Temple y los teutónicos; muchas tropas y naturales de Nápoles, Francia e Inglaterra; los cónsules y comerciantes de Venecia, Génova y Pisa; los armenios y los tártaros. Todos formaban barrios separados dentro de la misma ciudad; todos ejercían sus jurisdicciones particulares; todos tenían sus tribunales, magistrados y oficiales, con la misma autoridad e independencia los unos de los otros cual si fuesen otros tantos soberanos. De aquí nació la discordia entre tantos caudillos llenos todos de vanidad, de envidia y de ambición: de aquí la falta de gobierno y de justicia: de aquí la corrupción de las costumbres y la impunidad y tolerancia de los crímenes más atroces: de aquí que los aventureros y gente perdida que había concurrido de Europa, quebrantando el juramento y la ley de las treguas obtenidas por la generosidad del soldán, no sólo acometiesen traidoramente entre las sombras de la noche a los sarracenos, que confiados en la solemnidad de sus pactos venían a comerciar a la plaza, asesinándolos y robando sus habitaciones, sino que aún en medio del día tuviesen la insolencia de salir en batallones formados a talar los campos como si se estuviera en guerra abierta, sin que ningún jefe, ninguna autoridad procurase contener y castigar tan inauditos como escandalosos excesos. Aún se negaron neciamente a dar al soldán la satisfacción que por ellos demandaba, y con esto lo irritaron de manera que juntando inmediatamente en Egipto un ejército de 60.000 caballos y 160.000 hombres de infantería, atravesó el desierto y aunque le sobrevino la muerte, su hijo y sucesor, cumpliendo con denuedo la última voluntad del padre, puso el sitio y comenzó los ataques el 5 de abril de 1291, y después de varios sucesos prósperos y adversos, y de una defensa de cuarenta y tres días bien sostenida, en especial por los caballeros de las órdenes, se hicieron los infieles dueños de la plaza, y los cristianos perdieron el último asilo que les restaba en unos paises que habían dominado por dos siglos, se embarcaron para trasladarse a Chipre95.




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Al mismo tiempo que Enrique II de Lusiñán, rey de Jerusalén y de aquella isla, procuraba asegurar su defensa, fijando en ella la residencia de las órdenes militares del Hospital y del Temple, porque los teutónicos prefirieron ir a establecerse en Prusia, atendía también a proporcionar a sus vasallos las comodidades del comercio; engrandeciendo y fortificando la ciudad de Famagusta, a semejanza de la de Tolemaida, y excitando por varios medios el concurso de las naciones extranjeras.96 Con este objeto concedió en octubre del mismo año de 1291 varias franquicias a los mercaderes y navegantes catalanes que aportasen a sus estados; a cuya imitación lograron también a 12 de enero de 1299 iguales o semejantes privilegios de Carlos II rey de Jerusalén y de Sicilia, confirmados después por su primogénito el duque de Calabria97.




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No eran estos los únicos alicientes y beneficios que lograban los catalanes para asegurar y extender su comercio marítimo. Los soberanos de Aragón, que le consideraron siempre como el cimiento más sólido de la riqueza y prosperidad de sus súbditos, solicitaron y mantuvieron frecuentemente la amistad y alianza de los mismos príncipes infieles; contra quienes en otras ocasiones se confederaban con los príncipes cristianos, más por respeto o condescendencia a la Santa Sede, que porque lo dictasen la política y el interés de sus estados: Así es que el rey Don Jaime I, viendo la concurrencia que había por los años de 1250 de mercaderes barceloneses en Egipto al trato de la especería, que era de mucha consideración, ajustó un tratado de comercio con el soldán, y en 1272 ya tenían en Alejandría los catalanes su cónsul nacional98.




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Pero este comercio padeció muchas interrupciones, porque los papas, queriendo evitar con los infieles una comunicación que podía acrecentar sus fuerzas, ya con los socorros y aprestos que recibiesen de Europa, ya con los derechos exorbitantes que les rendían sus propias aduanas, prohibieron este tráfico, en especial con el soldán de Egipto, como lo hizo Gregorio X por una bula, ampliando sin embargo o restringiendo esta ley en casos y circunstancias particulares. Los diplomas del archivo de la corona de Aragón ofrecen continuos ejemplares de esta alternativa de rigor o condescendencia respecto a la observancia de los mandatos o leyes prohibitivas que entonces se dictaron, y no fue otro el principio de la real cédula que en el año de 1274 expidió Don Jaime I prohibiendo en sus dominios toda extracción de hierro, armas, maderas de construcción naval, granos y otros víveres para tierra de sarracenos: prohibición que causó gran sensación en el comercio de Cataluña, ocasionando muchas instancias y súplicas de los negociantes, algunas consultas de teólogos y moralistas y varias aclaraciones del soberano. Pero pocos años después ya parece se restableció la navegación a los paises de Ultramar, según se infiere del contenido de una carta que en 1286 dirigió Don Pedro IV desde Barcelona al soldán de Egipto sobre varios puntos concernientes al arreglo de los intereses mercantiles de sus respectivos vasallos99.




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Aun después que los cristianos habían sido echados de Siria y de la Palestina, mientras el papa Nicolás IV trabajaba con infatigable celo en reunir y empeñar a los príncipes cristianos en una nueva cruzada para reparar aquellas pérdidas, el rey de Aragón Don Jaime II negociaba con el mismo conquistador de Acre el soldán de Egipto Muley al Kraf un tratado de amistad y alianza, no sólo para sí y sus estados, sino para los de Castilla y Portugal100, por medio de sus embajadores Romeo de Marimon y Ralmundo Alemani, a quienes en 1292 despachó sus instrucciones y credenciales. Esta negociación y solicitud no obstó para que en el año siguiente de 1293 despachase aquel mismo príncipe con cartas fechadas a 12 de noviembre otros emisarios a los reyes de Chipre, de Armenia y de los Mogoles, para concertar con ellos algunos asuntos de comercio, y solicitar con especialidad entre otras cosas le informasen del estado de la Tierra Santa y de los que la ocupaban, en el supuesto de que tenía determinado trabajar incesantemente en su recuperación con ayuda de ellos, luego que concluyese la paz que estaba procurando con sus enemigos. Al último exhortaba en particular a que uniendo su poder al suyo permitiese a las tropas aragonesas desembarcar en Armenia para facilitar la reunión, y les concediese un salvoconducto a fin de que pudiesen permanecer con seguridad en los puertos, costas y lugares de aquellos dominios.




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Por este mismo tiempo el papa Bonifacio VIII, queriendo unir a la tiara la corona de Sicilia y empeñar en su conquista al rey Don Jaime II de Aragón, expidió un breve a 5 de abril de 1297 promulgando sentencia de entredicho y excomunión contra los que hostilmente invadiesen los reinos y bienes de aquel soberano mientras estuviese empleado en servicio de la Iglesia y de la Tierra Santa, o concurriendo a su auxilio armada de diez o más galeras; mandando por otro breve despacho tres días después a los obispos de Barcelona y Tortosa, entregasen al rey para los gastos de la escuadra, que debia equipar aquel verano en servicio de la Iglesia romana, los productos resultantes de las absoluciones que diesen a los conductores o negociantes de cosas prohibidas a los sarracenos de Alejandría, ya hubiesen comerciado con ellos, ya dándoles consejo o auxilio; los cuales siendo hombres debían perder el quinto de sus ganancias, y si mujeres la cuarta parte.




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Más activos los orientales que los europeos, procuraron eficazmente hacerse dueños de los Santos Lugares, arrojando de ellos a los sarracenos que los ocupaban. Luego que subió al trono de Persia el rey Kasan, se dirigió a marchas forzadas hacia el Eufrates a la cabeza de 200.000 combatientes, además de las tropas auxiliares de los reyes de Armenia y de Georgia que se le reunieron a la entrada de la Siria, y de las del rey de Chipre que son los caballeros de las órdenes del Hospital y del Temple quisieron tomar parte en esta expedición. Con tan poderosas fuerzas atacó Kasan a los sarracenos junto a la ciudad de Emeso, derrotándolos tan completamente que dueño a discreción de todas las ciudades de la Siria, le abrieron las puertas hasta Jerusalén y Damasco101. Con noticia de aquellos preparativos había despachado el rey Don Jaime II de Aragón a Pedro Solivera por embajador al rey Kasan, con instrucción y carta fechada a 18 de mayo de 1300, ofreciéndole naves, galeras, armas, caballos, víveres y cuanto fuese provechoso a su hueste, y aún su misma real persona; noticiándole además haber ordenado que cualquiera de sus vasallos que quisiese ir a aumentar sus ejércitos lo pudiese hacer sin obstáculo102.




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Como esta expedición, a pesar de sus gloriosos y favorables principios, se malogró por haber tenido que regresar a Persia el rey Kasan a sosegar los alborotos, que durante su ausencia había promovido un pariente suyo, volvieron a renovarse con mucha severidad las prohibiciones de comerciar en Alejandría o Egipto con los sarracenos, como parece por una cédula del rey Don Jaime de 16 de junio de 1302; pero tres años después con motivo de haber enviado el soldán un embajador a aquel soberano, y de corresponder este con otro para solicitar la libertad de varios cautivos cristianos en Alejandría y el permiso de abrir y reedificar las iglesias destruidas, comenzó a permitirse de nuevo la conducción de algunas mercaderías o efectos no prohibidos, mediante los derechos que se impusieron. Sin embargo, aunque el papa promovía en el año 1309 una nueva cruzada para recobrar la Tierra Santa, y que a su solicitud había permitido el rey de Aragón a los maestres y caballeros de las órdenes del Hospital y del Temple, y a Hugo de Cardona arcediano de la silla de Barcelona, extraer con este objeto de sus dominios muchas armas, caballos, marineros, víveres y cuanto fuese necesario a la expedición103, procuraba este soberano cultivar por entonces la amistad con Abilfat Mahomet, hijo de Almanzor, soldán de Babilonia y señor de Levante, enviándole por sus embajadores a Guillermo de Casanadal y Arnaldo Sabastida con magníficos regalos, como lo hizo en 1314, procurando la redención de los cautivos, el buen trato de sus vasallos, el ejercicio libre de su religión en aquellos dominios y el que pudiesen visitar con seguridad los Santos Lugares104: gracias que obtuvo por el favorable concepto que supo grangearse de los príncipes mahometanos, de quienes se hizo respetar, al mismo tiempo que los sumos pontífices, aunque usando de la facultad que entonces ejercían de conceder aun al mismo rey el permiso de enviar sus embajadores al soldán y hasta para despachar una nave con mercaderías105, imploraban su poderosa mediación para el rescate de aquellos cristianos cuya libertad podía interesarles. Tal fue el objeto y espíritu de las bulas o breves expedidos por Juan XXII a 14 de octubre de 1317 y a 30 de junio de los años 1320 y 1321, conteniéndose especialmente en el último grandes elogios del soberano de Aragón por los muchos cautivos que había redimido; en cuya recompensa y consideración se le otorgaba licencia para enviar una nave con sus embajadores y algunas mercaderías a los puertos de Egipto.




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Igual permiso concedió su Santidad pocos años después a instancias del rey de Francia Carlos IV a Guillermo Bonesmans francés de nación, para llevar una nave con mercaderías a los dominios del soldán de Babilonia, transportando al mismo tiempo los embajadores que su soberano enviaba para tratar asuntos concernientes a la exaltación de la fe católica; y como Bonesmans hubiese venido a Barcelona a fletar la coca o nave de Francisco Bastida, vasallo del rey de Aragón, permitió éste en 8 de julio de 1327 que sus súbditos pudiesen llevar en ella dinero y cosas no prohibidas y aun embarcarse ellos mismos: gracia que costó 3.000 sueldos barceloneses, cuya mitad debía invertirse en la fábrica del monasterio de Pedralves, y la otra mitad en el de Valldonsella.




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Esta dependencia en que estaban los reyes de Francia y de Aragón de la voluntad del papa para el comercio de Ultramar, era de tanto interés y ventaja a la curia romana por las multas que imponía a los infractores, como por los derechos que exigía de las licencias o permisos que otorgaba; pero tan perjudicial y embarazosa al comercio y tan odiosa a los catalanes, que en las Cortes generales que éstos celebraron en Barcelona el año de 1373, se ajustaron a 29 de enero dos famosas capitulaciones entre el rey Don Pedro IV de Aragón y aquella ciudad, sobre la libertad ilimitada de mandar embarcaciones con géneros y mercaderías, que no fuesen de contrabando, al Egipto y demás puertos del soldán de Babilonia, determinando lo que debería pagar cada nave según su capacidad, fuese o no absuelta del pontífice, y señalando cuáles deberían ser los derechos en el caso de que no aportasen al Egipto sino a Chipre106. A consecuencia de esta resolución aprobó y confirmó el rey en 17 de junio de 1379 el nombramiento de los cónsules que para la Siria, la Armenia y demás paises de Ultramar habían hecho los conselleres de Barcelona; y como los soberanos de Aragón, atentos siempre al engrandecimiento y decoro de sus estados y a la prosperidad de sus súbditos, sostuvieron con sumo tesón el respeto a su bandera y la seguridad de su navegación en todos los mares, fomentando el comercio marítimo con muchas exenciones y privilegios, y allanando los estorbos y trabas que podían entorpecer su curso, lograron conservar la concurrencia en Alejandría y Egipto aun muchos años después que el descubrimiento de la India Oriental por los portugueses hizo cambiar el giro de aquella contratación, aniquilando el poder de las marinas del Mediterráneo, para levantar sobre sus ruinas las que entonces comenzaron a enseñorearse de la vasta extensión del Océano Atlántico. Este fue el influjo de las cruzadas con respecto a la navegación y comercio de los súbditos de la corona de Aragón a los países llamados entonces de Ultramar.




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Aunque los reyes de Castilla no tuvieron durante el siglo XIII tanta parte como los de Navarra y Aragón en las expediciones a la Tierra Santa, no dejaron por esto de ser frecuentes sus relaciones y su comunicación con los príncipes más poderosos del Oriente. El viaje a Tierra Santa que algunos atribuyen a Don Alonso VIII, llamado el Noble, en compañía de su suegro Ricardo rey de Inglaterra, es una invención propagada por los poetas, y desmentida por los documentos coetáneos y por el examen crítico de las acciones de este gran monarca, historiadas con tanta exactitud y prolijidad por el marqués de Mondéjar107.

Otros han supuesto que San Fernando y su hijo Don Alonso el Sabio hicieron voto de pasar en socorro de la Tierra Santa108; pero esta especie es absolutamente incierta con respecto al primero. Ninguna empresa parecía más propia y característica de un príncipe tan cristiano, que siendo aún muy joven al armarse caballero en Burgos había ofrecido a Dios hacer la guerra a los moros hasta arrojarlos de España109; y nada más natural que cuando trató la boda de su hermana Doña Berenguela con Juan de Brena rey de Jerusalén, hubiese concertado con éste los auxilios que debiera o pudiera proporcionarle para recobrar el trono que se había visto precisado a abandonar en Asia, especialmente habiendo venido a Europa con este fin, o para implorar el favor de algunos soberanos, o para proporcionarse con otros alianzas que los interesasen en sus desgracias110. Pero la continuación gloriosa de las hazañas de San Fernando y su propósito de libertar a España de la dominación mahometana, le alejaron siempre de la guerra de Ultramar, habiendo merecido sin embargo tan alto aprecio de los pontífices romanos, que en el año de 1246 expidió Inocencio IV una bula de cruzada para los que concurriesen a la conquista de Sevilla, concediendo además al rey otras gracias y auxilios para tan importante empresa111. En ella tuvieron muy señalada parte los marinos de las costas de Vizcaya y montañas de Santander, donde se fabricaron las naves que mandadas por Don Ramón de Bonifaz, primer almirante de Castilla, rompieron el puente de Triana y facilitaron la toma de la ciudad. Guardando este mismo caudillo y defendiendo después las costas de Andalucía, infestando y molestando las de Africa, y manteniendo la amistad con algunos de sus régulos, preparaba los caminos para hacer con mayor acierto y seguridad la guerra y la conquista de aquel país, que meditaba el santo rey cuando le sobrevino la muerte112. Son notables las preeminencias y exenciones que en los fueros de Sevilla concedió a la gente de mar, a cuyo gremio pertenecían también los calafates, carpinteros de ribera y los oficiales de las atarazanas113, no sólo como remuneración de sus servicios, sino porque su política penetraba ya cuanto convenía a su reino el fomentar la marinería y navegación, cuando ensanchando sus límites por las costas del Océano, y hecho dueño de los puertos más ventajosos y acomodados, facilitaba por este medio la comunicación con todas las naciones, y abría para el comercio una mina inagotable de riquezas y prosperidad: privilegios que por iguales consideraciones confirmaron y repitieron, o ampliaron todos sus sucesores en la corona de Castilla.




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Fue tan eficaz el fruto de estas sabias disposiciones, que la historia general de España escrita por el rey Don Alonso el Sabio nos dejó ya una idea de la grandeza de aquella insigne capital pocos años después de su conquista, diciendo entre otras cosas muy notables lo siguiente: «Vienen a Sevilla navíos cada día desde el mar por el río. Y las galeras y naves apuertan hasta dentro en los muros, con todas mercaderías cuantas son en todas partes del mundo. De Tánger, de Ceuta, de Túnez, de Alejandría, de Génova, de Portugal, de Inglaterra, de Pisa, de Lombardía, de Burdeos, de Bayona, de Sicilia, de Gascuña, de Aragón, y aun de Francia vienen también muchas y de otras muchas partes en atiende mar y de tierra de cristianos. El su aceite suele ser afamado y abondar en todo el mundo, ca es mucho placiente villa y muy llana, sin los otros abundamientos y riquezas de la su tierra y alrededores; ca en el su ajarafe había bien este día cien mil alcarías de mucha prol de mucho agasajo sin los portazgos te salen muy grandes rentas sin mesura. Así que fue esta una de las más altas conquistas que en el mundo se hicieron114». La crónica antigua del santo rey conquistador, encontrada entre las preciosas escrituras de la iglesia metropolitana de Sevilla e impresa por la primera vez en 1516, copia con leve alteración estas palabras, describiendo las maravillas y la riqueza de ciudad tan opulenta y afamada115. Eralo en efecto por su comercio aun cuando la dominaban los árabes, en cuya época la frecuentaban ya los catalanes, conduciendo de allí ricos cargamentos a todo el Mediterráneo; pero después de conquistada, la miraron como uno de los principales puntos para su tráfico, ya por su feliz situación, ya por la asombrosa fertilidad de su suelo. Así es que a competencia de los genoveses, que habían sido muy favorecidos al tiempo de la conquista, establecieron sus factorías y su cónsul nacional, lograron la asignación de ciertas casas con sus tiendas que formasen barrio separado para su residencia, con lonja y juzgado para su contratación; y para la protección y seguridad de sus personas y bienes en aquella ciudad y demás tierras de Castilla y León, obtuvieron de Don Alonso el Sabio y de sus sucesores franquicias y privilegios muy notables116. Conducían a Sevilla vinos y estofas de lana, y extraían aceites para su país y otras partes de levante con especialidad después de verificada la conquista; pues hasta mediado el siglo XIII era el aceite uno de los géneros que se traían del Egipto a nuestros puertos del Mediterráneo. También transportaban a Sevilla trigos y harinas de otras tierras, por medio de un tráfico de economía, y frecuentaban los demás puertos de los reinos de Murcia, Granada y Sevilla sin desconocer los de Galicia y costa del mar Cantábrico117.




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Continuó Don Alonso con empeño después de la muerte de su padre los preparativos de la guerra de África, procurando introducir la desunión entre los príncipes de aquel país, y hostilizando a unos, ya estableciendo alianzas con otros, ya renovando las antiguas con el rey moro de Granada, solicitando al mismo tiempo que el papa Inocencio IV aprobase la confederación con estos príncipes infieles: confirmación que obtuvo muy pronto con otras órdenes que sucesivamente se expidieron, para que le auxiliasen las iglesias de España con la tercera parte de las rentas decimales, para que siguiesen el ejército algunos varones religiosos, y para que los superiores de las órdenes en Castilla y Navarra exhortasen a los pueblos a seguir las banderas de la cruz, prometiendo de parte de Dios a los que fuesen a esta empresa o contribuyesen para ella con su hacienda el perdón de sus pecados; y para mayor estímulo tomó Don Alonso públicamente la cruz con la solemnidad de los demás cruzados, y recibió por ello los parabienes del mismo pontífice118. Entre tanto se aprestaba con actividad la armada, cuyas naves se habían comenzado a construir en Vizcaya, y para custodiar las que ya había en Sevilla se fabricaron allí las famosas atarazanas, dotándolas con gran número de oficiales francos de todos pechos, y asignando a su jurisdicción todos los montes de aquellas comarcas que producían árboles propios para la construcción de los bajeles. Instituyó además Don Alonso una armada perpetua de 10 galeras, que habían de mantener sus respectivos comitres o capitanes de mar y guerra mediante los pactos y conciertos que recíprocamente establecieron; bien que por haberse perdido sobre Algeciras en 1278 toda esta armada fue preciso en adelante que los reyes la mantuviesen a sus propias expensas119. Con tal solicitud procuraba el rey cumplir las ideas y llevar adelante los proyectos de su padre, cuando los sinsabores domésticos y las discordias con su suegro el rey Don Jaime de Aragón le apartaron de aquel propósito y desconcertaron sus planes120. Pero como estuviese anteriormente comprometido para ir a la Tierra Santa, y cooperar a su conquista por voto solemne que hizo al saber el desgraciado éxito de la primera expedición o cruzada de San Luis, requeríanle o amonestábanle con frecuencia los papas a su cumplimiento desde que vieron frustrada la jornada de África; y no pudiendo Don Alonso abandonar su reino en circunstancias tan críticas y apuradas, sustituyó por su persona a su primo-hermano Don Fernán Pérez Ponce, que sirvió en la Tierra Santa, probablemente con gente pagada por el rey, desde fines de 1255, o principios del siguiente, hasta los años 1275, en que comienza a sonar su nombre confirmando algunos instrumentos públicos121. Para satisfacer más su compromiso y cumplir aquella obligación instituyó Don Alonso por los años de 1260 la nueva dignidad de Adelantado mayor de la mar, que confirió a Don Juan García de Villamayor, su mayordomo principal, manifestando en el privilegio, que lo hacía por el deseo de llevar adelante el hecho de la cruzada de Ultramar al servicio de Dios, exaltamiento de la cristiandad y provecho suyo y de sus dominios122. Y tal vez con el mismo objeto y el de fomentar su marina, creó en el año de 1273 la orden militar de Santa María de España, cuyo instituto según manifestó a la Academia en una disertación su individuo de número el Señor Don Juan Pérez Villamil, parece haber sido peculiar para los hechos de mar o expediciones navales, así como el de las otras órdenes militares lo era para pelear en tierra contra los enemigos de la religión y de la patria123. Por lo demás es cierto que en ninguno de los reinados anteriores hubo mayor trato y comunicación entre los españoles y los habitantes de los otros reinos de Europa. Las conexiones y parentesco del rey de Castilla con el emperador de Constantinopla, con los reyes de Francia, de Dinamarca, de Hungría, de Sicilia y de Bohemia, y con el príncipe Eduardo de Inglaterra124; su elección al Imperio de Alemania, la fama que le atraía los mensajeros del soldán de Egipto con ricos presentes para solicitar su amistad, y otros sucesos no menos notables proporcionaron que los españoles visitasen entonces todos los países, y adquiriesen aquella cultura e ilustración que principiaba a manifestarse en Europa, para disipar la antigua rudeza y barbarie de los pueblos occidentales.




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La decadencia y ruina del imperio de los cristianos en Asia, y el deplorable estado a que los habían reducido a fines de este siglo la imprudencia y la división de sus caudillos, dando margen a que los mahometanos dilatasen su poder con la victoria y buen éxito de sus armas, exaltaron el ardiente celo del célebre Raymundo de Lulio, que después de haber ofrecido a la Santa Sede y al colegio de cardenales su Arte general en 1288, y de haber merecido en París el aprecio del famoso Escoto y la aprobación de aquella universidad, volvió a Mompeller y de allí pasó a Génova y a Roma, donde en el año de 1290 propuso al sacro colegio un plan para destruir el paganismo y dilatar la religión católica conquistando la Tierra Santa, el cual contenía: 1º. Que en cada provincia se fundase un colegio donde hombres doctos y celosos estudiasen su arte general y las lenguas de los paganos para predicarles el Evangelio. 2º. Que de todas las religiones militares se formase una sola que tuviese por cabeza un príncipe o persona real, y que se ocupase de continuo en guerrear contra los infieles que no aceptasen la predicación. 3º. Que las décimas de la Iglesia, que su Santídad tenía concedidas a los príncipes cristianos, se gastasen en los aprestos de esta guerra hasta que se recuperase la Tierra Santa de Jerusalén. Propuso además que el sumo pontífice prohibiese a los cristianos navegar a Egipto para la compra de los aromas y especias; con cuya providencia el soldán quedaría dentro de seis años empobrecido, y los genoveses y catalanes se ingeniarían para ir a buscarlas a Bagdad y a la India en derechura; proyecto que presentó después en un libro titulado de Fine, escrito en 1305; y que era enteramente conforme con el que en el año siguiente de 1306 manifestó también al papa Marino Sanuto, patricio veneciano, después de haber recorrido como observador la Palestina, las islas del Archipiélago y el Egipto. Inflamado con estas ideas partió Lulio para la Armenia, peregrinó por la Palestina, pasó a Chipre, atravesó el Egipto, y de allí por tierra caminó a Túnez predicando en todas partes y excitando los ánimos para hacer revivir el espíritu de las primitivas cruzadas, ya muy amortiguado en su tiempo, y contribuir a la que nuevamente meditaba. Vuelto a Roma solicitó de Bonifacio VIII su autoridad para la conversión de los infieles, presentándole con este objeto un tratado que había concluido en 1296; pero no habiendo lugar su propuesta se retiró a Génova, donde la nobleza le ofreció mucha cantidad de dinero para la conquista de la Tierra Santa. De allí pasó a Mompeller a verse con el rey Don Jaime de Mallorca, de quien ya había conseguido anteriormente la fundación de un seminario en aquella isla para la enseñanza de la lengua arábiga: volvió a París y obtuvo de Felipe el Hermoso largos ofrecimientos para su proyectada expedición, sobre lo cual despachó este rey un embajador al papa. Con el mismo empeño y diligencia vino a España, y habiéndole oído los soberanos de Castilla y Aragón, enviaron también sus embajadas al sumo pontífice con iguales ofrecimientos; pero todo se desvaneció por la dificultad de concertarse entre sí aquellos príncipes. Lulio sin embargo inflexible a todos los contratiempos peroró en público consistorio sobre la obligación de recuperar los Santos Lugares, pintó la miseria que ya padecían los cristianos de Armenia, y anunció que si se retardaba el socorro, en breves días se vería la Grecia presa y esclava de los turcos, como en efecto sucedió. Ni el retiro ni la ocupación de escribir varios tratados podían entibiar su celo ni apartarle de su propósito. Marchó nuevamente al África, y en Bona, en Túnez y en Bujía predicó el evangelio con algún fruto, pero con mayores trabajos. Restituido a Roma insistió en su proyecto favorito, y desesperando de efectuarle salió para España y poco después marchó a París, donde el rey de Francia le prometió entre otras cosas dejaría encargado en su testamento a los que le sucedieran que acordando con la Santa Sede la conquista general de las provincias infieles promoviesen eficazmente su ejecución. Celebrabase por aquel tiempo un concilio general en Viena; y aprovechándose Lulio de esta oportunidad presentó en él su plan para la empresa de una nueva cruzada y para el establecimiento de escuelas en toda la cristiandad con el objeto de enseñar en ellas las leguas de los infieles; y logró que el concilio determinase a persuasión suya, que en las universidades de Roma, París, Bolonia y Salamanca se fundasen cátedras de las lenguas hebrea, arábiga y caldea. Satisfecho con esto volvió a Mallorca y de allí emprendió nuevo viaje a Egipto, y por la costa del mar a Jerusalén, adonde llegó cerca del año 1314; y continuó su peregrinación por la Armenia, la Siria, la Bohemia y la costa de Bretaña hasta parar en Inglaterra. Volvió otra vez a España, visitó de nuevo todos sus reyes y provincias, se retiró a Mallorca, donde escribió varios tratados sobre los caminos que podrían tomarse para ir a Jerusalén, con muchos discursos militares para hacer la guerra santa con buen éxito; pero cansado de ver que no se cumplían sus deseos, ni se tomaba buena resolución en un asunto en que él creía vinculada la gloria y la dilatación de la cristiandad, marchó al África con el fervor de un apóstol y allí por resultado de sus predicaciones padeció con heroica constancia los trabajos y la muerte de los mártires125. El celo infatigable de Lulio por despertar en todas partes el espíritu de las primitivas cruzadas sólo puede compararse al del ermitaño Pedro de Amiens que promovió la primera con sus exhortaciones y su ejemplo, y al de San Bernardo que predicó la segunda con sumo fervor y devoción por diversos países de Francia y Alemania; pero estos tuvieron la satisfacción de ver cumplidos sus planes y lleno el objeto de sus predicaciones, mientras Lulio halló siempre mayor tibieza o dificultad en los príncipes y en los caudillos que podían ejecutar sus ideas. Tal debía ser el resultado de los desengaños y escarmientos adquiridos en el espacio de dos siglos, en que a la sombra de la religión se hizo del Asia la morada de la ambición, de la discordia y de la corrupción de costumbres, el sepulcro de millones de hombres, y la sima de innumerables riquezas y propiedades. Los príncipes cristianos, ocupados en extender sus dominios y en afirmar su autoridad, consideraron prudentemente que unos establecimientos tan lejanos de Europa, rodeados de naciones guerreras, y animadas de un celo no menos exaltado, que el de los mismos cruzados, estaban continuamente expuestos a su próxima destrucción; y en tales circunstancias no era de esperar que las exhortaciones de Lulio pudiesen más que los desengaños y que los intereses mejor entendidos de los pueblos.




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Pero por grandes que apareciesen en aquellos siglos los males que ocasionaban las cruzadas, no tiene duda que fueron más generales y de mayor consideración y trascendencia las ventajas que produjeron para lo sucesivo. Conmovidas repentinamente para tales expediciones casi todas las naciones de Europa, abrieron entre sí una comunicación y trato, unas relaciones e intereses que hasta entonces no habían conocido. Estas relaciones se extendieron hasta con los árabes, como ya las habían establecido las repúblicas de Italia por medio de su contratación, y los cristianos de España con los que dominaban en su península; y de aquí el cultivar el estudio de la lengua arábiga, participando de la doctrina de sus libros y de todos sus conocimientos científicos. Con los viajes a Ultramar adquirieron también los latinos nociones más extensas sobre la geografía y navegación, sobre el comercio y las artes, sobre el gobierno y la política. Se mejoraron las instituciones sociales, ya consolidando la autoridad de los príncipes, ya conteniendo las demasías de los nobles, ya equilibrando su poder con la representación civil del pueblo por medio de una influencia equitativa en los concejos y ayuntamientos municipales. La misma nobleza al paso que declinó de su influjo y de su poder, se abrió entre las ruinas de la anarquía y del gobierno feudal que había dominado una carrera más ilustre y gloriosa en las expediciones militares de las cruzadas, en las órdenes de caballería, en la inclinación a los hechos heroicos y extraordinarios. La religión, la galantería, las aventuras, las batallas campales, la conquista de la Ciudad Santa de Jerusalén, el Oriente en toda su magia y esplendor, el entusiasmo universal a las empresas grandes y maravillosas, fueron los elementos de la caballería que así como sostuvieron los principios de beneficencia entre el estruendo de las armas, despertaron también la musa de los trovadores, y difundieron por Europa el mismo gusto y espíritu, produciendo los caballeros andantes y las portentosas e inauditas historias de sus hazañas126. Así la imaginación y la afectuosa ternura que inspira la poesía, y es por lo común la precursora de los frutos de la razón y del entendimiento, facilitó el camino para que la aurora de las ciencias y de las ilustraciones comenzase a rayar sobre el horizonte de Europa.




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Los pueblos de las orillas del Báltico, temidos hasta entonces y detestados de las demás naciones como piratas y usurpadores, adquirieron costumbres más dulces, y comenzaron a tratar con sus vecinos como traficantes. La pesca del arenque, que anualmente hacían en la costa de Schonen y que parece haber sido el origen de su riqueza, hizo que todas las naciones llevasen a los dinamarqueses en cambio de este pescado el oro, la plata y todas las comodidades de la vida127. Los navegantes de Lubeck y Brema hacía mucho tiempo se habían acostumbrado a recorrer y visitar las costas de Dinamarca y de Suecia hasta la isla de Gutlandia, en cuya capital se celebraba un mercado muy concurrido de todas las naciones del Norte. Pero al impulso y movimiento general de las primeras cruzadas osaron ya salir a mares más dilatados y remotos, conduciendo a la Palestina en sus propias embarcaciones a los habitantes de los países septentrionales; distinguiéndose ellos mismos por sus hazañas en las guerras sagradas, donde reuniendo el valor militar a la caridad religiosa fueron los principales instituidores de la orden de los caballeros teutónicos128. En Inglaterra se reunieron inmediatamente en el año de 1096 con Roberto, hermano mayor del rey, muchos señores principales que emprendieron su viaje a la Tierra Santa para militar bajo las órdenes de Godofredo de Bullon; y a su ejemplo fueron también en los años sucesivos Edgar hermano del rey Eduardo, y muchos caballeros ingleses que se señalaron por acciones memorables en la guerra santa; y numerosos cuerpos de tropas conducidos en grandes escuadras como la que en 1107 entró en el puerto de Jafet o Jope, acompañada de muchos bajeles de Dinamarca, de Flandes y de Amberes129. Sueyro forma una prolija relación de los principales señores y caballeros flamencos y de otros países del Norte que pasaron entonces al Oriente; y asegura que no fue menor el número de los tudescos e italianos, así de la Toscana y Lombardía como de las repúblicas de Venecia y Génova130. Pero a todos excedieron los franceses, pues habiendo sido los que principalmente promovieron las cruzadas, y quienes más se aventajaron en ellas, fue tal el número de los que emigraron de su país que hablando de la primera dice nuestra historia de Ultramar. «Y tantos eran los que iban que a malas penas podría hombre hallar casa poblada de que algunos no saliesen. Y casa había donde salían el marido, y la mujer, y los hijos pequeñuelos cuantos tenía; así que quedaba el lugar despoblado. Y de ellos había que no querían dejar los hijos chiquillos que mamaban: ni aún los perros ni los gatos que todo no lo llevasen consigo131». «Y respecto a la Segunda Cruzada dicen algunos historiadores, que las ciudades y los castillos habían llegado a quedar desiertos, no viéndose por todas partes sino viudas cuyos esposos vivían aún132.




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Pero estos europeos occidentales todavía ignorantes, inciviles y feroces, hicieron sus incursiones en el Imperio de Oriente y en el Asia con todo el furor y grosería de los pueblos salvajes. Unos bajo los pretextos más frívolos acometieron y saquearon varios lugares cristianos de la Hungría y de la Bulgaria, degollando a sus míseros habitantes: otros por un celo exaltado e impertinente, sacrificaron cuantos judíos hallaron a su paso, de los cuales muchos vivían tranquilamente en las ciudades del Rhin fronterizas a la Francia; y así todos estos peregrinos guerreros mirados como un enjambre de bandidos llevaron tras sí el horror y la desolación hasta las murallas de Constantinopla, juntamente con la execración y el odio de los pueblos por donde habían transitado. Cuando se verificó el asalto y saqueo de aquella célebre ciudad en marzo de 1204 dejaron además perpetuada su barbaridad entregándose a los excesos más atroces. Tres horrorosos incendios arruinaron e hicieron desaparecer para siempre las venerables iglesias, los magníficos palacios y edificios, las reliquias santas, los altares, los vasos y ornamentos sagrados que la devoción religiosa, el lujo oriental y el buen gusto de tantos príncipes ilustrados habían erigido y consagrado durante muchos siglos: nada pudo escapar de la sacrílega rapacidad de estos soldados cristianos, hasta excitar las quejas y la indignación del mismo Inocencio III, aunque viendo unida de este modo la iglesia griega a la latina no podía menos de aprobar la toma de Constantinopla, como medio de facilitar la conquista de la Tierra Santa133. Entonces pereció probablemente la célebre biblioteca que el patriarca Focio había formado y reunido casi dos siglos antes de la llegada de los latinos, y por cuyos extractos y noticias sabemos que se conservaban en ella muchas obras clásicas y completas de Teopompo, de Arriano, de Ctesias, de Agatárquides, de Diodoro, de Polibio, de Dionisio Halicarnaso, de Demóstenes, de su maestro Iseo, de Lísias maestro de éste y de otros insignes escritores griegos, hoy del todo desconocidas o infelizmente desfiguradas e incompletas134. Entonces se destruyeron las bellas estatuas y bajorrelieves y otros preciosos monumentos de las artes que Constantino había salvado de la antigüedad para el ornato y magnificencia de la capital de su imperio. Nicetas, historiador griego y testigo ocular, describe prolijamente las obras más notables por su excelencia y su valor que entonces perecieron. La estatua colosal de Juno erigida en la plaza pública de Constantino: la de Paris en pie junto a Venus entregándole la manzana de oro: la de Belerofonte montado sobre el Pegaso: la de Hércules pensativo, trabajada por el famoso Lisipo: las de dos célebres figuras del hombre y del asno, que Augusto mandó hacer después de la victoria de Accio: la de la loba que crió a Rómulo y Remo: la de Helena, de hermosura extraordinaria, adornada de cuantos primores es capaz el arte: un obelisco cuadrado de gran elevación, cubierto de excelentes bajorrelieves, en cuyo remate había colocada una figura para señalar el viento: y una obra de Apolonio de Tiana representando una águila en acción de despedazar una serpiente: todas fueron objeto del ciego furor de la bárbara estupidez de los cruzados, quienes destruyeron y aniquilaron los mármoles y las piedras, e hicieron fundir los metales para labrar moneda y satisfacer la insaciable codicia de los soldados135.



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